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MARÍA MAGDALENA, EL PAPEL DE LA MUJER EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

Conferencia dictada por Manuela Pedra Pitar, Doctora en Teología y miembro de la Colegiata
Nuestra Señora del Cielo

9 de abril 2014, Hermosillo (México)

Buenas tardes. Tengo que decirles que es un honor para mí encontrarme aquí entre ustedes.
Muchas gracias por haber venido. Ya lo han oído: Somos mujeres que hacemos Teología. El
otro día fui al médico, y haciéndome él unas preguntas me dijo: ¿Cuál es su profesión? Yo le
dije: Soy Teóloga. ¿Psicóloga? No, no, Teóloga. Y se quedó un rato así y al final me dijo: Pero
eso de Teóloga, ¿qué es? Pues eso hay que explicarlo un poco... Pero se quedó extrañadísimo.

Hacer Teología, tanto si la hacen hombres como si la hacen mujeres, es una actividad atrevida.
Supone un riesgo hacer Teología, pero como todas las cosas importantes y buenas de esta
vida. Lo que pasa es que hacer Teología tiene un riesgo extremadamente hermoso, porque se
trata de reflexionar y decir palabras sobre Dios. Dicho de otra forma, hacer Teología se trata de
dedicar nuestra actividad a algo que nos sobrepasa por definición, y que nos sobrepasa en
mucho y mucho. Reflexionar, pensar, decir palabras sobre Dios, es algo que nos sobrepasa, y
no solo a las mujeres sino a todas las personas que pudieran interesarse en ello.

Pero propiamente, no es Dios mismo del que nos atrevemos a reflexionar y a hablar. Y esto es
muy importante. Nos atrevemos a reflexionar y a hablar de la autorevelación de Dios.
Conocemos cosas de Dios por lo que Él mismo ha querido darnos a conocer. Dios es tan otro,
por decirlo de alguna forma, que si Él mismo no hubiera querido darnos a conocer cómo es,
cómo actúa, cómo podernos acercarnos a Él, para nosotros sería imposible acceder a Dios. De
todas formas, lo que hacemos es esto, intentamos, por los mismos cauces por los que Él se ha
dado a conocer, acercarnos a Él, intentamos incorporarlo a la vida, intentamos pensarlo.

Ustedes recordarán que San Agustín tiene una frase hermosísima que dice: "Dios es más
íntimo a nosotros que nosotros mismos". Es verdad, todos nosotros que estamos aquí
sabemos de la intimidad de Dios, sabemos de cómo Dios puede estar tan cercano a nosotros,
de qué manera tan intensa puede estar cercano. Pero al mismo tiempo, sabemos que Dios es
inabarcable, sabemos que nunca llegaremos a saber sobre Él nada más que lo que Él quiera
mostrarnos de sus misterios. Aunque lo sentimos, lo palpamos, vivimos de Él, de todas formas
también sabemos que conocemos un poco de lo que Él mismo quiere darnos a conocer. O sea,
que de este Dios tan íntimo y tan cercano, sólo llegamos a vislumbrar algo de su misterio. Y a
pesar de ello, desde los albores de la humanidad, desde lo más lejano en el tiempo, ha habido
personas que han dedicado su vida a escuchar a este Dios que quiere darse a conocer. O sea,
para decirlo de otro modo, desde los albores de la humanidad, ha habido teólogos y teólogas,
porque teólogo y teóloga es la persona que se acerca con humildad a escuchar lo que Dios
quiere decirnos de sí mismo.
De esto se deduce que siempre ha habido, hay y habrá nuevas posibilidades de descifrar y de
ahondar más en esta revelación que se nos da y se nos dará. Siempre ha habido, hay y habrá la
posibilidad de ir más a fondo, más allá en lo que ya conocemos sobre lo que Dios se va
revelando.

Sabemos que esta revelación de Dios está ya plenamente realizada en Jesucristo. Esto lo
aprendimos desde que éramos pequeños en el catecismo o en la catequesis. Sabemos que en
Jesucristo está plenamente la revelación de Dios. Pero también sabemos que esta revelación
no está completamente explicitada, descifrada, no está acabada de una vez para siempre de
entender, de interpretar. Corresponde a la fe cristiana ir desvelando poco a poco en el
transcurrir de los siglos, nuevos aspectos de la comunicación de Dios.

