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Eso que llamamos ―Tiempo‖

Fuente:

http://eltamiz.com/elcedazo/eso-que-llamamos-tiempo/

Recopilado, editado y portada por:

Alonso Cornejo (darmania)


El tiempo… ¿Qué es eso realmente? ¿Pasa o no pasa? ¿Su existencia depende de nuestra percepción?
¿Es lineal o circular? ¿Qué puede decirnos la Física sobre el tiempo? ¿Existe una diferencia objetiva
entre pasado y futuro? ¿El destino está ya determinado? ¿Es posible viajar en el tiempo? ¿Es posible
cambiar el pasado? Muchas son las preguntas acerca de eso que los humanos hemos decidido
llamar Tiempo, uno de los más grandes desafíos para nuestro intelecto, en la comprensión de la
naturaleza. En esta serie de artículos escudriñaremos las distintas concepciones, no concepciones, y
paradojas que surgieron durante la existencia del hombre, desde los antiguos griegos hasta los tiempos
de Einstein, en virtud de comprender al Tiempo. Así que partiremos desde el punto de vista filosófico
dirigiéndonos hacia el mundo de la Física. Además, analizaremos la posibilidad de
la bidirección temporal, que permitiera realizar los famosos viajes.

Indice:

Parte 1: Las reflexiones de los antiguos griegos:

 El Tiempo Cíclico

 La Eternidad como el no-tiempo

 Paradojas de Zenón

 Platón y las Ideas

 Según Aristóteles

Parte 2: Idealismo y Mecanicismo:

 Desde el Cristianismo

 Newton vs. Leibniz

 La Crítica de Kant

Parte 3: El tiempo y la Física moderna:

 La flecha del tiempo

 En la Relatividad Especial

 En la Relatividad General

 En la Mecánica Cuántica (I)

 En la Mecánica Cuántica (II)

Parte 4: Los viajes a través del tiempo:

 Los Problemas Filosóficos del Viaje en el Tiempo

 Análisis de las Paradojas del Viaje en el Tiempo

 Las Dificultades Teóricas de las Máquinas del Tiempo

Consideraciones finales
Parte 1: Las reflexiones de los antiguos griegos

El tiempo Cíclico

Como se anunció en la presentación, en esta serie hablaremos de las múltiples interpretaciones


filosóficas acerca del tiempo, a lo largo de la historia. Quizás no exista un concepto tan familiar y
corriente, y que a su vez esconda tantos enigmas y paradojas, como es el de tiempo. Alguno puede
pensar que examinar su naturaleza es simplemente tener ganas de discutir; pero, como veremos, cuanto
más se investiga sobre este concepto, más perplejos nos quedamos a causa de su inmensa complejidad.
Cuando se intenta describir lo que los humanos llamamos tiempo, frecuentemente se llega a una
confusión, acorde a la sinuosa y difusa naturaleza de este término. Se puede notar tal desconcierto en las
célebres palabras de San Agustín cuando, por fines del siglo IV, cuestionó:

¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar
luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando
hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el
tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.

Confesiones, XI, 14

El deseo por comprender el tiempo ha generado perspectivas muy variadas en las distintas civilizaciones
y en los diferentes períodos históricos. Los primeros hombres consideraban fundamentalmente que
tiempo era circular. Todo lo que comenzaba se desarrollaba y moría, y el proceso se repetía. A esta
concepción, de la que hablaremos en este artículo se la denomina tiempo Cíclico.

El concepto de tiempo se desarrolló en la antigüedad, a partir de la contemplación de la finitud, del


cambio, de la degeneración, de la vida y muerte, de los ciclos presentes en la naturaleza. La observación
de los astros –que surgió mucho antes que la propia Filosofía– fue de gran trascendencia, puesto que
motivó a los antiguos a creer que, tal como el Sol y la Luna, todo lo que existe es movimiento cíclico,
todo lo que perece luego renace. De hecho, en las grandes civilizaciones, surgió una pasión de carácter
artístico, por el afán de medir el transcurso del tiempo, y comprender la estructura de estos ciclos.

Calendario maya.
Por ejemplo, los mayas desarrollaron uno de los calendarios más sofisticados, basado en el conteo
ininterrumpido de los días, durante generaciones, y la observación permanente de los astros. Tuvieron la
necesidad de determinar un día cero inicial, al que ubicaron en el 13 de agosto de 3114 a.C. -de nuestro
calendario-, probablemente por algún suceso astronómico. Lo destacable es que no llevaban una sola
cuenta de los días, sino varias, sincronizadas brillantemente entre sí, siendo la más importantes la de 260
días llamada Tzolkin, dividida en 13 meses de 20 días –dado que la numeración maya es en base 20- , y
la de 365 llamada Haab, dividida en 18 meses de 20 días también, más otros 5 para completar el ciclo.
Combinaban estos dos calendarios, en la llamada Rueda Calendárica, creando un ciclo de 18.980 días
(el mínimo común múltiplo de 365 y 260). Es decir que cada 52 años del Haab, se cumplía un ciclo, que
podría entenderse como el ―siglo maya‖.

La avidez (u obsesión, quizá) por entender esta cualidad cíclica del tiempo, impulsó notablemente el
desarrollo de las civilizaciones antiguas. El florecimiento de la Filosofía en Grecia no fue la excepción.
Los primeros griegos pensaban que el transcurrir del tiempo iba desde el caos hacia el cosmos, para
luego regresar al caos, y así sucesivamente, en un ciclo eterno. Es decir que todo lo que nace en la
naturaleza, se degenera, deviene, y muere, para luego volver a nacer, y repetir el ciclo.

En realidad, el concepto de tiempo se desarrolló en la mitología antes que en la filosofía. Tal como
cuenta la Teogonía de Hesíodo, Cronos, el dios del Tiempo, temía ser destronado por alguno de sus
hijos, por lo que los iba devorando sin piedad, uno a uno al nacer. El mensaje que parece querernos
transmitir es que el tiempo es una fuerza capaz de destruir a todo aquello que se le interponga. Aunque,
como en toda mitología, también se presta para otras interpretaciones.

La noción cotidiana que generalmente tenemos sobre el tiempo es, en efecto, aquello que todo lo
degenera, que todo lo destruye, como puede ser nuestra propia vida: nacimiento, niñez, adolescencia,
adultez, envejecimiento y muerte. En este caso es notorio el pase del cosmos (orden) al caos (desorden).
Pero los antiguos le teníanpavor a la finitud; no podían aceptar de ninguna manera que, cuando un
evento terminase fuese el definitivo fin, sino que cada final debería ser causa del comienzo de un
nuevo suceso. Esto condujo a que, en la mayoría de las civilizaciones, surgiera la idea del la
reencarnación o la nueva vida después de la muerte.

Tales de Mileto. Desde los orígenes de la propia filosofía surgió la necesidad de explicar el mundo y el
ser, remitiendo al "tiempo".
Uno de los más antiguos filósofos griegos, considerado también como el primero de la historia fue Tales
de Mileto (sí, el del teorema matemático). Nacido entre los años 639 y 624 a.C., argumentaba que el
Agua es el arjé u origen, esencia y causa de todas las cosas, en la que se cree, fue la primera explicación
significativa del mundo físico. Tales reflexiona que el agua es la condición de la vida, del desarrollo, del
cambio en el mundo. No existe la materia inerte, todo está vivo; y es el agua el fundamento que impulsa
la naturaleza y le da sentido al transcurrir del tiempo. De este hombre no se conservan escritos; de
hecho, se cree que su filosofía fue transmitida sólo oralmente. Pero sí tenemos datos indirectos, gracias a
las menciones que hicieron de él, entre otros, Aristóteles y Diógenes Laercio. Éste último, en su obra
―Vidas de los más ilustres filósofos griegos‖, atribuye estas dos grandes frases a Tales:

Lo más grande es el espacio, porque lo encierra todo.

Lo más sabio es el tiempo, porque esclarece todo.

Uno de los discípulos de Tales fue Anaximandro, que nació por 610 a.C. Él fue un extraordinario
pensador y, como ahora veremos, un gran exponente de la concepción cíclica del tiempo. Anaximandro
tenía una interpretación del origen del todo más abstracta e interesante que la de Tales. Para él, no se
trataba de ninguno de los cuatro elementos de la naturaleza –agua, tierra, fuego y aire-, sino de algo
indefinido o infinito, a lo que llamó ápeiron. Porque la razón última de la existencia de las cosas
materiales, no podría ser justamente algo material, como el agua o el aire, sino que debía ser algo
indefinido, infinito y atemporal. Ahora bien, todo lo se desprende del ápeiron, todo lo que en la
naturaleza nace, se separa de este infinito e inmutable, para así comenzar a experimentar temporalidad;
desde entonces, está condenado al cambio, a la mutación, así como a la destrucción y desaparición, para
luego volver a surgir en un ciclo continuo, como Simplicio nos cuenta:

Anaximandro dijo que el ―principio‖ y el elemento de todas las cosas es ―lo infinito‖. Ahora
bien, a partir de donde hay generación para las cosas, hacia allí también se produce la
destrucción, según la necesidad [...] de acuerdo con la disposición del tiempo.

Anaximandro de Mileto. Pintura de Raffaello Sanzio.

Es sorprendente que estas consideraciones condujeron a Anaximandro a adelantarse una enorme


cantidad de siglos, a la teoría de la evolución de las especies. Según él, todas las cosas tienen un origen
común (el ápeiron), es decir, toda la existencia de los seres vivos se reduce a un ancestro común, tal
como Plutarco señala:

[Anaximandro] Dice además que el hombre, originariamente, surgió de animales de otras especies, porque las demás especies se
alimentan pronto por sí mismas, y sólo el hombre necesita de un largo período de crianza. Por ello, si originariamente hubiera sido
como es [ahora], no hubiera podido sobrevivir.

Otra conclusión que extrajo este filósofo, es que debe existir una multiplicidad de mundos, esto es, que
el nuestro no es el único. Él nos dice que a partir del ápeiron se generan todos los cielos y los mundos
que hay bajo ellos. Esos infinitos mundos nacen, duran un tiempo limitado y luego se disuelven, para
después volver a nacer, en un movimiento eterno. Todo lo que llega a ser cosmos (orden), debe culminar
en el caos (desorden), y repetir el ciclo hasta la infinidad.

Sin embargo, es muy importante diferenciar los conceptos de tiempo Cíclico con el de Eternidad, y no
confundirlos al considerar infinita la duración de ambos. Porque este último se refiere a la no
degeneración, al no cambio, al no ciclo, sino un a tiempo que no tiene principio ni fin, y que también es
interpretado como un no-tiempo. Del origen de este concepto tan pantanoso, que tiene implicaciones
profundas y abstractas, y que se contrapone drásticamente con lo visto hoy, hablaremos en la próxima
entrada.

Las épocas cambian, y hoy nos pueden parecer extrañas o tal vez ingenuas las afirmaciones de los
antiguos; pero la grandeza y riqueza de los filósofos griegos no reside en la veracidad de sus teorías, sino
en el modo en que pensaron y filosofaron en busca de la razón, en busca de comprender el mundo,
desligándose de los mitos y ligándose a la investigación crítica.
La Eternidad como el no-tiempo

Después de haber presentado esta serie, en donde hablaremos de las interpretaciones filosóficas más
trascendentes acerca del concepto del tiempo, a lo largo de la historia, hicimos un breve análisis –citando
a dos de los considerados primeros filósofos– de la concepción del tiempo Cíclico, en la Antigua Grecia.

Como vimos, una de las cualidades que implicaba esa interpretación, es el constante proceso del ―orden‖
al ―caos‖, para luego completar el ciclo desde el ―caos‖ hacia el ―orden‖. Se entendía que la naturaleza
del tiempo consistiría en una psicodélica secuencia ―caos-orden-caos-orden…‖ Pero, entonces, ¿qué fue
lo primero que inició esa secuencia? Como hablamos, Tales pensaba que lo primero (el arjé) era el agua;
en cambio Anaximandro supuso que era más abstracto e indefinido (el ápeiron).

En definitiva, esa continuidad de ciclos se mantendría durante un período infinito. Pero infinito no
significa eterno, porque este último alude a lo que no tiene principio ni fin, que no varía en ningún
momento, que no produce ciclo alguno, sino que permanece constante. De hecho, el concepto de
eternidad, en sus orígenes, era considerado como la negación del tiempo. De eso hablaremos en este
artículo, de las raíces de la noción de Eternidad, una noción fuertemente vinculada con uno de los
conceptos más abstractos e interesantes que la antigüedad: el Ser.

Heráclito, nacido en 544 a.C. en la ciudad de Éfeso, fue una de las figuras más notables entre los
antiguos. El impacto de su filosofía fue tremendo, ya que puso en relieve cuestiones fundamentales hasta
entonces no tenidas en cuenta. Heráclito fue probablemente el primero en reflexionar sobre el cambio, el
fluir de las cosas, el movimiento permanente, el devenir, la temporalidad. Él nos dice que todo en la
naturaleza está sometido a constante cambio, y que por tanto es imposible definir cualquier cosa que
pertenezca a ella, porque inmediatamente deja de ser lo que es para ser otra cosa. ―Todo fluye, nada
permanece‖ , señala, ―todo es inestable y mutable―. Esto implica que nunca una persona tendrá dos
veces la misma experiencia, ni verá dos veces lo mismo: el todo se renueva en cada instante; está
sometido a un constante devenir.

Heráclito de Éfeso, alias ―el Oscuro‖. Pintura de Raffaello Sanzio.


Es por esta reflexión que Heráclito decía que:

Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres.

O traducido de otra forma:

Un hombre no puede entrar dos veces en el mismo río.

Este filósofo nos habla del cambio en un sentido mucho más profundo de lo que intuitivamente
consideramos. Explica que la causa o razón por la cual existe este constante movimiento y devenir es
que siempre hay oposición, siempre hay elementos que se contradicen, que luchan y que dan origen al
cambio y fluir de las cosas. Sin oposiciones, la temporalidad no sería posible:

Sin hambre no hay saciedad; sin fatiga, no hay reposo; sin enfermedad, no hay curación. Si no hubiera injusticia, no habría justicia. [...]
La guerra es el padre de todo, el rey de todas las cosas.

Y plantea que el símbolo del cambio eterno, así como el arjé, de todas las cosas las cosas es el fuego, el
más mudable de los elementos, más inconstante que el agua y el aire; es el elemento que nunca reposa.
Para él, el fuego es el origen de la vida: ―el calor corporal es la expresión del alma‖. Pero también, es el
elemento que consume todas las cosas, que da vida y muerte. No es que él pensara que todas las cosas
estuvieran hechas de fuego; hablaba de este elemento sólo como un símbolo del devenir, del cambio y
del tiempo.

Algunos años más tarde, Parménides de Elea reflexionó sobre la idea misma del cambiar, del devenir y
del fluir de las cosas, y concluyó que la doctrina de Heráclito presenta una paradoja, que tal vez tú ya
hayas podido anticipar: el ser deja de ser lo que es, para ser otro ser. No lo tomes como un juego de
palabras. Como ahora veremos, es un asunto muy profundo y complejo, que lleva a conclusiones
verdaderamente radicales.

Parménides de Elea.
Aldeano: –Discúlpame Parménides, ¿qué es el ser?
Parménides (voz ronca): –Mmm… El ser es, más el no-ser no es. Jojojo.
Aldeano: –¡Muchas gracias, me quedó clarísima la explicación!

A partir de estos cuestionamientos, Parménides se convierte en el primer filósofo en plantearse el


problema del ser en sí mismo y en profundidad: qué es lo que sí es. Pensemos en lo siguiente: cuando
algo cambia, ya no es lo que en un principio era; su ser ahora es otro. Parménides considera que esto es
absurdo, pues ¿cómo puede surgir un ser a partir de algo que deja de ser, es decir, que no es? Él nos dice
que:

El ser es y el no ser no es.

Si el ser es y el no ser no es, no tiene sentido que surja algo que sí es a partir de lo que no es. Por lo
tanto, el cambio, el devenir, la mutación, son absurdos. Pero entonces ¿cómo es posible que nuestros
sentidos nos muestren un mundo de diversidad, de movimiento, de cosas que cambian? Parménides
explica que lo que nos muestran los sentidos sin ilusiones aparentes; lo que vemos con los ojos y
tocamos con las manos es el no ser. Si las cosas en el mundo pertenecieran al ser (si fueran reales), no
podrían cambiar, permanecerían estáticas, ya que es absurdo que el ser deje de ser lo que es para ser otra
cosa; en ese caso sería un no ser, lo que lleva a una contradicción.

A diferencia de Heráclito, Parménides considera a la diversidad y variedad de los fenómenos naturales


como simples ilusiones o aberraciones: como el no ser, en oposición a la realidad interna, única y
verdadera: la realidad delser, que es inmutable. El ser no tiene comienzo ni fin, no cambia de aspecto ni
de lugar, no es igual a nada sino a sí mismo, ni surge ni desaparece. En cambio el no ser no es más que
un mundo de apariencias del cual no podemos adquirir un conocimiento estable y firme. Sólo el
pensamiento lógico nos permite conocer algo. De ahí la idea de que pensar significa ser, significa
existir.

Este sistema de pensamiento de Parménides fue en su época el más abstracto jamás alcanzado por
filósofo alguno, ya que su concepto del ser no tiene ninguna relación con lo concreto. Cuando se intenta
dar una descripciónde lo que es el ser –abstracto y puro–, únicamente se podría decir que ―era‖, porque
al incluirle calificativo cualquiera se coloca al ser en el mundo de los sentidos y se lo hace perceptible
desde el mundo del no ser. Es imposible ir más lejos en esa abstracción…

En la izquierda el ser; en la derecha el no ser.


Todo muy interesante, pero… ¿qué tiene que ver esto con el tiempo? Bueno, como dijimos, el ser que
plantea Parménides es ajeno al tiempo, permanece sin cambios, inmutable, inmóvil, ingénito: eterno. Es
esta la primera noción que se desarrolla del concepto de Eternidad como un no-tiempo. ¿Eh?

Vamos por partes: en esta filosofía se diferencian claramente dos mundos: el ser, y el no ser. Según
Parménides, el mundo que estás contemplando ahora mismo, no es, es decir que estas viendo una
manifestación del mundo del no ser: ilusiones aparentes e irreales. Y, como dijimos antes, todas las
percepciones de este mundo, todo lo que nos muestra los sentidos, atañe al no ser, es decir, los colores,
los aromas, el movimiento, el cambio, el devenir, el tiempo. De tal manera, este filósofo concluye que el
tiempo pertenece al no ser, que el tiempo no es, que el tiempo no existe.

Aunque esto parezca muy difícil de asimilar, es una consecuencia lógica y necesaria de la noción de Ser.
Todo esto se basa en el hecho de que –a diferencia de Heráclito que postulaba que el ser está en
constante cambio y devenir– el ser es permanente, invariable, estático, eterno, es lo único que en verdad
existe, lo único que es. Parménides no podía aceptar de ninguna manera que el ser pudiera dejar de ser lo
que es, porque si fuera así no sería el ser que era, sino que sería un no-ser, por lo que entraría en el
mundo de la experiencia, en el mundo del no ser, y todo esto llevaba a una contradicción ya que ―el ser
es y el no ser no es‖.

O por ejemplo, si dijésemos que el ser es móvil, tendría que moverse a través de algo, pero
ese algo ¿es o no es? Cualquiera sea respuesta presentaría contradicción ya que si es, entonces estamos
hablando de la misma cosa: del ser –que es único y homogéneo-. Mas si no es, no tiene sentido puesto
que pertenece al no ser, el cual no es: no existe y nada puede surgir de o en él.

Ya sé que tal vez esté dando más vueltas que un planeta, pero quiero que quede claro este razonamiento
tan distante de nuestro sentido común, para poder avanzar sobre otras concepciones aún más abstractas y
profundas. Parménides nos muestra que el Ser es eterno y que niega necesariamente el transcurrir del
tiempo. La verdadera naturaleza del mundo es permanecer estática e inmóvil. El tiempo no sería sino
otra aberración más.

Lo que acabamos de ver en este artículo son las raíces del concepto de Eternidad; aún quedan muchas
cosas por decir de esto. Pero para no alargar el texto, lo seguiremos en otro, más adelante. En la próxima
entrada, hablaremos uno de los frutos intelectuales más transcendentes de la antigüedad, y que deriva de
las consideraciones hechas hoy: las Paradojas de Zenón.
Paradojas de Zenón

Habíamos presentado esta serie, en donde ya hablamos la concepción filosófica del tiempo desarrollada
por los primeros hombres: noción del tiempo cíclico que se repetirían hasta el infinito pero, como vimos,
que sea infinito no implica necesariamente que se trate de algo eterno, lo cual fue primeramente
interpretado como argumento de la inexistencia del tiempo.

Hoy continuaremos explorando otras argumentaciones que intentaron demostrar que eso que nos es tan
familiar, que damos por hecho y que no discutimos su existencia, puede en realidad no ser cierto.
Hablaremos de lasParadojas de Zenón, que pretendieron demostrar, a través de lógica, que tanto
el movimiento como el transcurrir del tiempo son puras apariencias ficticias, aberraciones de nuestros
sentidos, que no existen realmente, y que están llenas de contradicciones.

Uno de los discípulos de Parménides fue Zenón de Elea, nacido aprox. por 490 a.C. Zenón recibió gran
influencia de su maestro, pero no le bastaron sus ideas para conjeturar que el mundo cambiante y en
constante devenir que estás contemplando ahora no es más que una ilusión; y creía fervientemente que
había encontrado las herramientas lógicas para probarlo, a través de la reducción al absurdo.

Como la mayoría de los presocráticos, no se conservan escritos de este filósofo, pero conocemos su obra
gracias a las alusiones que hicieron Platón, Aristóteles y Simplicio, entre otros.

La primera paradoja o aporía que analizaremos es una de las más conocidas, llamada Paradoja de
Aquiles y la tortuga. En ella se cuenta que Aquiles, un veloz corredor, decide competir en una carrera
contra una tortuga. Convencido de su triunfo, Aquiles –ubicado en el punto A– le da una ventaja inicial
al animal –ubicado en el punto B–.

¡Comienza la carrera! En poco tiempo, Aquiles llega hasta el punto B, pero en ese momento se da cuenta
de que la tortuga ya no está ahí, sino que ha avanzado un poco, hacia un punto C. (Permíteme exagerar
un poco en las imágenes, para que se pueda entender).
Así que, decidido a ganar, Aquiles corre y rápidamente llega al punto C. Pero en esa instancia, se
observa que el animal ya no está ahí, sino que ha avanzado muy lentamente, pero ha avanzado al fin, un
pequeño tramo hasta un punto D.

De esta forma, cuando el corredor llegue al punto D, la tortuga habrá nuevamente avanzado una
pequeñísima longitud hasta un punto E; cuando llegue al E, habrá avanzado hacia un punto F, y así
sucesivamente, infinitas veces. Por mucho que acelere Aquiles, cuando llegue a donde estaba la tortuga,
ésta mantendrá cierta ventaja, aunque vaya disminuyendo cada vez más, nunca llegaría a cero, ya que se
necesitarían infinitas etapas, y para realizar una tarea de infinitas etapas, se necesitaría un tiempo
infinito. Por lo tanto el más lento nunca será alcanzado por el más rápido: ¡Aquiles nunca
ganará! Zenón concluye, de tal forma, que aceptar la existencia del movimiento, es decir la relación
entre espacio y tiempo, implica aceptar esta contradicción que nunca se ha visto en la realidad.

Pero, como probablemente has conjeturado, esta anécdota esconde un perspicaz error en el razonamiento
de Zenón. Antes de ir a eso, tenemos que analizar primero, otra paradoja propuesta también por este
filósofo.

En esta ocasión, pretende demostrar que Aquiles tampoco alcanzará a la tortuga, pero no porque ésta
lleve la ventaja, sino porque ¡Aquiles nunca podría siquiera moverse! Se plantea de la siguiente forma:
para recorrer el trecho que los separa, Aquiles primero debe recorrer la mitad de esa distancia, pero para
recorrer esa mitad, necesita primero recorrer la mitad de esa mitad, es decir, un cuarto del trayecto. Sin
embargo, para avanzar sobre ese cuarto del trayecto total, primero debe recorrer la mitad de ese pedazo,
lo que es igual a un octavo del tramo hasta la tortuga.

Por ejemplo, (si ya lo entendiste salta al párrafo siguiente) para atravesar esos 2 metros, primero debe
recorrer 1, sin embargo para completar ese metro debe antes recorrer 0.5 m., pero entonces, necesita
primero completar 0.25 m…

Para recorrer ese octavo, precisa primero recorrer un dieciseisavo, y así sucesivamente, infinitas veces.
De esta forma llegamos al mismo resultado que en la aporía anterior. Pero la conclusión que ahora extrae
Zenón, es que Aquiles nunca llegará a moverse –porque para hacerlo, primero tendrá que recorrer la
mitad, la mitad de la mitad, etc. y como son infinitos pasos, parece lógico imposible realizarlos–, el
movimiento es una ilusión. Y si nuestros sentidos indican que evidentemente sí es posible, es porque nos
engañan, tal como plantea la filosofía de Parménides de la que hablamos antes.

Ten en cuenta que, en la época en que fueron postuladas, estas conjeturas fueron extraordinariamente
revolucionarias, y causaron asombro y perplejidad hasta en los más intelectuales griegos. Obviamente,
hoy día podemos hacer algunas críticas, ya que se basan de premisas que pueden demostrarse erróneas.
Para empezar, estas paradojas se establecen sobre la idea de que el tiempo y el espacio, son infinitamente
divisibles. (Esta concepción de que todo es infinitamente divisible reinó, hasta la aparición de los
primeros atomicistas como Demócrito). Y por otro lado que la suma de esos infinitos ―trozos‖ de
espacio y tiempo es, por tanto, infinita.

Gracias al Cálculo Infinitesimal, desarrollado simultánea e independientemente por Newton y Leibniz en


el siglo XVII, sabemos que la suma de una serie de infinitos números, pude converger, es decir que
puede tener un límite. En otras palabras, la suma de infinitos números puede dar como resultado un
valor finito. No quiero aburrir con fórmulas matemáticas, pero en el caso de la paradoja anterior, la
suma de esa sucesión de mitades, es decir 1/2 + 1/4 + 1/8 + 1/16 +… da como resultado, exactamente 1.
Es decir, que dividiendo el trayecto en mitades y mitades de mitades, etc., infinitas veces, su suma es
sorprendentemente el valor del total del recorrido. De un caso similar ya habló Pedro en su artículo sobre
la Lámpara de Thomson.

Por otro lado, como dijimos, las aporías mencionadas aceptan que el tiempo y el espacio, son
infinitamente divisibles. En la actualidad, algunas teorías cuánticas predicen que el espacio y el tiempo
podrían estar cuantificados en unidades discretas. Un genio llamado Planck desarrolló por 1899, a partir
de unas pocas constantes físicas, los valores que tendrían esas unidades elementales y universales, que
hoy se conocen como Unidades de Planck (de las que también cierta vez mencionó Pedro).

Por ejemplo, a través de una hermosísima y sencilla ecuación que involucra las constantes G, h y c,
obtuvo el denominado Tiempo de Planck (aprox. 5.39124(27) × 10−44 segundos) que, en teoría, es el
intervalo más corto de tiempo que se pueda medir en nuestro Universo. Es decir que sería imposible
medir o percibir, de cualquier manera, alguna diferencia en el Universo en un intervalo de tiempo menor
a ése. (Actualmente esta teoría está en debate).

Así que, conjeturando que el espacio y el tiempo no son infinitamente divisibles, podríamos desmentir
las ingeniosas paradojas propuestas por Zenón. ¡Pero aguarda!, porque a este filósofo todavía le quedan
dos ases bajo la manga. Increíblemente, Zenón se adelantó casi veinticuatro siglos, y llegó a la
conclusión de que esa cuantificación también presentaba una profunda contradicción.

Se la conoce como la Paradoja de la Flecha y consiste en lo siguiente: consideramos que algo se halla
en reposo, cuando ocupa un volumen de espacio igual a sus propias dimensiones –al estar el espacio
cuantificado, un objeto encaja perfectamente–. Supongamos que el movimiento fuera posible y que un
arquero lanza una flecha. Si tomamos un instante irreductible de tiempo –por ejemplo un tiempo de
Planck–, la flecha no tendrá tiempo para moverse, es decir, se encontrará en reposo, ya que ocupa el
mismo espacio que sus dimensiones. Y por esta misma razón, la flecha estará en reposo durante
todos los períodos siguientes.
Zenón concluye nuevamente, aunque partiendo de una base contraria a las anteriores consideraciones,
que el movimiento es imposible. No creas que en su época nadie le discutía, ni mucho menos. Por
ejemplo Diógenes de Sinope, al escuchar que el movimiento era imposible, se levantó y, orgulloso,
afirmó: ―el movimiento se demuestra andando‖, lo que pudo poner en ridículo la imagen de Zenón. Pero
argumentativamente Diógenes no había demostrado nada, puesto que Zenón decía que el movimiento
era una ilusión aparente, y ése otro no habría hecho más que ofrecer una apariencia más…

Hasta Aristóteles más tarde cuestionaría este razonamiento, argumentando que si el tiempo no está
compuesto por ‗instantes‘ o por ‗ahoras‘, sino que es un continuo, ―la conclusión no se sigue‖. Por otro
lado, hay que tener en cuenta que el movimiento es justamente la relación entre un intervalo de espacio y
un intervalo de tiempo, por lo que si tomamos un ‗instante‗, éste no contiene tiempo alguno, no nos
sirve; y además el ‗reposo‘ también es la relación entre el espacio y un intervalo de tiempo, así que sólo
conociendo un ‗instante‘, no podemos saber la velocidad de nada, es decir si algo está en ‗reposo‘ o no.

Pero, insatisfecho y persistente, el filósofo de Elea propuso otra demostración más, en la que aludía que
el tiempo contradice nuestra intuición sobre el movimiento. Ésta se conoce como la Paradoja del
Estadio o de las Filas y se plantea así: supongamos que en un estadio, hay tres filas paralelas de
soldados, como muestra la imagen siguiente.

La fila de los soldados ―X‖ se mantendrá estática. Mientras tanto, la fila de los ―Y‖ se desplazará hacia
la izquierda y la fila de los ―Z‖, hacia la derecha. Terminarán llegando exactamente a mismo tiempo,
como muestra la siguiente ilustración.
Aquí parece que no hay nada anormal, y que todo está bien. Pero lo que Zenón extrae de esto es que la
fila ―Y‖ se movió dos lugares con respecto a ―X‖, y por otro lado los ―Z‖ se desplazaron cuatro lugares
con relación a los ―Y‖ en el mismo tiempo. Es decir que, puesto que la longitud de las filas es idéntica,
la velocidad de la fila ―Z‖ es el doble que el de la fila ―Y‖. Pero si los ―Y‖ se desplazaron cuatro lugares
con respecto a los ―Z‖, y éstos también se movieron cuatro lugares, significa que sus velocidades son
idénticas, ¿cómo es posible que no lo sean, al mismo tiempo? ¡¿Acaso poseen dos velocidades distintas
simultáneamente?! En conclusión, el filósofo afirmaba que aceptar al movimiento implica aceptar que la
mitad de un tiempo, es igual al total del mismo, una fatalidad total. Como decir 2 = 4.

¡No grites, por favor!, ya sé que si lees esto te dan ganas de arrancarte los pelos, pero sabe que, en la
época en que fue postulado, causó furor en todas partes. Para empezar, la premisa que se intenta
contradecir, es que un cuerpo se mueve con igual velocidad, en el mismo tiempo, tanto a lo largo de un
cuerpo en movimiento como lo largo del que está en ‗reposo‘. Como sabes, esto es falso, ya que está
comparando la velocidad de un objeto, desde dos sistemas de referencia distintos: obviamente las
velocidades medidas pueden lógicamente no ser iguales.

Si no caíste, me ofrezco a darte un ejemplo; si ya lo entendiste pasa al párrafo siguiente. Supongamos


estás en un vehículo ―A‖, conduciendo a 40 Km/h en dirección al norte. Es decir, que estás moviéndote a
esa velocidad con relación a un coche estacionado. Supongamos ahora, que se acerca otro vehículo ―B‖
a 20 Km/h, también en relación a alguien estacionado, pero en dirección al sur. Cuando pase por al lado
tuyo ¿A qué velocidad lo verás pasar? La respuesta es 60 km/h, porque al ser contrarias las direcciones,
a ti te parece que viene más rápido. Es decir, que desde tu punto de vista va a 60 km/h, pero desde el
punto de vista de alguien que está estacionado va a 20 km/h. En el caso ideal, ¿Quién tiene razón? Los
dos.

Es sorprendente que, estas aparentes paradojas –aunque fueran erróneas–, resultaron ser las primeras
huellas que predecirían el desarrollo de tanto el Cálculo Infinitesimal, como de las Leyes del
Movimiento de Newton y hasta la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein y la Mecánica Cuántica –
aunque parezca un poco exagerado–. (Por cierto, si no entendiste en el párrafo anterior por qué ―los dos
tienen razón‖, te recomiendo leer ―Relatividad sin Fórmulas‖, una de las mejores y entretenidas series de
Pedro, o bien adquirir su Librito).

Al final, en este artículo terminamos hablando más de matemática y física que de filosofía en sí. Sin
embargo, no quiero que dejes pasar por alto la gran calidad, ingenio filosófico y sobre todo coraje que
Zenón tuvo para ―desmentir‖ lo ―indesmentible‖, para ―negar‖ lo ―innegable‖, y en definitiva, para
hacernos reflexionar a vos y a mí.

Porque… puede que tal vez, Zenón y Parménides –al igual que Einstein, como veremos más adelante–
estén en lo cierto, y que el transcurrir del tiempo, no sea más que una insignificante y absurda ilusión…

En la próxima entrada, Platón y su Teoría de las Ideas.


Platón y las Ideas

En lo profundo de la historia de la humanidad, nació una palabra y, con ella, la necesidad de un


significado, que revoloteó sobre una incontable cantidad de mentes, en busca de hallarlo. Es el día de
hoy, que esa palabra continúa en la espera de encontrar una certera definición: ¿Qué es eso que
llamamos Tiempo?

En esta serie, ya hablamos de una de las primeras nociones filosóficas sobre el transcurrir, al que se le
atribuyeron características Cíclicas; y vimos cómo podría, al fin y al cabo, ser una ilusión, que esconde a
la verdadera realidad, donde juega la Eternidad como un no-tiempo, y cómo filósofos como Zenón
intentaron demostrarlo a través de ingeniosas Paradojas.

Hoy hablaremos de uno de los filósofos más trascendentes de antigüedad, en pos de desentrañar sus
concepciones de este término tan fantasmagórico, que es el tiempo. Por 427 ó 428 a. C. en Atenas,
nacía Platón, autor de una amplísima cantidad de obras en forma de diálogo, tales como La República,
Fedro, El Banquete, Timeo, Las Leyes, entre muchas. Fue el discípulo más importante de Sócrates, otro
gigante del pensamiento, del cual recibió gran influencia; y fue quien marcaría el camino del desarrollo
de la filosofía hasta nuestros tiempos.

De un modo similar a Parménides, de quien también recibió influencias, Platón distingue en la realidad
dos mundos separados: el mundo inteligible y el mundo sensible. A las manifestaciones del mundo
inteligible, las denomina ―ideas‖, y las apropia de cualidades como inmateriales, inmutables, eternas,
indestructibles, y en fin, nos encontramos con la concepción del Ser de Parménides. Sin embargo, a
diferencia de éste, Platón dice que esta realidad constituye el modelo perfeccionista del mundo sensible
–el mundo material, sometido al cambio, a la generación y destrucción, etc., es decir, la realidad que
percibes con los sentidos, y que resulta no ser más que una copia errada del mundo inteligible–. Esto
merece una explicación.

Aristocles, mejor conocido como Platón. Pintura de Raffaello Sanzio.


A esta concepción, Platón denominó Teoría de las Ideas, pero no la enunció como tal, sino que expuso
los fundamentos en sus distintas obras, por lo que es la base de toda su filosofía. (Parto de la premisa de
que comprendes los argumentos de Parménides, sino, puede que no interpretes correctamente lo que se
va a hablar).

Se cree que la gran diferencia entre los primeros hombres y el resto de los animales, fue la capacidad de
agrupar las cosas en conjuntos, desarrollando así el lenguaje. Al observar un árbol, por ejemplo, y ver
que existen otros objetos similares, decimos que hay muchos árboles. Pero ¿qué es ―árbol‖? No es un
árbol material, ni dos; es el conjunto de todas las características comunes que poseen ciertos objetos que
llamamos ‗árboles‘.

O por ejemplo, el significado de la palabra ―caballo‖, no es el caballo en concreto, es la idea que


tenemos de la estructura que compone cierto conjunto de objetos, que llamamos ‗caballos‘, sin importar
su tamaño, color, pelaje, sexo, edad, etc. Porque en definitiva, todos los caballos son elementos distintos,
ajenos los unos a los otros, al igual que los árboles, y sin embargo el humano tiene la asombrosa
capacidad de concebir las ideas, que engloban a todas las cualidades de cada conjunto de objetos y que
permiten clasificarlos. A este tipo de ideas, Platón las llama arquetipos.

Es decir, que las ideas son la esencia de las cosas del mundo sensible –el mundo que percibimos a través
de los sentidos–, son la cualidad absoluta que los define; y los objetos del mundo sensible, no son más
que un pálido reflejo del mundo de las ideas, es decir, que son conceptos relativos y subjetivos. No hay
que confundir las ideas con pensamiento; son cosas distintas. Los propios pensamientos necesitan de
arquetipos o ideas que estructuran y definen las cosas o conceptos que son representadas mentalmente.
Las ideas, por tanto, son algo superior, que subsisten sean pensadas o no, es decir independientes del
sujeto pensante.

Pero esto no sólo sucede con las cosas materiales, sino también por ejemplo con la belleza, la justicia,
la virtud, etc. Entonces ¿qué es la ―belleza‖? Cuando decimos que algo es bello, siempre podremos
encontrar algo aún más bello, es decir, que se acerque más al verdadero significado de
la idea ‗belleza‘. Un rostro bello, un paisaje bello, cambian, y lo que es bello para uno, puede no serlo
para otro: extraemos las cualidades de mutable y relativo. Sin embargo, la belleza sigue siendo lo que es,
absolutamente y eternamente, al igual que todas las demás ideas.

