E u m m Jc K ím
California State University, Sacramento
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sino que más bien desemboca en una dependencia insistente con el padre. Esta es, por lo
tanto, una dependencia difícil y complicada, por cuanto el padre de Agustina representa
en su vida la violencia y la corrupción que suponen sus actividades ilícitas de lavado de
dinero, especialmente si consideramos que sobre la cabeza de la familia incurren tanto los
honores como las deshonras acumulados por cada uno de sus miembros. Podemos deducir
entonces, en términos psicoanalíticos, que el deseo en Agustina se halla dividido entre dos
determinaciones: el rechazo al padre y una necesidad imperativa por acogerlo. De hecho,
su actitud de rechazo al control del padre es aparente, puesto que en su interior ella está
consciente de que liberarse de la dependencia del padre es un imposible y que la única
manera de hacerlo es aceptando su permanencia subyacente. Esto explica la manera en
que Agustina resuelve la disyuntiva generada a partir de la muerte del padre que consiste
en transferir su permanencia a otros sujetos. Este recuadro, sin embargo, no representa un
determinante supremo en el esclarecimiento de un dilema familiar ni mucho menos de una
sociedad, sino una aproximación interpretativa a un texto que muestra desde sus inicios
una trama complicada de carácter psico-social, en la que los personajes giran alrededor de
lo que consideran una “anomalía”.
Vale a este respecto apostillar relevantes acotaciones mencionadas por Luciana
Namorato en su artículo Sanidades errantes: locura e violéncia em Delirio, de Laura Restrepo,
donde Namorato sugiere poner en tela de juicio la base moral a la que alude el epígrafe
anotado por Gore Vidal en el que Henry James advierte a los escritores “a que no debían
poner a un loco como personaje central de una narración, sobre la base de que al no
ser el loco moralmente responsable, no habría verdadera historia que contar” (Delirio 1).
Añade además que la “irresponsabilidad moral” a la que hace mención Henry James, en
caso el escritor optara por elegir un personaje loco como protagonista, debe ser también
objeto de sospecha y de interrogación de si es responsabilidad moral aquella atribuida a
los protagonistas sanos “cuando la cordura de aquellos que rodean [al loco], se confunde
con la alienación y la sobrevivencia con cooptación como cara de la moneda más amoral,
degradante e inhumana de la tradición y del capital” (Namorato 95, mi traducción). La
“sinrazón” de Agustina por tanto es cuestionable dados los acontecimientos históricos de
la familia que develan innumerables secretos que al no ser reconocidos o confrontados
muestran lo que en realidad constituye una verdadera ausencia de responsabilidad moral.
Veremos más adelante que en términos lacanianos, la locura, vista de soslayo revela un
quehacer insólito que degrada un aparente equilibrio correspondiente al ámbito de un
orden perverso.
Hechas las consideraciones anteriores, el presente análisis tiene por objetivo dilucidar
la condición de desarraigo familiar, individual y social descritas por Laura Restrepo, donde
se puede ver que los personajes niegan verdades incómodas ante una sociedad que ensalza
el estilo de vida de las clases aristocráticas aunque ello signifique un peso continuo por
mantener las apariencias.