Me explico con un ejemplo: la esclavitud. Recordemos que en las cartas de san Pablo hay un
texto hermosísimo donde Pablo dice: “Ya no hay esclavo ni señor, ya no hay hombre o
mujer…” Con esto, Pablo predica que la esclavitud en Dios y en Cristo Jesús ya no existe, que
todos los que siguen a Cristo Jesús saben que ya no hay ni esclavo ni señor. Sin embargo todos
sabemos que la esclavitud ha estado presente en este mundo nuestro hasta hace cuatro días.
Y ha estado presente y han practicado esto personas buenísimas, personas creyentes, incluso
personas santas. O sea, ya estaba revelado, Pablo ya reveló que en su entendimiento del Reino
de Dios que Jesús nos traía, ya estaba claro que no había esclavos, pero la humanidad, las
personas, no lo han ido descubriendo nada más que muy poco a poco. Primero se descubrió
que a los esclavos se les tenía que tratar como a personas humanas. Pero esclavos, y yo soy
dueño de la otra persona. Y poco a poco fue avanzando la sensibilidad, la conciencia… hasta
llegar a descubrir algo que hace 2000 años ya estaba escrito. En este sentido, la Teología se
ocupa un poco de esto: ir desvelando algo que ya está revelado pero que de una forma u otra
ha quedado allí sin salir a flote y que forma parte de la vida concreta de los cristianos,
sobretodo de los que creen en Jesucristo.

La investigación teológica ahora, igual que antes y siempre, el pensamiento sobre Dios, sobre
la revelación y atreverse a desvelar noticias nuevas sobre Dios y sobre nuestra vida, porque
saber de Dios es saber lo que Dios quiere que sea la vida humana. Volviendo al caso que
explicaba de la esclavitud, ya estaba revelado esto, y ya estaba propuesto como tema de
humanización, para que seamos más plenamente humanos debe desaparecer este tema, pero
han pasado siglos antes de que esto haya quedado incorporado de una manera clarísima a la
vida de los cristianos.

Hasta la mitad del siglo pasado, el tema de Dios, había habido unos filósofos que habían
predicho que Dios estaba acabado, la muerte de Dios, el silencio de Dios… muchas cosas de
este tipo. Y eran grandes filósofos, grandes pensadores, pero se equivocaron profundamente,
porque no solamente Dios no ha muerto sino que ha habido como un resurgir por muchas
líneas, de muchas maneras, ha habido como un resurgir del interés por los temas relacionados
con Dios.

Ahora, en este momento en que nos ha tocado vivir, que según opinión mía creo que es tan
sumamente interesante, un tiempo tan esplendorosamente interesante… que si nos damos
cuenta de ello deberíamos estar muy agradecidos a nuestra vida, a nuestro tiempo, a nuestras
circunstancias, las que sean, en muchos casos tan desagradables.
Ahora no se trata de descubrir un rostro de Dios diferente. El rostro de Dios que nos manifiesta
Jesús es en el que tenemos que creer y el que es válido para nosotros como fue válido en aquel
tiempo. Lo que está ocurriendo ahora, en este tiempo nuestro precioso, es que nos
encontramos con situaciones que nunca antes se habían presentado. Pensemos, por ejemplo,
en la diversidad de maneras que hay ahora de pensar la familia. Hasta hace cincuenta años
había una manera de ser familia. Y ahora nos parezca bien o mal, nos cueste más o menos, hay
muchas maneras de organizar la familia. La idea que se tiene sobre la sexualidad humana,
también nos parezca bien o mal lo de los géneros… está surgiendo con mucha fuerza la
realidad de que la sexualidad humana tiene mucho por aprender y mucho por delante.
Tenemos muchas cosas que aceptar que no aceptamos. Y tenemos que ver lo que está
ocurriendo con ojos positivos, no con ojos diciendo “Dios mío, ¿pero qué ocurre? Esto es un
desastre”. Nada de eso. Están surgiendo muchas cosas nuevas y tenemos la obligación de
verlas con naturalidad y de intentar gestionarlas y ponerles nombre.

Este es uno de los trabajos apasionantes que tiene la Teología. Investigar y darse cuenta de la
realidad. No inventando nosotros la realidad, sino darnos cuenta de lo que en realidad ocurre y
aquello asumirlo, pensarlo, reflexionarlo y ponerlo en Dios.

Voy a explicar algunos aspectos de la Teología que creo que podemos hacer ahora, sobre todo
las mujeres. Y digo las mujeres, porque es el ámbito en el cual yo me muevo y además porque
es el ámbito más nuevo. Las mujeres, pienso yo que tenemos la capacidad de pensar de una
forma muy novedosa. Ahora las mujeres nos atrevemos a pensar y a hacerlo en voz alta, nos
atrevemos a pensar y a hacer cátedra de lo que estamos pensando.