Por lo tanto, el verdadero significado de cada cosa, su esencia, sólo la encontraríamos en el mundo
inteligible, de las ideas, y nunca en la realidad sensible. Por ejemplo, nunca encontraremos un ‗árbol‘: tal
vez lleguemos a ver algo que se acerque mucho a lo que es la idea ‗árbol‘, pero en definitiva, ese objeto
no será un árbol. Se me ocurre graficarlo en una especie de diagrama de Venn, donde tenemos dos
conjuntos: la realidad inteligible y la sensible.
La flecha tiene ese efecto, para hacer énfasis en que lo que le corresponde al conjunto sensible, es una
tergiversación, una copia errada, una imitación burda, de la idea perteneciente al conjunto inteligible. En
consecuencia, Platón sabía que no sería nada fácil concebir y entender al mundo de las ideas, ya que
nacimos y vivimos en una realidad que sólo nos muestra esas ideas de forma imperfecta, errada, de las
que sólo podemos extraer opiniones relativas. En su obra La República lo expresa de la siguiente
manera:

Imaginaos una gruta subterránea donde los hombres yacen encadenados, de tal suerte que no conocen del
exterior más que las sombras que se proyectan y se mueven en las paredes de la caverna. Supongamos que
estos hombres son incapaces de comunicarse sus pensamientos. ¿No es cierto que todos estarían convencidos
de que las sombras son objetos reales? Supongamos también, que quitan las cadenas a uno de ellos y le
obligan a levantarse y mirar la luz del sol. No podría hacerlo sin dolor y la luz le impediría distinguir los
objetos reales de los que nunca vio más que las sombras. ¿Cuál sería la respuesta de ese hombre si le dijeran
que lo visto antes no eran más que sombras y que ahora es cuando contempla verdaderamente las cosas por
primera vez?

Y decía que algo parecido ocurre cuando intentamos elevarnos del mundo sensorial –del ver, oír, oler,
tocar, etc.– en el que nos hallamos ‗encadenados‘ por nuestros sentidos, hacia el mundo de la verdad, de
las ideas.

Sin embargo, a diferencia de Parménides (que le tenía tanto desprecio a esta realidad sensible, y que
afirmaba que es la manifestación del no-ser, es decir que no existe; en contraste con la absoluta,
perfeccionista, y verdadera realidad del Ser), Platón llega a la conclusión de que estos dos mundos están
íntimamente ligados y no acepta que el mundo sensible sea una mera ilusión. Aunque su ‗nivel de
realidad‗, por decirlo de alguna manera, no tenga comparación con el de las ideas, tiene
cierta consistencia, que permite que las ideas se manifiesten, al menos como sombras proyectadas por
los objetos reales.

Por consiguiente, ahora Platón se enfrenta a un gran problema: ¿en cuál de las realidades ubicar
al tiempo? Vimos que el mundo sensible se caracteriza fundamentalmente por el cambio y la
transformación, es decir por el transcurrir del tiempo. Pero también vimos que todas las cosas en esa
realidad son una vaga imitación de las ideas, del mundo inteligible. Entonces podríamos conjeturar que
lo que percibimos como ‗tiempo‘ en el mundo sensorial no es más que algo errado de la
verdadera idea ‗tiempo‘. Es decir que en el mundo sensible el tiempo estaría sometido al cambio, y que
la transformación está transformándose… mientras que en el mundo inteligible, el tiempo no deja de ser
lo que es, y permanece estático, eterno, aunque sea el símbolo del cambio.

Pero Platón no se dejó abrumar por aparentes contradicciones y concibió –hoy frase célebre,
frecuentemente malinterpretada– que:

El tiempo es una imagen móvil de la eternidad.

Si me vienes siguiendo, no debería parecerte una frase demasiado borrosa. Dice que es una imagen, es
decir, una atroz imitación de la eternidad inmóvil, del mundo de ideas. Por lo que, la verdadera
naturaleza de las cosas, es permanecer estática y eterna, y la ‗sombra‘ de esa inmovilidad es justamente
el cambio, el tiempo. Declara, por tanto, que la transformación, el movimiento, el devenir, son una
prueba contundente de que estamos contemplando ‗tiempo‘, un tiempo cíclico. Pero ten en cuenta que
‗tiempo‘ no es una idea; es la imagen de una idea, que es la eternidad.

Así que, a diferencia de Parménides, la eternidad ya no es la negación del tiempo, sino que es su
fundamento. Porque al depender el mundo sensible del mundo de las ideas, coherentemente el tiempo se
desprende de la eternidad. Además, Platón, se adelanta al pensamiento contemporáneo, ya que en base a
su filosofía se extrae que el ‗tiempo‘ es meramente subjetivo y relativo, como todas las ‗imágenes‘,
puesto que su objetividad absoluta, es una idea (la eternidad) que es perfecta y ajena al mundo sensorial.

No sé qué estarás pensando ahora, pero a mí me resulta estremecedor concebir que el tiempo –que en
esta filosofía se lo asocia al cambio, al movimiento– es un desperfecto reflejo de lo inmóvil, de lo eterno,
de lo infinito… Así lo expresaba en Timeo, donde también manifestó su concepción sobre el origen del
Universo:

[...] Entonces, como éste [impulsor del Universo] es un ser viviente eterno, intentó que este mundo lo fuera
también en lo posible. Pero dado que la naturaleza del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad no se le
puede otorgar completamente a lo generado, procuró realizar una cierta imagen móvil de la eternidad y, al
ordenar el cielo, hizo de la eternidad que permanece siempre en un punto una imagen eterna que marchaba
según el número, eso que llamamos tiempo. [...] Pues decimos que era, es y será, pero según el razonamiento
verdadero sólo le corresponde el «es»; y el «era» y el «será» conviene que sean predicados de la generación
que procede en el tiempo – pues ambos representan movimientos, pero lo que es siempre idéntico e inmutable
no ha de envejecer ni volverse más joven en el tiempo, ni corresponde que haya sido generado, ni esté
generado ahora, ni lo sea en el futuro [...] El tiempo, por tanto, nació con el Universo, para que, generados
simultáneamente, también desaparezcan a la vez, si en alguna ocasión tiene lugar una eventual disolución
suya, y fue hecho según el modelo de la naturaleza eterna para que este mundo tuviera la mayor similitud
posible con el mundo ideal [...]

Cualquier palabra que agregue de mi parte, caería bajo la imponente voz de Platón. Así que, espero que
extraigas tus conclusiones del anterior fragmento, teniendo muy en cuenta lo hablado. En la próxima
entrada, analizaremos con mayor énfasis la estructura del tiempo, más que su naturaleza general. ¿Qué
es el ―ahora‖?, ¿cuánto dura?, ¿existe? ¿El tiempo es continuo o discontinuo?
Según Aristóteles

Hoy comenzaremos con el heavy metal de la serie, analizando algunos conceptos específicos muy
interesantes, como son: el ―ahora‖, la naturaleza continua o discontinua del tiempo y del espacio, el
papel delobservador en la existencia de éstos, en infinito en división y en extensión, y otras cosas más.

En los últimos artículos, estuvimos hablando de la filosofía de Parménides sobre la Eternidad, como
argumento de la inexistencia del tiempo, y cómo sus influencias lograron que Zenón, intentara
demostrarlo por medio de perspicaces paradojas, y que Platón fuera más allá con su Teoría de las Ideas,
interpretando a la eternidad como fundamento del tiempo.

En esta ocasión, hablaremos de otros argumentos, que –en contraste con Zenón que decía que la
imposibilidad del movimiento es una prueba de que el tiempo no existe- plantean que el movimiento es
precisamente el fundamento de la existencia del tiempo, siendo el uno dependiente del otro.

Otro de los más grandes filósofos de la antigüedad fue Aristóteles, que nació en 384 a. C., y fue el
discípulo más importante de Platón. Pero que haya recibido tal influencia, no significa que la aceptara;
por ejemplo, criticó fuertemente a la Teoría de las Ideas. Por otro lado, fue quien desmontaría
definitivamente las Paradojas de Zenón, y quien hoy es considerado el padre de la Lógica. Además, el
gran pensamiento de este filósofo, lo llevaría a darse cuenta que eso que llamamos tiempo, no es un tema
para nada sencillo, y que merece excesivo detenimiento en su análisis.

Para Aristóteles, no tenía sentido dividir la realidad en un mundo al alcance de los sentidos y en otro que
esté más allá –como el mundo de las ideas, de Platón–, del cual no podemos extraer ningún
conocimiento partiendo de la experiencia y experimentación. Él pensaba que la esencia de las cosas se
encontraba precisamente en ellas, y que no era necesario duplicar este mundo –ya con todo el trabajo
que presume entenderlo– en otro perfeccionista, que habría que explicar también.

Antes de continuar, una pequeña aclaración: al igual que como vengo haciendo hasta ahora, y como
seguiré haciendo, cuando digo ―esto es así‖ o ―esto es asá‖, estoy queriendo decir ―el filósofo –de quien
estamos hablando– dice que esto es así o asá‖. Es decir, que no expongo la ―Ley Última‖. Por otro lado,
quiero comentar que este artículo te puede resultar un poco abstracto y contradictorio, así que te pido
que leas con paciencia.
Aristóteles le dedicó un gran empeño al estudio del tiempo, y se dio cuenta que viéndolo por el lado que
se lo vea, presenta una profunda incertidumbre. Una parte del tiempo ha acontecido y ya no es, y otra
está por venir pero aún no es: ¿el tiempo es o no es? Entonces ¿en qué parte nos encontramos nosotros?,
porque aparentemente somos –existimos–. Si decimos que existimos en el ahora –que parece ser el
límite entre el pasado y el futuro, es decir que en él no hay nada de pasado ni de futuro–,
este ahora debería ser parte del tiempo. Tengamos en cuenta lo siguiente:

1. Una parte es unidad de medida del todo.


2. El todo tiene que estar compuesto por partes.

Esto quiere decir, que para que un ahora sea parte del tiempo, debería tener duración, ya que si no la
tuviese, teniendo en cuenta el punto 2, el tiempo tampoco tendría duración (0+0+0+…=0). Pero si
un ahora tuviese duración, esto quiere decir que una parte ocurriría antes y otra después. Y si así fuese,
no sería propiamente el límite entre el pasado y el futuro, y no sería un ahora; entonces el ahora no
puede tener duración, y por consiguiente el tiempo no puede estar compuesto de ahoras. Aristóteles
hace una analogía con una línea, que no está formada por puntos, sino que éstos solo la delimitan y
permiten su continuidad. Y así como los puntos no tienen longitud, los ahoras no tienen duración.
Entonces, en un intervalo de tiempo –delimitado por ahoras-, se podrían encontrar infinitos límites
pasado-futuro: infinitos ahoras.

¿Y por qué no podría un continuo estar compuesto de indivisibles contiguos?, para que sea continuo no
pueden haber espacios vacíos intermedios. Pero esto no parece tener sentido, porque un punto tendría
que estar en contacto con el anterior y con el siguiente, es decir, una parte del punto con el anterior y otra
parte con el siguiente, pero… ¡el punto no tiene partes! Justamente por eso decimos que es indivisible.

Hay también otro problema con el ahora: si es siempre el mismo o si cambia siempre. Si fuera siempre
distinto, el ahora anterior sería destruido en el siguiente, pero esto no tiene sentido, puesto que los
ahoras no tienen duración, y entre dos de éstos hay una cantidad infinita de ahoras. Es decir que no
existe un ahora siguiente a otro, como en una línea no hay un punto seguido por otro. Y si el ahora, por
el contrario, ―permaneciese siempre el mismo, y las cosas anteriores y posteriores estuvieran en este
ahora presente, entonces los acontecimientos de hace diez mil años serían simultáneos con los
actuales‖…

Aristóteles concibe que el tiempo y el movimiento (o cambio; en esta filosofía es indiferente, por el
momento) están estrechamente relacionados. Pero no son lo mismo puesto que el movimiento sólo está
en aquello que es movido, en cambio el tiempo se encuentra homogéneamente en todos lados –pensaba-,
y además el primero puede ser rápido o lento, es decir que está determinado por el tiempo, mientras que
el tiempo no parece estar determinado por el tiempo.

Cuando no observamos cambio, es decir, sino percibimos diferencia de ahora, parece que no hubiera
transcurrido tiempo alguno. Pero cuando se es consciente del cambio o movimiento, se dice que ha
transcurrido tiempo. Entonces el filósofo concluía que:

 Sin movimiento no hay tiempo.


 Sin tiempo no hay movimiento.
 Sin alma que perciba el movimiento, no hay tiempo.
Declara que algo que no es digno de observación, no es prudente afirmar que pueda existir. Nota la
dureza con que encara este filósofo a la interpretación de la naturaleza, y cómo aplasta a la filosofía de
Platón y Parménides.

Como hablamos en las paradojas de Zenón, el movimiento lo percibimos únicamente cuando


disponemos de un intervalo de tiempo. Entonces si tomamos a un ahora como unidad y no como el
límite anterior-posterior, no encontramos movimiento y no parecerá que hubiera transcurrido tiempo.
Pero si percibimos un antes y un después, entonces hablamos de tiempo. Así que la definición de
Aristóteles era:

El tiempo es el número del movimiento según el antes y el después.

Y explicaba diciendo que, distinguimos lo mayor y lo menor por el número, y el movimiento mayor o
menor por el tiempo, por lo tanto el tiempo es un número: el número del movimiento. Pero no hay que
interpretar a número como aquello con lo cual numeramos, sino aquello que es numerable. Así que
existe tiempo sólo cuando el movimiento comporta un número (cuando hay movimiento) y existe
un alma capaz de percibirlo. ―Si no existiese nadie que numere ¿podría existir el número?‖ Si no
existiese nadie que perciba el tiempo ¿éste existiría?

Pero… ¿el tiempo es número con respecto a qué movimiento?, ¿a cualquiera? Si los movimientos
pueden ser rápidos y lentos, ¿así también el tiempo? (Sé que esto te puede sonar a Relatividad, pero eso
lo dejaremos para otra entrada). La cuestión reside en qué interpretamos por ―número‖. Por ejemplo, si
tenemos 20 caballos y 20 árboles, estos dos conjuntos comparten el mismo número, pero lo que no
comparten es el ser. De un modo similar, los movimientos pueden ser distintos en su ser, pero su
número, en cierto sentido, siempre será homogéneo y absoluto: el tiempo.

Además no solo es la medida del movimiento, sino también del ‗reposo‘, aunque parezca un poco
contradictorio. Porque decir que no existe movimiento, no implica afirmar que existe reposo. Ya que el
reposo ―es en el tiempo‖ es decir que es medido por el tiempo, como hablamos en las paradojas de
Zenón. Para afirmar que algo está en reposo, precisamos necesariamente tiempo, para asegurarnos de
que no está en movimiento. Pero que no esté en movimiento no significa que no esté en tiempo, ya que el
tiempo no es un movimiento.

Estos conceptos son muy importantes ya que permiten profundizar en la no-temporalidad de los ahoras,
y en la continuidad, es decir la no-cuantización del tiempo. Dijimos que sin movimiento no hay tiempo,
y sin tiempo no hay movimiento. Supongamos que en un ahora, efectivamente hubiese tiempo, y por lo
tanto también movimiento (presumiendo la cuantización del tiempo). Supongamos además, que un
objeto recorre una distancia AB en el lapso de tiempo que dura un ahora. Otro objeto un poquito más
lento que éste, recorrería AB en un tiempo un poquito mayor, por ejemplo en un ahora y medio. ¡¿En un
ahora y medio?! ¡¿no habíamos presumido que el ahoracontendría la unidad indivisible de tiempo?!

Por otro lado, el ahora, que se encuentra después del pasado y antes del futuro, si tuviera duración,
quiere decir que podríamos tomar un punto medio arbitrario como muestra la imagen:
Este punto medio, como está después del pasado, necesariamente estará en el futuro, pero también, está
antes del futuro, por lo que estará en el pasado. ¡¿Cómo puede estar en el pasado y el futuro
simultáneamente?! Absurdo. Por tanto, nuevamente, el ahora no puede tener duración y el tiempo debe
ser continuo, concluye Aristóteles.

Y el movimiento también necesariamente debe ser continuo e infinitamente divisible. Supongamos que
no lo fuera, y que existen unidades mínimas de espacio. Supongamos ahora, que hay una distancia ABC,
cuyas partes A, B y C son ―átomos de espacio‖ indivisibles, y tú decides recorrerlos caminando
(permíteme exagerar un poco). Sabemos que ―por ej., si un hombre camina hacia Tebas, es imposible
que esté en camino hacia Tebas y al mismo tiempo haya completado su camino hacia Tebas―. Entonces,
mientras estabas pasando por A, hacia B, no es posible que hayas completado A. Es decir que en ese
momento estabas en un estado intermedio. ¿Pero no habíamos supuesto que A es indivisible? Por lo
tanto el movimiento debe ser divisible y continuo, y no puede estar compuesto por movimientos ya
cumplidos.

Te habrás dado cuenta que el arma favorita de Aristóteles para elaborar su filosofía era la
poderosa reductio ad absurdum.

Como consecuencia de lo anterior, reafirmamos que el tiempo debe ser inevitablemente continuo.
Analicemos el siguiente caso. Supongamos que tenemos una distancia y un objeto A que la recorre en un
tiempo T. Otro objeto B, más rápido que A, recorrería esa misma distancia en un tiempo menor, por
ejemplo en ½T. Y otro objeto C, un aún más rápido que B, lo haría en un tiempo todavía menor, como
¼T, y así sucesivamente, podremos encontrar todas las fracciones que se nos den la gana de un tiempo
cualquiera. Siguiendo este razonamiento, Aristóteles declara que el tiempo debe ser continuo e
infinitamente divisible.

Por otro lado, hasta aquí estuvimos hablando de qué no es el ahora. Que no posee duración, que en él no
hay movimiento ni reposo, que no constituye ni es parte del tiempo pero que permite su continuidad, que
dos ahoras no son contiguos… Entonces ¿qué demonios sí es un ahora? Aristóteles admite que es un
concepto borroso; lo menciona como ―un accidente del tiempo‖, pero sin embargo ―si no hubiese ahora,
no habría tiempo‖ (ya que si no hubiera un límite entre el pasado y el futuro, entonces…) y además dice
que siempre es el mismo pero nunca es el mismo. Es decir que, como vimos, no es posible que un ahora
sea reemplazado por el siguiente, ya que no hay siguiente, pero tampoco podría permanecer por siempre
el mismo. Entonces, confiesa que el ahora es siempre el mismo en número, pero distinto en ser, como el
ejemplo de los caballos y los árboles que mencionamos arriba.

Una de las consecuencias de la continuidad del tiempo, es que todo lo que está moviéndose, tuvo que
haberse movido ya antes. ¿Sí? ¿Seguro? ¿Y cuánto necesitó moverse antes? ¿Mucho? ¿Poco? Infinitas
veces. Esto es sencillamente porque cuando decimos que algo está en movimiento, tuvo que empezar a
moverse en algún momento, ya sea hace medio segundo como seiscientos millones de años, y como
dijimos, entre dos ahoras, cualesquiera hay infinitos ahoras intermedios. Es decir que cuando algo
comienza a moverse (o cambia de velocidad), ya lo hizo antes infinitas veces.
Por ejemplo, cuando un gato muere, no podemos decir ―Bueno, a partir de este instante hacia atrás, el
gato vivía, y a partir de este mismo instante para adelante, el gato ya no vive‖, porque ya murió
infinitas veces antes. Ya que entre el instante en que vivía y en el que no vivía, hay infinitos ahoras. Si
esto no fuera así, tendríamos que aceptar que los ahoras son contiguos y que por lo tanto necesariamente
deben tener duración, y entonces nos enfrentaríamos con las paradojas hoy habladas…

¿Infinitas veces? Según Zenón, decir que algo es infinito es sinónimo de imposible. Pero Aristóteles se
encarga de diferenciar dos tipos de infinitos: el infinito en división y el infinito en extensión. La
diferencia es clara: por ej.: ―un intervalo de una magnitud cualquiera es infinito en división‖ –es decir
que se puede dividir indeterminadas veces-, pero NO es infinito en extensión –ya que la extensión del
intervalo es finita-. Con esta diferenciación de infinitos resalta con rojo el gran error de Zenón, ya que al
elaborar sus paradojas, evidentemente los confundía.

No me quiero extender demasiado, pero supongo que este artículo te da una idea bastante clara de la
riqueza filosófica y el grandísimo genio de Aristóteles, adelantado varios siglos a su época, y que no por
nada hoy se lo considera el padre de la Lógica.

En la próxima entrada hablaremos de cómo cambia el concepto de tiempo desde el Cristianismo.


Parte 2: Idealismo y Mecanicismo:

Desde el Cristianismo

Hasta lo que va de la serie, estuvimos hablando de distintas concepciones filosóficas sobre el tiempo en
la antigüedad, pero todas ellas sentadas sobre la base de la noción del tiempo cíclico y también de
la eternidad –no como un tiempo infinito, sino como negación del tiempo–. Ahora llega el momento de
explorar otras bases, por decirlo de alguna manera, muy interesantes, que se contraponen drásticamente
con lo visto hasta aquí, y que revolucionarían la forma en que la humanidad interpreta al tiempo.

Ya después de haber hablado de las reflexiones de los antiguos griegos –mencionamos a Tales,
Anaximandro, Heráclito, Parménides, Zenón, Platón y Aristóteles–, nos toca remontarnos sobre el año 0,
para zambullirnos en las consecuencias filosóficas a partir del surgimiento del Cristianismo, sobre
qué se entiende por tiempo, y la importancia de análisis psicológico y moral de éste.

Un comentario: este artículo NO pretende ser de carácter religioso, sino centrarse en aspectos
filosóficos, de forma lo más laicamente posible. Mi intención es exponer las ideologías, lo cual no
significa un acuerdo ni desacuerdo por mi parte.

Con la llegada del pensamiento cristiano, no se podía aceptar de ninguna manera que el tiempo pudiera
tener características cíclicas. Esto es porque la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo es un
episodio único e irrepetible en la historia humana, y marca la razón de su existencia. Además, se
establece un punto de Creación, antes de lo cual nada había, por lo que se entiende que el tiempo surgió
con el Universo y acabará junto con él en el Día del juicio final, lo que nos muestra la imposibilidad de
los ciclos eternos –en el sentido de tiempo infinito– que planteaban los griegos.

Además, Aristóteles había instaurado un ‗axioma‘ fundamental, tanto a nivel físico como filosófico, que
es que el movimiento sólo puede tener lugar cuando existe alguien o algo que impulsa al objeto que se
quiere mover. Es decir, que por naturaleza, todos los objetos tienden a encontrarse en reposo, y para que
se muevan alguien o algo los debe impulsar. Al principio, esta proposición pareció convincente. Pero
empezaron a surgir problemas, como por ejemplo, el que una flecha continúe en movimiento después de
haber sido soltada por el arquero. Mientras está en el aire ¿quién la está impulsando para que su
movimiento continúe? En fin, con la llegada de Galileo y Newton, el problema fue resuelto, pero no nos
adelantemos demasiado en la historia.

¿Y qué tiene que ver esto con lo que empezamos a hablar antes? Que este planteamiento conducía
necesariamente a un no-origen absoluto del Universo, ya que el primer movimiento debió ser impulsado
por otro movimiento, y este otro movimiento debió ser impulsado a su vez por otro movimiento, el cual
necesitó ser impulsado, etc. Entonces, no tendría sentido hablar de un primer movimiento que diera
origen al Cosmos. Pero con el pensamiento cristiano se rompe este concepto, porque se establece un
origen definido y absoluto del Universo, que recibió existencia por la voluntad de Dios. Sin embargo,
Dios no necesitó ningún impulsor, ya que él siempre existió.

Estas características de no reiteración, de comienzo y fin, de encaminamiento progresivo: conforman lo


que llamamos Tiempo Lineal. En contrapuesta, se establece otro tipo de ―transcurso‖ que
subyace fuera de lo que conocemos como Universo, y que es atributo de Dios, es decir, la Eternidad.
Pero como vimos, este concepto puede interpretarse de distintas maneras:
1. Eternidad como un tiempo infinito. Algo aproximadamente, concebible por la mente humana, ya que en la
experiencia percibimos los cambios, los movimientos, la degeneración, etc., lo que nos permite tener una noción
finita del transcurrir. Para entender el concepto, hay que ampliar ese transcurrir a un marco infinito. (Como una
película que no tiene comienzo y no acaba nunca. Siempre que la mires, verás cosas distintas).
2. Eternidad como negación del tiempo. Es decir, un reposo infinito, inmutable, atemporal, que de todo lo que
existe allí, sólo se puede decir que es. No será, puesto que eso implica un transcurrir, una no-igualdad con un
estado anterior. Tampoco se puede decir que era, por el mismo motivo. (Como si tomaras una película y le
pusieras pausa, para siempre. Siempre que la mires, verás exactamente lo mismo).
3. Eternidad como fundamento del tiempo. Esto sí es verdaderamente abstracto y muy difícil de concebir por la
mente humana. No se está queriendo decir que hay un reposo infinito, que no hay cambio, etc., sino que lo
que fue, lo que es y lo que será sucede todo a la vez en un ‗es‘. (Recordemos que ser, se toma como sinónimo
de existir). Lo que ya aconteció y lo que acontecerá suceden simultáneamente en un acontecer presente. En
realidad, esta definición es producto de que vivimos en un Universo en que las cosas que suceden, terminan de
suceder y ese suceso deja de existir, y no nos es posible asimilar los acontecimientos de otra forma distinta. Por
ejemplo, si te dijera que además de un pasado, presente, y futuro, existe un cuarto estado o modo de sermás ¿lo
podrías visualizar? Para mí, es terriblemente difícil. De la misma manera, como existimos en un Universo de
tres dimensiones espaciales, no podemos visualizar una cuarta dimensión espacial. (Siguiendo la analogía de la
película, es como si ésta fuese infinita cual el caso 1, aunque los acontecimientos pasados y futuros suceden
simultáneamente, si bien nunca dejan de existir. Hay movimientos, suceden cosas, pero nuestras nociones de
pasado y futuro no nos sirven para asimilar esto).
4. Eternidad como inmortalidad, es decir, interpretada como sinónimo de vida interminable, en muchas
teologías. Pero no pretendo aquí entrar demasiado en ese campo.

El punto 3 deja, no sin razón, muchas dudas, así que vamos con un ejemplo. En un tiempo lineal
podemos, por ejemplo, romper un vaso, lo que implica tres etapas:

1. Vaso íntegro
2. Acción de romper
3. Vaso roto

Analicémoslo un momento. Cuando el vaso está íntegro, evidentemente aún no está roto. Cuando se
rompe, ya no es íntegro. Es decir que los estados 1 y 3, no pueden ser simultáneos. Y para que exista el
estado 3, necesariamente deben primero existir y luego dejar de existir los estados 1 y 2. Todo esto
parece muy obvio, pero si el tiempo no fuese lineal, sino ‗eterno como fundamento del tiempo’ las cosas
serían muy, muy distintas.

Si quisiéramos romper el vaso en esta ―configuración de tiempo‖, no haría falta: ya estaría roto. ¡Ah!,
pero para que esté roto, primero debió estar íntegro. No, porque simplemente no existe un primero, ni
un después — el vaso está íntegro y roto simultáneamente y la acción de romper no empieza ni culmina,
sino que permanece. Esto parece una contradicción rotunda, ya que vivimos en un Universo donde los
acontecimientos siguen un orden onúmero, tal como definían Platón y Aristóteles.
Agustín de Hipona. Pintura de Sandro Botticelli.

De modo que la filosofía cristiana, se fue desarrollando en base a estos dos sistemas temporales: por un
lado el tiempo lineal en el mundo terrenal, y por otro lado el tiempo en o de Dios: la eternidad –
concebible por los humanos, por medio de la fe–. Uno de los más importantes filósofos dentro de esta
doctrina, fue Agustín de Hipona (354-430) –citado al comienzo de la serie–, que profundizó los trabajos
de Aristóteles que cuestionaban si el tiempo es o no es, y si, por tanto, es algo físico o psicológico.

Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no
habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y
futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es él y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese
siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser
tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que existe éste, cuya causa o razón de ser está en
dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no
ser?

Agustín, así, toma como punto de partida una reflexión aristotélica: si lo que sucedió ya no es, lo que
sucede no se detiene para ser, y lo que sucederá aún no es, ¿el tiempo, pues, es o no es? Como
argumento, respondería que percibimos el ser del tiempo porque tanto el pasado como el futuro son, es
decir que existen, pero no en el movimiento –como decía Aristóteles– sino en el alma:
entiéndase entidad, mente, conciencia. Por lo tanto el tiempo deja de ser algo físico –que, de ser así,
estaría compuesto de no ser, lo que lleva a una contradicción– para ser algo puramente psicológico y
perceptivo.

Afirmaba, entonces, que no existe uno, sino tres tipos de presentes: el presente del pasado, el presente
del presente, y el presente del futuro, que únicamente pueden ser en un alma. Pero no es un presente que
permanece –que de ser así estaríamos hablando de eternidad, no de tiempo– sino que es un presente que
deja de ser, pero que no es destruido completamente. Sino ¿cómo puede ser concebido lo que
constantemente deja de existir, y no se detiene en ningún momento para ser? Como si te mostraran una
película cuyos fotogramas permanecen cero segundos, es decir, no permanecen tiempo alguno de modo
que los puedas ver. ¿Cómo es posible, entonces, que podamos percibir el cambio? Allí radica el papel
fundamental del alma en esta cuestión, que nos muestra lo que ya no existe, de modo que podamos
armar una secuencia de infinitas etapas, que asimilamos como tiempo. Por ejemplo, cuando visualizas
algo que viste en el pasado, estás contemplando cosas que ya no son, cualidad que según este filósofo, es
propia y única del alma.

Consciente de la linealidad del tiempo, Agustín admite que éste no pudo surgir en algún otro momento
que no fuera el punto de Creación. Pero ¿qué quiere decir ―en algún otro momento‖? Decir esto, está
indicando necesariamente la presencia de tiempo, aunque paradójicamente estamos tratando de hallar el
momento en que surge éste. Por lo tanto, la proposición ―el tiempo surgió en tal momento‖ carece de
sentido; de la misma forma que decir ―el Universo surgió en tal lugar‖.

Recordemos que más allá de lo que realmente sea el tiempo, los humanos no somos máquinas de captar
realidad, sino que estamos limitados por los sentidos y nuestra mente, que actúan como un filtro,
quedándose con ciertas cosas y desechando otras. Estas ideas constituyen las doctrinas idealistas. Por
poner un ejemplo, un mismo estímulo puede generar múltiples percepciones:

―El Viejo y el Río‖, pintura de Octavio Ocampo.

¿Qué ves allí? ¿Un hombre montando un caballo? Aléjate unos metros del monitor. Bueno, pero ¿qué se
quiere decir con esto? Que por más que el tiempo sea algo ―homogéneo‖, cada persona puede percibirlo
de distinta manera. ¿No has notado alguna vez que ciertos días parecen más cortos o largos que otros?,
¿o que cuando estás disfrutando de algo, el tiempo ‗pasa volando‘? Así de compleja y mucho más, es la
mente humana. Si quieres profundizar un poco sobre el radical papel de la observación, puedes leer
la entrada de Awaca.

De esta forma, filosofías como la de Agustín, plantarían la semilla del análisis psicológico de nuestra
percepción del tiempo. Este pensador hace además otra interesante reflexión, en Confesiones XI (presta
mucha atención, por favor):
Y, sin embargo, Señor, sentimos los intervalos de los tiempos y los comparamos entre sí, y decimos que unos
son más largos y otros más breves. [...] Mas los pasados, que ya no son, o los futuros, que todavía no son,
¿quién los podrá medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se puede medir lo que no existe. Porque
cuando pasa el tiempo puede sentirse y medirse; pero cuando ha pasado ya, no puede, porque no existe. [...]
Mido el tiempo, lo sé; pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende por
ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Acaso los tiempos que
pasan, no los pasados?

Cuando medimos el tiempo ¿qué estamos midiendo realmente? Aristóteles respondería regodeándose
―¡El movimiento!‖. Pero Agustín analiza el asunto desde otra perspectiva. ¿Cómo podríamos medir el
pasado que ya no es, y el futuro que aún no es? Lo único que podríamos medir, es el ―pasar‖ del
presente, pero no el presente mismo, ya que éste no posee duración. Pero si no posee duración ¿cómo es
posible que podamos medir algo de él? Este filósofo reflexiona que la única forma de que esto sea
posible, es por medio de un alma, como dijimos, que tiene la cualidad de mostrarnos lo ya no existe y
que ‗secuencia los fotogramas‘. Concluye, entonces, que el tiempo de por sí solo, no existe como algo
físico, si no es asimilado por alguien, y hasta propone que el alma misma sea finalmente eso lo que
llamamos tiempo.

Mecanismo de un reloj de resortes, alias Máquina de infierno

Por otro lado, en el fragmento anterior cuestiona, desafiante ―A no ser que se atreva alguien a decir que
se puede medir lo que no existe‖. Medir cosas que no existen, y por tanto medir el tiempo, era
considerado privilegio único e irrefutable del alma. Por eso, la difusión del reloj mecánico autómata, por
sistemas de engranajes, en los siglos XIII y XIV, fue de gran trascendencia filosófica, ya que extendió
una noción cada vez más laica del tiempo. Primeramente, el reloj mecánico fue considerado por muchos
teólogos como una máquina del infierno, que usurpaba el derecho divino del alma: medir el tiempo.
Esto parece un poco irónico, ya que algunos años después, se empezarían a montar enormes relojes,
precisamente en las iglesias.

Por el siglo XIII, además, otro importante filósofo, Tomás de Aquino, se encargaría de ―acoplar‖ la
filosofía de Aristóteles, con las doctrinas de la Iglesia, que hasta entonces se consideraban
incompatibles, reivindicando la importancia del análisis físico del tiempo. Este sería el puntapié inicial
para que más tarde, con la llegada de imponentes figuras como Newton, Leibniz, entre otros, se iniciara
una revolución sobre qué entendemos por tiempo. Así que de eso hablaremos en la próxima entrada.
(No, no me canso de escribir).
Newton vs. Leibniz

Por fin llegamos al punto de la historia en donde se formaliza el estudio de la naturaleza, que por
entonces se llamaba Filosofía Natural y que hoy denominamos Física. Más que ―formalizar‖,
convendría decir que recibe un gran impulso, mejor dicho, un gigantesco impulso, desde Copérnico
hasta Newton, durante los siglos XVI y XVII.

Este bum científico, que ha sido considerado por muchos como el más importante de la historia,
revolucionó la forma de entender el mundo y nuestro lugar en el Universo. Como principal figura en este
escenario, el omnipresente inglés Isaac Newton (1643-1727), desarrolló –entre otras cosas– una
explicación matemática sólida para el movimiento de los cuerpos y sus interacciones, además de la Ley
de la Gravitación Universal.

Un contemporáneo de Newton, fue el alemán Gottfried Leibniz (1646-1716) –de muy interesante
pensamiento–, que estuvo enfrentado con el inglés, por varios motivos, como fue la disputa por quién
había descubierto primero el Cálculo Infinitesimal, y otros aspectos físicos y filosóficos interesantes,
como la naturaleza del tiempo y el espacio: si éstos son absolutos o racionales, si son objetivos o
subjetivos, por ejemplo, si dependen de los cuerpos y movimientos o son independientes de ellos, entre
otras cosas, que explicaremos en este artículo.

Antes que nada, un breve repaso: en las últimas entradas de esta serie estuvimos hablando de la
riquísima reflexión de Aristóteles sobre el tiempo, que defendía cuestiones como la continuidad, es
decir, la infinita divisibilidad del tiempo, la no temporalidad de los ahoras y la necesidad del movimiento
y del sujeto consciente. Además echamos un vistazo a cómo cambia el concepto de tiempo y el de
eternidad, con la aparición del Cristianismo, y cómo se plantea un tiempo lineal. Ahora sí, empecemos
con el tema de hoy.

Isaac Newton. Pintura de Godfrey Kneller.


Ocasionalmente, encontramos en algunos textos afirmaciones como ―tanto Aristóteles como Newton
concebían que el tiempo era algo absoluto; los dos compartían la misma concepción del tiempo‖, lo cual
es algo totalmente errado. Aunque estos dos personajes estuvieran de acuerdo con la naturaleza
‗homogénea‘ del tiempo –es decir, que siempre transcurre al mismo ritmo–, diferían en un montón de
aspectos.

Como vimos, Aristóteles decía que sin movimiento, sin cambio, no hay tiempo, y por tanto definía a éste
como la medida del movimiento, agregando la condición de la necesidad de un alma que perciba el
cambio: si nadie lo percibe no se puede decir que exista como tal. Pero Newton afirmó que el tiempo es
algo puramente objetivo y físico, que fluye sin relación con nada externo. Sería, junto con el espacio,
como un gran contenedor del acontecer físico, que fluiría independientemente de si hay cambio o no lo
hay, o si hay sujeto o no. Es decir, que el tiempo no es la medida del cambio ni de ninguna otra cosa,
aunque vulgarmente utilizamos algún movimiento –el de las agujas de un reloj, el del planeta, el de las
estrellas, etc.– que nos dan una noción relativa del tiempo, y que usamos en vano para intentar
aprehender lo que en verdad es el tiempo, el tiempo absoluto.

De este modo, este inglés se encarga de diferenciar el tiempo absoluto y verdadero, del relativo y vulgar,
en su obra Principios Matemáticos de la Filosofía Natural:

El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su propia naturaleza sin relación a nada externo fluye
uniformemente, y se dice con otro nombre ―duración‖. El tiempo relativo, aparente y vulgar es una medida
sensible y exterior, precisa o imprecisa, de la duración mediante el movimiento, usada por el vulgo en lugar
del verdadero tiempo; hora, día, mes y año, etc. [...] Es posible que no exista un movimiento uniforme con el
cual medir exactamente el tiempo [absoluto]. Todos los movimientos pueden ser acelerados o retardados, pero
el flujo del tiempo absoluto no puede ser alterado.

Si el tiempo es homogéneo, quiere decir que cualquier parte que tomemos de él, debe ser exactamente
igual a cualquier otra de la misma duración. Entonces, el tiempo no podría haber tenido origen ni fin, ya
que esos límites romperían con la naturaleza homogénea del tiempo. El tiempo debió existir desde
siempre y por siempre, independientemente de cuándo Dios decidiese crear al Universo (entendamos
―Universo‖ por materia, en este caso); lo mismo sucede con el espacio. El tiempo absoluto, entonces, se
extiende desde el infinito hasta el infinito, sin relación alguna con los objetos.

