Introducción
1 Este artículo es fruto de la asistencia y de las ideas surgidas tras el Ciclo de Conferencias sobre el Desempeño
Laboral Contemporáneo de Antropólogos y Científicos Sociales, realizado del 29 de enero al 7 de mayo de 2010, en
el Aula Magna de la Facultad de Filosofía en la Universidad Autónoma de Querétaro.
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Este escrito no pretende ser un ensayo sino un interruptor. Mi intención es
alentar a los jóvenes egresados de antropología y a los antropólogos alejados
de su vocación inicial, a que reconsideren tanto el papel que les corresponde
en la sociedad, como la oportunidad que les puede ofrecer un mercado laboral
global y en transformación. En la primera parte del artículo, se exponen los
puntos que permiten reconsiderar la vigencia de los marcos institucionales, en
los que se ha realizado la práctica antropológica hasta hoy. A continuación y
en función de los puntos anteriores, se describirán las condiciones que hacen
posible el surgimiento de la práctica antropológica privada en un contexto
marcado por el neoliberalismo. Por último se considerarán los inconvenientes
y los obstáculos a los que esta práctica necesariamente ha de enfrentarse.
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En primer lugar, a pesar de enarbolar la bandera de la imparcialidad en
su interés por el otro, la historia demuestra que los estudios etnográficos
amparados por el Estado no han sido del todo desinteresados. Del mismo
modo, es más que improbable que las instituciones gubernamentales tengan
capacidad para ser la meta profesional de todos aquellos recién egresados.
La razón es sencilla: no hay presupuesto para mantener a un nutrido número
de funcionarios antropólogos, pese a si haberlo para otros turbios menesteres
tales como una burocracia pesada y del todo ineficiente.
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Esta mencionada disposición del antropólogo al servicio de las instituciones
estatales, no viene más que a reflejar una forzada adaptación del científico
social a los problemas creados por el mismo Estado y no a los problemas
observados por el propio profesional. Sólo bajo una condición esta situación
puede dar lugar a un buen trabajo, a saber, que las inquietudes del antropólogo,
sean equivalentes a aquellos temas que el Estado considera como prioritarios
en su agenda. Esto se hace palpable en el trabajo de algunos antropólogos
indigenistas en el primer tercio del siglo XX, entre los que destaca
Manuel Gamio. Pionero de la práctica antropológica en México y sin duda
comprometido con el conocimiento de los pueblos indígenas, Gamio resultó
ser el precursor de las políticas indigenistas estatales cuyo fin era integrar
al Estado en construcción a los mismos sujetos que él estudiaba (Gamio,
1960; Warman, 1970). La aplicación de la llamada teoría de la aculturación
integrativa, fruto de una visión homogeneizadora para construir la nación
basada en el etnocidio y en la homogeneidad nacional, ha demostrado ser no
obstante un rotundo fracaso (Nahmad Sitton, 1988) además de constituir la
causa de las mayores catástrofes mundiales tenidas lugar en los últimos dos
siglos.
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Acceso de las Mujeres a Una Vida Libre de Violencia2. A pesar de contados
logros, en la esfera pública aún pesa el carácter marginal de las dotaciones
financieras en materia antropológica al mismo tiempo del desgaste que supone
la losa de la burocracia para su puesta en práctica. Oscar Banda denuncia el
peso del Estado al afirmar que “…de las 53 iniciativas de Ley en torno al
desarrollo de los derechos de pueblos indígenas presentadas en la Legislatura
pasada, únicamente dos de ellas fueron dictaminadas en Comisiones y sólo
una se aprobó”3. El mensaje de Banda es, sin duda, desalentador para todo
antropólogo que pretenda depender de instituciones gubernamentales para
realizarse en su vida profesional.
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A este respecto me cabe hacer una última observación de índole claramente
personal, respecto al ciclo de conferencias en el cual se basa este escrito. En
su transcurso, he de hacer una clara distinción entre el entusiasmo y la energía
que me transmitieron las experiencias de los ponentes que habían decidido
entregarse a la consultoría antropológica privada, que habían decidido
mojarse y hacer camino, y el aburrimiento y lo previsible de las aportaciones
de aquellos que habían tenido o siguen teniendo puestos de responsabilidad
en organismos públicos. Aun respetando su trabajo, sinceramente no puedo
evitar mostrarme escéptico entorno a sus verdaderos logros.
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desconocedor, hacia la práctica profesional del antropólogo, considerándola
una carrera sin salidas. Incluso hemos llegado al punto de concebirnos a
nosotros mismos como profesionales de tercera (Vázquez Mellado, 2005). Es
posible hablar de toma de decisiones que por su índole claramente cultural,
debían estar en manos de científicos sociales, pero que sin embargo han sido
tomadas por burócratas o por los profesionales menos indicados para tal
menester, cuando no ignoradas o carentes de la atención debida.