Voy a explicar algunas de las cosas que las mujeres nos estamos atreviendo a pensar en voz
alta.

Hay un planteamiento básico en esto. Tenemos que intentar dar respuestas teológicas a
alguno de los temas que ahora aparecen más a flor de piel y queremos hacer esto teniendo
como horizonte único el Reino de Dios, predicado por Jesús y por el que Jesús dio la vida.

Creemos que nuestra forma de hacer Teología es que esté alimentada solamente por la pasión
del Reino de Dios. Aquí se trata de dar solo unas pinceladas.

Para empezar, ¿cómo intentamos hacer esto las mujeres? Estando muy atentas, bien
despiertas, nada de permanecer esperando a que nos lo muestren todo, a que nos lo den todo.
Mirar la realidad que tenemos delante. Con este mirar, detectar dónde están los puntos
neurálgicos, dónde está lo que hace más daño, lo que hace más ruido, aquello que ahora es
más urgente atender. Los focos que necesitan ser abordados desde otros horizontes de
comprensión.

Y aquí quiero exponer una cosa bien clara. El mundo ha ido funcionando sin el pensamiento de
las mujeres. Ha ido funcionando, bien o mal. Hay cosas buenas y cosas malas. Pero ahora ha
llegado un momento en que ya no puede seguir funcionando solo con el pensamiento de los
hombres que así es como ha ido siendo. Las leyes son pensadas por los hombres, el
funcionamiento del mundo ha sido pensado por los hombres. Y todo esto está muy bien. Pero
ahora nos hemos dado cuenta las mujeres de que nosotras también queremos poner nuestro
pensamiento en este mundo nuestro en que vivimos, porque nos hemos dado cuenta de que
nuestro pensamiento es válido y que nuestro pensamiento, al lado del pensamiento
masculino, es una cosa más completa. Ahora nos encontramos en ese momento.

Hay ahora cuestiones abiertas cuya solución requieren pensar mucho y pensar bien para
acertar en lo que Dios pide de esta vida nuestra en este momento. Hay que pensar, además,
de forma nueva, creativa, respetuosa y con imaginación, para que las cosas no estén
estancadas ya que la vida y la historia tienen dinamismo.

Algunos sociólogos y estudiosos de lo que está aconteciendo ahora en nuestro tiempo, dicen
que el siglo en el cual ya estamos es el siglo de la mujer. Y esto es no solo en el mundo civil,
que vemos que las mujeres se están incorporando a todas las tareas que comporta la vida, sino
en el ámbito de la fe cristiana tiene que ser así. La investigación teológica nos ha de llevar
ahora y en los próximos años a plantear el tema de la mujer en el mundo y en particular en la
Iglesia, con mucha más profundidad y dedicación de lo que se ha hecho nunca.

En este momento histórico no son solo los hombres los que han de pensar la vida y los que han
de pensar la Iglesia, sino que todos, hombres y mujeres, tenemos que comprometernos en
encontrar luz para que este mundo vaya hacia adelante. Luz, que en el ámbito de la fe cristiana
tendrá que buscarse en las palabras siempre buenas, siempre nuevas del Evangelio. Con lo
cual, tendrá que hacerse una relectura, un estudio y una interpretación muy profunda de los
textos del Evangelio, porque los textos del Evangelio dicen mucho más de lo que sabemos
ahora. Tienen muchos aspectos que aún no hemos conseguido ni vislumbrar. Tenemos en este
tiempo nuestro, hombres y mujeres, que trabajar en esto.

Ha ido ocurriendo algo muy importante que no había sucedido en los siglos pasados, por lo
menos de una forma visible y global como es posible detectar en estos momentos.

En el ámbito eclesial, empezó a surgir, a emerger, con cierta timidez y a mediados del siglo
anterior, una cuestión que voy a plantearla así: Se llegó a entender que los textos sagrados del
Antiguo y del Nuevo Testamento habían sido escritos y también interpretados desde una
perspectiva exclusivamente masculina. Esto es una cosa que no es una idea nada rara ni nada
extraña de conocer ni de entender. Pero es ahora, en este tiempo de ahora, desde hace unos
años, que se empezó a descubrir esto, que todo estaba visto desde la óptica masculina, que
había muy poco pensamiento femenino. Y así, de este modo, estando todo bajo este prisma de
la masculinidad, se dejaba casi completamente de lado la visión femenina de la realidad y de la
experiencia religiosa.