Galileo Galilei había demostrado que no existen los movimientos absolutos, sino que éstos son relativos.
Esto quiere decir que si alguien está en movimiento uniforme –velocidad constante– por ejemplo en un
barco, desde su punto de vista, no existe forma de comprobar si en verdad está en movimiento o se
encuentra ‗fijo‘. Newton no niega la relatividad del movimiento, pero sí la del tiempo y del espacio.
Como vimos, al tiempo relativo lo llama vulgar, y dice que es el tiempo subjetivo intuitivo que tenemos
habitualmente, por ejemplo, cuando algunos días nos parecen brevísimos y otros muy largos, lo cual no
es sino producto de la percepción psicológica de las cosas que nos rodean. En realidad, estamos
sometidos a un constante tic-tac-tic-tac que subyace en todo el Universo, independientemente de lo que
percibamos.

En la física iniciada por Newton, el tiempo cumple el papel de ubicar y ordenar los sucesos de manera
fija, como si el Universo fuese una larga película de video en donde los acontecimientos nunca pueden
ser alterados. En lo que respecta a cuestiones más metafísicas, Newton señala que si el espacio y el
tiempo son infinitos, eternos, omniscientes, tal como los atributos de Dios, cabría considerar que, de
hecho, el espacio y el tiempo no son nada menos que los ―sentidos de Dios―.
Gottfried Wilhelm von Leibniz. Pintura de Christoph Bernhard Francke.

Por la misma época, Leibniz –quien desarrolló el sistema binario, inventó la tercera máquina de calcular
de la historia, entre muchas otras cosas– se encargaría de reducir toda esta concepción hasta el absurdo,
adelantándose tres siglos, a la teoría de la relatividad de Einstein –de la que hablaremos en las próximas
entradas– y a la física de partículas.

Para Leibniz, el tiempo es algo puramente relativo, ideal (ya habíamos hablado del concepto de idea),
relacionalista, y local. No es que haya un ritmo universal de tiempo; el tiempo es local en cada
acontecimiento. Esto quiere decir que el tiempo no es independiente de las cosas materiales, sino todo lo
contrario: sin materia no hay sucesos, sin sucesos no hay tiempo. Si queremos entender qué argumentos
utilizó este filósofo para desmontar la tesis de Newton, tenemos que mencionar los tres principios
fundamentales de su filosofía:

 Principio de razón suficiente: ningún hecho puede ser verdadero o existente, sin que haya una razón suficiente
para que así sea, y no de otro modo. Es decir que todas las acciones, todos los acontecimientos que existen y
existieron tienen una razón por la cual son; si no la tuvieran, no podrían existir. Por ejemplo el mundo, la vida,
etc. (Lo abreviaremos PRS)
 Principio de perfección: afirma que Dios eligió la mejor de todas las infinitas posibilidades alternativas con las
que contó para crear nuestro mundo. Es decir que de todos los mundos posibles, el nuestro es el mejor. (Lo
abreviaremos PP)
 Principio de identidad de los indiscernibles o Ley de Leibniz: dice que no existen dos cosas que puedan ser
exactamente iguales, que puedan ser indiscernibles, ya que aun teniendo las mismas características, no dejan de
ser dos cosas. Por ejemplo si decimos que esta letra A es exactamente igual que esta otra letra A, estamos
equivocados, porque aunque sean iguales cualitativamente, no son la misma cosa. (Lo abreviaremos PII)

Este último principio nos da una clara pista de que no es posible que el tiempo sea absoluto. Si decimos
que todas sus partes son iguales, es decir, que es homogéneo, estaríamos violando este principio, porque
dos intervalos pueden ser exactamente iguales, pero siguen siendo dos cosas, por lo tanto, son diferentes.
Entonces cada ―parte‖ del tiempo debe ser totalmente diferente a las demás, como si el tiempo se fuese
renovando constantemente.

Por otro lado, si el tiempo se extendiese desde infinito hasta el infinito, Leibniz preguntó: ¿contó Dios
con una Razón Suficiente para crear el Universo en el momento (y en el lugar) en que lo hizo y no en
cualquier otro? Si el tiempo es totalmente homogéneo no hay nada que indique que un momento
sea especial, ni un espacio especial. Por lo que siguiendo la descripción de Newton, Dios no pudo contar
con ningún motivo para elegir algún momento ni lugar en donde hacer su creación, lo cual, según el
alemán, es inaceptable. Newton argumentaría que la voluntad de Dios ya es razón suficiente, y que no
tiene sentido el cuestionamiento. Pero el Leibniz no podía aceptar de ninguna manera que una voluntad
fuera una razón — ―todos los acontecimientos deben tener una razón suficiente para que así sean, y no
de otro modo‖, es decir, no podía asumir que las decisiones de Dios fueran simplementecaprichos.

De modo que si Dios tuviera una razón suficiente para elegir un punto determinado en el tiempo, se
estaría declarando que no es homogéneo, sino que consta de partes discernibles, tal como plantea el PII.
De este modo, las reflexiones de Leibniz indican que el tiempo no puede ser absoluto.

¿Y qué dice el PP? ¡¿Que nuestro mundo es el mejor de todos los mundos posibles?! A primera vista,
parece un poco ingenua esta reflexión. Con tanta maldad rodeándonos, ¿cómo puede ser nuestro mundo
el mejor? Por un lado se podría pensar que Leibniz es bastante optimista, que rescata lo bueno, lo que
hace que existamos. Dice que Dios, como sabio es, analizó las infinitas posibilidades que tenía para
construir un mundo, y eligió la mejor. Plantea que la maldad, es un ingrediente esencial para que el
mundo sea, en efecto el mejor. Por ejemplo, si el león mata y come a la cebra, se puede pensar que el
león es el malo. Pero si no la matara, no tendría alimento y moriría, y no sólo eso; las cebras se
multiplicarían a un nivel enorme, y comerían toda hierba desertificando los paisajes y dejando sin
alimento a otras especies, incluso a la suya misma, etc. Esto es sólo una metáfora, y no cuesta demasiado
aplicarla a todos los aspectos de este mundo.

Leibniz manifiesta que todo está en perfecto equilibrio, que lo bueno necesita de lo malo, y que esto fue
meticulosamente planeado por Dios logrando lo que él llama armonía preestablecida, que más abajo
veremos cuán importante es en el tema del tiempo.

Definió al tiempo como las relaciones de los sucesos: sin acontecimientos físicos, no tendría sentido
afirmar que el tiempo fluye. A su vez, los acontecimientos necesitan de las substancias materiales para
tener lugar. En consecuencia, el tiempo es relacional: se relaciona totalmente con la materia y
depende de ella; si ésta no existiese, entonces no tendría sentido hablar de tiempo. El tiempo queda así
definido como una abstracción mental, como algo ideal, aunque sean reales las relaciones que producen
esa construcción mental (la materia).

Sin embargo, el tiempo no es el orden de sucesos cualesquiera, sino de los medidos localmente desde
un marco de referencia. Sí, Leibniz introduce la noción del marco de referencia que hace que cada
observador tenga una línea de tiempo propia, y ya no hay un tic-tac-tic-tac válido para todo el Universo,
sino que cada observador puede medir un orden de sucesos, con distintas características que otro. Por lo
tanto, decir que si dos sucesos son simultáneos para alguien, así también para cualquiera, es algo
incorrecto. (Curiosamente estas reflexiones de Leibniz se adelantan a la Teoría de la Relatividad).

Como si esto fuera poco, Leibniz propone que el Universo está compuesto por unas unidades
infinitamente pequeñas que llama con el nombre de mónadas (que se puede traducir como ‗unidad‗), de
las que podríamos hacer una analogía con las partículas físicas elementales, como el electrón, el fotón,
etc. Estas mónadas, carentes de pares, son totalmente diferentes unas de otras –en virtud del PII– y
constituyen toda la materia del Universo, incluso a ti y a mí. Pero lo verdaderamente interesante de este
asunto es lo siguiente: cada mónada es como un pequeño mundo, que tiene un ―programa interno‖ de
infinitos pasos, que le indica todos los movimientos y cambios que debe realizar durante su existencia.
Es decir, que en un principio Dios realizó la ‗programación‘ de todos los sucesos que le deberían ocurrir
a cada substancia individual, a cada mónada.

De modo que cada mónada sabe qué movimientos debe realizar en cada momento específico. Tú crees
que ahora estás leyendo esto. Pero en realidad, son las mónadas que forman tu cuerpo, las que se
mueven de una manera preestablecida, y producen la ilusión de que tu creas que estás pensando y
razonando esto. Por ejemplo, levanta la mano, por favor. Tú crees que a causa de que te estoy indicando
esto, decides levantar la mano. Pero lo que está sucediendo es que las mónadas de tu cuerpo realizan los
movimientos que tenían programados, para llevar a cabo en este momento.

Esto quiere decir que, por más que creamos que tenemos voluntad para decidir algo, en realidad estamos
siguiendo los movimientos que nuestras partículas tenían ya preestablecidos. Supongamos que
presenciamos un choque automovilístico. Un automóvil A se estrella contra otro B. Afortunadamente no
hay heridos. Pero los dos vehículos quedan destrozados. Desde nuestro punto de vista, podemos decir
que ―a causa del choque, los autos fueron destrozados‖. Estamos estableciendo una relación de causa y
efecto. Pero si le preguntáramos a Leibniz qué ha sucedido nos respondería algo así: ―no hubo ningún
contacto ni relación de causa-efecto entre los coches A y B. Lo que ha ocurrido es que las mónadas que
conforman esos autos [sí, acertaste] tenían programado moverse de determinada forma en ese momento,
logrando que nosotros veamos abolladuras, rupturas de ventanillas, etc.‖.

¿Qué extrae este filósofo de todo esto?

 Que no existe la causalidad, es decir que no hay causas que originen efectos, eso es sólo una ilusión. Todas las
partículas tienen sus movimientos preestablecidos.
 Que cada mónada tiene un tiempo propio, su propio marco de referencia. Habíamos dicho el tiempo era el orden
de los sucesos, o de los cambios. Como cada mónada está aislada del resto, sigue su propio orden de cambios,
su propio tiempo. Si el tiempo de una de ellas se detuviese nadie se percataría por ello. Por tanto, como hay
infinitas mónadas, hay infinitas ‗cintas métricas de tiempo‘, y es absurdo considerar un tiempo que valga para
todo, un tiempo absoluto.
 Que el destino está escrito. Cada mónada contiene dentro de sí el programa, nada más –ni menos– que el futuro.
 Que la voluntad es una ilusión. Sólo seguimos movimientos preestablecidos.

De la misma forma que sé que no le crees ni una palabra al pobre Leibniz, en su época también fue
rechazado. Durante sus múltiples disputas con Newton –como la hablada aquí–, al inglés no le faltaron
aliados que defendieran sus ideas. Te puedes imaginar a que un hombre tan revolucionario y con tan
buena reputación como Isaac, nadie se atrevería contradecirle. Otra cosa que me llama la atención es que
también Leibniz criticó la acción instantánea de la gravedad de Newton. Afirmaba que es una
proposición sin sentido. Y como bien supones, fue considerado difamador.

Pero la historia habla, y dice que el equivocado finalmente era Newton. (Bueno, Leibniz también, pero
estuvo más acertado que el inglés). Ya que con la aparición de un, un, eh… la verdad es que no
encuentro palabras para describirlo; un extraterrestre, digamos, llamado Albert Einstein, se iniciaría una
verdadera Revolución a partir del siglo XX –en mi opinión, la mayor en la historia de la humanidad–
sobre los conceptos más intuitivos y que creemos conocer bien: el tiempo y el espacio. Resucitaría de
este modo la consideración relativa de Leibniz, dejando a un lado una falsedad que intuitivamente
aceptamos: el tiempo absoluto de Newton, como próximamente veremos.

Pero antes, en la siguiente entrega de la serie, hablaremos acerca de la Crítica de Kant.


La Crítica de Kant

En nuestro recorrido por las distintas concepciones acerca de la naturaleza del tiempo, a lo largo de la
historia, nos remontamos en el siglo XVIII, en la antigua Prusia, donde un hombre aparentemente
común, rutinario y de vida muy tranquila, transformaría nuestro modo de conocer el mundo: Immanuel
Kant (1724-1804).

Habitualmente usamos la palabra conocimiento creyendo saber bien lo que significa. Decimos ―yo
conozco esto‖, ―conozco aquello‖… el lema de El Cedazo es ―Comparte conocimiento‖… Pero ¿qué es
el conocimiento? ¿Conocemos el conocimiento? ¿Todo nuestro conocimiento lo adquirimos en
la experiencia, es decir, lo que nos muestran nuestros sentidos sobre el mundo? ¿O existen
conocimientos apartados de toda experiencia, que nos permiten justamente la facultad de conocer?

A todo esto, surge la pregunta: ¿el tiempo, es un conocimiento que sacamos de la experiencia?, ¿o está
en nosotros a priori (previo a los conocimientos que obtenemos con los sentidos)? ¿Es el tiempo mismo,
la facultad de conocer? Kant fue el primero en reflexionar sobre estas cuestiones tan fundamentales, que
llevan a planteamientos muy interesantes como, por ejemplo, si es lógicamente posible o no que el
tiempo no exista; si hay conocimientos que no impliquen tiempo o están todos sometidos bajo éste
necesariamente; entre otras cosas, que verdaderamente dan mucho que pensar. En este artículo pretendo
explicar de forma lo más accesiblemente posible, de qué se trata esto.

(En las últimas entradas de esta serie, hablamos de la interesante visión del tiempo según Aristóteles, de
qué pasa con este concepto desde el Cristianismo, y de las cuestiones que generan un gran
enfrentamiento entre Newton y Leibniz).

Habitualmente consideramos que las cosas que percibimos son elementos fuera de nosotros y que, lo que
nos dicen los sentidos -como la vista- acerca de ellos no es ni más ni menos, lo que realmente son. Por
ejemplo, si mi sentido de la vista me indica que frente a mí se encuentra un monitor, puedo pensar que
ese monitor hubiera estado ahí y en ese momento, independientemente de si lo hubiera intuido -a través
de mi vista- o no.

Mucha gente dice ―si no lo veo, no lo creo‖, pero también es consciente de que existen ilusiones ópticas,
espejismos, etc., así que como segundo argumento llegan a decir ―si lo toco, entonces es real‖. Pero
¿hasta qué punto podemos estar seguros de que conocemos algo como realmente es? El único acceso
que tenemos a la realidad fuera de nosotros, es por medio de nuestros sentidos. Pero no basta con que esa
información proveniente de los sentidos nos sea dada: esa información necesita ser pensada.

Ahora bien, cualquier sistema de procesamiento de datos -como un computador- necesita tener un
mecanismo previo que le indique las instrucciones necesarias sobre cómo debe procesar esa información.
A ese mecanismo apartado y previo a todos los datos que obtenemos por los sentidos, Kant
llama conocimientos a priori. (No confundamos esto con el uso popular que se le da al término ‗a
priori‘) En cambio, a lo que adquirimos por la experiencia, lo llama conocimientos empíricos.

Los conocimientos empíricos, como por ejemplo ―las masas no superan la velocidad de la luz‖, nunca
pueden ser universales, ya que existe la posibilidad lógica de demostrar lo contrario. En el caso anterior,
bastaría con observar una masa superando la velocidad de la luz, para refutarlo. Es decir, que de la
experiencia no podemos obtener conocimientos universalmente válidos, sino sólo decir que hasta el
momento no se ha encontrado excepción a cierta regla, como bien ya explicó Awaca.

En cambio, con los conocimientos a priori sucede todo lo contrario. Como están apartados de toda
experiencia ¡no existe posibilidad de que sean refutados por ésta!, por lo que gozan de estricta
universabilidad y certeza necesariamente válida. Por ejemplo, la proposición ―con dos líneas rectas
euclídeas es imposible encerrar un espacio‖ o ―si a una cosa le agregamos otra cosa -distinta a nada-,
obtenemos algo diferente‖ son a priori, porque no necesitamos experiencia para comprobar su validez, y
por tanto deben ser necesaria y universalmente ciertas, ya que no existe posibilidad de demostrar lo
contrario con ninguna experiencia, pues están apartadas de ella.

Entonces, lo que llamamos entendimiento de algo, no es la cosa en sí ni mucho menos, sino ciertos
conocimientos empíricos que obtenemos con los sentidos, estructurados o interpretados por los
conocimientos a priori que sirven de base, como un Sistema Operativo es plataforma de un Software. De
un modo extremadamente simplificado, vendría a ser algo así:

Las dos fuentes de conocimientos son empírica y a priori. La a priori no depende de nada externo,
mientras que la empírica son las intuiciones, es decir la facultad de recibir información de los sentidos,
quienes son los encargados de tomar ciertos datos de los objetos en sí. Pero estos conocimientos no
bastan con que estén ahí y nada más: necesitan ser pensados. Es en el ―entendimiento‖ donde los
conocimientos empíricos son estructurados con los que son a priori. Y allí surge, por ejemplo, la idea de
que estás sentado frente a una pantalla leyendo esto.

Entonces, no existe una conexión directa ―realidad → conocimiento‖, y no tiene sentido preguntarnos
cómo son las cosas en sí, sino sólo qué es lo que podemos conocer de ellas.

Ahora que tenemos el aparato conceptual, podemos plantearnos: ¿el tiempo es un conocimiento
empírico o a priori? Kant, reflexiona que el tiempo no puede ser algo que aprehendemos de la
experiencia, sino que debe ser totalmente a priori. ¿Por qué? Consideremos lo siguiente.

Generalmente, pensamos que si quitáramos el tiempo -de forma mágica-, todas las cosas en movimiento
se detendrían, es decir, estarían en reposo. Pero, si has leído los anteriores artículos, deberías objetar que
el reposo únicamente puede existir si hay tiempo. Por ejemplo, con un intervalo de 0 segundos, no
podemos saber si algo está en reposo o no. Y como demostró Galileo, el movimiento no es algo
absoluto, sino relativo a quién observa. Por tanto, podemos afirmar que si quitáramos el tiempo, no
habría movimiento ni tampoco reposo. Entonces ¿qué habría?

Una pregunta más adecuada sería ¿podría haber algo? Sin embargo -diría Kant-, la pregunta correcta
sería ¿podríamos conocer algo? Hagamos el siguiente experimento mental: Imaginemos un espacio
amplio, en donde hay objetos cualesquiera. Si queremos, podemos quitar los objetos de ese espacio. Pero
¿podemos quitar el propio espacio a los objetos? Si elimináramos el espacio, el objeto no tendría lugar
para existir, por lo que dejaría de ser. Veamos ahora qué pasa con el tiempo. Imaginemos un período de
tiempo en donde ocurren fenómenos -y por ende, hay espacio-. Si bien podemos quitar los fenómenos de
ese tiempo, no nos es posible eliminar el tiempo de los fenómenos, pues ¡no tendrían momento en donde
existir!

Por consiguiente, todos los objetos -mejor dicho, lo que podemos conocer de ellos- necesitan del tiempo
para poder ser pensados. Kant dice, entonces, que el tiempo es un conocimiento fundamental a priori,
que está a la base de todos los demás conocimientos -empíricos y a priori- y que es imposible abstraerlo
o eliminarlo de ellos. Si no hay tiempo, no hay conocimiento. Y si dijéramos que el tiempo es algo que
obtenemos de la experiencia, quiere decir -como antes mencionamos- que NO gozaría de certeza
universal y que sería lógicamente posible negarlo, es decir, sería posible falsearlo con alguna
experiencia.

Pero, como acabamos de ver, el tiempo no se puede eliminar ni siquiera de los conceptos a priori, y
¡mucho menos entonces, de los empíricos! De esto sacamos que el tiempo no es inherente a los objetos
en sí, sino al sujeto, como la condición necesaria para intuir y conocer los objetos. El sujeto no tiene la
menor idea y no puede saber si fuera de él existe el tiempo “realmente”, pues no tiene sentido
preguntarse cómo es la realidad en sí, sino sólo qué podemos conocer de ella, según este filósofo. Él
dice: ―fuera del sujeto, el tiempo no es nada en sí‖.

Entonces ¿el tiempo es real o no es real?

Atención con lo siguiente, que no quiero que te confundas. Se podría contra argumentar diciendo: las
modificaciones que sufren nuestros conocimientos son reales, más allá de que sean reales o no los
objetos en sí. Y las modificaciones, o cambios, son sólo posibles en el tiempo. Por lo tanto el tiempo es
algo real. Kant considera que esto no contradice su reflexión. El tiempo es real, sí, pero la forma real de
la representación de los conocimientos en el sujeto, es decir, la condición necesaria para que
podamos pensar tanto los conocimientos empíricos como los a priori.

Lo que NO concede el tiempo, es realidad absoluta, en otras palabras, el tiempo no es real como
una cosa en sí que subsiste independientemente del sujeto, contradiciendo así lo que había dicho
Newton. Pero tampoco, el tiempo es algo ligado a los objetos mismos, y menos aún un conocimiento
empírico, que ya vimos es absurdo, contradiciendo la tesis de Leibniz.

Pero hay un problema más. Hasta aquí, casi todos los pensadores estuvieron hablando de ―cambio‖, de
―modificaciones‖, etc., pero sin mencionar expresamente a qué se referían. ¿Qué es el cambio? ¿Qué es
lo que cambia? Si decimos que el cambio consiste en que algo que deja de ser una cosa para ser otra,
caemos en la paradoja de Parménides, pues si algo deja de ser, entonces no-es ¿y cómo es posible
que sea otra cosa, si no-es? Y si lo que fue ya no es, y lo que será aún no es ¿el tiempo es un no-ser?, ¿el
tiempo no existe?

Kant resuelve este problema de un modo muy ingenioso, apoyándose en algunos principios físicos de
Newton. Cuando decimos que algo cambia ¿qué es lo que está cambiando? Por ejemplo, supongamos
que tenemos un papel y que le prendemos fuego. Se podría llegar a pensar, que lo que está cambiando es
el papel: ―deja de ser un papel, para convertirse en cenizas y humo‖. Pero viéndolo más de cerca,
podemos decir, que las moléculas que forman el papel, no están dejando de ser, no están dejando de
existir, sino que están cambiando en el modo en que existen. Es decir, la substancia material que
forma el papel no está dejando de existir, sino que está trasformando el modo en que continúa
existiendo.

Cuando algo cambia, no hay ninguna cosa física que esté dejando de existir. Lo único que está dejando
de ser, es el modo en que la substancia que forma algo, sigue existiendo. Porque al fin y al cabo, cuando
se produce un cambio, como por ej., una reacción química, no hay ninguna partícula que esté dejando de
ser, sino que cambian de posición entre sí, y la substancia (es decir la materia; no ‗sustancia‘ en el
sentido químico) que las forma permanece inalterada.

Empero, algún lector avezado estará pensando ―¡Ah!, pero en la desintegración de partículas, la
substancia sí se está transformando, la masa se puede convertir en energía‖, para lo que Kant
contestaría ―Recuerda la Ley de Conservación de Masa-energía, aquellas nunca pueden dejar de ser,
sino sólo transformar el modo en que continúan existiendo: masa y energía no se crean ni destruyen,
sólo transforman‖.

En realidad, Kant menciona a la Ley de Conservación de Masa, de Lavoisier -¡no de Einstein!- pero la
idea es la misma. De esta forma, derriba una de las paradojas más profundas. Cuando algo cambia, NO
deja de ser lo que es: sigue siendo lo que era, sólo que ahora su substancia continúa existiendo de
un modo diferente. Por tanto el tiempo no está compuesto de no-ser, sino de algo que siempre es: la
substancia material. No tiene sentido decir que el tiempo es un pase del ser al no-ser, pues lo ‗cambios‘
no son más que simples determinaciones de algo que siempre es, que es la substancia.

Pero ¿esto quiere decir que la substancia existió desde siempre y para siempre? Si tu concepción es que
el Universo es eterno, quiere decir que la substancia que hoy forma tu cuerpo estuvo vagando por el
Universo durante toda la eternidad. Y si crees que el Universo comenzó en un Big Bang, la conclusión
no deja de ser estremecedora: la materia que forma tu piel, tu cabello, tu intestino, etc., tiene 13700
millones de años de edad.

Y otra conclusión interesante que podemos extraer es que ¡estamos compuestos de algo, para lo cual
no existe el tiempo!: la substancia. Si no existiera esa Ley de Conservación ¿podría existir el cambio, y
por tanto el tiempo? Dejo esta pregunta para pensar.

Admito que estuve a punto de no escribir esta entrada, porque creí que no lograría hacerla en un lenguaje
accesible para cualquiera, teniendo en cuenta los complejísimos y abstractos conceptos que entran en
juego en la filosofía de Kant. Si quieres ver a qué me refiero, echale un ojo a su obra ―Crítica de la
Razón Pura‖, la materia prima de este artículo. Sí, por eso el título de la entrada es ―La Crítica de Kant‖.

Un agradecimiento especial a todos los que me dieron ánimo en este aspecto, ¡gracias amigos! En la
próxima entrada, nos sumergiremos de lleno en las implicaciones de otros principios físicos, en el tema
del tiempo. ¿Por qué el tiempo tiene sólo una dirección?
Parte 3: El tiempo y la Física moderna:

La flecha del tiempo

Este artículo será un tanto diferente a los anteriores, de esta serie en donde recorremos las diferentes
concepciones del tiempo. Digo esto porque, ya después de haber hablado de las reflexiones de
Kant sobre el tiempo subjetivo, entramos en una etapa donde la ciencia experimenta un desarrollo
exponencial, y donde la problemática de qué es el tiempo se manifiesta en casi todas las disciplinas
científicas.

Recuerda que estás en una bitácora de El Tamiz, cuyo lema es ―Antes simplista que incomprensible―. Si
eres físico o químico, las simplificaciones que vas a leer te pueden exasperar un poco — éste es un
artículo de divulgación.

En la física del movimiento y sus causas -Dinámica- las leyes de la naturaleza funcionan tanto si el
tiempo transcurre ―hacia adelante‖ como también si lo hiciera ―hacia atrás‖, es decir que son simétricas y
reversibles en el tiempo. Si filmamos un choque entre dos partículas, o la órbita de un planeta entorno a
su sol, y pasamos la película al revés, notaremos que las trayectorias están invertidas, lo cual es
totalmente coherente para la física: no hay nada que nos indique que el tiempo está trascurriendo en
sentido contrario. Si las leyes de la naturaleza no distinguen entre el pasado y el futuro, entonces ¿por
qué notamos que el tiempo fluye en un sentido y no en otro?¿De dónde sale esa asimetría del tiempo?
¿Por qué recordamos el pasado pero no el futuro?

A los acontecimientos físicos que no distinguen una ―flecha del tiempo‖, se los llama reversibles. Pero
sin esfuerzo nos damos cuenta que no todos los procesos son reversibles, como el envejecimiento,
mezclar café con leche, romper un huevo, etc. Si viéramos una película que comienza con un huevo roto
y esparcido sobre el suelo, que se eleva, se reconstruye a sí mismo y acaba en una mesa, nos
percataríamos de que el tiempo está ‗invertido‘ y que ese acontecimiento no puede ocurrir en la realidad.
Mas ¿y por qué no?, ¿qué es lo que impide que eso ocurra?

Rudolf Clausius (1822-1888)


A mitad del siglo XIX, el físico Rudolf Clausius (1822-1888) implanta un concepto muy peculiar,
la entropía (que en griego significa evolución), dando forma a lo que hoy llamamos Segunda ley de la
Termodinámica, (también tuvieron un importante papel Carnot y Kelvin). Básicamente, consiste en lo
siguiente:

Cuando sumergimos un cubo de hielo en una bebida, no es éste el que enfría la bebida, sino que es la
bebida quien calienta al hielo, cediéndole parte de su energía térmica hasta el punto en que estos dos
tengan la misma temperatura, es decir, hasta que lleguen al equilibrio térmico. En este momento, el
sistema bebida-hielo ya no puede intercambiar más calor, ya no puede efectuar más trabajo –ignorando
la relación con el ambiente–, por lo que se dice que ha alcanzado su máxima entropía. La entropía,
entonces, es la medida de cuán próximo está un sistema de alcanzar el equilibrio
térmico. (Con sistema, aquí nos referimos a un cuerpo o más, entre los que hay diferencias de
temperatura).

En otras palabras, cuanto menos parecidas son las temperaturas, menor es la entropía; y cuanto más
similares son éstas, la entropía es mayor. Si tenemos una taza café caliente, a medida que pasa el tiempo
vemos que su temperatura baja, pero no es que lo esté haciendo de forma proporcional al tiempo; está
maximizando la entropía con el aire del ambiente. Cuando las temperaturas de café y aire son iguales,
lógicamente el primero ya no puede seguir cediendo calor al segundo.

Todo en el universo observable tiende al equilibrio, a la homogenización, y nunca observaremos en la


naturaleza algo que va espontáneamente del equilibrio al no-equilibrio. Si ponemos en contacto dos
metales con la misma temperatura, nunca uno le transfirá calor a otro porque sí, disminuyendo su
temperatura, aunque se conserve la energía total. Por consiguiente, la entropía siempre está en aumento o
permanece constante, pero nunca puede disminuir. Aquí es donde se rompe la simetría del tiempo en
la naturaleza.

Ahora bien, en el momento en que la entropía ha crecido tanto que permanece constante (hay equilibrio
térmico), la termodinámica se convierte en termo estática, y ya no tiene sentido decir que el tiempo
posee una dirección –mejor dicho, sentido– definido: no se distinguen pasado y futuro. ¡Momento!,
¿pero, qué tiene que ver esta regla de los cambios de temperatura, con que un vaso se rompa pero no se
reconstruya a sí mismo?, ¿o que siempre envejecemos y nunca rejuvenecemos espontáneamente?, ¿o que
tengamos memoria del pasado y no del futuro? Paciencia, sigue leyendo.

Además había un gran problema ¿cómo compatibilizar la física dinámica (en donde los procesos son
simétricos en el tiempo), con la termodinámica (en la cual hay una clara asimetría del tiempo)? ¿Cuál
es el verdadero carácter de la naturaleza, reversible o irreversible? Este problema fue e incluso es
considerado como una de las paradojas del tiempo más desconcertantes, y más abajo veremos por qué.
Ludwig Boltzmann (1844-1906)

En la época de Clausius, los físicos no estaban muy contentos con el enunciado del aumento de la
entropía porque, si bien era un principio preciso, no se contaba con ninguna explicación de por qué las
cosas tienden al equilibrio, de por qué la entropía siempre aumenta, en vez de disminuir siempre.

Un verdadero genio llamado Ludwig Boltzmann (1844-1906), le dio un nuevo e ingenioso enfoque a la
interpretación de la entropía, apoyándose en la física estadística, de la que él mismo fue pionero. Para
entender la idea de Boltzmann, consideremos lo siguiente:

Imaginemos que tenemos un rompecabezas ordenado, formando una imagen. Si quisiéramos, podríamos
armarlo de muchas otras formas, pero claro, la imagen resultante no sería la buscada. Si nos
preguntamos ¿cuántas formas existen de ordenar el rompecabezas de modo que obtengamos la imagen
correcta?, vemos que sólo existe una forma. Y ¿cuántas disposiciones de las piezas existen, de modo
que estén desordenadas?, es obvio que muchísimas.

Si tenemos todas las piezas en una bolsa, y las arrojamos precipitadamente al suelo, es mucho más
probable que caigan de forma desordenada, a que lo hagan de forma ordenada. ¿Quiere decir que
es imposible arrojar las piezas al suelo, y caiga cada una en el lugar correspondiente, formando la
imagen? No: es totalmente posible, pero eso sí, improbable.

Vemos que los estados ordenados son mucho más improbables que los desordenados, por el único
motivo de que existen muchas más formas de distribuir algo de forma desorganizada, que
organizada. Supongamos ahora, que tenemos todas las piezas ordenadas, dentro de una caja, y que
comenzamos a agitarla. A medida que pasa el tiempo, obtendremos una distribución más desordenada,
únicamente a causa de las probabilidades. Pero no son ―simples probabilidades que, como tales, a
menudo fallan‖, como solemos pensar: estamos hablando de probabilidades increíblemente altas.

Traslademos el ejemplo de las fichas del rompecabezas, a las moléculas de un café caliente, y por otro
lado, de crema (o nata) fría. Sabemos que lo que llamamos ‗temperatura‘ en el mundo macroscópico, es
en realidad el movimiento microscópico de las moléculas que forman una sustancia. Cuanto más rápido
se mueven o agitan las moléculas, más caliente percibimos el cuerpo que forman.
Como las moléculas de café y crema están en constante movimiento y choque entre sí, resulta como si
estuviéramos agitando la caja del rompecabezas. Al principio, café y crema tienen temperaturas
distintas, por lo que decimos que la entropía del sistema café-crema es baja, y que está en un estado
ordenado (como las piezas del rompecabezas formando la imagen). Pero a medida que pasa el tiempo,
las moléculas se van transfiriendo su velocidad, y mezclando su posición entre sí, obteniendo un estado
café-leche desordenado, por causa de que las probabilidades de que las moléculas estén desordenadas
son mucho más altas de que se queden ordenadas a pesar de su agitación.

―¡Ah!, pero el aumento del desorden, entonces depende de si las moléculas se están agitando o no‖. No.
El caso es que las moléculas no pueden dejar de agitarse; eso significaría que la sustancia no tendría
temperatura, es decir, estaría en el cero absoluto (0 Kelvin, -273 ºC), lo cual es imposible -sigue el
enlace para saber por qué-.

Uno de los pocos procesos físicos que designan la ‗flecha del tiempo‘. Crédito:
http://www.flickr.com/photos/tonx/

El nuevo enfoque de Boltzmann, implica que la entropía es en realidad el nivel de desorden de un


sistema, y que la razón por la cual ésta aumenta, no es más que por probabilidades. A partir de esta
interpretación, la entropía deja de ser un concepto meramente termodinámico, para ampliar su
significado, abarcar un lugar importante en gran parte de las ramas de la ciencia, como la teoría del
caos y de la información, y convertirse una pieza fundamental para entender cómo funciona el tiempo.
Sin embargo, este enfoque estadístico nos dice otra cosa importante: la entropía también puede
disminuir. No sería para nada descabellado que en un momento las moléculas del café ‗conspiren‘ con
las del aire haciendo que la temperatura de ese café se eleve espontáneamente (en otras palabras, que las
moléculas del aire le transfieran su velocidad a las del café), pero eso sí, sería muy improbable, no
imposible, pero improbable. Tal vez, deberíamos esperar unos cuantos miles de millones de años para
que el café se caliente por mero azar, o podría ocurrir en cualquier momento. ¡El mundo es extraño!

Todo lo anterior quiere decir que la asimetría del tiempo en la naturaleza está dada por el pase de lo más
ordenado, heterogéneo, y no equilibrado (que llamamos ‗pasado‘) a lo más desordenado, homogéneo y
equilibrado (que llamamos ‗futuro‘). Pero, ¿y qué pasa si nos fijamos en una molécula sola, en
particular? Aquí no tiene sentido hablar de entropía, pues ésta se aplica a sistemas, a conjuntos, a lo
macroscópico generalmente. En el caso de una partícula habría que usar no la termodinámica, sino la
dinámica para estudiar su comportamiento en el tiempo. Sin embargo, como dijimos arriba, la dinámica
es simétrica en el tiempo, no distingue si el tiempo va ―hacia adelante‖ o ―hacia atrás‖. ¿Cómo es
posible que una partícula individual no nos indique ninguna „flecha del tiempo‟, y que su conjunto
sí lo haga?

La primera respuesta que viene a la mente es que hablar de probabilidades cuando sólo disponemos de
una unidad y nada más, es inútil. Pensamos que tenemos un concepto bien claro de qué son las
probabilidades, y de cómo funcionan. Pero si decimos que la orientación del tiempo está regida por el
carácter probabilístico de la entropía, nos daremos cuenta que a su vez el concepto de probabilidad está
regido por la orientación del tiempo. Para abordar este fascinante tema tenemos que adelantarnos un par
de años en la historia.

Habitualmente damos por hecho que existe un ―pasado‖ y un ―futuro‖, y que el primero precede al
segundo. Intuitivamente sabemos que estos dos son muy diferentes, pues lo que ocurre en el primero lo
podemos recordar; lo que ocurre en el segundo no. A esta asimetría hoy se denomina como flecha
psicológica o subjetiva del tiempo. En la actualidad conocemos muy poco sobre cómo funciona la
memoria (ver la serie de Gustavo), pero sabemos bien que se trata de un proceso neurológico de
intercambio de energía, es decir, donde interviene la entropía. Lo mismo ocurre con el envejecimiento:
es posible reducir los procesos biológicos de las células, a meros traspasos de energía. Y entonces, la
flecha psicológica del tiempo queda determinada por la flecha termodinámica, o sea el aumento de la
entropía.

De lo anterior sacamos que percibimos que el tiempo fluye en un sentido porque la entropía
aumenta, y notamos que ésta crece porque medimos el tiempo en el sentido en el que la entropía
aumenta, y ésta lo hace así porque… etc. etc. ¡Una verdadera recursividad infinita, un círculo vicioso!
Ahora bien, nos habíamos quedado antes en que la entropía aumenta por las probabilidades del
desorden. Sin embargo, nuestra noción de probabilidades también está condicionada por la flecha
psicológica del tiempo. Si ésta apuntara en el sentido contrario, sería más ‗probable‘ que al sacudir la
caja con las piezas del rompecabezas, éstas se ordenaran espontáneamente, es decir que evolución de la
entropía estaría invertida.

Por consiguiente no es posible justificar que percibamos la dirección (sentido) del tiempo por causa de
que la entropía aumente, por causa de que las probabilidades funcionen como lo hacen, por causa de que
percibimos la dirección del tiempo en el sentido en que la entropía crece… etc., pues volvemos a caer en
un círculo. Vemos que el ‗pasado‘ y el ‗futuro‘ no parecen ser algo objetivo, sino puramente arbitrario.
¿De dónde sale finalmente la ―flecha del tiempo‖? ¿Acaso la ciencia proporciona una explicación?

