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TEXTOS DE KANT

Hay una observación que no necesita, para ser hecha, ninguna reflexión sutil y puede
admitirse que el entendimiento más ordinario puede hacerla, si bien a su manera, por medio
de una obscura distinción del Juicio, al que llama sentimiento. Es ésta: que todas las
representaciones que nos vienen sin nuestro albedrío (como las de los sentidos) nos dan a
conocer los objetos no de otro modo que como nos afectan, permaneciendo para nosotros
desconocido lo que ellos sean en sí mismos, y que, por lo tanto, en lo que a tal especie de
representaciones se refiere, aun con la más esforzada atención y claridad que pueda añadir
el entendimiento, sólo podemos llegar a conocer los fenómenos, pero nunca las cosas en si
mismas. Tan pronto ha sido hecha esta distinción (en todo caso por medio de la observada
diferencia entre las representaciones que nos son dadas de otra parte, y en las cuales somos
pasivos, y aquellas otras que se producen exclusivamente de nosotros mismos, y en las cuales
demostramos nuestra actividad), derivase de suyo que tras los fenómenos hay que admitir
otra cosa que no es fenómeno, a saber, las cosas en sí, aun cuando, puesto que nunca pueden
sernos conocidas en sí, sino siempre sólo como nos afectan, nos conformarnos con no poder
acercarnos nunca a ellas y no saber nunca lo que son en sí. Esto tiene que proporcionar una,
aunque grosera, distinción entre el mundo sensible y el mundo inteligible, pudiendo ser el
primero muy distinto, según la diferencia de la sensibilidad de los varios espectadores,
mientras que el segundo, que le sirve de fundamento, permanece siempre idéntico. E incluso
no le es lícito al hombre pretender conocerse a sí mismo, tal como es en sí, por el
conocimiento que de sí tiene mediante la sensación interna. Pues como, por decirlo así, él no
se crea a sí mismo y no tiene un concepto a priori de sí mismo, sino que lo recibe
empíricamente, es natural que no pueda tomar conocimiento de sí, a no ser por el sentido
interior y, consiguientemente, por el fenómeno de su naturaleza y la manera como su
conciencia es afectada, aunque necesariamente tiene que admitir sobre esa constitución de
su propio sujeto, compuesta de meros fenómenos, alguna otra cosa que esté a su base, esto
es, su yo tal como sea en sí, y contarse entre el mundo sensible, con respecto a la mera
percepción y receptividad de las sensaciones, y en el mundo intelectual, que, sin embargo,
no conoce, con respecto a lo que en él sea pura actividad (lo que no llega a la conciencia por
afección de los sentidos, sino inmediatamente).

Imanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Capítulo Tercero


(Mare Nostrum Comunicación. Traducción: Manuel García Morente)

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