En tercer lugar nos hemos percatado de que el papel desarrollado por las
instituciones académicas, si bien necesario, autónomo e imparcial por lo que
respecta a investigación y divulgación, no es suficiente para una adecuada
expansión más allá de este tradicional dominio de la antropología. Del mismo
modo que ocurre en la esfera pública, la universidad no puede esperar a dar
cabida a tan ingente volumen de trabajo o de inquietudes.
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Pero a la vez, la universidad no se halla carente de cierto afán elitista, un
afán alejado de los problemas reales de la sociedad y que parece manifestarse
únicamente en los propios ámbitos académicos. Sin dudar en ningún momento
de su necesidad, las instituciones universitarias insisten en dificultar la libre
disposición del conocimiento a los sujetos de estudio en particular y a la
sociedad en general. Aunque también, habría que tomar en consideración hasta
qué punto una sociedad idiotizada y alienada, volcada en el materialismo, en
el crecimiento y en el entretenimiento, puede ser seducida por los libros y el
placer que proporciona el conocer más de si misma y de las otras.
Es sabido que tanto en México como en Europa existe una creciente y activa
participación de indígenas y no occidentales en estudios antropológicos,
así como un creciente número de antropólogos provenientes de áreas tales
como la administración, la psicología, la arquitectura e incluso las ingenierías
(Nahmad Sitton, 1988). Es posible que estos nuevos receptores y sujetos del
trabajo etnográfico, tengan mucho que decir sobre los resultados de diversos
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estudios previos y de aquellos que se vienen desarrollando en la actualidad.
De este modo, es posible vislumbrar uno de los pilares de la antropología
hoy en día, a saber, el de considerar como destinatarios de la divulgación
científica social a una amplia variedad de usuarios, y no sólo a aquellos
sabios correctores acomodados en sus vetustas cátedras.
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dirigir y financiar cursos, postgrados, programas de prácticas, disponiendo en
la universidad de una cantera de mentes afines potencialmente “empleables”.
Por un lado, supone una merma del carácter libre, neutral e independiente de
la universidad, a favor, según los mencionados detractores, de una corriente
dogmática y usurpadora por parte de los mercados. Sin embargo, al mismo
tiempo se soluciona un problema que últimamente se venía haciendo cada vez
más y más incómodo: la financiación (MEC, 2003).
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Otra de las coyunturas presentes es el creciente endeudamiento del
Estado, a expensas del mantenimiento de una monstruosa e ineficiente
administración pública, y de una política de gastos inadecuada. Es este un
hecho patente a raíz de la reciente crisis económica, financiera y ante todo
moral que vive Europa. Una vez más, se cae en la tentación de contravenir
el muy respetable paradigma, sostenido por los defensores de derechos tan
duramente conseguidos, de afirmar que el único camino para conseguir un
estado eficiente y desarrollado, es deshacerse de los lastres que no vienen
más que a constituir un serio perjuicio a largo plazo para las cuentas públicas
y por ende, para la economía de cualquier nación. Me refiero aquí al peso
de la burocracia y de la administración, así como a los estragos producidos
por el despilfarro, al mal gobierno, a la política fiscal y a un largo etcétera, y
no necesariamente a la provisión de sanidad, educación y servicios sociales,
rúbricas necesarias, intocables y creadoras de riqueza en el largo plazo.
La contracción del Estado debería suplirse con una mayor intervención de
agentes privados, y una inevitable tendencia a la mercantilización de áreas
que hasta ahora estaban bajo el paraguas del primero.
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La desregulación estatal y la falta de oportunidades como trabajadores
asalariados, como burócratas, como docentes o como becarios, evidentemente
conlleva una serie de problemas. Sin embargo, supone al mismo tiempo una
ruptura del orden establecido, un campo abonado para nuevas oportunidades y
maneras de desarrollar nuestras inquietudes profesionales. Este es sin duda un
buen comienzo para hacernos partícipes de la sociedad que nos ha tocado vivir.
Una vez que somos conscientes de esta realidad, debemos hallar la manera
mediante la cual nos pueda beneficiar en nuestra práctica profesional, y una de
esas maneras, posiblemente la más obvia, es la de convertirnos en empresarios.
Llegados a este punto, conviene referirse de una vez por todas a la incipiente
e inexplorada tercera vertiente de la antropología, la de la práctica autónoma
y profesional, aquella aplicada y adaptada a los requerimientos que impone
un capital cada vez más omnipresente en lo que atañe a la investigación en
ciencias sociales. La práctica de la antropología en el marco de la consultoría
privada, capaz de ofrecer productos específicos ante necesidades concretas,
presenta perspectivas alentadoras y supone sin duda un aliciente para que
aquellos antropólogos y antropólogas que opten por desarrollar sus carreras
en el mundo empresarial, se decidan a dar el salto fuera del lugar al que el
paradigma vigente les ha confinado.