Antes de plantearnos esto, tenemos que definir a qué nos referimos con ―flecha del tiempo‖. Esta
expresión, fue primeramente incitada por el astrofísico Arthur Eddington (1882-1944), en relación
directa con la segunda ley de la termodinámica, como describe en La naturaleza del mundo físico:
[...] Tracemos arbitrariamente una flecha. Si al seguir la flecha encontramos que la proporción del elemento
azar va en aumento en el estado del mundo, entonces la flecha apunta hacia el futuro; en cambio, cuando esta
proporción disminuye, la flecha apunta hacia el pasado. [...] Designaré con la frase ―Flecha del tiempo‖ esta
característica del tiempo sin correlativo espacial, que consiste en tener una dirección en determinado sentido.
En el espacio no se encuentra característica análoga. [...]

Aquí manifiesta otro concepto importante, que es esta sustancial diferencia entre el tiempo y el espacio.
Si en el espacio podemos movernos de izquierda a derecha y viceversa, subir y bajar, etc., ¿por qué no
podemos ir al pasado y volver? Claro que esta consideración no es nueva; Aristóteles ya había hecho
mención de ella.

Pero tenemos que distinguir lo que es la flecha del tiempo, de la flecha en el tiempo. Si bien el aumento
de la entropía describe la evolución irreversible de los procesos físicos que son en el tiempo, no nos dice
nada concreto del tiempo en sí. Tal vez, el problema no sea que no hallemos respuesta, sino que la
pregunta esté mal formulada. ¿Qué es el tiempo, o qué es en el tiempo? Hoy la ciencia no puede dar una
respuesta puesto que ella no intenta describir por qué funciona la naturaleza, sino cómo funciona.

Stephen Hawking (1942-)

El debate por la flecha del tiempo o flecha en el tiempo, que comienza en la época de Boltzmann,
continúa hasta nuestros días. El conocido astrofísico y divulgador Stephen Hawking (1942-), plantea
que la expansión del universo presenta otra asimetría del tiempo, pues podemos distinguir un universo
contraído (que llamamos pasado) de uno más dilatado (que llamamos futuro), a la que denomina flecha
cosmológica del tiempo. Pero indaga ¿por qué apunta en la misma dirección que la flecha
termodinámica?, ¿por qué la dirección en que la entropía aumenta es la misma en la que el universo se
expande?

Por otro lado, si la entropía siempre aumenta, quiere decir que cuanto más atrás en el tiempo nos
fijemos, más ordenado estará el universo. Ahora bien, como vimos, el orden es mucho más improbable
que el desorden, ¿por qué el universo comenzó en un estado muy, pero muy ordenado, que llamamos
singularidad?, ¿no sería mucho más probable que lo hubiera hecho en un estado desordenado?, ¿no sería
más probable que el universo no hubiera nacido? Para encarar el tema, Hawking, como todo buen
científico, se apoya en la filosofía, en el Principio Antrópico (del que cierta vez ya habló Pedro).

El universo se expande, de acuerdo; pero eso no quiere decir que lo haga por siempre. Si en un
momento la expansión se detuviera, y el universo comenzara a contraerse, esta flecha cosmológica se
invertiría, ¿también lo haría la flecha termodinámica?, ¿vasos rotos se reconstruirían a sí mismos?,
¿moriríamos antes de nacer? Este físico dice que estas dos flechas del tiempo son independientes, y que
en el momento en que el universo se contraiga, la entropía no disminuiría precipitadamente. Pero hoy
notamos que estas dos flechas apuntan en el mismo sentido porque, como él mismo dice:

[... ] Las condiciones en la fase contractiva no serían adecuadas para la existencia de seres inteligentes que
pudiesen hacerse la pregunta: ¿por qué está aumentando el desorden en la misma dirección del tiempo en
que el universo se está expandiendo? [...] una flecha termodinámica clara es necesaria para que la vida
inteligente funcione. Para sobrevivir, los seres humanos tienen que consumir alimento, que es una forma
ordenada de energía, y convertirlo en calor, que es una forma desordenada de energía. Por tanto, la vida
inteligente no podría existir en la fase contractiva del universo. Esta es la explicación de porqué las flechas
termodinámica y cosmológica del tiempo señalan en la misma dirección. No es que la expansión del universo
haga que el desorden aumente. [...]

La investigación sobre la flecha del tiempo es muy amplia, y son muchas las cuestiones implicadas,
como la Mecánica Cuántica y la desintegración de partículas, de quienes no hice mención aquí, pero que
tendrán lugar más adelante. Así que en artículos posteriores volveremos a hablar del tema. Por hoy esto
es todo. En la próxima entrada, créase o no (después de tan largo recorrido), llegamos al punto de la
historia en donde la noción que tenemos sobre el tiempo, sufre la más radical de las transformaciones en
toda la existencia humana: 1905.
En la Relatividad Especial

En los últimos artículos de Eso que llamamos ―Tiempo‖, hablamos del tiempo absoluto de Newton,
consolidado por la interpretación subjetiva de Kant, y por el carácter unidireccional de la entropía,
investigado por físicos como Boltzmann, que describe una ―flecha del tiempo‖ probabilística. Hoy
hablaremos del tiempo relativo.

Albert Einstein en su bicicleta, moviéndose a través del espacio-tiempo

A mediados de la década de 1890, un joven se hacía la pregunta: ¿cómo se ve la luz cuando se viaja
junto a ella? Desde los trabajos de Maxwell sobre el electromagnetismo, sabemos que la velocidad de la
luz debe ser constante. Tal vez no haya una ley más sencilla en la Física que la Ley de propagación de la
luz en vacío. Cuando oímos sobre la velocidad de la luz, inmediatamente se nos viene a la mente:
300.000 km/s. ¿Quién podría imaginar que esta sencilla ley, desencadenaría la más revolucionaria,
profunda, y radicalmente nueva interpretación del tiempo? La velocidad de la luz es siempre la misma,
independientemente de quién la emita y quién la mida. Si estamos en un tren moviéndonos a
determinada velocidad, y por la ventana observamos otro tren viajando paralelamente a nuestra misma
velocidad y dirección, desde nuestro punto de vista parecerá que ese tren está quieto. Si aceleramos,
parecerá que aquel tren comienza a retroceder. Esto es aplicable con cualquier movimiento. Pero con la
luz no. Si un rayo de luz se propaga paralelamente a nuestro tren, y aceleramos, no nos parecerá que la
luz disminuye su velocidad; ésta será siempre la misma. Por mucho que aceleremos –por ej., hasta llegar
al 99% de la velocidad de la luz–, notaremos que el rayo se sigue alejando de nosotros a la misma
velocidad de siempre. ¿Cómo es posible esto? ¿Es la luz inalcanzable? Puesto que la velocidad es la
relación entre espacio y tiempo, deberían ocurrir cosas extrañas con éstos, cuando nos acercamos a la
velocidad de la luz, que permitan explicar por qué ella nunca varía. Tenemos dos opciones. O bien
abandonamos esta sencilla ley de propagación -y, lamentablemente si no nos gusta, nunca se ha
encontrado ninguna experiencia que la contradiga–, o bien abandonamos todo lo que creemos saber
sobre el tiempo y el espacio, y comenzamos desde cero.

El joven que mencionamos arriba, Albert Einstein (1879-1955), encontraría una revolucionaria
explicación a la aparentemente indescifrable naturaleza de la velocidad de la luz –que en Física suele
denotarse con ―c‖ de celeritas (velocidad), para abreviar–, partiendo de dos simples hipótesis. Pero lo
que verdaderamente atañe a nuestro análisis es que una consecuencia inmediata de esa explicación -que
hoy conocemos como Teoría de la Relatividad Especial o Restringida-, quizá la más trascendente, es
que el tiempo no siempre fluye al mismo ritmo: el tiempo es elástico y se distorsiona, no
subjetivamente sino físicamente hablando. El tiempo es relativo a quién mide y a su estado de
movimiento relativo, contradiciendo la tesis absoluta del tiempo de Newton. A continuación
razonaremos qué significa esto en realidad, y por qué tiene implicaciones tan profundas.

Hayamos o no estudiado las concepciones de tiempo y espacio en Newton, generalmente nuestro


concepto es bastante intuitivo y se acerca a ellas. Damos por hecho que el tiempo es el mismo para
todos, que nunca se ―estira‖, etc. Aunque somos conscientes de que, psicológicamente, puede ―pasar
volando‖ o ―nunca acabar‖, admitimos que los relojes siguen marchando igual que siempre, ya que
miden el tiempo ―de verdad‖. (Perdón por tantas comillas, pero quiero usar estos términos para que nos
entendamos). Citando a Einstein en ―Sobre la teoría de la relatividad especial y general‖:

¿Qué decir, sin embargo, del origen psicológico del concepto de tiempo? Este concepto tiene indudablemente que ver con el hecho del
«recordar», así como con la distinción entre experiencias sensoriales y el recuerdo de las mismas. De suyo es cuestionable que la
distinción entre experiencia sensorial y recuerdo (o simple imaginación) sea algo que nos venga dado de manera psicológicamente
inmediata. Cualquiera de nosotros conoce la duda entre si ha vivido algo con los sentidos o si sólo lo ha soñado. Es probable que esta
distinción no nazca sino como acto del entendimiento ordenador. Al «recuerdo» se le atribuye una vivencia que se reputa «anterior» a las
«vivencias presentes». Es éste un principio de ordenación conceptual para vivencias (imaginadas) cuya viabilidad da pie al concepto de
tiempo subjetivo, es decir, ese concepto de tiempo que remite a la ordenación de las vivencias del individuo.

Pero Newton no le dio importancia a la finitud de c, que por cierto fue descubierta en 1676
por Ole Rømer, 11 años antes de que publicara sus ―leyes del movimiento‖. Esto es fundamental, porque
si en las nuevas ecuaciones del movimiento de Einstein, la velocidad de la luz tomara un valor infinito,
en vez de 300.000 km/s, obtenemos los resultados predichos por Newton (ya que no existiría entonces
una ―velocidad cercana a la de la luz‖).

¿Y cuáles son los resultados predichos por Newton? Según él, si entre dos sucesos –como dos
relámpagos– yo mido un segundo, absolutamente todos los demás medirán lo mismo, siempre y cuando
dispongan de un reloj igual al mío, e independientemente de ningún factor, como el estado de
movimiento. Esto se puede escribir como t‘ = t, que quiere decir que el tiempo para uno (t‘) es el mismo
que para otro (t). La concepción fundamental sobre la que descansa este modo de entender el mundo, es
que la validez de la Física es objetiva mientras pueda ser representada mentalmente de forma coherente,
es decir, que se corresponda con la intuición humana.

Pero, desde Einstein, la Física toma un giro de ciento ochenta grados, ya que la meta primordial es que
sus predicciones se correspondan lo mejor posible a los hechos de la naturaleza, independientemente de
la capacidad humana para aprehenderlos mentalmente: independientemente de la intuición. Nosotros
como humanos, somos parte de la naturaleza, ¿cómo pretenderemos comprenderla en su totalidad,
únicamente con las posibilidades mentales a las que estamos habituados?

Si no tienes una base sobre la teoría de la relatividad especial, es muy recomendable que antes de
continuar con este artículo, eches un vistazo al porqué de la naturaleza elástica del tiempo, en los
primeros artículos de la venerable serie de Pedro ―Relatividad sin fórmulas‖. Te aclaro que son mucho
más breves que éste y accesibles para cualquiera, pero que necesitarás voluntad para comprenderlos. Los
artículos imprescindibles para nuestro ―curso‖ son, por ahora:
 Los Postulados

 Dilatación del tiempo

 Relatividad de la simultaneidad

Claro que si te dan ganas, puedes leerlos todos. Una vez que lo hayas hecho –y/o si ya tienes algo claro
estos conceptos– continuemos con el artículo.

Vemos que cuanto mayor es el movimiento relativo, más despacio fluye nuestro tiempo medido por los
demás, aunque para nosotros, nuestro tiempo corre al mismo ritmo de siempre. ¿Quiere decir esto que la
Relatividad es una ilusión óptica? Las ilusiones ópticas consisten en diferentes percepciones –
interpretaciones– de un estímulo dado (imagen u objeto físico). Pero en Relatividad, es el estímulo el
que no es el mismo para todos. No es que se interprete a éste de un modo confuso; es el estímulo mismo
–objeto material– el que brinda diferente información dependiendo de nuestro estado de movimiento.
Entendamos esto. No percibimos diferente información; recibimos diferente información.

Éste es uno de los mayores logros del pensamiento humano, porque lo que llamamos ―realidad‖ resulta
ser, en efecto, una construcción de lo que es posible medir -o conocer como dice Kant-. Si nuestras
medidas indican cosas diferentes -como en el fenómeno de la dilatación del tiempo-, es la ―realidad‖
quien es distinta dependiendo de nuestro movimiento relativo. Ahora bien, ¿Qué es la realidad? ¿Qué
condiciones debe cumplir algo para que lo consideremos real? Citando a Einstein, en ―El Significado de
la Relatividad‖:

Tenemos la costumbre de considerar como reales las percepciones sensoriales que son comunes a diferentes individuos y que tienen, en
cierta medida, un carácter impersonal.

Ese carácter impersonal de los sucesos en tiempo y espacio, que solemos aceptar a priori pues es muy
intuitivo, es producto de que vivimos en un mundo donde las velocidades relativas entre nosotros son
muy, pero muy inferiores a la de la luz, y donde los efectos relativistas como la dilatación del tiempo son
prácticamente imperceptibles, pero medibles, y comprobados. Y como nuestras realidades locales son
tan parecidas, consideramos que existe una sola. Sin embargo, cuando las velocidades relativas entre dos
observadores son cercanas a la de la luz, ese carácter impersonal se transforma en personal, y el
concepto de ‗realidad‘ se desmenuza como arena en el agua.

Por esto, Einstein trata el asunto del tiempo con cautela, y no se arriesga a darle objetividad, pues dice
(en el mismo libro; con corchetes [] míos):

[En la mecánica newtoniana] Se hablaba de puntos de espacio, así como instantes de tiempo, como si fuesen realidades absolutas. [...] Lo
que tiene realidad física no es ni el punto de espacio ni el instante del tiempo en algo que ocurre, sino únicamente el acontecimiento
mismo.

Como si tiempo y espacio fueran sólo ‗herramientas‘ locales para darle coherencia a los sucesos físicos.
Pero a diferencia de Newton, estas ‗herramientas‘ no son absolutas e independientes; se transforman y
dependen plenamente del estado de movimiento de la materia. No es la materia misma la que depende
de su velocidad relativa, sino el tiempo bajo el cual está sometida. Detengámonos en esto. Se podría
interpretar que en el fenómeno de la dilatación temporal lo que se está ―retardando‖ es sólo la evolución
de los procesos físicos –como el movimiento de las agujas de un reloj, el latido de un corazón, etc.–,
mientras que el tiempo ―de verdad‖ -absoluto- subyace en el trasfondo marchando al mismo ritmo de
siempre, o permanece inmutable.

Este razonamiento es un buen consuelo para nuestro arraigado concepto intuitivo de tiempo, o incluso
para la negación de éste. Pero la teoría de la relatividad especial considera que no es la ‗duración‘ quien
se estira –en el sentido anterior–. Es el tiempo mismo, a nivel substancial y fundamental quien se dilata o
contrae. De acuerdo; entonces ¿qué significa que el tiempo vaya más rápido o más lento?, ¿acaso
tiene una velocidad?

Con este planteamiento entramos en una de las ‗paradojas‘, o mejor dicho aporías, más interesantes del
tiempo, puesto que el concepto de velocidad es la relación de una magnitud -como posición- con el
tiempo, y no podemos entonces hablar de velocidad como una propiedad o atributo de éste, ya que se
define sobre él. En virtud de esto, sería vano expresar, por ejemplo, 1s/s, que se entiende como que ‗el
tiempo pasa un segundo cada segundo‘. El absurdo al que estamos llegado, es consecuencia de que
intentamos que un concepto se defina a sí mismo.

Los seres humanos no aprendemos conceptos. Sólo aprendemos a compararlos, diferenciarlos, y


relacionarlos. Un concepto por sí mismo no tiene valor alguno. Claro ejemplo de esto es el propio
lenguaje: un conjunto de palabras que se define a sí mismo. Una palabra se entiende a partir de otras, y
éstas a partir de otras, y éstas a partir de las primeras, etc., etc., logrando un círculo vicioso, como decir a
> b > c < a > b > c <… El lenguaje, por tanto, es un absurdo por sí mismo, pero goza de sentido gracias
al agregado subjetivo que le damos los humanos, relacionando únicamente algunos pocos conceptos con
objetos materiales, a forma de motor, para darle sentido a los conceptos abstractos como el tiempo.

(Puedes comprobarlo por ti mismo. Busca una palabra en un diccionario, luego busca el significado de
alguna palabra que se dé como definición de la primera, y repitiendo el proceso algunas veces, acabarás
en la palabra que empezaste. No te estimo la cantidad de pasos, pero te garantizo el objetivo, por la
finitud de la cantidad de palabras.)

En concreto, para salir de la paradoja de la ‗velocidad del tiempo‘ variante, tenemos que desechar el
concepto en sí mismo, y buscar una relación; tenemos que relativizar. Así, si un amigo se mueve con
respecto a mí, al 87% de la velocidad de la luz, yo observaré que el tic-tac de su reloj se produce cada 2
segundos medidos con mi reloj, aunque para él un segundo sigue siendo un segundo. Si afirmo,
entonces, que su ‗velocidad del tiempo‘ desde mi sistema de referencia es de 0,5s/1s, vuelvo a caer en un
sinsentido, ya que ello es igual a 0,5 perdiendo la magnitud de velocidad, por división. Por tanto, parece
no tener sentido hablar de velocidad del tiempo, pero sí lo tiene hablar de tiempo relativo; no
confundamos estas dos cosas.

Lo anterior, nos lleva a percatarnos de otra interesante cuestión: ¿cómo puede fundarse el concepto de
tiempo relativo, a partir de la velocidad de la luz, si ésta ya presupone tiempo? Dejemos que nos lo
aclare el propio Einstein -cita extraída del libro antes mencionado-:

A menudo se critica la teoría de la relatividad diciendo que atribuye, sin ninguna justificación, un papel teórico fundamental a la
propagación de la luz, ya que funda el concepto de tiempo en la ley que rige dicha propagación. Sin embargo el asunto no es así. Con el
objeto de dar un significado físico al concepto de tiempo son necesarios procesos de alguna clase que permitan establecer relaciones entre
diversos lugares y carece por completo de importancia cuáles sean los procesos elegidos con tal fin, esto es, el de definir el tiempo. [...]
La propagación de la luz en el vacío satisface las exigencias requeridas de un modo más completo que cualquier otro proceso que podría
considerarse, gracias a las investigaciones de Maxwell, y de H. A. Lorentz.
El tiempo relativo parece ajeno a la experiencia cotidiana, pero no lo es tanto. Supongamos un caso
extremo de la vida diaria en donde podamos experimentar la dilatación el tiempo. Imaginemos que
durante 80 años, todos los días tomamos un viaje en avión a 900 km/h, que dura 5 horas. ¿Cuánto
atrasará nuestro reloj, a diferencia de si nos hubiéramos quedado en reposo, con respecto a la superficie
terrestre? De acuerdo con la ecuación:

Donde t es el tiempo transcurrido, v es la velocidad del avión, x es la distancia recorrida -todo esto
medido en reposo respecto a la superficie terrestre-, y c es la velocidad de la luz en el vacío. (Contempla
ante tus ojos la expresión que, hasta la fecha, mejor describe a la naturaleza del tiempo; uno de los
mayores logros del saber humano).

Por lo que -sin tener en cuenta otros efectos, como la aceleración- nuestro tiempo, habiendo estado a
bordo del avión, habrá atrasado sólo 0,0001826 segundos. ¡Poco menos de dos diezmilésimas de
segundo, viajando en avión todos los días durante 80 años! Recuerda que 900 km/h, son 0,25 km/s, que
es menos de la millonésima parte de la velocidad de la luz. Pero te darás cuenta que la dilatación del
tiempo no es directamente proporcional a la velocidad relativa, ni mucho menos. La curva de un gráfico
de dilatación del tiempo en función de la velocidad, es pronunciadísima y tiende a infinito cuando la
velocidad se acerca a la de la luz:

¿No parece tan pronunciada? Mira qué pasa con el tiempo entre el 95% de c, y el 99,999% de c:
Si hiciera un gráfico hasta llegar al 100% de c, la curva sería infinitamente pronunciada. Esto quiere
decir que no hay límite para la dilatación del tiempo. Si viajo a 0,999c respecto a alguien con un reloj, él
medirá que 1 segundo mío se estira a 22 segundos; si viajo a 0,9999c, él medirá que 1 segundo mío se
estira a 70 segundos; si viajo a 0,999999999999c, él medirá que un segundo mío se estira a 2.235.720
segundos -25,8 días-… y si viajamos a la velocidad de la luz nuestro tiempo relativo se estira hasta el
infinito.

El problema, es que la propia teoría de la relatividad demuestra que es imposible que los cuerpos con
masa alcancen la velocidad de la luz. No obstante, ello no impide que las mentes curiosas nos
preguntemos qué pasaría con el tiempo si superáramos c. La Física no nos da una respuesta concreta,
pues la premisa es ajena a la naturaleza. A primera impresión, podríamos pensar que el tiempo toma un
valor negativo, lo que podría interpretarse como un regreso al pasado. Esta idea de la superación de la
velocidad de la luz como una forma de viaje en el tiempo -tema que será tratado en otro artículo-, es
frecuentemente usada en ciencia ficción y otros.

Pero esta consideración es errónea, porque de acuerdo con la fórmula que describe la naturaleza del
tiempo relativo, que mostramos arriba, si v es superior a c, el tiempo relativo no estaría dado por un
número negativo, sino por un número imaginario (la raíz cuadrada de un negativo), números utilizados
como herramientas matemáticas pero que no tienen significado físico. Por ejemplo, si 1
significa lámpara encendida y -1 lámpara apagada, entonces puede significar lámpara
encendida y apagada a la vez o lámpara ni apagada ni encendida… La interpretación de un tiempo de
valor imaginario, está hoy en la incertidumbre.

Otro problema al que nos veríamos enfrentados con la conjetura de un tiempo negativo al superar c, es la
violación del Principio de Causalidad, que establece que las causas deben preceder a los efectos. Bajo
aquel supuesto, viajando más rápido que la luz, llegaríamos a destino antes de haber partido. Pero tal es
la fortaleza del Principio de Causalidad, que impone el límite de la relatividad del tiempo, podando la
teoría de Einstein.

Por ejemplo, dos sucesos independientes A y B pueden ser medidos por un sistema de referencia como
A anterior a B, en otro sistema como A simultáneo a B, y en un tercero como A posterior a B. Sin
embargo, cuando existe una relación causal entre dos sucesos, su orden en el tiempo nunca se altera. Por
ejemplo, si el suceso ―caída del vaso‖ es la causa del suceso ―vaso roto‖, ningún observador posible
moviéndose a la velocidad que quiera, va a encontrar que el suceso ―vaso roto‖ antecede o es simultáneo
a ―caída del vaso‖. Es decir, que cuando existe un lazo de causalidad entre dos sucesos, la relatividad del
tiempo se ve limitada.

Para terminar este artículo, cabe retomar la cuestión de qué es la realidad, a partir de lo que nos dice este
hito del conocimiento humano, que es la teoría de la relatividad especial. Como hemos visto, dados dos
observadores en movimiento relativo, cada uno percibirá que es el otro quien envejece más lentamente, y
el hecho de que los dos estén en lo cierto desafía el sentido común. Es casi inextirpable la inquietud de
preguntarnos ¿quién es más viejo y quién más joven, en verdad? Para llevar a cabo una comparación de
estas características, necesitamos que los dos observadores se reúnan en reposo. ¿Y entonces, cuál de los
dos será más joven? Al reunirse, uno de ellos deberá perder su estado de movimiento uniforme, lo
que implica que el observador que permaneció siempre en estado inercial será el más viejo, pues él
estaría en lo cierto al afirmar que nunca viajó a velocidades relativistas, en cambio el otro observador -el
que dio la vuelta- no podría decir lo mismo. Este planteamiento se conoce generalmente como la
―Paradoja de los Gemelos‖ que, en efecto, resulta no ser una paradoja. En la serie de artículos
―Relatividad sin fórmulas‖, de Pedro, encontrarás una muy clara explicación.

Lo revolucionario de la teoría de la relatividad especial es que rompe con la idea de que la realidad es
una sola, y que es perfectamente aprehensible o visualizable por la mente humana. A partir de Einstein,
el saber humano toma consciencia de que la naturaleza es mucho más compleja que la capacidad de
representarla mentalmente por la percepción de nuestros sentidos, y que para un conocimiento más
profundo es necesario abandonar la intuición.

¿Quiere decir esto, que la consideración del tiempo para Newton, t‘=t está mal y que la fórmula de
Einstein -que mostramos arriba- es la correcta? No. La formulación de Newton -en realidad de Galileo,
pero tomada por él- intenta explicar la realidad de un modo lo más aproximado posible, y la ecuación de
Einstein también. Porque de eso se trata la ciencia, de buscar un modelo -matemático y conceptual- que
describa lo más precisamente posible la naturaleza. El propio Einstein elaboraría luego otra teoría más
avanzada que la relatividad especial, con nuevas y aún más profundas implicaciones para comprensión
de la naturaleza del tiempo, tema que será expuesto en el próximo artículo.

Entendamos que la Física no se dedica a elaborar teorías de la ―verdad‖, sino más bien acercarse a ella lo
mejor posible, aunque ésta pueda no ser alcanzable.

Lo siguiente escribía Einstein en una carta en memoria de su amigo Michele Besso:

Michele me ha precedido de poco para irse de este mundo extraño. Eso no tiene importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la
diferencia entre el pasado, presente, y futuro no es más que una ilusión, aunque tenaz.

En la próxima entrada hablaremos del concepto de tiempo en la Relatividad General.


En la Relatividad General

En el artículo anterior de esta serie vimos cómo la Teoría de la Relatividad Especial nos ha hecho
abandonar la objetividad de los conceptos de ahora, antes y después. Como estamos muy acostumbrados
a decir ―ahora‖, refiriéndonos a todo lo que ocurre en un instante determinado, atenta contra la intuición
considerar que no existe un presente definido que abarque todos los sucesos físicos, ya que ese ‗instante
determinado‘ es en realidad local.

Pintura de Salvador Dalí. Clic para ver la obra completa.

Hemos visto también que aquella teoría sólo es aplicable a movimientos con velocidad constante.
Existía, en consecuencia, la necesidad urgente de generalizarla a sistemas acelerados. Sin embargo, el
asunto no era tan sencillo. Einstein descubrió en 1911 que los efectos producidos por la aceleración son
los mismos que los generados por la gravedad, a lo que llamó Principio de Equivalencia. A partir de
esta simple idea, a veces mencionada por Einstein como ―la más feliz de mi vida‖, surgirían
desconcertantes implicaciones sobre la naturaleza del tiempo, tales como la curvatura del espacio-
tiempo, los agujeros negros, y hasta hipotéticos agujeros de gusano, entre muchas otras cosas.

Imaginemos un universo en donde podemos avanzar en línea recta y llegar a donde partimos; en donde
estrellas enteras pueden comprimirse hasta diámetros menores a los de un átomo; en donde el tiempo
puede ralentizarse, tomar surcos, o incluso detenerse. ¿Parece ciencia-ficción? Ese universo es el
nuestro.

Desde Newton, sabemos que los cuerpos tienen ciertas propiedades como la masa inercial, que es la
medida de cuánto se oponen a los cambios de velocidad, y la masa gravitatoria, que determina la fuerza
con la que atraen a otros cuerpos. El hecho de que estas dos masas sean iguales fue un enigma pasmoso
entre los físicos, pues en la mecánica clásica no se contaba con ninguna explicación de tal coincidencia.
Con un astuto razonamiento, el genial Alberto Einstein se dio cuenta que esa igualdad escondía un
profundo significado: la gravedad es equivalente a la aceleración. Supongamos que nos encontramos
dentro de una nave con velocidad constante, en medio del espacio vacío, lejos de cualquier planeta y
estrella, y que por tanto no experimentamos gravedad. Comparemos lo que ocurriría si en cambio
estuviésemos acelerando, por ejemplo a 9,8 m/s ² –la misma aceleración con que caen los cuerpos en
nuestro planeta–.

Si estamos acelerando como muestra la imagen derecha, nuestra masa inercial –resistencia al cambio de
velocidad– hará que ―caigamos‖ hacia el lado opuesto de la dirección del movimiento. Si tomamos una
manzana y la soltamos, ésta ―caerá‖ a 9,8 m/s ², tal como lo haría en el campo gravitatorio de la Tierra.
Sin embargo, un observador no acelerado vería que la manzana se queda dónde está y lo que ―sube‖ es la
nave. Pero nosotros, localmente, no podríamos distinguir mediante ningún experimento físico si la caída
de la manzana se debe a que estamos acelerando o a que estamos sobre un campo gravitatorio.

Otra manera de comprobarlo es la siguiente: si estar parados sobre la superficie terrestre equivale a
acelerar en una nave a 9,8 m/s ², quiere decir que si estamos en caída libre con una aceleración de 9,8
m/s ², las dos aceleraciones se anulan porque están en sentido contrario, y nos convertimos en
observadores inerciales: no experimentamos gravedad. ¿Conoces los vuelos parabólicos de gravedad 0?
Ellos usan este principio. Así que, a diferencia de la Relatividad Especial, observadores acelerados
pueden ser inerciales, si están en caída libre en un campo gravitatorio.

Veamos ahora lo que ocurre con la luz. Sabemos que siempre se propaga a 300.000 km/s en línea recta.
La mejor representación física del concepto de ‗línea recta‘ –término geométrico abstracto–, nos lo da la
propagación de la luz.

En la nave con movimiento uniforme, como es de esperar, la luz se propaga en línea recta. Pero… ¿y en
la nave acelerada? La trayectoria de la luz es curva.
―¡Ah, pero ese observador está confundido, porque en realidad la luz sigue una trayectoria recta y él es
quien tiene una trayectoria curva (aceleración)!‖ Alguien pensará.

Pero acabamos de ver que los efectos producidos por la aceleración son los mismos que los generados
por la gravedad. La hipótesis de Einstein es que para la descripción de las leyes de la naturaleza, los
sistemas acelerados son equivalentes a los campos gravitatorios. Aquel observador puede afirmar que se
encuentra ―quieto‖ –con movimiento uniforme–, sobre un campo gravitatorio. Por tanto, Einstein deduce
que también en la presencia de campos gravitatorios, la luz debe curvarse. Esto tiene consecuencias
trascendentales, pero antes de entrar en ello consideremos lo siguiente.

Si estar sobre un campo gravitatorio es equivalente a padecer un estado de movimiento, otro observador
situado lejos del campo –por ejemplo nuestro planeta– que se encuentre a una distancia fija respecto a
nosotros, no estará en reposo en relación a nuestro sistema de referencia. A diferencia de la Relatividad
Especial, aunque nuestras distancias no varíen, habrá movimiento relativo si uno se encuentra sobre un
campo gravitatorio, ya que éste equivale a un sistema de movimiento acelerado. Además, recordemos
que los observadores con movimiento relativo experimentarán los ‗efectos relativistas‘, tales como la
dilatación del tiempo. De estas consideraciones, Einstein saca que en las proximidades de los campos
gravitatorios, los relojes marchan más lento.

En contraste con la Relatividad Especial, todos los observadores estarán de acuerdo en que el tiempo
fluye más lento para los observadores acelerados o en campos gravitatorios. Por ejemplo, una persona
sobre la superficie terrestre envejecerá más lentamente que alguien situado sobre una torre, y los dos
estarán de acuerdo en ello. Esto se puede calcular así donde es la
intensidad del campo gravitatorio o la aceleración, es la altura de la torre, y la velocidad de la luz.

Sin embargo, analizando qué significa el hecho de que la luz se curve, nos vemos obligados a aceptar
otra inesperada consecuencia del Principio de Equivalencia. La luz está condenada, por su naturaleza
electromagnética, a propagarse siempre en línea recta. Ella es la mejor representación física del concepto
abstracto de ‗línea recta‘, y que además, de acuerdo con Newton al no tener masa, su trayectoria no
puede ser afectada por la gravedad, ni por ninguna fuerza. ¿Cómo se explica la curvatura de la
trayectoria de la luz? Tras duras reflexiones, Einstein llega a la extraordinaria conclusión de que, lo que
se curva en presencia de campos gravitatorios o aceleraciones, son en realidad el espacio y el tiempo, y
que la luz –y toda la materia– sigue la trayectoria más recta posible en ese espacio curvo. Una
conclusión de ingente relevancia científica y colosal profundidad filosófica.

Ejemplo de un espacio euclidiano de dos dimensiones.


Antes de Einstein, el tiempo y el espacio eran entes totalmente ajenos. La física no se dedicaba a estudiar
estos conceptos, sino a los cuerpos en el espacio, y en el tiempo. Mas la Relatividad Especial hace
imprescindible la fusión de estas dos entidades en una sola, llamada espacio-tiempo, cuyas propiedades
geométricas fueron brillantemente desarrolladas por Minkoswki. Sin embargo, tanto el espacio en la
mecánica clásica, como el espacio-tiempo en la Relatividad Especial, están regidos por la geometría de
Euclides, que es la geometría del plano, la que se enseña en las escuelas y que todos conocemos. ―La
suma de los ángulos internos de todo triángulo es 180 grados‖ es un ejemplo de geometría euclidiana.
Nuestro universo era comprendido de acuerdo a esta intuitiva geometría.

Sin embargo, las consideraciones anteriores nos hacen dar cuenta que si el espacio-tiempo se curva, la
geometría tal como la conocemos deja de tener sentido. Por ejemplo, dos rectas paralelas pueden
cruzarse en un momento dado. Por suerte, en la época de Einstein ya existía una geometría que estudiaba
lo curvo: la geometría no euclidiana. En realidad, ésta era sólo un juguete matemático. Los matemáticos
–como Lobachesvski, Riemman, entre otros gigantes– se divertían mucho con ella, ya que describe un
espacio donde todo lo inimaginable –y más– es posible, a diferencia del anticuado espacio que relata la
geometría de Euclides. Pero claro; los matemáticos estaban convencidos de que la extravagante
geometría no euclidiana era ajena a la realidad, y que no representaba las propiedades del espacio de
nuestro Universo.

Ejemplo de un espacio no euclidiano de dos dimensiones.

Para sorpresa suya, Einstein demostraría que el espacio-tiempo es mucho más complejo y misterioso de
lo que creíamos, y que la geometría no euclidiana es la que verdaderamente describe su fugaz naturaleza,
quedando la de Euclides sólo como un caso aproximado, pero inútil cuando entra en juego la gravedad.
A partir de Einstein, la geometría no sólo describirá las propiedades del espacio, sino también las del
tiempo. Al igual que el espacio, el tiempo posee propiedades geométricas que están condicionadas por
los campos gravitatorios o aceleraciones, como antes vimos. La curvatura del tiempo es algo muy
abstracto e imposible de visualizar, pero necesario para comprender el mundo. (Es algo mucho más
profundo que la dilatación temporal en la Relatividad Especial; luego veremos por qué). No puede haber
curvatura del tiempo sin curvatura de espacio, o viceversa; de ahí que estén ligados en un espacio-tiempo
de cuatro dimensiones.

Si el espacio-tiempo se curva en las cercanías de las masas, la trayectoria de todo lo que transite por ese
espacio se verá afectada, incluyendo la luz, que no tiene masa. Es curioso el hecho de que la masa se ve
afectada por las perturbaciones del espacio-tiempo que ella misma produce. De esa manera, lo que
Newton llamaba ―fuerza de gravedad‖, resulta no ser una fuerza, sino un efecto aparente: una ilusión.
Por ejemplo, supongamos el siguiente caso, donde en medio del espacio vacío hay dos masas A y B que
misteriosamente se ―atraen‖:
Si le preguntáramos a Newton qué está sucediendo, nos diría que ―las trayectorias de las masas se ven
afectadas como si existiera una fuerza, que es proporcional a la masa e inversamente proporcional a
cuadrado de la distancia, que se me ocurre llamarla con el nombre de gravedad. Además, como A y B
experimentan aceleración no son sistemas inerciales‖. Y nos dibujaría algo

así:

Si en cambio le preguntáramos a Einstein qué está ocurriendo, nos diría que ―las masas curvan el
espacio-tiempo, y siguen la trayectoria lo más recta posible en ese espacio curvo. A simple vista parecen
trayectorias combadas, cuando en realidad son rectas paralelas. Además, como A y B están en caída
libre, de acuerdo con el principio de equivalencia sus aceleraciones se anulan: son sistemas inerciales.‖
Y nos dibujaría algo así:
Nota que las trayectorias de A y B siguen perfectamente a las líneas de la métrica del espacio; un espacio
cuyas propiedades van cambiando de acuerdo a presencia las masas. Si ―estiráramos‖ el diagrama para
transformarlo en uno euclidiano –como el de Newton–, las trayectorias A y B se convertirían en rectas, y
la ―gravedad‖ no existiría. Para agregar, según Kepler, Newton, etc., las órbitas de los planetas son
elípticas. Pero teniendo en cuenta las consideraciones hechas, concluimos que los planetas, como por
ejemplo el nuestro, se mueven en línea recta, de acuerdo a la ley de inercia, en un espacio curvo por la
presencia del Sol. Tiempo, espacio y gravedad se reducen, pues, a un mismo ente: el espacio-tiempo.

De manera análoga al espacio, podríamos decir que en las proximidades de las masas el tiempo de los
sucesos trascurre de la forma ‗más recta posible‘ (hagamos abstracción) en un espacio-tiempo curvo.
Como la ‗línea de tiempo‘ se comba, externamente se concibe un tiempo que marcha más lento.

La excesivamente citada analogía del espacio como una sábana elástica en donde las masas producen
un hundimiento, en el que ‗caen‘ masas menores. (La imagen no es del todo adecuada).

Una de las consecuencias filosóficas más profundas de la Teoría de la Relatividad General es que ya no
es posible prescindir de la realidad física del concepto de tiempo.

Antes de Einstein, la noción que teníamos sobre tiempo era la de un contenedor estático y homogéneo de
los acontecimientos físicos, y que sus propiedades eran igualmente independientes de la realidad física.
Bajo este punto de vista, es posible y coherente poner en duda la existencia ontológica del tiempo, ya
que negándolo el mundo podría seguir teniendo sentido. Los filósofos no dotan de realidad física a
nada, a menos que sea totalmente necesario. En el caso del tiempo, no había nada que grite necesidad.
De ahí que surgieran muchas teorías de la inexistencia del tiempo: era coherente prescindir de él, pues
no se vinculaba con la materialidad.