Casi todo estaba pensado y concretado por y para la mitad masculina de la humanidad,
dejando de lado y de considerar las percepciones de la otra mitad, que es la mitad femenina.
La mayor parte de formulaciones en nuestra fe estaban hechas desde el prisma masculino.

Hasta estos momentos, cincuenta años para acá, esta cuestión no se había hecho evidente, y
se había pensado que todo era normal, que todo estaba bien tal como estaba, que era lo único
posible, que no se podía pensar de otra manera. En los siglos pasados se había visto esto como
lo correcto y lo dispuesto por Dios, recalco esto, se había visto como lo dispuesto por Dios.
Dios quería el mundo pensado en masculino. Se daba por seguro que Dios había querido que la
organización del mundo fuera pensada en masculino. Todos lo creíamos así. Yo misma lo creía
así. Nadie vendía nada al contrario de esto, porque todos pensábamos que todo estaba bien
tal como estaba y nada se podía cambiar.

Lo que estoy diciendo ahora sirve para nuestra fe cristiana pero para otras religiones también.
Conocí a una mujer musulmana, una chica joven, y yo le decía: “¿Por qué las mujeres os tenéis
que sentir inferiores al hombre?”. Y ella me dice muy seria: “No. Yo no me siento inferior a mi
marido, lo que pasa es que él es superior a mí”. ¿Verdad que esto parece un chiste? Pues lo
dijo sabiendo lo que decía y convencida. O sea, ella no se sentía inferior a nadie, pero era
evidentemente que el hombre era superior.

Hemos estado viviendo de estas creencias. Yo ahora no lo digo solo del mundo musulmán.
Entre nosotros, si no está ahora esta creencia, ha estado esta creencia. Nos creíamos las
mujeres seres humanos de segunda fila, de segunda categoría.

En este momento, que el avance del saber humano pero sobre todo el comienzo de una nueva
era, porque en esto coindicen muchos estudiosos. Estamos en una era en que vamos a dejar
atrás, si no todo, muchísimas de las cosas que hasta ahora nos han servido como pautas de
conducta, y estamos empezando toda una nueva manera de pensar y de vivir el mundo.

El avance del saber humano ha hecho posibles nuevas realidades porque ha habido como una
concentración de conciencia o de pensamiento que ha traído una nueva sensibilidad. Ahora lo
explico. Con esta nueva sensibilidad hemos llegado a planteamientos de que no podíamos
seguir viviendo la realidad de la misma manera. Se ha abierto con profundidad la percepción
de que no todo está bien tal como estaba. Los mayores, a mí me ha ocurrido esto mucho
tiempo, tal como estaba pensado el mundo a mí me parecía muy bien y en él me sentía a
gusto. Pero poco a poco, y los más jóvenes ya esto lo han recibido de entrada, nos hemos ido
dando cuenta de que hay que repensar las cosas, hay que colocarlas de nuevo, no todo está
bien tal como está. Esto ha abierto como una sospecha y un deseo de investigar y de ver por
dónde se podían abrir todas estas nuevas posibilidades.

En este mundo nuestro, que tenemos la suerte de que nos ha tocado vivir en este tiempo
nuestro, ha surgido la certeza de que es necesaria hacer una lectura diferente, una nueva
interpretación de todo lo ya sabido, para poner de relieve aspectos y temas relegados,
olvidados, que en alguna época habían parecido muy importantes y que ahora podamos seguir
viéndolo así.

El que las mujeres, por definición, estuvieran subordinadas al hombre, hemos estado siglos
viviéndolo así. A mí misma, antes de entrar por estos caminos y estas averiguaciones, me
parecía lo más normal del mundo. No es que yo me sintiera menos persona que mi marido o
que otros hombres pero es que ya ni me lo planteaba. Ellos estaban delante y nosotras
estábamos detrás. Bueno, pues ahora ha surgido un nuevo pensamiento que nos hace ver que
no. Y ahora explicaré de dónde ha surgido este nuevo pensamiento. No ha surgido como una
seta, ahora. No, viene de antiguo y es de allí de donde lo hemos sacado. O sea, una lectura y
una interpretación más a fondo y según la sensibilidad y la nueva conciencia actuales de las
Escrituras, de algo que tenemos desde hace miles de años, aquí aparecen nuevas preguntas,
nuevas realidades y nuevos horizontes a la vida. Y en eso estamos.
En este momento de ahora, no se trata simplemente de hacer un reajuste de lo que ya
tenemos, de lo de siempre. No se trata de decir: “Ponemos aquí unos tornillitos, aquí una
agujita o un imperdible para ver cómo se aguanta”. Se trata de abrirnos a realidades distintas.
Y hacer esto es en nuestro tiempo una responsabilidad ineludible, una responsabilidad que nos
llama a los hombres y a las mujeres, no solo a las mujeres sino a los hombres también. Es
ahora un tiempo histórico en que es posible realizaciones que hasta este momento eran
totalmente inviables por falta de maduración histórica.

