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Sesquipedalia

Retrechería a millón
Humberto Seijas Pittaluga

Quienes creemos en el respeto y el civismo y en que los uniformados deben


estar sometidos al Estado de Derecho y, consecuentemente a las normas
legales, observamos con horror la escena en la cual piquetes de guardias
nacionales bloqueaban con sus escudos las entradas al Palacio Federal
Legislativo para impedir que tanto diputados como empleados y visitantes
pudieran acceder a él. Según la noticia, tal acción sucedió porque el coronel
Lugo, de infame recordación por el inmerecido y aleve empujón que le dio al
presidente de la Asamblea Legislativa, ordenó tal insensatez para impedir que
la Asamblea sesionara. La primera pregunta que surge es: –¿lo hizo porque le
salió del forro o porque recibió instrucciones de su superior inmediato? Y la
segunda es: Y si fue por lo segundo, ¿quién es su superior inmediato, un militar
con mando de unidades o un capitoste del partido de gobierno? Porque si es
verdad lo del Evangelio de que “por sus obras lo conoceréis”, uno tiene que
deducir que el chafarote de marras es una ficha del PUS. O, por lo menos, así
se comporta, no como debiera hacerlo un comandante que tenga como su
única responsabilidad la incolumidad del parlamento.

Eso de impedir que el Poder Legislativo sesione es un delito de los más graves
que pueda cometerse en un país que se aprecie de civilizado. La ofensa del tal
coronel Lugo es muy parecida a la que cometió el comandante Tejero en el
Congreso de los Diputados español durante los hechos del el 23 de febrero del
año 81. Lo único diferente es que aquel no efectuó disparos en el hemiciclo,
pero la gravedad de los hechos es idéntica. Porque impidió por la vía del
hecho que los diputados expresaran sus opiniones; vale decir, perturbó el
orden público al obstaculizar que se conociese la voz del pueblo, personificada
en sus representantes.

Para que se entienda mejor la gravedad de lo cometido por el milico de marras


–es que la denominación de “militar” le queda grande– pongo un trío de
ejemplos, dos históricos y uno del derecho comparativo actual. En la Roma
antigua, estaba prohibido tanto el ataque a los representantes populares como
la interferencia en el ejercicio de sus funciones. La razón se fundamentaba en
la libertad que estos debían gozar para expresarse y hacer saber lo que
pensaban sus representados. La incolumidad de los senadores rayaba en lo
sagrado porque representaban, según los lábaros que usaban sus legiones, al
Senatus Populusque Romanus (Senado y pueblo romano). Quienes la
violentaran se convertían en reos de muerte. Pero la verdadera
institucionalización de la inviolabilidad de los legisladores comienza en la
Inglaterra del siglo XVII, cuando el Parlamento pasó el Bill of Rights para evitar
los abusos de poder de James II, quien acusaba de delitos a quienes les
resultaban inconvenientes y, así, apartarlos de la toma de decisiones que no le
cuadraban a la corona –¿algún parecido con la actualidad? O sea, que desde
muy antiguo, esa inviolabilidad de los parlamentarios tiene su origen en
la necesidad de la separación de poderes y la búsqueda de la independencia
del poder legislativo con respecto al ejecutivo. Aquí, los tinterillos que
complacen todas las arbitrariedades que inventan en Miraflores y el PUS les
hacen el mandado, enanizan la democracia y hacen revivir la tiranía del
ejecutivo sobre el legislativo como si no hubiesen existido las revoluciones
inglesa, americana y francesa.

El ejemplo contemporáneo es el de los legisladores estadounidenses, quienes


solo gozan de impunidad e inviolabilidad mientras se desplazan desde sus
casas de habitación hasta el Congreso para sesionar o ejercer las funciones
investigativas sobre la administración. Es de tal importancia la presencia de
estos en el Senado o en la Cámara de Representantes, que la Ley les concede
esa excepción a la regla general sobre los poderes de policía para detener
personas. Eso no es un cheque en blanco para la comisión de delitos por parte
de un congresista ni en los Estados Unidos ni en ningún país civilizado, porque
las leyes prevén que si el propio Parlamento da su visto bueno para que el
legislador acusado sea encausado, este es cesado en su fuero y puesto a la
orden del tribunal de la causa, usualmente al de mayor jerarquía.

Pero para el coronel Lugo y quienes les dan las órdenes ilegales que él
ejecuta, el Art 200 constitucional no existe. Y por eso tienen el tupé de impedir
que la Asamblea funcione. Y después hay inanes y áulicos que nieguen que
estamos bajo un tiranía. Tan en tiranía estamos que ya hemos visto el horror
de que varios ciudadanos acusados infundadamente de cometer delitos
electorales han sido encausados en tribunales militares y, mientras se dicta
sentencia (que ex profeso será procrastinada), son encerrados en prisiones
castrenses…

Otrosí. ¡Con qué alegría firmé el 16-J! Me sentí lleno de venezolanidad. Y no


tuve inconveniente alguno, a pesar de que estaba en tierra extraña. Para usar
una frase que emplea mucho un querido amigo que es hoy preso político del
régimen y a quien rindo homenaje: Carlos Graffe: ¡Sí se puede!
hacheseijaspe@gmail.com

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