Sin embargo, lo que nos dice la teoría de la relatividad cambia todo el panorama. Las propiedades del
tiempo son dinámicas, y están profundamente vinculadas con la masa y su estado de movimiento. A
nivel filosófico, el tiempo tiene todas las características de la substancia; una substancia no corpórea, no
material, pero con inmanente realidad física. Para la descripción del universo, ya no es posible negar la
existencia del tiempo, ya que no es algo estático y ajeno a la materia. Las propiedades del tiempo
cambian y dependen de ella, y las características de ésta, del tiempo. Tiempo y materia dialogan. Por
tanto, a partir de Einstein, es imposible negar o prescindir de la inherencia física del tiempo. Ésta es una
verdadera revolución del pensamiento humano.

Volviendo al marco histórico, nos encontramos en 1915, cuando se publica la Teoría de la Relatividad
General. Durante los meses y años siguientes, los físicos se dedicaron a hallar soluciones de las
ecuaciones, para poner a prueba la teoría y descubrir cosas nuevas. Entre ellos, Karl
Schwarzschlid (1873-1916) tuvo una perspicaz idea: ¿podría existir una curvatura del espacio-tiempo
de tal magnitud que nada, ni si quiera la luz, pudiera escapar de ella? En términos más exactos, un
campo gravitatorio cuya velocidad de escape sea mayor que la de la luz. Como mencionamos en el
artículo anterior, la teoría de la Relatividad Especial había demostrado que nada puede superar esta
velocidad. Por lo tanto, si una masa tiene un radio menor al Radio de Schwarzschild que viene dado
por donde es la constante de gravedad y la velocidad de la luz, la intensidad de la
curvatura del espacio-tiempo se hace tan grande que es imposible escapar: hablamos de un Agujero
Negro.

Karl Schwarzschild, el padre (matemático) de los agujeros negros.

Pero hay más. Si la intensidad del campo gravitatorio es de tal magnitud, la masa comenzará a
compactarse progresivamente sin que nada, ni siquiera sus neutrones, puedan evitarlo, hasta el punto en
que su volumen se hace nulo y su densidad infinita… Esto es lo que comúnmente se
denomina singularidad, concepto que Einstein se negó a aceptar aunque fuera una consecuencia de su
propia teoría. Esta escena se repetiría en varias ocasiones: Einstein se rehusaría con todas sus energías –o
masa, da igual– a aceptar las implicaciones de sus trabajos, no sólo de la Relatividad sino también de la
Cuántica, utilizando pretextos algo rebuscados pero astutos, para mantener su ideal y no ceder en el
reconocimiento de las extrañas consecuencias que suscitan sus teorías, tal como los agujeros negros.
Afortunadamente para mí, Pedro –propietario/editor de este sitio– ha hablado en ocasiones anteriores
sobre agujeros negros. Para tener una noción más clara de por qué es imposible escapar ellos, puedes
leer el artículo Dentro del ―pozo intuitivo‖. Y para conocer cómo y por qué se forman (los de origen
estelar), puedes leer esta entrada dentro de la serie La vida privada de las estrellas. Como el artículo que
estás leyendo pretende hablar del concepto de tiempo en la Relatividad General, intentaré limitarme a
este fin.

¿Qué pasa con el tiempo en los agujeros negros?

Supongamos que tú, querido lector, eres atraído por un agujero negro –de Schwarzschild–, y que yo
estoy lo suficientemente lejos para observarte sin ser influido por su gravedad (soy malvado, lo sé).
¿Qué observaría cada uno?

Al principio, no notarías nada fuera de lo normal. Mientras te acercas al horizonte de


sucesos no experimentarías una ‗tremenda fuerza gravitatoria‘ que te empuja; te sentirías ‗flotando‘, ‗sin
experimentar gravedad‘: recuerda que estás en caída libre y de acuerdo al Principio de Equivalencia la
aceleración equivalente al campo gravitatorio se anula con la aceleración a la que estás cayendo. Eres un
observador inercial que sigue la trayectoria más recta posible –geodésica– en un espacio curvo. Además,
mientras avanzas la curvatura del tiempo se hace cada vez más significativa. Desde mi punto de vista, tu
tiempo está transcurriendo cada vez más lentamente. Por otro lado, a medida que tu velocidad aumenta y
se acerca a la de la luz, yo percibo una ralentización extra en tu tiempo, debido a los efectos de la
Relatividad Especial.

Desde tu punto de vista, en cambio, mi tiempo, y el del resto del universo, comienza a transcurrir más
rápidamente, hasta que nuestras velocidades relativas se acercan a la de la luz, y notas una ralentización
en mi tiempo por causa de la Relatividad Especial, que ‗compensa‘ en algo a la dilatación (desde tu
punto de vista contracción) gravitatoria del tiempo. No obstante, a medida que te aproximas al horizonte
de sucesos, la curvatura del espacio-tiempo se hace cada vez más pronunciada, por lo que la fuerza que
atrae a tus pies es considerablemente mayor que la que atrae a tu cabeza: tu cuerpo se estará estirando.
Aunque no lo creas, exactamente esto te está ocurriendo ahora mismo, pero como la gravedad de la
Tierra es tan débil, es imperceptible este efecto, aunque real… En el caso de un agujero negro, las
diferencias de gravedad a medida que te acercas son tan extremas que tu cuerpo se estiraría hasta llegar a
proporciones escalofriantes de varios kilómetros… Ignorando este efecto, investiguemos que ocurriría
con tu tiempo.

Desde mi sistema de referencia, tu tiempo trascurre cada vez más y más lento hasta que se detiene
completamente cuando llegas al horizonte de sucesos. Por mucho que espere, nunca te veré desaparecer
en el agujero negro; tu imagen congelada quedará ahí por toda la eternidad. Casi paradójicamente, desde
tu punto de vista, tu tiempo sigue marchando como de costumbre y no notas nada extraño. Eso sí, tu
recorrido hacia la singularidad nunca se completará. Avanzarás cada vez más y más rápido hacia ella,
pero nunca la alcanzarás. La parte perturbadora, es que observarás que mi tiempo, y el del resto del
universo, transcurre infinitamente rápido… Un tiempo infinito desde mi sistema de referencia, sería
medido como un tiempo finito muy breve desde el tuyo. Y un tiempo infinito medido desde tu punto de
vista, equivaldría a… bueno, a un infinito de orden superior, desde el mío, pero eso ya es especulación.

Ésta es una de las consecuencias más enigmáticas de los agujeros negros, ya que el tiempo en su interior
puede detenerse para observadores externos y no así para internos al horizonte de sucesos. Y si
quisiéramos hilar más fino y preguntarnos qué sucede con el tiempo exactamente en el punto de
singularidad, nos enfrentaríamos a uno de los mayores desafíos del intelecto humano, para el cual, hasta
el momento en que escribo estas líneas, no conocemos respuesta –lo que no implica que la haya–…

Como dato curioso, se estima que la masa total del universo ronda los 2×10^53 kg, por lo que su radio
de Schwarzschild es aproximadamente –teniendo en cuenta la fórmula antes mostrada– 3×10^26 metros,
que es bastante mayor al radio estimado del universo (2×10^26 m). Así que podríamos entender que
vivimos dentro de un agujero negro.

La cuestión no acaba aquí. También en los meses próximos a la publicación de la Teoría de la


Relatividad General, aparecería otra solución desconcertante de las ecuaciones de Einstein, de la mano
de Ludwig Flamm (1885-1964). Este físico se percató de la posibilidad matemática de que existiera una
‗salida‘ del agujero negro de Schwarzschild, es decir, una región del espacio-tiempo cuyas
características sean las opuestas a las de un agujero negro. Se trataría de un tipo de singularidad en
donde nada puede entrar, y en donde toda la materia y energía son expulsadas irreversiblemente. Este
concepto hoy se denomina como ‗agujero blanco‘, pero no se conoce evidencia de tal. Lo destacable de
esto, es que Flamm encontró un modelo que predice la posibilidad matemática de la conexión
instantánea de dos puntos distantes del espacio y del tiempo, esto es, lo que hoy llamamos ‗agujeros de
gusano‘.

Pero Einstein le tenía pavor a las singularidades, en donde las leyes de la física se desmoronan y el
tiempo y el espacio dejan de tener sentido. Así que en el intento de deshacerse de ellas, se reunió junto
con el joven físicoNathan Rosen (1909-1995) –con quien también elaboró la Paradoja EPR– y halló una
forma de eludirlas en 1935. Consistía en un ‗túnel‘ que uniera un agujero negro con uno blanco, evitando
cualquier tipo de singularidad, pudiendo estar éstos en diferentes puntos del espacio-tiempo, hipótesis
que luego tomaría del nombre de Puente de Einstein-Rosen.

Para entender mejor el concepto podemos usar la siguiente analogía. Supongamos que tenemos en una
hoja de papel –que representa un espacio de dos dimensiones– dos puntos A y B. De acuerdo con
Euclides, la trayectoria más corta posible entre los dos puntos es una línea recta.

Sin embargo, cuando hemos abandonado el concepto de espacio y tiempo euclidianos, vemos la
posibilidad de sacar provecho de un espacio-tiempo curvo, tal como si dobláramos el papel de la
siguiente forma, que nos permitiría un trayecto de A hasta B más corto que la línea recta.
Una de las implicaciones más desconcertantes de los Puentes de Einstein-Rosen, es que permitirían la
comunicación de dos puntos distantes del tiempo e incluso de distintos universos. No obstante, trabajos
posteriores como los de John Wheeler (1911-2008) demostraron que estos puentes serían altamente
inestables y que colapsarían casi instantáneamente, sin que siquiera la radiación pudiera atravesarlos. A
pesar de esto, la investigación sobre agujeros de gusano continuó avanzando y lo sigue haciendo hasta
nuestros días –tema que será planteado en otro artículo–, aunque sin resultados experimentales u
observacionales. No hace falta agregar que este hipotético fenómeno es una de las favoritas formas de
―máquina del tiempo‖ en la ciencia-ficción.

Einstein y Gödel, grandes amigos.

Además, otra de las consecuencias más impactantes y extrañas de la Relatividad General, es la


factibilidad matemática de las Curvas cerradas de tipo tiempo que, como su nombre indica, son
trayectorias de tiempo que debido a un campo gravitatorio lo suficientemente intenso pueden formar un
bucle y cerrarse sobre sí mismas. Esto quiere decir que dadas las condiciones de la geometría espacio-
tiemporal necesarias, es posible regresar al mismo momento en el tiempo en que se partió. Ahora bien, la
pregunta es si esas condiciones necesarias pueden existir en determinados fenómenos gravitatorios o no.
Una gran cantidad de físicos exploró estas posibilidades con resultados satisfactorios. Por ejemplo, Kurt
Gödel (1906-1978) encontró en 1937 una solución, demostrando que si el universo estuviese
en rotación serían muy viables los bucles temporales. Aunque hoy sabemos que el universo no rota sino
que se expande, los trabajos de Gödel lograron un gran impulso en las investigaciones de este tipo.

Roy Kerr (1934- ) desarrolló otra maravillosa solución que describe agujeros negros en rotación. La
peculiaridad de este tipo de agujeros negros, es que la masa no colapsa sobre sí misma en forma de
esfera –como los de Schwarzschild–, sino en forma de ‗rosquilla‘ que se comprime más y más, de modo
que la singularidad adopta la forma de un gran anillo rotatorio de grosor nulo. Bajo estas condiciones,
se hacen muy factibles las curvas cerradas de tipo tiempo, que permitirían por ejemplo que un
observador imprudente que caiga allí pueda volver a un punto del pasado de su trayectoria, aunque
repitiendo el ciclo indefinidamente… Existe mucha controversia entre físicos y filósofos respecto a las
curvas temporales cerradas, si bien son una consecuencia inevitable de las ecuaciones de campo de la
Relatividad General.

Einstein nos ha hecho ver el mundo con otros ojos, dudar de hasta lo que creíamos a priori, como que un
segundo en la Tierra es un segundo en Marte, y que un metro mide lo mismo para cualquiera,
independientemente del estado de movimiento… y en definitiva nos ha hecho dar cuenta de lo poco que
sabemos de los conceptos más fundamentales, sobre los cuales se asienta todo el conocimiento de la
Naturaleza: el tiempo y el espacio. Además, ¿qué mayor honor puede recibir un ser, que quien toma un
papel y un lápiz, y predice de manera increíblemente exacta el comportamiento de los astros del
universo?

En la próxima entrada, la humanidad toma consciencia de que el mundo subatómico es mucho más
extraño de lo que nunca nadie había podido imaginar, y que la conducta del tiempo a esas escalas desafía
el intelecto humano.
En la Mecánica Cuántica (I)

Después de haber hablado de la trascendente revolución que sufre nuestro concepto de tiempo en las
teorías de la relatividad especial y relatividad general, nos sumergiremos en las implicaciones físicas y
filosóficas de otra eminente teoría, que logró tambalear los cimientos mismos del conocimiento humano
sobre la naturaleza, y que hizo darnos cuenta de que el mundo es mucho más extraño y furtivo de lo que
creíamos. En palabras de Werner Heisenberg:

¿Es posible que la naturaleza sea tan absurda como se nos aparece a nosotros en estos
experimentos atómicos?

Lo que hoy llamamos Física Cuántica tuvo sus raíces en el intento de remendar un ‗pequeño‘ bache de
la mecánica clásica, por el cual Max Planck se percató de que la única manera de que las cosas tuvieran
sentido, era que la energía no se pudiera transmitir en cantidades arbitrarias, de forma continua, sino a
‗saltos‘, en ‗paquetes‘ discretos: que la energía esté cuantizada. A partir de esta aparentemente
inofensiva cuantización, se desencadenarían transformaciones radicales en nuestro modo de entender el
Universo, como la dualidad onda-partícula, las relaciones de indeterminación de Heisenberg, la
violación del principio de conservación de energía, la reformulación del concepto de causalidad, las
superposiciones, el entrelazamiento, la decoherencia… y la lista sigue.

Para la lectura de este artículo no necesitarás conocimientos previos de cuántica, aunque sí un par de
aspirinas o una taza de café — hablaremos de conceptos bastante abstractos. Dada la riqueza y
complejidad de estos temas, dividí este artículo en dos partes. En la primera, comentaremos acerca de la
hipótesis de la discontinuidad del tiempo, las relaciones de indeterminación, el Determinismo e
Indeterminismo, y sus consecuencias. En la segunda, debatiremos en torno a las implicaciones
filosóficas de las superposiciones cuánticas, la interpretación de Universos Paralelos de Everett, la
simetría o asimetría temporal en la materia-antimateria, entre otras cosas, siempre bajo el lema ―Antes
simplista que incomprensible‖. Recuerda también, que a tu disposición tienes la serie ―Cuántica sin
fórmulas‖ de Pedro, que puede ayudarte a asimilar mejor algunos conceptos que trataremos. Igualmente,
no parto de la base de que la has leído.

Max Planck (1858-1947)


Como mencionamos arriba, a fines del sigo XIX Planck tuvo la revolucionaria idea de que la energía
debe transmite en forma discontinua, lo que quiere decir que ésta no puede tener cualquier valor, sino
múltiplos enteros de una ‗energía fundamental‘ que es proporcional a la conocida constante de Planck,
que se simboliza con la letra y que tiene el minúsculo valor de 6,63·10-34 J·s. Ahora bien, ¿qué
significa que la energía esté cuantizada? Si tomamos una piedra y la soltamos, su energía cinética irá
aumentando a medida que cae. Pero si la energía no puede tener el valor que se le dé la gana, así
tampoco la velocidad de la piedra: el movimiento será discontinuo. Raro, ¿no? Sin embargo, ¿por qué al
soltar la piedra naturalmente notamos un movimiento suave y continuo? Recuerda el valor de la
constante de Planck; 0,00000000000000000000000000000000063 J·s. ¡Claro que no notaremos ninguna
discontinuidad en el movimiento! Sólo a escalas subatómicas será, pues, de gran importancia esta
constante.

Por otra parte, Planck se preguntaba si sería posible establecer un sistema de unidades que no fueran
arbitrarias o consecuentes del entorno humano –como el día, la hora, el segundo, que se derivan del
movimiento de rotación de nuestro planeta–, sino universales, es decir que se desprendieran únicamente
de las constantes físicas que gobiernan el Universo. (No, no estoy cambiando de tema; paciencia.) Para
esto, le bastó utilizar apenas cinco constantes, consiguiendo así un hermoso sistema de unidades
universales, que hoy llamamos Unidades Naturales o Unidades de Planck (de las que alguna
vez también mencionó Pedro). Lo verdaderamente interesante de todo esto, es lo que significa cada
unidad.

Como comentamos en cierto artículo anterior, el llamado tiempo de Planck (desde ahora )
representa el menor intervalo de tiempo en que algo pueda acontecer en nuestro Universo. En un
tiempo menor a éste, la realidad dejaría de tener sentido. Antes de zambullirnos en las fascinantes
implicaciones de esto, recordemos su valor, que se obtiene mediante:

Donde es la constante de gravedad, la velocidad de la luz y la constante de Planck dividida en 2π


(también llamada constante de Dirac). Veamos su valor explícitamente:
0,00000000000000000000000000000000000000000005 segundos: menos de la millonésima parte de la
millonésima parte de la millonésima parte de la millonésima parte de la millonésima parte de la
millonésima parte de la millonésima parte de un parpadeo… Sabrás disculpar esa insulsa cantinela, pero
es casi imposible asimilar un tiempo tan ridículamente pequeño. Tanto es así, que si dispusiéramos de un
reloj cuya aguja se moviera una vez cada , ésta tendría que girar a un trillón de trillones de veces la
velocidad de la luz. No tengo más palabras.

El tiempo de Planck se define como el tiempo que tarda la luz en recorrer la longitud de Planck, que
representa el menor espacio medible en nuestro Universo, y tiene el valor de 1,61·10-35 centímetros, por
debajo del cual se espera que la geometría euclidiana y las leyes de la física hoy conocidas dejen de
funcionar. Pero, ¿esto significa que el tiempo y el espacio no son continuos, sino que constan de partes
indivisibles?, ¿la realidad está compuesta por fotogramas y píxeles?

Cuando hablamos del tiempo según Aristóteles, vimos las complicaciones conceptuales implicadas por
la discontinuidad del tiempo y del movimiento. Aristóteles planteaba que todo intervalo es divisible;
podríamos tomar un segundo y dividirlo a la mitad, luego a la mitad otra vez, y repetir el proceso
sucesivamente sin que encontremos ningún límite. Esta concepción recibió luego un gran impuso con la
invención del cálculo infinitesimal de Leibniz y Newton, que presuponía la infinita divisibilidad del
tiempo y el espacio. ¿Cómo se acopla esto con la tesis de la discontinuidad?

―Ah, pero el representa en menor intervalo de tiempo que podemos medir, no el menor tiempo en que
algo pueda ocurrir; la limitación es humana, no propia de la naturaleza, y por consiguiente aquello no
implica ninguna cuantización objetiva del tiempo‖. Este argumento descansa sobre una concepción a
veces llamada ―realismo dogmático‖, defendida principalmente por Einstein, que, dicho de modo
sencillo, defiende que la realidad posee características determinadas, que existen previa e
independientemente al conocimiento humano de ellas. Por ejemplo, si a las 14:30 horas en la oficina
observo un florero, afirmo entonces que ese florero hubiera estado exactamente ahí y a esa hora, si no lo
hubiera observado. Esto puede parecer algo absolutamente evidente, pero en el mundo subatómico las
leyes de la física clásica –que explican los fenómenos de la vida cotidiana– no valeny lo que creemos
‗evidente‘ u ‗obvio‘ deja de serlo; en consecuencia debemos replantearnos todo lo que aceptamos a
priori. La mecánica cuántica manifiesta que aquello que no está sujeto a la medición no es objeto de
ciencia, lo que supuso un gran debate filosófico.

Por ejemplo, podríamos afirmar que aunque el movimiento sea discontinuo debido a la cuantización de
la energía, el tiempo en sí sigue fluyendo de manera continua. Pero ¿cómo podríamos medir esa
continuidad si nosotros mismos, nuestros aparatos de medida, y toda la materia trabajan de forma
discontinua? ¿Qué sentido tiene preguntarnos por el tiempo ―de verdad‖ si a nosotros se nos manifiesta
de una forma diferente? La cuántica cambia el rumbo del pensamiento científico, pues revela que la
ciencia debe explicar lo que se mide y no lo que se es. Más abajo retomaremos este interesante punto.

La forma más intuitiva de visualizar la


cuantización del tiempo –que ya de por sí es terroríficamente abstracta–, es imaginarnos la tira de
fotogramas de una película. Cada uno de los fotogramas existiría durante un , para luego destruirse y
dar paso al siguiente, construyendo así lo que llamamos tiempo. Pero esta analogía puede resultar
dificultosa cuando tenemos en cuenta el carácter relativo del tiempo, que nos enseña la teoría de la
relatividad especial. Desde Einstein sabemos que no existe un estándar de tiempo único, con el cual
etiquetar los acontecimientos físicos, de manera absoluta, sino que cada sistema de coordenadas tiene su
propia métrica del tiempo, su propia versión objetiva de la realidad. Ahora bien, si la realidad consta por
tanto de infinitas versiones –infinitos observadores posibles–, así también existiría no una sino infinitas
tiras de fotogramas, que se correspondan a los mismos sucesos físicos.

¡Pero momento!, porque la teoría de la relatividad general sostiene que el espacio-tiempo es


un continuo no euclidiano, cuya métrica condicionada por la masa es la responsable de la gravedad, y en
donde no existe cuantización alguna. En cambio la mecánica cuántica no tiene en cuenta en lo más
mínimo a la gravedad, explica un mundo en donde la energía es discreta, el espacio y el tiempo son
euclidianos, y predice la discontinuidad de estos últimos. ¿Cuál es la verdadera faz de la
naturaleza? Tanto la relatividad general como la mecánica cuántica funcionan perfectamente bien en las
escalas que se aplican. Pero en los fenómenos físicos en donde ambas son necesarias –como las
singularidades en agujeros negros, el Big Bang, escalas de Planck– producen resultados absurdos, esto
es, fallan. Por ejemplo, con la ciencia actual no podemos saber qué ocurría en el Universo antes de los
primeros 5·10-44 segundos, es decir, antes del primer tiempo de Planck luego del Big Bang. (También
hay los de la opinión de que no tiene sentido preguntarnos qué había antes del ‗primer fotograma de la
película‘.)

Por ende, la hipótesis de la discontinuidad del tiempo y el espacio, predicha por la mecánica cuántica,
requiere de una teoría unificadora –que explique los fenómenos cuánticos y gravitatorios– para ser
confirmada o refutada; teoría que, hasta el momento en que se publica este artículo, no existe.

La cuantización de la energía –que sí fue prontamente comprobada– más tarde conduciría a un


replanteamiento filosófico de gran trascendencia: qué es el presente, el futuro y la causalidad, y qué
podemos conocer de ellos.

Werner Heisenberg (1901-1976)

En el desarrollo de la mecánica cuántica, el siguiente paso lo dio Louis de Broglie en 1924 que,
combinando la idea de Planck con la famosa equivalencia masa-energía de Einstein (E=mc2), dedujo
que, así como las ondas pueden ser cuantos o partículas, las partículas, y en definitiva toda la materia,
pueden comportarse también como ondas: ondas y partículas son la misma cosa. En 1925, Werner
Heisenberg, a la edad de 24 años (¡!), se valió de esta dualidad onda-partícula para elaborar un modelo
matemático que permitía, por primera vez, predecir de forma teórica los resultados medidos en los
experimentos cuánticos: nacía formalmente la mecánica cuántica. Al año siguiente, Erwin
Schrödinger reformularía el modelo de Heisenberg, de un modo substancialmente nuevo y más sencillo
matemáticamente, en lo que se conoce como mecánica ondulatura. Una de las consecuencias más
profundas de estos desarrollos fue la Relación de Indeterminación de Heisenberg, también llamada no
de forma adecuada Principio de Indeterminación o Principio de Incertidumbre.

En un sentido, la Relación de Indeterminación explica que no es posible conocer simultáneamente y con


precisión arbitraria la posición de una partícula y su velocidad (en realidad elmomento lineal, que es el
producto de velocidad y masa), o su energía y el tiempo en que la posee. Es decir, la indeterminación se
da en ciertos pares de magnitudes asociadas, como la posición y la velocidad, o la energía y el
tiempo. Cuanto mayor es la precisión con que se mide una de estas variables, menor será la precisión
con que conoceremos la otra, y viceversa. Por ejemplo, si diseñamos un experimento para medir con
gran precisión la posición de un electrón, el valor de su velocidad será bastante ‗borroso‘. De acuerdo,
pero ¿por qué?

La explicación que suele aparecer muy a menudo en la red, es que esto se debe a la influencia del
observador sobre el sistema observado. Se argumenta que todo proceso de medición implica
interaccionar con el objeto que se quiere medir, y en consecuencia modificarlo. Es muy común encontrar
textos que exponen alegremente ejemplos como éste: ―para medir la presión de un neumático es
necesario dejar salir algo de aire, por lo tanto nunca conoceremos exactamente la verdadera presión,
pues la hemos modificado al medirla‖. A este respecto, pido a Pedro consenso de la siguiente
expresión: ¡thbpppbppt! El ejemplo citado es totalmente absurdo, puesto que no tiene nada que ver con,
ni refleja en lo más mínimo a, la Relación de Indeterminación; veamos por qué.

En primer lugar, la Relación de Indeterminación de Heisenberg no dice en ningún momento que es


imposible conocer con total precisión una magnitud particular. Lo que sí dice, es que la
imprecisión conjunta de dos magnitudes asociadas no puede ser menor que un valor límite, que es del
orden de la constante de Planck. Sí es posible conocer con total precisión la velocidad de, por ejemplo,
un electrón, pero en ese caso será imposible conocer a la vez su posición.

En segundo lugar, la razón de ser de las relaciones de indeterminación no tiene nada que ver con el
proceso de medición, sino que se debe a la propia naturaleza discreta de la energía y a la dualidad onda-
partícula; la ‗borrosidad‘ es intrínseca a la materia, no al proceso de observación. Es cierto que toda
observación implica interacción y por ende alteración –y no necesariamente en aquello que se está
midiendo–, pero esa no es la razón de ser de la Relación de Heisenberg. Esto quedará en total evidencia
cuando consideremos el caso de la indeterminación entre la energía y el tiempo, en la segunda entrega
de este artículo.

Ahora bien, lo anterior inevitablemente sugiere la pregunta: ¿es que yo no conozco la posición del
electrón, o es que el electrón no tiene una posición determinada? Aquí es donde comenzaron a dividirse
las aguas del pensamiento cuántico. Por un lado, Heisenberg, junto con Niels Bohr y Max Born, entre
otros, sostenía que el indeterminismo es propio de la naturaleza. No es que el electrón tenga una posición
determinada y que yo no sé cuál es; los conceptos clásicos de posición, trayectoria, duración, etc., no
valen en el mundo cuántico, en donde rigen otras reglas. Es el electrón quien es borroso, no mi
conocimiento de él. Y por otro lado, Einstein era de los que creían que el electrón sí tiene una posición
perfectamente determinada, pero no es posible conocerla ya que la mecánica cuántica es una teoría
incompleta, en la que faltan variables que no fueron consideradas.
A Einstein no le gustaba para nada la idea de que la ciencia esté a merced del carácter azaroso e
indeterminista de inserta la mecánica cuántica. Eso de que ‗no puedes saber simultáneamente la
velocidad y la posición…‘, ‗esto no tiene significado hasta que lo mides…‘, le resultaba exasperante. De
ahí su famosa frase, que a estas alturas empalaga el sólo hecho de citarla:

Dios no juega a los dados con el Universo.

Según su parecer, existe una realidad –aunque local– con características bien determinadas por la
relación causal, es decir de causa y efecto, que existe entre los sucesos físicos. Detengámonos en esto.

Desde que Newton publicó sus ―leyes del movimiento‖, surgió la idea de que todo en la naturaleza está
mecanizado, que todo en el universo está sometido a una serie de leyes matemáticas bien definidas, que
el tiempo es una cadena irrompible de causas y efectos. Así creció una corriente filosófica
llamada Determinismo, de la cual fue Pierre Laplace (1749-1827) uno de los mayores exponentes. A
Laplace se le ocurrió un experimento mental para ilustrar esta concepción, que generalmente se lo llama
como ‗El Demonio de Laplace‘.

El tiempo era concebido como una cadena irrompible de causas y efectos.

Si, por ejemplo, conocemos la posición, la velocidad y la masa de algunos cuerpos que chocan entre sí,
podremos predecir con total certeza qué le ocurrirá a cada uno en cualquier instante de tiempo futuro o
pasado. Supongamos el caso extremo, en que conociéramos la posición y el momento lineal (la
velocidad por la masa) de todas y cada una de las partículas del universo. A efectos prácticos esto sería
sobrehumano, pero perfectamente posible. Con todos estos datos podríamos calcular con absoluta
certidumbre, de acuerdo a las leyes del movimiento, lo que sucederá en el universo en cualquier instante
de tiempo futuro. Y no sólo en lo que respecta cuerpos inertes; recordemos que el pensamiento humano
es un proceso molecular regido por las mismas leyes físicas que gobiernan la materia inanimada. Así
que, conociendo las posiciones y velocidades de las partículas que conforman nuestro cerebro, sería
totalmente posible predecir pensamientos futuros y pasados.

De estas consideraciones, algunos físicos y filósofos llegaron a postular que la voluntad y la libertad
humanas no existen en realidad, sino que toda decisión y acto del hombre son resultado de una sucesión
ininterrumpida e inquebrantable de causa-efecto, entre las partículas que conforman la materia, regidas
por las leyes físicas de la naturaleza. De tal forma, la concepción determinista admite que el futuro, en
su totalidad, está contenido en el presente. Esto es, los sucesos futuros están inexorablemente
determinados por los presentes. (Como hablamos en otro artículo, Leibniz también había desarrollado
esta idea en su teoría de las mónadas.) Por ejemplo, si un suceso A implica B, el cual implica C, el cual
implica D, el cual implica E, puedo saber con total certeza que si ocurre A, ocurrirá E. Pero si has
atendido a las consideraciones hechas sobre las relaciones de indeterminación, ya deberías percibir que
la tesis determinista no puede sostenerse.

Sin embargo, aún mucho antes de Heisenberg, ya se habían hecho duras críticas al Determinismo, como
la siguiente, que es bastante interesante. (Este párrafo hay que leerlo muy despacio.) Si con el
conocimiento exacto del estado presente de mi persona, puedo predecir con total certeza mis
pensamientos y comportamientos futuros, y si de hecho lo hago, entraría en conciencia de ellos, y tendría
la posibilidad de no llevarlos a cabo, por lo que mi predicción determinista sería falsa. ¿Cómo puede el
Determinismo implicar la ‗autopredicción‘ de nuestras propias acciones futuras? Es posible que estés
pensando que, aún así, todas las ‗autopredicciones‘ podrían ya estar determinadas y que, al entrar en
conocimiento de ellas, dejarían de tener validez, pues podrían no cumplirse. Pero si con el simple hecho
de entrar en conocimiento de las predicciones, éstas dejan de tener validez, sólo la tendrán aquellas que
no han sido conocidas, es decir aquellas que no hayan sido previstas. Llegamos entonces a una
contradicción lógica: las predicciones deterministas son válidas en tanto no hayan sido predichas –en lo
que respecta a procesos mentales–.

La naturaleza está gobernada por el azar.

Tanto en la mecánica de Newton como en la de Einstein, el Principio de Causalidad establece, en un


sentido estricto, que mismas causas producen mismos efectos, esto es, una causa en determinadas
circunstancias produce un solo efecto posible –que es el previsto por la teoría–. Pero esto deja de ser
cierto en la mecánica cuántica, según la cual idénticas causas pueden producir efectos diferentes,
aleatoriamente. Es decir, aparece el factor de azar, que rompe con la rígida cadena de causalidad,
manifestada en las mecánicas de Newton y Einstein. No confundamos esto con lo que llamamos ‗azar‘
en el mundo macroscópico. Por ejemplo, si dejamos caer un dado, el hecho de que salga el número 3 no
es estrictamente un proceso aleatorio. Si repitiéramos el proceso dejándolo exactamente como lo hicimos
anteriormente, con las mismas condiciones de aire, etc., saldría inequívocamente nuevamente el número
3. Es en el mundo subatómico donde entra en juego –nunca mejor dicho– el factor del azar. Las
partículas se comportan de un modo que no es posible comprender con las nociones que tenemos de
‗anterior‘, ‗posterior‘, ‗posición‘, ‗existencia‘, etc. En palabras de Heisenberg:

Cualesquiera sean los conceptos o palabras que se han formado en el pasado en razón del
intercambio entre el mundo y nosotros mismos, la verdad es que no están estrictamente definidos
con respecto a su significado; es decir, que no sabemos hasta dónde pueden ayudarnos a encontrar
nuestro camino en el mundo. Frecuentemente sabemos que podemos aplicarlos a un extenso orden
de experiencias internas y externas, pero nunca sabemos con exactitud cuáles son los límites
precisos de su aplicabilidad. Esto es verdad hasta para los conceptos más simples y generales,
como ―existencia‖ y ―espacio y tiempo‖. En consecuencia, con la razón pura nunca será posible
arribar a una verdad absoluta.

Como decía Kant, no tiene sentido preguntarnos por la cosa en sí, sino por sólo qué podemos conocer de
ella. No porque nuestros sentidos lo impidan, sino porque nosotros mismos formamos parte del todo que
intentamos conocer. Es decir, desde la mecánica cuántica ya no se puede decir que por un lado hay un
objeto cognoscible y por otro un sujeto cognoscente. No podemos intentar comprender la realidad como
si fuera algo aislado, que está allí, a la espera de ser interpretado por un sujeto. La realidad sólo es tal en
tanto se presenta ante el sujeto. La idea de Einstein de un mundo determinado e independiente del
sujeto, se derrumba por el irrebatible nexo sujeto-objeto que inserta la mecánica cuántica. Cabe citar
nuevamente a Heisenberg:

[...] no podemos olvidar el hecho de que las ciencias naturales han sido formadas por el hombre.
Las ciencias naturales no describen y explican a la naturaleza simplemente; forman parte de la
interacción entre la naturaleza y nosotros mismos; describen la naturaleza tal como se revela a
nuestro modo de interrogarla.
En la Mecánica Cuántica (II)

Hoy continuamos con la serie en donde exploramos las principales concepciones sobre la naturaleza
del tiempo a lo largo de la historia, de forma accesible. En la primera parte de este artículo, comentamos
acerca de algunas consecuencias de la mecánica cuántica, como la hipótesis de la discontinuidad del
tiempo y la ruptura del concepto de causalidad determinista, en virtud de las Relaciones de
Indeterminación de Heisenberg.

Durante el siglo XX, el desarrollo de esta nueva mecánica demostraría cuán equivocados estábamos
acerca del funcionamiento básico de la naturaleza, derrumbado muchas nociones filosóficas milenarias,
como el determinismo o el monismo, así como resucitando otras profundas concepciones, entre las que
cabe destacar la del carácter incognoscible del Universo –en el sentido de Kant– o la del libre albedrío.
Sin embargo, también brotarían nuevas y realmente interesantes implicaciones –a partir del estudio de
desconocidos fenómenos subatómicos–, como la posibilidad de la „bifurcación‟ del tiempo, o
la Interpretación de Universos Paralelos del físico Hugh Everett(1930-1982).

El tiempo era antiguamente concebido como un río. Pero el avance de la ciencia nos hizo reconsiderar
si en verdad tiene sentido hablar de un único cauce. (Bifurcaciones del Río Saskatchewan.
Fuente: www.geo.uu.nl)

Especialistas y académicos advertidos están que esta serie sigue la filosofía ―Antes simplista que
incomprensible‖. Además, como se dijo en la entrada anterior, aquí no se pretende explicar
detalladamente los fundamentos de la mecánica cuántica, sino sólo mostrar sus principales implicaciones
en la investigación de la naturaleza del tiempo, aunque sin necesidad de conocimientos previos. Para
quienes deseen introducirse en aspectos de la cuántica en general, tienen la serie Cuántica sin fórmulas,
de Pedro.

Llegar al núcleo de la cuestión que a este artículo concierne, requiere que primero nos familiarizarnos
con algunos conceptos.
Erwin Schrödinger (1887-1961)

En busca de un modo más sencillo y menos abstracto que el de Heisenberg, a la hora de describir el
mundo subatómico, Schrödinger formuló la famosa ecuación que recibe su nombre (Ecuación de
Schrödinger), y que permite estudiar cómo va cambiando un sistema físico, como un electrón libre, a lo
largo del tiempo. Él abandona la idea de que el electrón, por seguir con el ejemplo, es una partícula, y
encuentra que tratarlo como una onda es más sencillo matemáticamente. El resultado de esa ecuación es
lo que se llama función de onda del electrón. Esta función es un aparato matemático que describe
completamente al electrón: no representa ninguna magnitud en particular, sino todas a la vez.

No vamos a entrar en detalles, pero sepamos que las distintas características de la función de onda
revelan diferentes magnitudes físicas sobre el sistema que se quiere estudiar. Pero recordemos asimismo
las Relaciones de Indeterminación de Heisenberg (desde ahora RIH): si en la función, el valor de la
velocidad está muy determinado, el valor de la posición será muy difuso, y viceversa.

Esto implica que la función de onda no puede representar el estado exacto en que estará el electrón
cuando realicemos la observación, como podría esperarse en la mecánica de Newton o en la de Einstein,
sino todos los estados posibles o probables, dentro de lo que permiten las RIH. Ahora bien, todos estos
estados posibles del electrón –que determinan por ejemplo los valores de su posición, energía, etc.– se
encuentran superpuestos dentro de la función de onda. Vayamos despacio. En la física pre-cuántica lo
que se hace es tomar datos de un sistema físico y con una ecuación averiguar cómo va a evolucionar en
un determinado período de tiempo, obteniendo elresultado que inequívocamente mediremos en la
realidad. Pero en cuántica, lo que obtenemos es una superposición de varios resultados, cualquiera de los
cuales puede tener lugar en la realidad. No podemos elegir o inclinarnos por alguno de ellos antes de
realizar la observación; el estado en el que se encuentra el sistema (en nuestro ejemplo, el electrón) es
un estado de superposición.