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como a la difusión final del producto, vendrán de fuera? ¿Contribuiremos
con ello a favorecer intereses opuestos a los pueblos y a la preservación
de la diversidad cultural? ¿Serán los antropólogos los nuevos abogados
del diablo en el campo del desarrollo, tal como lo han sido ingenieros y
economistas? Llegado a este punto es donde el antropólogo ha de hacer gala
de un posicionamiento ético, basado en la buena práctica y en principios
científicos sólidamente argumentados. Siempre podremos pensárnoslo dos
veces a la hora de adentrarnos en proyectos que no satisfacen un código ético
en menor o mayor medida consensuado4, aunque ello suponga renunciar a las
mieles ofrecidas por el mercado. Del mismo modo también es posible crear
una respuesta concreta, ambiental y socialmente respetuosa, y ofrecerla como
producto a una determinada organización.
4 Ante la falta de colegios profesionales o asociaciones de antropólogos en el mundo hispano, propongo como
referencia el código ético establecido por la American Anthropology Association.
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Conviene por tanto, preguntarse acerca de las ventajas y los inconvenientes
de aceptar los hechos tal como son, así como empezar a considerar la opción
de vender nuestro trabajo. En primer lugar nos acecha la incertidumbre de si en
realidad existe ese mercado o aquellos contratantes, que al igual que nosotros,
hayan tenido la idea de considerar como vendible nuestro conocimiento. La
evidencia empírica nos demuestra que efectivamente dicho mercado existe,
aunque por un momento pueda parecer que está oculto o acaparado por las
instituciones académicas, en un tipo de competencia que bien podría ser
tachada de desleal desde un punto de vista económico, y que en absoluto
nos favorece. Por poner un ejemplo, la variable sociocultural debería ser un
requisito indispensable para la consecución de cualquier proyecto de desarrollo
(Cernea, 1995), y como tal viene incluida en la definición de Evaluación
de Impacto Medioambiental (o EIA en sus siglas en inglés), siendo un
requisito legal previo a la realización de cualquier obra, al menos en Europa.
Lamentablemente y en el caso de existir, los proyectos siempre se llevan a
cabo por profesionales que ni son antropólogos ni poseen las destrezas y los
conocimientos metodológicos para realizarlos. Del mismo modo también cabe
mencionar la fingida legitimidad que agencias gubernamentales y empresas,
han depositado en los estudios dirigidos desde las instituciones académicas.
La academia no sólo es entonces nuestro lugar de origen como profesionales.
A partir de ahora será también nuestra competencia más directa.
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consultora independiente en proyectos de investigación cualitativa y evaluación
de programas públicos en materia indígena, en el tema de desarrollo social
y educativo. Su caso es sin duda ejemplo del hastío profesional que puede
producir en un antropólogo una atadura indefinida bajo la tutela del Estado.
Al mismo tiempo he aquí una facilidad que los viejos burócratas tienen y
los recién licenciados no: la disposición de una tupida red de contactos y
un volumen considerable de capital social5 que puede ser aprovechado en
beneficio propio.
5 Este concepto se interpreta, no en el sentido contable mercantil del importe monetario o el valor de los bienes
aportados por un número de socios, sino como variable que mide la colaboración social entre los diferentes grupos
de un colectivo humano.
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en principio parece no haberlas o donde no tenemos la destreza de verlas.
Ello se da en virtud de un paradigma dominante que ignora la importancia
de los estudios sociales, incluso en los más insospechados rincones de la
sociedad. A este respecto, el profesional de las ciencias sociales debe adquirir
un papel activo como gestor, haciendo llegar a esas empresas o instituciones
gubernamentales la importancia de los estudios antropológicos, ya sea para
aumentar el éxito de sus proyectos o para mejorar la implantación de sus
políticas. Uno de los ámbitos en que esto está sucediendo es dentro de las
corporaciones. Precisamente entre las intervenciones más interesantes del ciclo
de conferencias referido, estuvo la del Ingeniero Antonio Vázquez Ferruzca,
pionero en un campo que vincula industria y cultura organizacional, en donde
la antropología aplicada independiente está dando sus primeros frutos. Sin
restar importancia a la labor de los psicólogos sociales o a los responsables
de los recursos humanos en las grandes compañías, se abre aquí un campo
de investigación multidisciplinar en el que los antropólogos tenemos mucho
que aportar. Patentes son los primeros trabajos en materia de antropología
industrial y cultura organizacional, que tanto en Europa como en América
Latina se han ido asentando dentro del campo de la consultoría privada.