Esto que yo ahora estoy diciendo, cuando yo tenía 40 años no lo habría podido decir porque
no lo hubiera podido pensar. Poco a poco vamos entrando en un tiempo histórico, vamos
entrando en una maduración histórica, que es posible pensar, decir y hacer cosas muy
diferentes de las que hemos hecho hasta ahora. Voy a hacer unas pinceladas sobre esto. Todo
esto visto desde nuestro ser creyente. Si yo no fuera creyente, si yo no fuera teóloga, lo que
voy a decir ahora sería diferente. Pero desde mi ser creyente y teóloga, voy a dar unas
pinceladas.

En primer lugar una cuestión antropológica sobre la consideración de la mujer en este


momento. Se ha hablado, durante siglos, de la función complementaria de la mujer respecto al
hombre. Ya sabemos que “no es bueno que el hombre esté solo”. Si pensamos en esto, surgen
una serie de inquietudes y de preguntas. Entonces, ¿qué pasa? ¿La mujer ha sido creada
solamente en función del hombre? ¿El sentido de la vida de la mujer es nada más para que el
hombre tenga compañía? ¿El sentido de que la mujer exista es nada más para que el hombre
esté mejor? ¿El sentido de que la mujer exista es nada más para tener hijos del hombre? ¿Es
nada más para cuidar estos hijos? ¿Es nada más para cuidar estos nietos? ¿Es nada más para
hacer de secretaria en los trabajos? Las mujeres de ahora, y según la conciencia que ahora
vamos teniendo, no renegamos de nada de esto. Queremos tener pareja y respetar y querer a
nuestra pareja. Queremos estar con nuestros hijos. Queremos cuidar de nuestros nietos.
Queremos hacer un trabajo que nos gratifique. Pero no tenemos que hacerlo ya en un plan de
subordinación o como “estamos creadas para eso”. Estamos creadas para nosotras mismas,
porque nosotras mismas tenemos un valor en nosotras mismas, aunque no tengamos marido,
aunque no tengamos hijos… Nosotras mismas tenemos un valor. El hombre varón tiene valor
en sí mismo. Pues ahora las mujeres sabemos que nosotras tenemos valor en nosotras
mismas, no en cuanto estamos creadas para que el hombre no esté solo.

Con esto no estoy desbaratando un texto del Génesis. Las cosas que estoy diciendo requieren
muchas charlas complementarias. Ahora estamos nada más señalando una serie de cosas.

Una reflexión de antes de empezar a pensar estas cosas. Si bien es verdad que desde hace
cincuenta años o así la mujer ha podido ejercer funciones del campo eclesial, ha sido una
autoridad masculina quién se lo ha permitido. La mujer ha trabajado mucho en la Iglesia pero
ha sido una autoridad masculina la que le ha dicho: “Tú puedes hacer esto, tú puedes hacer
aquello”.

La mujer ha tenido una función de subordinación en la Iglesia siempre. Pero ahora se ha


producido una maduración histórica en que la mujer ha adquirido una autoconciencia que no
tenía anteriormente. La nueva generación de mujeres, –y permítanme que yo me ponga aquí,
en la nueva generación con mis setenta años– que esta época está trayendo, quiere pensarse
por sí misma, organizarse por sí misma, decidir por sí misma, no ser ya dirigida ni pensada por
el varón. Las mujeres de ahora quieren reflexionar sobre su propia identidad real: Quiénes
somos, qué podemos hacer… En cierto modo, las mujeres que esta época está trayendo,
quieren dejar de estar protegidas y tuteladas, y esto es muy fuerte, porque querer dejar de
estar tuteladas y protegidas no quiere decir querer dejar de estar cuidadas, no, porque todos
los seres humanos necesitamos que otros seres humanos nos cuiden. Lo que pasa es que no
queremos que otros seres humanos decidan por nosotras en cuanto a género. En cuanto a
seres humanos, queremos pensarnos nosotras mismas.