Este estado de superposición evoluciona en el tiempo mediante la ecuación de Schrödinger, de una


manera que siempre estará formado por los mismos estados básicos. Es decir, no pueden aparecer con el
tiempo estados nuevos, ni desaparecer otros, como por ejemplo modo tal que quede uno solo. Sólo
cuando se realiza la medición física ‗desaparece‘ la superposición y se observa uno solo de los estados
previstos. A este proceso se lo llamacolapso de función de onda, ya que viola la evolución temporal dada
por la ecuación de Schrödinger, que establece que se mantienen todos los estados básicos intactos en el
tiempo.
Pero detengámonos un momento. ¿Qué significa que distintos estados posibles estén superpuestos?,
¿y qué nos dice esto sobre la naturaleza del tiempo?

Uno de los principios más fundamentales y antiguos de la Lógica es el Principio de


Contradicción (también llamado ―de no contradicción‖), que simplemente dice que dos proposiciones
contrarias no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Por ejemplo, no es posible que una moneda
muestre cara y no muestre cara a la vez. Lógico. Este concepto es importantísimo en la noción
de tiempo desde Aristóteles hasta Einstein. El tiempo es introducido como necesidad de justificar el
hecho de que, en efecto, los contrarios existen, en otras palabras, que en el mundo contemplamos cosas
que son de determinada manera y que al cabo de un tiempo son de otra; ejemplo de esto es el
movimiento, el cambio. El tiempo interviene para cumplir el papel de orden, de número, como decía
Aristóteles. En resumen, una frase célebre de Einstein (algo irónica, claro, pero que ayuda a
complementar la idea):

La única razón para que el tiempo exista es para que no ocurra todo a la vez.

Ahora bien, el concepto de superposición cuántica viene para complicar las cosas. La mecánica cuántica
nos dice que hasta que no realicemos el proceso de medición, no podemos ir más allá de lo que nos
muestra la función de onda, que contiene todos los resultados posibles en forma superpuesta. Por
ejemplo, supongamos que la función de onda de un electrón nos dice que la posición de éste puede ser
(0, 1), (0, 2) o (0, 3) (permíteme suponer que existen dos dimensiones de espacio, ¿sí?) Podríamos
pensar: claro, pero aunque no la conozcamos, la posición del electrón debe tener uno de los valores
posibles, del cual nos enteramos cuando realizamos la observación. Pero veremos que este argumento
no puede sostenerse cuando tengamos en cuenta otras consideraciones. Es necesario aceptar que el
electrón está en los tres lugares a la vez. En este proceso, el tiempo muestra una naturaleza distinta a la
que estamos habituados, porque los contrarios coexisten simultáneamente, lo cual obliga o bien a
rechazar el Principio de Contradicción, o bien a considerar una ‗bifurcación‘ del tiempo.

Consideremos el experimento de la doble rendija. Por si no lo conoces o no lo recuerdas bien, aquí dejo
un vídeo explicativo. Si eres físico y/o lo tienes muy bien en claro, conviene que lo saltees o el autor de
este artículo no se hará responsable del desarrollo de onicofagia crónica o tricotilomanía.

http://www.youtube.com/watch?v=KYX4ki7y-xI&feature=player_embedded
Lo que nos interesa de esto es que si intentáramos comprender este tipo de fenómenos con nociones de
la física clásica, o más concretamente a partir de la intuición, nos enfrentaríamos con una paradoja, en
virtud del Principio de Contradicción. Si le preguntáramos a Newton –o a Einstein– qué sucedería en
esta situación, nos diría que el electrón pasa por una rendija o bien por la otra, y evidentemente eso no
sucede. Entonces, ¿qué le ocurre al electrón en el momento de atravesar las rendijas? ¿Se divide en dos y
se reintegra luego? ¿La indeterminación de su posición permite que esté en varios lugares a la vez? ¿El
electrón interfiere consigo mismo, en el tiempo? Al respecto, Werner Heisenberg dice (énfasis mío):

Este ejemplo muestra claramente que el concepto de función de probabilidad no permite una descripción de
lo que sucede entre dos observaciones. Todo intento de encontrar tal descripción conducirá a
contradicciones; esto demuestra que el término ‘sucede’ debe limitarse a la observación.

Lo que está diciendo Heisenberg es tremendo, porque le está concediendo al tiempo un carácter
subjetivo –o idealista, si se quiere–, que sugiere que no tiene significado físico lo que ocurre entre dos
observaciones, y que el tiempo sólo es tal en tanto es concebido por el sujeto. Tal vez, como decía Kant,
no tenga sentido preguntarnos por la cosa en sí, sino más bien qué podemos conocer de ella; es decir,
que lo que observamos no sea la naturaleza en sí, sino la naturaleza presentada a nuestro modo de
interrogarla. Muy bien pero… ¿entonces qué significa la función de onda?, ¿es simplemente una
abstracción?, ¿qué alianza con la realidad tiene esa abstracción?

Allá por 1957, el físico Hugh Everett propuso la Interpretación de Universos Paralelos (o Múltiples)
para intentar encarar estas cuestiones. Antes que nada aclaro que no pretendo exponer una formulación
rigurosa de la misma, sino más bien dar una idea intuitiva de lo que significa. Supongamos que tengo un
dado común de seis caras. Si yo lo tiro al aire, la ―función de onda del dado‖ me mostraría una
superposición de las seis caras, como resultados posibles. Imaginemos que existe la misma probabilidad
de que salga cualquiera de los seis números. Lo que dice esta interpretación es que cada resultado
posible existe físicamente, pero en distintos universos. Éstos serían exactamente iguales (sí, partícula por
partícula), salvo por el desenlace del suceso en cuestión. Si al caer, el dado muestra el número 3 por
ejemplo, eso significa simplemente que estoy en el universo en el que la función de onda colapsó de
modo tal que salió el número 3; lo que implica que inexorablemente en otros cinco universos habrían
salido los restantes números (1, 2, 4, 5 y 6).

No perdamos de vista que el ejemplo de los dados es simplemente una analogía. La interpretación de Everett
versa sobre fenómenos subatómicos.

Sé que esto puede sonar extraño, y no hay culpa; cuando Everett publicó su hipótesis fue ampliamente
ignorado o rechazado. Pero en las últimas décadas, esta hipótesis estuvo en constante estudio y fue
reconsiderada ya que permite dar respuesta a fenómenos de otra forma inexplicables. Según esta
interpretación, todos los estados posibles superpuestos en la función de onda tienen lugar en la realidad,
pero en universos distintos. Lo que es más, nosotros mismos como observadores también tendríamos
nuestros ―paralelos‖ presentes en tales universos, cada uno de quienes observaría un resultado posible.

Algunos físicos y filósofos han calificado a esta hipótesis como no falseable, lo que significa que no
sería susceptible de ser comprobada o refutada por experimentación. Lo cierto es que hasta la fecha no
se ha encontrado evidencia –siquiera indirecta– que avale la interpretación de universos múltiples,
aunque nada garantiza que en un futuro no se la halle (a la evidencia indirecta). Un comentario final:
buscar en la red sobre este tema es una odisea; verás que resulta como caminar en bosques pantanosos
cuando encuentras miles y miles de artículos ‗divulgativos‘ del tipo ―Universos paralelos comprobados‖,
o disparates similares. Ya sabes cómo son los medios. Mi consejo: cautela.
Retomemos, sin embargo, el tema anterior, que aún hay muchas cosas interesantes por considerar.
Existen frecuentes confusiones sobre la ecuación de Schrödinger, como cuando se afirma que no es
determinista, lo cual es falso. La ecuación de Schrödinger es completamente determinista porque nos
dice exactamente qué función de onda existirá en cualquier instante en el tiempo. Es en el proceso del
colapso de la función de onda en donde aparece el indeterminismo, ya que cualquiera de los estados
posibles superpuestos puede tener lugar en el universo –si se quiere, en nuestro universo–.

Otro aspecto interesante es que la ecuación de Schrödinger es totalmente reversible en el tiempo, es


decir, es igualmente coherente ―si pasáramos la película al revés‖. Recuerdas que, cuando hablamos de
los procesos reversibles e irreversibles, vimos que la dirección del tiempo estaba únicamente
determinada por el aumento de la entropía. Para los físicos y filósofos de la época, era algo estremecedor
tener que aceptar que la única diferencia entre el pasado y el futuro esté dada simplemente por las
probabilidades del desorden. ¿Acaso existirá alguna discrepancia realmente entre pasado y futuro, o se
trata de la misma cosa? Acompáñame en el siguiente experimento mental.

Imaginemos que arrojamos una moneda tan fuertemente que queda en órbita alrededor de nuestro
planeta. El proceso físico ―moneda orbitando planeta‖ es completamente simétrico y reversible en el
tiempo. Si filmáramos este hecho y lo pasáramos de adelante hacia atrás, sería algo totalmente explicable
por las leyes de la física. Ahora bien, en ese momento, el lado que muestra la moneda –cara o cruz– está
indeterminado. ―¿Cómo? ¡Pero no tiene sentido hablar del lado que muestra la moneda pues aún no ha
caído!‖. Así es, pero por favor concédeme lo que dije antes para que el experimento sirva a lo que deseo
explicar.

Mientras que yo no capture la moneda –de algún modo– la ―función de onda de la moneda‖ seguirá
mostrando una superposición de los resultados posibles: cara y cruz. Y esta función evolucionará en el
tiempo de forma perfectamente reversible. Pero cuando la he atrapado –no me preguntes cómo– la
función de onda colapsa hacia uno de los estados posibles y todo este fenómeno deja de ser simétrico
en el tiempo.

El proceso de colapso de función de onda, pues, comenzó a ser interpretado como una nueva ruptura de
la simetría temporal –como una nueva ―flecha del tiempo‖– puesto que viola la reversibilidad de la
evolución de los fenómenos cuánticos, dada por la ecuación de Schrödinger. E incluso se llegó a postular
que este proceso tiene mayor fortaleza que el del aumento de la entropía, a la hora de designar una
―flecha del tiempo‖ objetiva. Pero el problema es que el colapso de función de onda depende plenamente
del observador: del sujeto. Entonces resulta algo aún más turbador considerar que el curso del tiempo
esté absolutamente establecido por el sujeto, y que no sea nada objetivo.

Lo cierto es que el fenómeno del colapso de función de onda es uno de los que menos entendemos en la
actualidad, y que más debates ha generado entre físicos y entre filósofos. Nada podemos asegurar hoy.

Profundicemos un poco más en otro asunto ‗con miga‘ sobre este gigante concepto que es el de función
de onda. Concretamente, ¿qué tipo de información nos brinda sobre la realidad? Las variables que
definen las características y el comportamiento de un sistema físico, y que por tanto pueden ser medidas
y operadas matemáticamente, en mecánica cuántica se llaman observables. Habíamos visto que las RIH
se dan en ciertos pares de observables, como la posición y el momento lineal (masa por velocidad), que
son llamados observables incompatibles o inconmutables, es decir que cuan mayor precisión tenemos en
la medición de uno de éstos, menor es la precisión con la que conoceremos a su observable ―pareja‖. Lo
que nos interesa es que para la mecánica cuántica el tiempo no es un observable.
¡¿Cómo?! Esto parece ser un problema bastante grave, pues ¿cómo se explica la relación de
indeterminación entre el tiempo y la energía? Volveremos a eso luego. Primero, ¿qué significa que el
tiempo no sea una magnitud observable? El asunto es algo complejo, pero básicamente sucede que, a
diferencia de los observables, el tiempo es entendido como un parámetro, dentro de la ecuación de
Schrödinger, a partir del cual nos ubicamos en el momento en que queremos saber qué pasa con la
función de onda que estamos estudiando. Si esto se parece al concepto de tiempo de
Newton (―verdadero, matemático y que fluye sin relación con nada externo‖), no es coincidencia.
Justamente, en sus comienzos, la mecánica cuántica no tuvo en cuenta el carácter relativo del tiempo y
del espacio, que manifiesta la Teoría de la Relatividad de Einstein.

Paul Dirac (1902-1984)

Sólo una mente brillante lograría combinar la noción de tiempo y espacio relativos con las ecuaciones
cuánticas. Se trata de Paul Dirac (1902-1984) que en 1928 encontró una forma muy elegante de
lograrlo, lo que le valió el Premio Nobel, al igual que a todos los físicos de los que estuvimos
nombrando hasta aquí. Esta combinación de la relatividad especial (ojo, no relatividad general) con la
cuántica, desencadenó una serie de totalmente inesperadas y profundas consecuencias. En principio, se
pudo explicar por primera vez la relación de indeterminación entre el tiempo y la energía, aunque cuyo
significado es algo distinto que el de la posición y la velocidad. Una definición un poco más rigurosa de
las RIH que la que estuvimos comentando, sería decir que la indeterminación de la posición ( )
multiplicada por la indeterminación del momento lineal ( ), es siempre mayor a un valor límite,
similar a la constante de Planck ( ). Lo que se puede expresar elegantemente de la siguiente manera:

Es decir, es imposible reducir la indeterminación a cero; ésta siempre será mayor que la constante de
Planck (o más precisamente ―constante de Dirac‖) dividida en 2. Bien, de manera similar la relación
entre el tiempo y la energía adopta la siguiente forma (por favor, no la mires con horror; contempla su
belleza):

Se entiende, ¿no? Pero ojo, porque no hay que interpretarlo como ―la indeterminación del tiempo‖,
sino más bien como el período de tiempo en el que determinamos la energía de algo. Si miramos la
ecuación desde otro punto de vista, esto se entenderá muy fácilmente. Pasemos hacia el otro lado de
la igualdad y nos queda: . Esto quiere decir que cuanto menor sea el intervalo de tiempo
que usemos para medir la energía de, por ejemplo, un electrón, más indeterminada estará esta energía,
ya que, como sabes, todo número dividido por algo que tiende a cero, es igual a algo que tiende a
infinito. Cuanto más reducimos el intervalo de tiempo, más indeterminada estará la energía.

Muy bien, pero ¿me estás diciendo que la energía puede variar arbitrariamente, violando el principio de
conservación de energía? Así es; cuando hablamos de intervalos de tiempo ridículamente pequeños,
ocurren fenómenos ciertamente extraños. Un aspecto aún más fascinante de la indeterminación energía-
tiempo es lo que generalmente se llama ―Energía del vacío‖. Piensa en esto: imaginemos una región
muy remota del universo, totalmente privada de materia y energía; es decir, espacio vacío en el sentido
más puro. En este caso –ideal, por supuesto– la energía presente estaría totalmente determinada: cero.
Esto violaría la relación de indeterminación entre el tiempo y la energía, por lo que tal espacio vació no
puede existir.

¿Entonces qué sucede? Los físicos llegaron a la conclusión de que en los pequeños intervalos de tiempo
que admiten las RIH, se deben ‗crear‘ cierto tipo de partículas para luego ‗aniquilarse‘ entre sí. Bien,
pero ¿cómo pueden crearse partículas literalmente de la nada?; ¿de dónde toman la energía? Por más
extraño que parezca, de ninguna parte. Sobre esto, Heisenberg dice:

[...] Por ejemplo, un esquema, cuando es interpretado en términos de acontecimientos reales en el espacio y
el tiempo, lleva a una especie de reversión del tiempo; predeciría procesos en los que repentinamente se
crean partículas en algún punto del espacio, cuya energía es luego provista por algún otro proceso de
colisión entre partículas elementales en algún otro punto.

Es decir, se podría interpretar que, para crearse, estas partículas toman la energía que se produce cuando
colisionan y se aniquilan luego; en otras palabras, obtienen la energía desde el futuro. Es como si
compráramos algo al fiado, y pagáramos luego. Pero claro, estamos hablando de intervalos de tiempo
ínfimos (y de espacio también; conviene aclarar), casi inconmensurables, en donde parece darse esta
―reversión del tiempo‖, como decía el alemán. Evidentemente, la naturaleza del tiempo no es nada
homogénea, en este sentido.

Demás está aclarar que la existencia de este fenómeno de creación y aniquilación de partículas,
demuestra claramente que las relaciones de indeterminación no tienen nada que ver con el proceso de
observación, sino que son propias de la Naturaleza. Por otro lado piensa que esto no se da sólo en el
vacío del espacio exterior, sino que está teniendo lugar en la habitación en la que lees este artículo, en
frente tuyo, dentro de tu cuerpo, etc.

Pero hay algo más –y con este tema cierro el artículo–. Para que las ecuaciones tuvieran sentido, Dirac
supuso que en este fenómeno debería tener lugar un nuevo tipo de partículas, con propiedades muy
curiosas: las antipartículas. Para cada partícula conocida, existe su correspondiente antipartícula que es
exactamente igual, salvo por la carga, la paridad y el tiempo. Hace bastante, Pedro ha explicado breve y
claramente de qué se trata esto, así que puedes leer este artículo antes de continuar. Créeme que vale la
pena.

Asumo, entonces, que ya entiendes lo que significa la simetría de carga, paridad y tiempo, entre
partículas y antipartículas. Existe un teorema fundamental, que dice que las leyes de la física son las
mismas si cambiáramos la carga, la paridad y el tiempo de todas las partículas, esto es, ante las tres
simetrías combinadas, lo que se llama como Simetría CPT. Es decir, si invirtiéramos las cargas,
pusiéramos al Universo ‗reflejado en un espejo‘ e invirtiéramos la dirección del tiempo, todo sería
exactamente igual (desde el punto de vista microscópico, claro). En un principio, se aceptaba que cada
una de estas tres simetrías por separado también era válida. Pero a mitad del siglo pasado se descubrió
que la C y la P son violadas por ciertos fenómenos físicos, aunque ambas combinadas sí son válidas.
Entonces, si la combinación CP se conserva por un lado, eso implica, de acuerdo con el teorema CPT,
que la simetría T debe ser válida independientemente: que no existe una dirección privilegiada de
tiempo.

Conviene aclarar cómo es eso de que el tiempo es inverso para las antipartículas, ya que frecuentemente
lleva a malentendidos. Se podría llegar a pensar que si existiera un planeta con seres compuestos de
antimateria, el tiempo para ellos transcurriría de forma inversa a la nuestra. Aunque excitante, esto es
falso. Lo que dice la simetría T es que, en lo que respecta a una antipartícula, es decir, desde el punto de
vista microscópico, estudiar su comportamiento con las leyes de la física conocidas requiere invertir el
signo del tiempo en las ecuaciones. Sí; es como si el tiempo fluyera al revés, pero sólo para la
antipartícula individual. Recordemos que en el mundo macroscópico la ‗flecha del tiempo‘ está dada por
el aumento de la entropía, y éste no distingue entre materia y antimateria.

En lo que respecta al mundo microscópico, no existía nada que indique una dirección –mejor dicho,
sentido– del tiempo: para las partículas, pasado y futuro parecerían ser la misma cosa. Sin embargo, en
1964 se descubrió por primera vez un fenómeno que viola la simetría T. Se trata de la desintegración de
cierto tipo de partícula (llamada Kaón o mesón K). Este hallazgo representó el primer proceso
microscópico en donde existe una diferencia física entre el pasado y el futuro. Al contrario de la
desintegración de las demás partículas, la del Kaón es la única que si la filmáramos en una película y la
pasáramos en sentido inverso, veríamos un fenómeno que no puede existir en el Universo. Este
descubrimiento fue de gran trascendencia para la comprensión del tiempo, aunque obviamente aún
estamos muy lejos de llegar a un concepto certero.

Espero que esta clase de ‗filosofísica‘ no haya resultado demasiado densa. En las próximas
entradas comenzaremos a desmenuzar el tema más apasionante de la serie: Los viajes en el tiempo.
Hablaremos de cómo surge el concepto, de las posibilidades y dificultades teóricas, filosóficas y
prácticas, entre otros temas de interés. Hasta la próxima.
Parte 4: Los viajes a través del tiempo:

Los Problemas Filosóficos del Viaje en el Tiempo

En los últimos artículos de esta serie, hablamos acerca de cómo cambia la noción que tenemos sobre
el tiempo a partir de las teorías de la relatividad especial y relatividad general, y de las implicaciones de
la mecánica cuántica. Hoy comenzaremos a examinar una cuestión de asiduas controversias: los viajes a
través del tiempo.

Todos nos hemos preguntado alguna vez: ¿será posible viajar en el tiempo?, y muchas veces sin
considerar inmediatamente: ¿qué es el tiempo? Como hemos visto a lo largo de la serie, la naturaleza del
tiempo aparenta exceder los límites del intelecto humano, si bien hemos avanzado mucho en la
comprensión de su comportamiento físico, a través de los trabajos fundamentalmente de Albert Einstein.
Al hablar de viajar a través del tiempo, ¿qué estamos entendiendo por ―tiempo‖, y qué por ―viajar‖? Por
ejemplo, ¿estamos presuponiendo que tanto el futuro como el pasado existen físicamente, y que
podemos acceder a ellos? Por otra parte, el concepto de viaje o movimiento se refiere a la relación entre
espacio y tiempo (de ahí que hablemos de km/h, m/s, etc.); ¿qué significación le estamos dando al
aplicarlo únicamente en el tiempo?

Es necesario preguntarnos ¿qué entendemos por viajar en el tiempo?, ya que de su respuesta


depende ¿qué principios físicos avalan o comprometen el viaje a través del tiempo? En este artículo
examinaremos el origen del concepto de viaje en el tiempo, las distintas interpretaciones desde la Física,
y las implicaciones filosóficas que éstas sugieren. De modo que propongo comenzar con la
pregunta: ¿De dónde y cuándo surge semejante idea?

Representación artística de ―La máquina del tiempo‖ de H. G. Wells.


La expresión ―viaje en el tiempo‖ brota en la Literatura, a finales del siglo XIX. Pero en contraste con
una creencia muy extendida, no fue H. G. Wells en su obra ―La máquina del tiempo‖ de 1895 quien
propuso por primera vez esta idea. En años anteriores se escribieron otros célebres relatos como ―El reloj
que marchaba hacia atrás‖ de Edward Page Mitchell, publicado en 1891, o ―El Anacronópete‖ del
español Enrique Gaspar, en 1887. Existe un acalorado debate en torno a quién fue el primer escritor que
‗inventó‘ la máquina del tiempo; hay quienes encuentran este artilugio de manera implícita en obras aún
anteriores, mientras que otros sostienen que el viaje en el tiempo en la ciencia-ficción (es decir, no por
métodos mágicos) empieza con ―El Anacronópete‖. Lo que sí es cierto es que fue ―La máquina del
tiempo‖ de Wells a través de la cual se extendió enormemente esta idea, y no sólo entre escritores sino
también entre ‗aficionados‘ que pretendían construirla o al menos ganar dinero o fama en el intento.

Consideremos el significado de la palabra viajar en el sentido cotidiano: nos referirnos al


desplazamiento de un cuerpo a través del espacio, durante un período de tiempo. Cuando alguna de las
coordenadas que indican nuestra posición cambia, decimos, pues, que viajamos en el espacio. Ahora
bien, nuestra posición en el tiempo está cambiando constantemente, así que con el mismo criterio se
puede afirmar que estamos viajando en el tiempo. ¿Quieres ir hacia el futuro? Sólo debes sentarte y
esperar. Por supuesto, esto no es lo que tenemos en mente cuando hablamos de viajes en el tiempo. La
idea que sugiere esta expresión es la de manipular, de alguna manera, nuestra coordenada del tiempo, en
particular por la tentadora imagen que representa conocer nuestro futuro o modificar el pasado.

En esta serie enfocamos la cuestión del tiempo desde el punto de vista de la Física y la Filosofía; pero,
con el fin de ver cómo nace la noción de viaje en el tiempo, me parece interesante que comencemos
haciendo una breve referencia literaria. Echemos un vistazo a la novela de Wells. El personaje ―Viajero
a través del tiempo‖ que construye su dichosa máquina, narra lo siguiente:

Cogí la palanca de arranque con una mano y la de freno con la otra, apreté con fuerza la primera, y casi inmediatamente la segunda.
Me pareció tambalearme; tuve una sensación pesadillesca de caída; y mirando alrededor, vi el laboratorio exactamente como antes.
[…] Observé el reloj. Un momento antes, eso me pareció, marcaba un minuto o así después de las diez, ¡y ahora eran casi las t res y
media! […] El laboratorio se volvió brumoso y luego oscuro. La señora Watchets, mi ama de llaves, apareció y fue, al parecer sin
verme, hacia la puerta del jardín. Supongo que necesitó un minuto o así para cruzar ese espacio, pero me pareció que iba disparada a
través de la habitación como un cohete. Empujé la palanca hasta su posición extrema. La noche llegó como se apaga una lámpara, y en
otro momento vino la mañana. […] Pronto, mientras avanzaba con velocidad creciente aún, la palpitación de la noche y del día se
fundió en una continua grisura; el cielo tomó una maravillosa intensidad azul, un espléndido y luminoso color como el de un temprano
amanecer; el sol saltarín se convirtió en una raya de fuego, en un arco brillante en el espacio, la luna en una débil faja oscilante; y no
pude ver nada de estrellas, sino de vez en cuando un círculo brillante fluctuando en el azul.

¿Qué está significando aquí viajar en el tiempo? Desde el punto de vista del viajero, la máquina cumple
la función de acelerar la evolución física del resto del Universo a un ritmo progresivamente elevado.
Pero claro, desde el punto de vista de un observador externo (fuera de la máquina), la función de ésta
consiste en retardar la evolución física del viajero, haciendo que todos sus procesos biológicos estén
prácticamente ‗congelados‘, y así avanzar en el tiempo sin envejecer. El método que usa el artefacto para
lograr esto lo desconocemos; pero vemos que expresión ‗viajar al futuro‘ no está significando más que
un retardo o dilatación en la evolución física del viajero, a lo que para abreviar vamos a llamar viaje al
futuro mediante dilatación. Hacemos esto para diferenciar esta idea de otra interpretación muy
extendida sobre el ‗viaje al futuro‘ que aparece en la ciencia-ficción.
Albert Einstein. Un gran músico.

Si has leído los artículos anteriores ya sabes que la Teoría de la Relatividad Especial demuestra que el
viaje al futuro entendido de esta manera es perfectamente posible. Basta con adquirir una velocidad
cercana a la de la luz, con respecto a los demás (o estar cerca de un campo gravitatorio intenso, según la
Relatividad General) para que nuestro tiempo se dilate; cuando frenáramos veríamos que en el mundo ha
transcurrido un tiempo mucho mayor al que estuvimos viajando. Desde luego que esto ya lo hemos
comprobado hace muchos años, pero no con naves espaciales sino con partículas subatómicas. En un
artículo posterior examinaremos los problemas de ingeniería que impiden que hoy aceleremos naves a
estas velocidades extravagantes; pero ahora el tema que nos ocupa es analizar las distintas
interpretaciones del viaje en el tiempo.

Otra idea muy popular en la literatura y el cine sobre el viaje al futuro, es la que consiste en un salto
instantáneo desde el presente hacia un punto del futuro, lo que permite, a diferencia del viaje al futuro
mediante dilatación, encontrarse con uno mismo. Por citar algún ejemplo conocido, esto aparece en las
películas de la trilogía ―Back to the Future‖ (―Regreso al Futuro‖ o ―Volver al Futuro‖). Ahora bien, esta
interpretación trae consigo bastantes problemas. Antes que nada, el término viaje no se ajusta del todo,
ya que no se trata de atravesar todos los puntos intermedios entre el tiempo de partida y de llegada, como
sí ocurre en el caso de Wells. Si usamos la palabra viajar para referirnos a un recorrido, por ejemplo
desde Montevideo hasta Moscú –que implica atravesar los países intermedios–, no podemos usarla
también para indicar una ‗tele transportación‘ instantánea desde Montevideo hasta Moscú. Así que para
diferenciar aquella forma de ‗salto‘ en el tiempo, vamos a usar la expresión salto instantáneo al futuro.

Este salto instantáneo al futuro, que en la ficción hace parecer al viaje en el tiempo tan fácil y asequible,
acarrea dificultades muy complejas. Si miramos de nuevo el viaje al futuro mediante dilatación,
notamos que, por decirlo de algún modo, el viajero nunca se ‗desprende‘ de su tiempo presente. De
hecho, si se llegara a pensar que el pasado y el futuro no existen, y que el presente es la única realidad,
este tipo de viaje en el tiempo seguiría teniendo sentido. Sin embargo, en un salto instantáneo al futuro,
es menester que eso que llamamos ―futuro‖ exista como algo físico. Podemos viajar por una carretera
porque la carretera existe; pero si pretendemos viajar al futuro de esta manera, ¿qué realidad o existencia
tiene aquello a donde queremos llegar?; ¿acaso el futuro ya está determinado y fijo, y podemos acceder a
él a antojo? Aquí es donde comienza a revelarse la importancia de qué entendemos por tiempo, en la
expresión viaje en el tiempo.

Para encarar estas cuestiones, existen principalmente tres visiones o interpretaciones modernas del
tiempo, que surgen como fruto de las Teorías de la Relatividad: el Presentismo, el Posibilismo y el
Eternalismo. En realidad, estas visiones adoptan muchos nombres distintos; por ejemplo, a veces se usa
―Block Time‖ o ―Block Universe‖ como sinónimo de ―Possibilism‖, y a veces también de ―Eternalism‖
(casi toda la bibliografía está en inglés). El hecho es que existen tres interpretaciones; veamos de qué se
trata cada una en relación con el viaje en el tiempo.

El Presentismo se basa en dos postulados íntimamente relacionados: por un lado, que el tiempo
presente es lo único que tiene existencia, mientras que el pasado y el futuro no; y por otro lado, que el
universo es tridimensional (sólo se consideran las tres dimensiones de espacio, y no al tiempo como una
cuarta). Si el pasado ya no es, y el futuro aún no es, lo único existente es el punto presente, que no tiene
duración. De ahí que aquí al tiempo se lo conciba de naturaleza distinta al espacio: en una dimensión hay
extensión (podemos saltar de abajo a arriba y viceversa); pero si en el tiempo no hay extensión (porque
lo único que existe es el presente, que es un límite, un punto) no podemos decir que es una dimensión.
Sin embargo, el Presentismo no habla de un ‗presente universal‘: la Relatividad Especial nos dice que el
presente es distinto para cada observador, según su velocidad relativa. El presente de una persona en un
avión es distinto que el presente de alguien parado en una playa. Para esta postura, entonces, sólo los
sucesos presentes son los que gozan de realidad.

Analogía ilustrativa de la concepción presentista. No podemos representar el tiempo como una línea, tal
como en los gráficos cartesianos, ya que según esta interpretación, el tiempo es un punto.

De modo que según el Presentismo, es coherente el viaje al futuro mediante dilatación, pero es
imposible el salto instantáneo al futuro pues, de acuerdo con esto, el futuro simplemente no existe.
(Desde luego que tampoco sería posible un salto instantáneo al pasado, pero eso lo examinaremos más
adelante). Afortunadamente para los viajeros del tiempo, existen razones para creer que el Presentismo,
aunque intuitivo, es falso.

El Posibilismo (también llamado ―Block Time‖, ―Growing block Universe‖ y de diversas


formas) plantea que el presente y el pasado tienen realidad física, mientras que el futuro es sólo
posibilidad. Vamos por partes. A diferencia del Presentismo, aquí el tiempo sí es una dimensión (tiene
extensión), pero de naturaleza distinta al espacio, ya que se trata de una dimensión que está en constante
crecimiento, expansión y flujo. Para entender cómo es que el pasado tiene existencia física, tenemos que
recordar que el universo no tiene tres, sino cuatro dimensiones: el espacio-tiempo. Según el Posibilismo,
el espacio-tiempo es incompleto, y se va ‗construyendo‘ mediante flujo del tiempo. Esto quiere decir que
el futuro no está determinado y que cualquier posibilidad puede tener lugar. Notemos que este
argumento se ve reforzado por las Relaciones de Indeterminación de Heisenberg (o ―principio de
incertidumbre‖), que –recordemos– dice que cuanto más determinada está la posición de una partícula,
menos determinada estará su velocidad y viceversa, lo que demuestra que, a grandes rasgos, el desenlace
de los sucesos no está determinado por las condiciones iniciales (dicho mal y rápido, que el futuro no
está escrito).

Resumiendo, el Posibilismo es la opinión de que tanto el pasado como el presente forman parte del
espacio-tiempo, pero que el futuro no existe a causa del Indeterminismo. Veamos ahora qué pasa con el
viaje en el tiempo. Elviaje al futuro mediante dilatación continúa siendo posible, y el salto instantáneo
al futuro continúa siendo imposible. Pero, ahora vemos que un salto instantáneo al pasado tiene mayor
coherencia. Según esto, intentar viajar al pasado es lo mismo que intentar viajar a la izquierda, por
ejemplo. Sin embargo, el salto instantáneo al pasado (¡aún no estamos discutiendo el método para
llevarlo a la práctica!) es uno de los mayores desafíos intelectuales, ya que de él nacen las
famosas paradojas capaces de enloquecer al más prudente, que analizaremos en profundidad en el
próximo artículo. La más clásica es la que dice: si volvieras al pasado y mataras a tu abuelo, nunca
podrías haber nacido ni por tanto haber matado a tu abuelo.

Analogía ilustrativa de la concepción posibilista. El tiempo se extiende desde el pasado y culmina en el


punto presente, más allá del cual, no hay nada.

Finalmente, está el Eternalismo (que peligrosamente algunos autores llaman también ―Block Time‖)
que es la postura mantenida por Einstein: tanto el pasado, como el presente y el futuro, existen
físicamente, formando la cuarta dimensión que constituye el espacio-tiempo. Como hemos visto en
artículos anteriores, la Teoría de la Relatividad nos muestra que el tiempo es sólo otra dimensión más de
espacio. Decir que, por ejemplo, el pasado es más real que el futuro, es como decir que la derecha es más
real que la izquierda. Considerar el tiempo como la cuarta dimensión del espacio-tiempo, significa que
debemos olvidarnos de la idea clásica de que el mundo es algo tridimensional que se va modelando con
el tiempo. Los cuerpos se extienden no en tres sino en cuatro dimensiones. Para fijar ideas, el Universo
―visto desde afuera‖ sería como un bloque estático, inmóvil, en donde se podría observar todo su
desarrollo en lo que nosotros llamamos tiempo, con sólo dirigir la vista sobre una de las cuatro
dimensiones que lo forman.

Para los no familiarizados con la Teoría de la Relatividad, esto puede parecer absurdo, y no hay culpa,
ya que va contra toda intuición. Pero adentrándonos un poco más, veremos que ésta es la forma más
consistente de entender la naturaleza del tiempo, en la Física. En artículos anteriores hemos visto que la
Relatividad es determinista: pretende describir la totalidad de los sucesos pasados, presentes y futuros,
con certeza absoluta. De ahí que también el futuro se considere como real: ya está escrito por las leyes
de la Física –relativista–. Además hemos visto es una teoría reversible, o simétrica en el tiempo (si el
tiempo fluyera en sentido contrario, las ecuaciones seguirían funcionando), por lo que el pasado y el
futuro tienen en realidad la misma naturaleza.

Esto es a lo que refería Einstein en su famosa carta en memoria de su amigo Besso, que ya hemos citado
en otra ocasión pero que no está demás reproducirla de nuevo:

Michele me ha precedido de poco para irse de este mundo extraño. Eso no tiene importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la
diferencia entre el pasado, presente, y futuro no es más que una ilusión, aunque tenaz.

Es decir, el espacio-tiempo está constituido por cuatro dimensiones exactamente iguales (de la misma
naturaleza), una de las cuales, a causa de una ―ilusión tenaz‖, el hombre ha decidido diferenciarla con el
nombre de tiempo. Pero según la Relatividad, no hay nada que distinga el tiempo del espacio; el tiempo
simplemente no ‗fluye‘, como no fluyen las demás dimensiones de espacio. Quizá ese ‗fluir‘ sea estudio
de la Psicología, no de la Física, según el Eternalismo. Esto no quiere decir de ninguna manera que el
tiempo como tal ―no exista‖; sabemos que es una dimensión más y que el pasado y futuro forman parte
del espacio-tiempo, pero el ‗flujo‘, que lo distingue del espacio, aún no lo comprendemos. Lo que hay
que rescatar de todo esto, es que son coherentes –como más abajo veremos– los saltos instantáneos al
futuro y al pasado, en el sentido de que en estos ‗viajes‘ al menos habría un lugar a donde llegar.

Analogía ilustrativa de la concepción eternalista. La extensión en el tiempo de los cuerpos ya está


completamente determinada por la Causalidad. El presente, no es más que una arbitrariedad.
Sin embargo, aceptar el Eternalismo significa aceptar el Determinismo, admitir que las Relaciones de
Indeterminación de Heisenberg no implican azar o incertidumbre en la Naturaleza, y gritar junto con
Einstein que ―Dios no juega a los dados con el Universo‖. Porque sólo así el futuro tendría realidad
física; de otro modo habría que refugiarse en el Posibilismo, que dice que el Indeterminismo implica que
el futuro no existe.

Recapitulemos:

 Si el Presentismo es cierto, la única forma posible de viaje en el tiempo es el viaje al futuro mediante
dilatación (esto es, la dilatación del tiempo que se adquiere al moverse a velocidades cercanas a la de la luz).
 Si el Posibilismo es cierto, es coherente lo anterior y además podemos plantearnos la posibilidad del salto
instantáneo al pasado.
 Si el Eternalismo es cierto, es coherente todo lo antedicho y además el salto instantáneo al futuro.

Todo esto desde el punto de vista conceptual; ahora estamos en condiciones de preguntarnos: ¿la Física
contempla la posibilidad de los saltos instantáneos en el tiempo? Hasta 1949 se creía que no. Pero en
ese año, Kurt Gödel halló la primera solución a las ecuaciones de la Relatividad General, que demuestra
que, bajo determinadas circunstancias y en determinados fenómenos gravitatorios, puede originarse
un bucle en el tiempo(técnicamente una Curva cerrada de tipo tiempo) que permitiría a alguien
trasladarse a un punto del pasado del espacio-tiempo, como ya habíamos comentado en el artículo
sobre Relatividad General. Desde entonces, físicos de todo el mundo han hallado cientos de soluciones
que permiten la existencia de este extraño suceso.

Analogía de un espacio-tiempo con una Curva temporal cerrada. Con estas características sería posible
regresar a un punto del pasado.