Como modo de profundizar en la psiquis familiar, mi enfoque principal será el
trauma de Agustina, quien a lo largo de la novela es motivo de preocupación y confusión por
parte de sus más allegados: Aguilar, su compañero sentimental, su tía Sofi y su ex-amante
Midas McAllister. Es a través de estos personajes y el abuelo Nicolás que se empiezan a
desenmascarar verdades ocultas por la familia a la que pertenece, además de que logra
La hacienda productiva de tu abuelo Londoño hoy no son más que paisaje, así
que aterriza en este siglo XX y arrodíllate ante Su Majestad el rey don Pablo,
soberano de las tres Américas y enriquecido hasta el absurdo gracias a la gloriosa
War on Drugs de los gringos, dueño y señor de este pecho y también de tu
hermano como antes lo fue de tu padre. (80)
Este hecho, desata en la novela una serie de episodios donde miembros de la familia
se unen creando nuevas ficciones que encubren las medidas fraudulentas adoptadas por la
familia en pos de permanecer dentro del círculo de las élites sociales. Uno de ellos acontece
el día en que luego de recibir una golpiza del padre, el Bichi saca a la luz el “gran” secreto
familiar revelado en fotos tomadas por el padre, donde se exhibe el cuerpo semidesnudo
de la tía Sofi ante la mirada atónita de la familia. Pero contrario a lo esperado por el Bichi,
quien “quería derrotar la autoridad del Padre que hería y doblegaba, [para] expulsar al
Padre y derretir la astilla de hielo en el corazón de la madre” (256), las reacciones de la
familia ante el hecho, especialmente las de su madre Eugenia, están lejos de ser directas
La farsa fabricada por Eugenia, y secundada por su marido y Sofi, no sólo termina
en su desarticulación, sino en el legado de mentira y manipulación como ejemplo a seguir
por sus hijos. La violencia del padre representada en las frecuentes acometidas contra su
hijo, los descarríos de Agustina y su deslealtad para con su esposa y la familia, merman las
bases mismas sobre las que se construyen la confianza y la seguridad familiar. La verdad se
ve supeditada al cuestionamiento de las fotos en un orden perverso dado que la autoridad
del padre es derrotada por el poder de las apariencias impuesto por Eugenia al ignorar la
importancia del caso.
Es evidente entonces que el padre miente por omisión al no confesar el embuste,
mientras que Eugenia construye un nuevo orden en el que el valor del padre, aunque
meramente simbólico, alberga una actividad destitutiva del patriarcado, al imponer una
mentira ajena y desviada del agente paterno.
Cabe anotar que la caída del padre puede interpretarse como un acto de castración
simbólica que tiene como objetivo su desentronización sin que ello elimine su nominal
existencia. En la mitología griega, valga la ilustración, vemos que Uranos (Carlos Vicente
Londoño), Dios primordial, es castrado por su hijo Cronos (el Bichi) como venganza de
Gea la esposa (Eugenia), en su afán por destronar al Deus otiosus. Pero a diferencia de esta
fábula, se halla una distorsión en los principios mismos en la escena de encubrimiento
del oprobio familiar por parte de Eugenia, pues, en lugar de ser ella quien urde el acto
de castración, es el hijo quien arremete contra el secreto familiar exponiendo las fotos,
fertilizando de esta manera el terreno para la ejecución del plan final de desautorización
del padre. Tal así que al ser el Bichi quien simbólicamente castra al padre con la hoz (las
fotos), rompe con el paradigma del patriarca, dado que en este escenario, el “macho” es
destronado por el homosexual.
Siendo la desautorización del padre un motivo de ansiedad en Agustina, su
búsqueda por el falo como maniobra de restitución se vuelve imperativa. Al quedar sola
Agustina luego de que Sofi y el Bichi abandonan el país, huyendo del escándalo, Agustina
experimenta en este periodo, un desvío en su percepción de la realidad al reparar en la real
magnitud de la crisis familiar detonada con la desautorización del padre. Esta crisis se pone
en evidencia en el episodio de la “Gran Vela”, donde contrario a constituirse en un mero
recurso de escarnio, se traduce a una manera de invocar el regreso del padre. Este se inicia,
cuando el caudillaje del padre como elemento de equilibrio mental en Agustina se viene
abajo, al observar a su padre reducido, sin autoridad y dejándose llevar por las mismas
conveniencias familiares de los demás miembros. La falta de autoridad paterna, le da el
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estímulo necesario para aventurarse en múltiples citas amorosas en las que fija como zona
erógena, el miembro viril de los muchachos con quienes se relaciona de manera casual.