O sea, este interés de dejar de estar protegidas y tuteladas, como he dicho hace un momento,
yo lo vivo como algo muy fuerte porque esto representa aceptar la presión psíquica que
comporta el riesgo de vivir. Hasta no hace mucho, y en otras culturas todavía pasa, la mujer
depende del padre, depende del marido, depende del hermano. A la mujer no se le ha
concedido nunca, hasta hace poco en nuestra cultura y actualmente en muchas culturas, que
coja con fuerza ella misma el riesgo que comporta vivir. Siempre está tutelada, protegida por
otra persona. Y proteger no es lo mismo que cuidar. Queremos estar cuidadas, como los
hombres quieren estar cuidados, nada más que queremos correr el riesgo de la vida.

En cuanto a la Teología, que es lo que nos ha traído aquí, ¿qué reflexión se puede hacer? Nada
más voy a apuntar dos o tres temas en los que estoy involucrada con mucha cercanía, y que
son los que conozco un poco mejor.

Estamos estudiando, con otras muchas mujeres y desde muchos ámbitos de la Teología, dos
cuestiones teológicas de capital importancia para el tema de la mujer en la Iglesia, para el
tema de la consideración de la mujer en los ámbitos eclesiales, y son unos temas en los que
hay que profundizar valientemente y sin prejuicios. Ahora verán ustedes como el
planteamiento de estos temas es facilísimo, evidente, pero ponerlos a la práctica va a ser una
tarea de titanes.

Recordarán que en el Génesis se nos dice que Dios creó al ser humano a semejanza suya, y que
a imagen suya los creó hombre y mujer. O sea, teniendo en cuenta lo que nos dice el Génesis,
solo una imagen masculina y femenina de Dios que integre la plenitud de la humanidad, puede
servir adecuadamente como símbolo del misterio de Dios. O sea, la mujer es tan
representativa como el hombre en cuanto a imagen y semblanza de Dios. Así pues, mientras lo
femenino no sea acogido en el lenguaje y la imagen que tenemos sobre Dios, no podrá
desarrollarse la cuestión de la mujer en la Iglesia, no podrán desarrollarse algunos temas que
han dado motivo de malestar y de muchas discusiones. En el Génesis hay una igualdad original
entre hombre y mujer. En este relato no hay ninguna diferencia entre hombre y mujer. Y
luego, yendo un poco más adelante en el relato del Génesis, hay una responsabilidad recíproca
y mutua en la introducción del mal en la historia de la humanidad que dio origen al relato del
pecado original. Si recordamos, es una descripción extensa, detallada, llena de pormenores.
Este relato, de cómo el mal se introdujo en el mundo, los estudiosos y estudiosas, los que nos
hemos ocupado de esto, hemos ido viendo cómo es un relato místico, con un lenguaje muy
poético, como decía una de nuestras compañeras el otro día, pero es un lenguaje místico, es
una forma de explicar algo que ha ocurrido, que ha pasado, que estamos en una situación tan
precaria en este mundo… Entonces, la forma de explicarlo que tenían aquellas culturas… Ahora
lo explicaríamos escribiendo varios libros, acudiendo a la psicología, a la psiquiatría, a la
religión… Entonces nada más tenían esta posibilidad, aquellas culturas, de imaginar lo que en
realidad ocurría. O sea, todas estas cosas, desde la reflexión teológica, se han de ir aclarando,
desmontando lo que se haya de desmontar, respetando siempre la Palabra de Dios.

Otro tema en el que estoy muy involucrada en esta reflexión, es el de la formulación cristiana
de la Trinidad de Dios. Como sabemos, la formulación sobre el Dios Trino, que es el Dios
cristiano, se hizo muchos años después de la muerte de Jesús de Nazaret, y se hizo sobretodo
basándose en las reflexiones y vivencias de Dios de la comunidad del apóstol Juan. Y se hizo
esto en un contexto puramente, como diríamos ahora, androcéntrico, en un contexto
puramente machista. O sea, se hicieron esas reflexiones por hombres y para hombres, en un
momento en que la mujer, si se consideraba un ser humano completo era porque tenía
personas que la querían, pero ni siquiera en esa consideración estábamos. Entonces claro, la
reflexión que ahora estamos haciendo sobre la Trinidad, no es sobre la Trinidad en sí misma
sino por qué pensado como el padre, cuando en el Antiguo Testamente representa la imagen
de Dios como madre. ¿Por qué decimos el padre en la Trinidad? Ha de llegar un momento en
que entendamos que esta primera persona de la Trinidad es padre y madre, pero ni siquiera
padre y madre, porque es más que masculinidad y feminidad, pero de alguna manera tenemos
que citarlo. Hasta ahora hemos pensado en el padre.