Ahora, ¿en qué fenómenos gravitatorios puede existir una curva temporal cerrada? En la actualidad, el
modelo más factible es lo que comúnmente se llamaAgujero de Gusano (o Puente de Einstein-Rosen)
que, como también vimos en aquel artículo, consiste en dos ―bocas‖ que conectan dos puntos distantes
del espacio-tiempo, como un atajo. Por ejemplo, si alguien entrara allí, tal vez sólo recorriendo unos
miles de kilómetros, acabase en otra galaxia lejana o en el año 5000 a.C. Es el día de hoy que no
tenemos evidencia de la existencia de esto, ni sabemos si sería estable de modo tal que sirviera como
máquina del tiempo,pero sí sabemos que encaja perfectamente en las ecuaciones de la Relatividad
General. En otro artículo próximo examinaremos los fascinantes problemas que dificultan construir una
máquina del tiempo de esta especie.

Sin embargo, antes de salir a la calle a gritar que la Física permite el viaje al pasado, tenemos que
considerar otra forma de viaje al pasado que aparece en la literatura y que es totalmente imposible, según
lo que hasta hoy sabemos.

Como vimos, la máquina de Wells que emplea el viaje al futuro mediante dilatación está avalada por la
Relatividad Especial (salvo por el hecho de que no se desplaza a velocidades relativistas). Sin embargo,
Wells se mete en problemas cuando, por el final de la novela, el ―Viajero a través del
tiempo‖ regresa con su máquina hacia el siglo XIX, describiéndolo así:

Debí permanecer largo tiempo insensible sobre la máquina. La sucesión intermitente de los días y las noches se reanudó, el sol salió
dorado de nuevo, el cielo volvió a ser azul. […] Las agujas giraron hacia atrás sobre los cuadrantes. […] Empecé a reconocer nuestra
mezquina y familiar arquitectura, la aguja de los millares volvió rápidamente a su punto de partida, la noche y el día alternaban cada
vez más despacio. Luego los viejos muros del laboratorio me rodearon. Muy suavemente, ahora, fui parando el mecanismo. Observé una
cosa insignificante que me pareció rara. Creo haberles dicho a ustedes que, cuando partí, antes de que mi velocidad llegase a ser muy
grande, la señora Watchets, mi ama de llaves, había cruzado la habitación, moviéndose, eso me pareció a mí, como un cohete. A mi
regreso pasé de nuevo en el minuto en que ella cruzaba el laboratorio. Pero ahora cada movimiento suyo pareció ser exactamente la
inversa de los que había ella hecho antes. La puerta del extremo inferior se abrió, y ella se deslizó tranquilamente en el laboratorio, de
espaldas, y desapareció detrás de la puerta por donde había entrado antes. […] Entonces detuve la máquina, y vi otra vez a mi
alrededor el viejo laboratorio familiar, mis instrumentos mis aparatos exactamente tales como los dejé.

Ahora las cosas se tornan un tanto complicadas. ¿Qué se entiende aquí por ―viajar al pasado‖? A simple
vista se podría pensar que la máquina cumple la función de hacer que la evolución en el tiempo del
viajero se dé en sentido opuesto al del resto de los objetos fuera de la máquina. Como vimos en otro
artículo, la flecha del tiempo está dada por el aumento de la entropía (dicho mal y rápido, las cosas
tienden a desordenarse con el tiempo). Se podría llegar a suponer que lo que está haciendo la máquina
es, de algún modo, invertir la flecha del tiempo dentro de la máquina: lograr que la entropía disminuya
con el tiempo. Pero el resultado de esto no sería regresar al pasado, sino que el viajero rejuvenezca,
mientras el tiempo sigue fluyendo indiferente fuera de la máquina. Desde luego, según la Física actual
esto es imposible. Sin embargo, lo que Wells nos está pidiendo que aceptemos, es que la función de la
máquina es invertir el curso del tiempo de todo el Universo, excepto dentro de la máquina; y esto
claramente pertenece a la fantasía. Para abreviar, vamos a llamar a este imposible como retroceso
gradual al pasado.

De modo que la única forma en principio lógica del viaje al pasado, es la emplea un agujero de gusano.
Pero existe una objeción muy popular entre aficionados a la ciencia-ficción, hacia los saltos instantáneos
en el tiempo del modo en que aparecen en la literatura y el cine. Esta objeción dice así: si viajáramos en
el tiempo, no podríamos ―materializarnos‖ [nótese la expresión usada] en el mismo lugar del que
partimos, pues la Tierra estaría ya en otro lugar del espacio, teniendo en cuenta que orbita velozmente
en torno al Sol, y el Sol en torno al centro de la galaxia, etc. Pero en la literatura y el cine se muestra
que el viajero aparece en el mismo punto del planeta que partió.

Sencillo. Este problema nace porque algunos escritores imaginan el viaje en el tiempo como una suerte
de ―desmaterialización‖ del viajero, y ―rematerialización‖ en otra época. Desde luego, la Física no
contempla esta posibilidad. Lo que sí contempla, son los agujeros de gusano, cuyas ―bocas‖ ya estarían
definidas en espacio y tiempo antes de que nada viajase a través del agujero. De modo que no existiría,
en realidad, ningún problema como el dicho arriba.
Hemos visto cómo la expresión ―viaje en el tiempo‖ tiene múltiples significados: unos los hemos
comprobado (viaje al futuro mediante dilatación), otros están avalados por la Física Teórica pero aún no
tenemos evidencia (salto instantáneo al pasado), y otros son insostenibles según la ciencia actual
(retroceso gradual al pasado y ―desmaterialización‖). Por eso, cuando leas que alguien habla de la
posibilidad o imposibilidad de los viajes en el tiempo en general, sin especificar a qué se refiere, ten
mucha cautela; es mejor no sacar conclusiones apresuradas.

De modo que para la pregunta ―¿es posible viajar en el tiempo?‖, la respuesta más indicada posiblemente
sea un rotundo ―¡depende a qué te refieres!‖. En la próxima entrada, examinaremos las paradojas del
viaje en el tiempo más interesantes, y las posibles soluciones que se han propuesto.
Análisis de las Paradojas del Viaje en el Tiempo.

En el artículo anterior, que forma parte de esta serie sobre la naturaleza del tiempo, hicimos las primeras
consideraciones sobre el viaje a través del tiempo: cuáles son sus distintos significados, cuáles están
avalados por la Física, y cuáles son las implicaciones filosóficas iniciales. Ahora, iremos más allá y
examinaremos la cuestión más problemática y a su vez fascinante: las paradojas del viaje en el tiempo.
Sin embargo, ¿qué es una paradoja? ¿Existen contradicciones en la naturaleza?, ¿o sólo en las
ecuaciones de los físicos?

En la naturaleza no hay paradojas. La naturaleza es coherente y consistente consigo misma: de ahí la


pasión del hombre por encontrar patrones, inducir leyes y hacer ciencia. Con todo, la ciencia no es una
narración de la realidad, sino justamente una creación del ser humano en el intento por comprenderla.
Las paradojas en la Física son, de hecho, una señal de alerta de que algo estamos entendiendo mal, y de
que nuestros modelos o creencias no se ajustan del todo con la naturaleza. Hemos vistos antes que la
Física permite cierto tipo de viaje en el tiempo; entonces ¿por qué surgen paradojas? ¿Qué es lo que
estamos entendiendo mal? ¿Son paradojas por ser contradicciones reales, o sólo aparentes?

―Drawing Hands‖, M. C. Escher.

Es recomendable que, antes de leer este artículo, lo hayas hecho con el anterior; si no, es posible que te
encuentres con algunas dificultades cuando mencionemos conceptos como Eternalismo o curva cerrada
de tipo tiempo. Como ya vimos, la Teoría de la Relatividad nos dice que el tiempo es la cuarta
dimensión de espacio, conformando el espacio-tiempo, y que no existe diferencia objetiva entre pasado y
futuro. Ese ―fluir del tiempo‖ al que estamos tan habituados a considerar, escapa de la descripción de la
Física. Como es sabido, las paradojas del viaje en el tiempo nacen cuando nos referimos a viajar al
pasado. Viajando al futuro no se crea contradicción alguna. Pero, ¿cómo puede suceder esto si para la
Física pasado y futuro son la misma cosa?; ¿acaso sí existe una dirección privilegiada en el tiempo?

Generalmente leemos que, de viajar al pasado, se entraría en conflicto con el Principio de Causalidad,
que dice que las causas deben preceder a los efectos, y no al revés. Pero ¿qué es exactamente la
causalidad? Este principio, aunque es una de las cosas más básicas y fundamentales que sabemos sobre
el universo, no se deriva de las leyes de la Física. ¿Cómo puede ser esto? En las ecuaciones de la Física
no hay nada que nos explique la naturaleza de la causalidad; si bien todo efecto debe tener una causa
¿por qué ésta tiene que existir antes y no luego que aquél?, ¿qué es exactamente el lazo que une a una
causa con su efecto? Cuando se trata de cuestiones como el tiempo o la causalidad, la Ciencia no nos
dice cosas claras.

Existen diversas clases de paradojas causales del viaje en el tiempo. Dependiendo qué aspecto de la
causalidad violan, se clasifican principalmente en dos grupos:

 Por un lado, en las que existe un efecto sin causa. Una causa A produce un efecto B, el cual
regresa al pasado e impide que ocurra A. De modo que si la causa A nunca existió ¿de dónde
rayos salió el efecto B? Las paradojas de esta especie reciben a veces el nombre de paradojas de
incoherencia.

 Por otro lado, en las que un efecto se convierte en su propia causa. Una causa A produce un
efecto B, el cual regresa al pasado y produce A, formando lo que se llama un bucle causal, sin
principio ni fin. A esto apunta la imagen de arriba. ¿Cuál mano comenzó a dibujar?

Del primer tipo, la más célebre es la archiconocida y poco analizada paradoja del abuelo, que se
presume fue expresada por primera vez en 1943 por el escritor francés René Barjavel. Aunque es cierto
que a menudo los escritores hacen historias inconsistentes y paradojas mal formuladas, otros literatos
sobresalen con historias meticulosamente elaboradas, que son fruto de un exhaustivo análisis lógico.
Desde luego que, como veremos, las más profundas fueron desarrolladas en realidad por físicos y
lógicos, más que por escritores. Las paradojas de viaje en el tiempo constituyen uno de los mayores
desafíos intelectuales para la razón humana. Será, por tanto, interesante y fructífero examinarlas.

Comencemos enunciando rápidamente la paradoja del abuelo, para llevarla luego hasta sus últimas
consecuencias: Una persona toma una máquina del tiempo (un agujero de gusano, o lo que sea) y
regresa a un punto del pasado en donde ni él ni sus padres han nacido todavía. Esta persona se
encuentra con quien en el futuro será su abuelo; toma un arma y –digamos accidentalmente– lo
mata. La situación que se plantea es la siguiente: si el abuelo murió de joven, nunca habrá nacido,
pongamos, la madre del viajero, ni tampoco él. Si no hay viajero, no hay asesinato. O dicho de otro
modo, el viajero mata a su abuelo si y sólo si no lo mata: ésta es la contradicción. Por supuesto, no hace
falta que quien muera sea el abuelo; la paradoja sería más explícita si el viajero asesinase a su propia
persona del pasado.

Analicemos primero la llamada solución de la auto-consistencia. Según esto, las leyes de la Física no
permitirían ningún suceso que resultase paradójico; el viajero nunca lograría matar a su abuelo.
¡¿Cómo?! Pero, ¿qué lo detendría exactamente?, ¿acaso va contra las leyes de la Física el simple hecho
de que un hombre tome un arma y dispare? Uno de los más destacados en analizar estas cuestiones, fue
el filósofo David Lewis (1941-2001). En su escrito ―Paradoxes of Time Travel‖, nos dice:

Tim [el viajero] puede matar a Abuelo. Tiene lo que necesita. [...] ¿Qué puede pararle? ¡Las fuerzas de la lógica no detendrán su
mano! Ningún poderoso guardián espera para defender del pasado de interferencias. (Imaginar, como hacen algunos autores, tal
guardián es una aburrida evasiva, innecesaria para hacer consistente la historia de Tim.) En resumen, Tim es tan capaz de matar a
Abuelo como cualquiera puede serlo de matar a cualquiera.
David Lewis. La profundidad de su pensamiento es acorde a la de su barba.

Sin embargo –explica Lewis– en otro sentido no puede matar a su abuelo. Él indaga: ¿qué entendemos
por posible? Decimos que podemos hacer algo, cuando ese algo es componible o introducible en un
contexto determinado de hechos. Por ejemplo, Lewis puede nadar, únicamente cuando existen hechos
que permiten que esto tenga sentido, como el hecho de que él se encuentre dentro de una piscina. Si bien
la acción matar-abuelo es componible con los hechos del momento en que el viajero decide hacerlo (en
otras palabras, las leyes de la Física lo permiten en ese momento), esta acción no es componible con una
cantidad mayor de hechos: por ejemplo, el hecho de que al año siguiente el abuelo se casó, tuvo un hijo,
compró una propiedad, etc., más precisamente todos los efectos futuros de los que el abuelo es causa.
Por lo tanto, nos dice Lewis, sería lógicamente imposible que el viajero logre matar a su abuelo (así
como tampoco a cualquier otra persona hoy viva).

Para entender con más claridad este confuso argumento, tenemos que recordar la interpretación
eternalista, o de ―universo bloque‖, de la que hablamos antes. La Teoría de la Relatividad nos dice que el
mundo es una combinación de espacio y tiempo –el espacio-tiempo– y por consiguiente que todo lo que
ocurrió y ocurrirá está fijo y determinado en él. Si el futuro es tan real como lo es el presente (pues esa
división no existe en la Física), no hay forma de que podamos realizar actos que alteren los sucesos
futuros. Es decir, no sería posible el libre albedrío; la libertad y voluntad humanas serían sólo
apariencias; todas nuestras acciones y decisiones estarían determinadas de antemano por las leyes de la
Física. De este modo, argumenta Lewis, lo que un hombre puede y no puede hacer, está determinado por
el todo, no sólo por el presente, que no tiene nada de particular. Nuestras acciones no deben estar
únicamente en concordancia con la Física a escala local, sino también global. El físico John L.
Friedman, entre otros, llama a esto como principio de coherencia.

A pesar de todo, alguien puede intervenir aquí y decir: ¡Sigo sin entender qué es exacta y
concretamente lo que impide que el viajero tome un arma y le dispare a su abuelo! Razonar de este
modo significa que no estamos comprendiendo lo que quiere decir consistente. ¿Cuándo una historia es
consistente y cuándo no? En la literatura y el cine, se suele mostrar que el viajero en el tiempo puede
alterar los sucesos pasados, quizá sólo levemente, aunque la historia a grandes rasgos se mantiene
intacta, por lo que se dice que esa historia es consistente. Por citar algún ejemplo conocido, en ―Back to
the Future‖ (―Regreso al Futuro‖) , Marty McFly hace todo tipo de estragos con sus padres en el
pasado, pero aun así, años después su nacimiento no se ve alterado en lo más mínimo; de esta manera se
nos dice que no hay paradoja alguna.

Sin embargo, esta forma de entender los conceptos de historia y de consistente, es muy humana: para la
Física no es más importante si una persona está viva o muerta que si una lámpara está encendida o
apagada: todos los sucesos tienen relevancia física, y todos son igualmente capaces de producir
paradojas, como más abajo ejemplificaremos. Es decir, la hipótesis de la auto-consistencia no dice
podemos viajar al pasado siempre y cuando ‗no toquemos nada‘ que ponga el peligro el curso de la
historia. Dice que todo lo que allí se haga (hizo) ya está reflejado en la actualidad, y que simplemente no
podemos ―cambiarlo‖, sino sólo formar parte de él. ¿Qué nos garantiza que el viajero fallará y no matará
a su abuelo? El hecho de que falló evidentemente, pues su abuelo vivió y el viajero nació.

Es interesante observar que solemos usar verbos conjugados en futuro para referirnos a las acciones del
viajero en el pasado. Decimos: ―¿qué le impedirá matar a su abuelo?‖. Esto nos lleva a cometer errores
de razonamiento. Aunque parezca contraintuitivo, lo correcto sería decir ―¿qué le impidió matar a su
abuelo?‖. La auto-consistencia no ostenta que fallará, sino que falló. Si todos los sucesos en el espacio-
tiempo ya están determinados y fijos, no tiene sentido la expresión ―modificar el pasado‖. De tal suerte
que lo único que podría hacer el viajero en ese punto del espacio-tiempo que localmente llamamos
pasado, sería formar parte de él, no modificarlo. No es que el pasado tenga algo de especial por lo que
no podamos cambiarlo; tampoco podemos cambiar el presente ni el futuro, teniendo en cuenta el
Determinismo del que nos habla la Teoría Relatividad. Podríamos comparar el tiempo con una novela ya
escrita: por mucho que retomemos la lectura y hagamos saltos de página en página, en ella siempre
sucedería inexorablemente lo mismo.

Hasta aquí estuvimos hablando de la auto-consistencia en su formulación meramente conceptual. En las


últimas décadas del siglo pasado, el físico Igor Novikov (1935-), entre otros, se encargó de traducir esta
idea al lenguaje de la Física, e investigar si tenía sentido matemáticamente. En su libro ―Evolution of the
Universe‖ dice:

El cierre de las curvas de tiempo no supone necesariamente una violación de la causalidad, ya que los acontecimientos a lo largo de esta
línea cerrada pueden estar todos ‗auto-ajustados‘ — todos se afectan unos a otros en un ciclo cerrado y se siguen uno de otro de una
forma coherente.

Sin embargo, esta tesis no está libre de críticas. Por la misma época, un colega y amigo suyo, el
físico Joseph Polchinski (1954-), formuló una célebre paradoja que no involucra abuelos ni asesinatos,
sino bolas de billar –que son más adecuadas para ser tratadas por la Matemática–, intentando refutar la
hipótesis de la auto-consistencia y generando un candente debate sobre el viaje en el tiempo.
Consideremos la siguiente situación. Imaginemos una mesa de billar en la que dos de sus agujeros son
en realidad las bocas de un agujero de gusano. El agujero de gusano tiene esta peculiaridad: si una bola
ingresa por la boca derecha, emerge por la boca izquierda unos segundos en el pasado. Desde el punto de
vista de un observador externo (que no se introduce dentro del agujero) la experiencia sería un tanto
extraña, como se muestra en la siguiente animación:
La bola sale antes de que ingrese en el agujero, es decir, el efecto ocurre antes que la causa. Sin
embargo, por ahora no hay paradoja alguna. Lo que se le ocurrió a Polchinski, es que la trayectoria de la
bola podría ser de modo tal que, al salir por la boca izquierda, chocase contra su ‗yo‘ del pasado,
impidiendo que entre en la boca derecha. Si la bola nunca entró en el agujero de gusano, ¿de dónde
provino la que salió por la boca izquierda? Al parecer, no provino de ninguna parte. En términos
de causalidad, esta paradoja se podría expresar así: si un efecto ocurre antes que su causa, alguien o algo
podría impedir que aquella causa suceda, obteniendo de este modo un efecto sin causa (como la bola
billar que no salió de ninguna parte), lo que crea una contradicción. Ésta se conoce como la Paradoja de
Polchinski.

Te darás cuenta que la estructura causal de esta paradoja es análoga a la del abuelo, sólo que reducida
audazmente hasta sus aspectos más básicos. La ventaja que tiene este modo de formularla, es que
eliminamos todo lo referente al libre albedrío y la libertad humana, y podemos enfrentarnos cara a cara
con la esencia de la contradicción. Es como si observáramos –si fuera posible– una singularidad.

En la mayoría de los relatos sobre viajes en el tiempo, interviene como factor decisivo una persona, sus
decisiones, asesinatos, memoria, abuelos, cambios de sexo, etc.; pero todo eso no es más que un disfraz
para hacerlas más vistosas. Quedamos estupefactos por estos asuntos accesorios, y olvidamos la esencia
de las paradojas, que es la causalidad. Si queremos comprender si tiene o no lógica el viaje al pasado,
debemos atacar directamente la raíz de todo este asunto, que es el nebuloso Principio de Causalidad. Y
Polchinski nos ayuda en este aspecto.

Visualicemos lo que ocurriría desde la perspectiva de la bola (si tuviera ojos para mirar). Es impulsada,
entra por la boca derecha del agujero de gusano, atraviesa un extraño ‗túnel‘, sale por la boca izquierda y
choca contra otra bola. Si le preguntáramos a la bola, ella nos diría que no ha ocurrido ningún suceso
paradójico. No obstante, la historia vista desde un observador externo sería distinta: la que se muestra en
la animación de arriba. En Física, a las ―historias‖ de los objetos, es decir, lo que les va sucediendo a lo
largo del tiempo, se las llama líneas de mundo. Como acabamos de ver, en la paradoja de Polchinski hay
dos líneas de mundo, o historias, para un mismo suceso: en una, la bola entra por el agujero; en la otra
no, a causa de que es golpeada por ella misma. Esto es lo que crea la paradoja. ¿Cómo pueden coexistir
dos líneas de mundo diferentes, que describen la misma cosa? Es como si arrojáramos una copa al suelo,
que se rompe y a la vez no se rompe. ¿Cuál es la historia original?

Uno de los que más ha investigado sobre esta paradoja, es el conocido físico Kip Thorne (1940-). Él se
preguntó: ¿existe alguna otra trayectoria de la bola, análoga a la de Polchinski, pero que no cree
una paradoja? Encontró que sí. Por ejemplo, podría suceder que la bola chocase consigo misma,
desviándose, pero no lo suficiente como para no entrar en el agujero. Y ese rozamiento inicial explicaría
a su vez por qué ha salido la bola por la boca izquierda con un impulso menor, como para sólo acariciar
a su ‗yo‘ del pasado, sin crear una paradoja. Veámoslo gráficamente:

Esta trayectoria de Thorne es completamente consistente, y está en brillante concordancia con las leyes
de la Dinámica. Notemos que no hay dos líneas de mundo, como antes, sino una sola. Ahora, ¿ésta es
la única trayectoria no-paradójica que existe? Por supuesto que no. De hecho, hay infinitas. Por ejemplo,
se encontraron otras en donde la bola describe un complejo recorrido, entrando y saliendo varias veces
por los agujeros, aun sin crear ninguna paradoja. La pregunta a formularse entonces es: ¿de qué modo las
leyes de la Física ‗elegirían‘ una de estas trayectorias consistentes, de las infinitas que hay, y ‗evitarían‘
a toda costa la de Polchinski? ¿Cómo la Naturaleza se protegería a sí misma de las paradojas? Ésta
es una cuestión sumamente abierta, y estaría mal inclinarnos caprichosamente hacia alguna respuesta
‗bonita‘.

 Alguien que asumiera el determinismo radical, diría: no es que la Naturaleza deba ‗protegerse‘ de nada; todo lo
que ocurrirá ya está determinado y acorde con ella; no existe posibilidad de crear a voluntad una paradoja.
 Alguien que asumiera el libre albedrío, podría decir: el hombre puede crear todo tipo de situación física y puede
modelar la Naturaleza a su deseo, pero no tiene la capacidad de lograr que ella se contradiga a sí misma. Las
leyes de la Física lo impedirían contra viento y marea. Quizá hoy no comprendemos cómo, porque ni siquiera
las comprendemos a ellas mismas.
 Alguien que asumiera el indeterminismo (que no implica libre albedrío) podría hacer una síntesis y decir: la
mecánica cuántica nos muestra que la indeterminación está presente en todo suceso natural; aunque pueda
existir un determinismo a escala macroscópica, en el mundo microscópico siempre existe la posibilidad de
eludir el ‗plan‘ de la Naturaleza, dando lugar a aleatoriedades. Las paradojas del viaje en el tiempo surgen
cuando nos referimos a objetos macroscópicos, como personas o bolas de billar. Pero si estos viajes fueran
sólo posibles a escalas microscópicas o aun subatómicas, habría que analizar las paradojas con los términos
de la mecánica cuántica, la cual tiene otras reglas de juego, y sí permite fluctuaciones de la causalidad.

Este último punto se acerca en cierto aspecto a la llamada Conjetura de la Protección Cronológica,
postulada por el famoso astrofísico Stephen Hawking (1942-). Esta hipótesis dice que tal vez las leyes de
la Física impidan que un objeto macroscópico viaje al pasado, en un agujero de gusano, o en cualquier
otro medio, como si el Universo se protegiera a sí mismo de contradicciones. Profundizaremos más
sobre este tema en el próximo artículo. Lo que nos ocupa aquí es examinar la naturaleza de las
paradojas.

Volvamos a lo que decía Thorne sobre las trayectorias de la bola. Si se creara una situación consistente,
como la ilustrada en la última animación, esto daría lugar a uno de los fenómenos más curiosos jamás
concebidos por la mente humana: los bucles causales. Notemos que la causa por la cual la bola que sale
por la izquierda choca levemente, es que ella (antes de meterse en el agujero) perdió impulso a causa del
choque. Es decir, el choque es leve porque el choque fue leve: un efecto es su propia causa. Digámoslo
en términos más sencillos: Thorne está a punto de escribir su próximo libro sobre viajes a través del
tiempo. Pero antes de que tomara la pluma, toca la puerta alguien: es Thorne-viejo, que ha venido del
futuro. Él le entrega a Thorne el libro ya escrito. Thorne, muy agradecido, manda a hacer copias de
editorial y vende muchos ejemplares. Unos años después, Thorne regresa al pasado y le entrega a su
‗yo‘ joven el libro ya terminado.

En la historia anterior no hay contradicciones. Pero… ¿Quién escribió ese libro? ¡¿De dónde
salió?! Thorne-joven no lo escribió, pues a él se lo entregó su ‗yo‘ futuro. Éste último tampoco, ya que a
él se lo dieron cuando era joven. Lo que tenemos es un bucle causal, un efecto que es su propia causa.
Éste es el segundo tipo de paradoja causal del viaje en el tiempo, aunque, como veremos, quizá no es tan
paradójico como el primer tipo. Empecemos por decir que esta historia es completamente consistente; la
solución de la auto-consistencia no tiene nada que reprocharle. Cada evento se explica a partir del
anterior. Pero cuando miramos el todo, hay algo que parece fallar.¿De dónde provino la
información? En la vida cotidiana nunca vemos libros que se escriben solos.

Sin embargo, ¿qué es la información? Miremos de nuevo la solución consistente de la trayectoria de


Polchinski, que es esta misma historia del libro, aunque reducida a bolas de billar. En vez de aparecer en
forma de texto, allí lainformación está dada en la trayectoria. El que la bola-joven haya sido golpeada
levemente, se explica a partir de que la bola-vieja había perdido impulso por el choque que sufrió antes
de haber ingresado en la boca derecha, es decir, cuando era una bola-joven. Uno podría preguntarse: ¿de
dónde salió la ―información‖ que hizo que la trayectoria fuera así y no de otra forma? Viéndolo de esta
manera, notamos que la pregunta no tiene mucho sentido. El bucle se explica a sí mismo, pero es
imposible hallar explicación a partir de causas externas a éste. La información no salió de ninguna parte:
siempre estuvo ahí.

El bucle causal es análogo a la escalera sin fin de Penrose. Cada escalón está en perfecta concordancia con el
anterior, pero su conjunto parece ser paradójico.
Lo interesante es que estos bucles causales parecen no violar ningún principio de la Física, aunque
intuitivamente nos aturda la idea de que exista un libro que no haya sido escrito por nadie. Como dice
Lewis, ¡extraño! Pero no imposible.

El escritor de ciencia-ficción Robert Heinlein (1907-1988), ha llevado esta idea hasta el extremo, en lo
que se convirtió, según algunos, en una de las mejores y más lógicas historias de viajes en el tiempo, de
toda la historia. El relato en cuestión se llama ―Todos vosotros, Zombies‖, en donde una persona se
convierte en su propia madre y su propio padre. Recomiendo su lectura, por razones morbosas.

Para terminar con este episodio sobre las paradojas, nos queda examinar los aciertos y flaquezas de otra
solución muy extendida y desventuradamente popular: la de los Universos Paralelos. Sin duda, una
expresión como ésta hace arquear la ceja a cualquiera. ¿Por qué debería haber otros universos a parte del
nuestro? Y si así fuere, ¿cómo lo sabríamos? Generalmente se dice que el modo en que éstos resuelven
las paradojas, vendría a ser éste:al viajar en el tiempo, lo que se está haciendo es viajar hacia otro
universo paralelo al nuestro; es posible modificar el pasado, alguien podría perfectamente asesinar a su
abuelo o impedir la muerte de Luis XVI; no existiría contradicción alguna ya que el universo en donde
el viajero nació es distinto al universo en donde el abuelo murió de joven y el viajero nunca nació.

En el párrafo anterior hay muchos gatos encerrados. El lector se dará cuenta de que ésta es una hipótesis
formulada con el específico fin de resolver las paradojas. No es que haya algo en la Naturaleza que nos
haga pensar que debe haber múltiples mundos, y que como consecuencia de eso hayamos descubierto
una nueva forma de esquivar las contradicciones del viaje en el tiempo. ¿O sí?… Es muy común que los
avezados escritores de ciencia-ficción hagan referencia a la Interpretación de Múltiples Universos de
Everett (una teoría seria que intenta explicar ciertos problemas de la Mecánica Cuántica), al hablar de
universos paralelos. ¿Entonces sí existe un fundamento en la Física Teórica para esta extravagante
solución de las paradojas? Para hallar la respuesta, debemos explorar de qué se trata la curiosa
Interpretación de Everett. Si bien ya la habíamos mencionado muy brevemente en otro artículo, aquí
entraremos en más detalles.

Tradicionalmente, en la Física, se usaba a la Matemática para describir las cosas del mundo tal cual son.
Cuando contamos las personas que hay dentro de un autobús, o calculamos la trayectoria de la Luna,
estamos sustituyendo objetos físicos por símbolos matemáticos que los representan exactamente. Pero
en la Mecánica Cuántica, esto ya no es así. En virtud de las Relaciones de Indeterminación de
Heisenberg (o Principio de Incertidumbre), que dicen que cuanto más determinada está la posición de
una partícula, más indeterminada será su velocidad, y viceversa, es imposible representar
matemáticamente un objeto ‗tal cual es‘: siempre habrá aleatoriedad. Lo que se hace en Cuántica, es
hallar una función de onda que contiene todos los estados en que es posible encontrar una partícula
cuando la midamos (o todas las ―historias‖ posibles de la partícula). Pero, ¿cómo se interpreta esto? La
forma más aceptada, es la que dice que la función de onda es en realidad una abstracción que representa
las probabilidades que tiene una partícula de encontrarse en el modo en que presuponemos (esto se
llama Interpretación de Copenhague).

Pero lo que se le ocurrió a Hugh Everett (1930-1982) en 1957, es que la función de onda, en donde están
condensadas todas las posibles historias, no es ninguna abstracción, sino que representa la realidad tal
cual es. No es que de todas las historias posibles, alguna de las más probables se dé en nuestro universo.
Más bien, absolutamente todas las historias que nos muestra la función de onda, existen
físicamente, pero necesariamente en distintos universos. La interpretación de Everett no es más
metafísica que la interpretación de Copenhague. Por el contrario, lo que hizo Everett fue interpretar las
matemáticas de la Cuántica al pie de la letra, las cuales dicen que existen distintas historias superpuestas.

¿Acaso la realidad consta de múltiples universos?

Según esto, entonces, el tiempo no es lineal, sino que se va ramificando constantemente, hacia todas las
posibilidades. Algunos universos serían exactamente iguales al nuestro, salvo por las posiciones de
algunas partículas, y otros serían muy distintos y con características tan esquizofrénicas que la razón
humana jamás podría concebir. En algunos universos tú no has leído este artículo; estoy agradecido de
estar en uno en que sí lo has hecho.

Un aspecto interesante de todo esto, es que se compatibiliza el Determinismo de la Relatividad con el


Indeterminismo de la Cuántica, como ya han señalado físicos como Paul Davies (1946-). La
indeterminación no residiría ya en cuál será el resultado de tal experimento cuántico, sino en qué
universo estamos. Todos y cada uno de los universos serían completamente deterministas. La
aleatoriedad provendría en realidad de que sólo tenemos acceso a una pequeña parte del todo, y no de
algo intrínseco de nuestro universo.

Ahora viene lo importante: en lo que respecta a la comunicación, estos universos están totalmente
desconectados. No es posible salir de uno e ingresar en otro, o al menos no hay nada en la Ciencia que lo
permita. ¿Y qué hay de los agujeros de gusano?, ¿no podrían utilizarse como ‗túneles‘ para conectar
estos universos? Pensemos en esto: un agujero de gusano es una curvatura del espacio-tiempo que se ha
cerrado sobre sí misma, y que permite de este modo acortar la trayectoria entre dos puntos ya sea del
espacio o del tiempo. Pero esta curvatura se da en el espacio-tiempo local, de un universo en particular.
Curvando el espacio-tiempo tanto como queramos, no lograremos que una línea de mundo acabe en otro
espacio-tiempo, de otro universo. Para entenderlo más fácilmente, tomemos una hoja de papel e
imaginemos que es el espacio-tiempo. Podemos estrujarla, enrollarla o agujerearla todo lo que queramos,
pero es imposible que, haciendo esto, acabemos con otra hoja diferente en las manos.

Si existiera una curva cerrada de tipo tiempo, que permitiera regresar al pasado, el viajero acabaría en
otro punto del espacio-tiempo, sí, pero del mismo universo, cuya historia debería ser consistente. De
modo que la Interpretación de Everett está irónicamente más de acuerdo con la auto-consistencia que
con la solución de ―universos paralelos‖. Si pretendemos que los universos paralelos resuelvan las
paradojas, habrá que desechar todo lo que se sabe de agujeros de gusano y curvas temporales cerradas, y
descubrir otra forma radicalmente nueva de viajar al pasado.
Pero nada está dicho; aún no sabemos hasta qué conclusiones nos llevará la Ciencia en los próximos
años. Es conocida la frase que dice que hoy estamos tan lejos de hacer práctico el viaje el tiempo, que lo
que los hombres de las cavernas estaban de hacer posible el viaje espacial, algo que hoy es un hecho
cotidiano. Sin embargo, también es conocida la famosa objeción de Stephen Hawking que dice: si en el
futuro se llegara a encontrar la forma de viajar al pasado, ¡¿por qué no nos están invadiendo hoy turistas
del futuro?! Algunos suelen contestar: ¿y por qué elegirían visitar una época tan insulsa como la actual?;
entretanto otros contestan: quizá nadie venga del futuro porque el futuro está desierto…

Pero una respuesta más firme, es que al crear una curva cerrada de tipo tiempo, no sería posible regresar
a un punto del pasado anterior a su creación. En el próximo artículo veremos el porqué de esto, y
examinaremos las diversas máquinas del tiempo (serias) que los físicos han propuesto y las dificultades
teóricas y prácticas que imposibilitan que hoy construyamos cualquiera de ellas.
Las Dificultades Teóricas de las Máquinas del Tiempo

Después de discutir los problemas filosóficos y de analizar las paradojas del viaje en el tiempo, nos resta
comentar acerca de las dificultades teóricas y prácticas que implican las diferentes ―máquinas del
tiempo‖ que los físicos han formulado. Naturalmente, la palabra máquina no es del todo adecuada: la
Relatividad nos dice que son los fenómenos gravitatorios los que distorsionan el tiempo, no aparatos
mecánicos, circuitos electrónicos o cosas por el estilo, como antiguamente imaginaban los escritores.

Einstein pasó por este mundo para mostrarnos que el modo en que funciona el universo es radicalmente
distinto de lo que intuitivamente creemos. Probablemente, mucho más extraño que las mejores obras de
ciencia-ficción. Estrellas supermasivas que colapsan hasta la nada, regiones del espacio que se curvan
hasta el infinito, diminutas masas que liberan inconmensurable energía, tiempo que se dilata, retuerce e
incluso detiene. ¿Pero, qué clase de universo es el nuestro? ¿Las leyes de la Física enloquecieron? Quizá
el aspecto más desconcertante de la Relatividad General, es que también permite sin reparos la
posibilidad de viajar al pasado. A Einstein siempre le aturdió este hecho, si bien sabía que las
tecnologías implicadas para tal fin estarían muy lejos de los alcances de nuestra civilización. Pero, ¿qué
tan lejos lo están? ¿Cuáles son exactamente las dificultades de las máquinas del tiempo? ¿Son sólo
prácticas, o también teóricas?

Diagrama de un agujero de gusano en un espacio-tiempo de dos dimensiones. Hablaremos de él más


abajo.

Un comentario: este artículo requiere una lectura calma y pausada. Intentar leerlo de un tirón
probablemente no tenga mucho sentido.

Al principio, los físicos se vieron obligados a recurrir a situaciones imposibles o improbables, que jamás
podrían llevarse a la práctica, para ejemplificar cómo se podría viajar en el tiempo, según la Relatividad
General. Una de las primeras máquinas del tiempo, fue la planteada en 1937 por el físico Willem van
Stockum. Sus cálculos indicaron que la única forma de lograr una curvatura del espacio-tiempo que
permitiera viajar al pasado, sería por medio de un enorme cilindro de alta densidad, girando a
velocidades espectacularmente elevadas, cercanas a la de la luz. Al rotar, el cilindro arrastraría consigo
el espacio y el tiempo, deformándolos de un modo particular:

Imaginemos que un observador decidiera emprender un viaje en torno al cilindro. Al avanzar sobre su
trayectoria, no notaría nada fuera de lo normal. Pero en un momento dado, se toparía con alguien que
está a punto de emprender un viaje… que es él mismo, antes de haber partido. Es decir, se generaría lo
que en Física se llama una curva temporal cerrada (que desde ahora abreviaremos como CTC), un tipo
de trayectoria en donde el tiempo forma un bucle y se cierra sobre sí mismo. Sin embargo, los cálculos
de van Stockum indicaban que esto ocurriría únicamente si el cilindro tuviese una longitud infinita. Y
obviamente, algo así sería imposible de llevar a cabo.

El siguiente paso lo dio Kurt Gödel, en 1949, cuando descubrió que si el universo entero estuviese en
rotación, habría CTCs por doquier: con estas características, el universo mismo sería una gran máquina
del tiempo. Sin embargo, hoy sabemos que el universo no rota, sino que se expande. Luego, en
1963, Roy Kerr planteó que un agujero negro en rotación (¡sí, otra vez rotación!) podría originar CTCs,
que crearan una situación parecida al cilindro de van Stockum, pero más realista. Sin embargo, Kerr era
consciente de que si algún intrépido observador se acercase a este tipo de agujero negro con la ilusión de
viajar en el tiempo, antes su cuerpo sería espeluznantemente destrozado por la intensísima gravedad, aun
estando miles de kilómetros lejos. A Hawking le gusta llamar a este efecto como ―espaguetización‖: el
cuerpo del desafortunado observador se estiraría varios kilómetros.