El escenario erótico descrito, empero, abarca un doble registro que por un lado rechaza
la humillación y la falsedad del padre sufridas bajo su dominio, mientras que por otro
evoca la figura del padre protector, que con su sola presencia disipa sus inseguridades y le
da sentido a su existencia. No en vano Agustina confiesa: “[...] yo le juro al padre que no
hice nada pero sé cómo decírselo para sembrarle adentro esa duda que lo mata, [...] No
sé si habrá sido tu amor el que conquisté entre los automóviles de mis mil y un novios,
padre, no sé si habrá sido tu amor o si habrá sido solo tu castigo” (217). Todo en un juego
de potencia e impotencia del padre, quien personifica el acto erótico de palpar el miembro
viril, y en el que Agustina busca metamorfosearse para abarcar sistemáticamente a todos
los hombres y erigirse ella misma en el ansiado falo. Este fenómeno lo corrobora Lacan
en Ecrits: “Paradoxical as this formulation may seem, I am saying that it is in order to be
the phallus, that is to say, the signifier of the desire of the Other, that a woman will reject
an essential part of femininity, namely, all her attributes in the masquerade. It is for that
which she is not that she wishes to be desired as well as loved” (290).
La obvia contradicción, conlleva a inferir que a pesar de la insistencia de Agustina
en atribuir su actuación al padecimiento del padre abnegado y preocupado por sus
intempestivas citas con distintos muchachos, es en verdad su propio tormento el que
vulnera esa obligación por la juissance. Ello nos lleva a intuir que es posible liberarse del
autoritarismo del padre asumiendo su lugar como sujeto en el goce erótico. Para este fin,
es entonces preciso destronarlo y provocar oprobio en él, aunque al final aquel goce, se
torne en un estado agudo de culpabilidad, y por ende en impedimento hacia el logro de
una satisfacción plena.
Dadas las condiciones que anteceden, Agustina se encuentra bajo la mano invisible
de Carlos Vicente Londoño, quien la supedita a su dominio, desde su remota y eclipsada
ausencia, fenómeno que Freud alude como el Nombre del Padre. En el mito del padre
primordial, el progenitor con su poder omnipotente, posee a todas las hembras, y es
eventualmente asesinado por los hijos con el fin de sustituirlo para retener su potestad. El
difunto padre empieza entonces a gobernar a sus descendientes en el Nombre del Padre
y funda las leyes que han de regir a la familia. En Delirio la influencia del padre sobre
Agustina crece aún más luego de su muerte por un infarto después de ver a su hija en la calle
en actitud de libertinaje, contrariando así las normas de su clase social. Es pues evidente
que el delirio de Agustina obedece en parte a la culpa sufrida a raíz de este acontecimiento,
al no saber cómo honrar esa deuda simbólica con su padre, y no como se supone, por
asumir la doble moral familiar. Es por ello que a más entrega de Agustina al imperativo del
Nombre del Padre, mayor su influencia y culpabilidad. La deuda mantenida con el padre
es por tanto una tarea imposible de ejecutar dada la intensificación de la neurosis que
eventualmente le conlleva al aislamiento de su familia.
El estado de trastorno de Agustina expresa, por lo tanto, su intolerancia ante
las contradicciones internas de encontrarse a sí misma entre dos proyecciones, la de
culpabilidad por la muerte de su padre, y la de denunciante de aquellos a quienes percibe
como hipócritas, en un juego de “verdad y apariencia” (Barraza 277) y, por ende, de ser
simultáneamente víctima y victimario. Ávila Ortega opina que en la discordancia psíquica
¿O es que acaso tú creías, reina mía, que las cosas eran de otro modo? ¿Acaso
no sabías de dónde sacaban los dólares tu hermano Joaco y tu papá y todos
sus amigotes, y tantos otros de Las Lomas Polo y de la sociedad de Bogotá y
de Medellin, para abrir esas cuentas suculentas en las Bahamas, en Panamá, en
Suiza y en cuanto paraíso fiscal, como si fueran jet set internacional? (72)
The analysis achieves its end when the patient is able to recognize, in the Real of
his symptom, the only support of his being. That is how we must read Freud’s
woe s war, sol lich warden: you, the subject, must identify yourself with the place
where your symptom already was; in its ‘pathological’ particularity you must
recognize the element which gives consistency to your being. ( The Sublime
Object o f Ideology 81)
Un momento, egregias damas, les digo con maña para que no me noten el
disgusto soberano, adonde creen que van, yo tengo que cuidar el estatus de este
establecimiento y a ustedes la demasiada plata se les nota al romper, les digo por
disimular, por no soltarles en la cara que sólo a unas narcozorras como ellas se
les ocurre plantarse pestañas postizas para hacer spinning. (97)
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especialmente cuando fuerza a Agustina a abortar. La farsa, sin embargo, nunca le hace
desviarse de la ilusión que es la de parecerse a ellos.
