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Capítulo II

Justificación epistemológica, fundamentación del juicio bioético y, metodología de la


investigación en bioética.

I. La justificación epistemológica de la bioética

De todo lo dicho en el capítulo anterior emerge una situación de hecho: que la bioética existe como un
intento de reflexión sistemática acerca de todas las intervenciones del hombre sobre los eres vivos; una
reflexión que se plantea un objetivo específico y arduo: el de identificar valores y normas que guíen la
actuación del hombre, la intervención de la ciencia y de la tecnología en la vida misma y en la biosfera.

La pregunta que ahora nos planteamos es decisiva: ¿tiene esta reflexión una colocación precisa en el
panorama de las ciencias, una justificación propia por la que no se puede prescindir de ella, unos
criterios propios en los cuales poder fundamentar sus juicios, y un método propio de investigación.

¿No se trataría quizás de una mezcolanza, de una especie de cóctel preparado con los ingredientes de
otras ciencias (como la biología, la filosofía, la medicina, la deontología, etc.) sin una identidad y
necesidad precisas?

Como se ve, la pregunta tiene su importancia y se refiere específicamente a tres cuestiones distintas:
primero, la de su función y justificación epistemológica; en segundo término, el problema del
fundamento del juicio ético, y en tercer lugar el problema del método.

La justificación epistemológica de la bioética:

Jean Bernanrd, ha reconstruido la historia del progreso y de los descubrimientos en el campo de la


biomedicina, desde 1930 hasta nuestros días, y habla de dos grandes revoluciones: la revolución
terapéutica y la revolución biológica.

La primera revolución se produce, tras miles de años de impotencia, al descubrirse la sulfamidas (1932)
y la penicilina (1929), que proporciona a la humanidad el poder de derrotar enfermedades que en otros
tiempos eran mortales.

La segunda revolución es reciente: parte del descubrimiento del código genético.

Estos descubrimientos, observa el científico, revolucionaron la medicina, pero provocaron también una
revolución en la concepción de la vida del hombre y, por tanto, sacaron a la reflexión moral del letargo
en que estaba en cuanto al destino mismo de la humanidad.

El impacto de estos descubrimientos hace que la ética médica se estimule y desarrolle abriendo nuevos
e importantes capítulos. Cuanto más potente y eficaz se vuelve la medicina, más rigurosa y mejor
conocidas deben ser las normas de protección del individuo.

Con la aparición de la ingeniería genética se creó un explicable clima de alarma, hasta el punto de
pensar que la posible aplicación de la manipulación genética de diversas formas de vida podía llevar a
la creación de la bomba biológica, mucho menos costosa que la nuclear y con menores posibilidades de
control. Todo esto ha hecho temer también por la posible alteración por parte del hombre de la biosfera
y del ecosistema.
Se invocó entonces la necesidad de una nueva ética para evitar lo que se señalaba como una posible
catástrofe de la humanidad, esto es, la necesidad de una ética de toda la biosfera, que pudiera extraer
sus normas de la evolución biológica misma.

Es entonces cuando surge, la bioética, denominada así por primera vez en un libro de V. R. Potter. La
misma exigencia la puso de manifiesto en Alemania, el libro de Hans Jonas El principio de
responsabilidad.

El temor a una catástrofe, así como la necesidad de una moratoria y de una normativa universal entre
los científicos, está presente entre los mismos investigadores, como atestiguan las Conferencias de
Gordon y de Asilomar, los cuales dieron lugar a la institución de los primeros comités científicos-éticos
de vigilancia y a la elaboración de los primeros Guidelines referentes a la intervención en el DNA.

También en el ámbito de la ingeniería genética propiamente dicha, se han puesto de relieve las
posibilidades de aplicaciones positivas junto a las catastróficas, tan temidas; por eso, investigadores,
políticos y empresarios se han dado cuenta de la importancia que reviste el problema ético, como es el
poder garantizar que las aplicaciones de la ingeniería genética sea para proteger, pero no alterar, el
patrimonio genético, y para que el ecosistema, sobre todo en el ámbito microbiológico, pueda mantener
un equilibrio compatible con la alud del hombre de hoy y de las futuras generaciones: De esta
preocupación se han hecho eco los parlamentos europeos y los comités de bioética nacionales.

Pero el mayor temor que sigue existiendo tiene que ver con el otro gran capítulo, el de la ciencia de la
procreación, en el que las fronteras avanzan cada vez más y donde no está en juego solamente la vida
de los embriones artificialmente procreados, sino también la concepción de la paternidad y de la
maternidad, así como la finalidad misma de la sexualidad humana.

La posibilidades concretas de acabar practicando el eugenismo selectivo, la experimentación en


embriones y la comercialización de la corporeidad humana y de la procreación son, a estas alturas, un
hecho justificadamente reconocido y temido por muchos.

Con razón se ha observado que por este camino la ciencia experimental amenaza con asumir el estatuto
epistemológico de la política; esto es, que se convertiría en el «arte delo posible», al buscar hacer todo
lo que es posible, y desistiendo entonces de buscar simplemente el conocimiento de la realidad.

Se vuelve pues imprescindible plantear ante todo el problema de la relación entre ciencia y ética y
definir cuál debe ser la intervención de la bioética en el ámbito de las ciencias biomédicas.

II. La relación entre ciencia biomédica y bioética

Robert Nozick: Los microscopios y los telescopios no revelan partes éticas. Y Renato Dulbecco
recuerda que: durante siglos, los científicos se han mantenido al margen de las tragedias de la historia,
defendiendo la autonomía y la neutralidad de su función en la sociedad. Con orgullo baconiano y
cartesiano han rechazado cualquier pretensión de control y de interferencia, viniera de donde viniera:
del gobierno, las iglesias y las autoridades.