Todos estos fracasos de las ‗máquinas del tiempo‘, hicieron pensar durante muchos años que, si bien la
Relatividad avala explícitamente la posibilidad del viaje al pasado, probablemente no exista método
alguno para llevarlo a la práctica. No fue sino hasta 1989, cuando el debate se reabrió (y más
fervientemente que nunca) a partir de los trabajos fundamentales de Michael Morris, Kip Thorne y
Ulvi Yurtsever. Para entender cuán importante fue lo que hicieron, debemos recordar lo siguiente:

Al poco tiempo que Einstein y Rosen descubrieran en 1935 cómo la Relatividad permite la existencia
de agujeros de gusano (recordemos, el tipo de deformación del espacio-tiempo que conecta puntos
distantes a través de un ‗túnel‘, como muestra la imagen del comienzo) los físicos se dieron cuenta de
que éstos serían muy inestables, y se cerrarían inmediatamente antes de que nada pudiera atravesarlos.
A partir de entonces, los agujeros de gusano fueron totalmente descartados.

Lo que descubrieron Thorne y sus colegas, para sorpresa de todos, fue un nuevo tipo de agujero de
gusano que podría ser estabilizado y utilizado como máquina del tiempo. La estabilización, sin
embargo, traería consigo curiosos y extraños problemas. Antes de hablar de ellos, debemos ver de qué
modo este fenómeno podría emplearse como máquina del tiempo. A Thorne se le ocurrió un
experimento mental para ilustrarlo:

Imaginemos que contamos con un agujero de gusano, cuyo cuello (la longitud del túnel) no es mayor
que unos centímetros. ¿Qué aspecto tendrían las bocas? En realidad, no serían precisamente agujeros,
sino más bien esferas. El diagrama del comienzo muestra que si el espacio tuviera dos dimensiones, las
bocas de agujero de gusano serían circulares. Pero como nuestro universo tiene tres dimensiones de
espacio, las bocas serían esferas. A través de una, emergería la radiación (luz) que ingresa por la otra, lo
que quiere decir que podríamos ver el paisaje de la región en donde se encunentra la otra boca.

Supongamos que al principio ambas bocas están reunidas, y que un observador, llamémosle Albert,
decide llevarse una de ellas en un vehículo que le permite trasladarse a velocidades muy próximas a la
de la luz. Mientras tanto, otro observador, llamémosle Kip, se queda en su casa con la otra boca del
agujero de gusano. El hecho de que las bocas se separen en el espacio, no significa que el cuello que las
une se alargue, como se puede apreciar en la siguiente animación:

No debemos interpretar la altura del cuello como una dimensión de espacio adicional. Es simplemente
una analogía para ayudarnos a visualizar el agujero de gusano.

Al moverse a velocidades cercanas a la de la luz, Albert experimentará los efectos relativistas, como la
dilatación del tiempo. Lo interesante es que cada uno puede asomarse por el agujero y espiar lo que
sucede con el tiempo del otro.

De acuerdo con la Relatividad Especial, cuando dos observadores se mueven el uno con respecto al otro,
cada uno notará que es el tiempo de su compañero el que fluye más lento, y no el tiempo propio.
Entonces, si alguno se asomara por la boca del agujero de gusano, ¿qué vería?, ¿vería al otro congelado?,
¿vería al otro moverse en ‗cámara rápida‘? Supongamos que durante todo el viaje, las manos de Kip y
Albert permanecen estrechadas a través del agujero. Cuando Albert adquiere una velocidad cercana a la
de la luz, ¿acaso Kip notará que la mano de Albert está cada vez más rígida?, ¿al asomarse por el agujero
lo verá moverse en cámara lenta y pronunciando palabras inentendiblemente dilatadas? Es más, ¡Kip
podría atravesar completamente el agujero y estar en el mismo sistema de referencia que Albert, pero
con distinto ritmo de tiempo!

Sin embargo, nada de esto sucedería en realidad. Cuando alguno se asomase por el agujero de gusano –
explica Thorne–, vería que el tiempo de su compañero fluye de la misma manera que el tiempo propio.
¿Por qué? De acuerdo con el cuello del agujero de gusano, ambos están en el mismo sistema de
referencia; ambas bocas están en reposo una con respecto a la otra, y no experimentan movimiento
relativo, ni por tanto dilatación del tiempo. No obstante, observados externamente, desde el espacio
normal, sí experimentan movimiento relativo y dilatación temporal. Es ahora cuando empiezan a ocurrir
cosas verdaderamente extrañas.

Supongamos que Albert parte con su nave a las 00:00 horas del día 1 de enero del año 2100. Él se aleja
de la Tierra a una velocidad muy cercana a la de la luz, durante 5 horas medidas en su tiempo propio.
Luego da la vuelta y regresa a casa, lo que le lleva también 5 horas. Según el tiempo de Albert, entonces,
el viaje de ida y vuelta duró en total 10 horas. Kip mantuvo su mano estrechada con él durante todo el
viaje. A las 10:00 horas, Kip ve a través del agujero que Albert efectivamente ha llegado: detrás de él se
puede ver el patio de la casa. Kip sale ansioso al patio, pero no ve a nadie; ni Albert ni la nave están.
Como Kip había estudiado Relatividad, se da cuenta de lo que está sucediendo: toma un potente
telescopio y observa que la nave de Albert todavía se está alejando de la Tierra en su viaje de ida, un
viaje que, medido desde la Tierra duraría 10 años.

Consciente de ello, Kip continúa con su vida, hasta que en su sistema de referencia llega el año 2110 y
Albert aterriza. Kip se acerca y descubre que, en efecto, Albert envejeció 10 horas, no 10 años. Además,
observa que Albert tiene un brazo introducido en el agujero de gusano, estrechando la mano con
alguien… Al acercarse más, Kip encuentra que ese alguien es él mismo, 10 años más joven, sentado en
la sala de estar de su casa el 1 de enero de 2100. De hecho, si Kip-viejo atravesara el agujero, acabaría
10 años en el pasado; de la misma forma que si Kip-joven lo hiciera, acabaría 10 años en el futuro. De
este modo, gracias a la dilatación del tiempo de la Relatividad Especial, el agujero de gusano se habría
convertido en una máquina del tiempo. Pero notemos que no habría modo alguno de utilizarlo para
viajar a un momento anterior al año 2100, que es cuando se originó la CTC, en nuestro ejemplo.

Aunque la Relatividad contempla todas estas


posibilidades, existen serias dificultades. Más arriba mencionamos el problema de la estabilización del
agujero de gusano. Thorne y sus colegas encontraron que para que no colapsara, habría que generar de
algún modo una curvatura del espacio-tiempo opuesta a la que produce la materia ordinaria, es decir, un
tipo de repulsión gravitatoria que desde adentro mantuviese el agujero estable. La masa y la energía tal
como las conocemos curvan el espacio-tiempo de un modo positivo: esto es lo que llamamos atracción
gravitatoria. Para producir el efecto contrario, o sea, una curvatura negativa, sería necesario
emplear energía negativa.

¿Pero qué significa que sea negativa? Por ejemplo, un objeto en movimiento tiene asociada una energía
(cinética) que es mayor cuanto más rápido se mueve, y cero cuando el objeto está quieto. Decir que la
energía es negativa, ¡sería decir que el objeto se mueve más lento que estando quieto! Absurdo. No
obstante, la Mecánica Cuántica revela que, por más estrafalario que suene, la energía negativa puede
existir en ciertas situaciones. De hecho, a partir de la mitad del siglo XX, los físicos la producen en
laboratorios, aunque en muy pequeñas cantidades, gracias al famoso efecto Casimir, descubierto
por Hendrik Casimir:

Recordemos que el Principio de Indeterminación de Heinsenberg nos dice que, en intervalos de tiempo
minúsculos, la energía está indeterminada y fluctúa aleatoriamente. Como habíamos visto en otra
ocasión, esto implica que no puede existir el espacio vacío como tal, sino que siempre habrá
fluctuaciones energéticas cubriéndolo todo, incluso la habitación en la que tú estás leyendo esto, el
interior de tu cuerpo, etc. Naturalmente, la suma de estas fluctuaciones al fin y al cabo es cero (si no,
observaríamos tazas de café que se calientan espontáneamente, libros que vibran, y cosas así).

Supongamos que enfrentamos dos espejos diminutos, a una distancia muy pequeña. Fuera del espacio
que encierran los espejos, las fluctuaciones –imaginémoslas como ondas– pueden tener cualquier
longitud de onda, es decir, pueden tener la energía que se les dé la gana. Pero en la región entre los dos
espejos, no puede haber cualquier tipo de onda, sino únicamente las que ―entran justo‖ (más
precisamente, las que tienen un número entero de longitudes de onda entre espejo y espejo. Si la
distancia entre ellos es un poquito más o un poquito menos que un número entero de longitudes de onda
de una onda, ésta se cancelará luego de algunas reflexiones).

Aquí está la clave del asunto. En medio de los espejos la densidad de la energía es menor que fuera de
ellos. Y si, como dijimos, afuera la suma de las ondas es cero, entre los espejos la energía tendrá una
densidad negativa. Literalmente, si decimos que en el espacio vacío no hay nada, en esta región del
espacio habría menos que nada. Como las fluctuaciones exteriores son más fuertes, producen un empuje
que hace que los espejos se junten. Éste es el efecto Casimir, y se ha comprobado. De esta manera,
conseguimos la energía negativa que estábamos buscando. Pero… ¿cuánta? Evidentemente una cantidad
minúscula. Hoy no se conoce ningún método para generar una cantidad mayor, que pueda ser acumulada
para emplearla en la estabilización de un agujero de gusano, y así construir la primera máquina del
tiempo de la historia.

El hecho es que un problema: las leyes de la Física dicen que cada pulso de energía negativa es
compensado inmediatamente por uno de energía positiva, anulándolo. Uno podría preguntarse, ¿no
existe alguna forma de ―atrapar‖ la energía negativa, antes de que sea anulada por la positiva? Los
físicos Lawrence Ford y Thomas Roman investigaron muchos años esta cuestión, y concluyeron que el
mismo acto de separar un pulso de energía negativa implica la intervención de energía positiva, que
anularía necesariamente a la negativa. Podemos comparar la energía negativa con un préstamo de dinero,
aunque con esta particularidad: cuanto mayor sea la cantidad de dinero que pedimos, menor será el
plazo de devolución, a tal punto que ni nos dará tiempo para gastarlo.

De acuerdo, pero uno está en pleno derecho de preguntarse ¿cuánta energía negativa se necesitaría
exactamente para estabilizar un agujero de gusano? La respuesta es perturbadora. El matemático Matt
Visser calculó quepara mantener abierto un metro el cuello de un agujero de gusano, haría falta
energía negativa de una magnitud equivalente a la energía que producen diez mil millones de
estrellas durante un año. Thorne era consciente de este hecho, así que de antemano suponía que la
opción más factible sería utilizar no energía, sino materia negativa. De acuerdo con la famosísima
ecuación E=mc2, la masa es una forma muy condensada de energía, lo que significa que se necesita
mucha menos masa para producir la misma curvatura del espacio-tiempo que una enorme cantidad de
energía.

La materia negativa (más técnicamente, de densidad de energía negativa) sería distinta de todo lo que
hasta hoy se conoce. Como produciría repulsión en vez de atracción gravitatoria, un objeto constituido
por esta materia literalmente se caería hacia arriba. A este tipo de materia se la denomina materia
exótica, y se cree que posiblemente no exista, aunque no hay nada que lo demuestre. Hasta en el mejor
de los casos, la cantidad de materia exótica necesaria para estabilizar un agujero de gusano seguiría
siendo abrumadora: aproximadamente la masa de nuestro Sol.

Más allá de estas dificultades, el factor clave que requiere un agujero de gusano para convertirse en una
máquina del tiempo, es que una de las bocas sea transportada a velocidades cercanas a la de la luz, y esto
es severamente complicado. Incluso las naves espaciales más veloces que hasta la fecha se construyeron,
son cientos de miles de veces más lentas que la luz. El combustible requerido para alcanzar velocidades
tan fantásticas, sería monstruoso. Por suerte, conocemos bien cuál es el combustible más eficaz de todo
el universo: la antimateria (no confundir con materia exótica). La antimateria es muy escasa en el
universo, y producirla es muy costoso. Si una pequeña porción de antimateria entra en contacto con una
de materia ordinaria, se libera una increíble cantidad de energía, de acuerdo otra vez con la ecuación
E=mc2. Como la velocidad de la luz (c) es muy grande (más de mil millones de kilómetros por hora), al
multiplicarla (encima su cuadrado) por una pequeña cantidad de masa, obtenemos muchísima energía,
que de ser controlada podría ser usada como combustible para naves super-eficientes.

Por ejemplo, una moneda hecha de antimateria podría satisfacer los gastos energéticos de 60 viajes
a la Luna. El problema está en que ¡producir antimateria con la tecnología actual requiere más energía
que la que ella brinda! Si no podemos transportar la boca de un agujero de gusano a velocidades tan
altas, existe otra opción quizá más realista, que es la que propusieron Igor Novikov y Valery Frolov en
1990: llevar la boca cerca de un campo gravitatorio lo suficientemente intenso, para que su tiempo atrase
por la dilatación gravitatoria. Generalmente se habla de una estrella de neutrones, ya que es uno de los
objetos más densos del universo, y que consecuentemente haría que el proceso de dilatación sea más
breve. Dejando una de las bocas cerca de estas estrellas, el tiempo transcurriría alrededor de 3 segundos
por cada 10 medidos desde el exterior. Es decir, si dejáramos allí la boca unos 10 años, para ella habrían
pasado sólo 3, y obtendríamos una máquina del tiempo que permitiría viajar 7 años al pasado… y
volver. Pero… ¿dónde está la estrella de neutrones más cercana? ¡Entre 250 y 1000 años-luz lejos de la
Tierra!

Por otro lado, existe otra dificultad: ¿cómo rayos se forman los agujeros de gusano? En realidad, no
existen razones para creer que se forman de un modo natural en el universo. Con los agujeros negros es
distinto: son una consecuencia inevitable del colapso de estrellas muy masivas. Pero no se conoce
ningún proceso análogo cuyo resultado sea la formación de un agujero de gusano. Para ‗fabricar‘ uno,
los físicos especulan en torno a dos métodos, principalmente: el método cuántico, y el método clásico.
Veamos en qué consisten.
Las fluctuaciones del espacio-tiempo podrían originar agujeros de gusano diminutos.

En 1955, John Wheeler dedujo que a escalas fantásticamente pequeñas, del orden de 10-33 centímetros
(esta escala se llama Longitud de Planck), las fluctuaciones energéticas del vacío hacen que el propio
espacio-tiempo burbujee como agua hirviendo. Este fenómeno recibe el nombre de espuma cuántica.
Cuando Einstein desarrolló su teoría, imaginaba el espacio-tiempo suave y continuo, como el agua calma
de un lago. Pero la Mecánica Cuántica nos muestra que eso es sólo una apariencia aproximada. A escalas
suficientemente ridículas, el espacio-tiempo que nos rodea está fluctuando turbulentamente, a tal punto
que deberían formarse mini agujeros de gusano y desvanecerse casi de inmediato.

Para fabricar un agujero de gusano por el método cuántico, entonces, habría que ampliar de algún modo
uno de estos mini agujeros de gusano que están en todas partes. Todavía no se comprende si las leyes de
la Física lo permiten o no. Se presume que la forma de lograrlo es ‗inyectándole‘ materia exótica al
agujero, de la misma manera que un compresor infla un neumático. Pero hay diversos problemas.
Recordemos que estos agujeros serían inconmensurablemente pequeños: intentar inyectar por ejemplo
una partícula del tamaño de un electrón en ellos, sería como intentar introducir el planeta Tierra en una
copa. También debemos recordar que se desvanecerían casi instantáneamente, a tal punto que quizá sea
imposible controlarlos. Para entender el comportamiento de la espuma cuántica, hace falta una Teoría de
la Gravedad Cuántica, que combine la Cuántica con la Relatividad. Hasta la fecha no existe tal teoría.

Pero entonces, ¿existe algún otro modo de crear un agujero de gusano, solamente a partir de la
Relatividad, y sin meternos en problemas cuánticos? Sí y no. Si intentáramos desgarrar de alguna
manera el espacio-tiempo, para obtener dos agujeros y luego unirlos, esto implicaría la formación, al
menos momentánea, de una singularidad en el lugar de desgarro. Y las singularidades sólo pueden ser
comprendidas por la hasta ahora inexistente Teoría de Gravedad Cuántica.

Cuando parecía que no había escapatoria, apareció Robert Geroch, en 1966, para demostrar que sí es
posible crear un agujero de gusano de un modo totalmente ajeno a la Cuántica y sus problemas. Pero al
mismo tiempo, su método traería nuevas dificultades. Geroch encontró que la única forma de lograrlo es
que, durante la construcción, además del espacio el tiempo también se retuerza. En otras palabras, la
maquinaria empleada para construir el agujero debe distorsionar el tiempo tan violentamente que ella
misma acabará viajando hacia atrás en el tiempo, así como hacia adelante. Es decir, para construir un
agujero de gusano sin desgarrar el espacio, es necesario que la maquinaria empleada funcione
brevemente como máquina del tiempo. Hasta la fecha, nadie tiene la menor idea de cómo lograr algo así.

Hemos visto las arduas dificultades de la estabilización y construcción de los agujeros de gusano, ¡y eso
que son las máquinas del tiempo menos problemáticas! Sin embargo, existen otro tipo de
dificultades… en el momento en que los agujeros están funcionando. El físico William Hiscock se dio
cuenta de que las fluctuaciones energéticas del vacío, de las que estuvimos hablando, podrían
acumularse hasta el infinito dentro del agujero y así destruirlo. ¿Cómo? Supongamos que las dos bocas
se están alejando la una con respecto a la otra, a velocidades muy altas. Por ahora, el agujero de gusano
no es una máquina del tiempo, ya que la dilatación del tiempo entre las bocas es relativa, no
absoluta. Sólo cuando una de ellas da la vuelta se origina la CTC. Para entender por qué, debemos
recordar la Paradoja de los Gemelos: hasta que un gemelo no de la vuelta y vuelva a la Tierra, no tendrá
sentido preguntar quién es más joven y quién más viejo.

Si tienes dificultades con el párrafo anterior, no te preocupes y sigue leyendo tranquilo, pero retén
esto: el agujero de gusano se convierte en una máquina del tiempo en el momento exacto en que una de
las bocas frena y da la vuelta. En ese instante, las fluctuaciones del vacío que salen por la boca que está
en la Tierra, viajan a la velocidad de la luz hasta la boca que está volviendo. Al ingresar por ella, acaban
emergiendo por la boca que aguarda en la Tierra, a través del agujero de gusano, en el pasado; más
precisamente en el mismo instante en que habían partido. Esto hace que las fluctuaciones se acumulen
sobre sí mismas en un círculo vicioso, hasta alcanzar una intensidad infinita, lo que da como
resultado el colapso del agujero de gusano.

El debate sobre si esto sucedería en realidad o no, está muy abierto. En particular, porque entender este
proceso requiere, otra vez, una Teoría Cuántica de la Gravedad. Pero lo interesante de esto, es que
parece como si las leyes de la Física intentaran destruir toda máquina del tiempo justo antes de que
pueda ser utilizada, quizá resguardando el universo de posibles paradojas, como conjeturaba Stephen
Hawking.

Representación artística del interior de un agujero de gusano.

Pero además de los agujeros de gusano, posteriormente los físicos han encontrado otros fenómenos que
podrían ser utilizados como máquina del tiempo, aunque en su mayoría requieren situaciones extremas o
improbables. Por ejemplo, en 1991 el físico Richard Gott descubrió que sería posible viajar al
pasado mediante el empleo de cuerdas cósmicas, unos fenómenos hipotéticos predichos por el Modelo
Estándar de la física de partículas. Las cuerdas cósmicas no tienen nada que ver con la Teoría de
Cuerdas, Supercuerdas, o similares. ¿Qué son, entonces? Son filamentos muy densos, escasos en el
universo, que habrían surgido en los primeros instantes luego del Big Bang, como consecuencia del
repentino enfriamiento.

Las cuerdas cósmicas no pueden tener extremos: o bien forman bucles, o bien se extienden por todo el
universo. En sus cercanías, deforman el espacio de un modo tal que hacen que las trayectorias se
acorten. Imaginemos que desde la Tierra hasta Plutón se extiende una cuerda cósmica: un observador
que viajase en sus inmediaciones, y a una velocidad suficientemente alta, podría llegar a Plutón
incluso antes que un rayo de luz propagándose por una trayectoria normal. Esto quiere decir que ese
observador podría mirar hacia atrás y verse a él mismo antes de partir, pues la luz aún no lo habría
alcanzado. Sin embargo, esto no sería ninguna máquina del tiempo, sino sólo una trayectoria acortada,
que permite ganarle la carrera a la luz y observar estos curiosos fenómenos. Gott se dio cuenta de que si
existieran dos cuerdas cósmicas paralelas, moviéndose una con respecto a otra, a velocidades muy
próximas a la de la luz, sí sería posible viajar al pasado. Si un observador viajase bordeando una de las
cuerdas, para luego retornar a través de la segunda, debería poder llegar al punto de comienzo, y
encontrarse con alguien que está a punto de partir: efectivamente, él mismo en el pasado.

Empero, Gott era consciente de que encontrar una cuerda cósmica en el universo sería más difícil que
hallar una moneda en todo el Sahara. Y todavía más improbable, si son dos cuerdas moviéndose a
velocidades relativistas una con respecto a la otra. Por el momento, las máquinas del tiempo más viables,
o mejor dicho, menos inalcanzables, parecen ser las que emplean algún tipo de agujero de gusano.
Cuando Hawking publicó en 1991 suConjetura de la Protección Cronológica, argumentó que si no es la
acumulación estrepitosa de fluctuaciones, será algún otro fenómeno no tenido en cuenta el que destruya
las máquinas del tiempo, como si la Naturaleza las aborreciese. Con su característico humor, mencionó
que esta conjetura ―haría seguro el universo para los historiadores‖. Pero algunos años después, cambió
su manera de pensar: ahora no sostiene que las leyes de la Física confabulen para impedir el viaje en el
tiempo; más bien que no lo hacen práctico.

Esto nos lleva a retomar una pregunta que hicimos al comienzo del artículo: si las leyes de la Física
contemplan la posibilidad de viajar en el tiempo, aunque quizá no sea práctico, ¿pero, qué clase de
universo es el nuestro?Aún nos aguardan muchos misterios por descubrir, que hoy el ser humano ni
siquiera llega a entrever. Hace un siglo, nadie hubiera imaginado que la gravedad puede distorsionar el
tiempo, o que el universo haya comenzado en una singularidad, en la que toda la materia –incluida la
que forma nuestro cuerpo y todas las cosas que nos rodean– estaba infinitamente condensada. El
siguiente gran paso que daremos como civilización, ocurrirá cuando se desarrolle una Teoría Cuántica de
la Gravedad eficaz. ¿Por qué es tan importante una teoría así? En palabras de Thorne:

Probablemente más pronto antes que más tarde, algunos físicos intuitivos descubrirán y desvelarán las leyes
de la gravedad cuántica y todos sus íntimos detalles. Con estas leyes de la gravedad cuántica a mano,
podremos concebir exactamente cómo nació el espacio-tiempo de nuestro Universo, cómo surgió de la
espuma cuántica de la singularidad del big bang. Podremos conocer con seguridad si tiene significado o es
absurda la tan planteada pregunta: «¿Qué había antes del big bang?». Podremos conocer con seguridad si
la espuma cuántica produce múltiples universos con facilidad, y los detalles completos de cómo se destruye el
espacio-tiempo en la singularidad del corazón de un agujero negro o del big crunch, y cómo y si y dónde el
espacio es creado de nuevo. Y podremos conocer si las leyes de la gravedad cuántica permiten o prohíben las
máquinas del tiempo. ¿Deben autodestruirse siempre las máquinas del tiempo en el momento en que
empiezan a funcionar?

En este preciso instante, mientras el lector contempla estas líneas, multitud de físicos están investigando
sobre estas cuestiones, hallando nuevas soluciones para las ecuaciones de la Relatividad, develando
sigilosos misterios del universo, e inscribiendo una nueva página en la historia del conocimiento
humano. La respuesta para la pregunta ¿son prácticas las máquinas del tiempo? llegará un día
cualquiera; quizá no hoy mismo, quizá sí mañana.

Con este artículo, esta serie sobre el tiempo culmina. La próxima entrada estará dedicada a sacar algunas
conclusiones y principalmente a formular preguntas, en relación a los aspectos más importantes de todo
lo que estuvimos hablando a lo largo de la serie. Será hasta entonces.
Consideraciones finales

El objetivo de los artículos de esta serie nunca ha intentado ser el de dar una respuesta conclusiva a la
pregunta: ¿Qué es el tiempo? En su lugar, el objetivo ha sido hacer un recorrido a lo largo de la historia,
para comprender cómo han cambiado las ideas que el ser humano tiene sobre el tiempo, ideas que
probablemente nunca alcanzarán una completitud. Desde Tales hasta Boltzmann, desde Platón hasta
Einstein, en lo amplio de dos milenios y medio de reflexión, el hombre aún no ha llegado a una
conclusión unánime, acerca de qué es exactamente el tiempo.

¿Es la imagen móvil de la eternidad? ¿Es el número del movimiento según el antes y el después? ¿Es
una extensión y cualidad única del alma? ¿Es algo verdadero, matemático y objetivo? ¿Es el resultado de
las relaciones entre la materia? ¿Es la intuición a priori de la razón humana que hace posible el
pensamiento? ¿Es la cuarta dimensión del espacio? ¿Por qué es tan complicado entender qué es el
tiempo? ¿Cómo puede ser que algo tan familiar y corriente presente tantas dificultades para nuestro
intelecto?

El enigma del tiempo representa uno de los quebraderos de cabeza por excelencia de todo filósofo y
científico. Y no sin razón. Los incontables interrogantes aún sin resolver acerca del tiempo, de
hecho, están profundamente vinculados con nuestra propia vida, con nuestro lugar en el Universo, con
nuestro libre albedrío, y con los aspectos más fundamentales de nuestra propia existencia que nos
afectan día a día, como se ha podido entrever a lo largo de esta serie de artículos, y como espero quede
de manifiesto en los siguientes párrafos.

Las cosas cambian; es un hecho. Nacemos, envejecemos, morimos. Lo irreversible gobierna nuestras
vidas. En el afán por comprender y describir este mundo cambiante, el hombre ha desarrollado la
Ciencia. Y sin embargo, hemos visto que la Física nos dice cosas diametralmente distintas que nuestra
percepción cotidiana del tiempo. Las Ciencias Físicas parecen no establecer una flecha del tiempo
objetiva; las ecuaciones más fundamentales no distinguen entre el pasado y el futuro. La Relatividad no
nos dice nada acerca del ‗paso‘ o el ‗fluir‘ del tiempo; por el contrario, refleja que el tiempo no es sino
parte del espacio, del espacio-tiempo estático, que se limita a estar ahí, sin más. De acuerdo con esto,
nuestra extensión en el tiempo –vale decir, nuestra historia pasada y futura– está tan fija y determinada
como lo está en el espacio.

Si la naturaleza del tiempo es como la describe la Relatividad, simplemente no nacemos ni morimos: en


algunos puntos del espacio-tiempo estamos vivos, en otros no, y eso es todo. Nuestra existencia se limita
a ocupar estática y eternamente una porción del espacio-tiempo. ¿Cómo puede ser que la Ciencia, la
encargada de describir el mundo, nos diga semejantes desvaríos? ¿Cómo se reconcilia la noción del
mundo cambiante y temporal que nos muestra la experiencia, con la idea de que todo está fijo e inmóvil
en un espacio-tiempo de cuatro dimensiones?

No lo sabemos. Como si volviéramos a la antigua discusión entre Heráclito y Parménides, nuestro


sentido común parece apoyar al primero, quien sostenía que todo fluye, nada permanece. Mientras tanto,
la Física relativista parece acreditar las ideas del segundo, quien argumentaba que el Ser es inmóvil y
eterno, y que el movimiento es una ilusión. A Karl Popper le gustaba llamar, por este motivo, a Einstein
con el nombre de Parménides.
Una buena pregunta que podríamos formularnos en relación a esto sería ¿hasta qué punto las
matemáticas de la Física representan la realidad del mundo? La Matemática es una ciencia creada a
partir de la abstracción, a priori, de forma apartada de la experiencia. La Física, por el contrario, es una
ciencia empírica, que se vale de la experimentación. ¿Cómo es posible tan perfecta conjugación entre
ciencias de tan distinta especie? Pareciera que, como creía Galileo, el libro de la Naturaleza fue escrito
en el lenguaje matemático. Pero con el advenimiento de la Mecánica Cuántica, estas nociones sufrieron
una sacudida tremenda. Como señaló Bohr, la Física ya no debe intentar describir cómo es el mundo,
sino qué podemos decir sobre él, a fin de obtener resultados medibles. A Einstein no le gustaba para
nada esta idea, y la rechazó quizá por considerarla incómoda, defendiendo en cambio la postura de
Galileo.

De aquel modo de pensar de Bohr –y de algunos otros contemporáneos, como Heisenberg– surgió la
postura de que el concepto del espacio-tiempo es quizá un truco matemático para obtener resultados
medibles, y que no necesariamente representa la realidad de la Naturaleza. En otras palabras, surgió la
idea de que el tiempo en efecto fluye, aunque la Física necesite ‗pararlo‘ y combinarlo con el espacio
para estudiar con mayor facilidad los sucesos físicos de nuestro Universo. Si bien ésta parece una
solución elegante a un problema insondable, no resuelve el núcleo de la cuestión: ¿acaso el ‗flujo‘ del
tiempo rebasa las posibilidades de la descripción de la Física?¿Descubrirá algún día la Ciencia qué es
realmente el tiempo?

Nada podemos argumentar acerca de esto, así que será mejor que retomemos lo que veníamos diciendo
antes. Además de hacer tambalear esos conceptos de la Relatividad, hemos visto cómo la Mecánica
Cuántica parece comprometer otras nociones fundamentales: ¿Cómo se reconcilia el futuro estático y
determinista de la Relatividad, con el futuro abierto a posibilidades indeterminables de la Cuántica? ¿El
futuro está escrito o no? De ser correcto del Determinismo, los seres humanos resultaríamos no ser más
que aparatos mecánicos, no muy diferentes que relojes de engranajes, cuyo pensamiento, conciencia y
voluntad serían simplemente ilusiones aparentes, como si nos engañáramos a nosotros mismos. No, esto
es enserio.

Descartes consideraba que si ponemos completamente todo en duda (lo que nos muestran los sentidos
sobre el mundo, nuestras creencias, etc.), lo único que podemos afirmar con certeza absoluta es el hecho
de que estamos dudando, y por lo tanto pensando y ejerciendo consciencia. Pero si el Determinismo
finalmente es cierto, deberíamos dudar de nuestra propia consciencia, dudar de nuestra propia duda, y
caer así en un círculo que no conduce a ninguna parte. Ya no habría ningún principio irrefutable a partir
del cual apoyarnos. Si nuestra consciencia fuese ilusoria, ¿habría algo de lo que podamos estar
completamente seguros?

En cambio, si el Indeterminismo es cierto (en el sentido de que es algo propio del Universo y no de
nuestra incapacidad de predecir los sucesos futuros con certeza arbitraria) el panorama sigue siendo
turbio:

El Indeterminismo del que nos habla la Cuántica no implica necesariamente el libre albedrío. Alguien
podría llegar a pensar que las partículas que conforman nuestro cerebro se comportan de manera
aleatoria e impredecible, dando lugar a la ―libertad de consciencia‖. Yo lo pensaría dos veces. La
mayoría de los procesos cerebrales son prácticamente macroscópicos en comparación con las partículas
subatómicas en donde se da la indeterminación cuántica. Si arrojamos una roca al río, éste seguirá su
curso indiferentemente. Sin embargo, alguien podría interrumpir aquí y argumentar que, por el efecto
mariposa, una minúscula perturbación puede producir un efecto mayor, y así sucesivamente hasta
alcanzar una consecuencia considerable, que tenga incidencia en nuestro pensamiento, tal como el aleteo
de una mariposa en Brasilia puede desencadenar un tornado en Lisboa. Efectivamente es posible, pero
esto resultaría ser un fenómeno muy poco probable, y por tanto insuficiente para justificar la libertad de
la consciencia.

Asumamos, sin embargo, que nuestro cerebro fluctúa aleatoriamente: ¿cómo se supone que podríamos
‗controlar‘ esas aleatoriedades, a fin de tener la voluntad de pensamiento? Con un cerebro fluctuante, ¿el
pensamiento de la persona acaso no estaría más bien a merced de los caprichos cuánticos? Lo cierto es
que en la actualidad comprendemos muy poco acerca del funcionamiento cerebral. De hecho,
conocemos mucho más sobre nuestro Sol (que está a 150 millones de km. de distancia) que sobre
nuestro propio cerebro. Y además, estas cuestiones exceden los propósitos de este artículo.

Continuemos con la discusión sobre el Indeterminismo. Es interesante señalar que el hecho de que el
futuro esté indeterminado no implica que no exista como tal; o dicho más específicamente, que el hecho
de que los sucesos futuros estén indeterminados quizá no significa que no forman parte del espacio-
tiempo, sino que al menos no pueden deducirse a partir de los sucesos presentes. De ser así, el Universo
sería determinista pero no determinable, pues la cadena de la causalidad estaría entrecortada: los efectos
no se derivarían de sus causas. Pero claro, si no son determinables, por definición escapan de los límites
de la Ciencia, y en ese caso, muchos alegarían que no tiene sentido hablar sobre su existencia o no (nos
referimos a los sucesos futuros).

Lo que quiero poner en relieve es que el problema del Determinismo e Indeterminismo nos
muestra cuán vinculada está la cuestión del tiempo con los aspectos fundamentales de nuestra
propia vida, como el libre albedrío, la voluntad, la vida y la muerte, por mencionar algunos. En este
ámbito, quizá cuesta trazar la línea que divide a la Física de la Filosofía. Como ha quedado de manifiesto
en sucesivos artículos de esta serie, estas dos ramas del conocimiento guardan un profundo vínculo, y
probablemente ninguna sería fructuosa sin la otra. Es importante, sin embargo, tener en cuenta que
Filosofía no significa Metafísica. La Filosofía no es la encargada de continuar el camino, cuando la
Física ya no puede hacerlo; de eso se trata la Metafísica. La Filosofía, en su sentido más puro, es más
bien una compañera imprescindible de la Física –y claro está, de la Ciencia en general–, una compañera
que no va adelante ni atrás, sino junto con ella, y que la ayuda a no desfallecer, a lo largo del escalonado
trayecto que debe recorrer.

Antes de Galileo y sus contemporáneos, se entendía que la reflexión pura era un medio suficiente para
comprender el mundo. Los antiguos consideraban que hallando el más alto grado de pensamiento, sería
posible entender el funcionamiento del Cosmos en sus más íntimos detalles. Sin embargo, en ausencia de
una ciencia experimental, empírica, el desarrollo de la Filosofía de la Naturaleza se vio entorpecido: no
contaba con aquella compañera fundamental, que es la Física. ¿Quiere decir esto que las reflexiones de
los antiguos son vanas? De ninguna manera. Es impresionante cuánta convergencia existe entre la
Filosofía antigua y la Física moderna. Como mencionamos más arriba, el debate entre Heráclito y
Parménides hoy continúa vivo y refulgente, por poner un ejemplo.

Pero a fin de cuentas, resulta curioso e inquietante el hecho de que las Ciencias Físicas no puedan dar
una respuesta clara y concisa al enigma del tiempo. Estamos hablando de un concepto que oscila entre la
Física y la Filosofía, o que abarca ambas a la vez. Desde Galileo hasta hoy, en tan sólo cuatro siglos, los
seres humanos hemos adquirido una cantidad de conocimientos sobre el funcionamiento del Universo,
muchísimo mayor a la acumulada durante el resto de la existencia del hombre. Hoy comprendemos
cosas que hasta hace algunos pocos años parecerían totalmente fantásticas, como la formación y el
comportamiento de los planetas, las estrellas y las galaxias. Todo ello, conseguido sin siquiera salir de
nuestro planeta, gracias a nuestra capacidad intelectual. Quizá, después de todo, los antiguos tenían
razón al considerar que la herramienta última que el ser humano dispone para comprender el mundo, es
su pensamiento.

Pero como decía Alberto Einstein, comparada con la realidad, nuestra Ciencia está en pañales. De
hecho es eso justamente lo que nos mueve: el saber que todavía nos queda mucho por descubrir. Y el
concepto del tiempo ilustra esta situación claramente. Allá por el siglo XVII, Descartes decía:

Nunca, por ejemplo, llegaremos a ser matemáticos por mucho que nuestra memoria esté en posesión de todas las demostraciones hechas
por otros, si nuestro espíritu no es capaz de resolver toda clase de problemas; no llegaremos a ser filósofos por mucho que hayamos
leído todos los razonamientos de Platón y Aristóteles, sin ser capaces de formular un juicio sólido sobre lo que se nos propone.

De tal manera, invito al lector a sacar sus propias conclusiones y reflexionar sobre estas cuestiones.
Invito al lector a preguntar ¿qué es el tiempo? en una charla de amigos, en casa, o en cualquier otra
parte, y le aseguro que se ganará una interesante conversación. De eso se trata.

En lo personal, quiero comentar que he disfrutado mucho haciendo esta serie: en el camino he aprendido
muchas cosas, y me he enfrentado con interrogantes que de otro modo nunca habría considerado.
Agradezco enormemente a Pedro por darme la oportunidad de colaborar en El Cedazo, y a todos los
lectores por su impagable ánimo. ¡Muchísimas gracias!

Dentro de algunas semanas publicaré la serie completa en formato PDF –pulida, con algunas partes
reelaboradas y con algún que otro bonus track–, que podrá descargarse gratuitamente.

Y para concluir quiero compartir unas palabras que, a mi modo de ver, son dignas de relectura
indefinida:

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico,

son desesperaciones aparentes y consuelos secretos.

Nuestro destino no es espantoso por irreal;

es espantoso porque es irreversible y de hierro.

El tiempo es la sustancia de que estoy hecho.

El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río;

es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre;

es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.

El mundo, desgraciadamente, es real;

yo, desgraciadamente, soy Borges.

— Jorge Luis Borges.

―Nueva refutación del tiempo‖.

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