Al final, tanto Midas como Agustina retornan a sus orígenes como acto de aceptación
de los padres. En la novela la búsqueda de la raíz del trauma de Agustina, culmina con el viaje
de Agustina, Aguilar y Sofi a Sasaima para recoger los diarios y cartas que habían dejado los
abuelos maternos Portulinus y Blanca. Es preciso aclarar que el episodio correspondiente
a los abuelos de Agustina, corresponde a la biografía que Aguilar escribe sobre la familia
Londoño, considerando que Agustina y Aguilar se conocen cuando ella le pide escribir
su autobiografía. De aquí que la función fundamental de Aguilar dentro de la novela, es
conectar la historia relatada por Agustina para compararla con aquella leída por Aguilar
(la de los abuelos de Agustina), y de este modo atar cabos generacionales mediante el uso
de la escritura. Esto lo logra Aguilar asumiendo el papel de detective al ir tras las pistas de
Agustina mientras se encuentra en Ibagué, aunque más adelante termina transformándose
en cronista de memorias. Provisto de los diarios de los abuelos maternos, a pesar de no dar
con toda la verdad, la historia de la familia Londoño llega a su fin, aclarándose los hechos
y llenándose los vacíos históricos.
La historia del abuelo de Agustina también entra hacia el final de la novela en la
serie de encubrimientos que ratifican el carácter endémico del “trastorno” familiar, en
que además de la locura, en este caso entendida como la manera en que el abuelo afirma
su voluntad ante el control de Blanca quien siempre insiste en acallar sus expresiones y
lontananzas para ella un tanto excéntricas, la mentira constituye un elemento habitual
en la familia. Vemos en este segmento de la narración, que también el abuelo sufre de
melancolía por la muerte trágica de su hermana Use, quien de niña padecía de una extraña
dolencia que “no sólo [la] obliga a rascarse sino también [a] masturbarse, porque además
de atormentar, [la enfermedad] excita, [y] desata una ansiedad semejante al deseo” (Delirio
269), y que había sido motivo de ocultamiento celoso por parte de los padres de Use y
Nicolás.
La enfermedad de Use, produce angustia en los padres, pero de un modo poco
compasivo, pues llegan al extremo de avergonzarse de ella al observar su incapacidad por
controlar sus efectos, -condición similar a la de Agustina- a lo que responden amarrándola y
ocultándola. Ante estas circunstancias, Nicolás la visita a escondidas, pero en un desenlace
fatal Use se suicida lanzándose al Rin en un estado de desequilibrio mental.
El posterior sufrimiento por la pérdida irremediable repercute en Nicolás de manera
simbólica, como si “la piquiña del sexo de la hermana hubiera hecho nicho en el alma,
haciéndolo repetir constantemente nombres de ríos en orden alfabético, el Hace, el Havel,
el Hunte, el Kocher, el Lech, y el Leide, tal vez para acompañar el largo recorrido de Use”
(272). Su melancolía se remite a la costumbre teutona de abandonar a los muertos en el
río para su eterno descanso. No obstante, Nicolás insiste en su presencia poseyéndola de
otra manera, desde la ausencia misma. Tal así, ante la aparición de Farax, un joven rubio
estudiante de piano, Nicolás lo llega a confundir con su hermana Use, afirmando ser el
hombre con quien había soñado desde hace tiempo y que constituía “el cumplimiento de
una anhelada promesa” (188).