Sin embargo, esta mentalidad no es compartida en la actualidad por la inmensa mayoría de aquellos
mismos investigadores que se ocupan de las ciencias biométdicas, incluso el propio Dulbecco, los
cuales son los primeros en plantear problemas bioéticos. Lo que se discute es el motivo y el ámbito
preciso de una fundamentación epistemológica de la bioética.

A este propósito hay que recordar el hecho de que la biología y la medicina son ciencias experimentales
porque siguen un método muy preciso, el experimental, propuesto por Galileo y por F. Bacon, y
gradualmente perfeccionado por los científicos hasta nuestros días.

El método se basa en un itinerario preciso: la observación de los fenómenos, la hipótesis interpretativa,


la verificación experimental y la evaluación del resultado de la experimentación. Este itinerario
metodológico tiene una validez intrínseca propia, que permite la acumulación orgánica lineal de los
conocimientos.

No obstante, el método experimental tiene un límite intrínseco propio, constituído por el hecho de que
debe apoyarse forzosamente en hechos y datos de orden cuantitativo, susceptibles de ser observados,
computados comparados, etc.; por eso, el método experimental es reduccionista por definición, cosa
que siempre se debe tomar en cuenta.

Teniendo bien presente este elemento, nos preguntamos: ¿por qué motivo y por qué exigencia se
plantea la pregunta ética dentro de las ciencias biomédicas, que son experimentales?

Muchos han dado una respuesta que aparece la más obvia: la exigencia de la reflexión bioética se
plantea en el momento de la aplicación; se supone, por tanto, que la investigación experimental es en sí
neutra, mientras que las aplicaciones requerirán un análisis bioético previo sobre las consecuencias y
los riesgos. Sin embargo, reconocer el papel de la bioética y su justificación sólo en el momento de la
aplicación sería una limitación insuficiente.

Otros estudios admiten, también en general, una ética intrínseca a la investigación científica, pero sólo
en el sentido de que hay que ser fiel a los cánones de la investigación. Debemos, en efecto, aprender a
distinguir entre la categoría de lo que se requiere necesariamente para que una acción sea ética, y lo que
es suficiente para un juicio de eticidad plena.

Por ejemplo, que un cirujano sepa enfocar bien la intervención y aplicar a la perfección las técnicas
operatorias es un requisito necesario de ética profesional, pero no basta para que se pueda decir que su
intervención es ética en todo y por todo.

A parte de estos dos vínculos entre investigación científica y ética, se dan otros no menos importantes,
ente todo en lo que se refiere a la intencionalidad del investigador. Tanto el investigador como los
organizadores y los que apoyan financieramente la investigación son personas humanas y pueden tener
intenciones buenas o perversas, o simplemente utilitaristas. El enfoque de la investigación, incluido el
bioético, es siempre un proyecto y revela o oculta una finalidad estratégica, que podría dirigirse a tratar
una enfermedad o incrementar la producción agrícola, industrial o farmacológica; o podría tener
también una finalidad de manipular o alterar procesos biológicos, como en el caso de experimentos de
procreación entre diferentes especies o de alteración del patrimonio genético de un sujeto.

Este tipo de eticidad o no eticidad de proyecto, además de tener una relevancia en sí mismo, presenta
notables implicaciones para quienes colaboran a nivel subalterno: estas personas tienen derecho a
conocer la finalidad del proyecto, y también el derecho-deber de plantear una objeción de conciencia si
consideran que en conciencia no deben colaborar estrechamente en un proyecto que consideran ilícito.
Ni el secreto científico ni el industrial podrían privar de este derecho a quien cooperase estrechamente
en un proyecto que fuera en sí malo o intencionalmente aberrante.
Otra vinculación entre investigación y ética se refiere a los procedimientos experimentales: se trata de
la ética o, mejor dicho, de la bioética de la experimentación biomédica, con todos los problemas
relativos a la experimentación en el hombre e incluso animales.

En efecto, no basta con que haya una ética de los fines, sino que, si se quiere ser coherentes, se requiere
una eticidad de los medios y de los métodos: incluso cuando los fines son buenos (por ejemplo, hacer
que procree una pareja estéril), no siempre pueden ser lícitos los procedimientos escogidos. Éstos
podrían lesionar la vida y la dignidad humana (por ejemplo, al perderse los embriones fecundados
sobrantes). Non sunt facienda mala ut veniant bono (no debe hacerse el mal para alcanzar el bien).

Cuando se han evaluado todo el espesor de lo real, entonces se comprenden las exigencias éticas sobre
los fines, los medios, los riesgos, etc.

Naturalmente como hemos dicho ya, si la pregunta nace desde el interior de la investigación, la
respuesta exige una integración del aspecto experimental con la realidad integral, es decir, en la óptica
ontológica y axiológica del ser vivo en el que se lleva a cabo la investigación; y por esto es preciso
elaborar criterios de juicio que no pueden ser agotados solamente por la misma investigación científica,
sino que se habrán de obtener de la visión última y del sentido global de la realidad considerada.

En conclusión, aplicando lo que llevamos dicho a propósito de la relación entre ciencia y ética, y
consiguientemente de la relación entre ciencias biomédicas y bioética, podemos afirmar la justificación
bioética no se refiere sólo al momento de la aplicación de la investigación, sino también al momento
mismo de la investigación y al método de la investigación biomédica como una visión integradora.

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