Las feministas de finales del siglo pasado decían que había que llamar a Dios madre. Es tan
reduccionista decir el padre como la madre. Dios es padre y madre. Todo esto que se ve bien
claro, o que se puede llegar a ver claro si uno se preocupa de estos temas, es muy difícil
hacerlo llegar a la vivencia, hacerlo llegar a la aceptación, empezando por nosotros mismos.

O sea, que si el Génesis nos dice que el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino son
imagen y semejanza de Dios, no podemos atar el misterio de Dios a un solo género. Cuando
vayamos reflexionando sobre estas cosas, podemos ir pensando que Dios como padre está
muy bien pensado, porque no se trata para nada decir que lo que hasta ahora hemos vivido
hay que desecharlo, para nada, está muy bien pensado, pero se trata de ir un poco más allá del
pensamiento: es verdad que es padre, padre amoroso, pero también es madre, madre
paternal y padre maternal.

La segunda persona de la Trinidad es Jesús, que se encarnó de una mujer. Es la Palabra que
vino al mundo. O sea que también, cuando pensamos en la segunda persona de la Trinidad,
además de pensar en Cristo, podemos pensar que es la Palabra que Dios nos ha dirigido. Y Dios
es como neutro, aunque en español es masculino sabemos que en otras lenguas no lo es: la
Ruáh es femenina.

Con profundo gozo, el interés por dedicar tanto tiempo de mi vida a estas investigaciones,
radica en una mujer. El interés primero me vino de parte del padre Alfredo Rubio que me
encargó hacer una investigación sobre este tema. Personalmente él me llevó a descubrir a una
mujer, una mujer que es un modelo, un paradigma radicalmente luminoso para abrir caminos
necesarios en este momento. Es una mujer muy lejana en el tiempo pero muy cercana a mi
vivencia de fe: es María Magdalena. Todas habréis oído nombrar a María Magdalena. Ahora
está muy de moda. Ir descubriendo a esta mujer, cada vez más cercana, a través de vivenciar la
escena evangélica de la aparición de Jesús a esta mujer. Con el Evangelio, cuando tengamos
tiempo y oportunidad, es muy bueno vivenciarlo, no solamente leerlo, pensarlo y meditarlo.
Sabéis que San Ignacio, en los Ejercicios Espirituales, decía: Hay que hacer como si allí me
hallare. Pues yo con este texto, a través del encargo que recibí del Padre Rubio, fui haciendo
esto, como si allí me hallare, como si fuera ella, me identificaba con ella. Esto me ha permitido
ir adentrándome y dejándome penetrar cada vez más por ella y a través de ella, de forma que
cada vez he ido sintiendo toda esta escena más real y más próxima. A medida que esto ocurría,
ha habido también como una interacción entre la escena y yo, entre el personaje y yo. Algo,
tengo que confesarlo aquí, muy emocionante.

María Magdalena es una de las pocas figuras femeninas que aparecen en los cuatro Evangelios
canónicos, y que aparece con suficiente relevancia. Aparecen muchas otras mujeres pero
quedan un poco más detrás de ella. Aparece con la suficiente relevancia como para poder
crear Teología a partir de su figura, a partir de su proceso vital y a partir de todo su significado
espiritual, y esto es un poco lo que se ha intentado hacer en el libro que al principio nos han
referido.

Pero más que por ninguna otra cuestión, esta mujer es importante, para la fe cristiana y para
la Teología nueva que tenemos que hacer, debido a la singularidad de su implicación con el
mensaje de salvación, para que Jesús mismo la asocie en el episodio de la Pascua que está tan
bellamente descrito en el Evangelio y que ustedes recordarán. Y sino, les insto a que cuando
lleguen a casa busquen en el Evangelio de Juan, el capítulo 20, y verán qué disfrute, porque es
un texto de una belleza religiosa tan impresionante...

Pues Jesús, en esta escena, le confiere un papel único en la historia de la salvación. La


presencia de la figura de María Magdalena en los Evangelios oficiales, en cuanto a extensión y
detalles, es poquita cosa, pero quiero hacer notar una cosa: No es menos importante lo que
explícitamente vemos en el Evangelio de Juan y en los otros Evangelios, no es menos
importante a nivel biográfico, que la que tenemos de otra mujer sumamente importante y
definitiva para la fe cristiana, que es María de Nazaret. De María de Nazaret en los Evangelios
vienen cuatro cosas. Y tenemos que fijarnos que a partir de las cuatro cosas biográficas, se han
escrito miles de páginas, se han elaborado doctrinas, devociones, espiritualidad de gran
envergadura. Con las cuatro cosas que tenemos de María Magdalena pero con la importancia
decisiva que tiene esta mujer en la historia de la salvación, creo que estamos llamados
nosotros, hombres y mujeres, a hacer páginas no de devoción, sino páginas de Teología vivida.