Al colocar a Farax dentro de otra realidad, Nicolás despliega la imposibilidad de
sus deseos al entregarle todas sus pertenencias. De este modo el aprendiz llega a ocupar
Es cosa más que sabida que entre esa gente y la mía se levanta una muralla de
desprecio, [....], pero lo extraño, lo verdaderamente intrigante es que la clase a
la que pertenece Agustina no solo excluye a las otras clases sino que además se
purga a sí misma, se va deshaciendo de una parte de sus propios integrantes,
aquellos que por razones sutiles no acaban de cumplir con los requisitos, como
Agustina, como la tía Sofi; me pregunto si la condena de ellas se decidió desde
el momento en que nacieron o si fue consecuencia de sus catos, si fue el pecado
original u otro cometido por el camino el que les valió la expulsión del paraíso y
la privación de los privilegios. (33)
Sobre el factor que parece afectar a aquellos miembros de la familia que ejercen
una voluntad independiente del grupo al que pertenecen, Namorato sugiere que la locura
de Agustina “protesta contra una estagnación de su voluntad, prueba más evidente de su
sanidad (Namorato 105). El abuelo, al igual que Agustina protesta y se reafirma en los
espacios de libertad que encuentra disponibles: “En lengua alemana y para sus adentros,
Portulinus ruega a Blanca deje libre el espacio que él necesita para moverse y que no
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acapare el aire que él quisiera respirar, que no se adueñe de todas sus dudas ni pretenda
amaestrar sus pensamientos [...]” (Delirio 105).
En suma vemos, sin tomar en cuenta el delirio colectivo, que el desenlace en la
novela es esperanzador, considerando que Agustina parece reconciliarse con su familia y su
entorno. Para concluir hago mención a Freud quien en su análisis sobre la paranoia del juez
alemán Schreber, afirma que lo que normalmente consideramos como locura es en realidad
un intento de recuperación, pues a través de ella, el psicótico intenta restablecer un cierto
orden en su universo, un mapa de orientación. No obstante, ello no sugiere que Agustina
recupere la lucidez y vuelva a su estado anterior al extravío; más bien Agustina se ve en la
ardua tarea de negociar su convivencia con la sombra del padre y su familia disfuncional.
La memoria del padre, entonces, actúa como factor de equilibrio mental pues, lo
contrario; o sea, el aniquilamiento de la memoria, representaría una constante amenaza
contra la ecuanimidad buscada. La ofuscación con el padre es también un elemento
incorporado a Agustina al límite de la incoherencia, pero gracias a la sustitución motivada
por su idealización, Agustina puede sobrellevar la crisis familiar y de la de su país. De
ello se puede entender que la única persona que se despierta del delirio omnipresente es
Agustina mientras que los demás continúan habitando el sueño delirante que los enajena.
Como corolario al presente análisis, vale añadir que Delirio es una metáfora de
Colombia que interroga su actitud evasiva ante su realidad, de la misma manera que los
personajes de Delirio evaden la suya, con el secretismo que los caracteriza. La tía Sofi por
ejemplo afirma que la tradición de la familia Londoño la constituyen “las verdades llanas
[que] van quedando atrapadas en ese almíbar de ambigüedad que todo lo adecúa y lo
civiliza hasta despojarlo de sustancia, o hasta producir convenientes revisiones históricas”
(264). A pesar de que al final Agustina acepta la “verdad” familiar, mediante la función
del síntoma que le ayuda a confrontar el estado real de las cosas, su “sanación” ahora
depende de su adaptación y acondicionamiento de realidades perturbantes al código del
orden familiar; pero a diferencia de los demás personajes, Agustina despierta del delirio
de manera consciente o inconsciente. Los demás personajes continúan en la redundancia
del desvarío: Portulinus, por su parte, delira por Farax para huir del trauma causado por
la muerte de Use; Eugenia delira al desviar la verdad y al esconderse detrás de una fachada
fingiendo honor y rectitud; deliran también Midas y los narcotraficantes atraídos por el
dinero fácil incitados por el desdén proyectado por una burguesía que no los reconoce y
finalmente Colombia al rehuir de una realidad de caos y violencia al no querer confrontarla.
Obras Citadas
Antonio Serna, Juan. La hibridación del humor lúdico y de la ironía como mecanismo de liberación y de
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Avila Ortega, Gricel. “La mimesis trágica: acercamiento a la fragmentación social.” El universo literario de
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