Un pionero en este campo es sin duda Salomón Jorge Babor, reconocido
emprendedor que ha hecho de la colaboración con la empresa privada en los
más distintos ámbitos, desde la capacitación a la coordinación de grupos en
distintos contextos sociales hasta la comunicación, la cual es su verdadero
campo de investigación.
Tal vez este sea el campo donde los antropólogos tengamos un mayor
desempeño, debido al auge experimentado por la empresa transnacional y su
en principio aparente disponibilidad de recursos. Pero no conviene olvidar
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otros campos en los que el antropólogo consultor puede especializarse. Tal es
el caso de la mediación intercultural y la resolución de conflictos en lugares
tan dispares como escuelas, centros de inserción, instituciones penitenciarias y
comunidades rurales, o de los desplazamientos de población, o asentamientos
involuntarios, en ámbitos sociales de migración, las relaciones interétnicas,
las políticas de igualdad de género, la conciliación de vida laboral y personal,
el riesgo de exclusión social, los proyectos de desarrollo, etcétera. Este tipo de
profesionales son cada vez más necesarios con el fin de solucionar problemas
antropológicos mediante una aproximación externa a la organización, y
por tanto independiente y autónoma. Para las organizaciones públicas,
sujetas a cada vez mayores recortes presupuestarios y a la imposibilidad de
contratar personal de plantilla, el medio más asequible de obtener este tipo de
asesoramiento a partir de la contratación de profesionales externos. Igualmente
aquí son varias las pequeñas empresas que se han formado bajo esta misión,
tanto en España como en el mundo anglosajón, pudiendo citar Magenta
Consultoría de Género y Mediación Social e Intercultural, JB Intercultural
Consulting, Dinamia Consultoría Social, Cross Cultural Consulting y Harnett
Tannam Consultancy. Una breve visita a sus sitios web permite obtener una
panorámica general de todos los servicios relacionados con la mediación
social e intercultural, y así conocer la labor de unos científicos sociales que, si
bien poseen vínculos con la esfera gubernamental o académica, permanecen
libres y autónomos en su práctica profesional.
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este ámbito por los agentes federales y estatales, se ven complementados por
la financiación de fundaciones extranjeras y personalidades con vocación
filantrópica. Es aquí donde de un tiempo a esta parte, son varios los
antropólogos que han intervenido como consultores externos.
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En último lugar conviene referirse a una de las consecuencias que se
derivan de la práctica profesional autónoma de la antropología, que no
es otra que la de vernos en condiciones de poder emitir juicios de valor,
de posicionarse a favor o en contra de nuestros sujetos de estudio o de la
actitud de nuestro empleadores. Si un antropólogo es contratado para algún
servicio en concreto, una vez que se ve respaldado por un trabajo de campo
exhaustivo y convenientemente documentado, una vez obtenidas una serie de
conclusiones sólidas, el antropólogo es el profesional más adecuado a la hora
de emitir juicios de valor o en el momento de definir políticas, recomendar
actuaciones o descartar programas, siempre sobre la base de un conocimiento
previo. ¿Acaso no ha sido contratado para ello? Si se le contrata, al fin y
al cabo se hace con el objetivo de que se pronuncie. Es su obligación dar
su aprobación sobre algo que está bien, así como también lo es denunciar
alguna actuación que en su opinión resulte una fechoría. Del mismo modo, un
antropólogo hará bien en pronunciarse sobre algún acto deleznable cometido
por las autoridades, al igual que puede verse en la postura de rechazar su
participación en un proyecto de desarrollo que suponga el desplazamiento
forzoso de una comunidad o ponga en peligro la subsistencia de la misma.
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La diferencia entre el modo “tradicional” de hacer antropología y este
nuevo modo, radica en que esta última tiene en consideración las ventajas que
aporta tanto el posicionamiento como los juicios de valor del antropólogo.
Si la consultoría permite ser autónomos, la antropología debería ser un
instrumento que posibilitara reflejar los juicios propios de los profesionales
que la practican en los trabajos por los que se les contrata, siempre que
dichos juicios estén sólida y científicamente argumentados. A pesar de que en
ocasiones sean impuestos una serie de términos de referencia previos, o una
metodología específica para analizar un determinado problema o diagnosticar
las necesidades de una comunidad, el ejercicio autónomo de nuestra profesión
permitirá tomar una papel activo en el transcurso del trabajo etnográfico, será
posible darle un cariz propio, un reflejo del modo según el cual creemos que
deben hacerse las cosas. Dejar traslucir en nuestros estudios una voluntad de
cambio y transformar la realidad a través del convencimiento sutil de nuestros
empleadores.
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