Ahora tenemos un momento histórico en que es urgente rescatar las presencias femeninas de
las Escrituras. Las personas que tengan tiempo y ganas han de ir leyendo las Escrituras y ver y
apuntar a las mujeres. Precisamente san Pablo en sus Cartas, que a san Pablo el pobre tan
santo como era está un poco criticado desde nosotras las mujeres, porque pensamos que no
nos quería, y no es verdad porque si leemos un día con interés sus Cartas veremos cuántas
mujeres salen y con qué relevancia, y con qué cariño se refiere a ellas. Nos toca de ahora en
adelante ir rescatando persona por persona, mujer por mujer, para así recuperar en nuestra
época de ahora la verdadera fidelidad al mensaje de Jesús. Para Juan, para Jesús, hombres y
mujeres eran iguales en el discipulado. Es después que en la Iglesia ya no ha habido esta
igualdad tan básica que reclamamos ahora. Ha habido diferencias y ha habido el considerar a
la mujer un poco de segunda categoría o un poco subordinada, pero en el tiempo de Jesús y en
las Cartas de san Pablo, a pesar de todo ya podemos descubrir cosas muy brillantes sobre el
papel de la mujer.

La figura de María Magdalena tiene en los relatos de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de


Jesús, una relevancia única y sorprendente, de una fuerza impresionante. Está en Juan 20.

La Cristofanía, la manifestación de Jesús Resucitado, que está en el Evangelio de Juan, es de tal


envergadura teológica y espiritual que eso solo bastaría para elaborar todo un tratado sobre el
papel que a las mujeres les corresponde en la Iglesia. Solamente con este texto se podría hacer
todo un tratado. Papel que como sabemos, secularmente se da, y se les ha negado a las
mujeres en la estructura de la Iglesia.

Voy a aportar ahora una pequeña vivencia pero que me ha quedado siempre grabada. Cuando
yo era pequeña, hace muchos años, la Iglesia no nos permitía subir al altar. Yo me acuerdo que
hice la Primera Comunión en un pueblecito y no sé por qué se prestó que subiéramos, y el
párroco dijo que de ninguna manera y bien que hizo porque era una norma, pero el motivo de
porque ni siquiera nos dejaban poner un pie en el altar era solo por ser hembras. Gracias a
Dios esto ha pasado. Es una vivencia mía. No pudimos subir al altar por ser mujeres de ocho
años.

En este relato evangélico que ahora les comentaba, de Juan 20, es posible descubrir, y esto es
importante para la investigación teológica, un auténtico ministerio otorgado a María
Magdalena, y desde ella a las mujeres discípulas de Jesús, nosotras. Por eso, la figura de María
Magdalena ha de ser motivo de muchos estudios y motivo de ver en ella, en ese texto
evangélico, revelación nueva que aún está por estrenar.

Por todo esto que he intentado trasladar y por muchas otras cosas, la investigación teológica
de las mujeres y hecha por mujeres es ahora importante, irrenunciable, obligado hacerla. Las
mujeres tenemos que preocuparnos por esto para que la revelación avance y para que ilumine
en plenitud el mundo actual.

Voy a decir nada más un par de cosas como conclusión. La investigación teológica en la que
estamos comprometidas en la Colegiata, y en la que están comprometidas hombres y mujeres
que quieren dedicarse a esto, me hace llegar a la certeza ineludible de que la estructura
patriarcal, que en términos coloquiales diríamos machista, en la sociedad y en las Iglesias, no
ha sido ni es querida por Dios y que es solamente fruto de unas épocas y de unas culturas ya
pasadas. Hay ahora que caminar hacia adelante para que la Palabra de Dios siga dando
respuesta a las cuestiones actuales y a la nueva conciencia que los tiempos nuevos traen, y
aunque es verdad que el camino hacia lo recto y lo justo debe hacerse con prudencia y siempre
avanzando paso a paso, para no hacer daño, no es menos verdad que es necesario hacerlo
desde la libertad, el entusiasmo y la emoción religiosa, porque estamos adentrándonos en el
misterio de Dios que es también el misterio de nuestras vidas.

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