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Efesios 5:14-20

Volvemos hoy, amigo oyente, a nuestro estudio de la Biblia aquí en la epístola a los
Efesios, capítulo 5. Nos encontramos en una sección, que se extiende desde el versículo
1 al 17, que trata sobre el compromiso matrimonial de la Iglesia. La Iglesia se está
dirigiendo hacia el día cuando será presentada ante la presencia de Cristo como la
esposa, como podremos ver dentro de unos momentos. Pero eso es algo que debe
condicionar nuestra forma de vivir aquí en la tierra. Y si no es así, entonces hay algo
que está completamente mal en cuanto a nuestra relación con Cristo. Y el hijo de Dios
que está esperando el día cuando estará con Cristo, tiene que ser influenciado en su
conducta aquí en la tierra.

Recordemos que en Primera de Juan 1:7 habla de vivir en la luz así como Dios está en
la luz. En cierta ocasión alguien preguntó qué significaba vivir en la luz de Dios. Pues
aquí tenemos una descripción de ello desde la Palabra de Dios: es vivir en bondad o
amabilidad, en justicia o rectitud moral y en sinceridad, es decir con sinceridad y
autenticidad. Y esto quiere decir siete días a la semana, no solamente los domingos; y
las 24 horas al día.

En los versículos 11 al 13, el apóstol instruyó en cuanto a no tener nada que ver con las
obras infructuosas de la oscuridad. Un hijo de Dios, simplemente no puede participar
en las obras inútiles de los que pertenecen al reino de la oscuridad, de la misma manera
que la luz y la oscuridad no pueden mezclarse en el mundo físico. Porque da vergüenza
aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto.

Más bien hay que reprobar, desaprobar esas prácticas. Ello no significa que el cristiano
ha de convertirse en un reformador. Quiere decir que por la luz que refleja su vida. Él
mismo es un reproche de esas obras de la oscuridad. La luz revela lo que la oscuridad
oculta. La oscuridad no es apartada por predicar sobre ella. La oscuridad es disipada
por la presencia de la luz.

Hay demasiados creyentes en el presente que utilizan el método de la crítica o el método


de la predicación. Tratan así de corregir a una persona no creyente diciéndole "usted
no debería hacer esto o aquello". Pero, estimado oyente, ésa no es la manera de
aproximarse a la oscuridad. Usted tiene que ser una luz. Usted no debe dedicarse a
predicar sobre estas cosas. Usted no puede decirles lo que hay que hacer y lo que no hay
que hacer. Nuestra tarea es hacer resplandecer la luz de la Palabra de Dios, para que
se ilumine aquello que Dios califica como correcto. Usted no podrá alcanzar a una
persona para Cristo sermoneándola y advirtiéndola sobre lo que está mal. Usted no
debe tratar que la persona que no es salva cambie su conducta; ella no puede cambiar
su conducta. Ella necesita nacer de nuevo espiritualmente para poder cambiar. Usted
tiene que ser una luz y la luz siempre afectará a la oscuridad. Recuerde que la oscuridad
no se disipa por medio de predicaciones ni de conferencias. La oscuridad se desvanece
en presencia de la luz.

Ahora, el versículo 14, de este capítulo 5, de la epístola a los Efesios, dice:

"Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te


alumbrará Cristo."

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Aquí tenemos un mandamiento que es humanamente imposible de realizar. ¿Cómo
puede una persona despertar de los muertos? ¿Cómo puede una persona despertar de
la muerte espiritual? Sólo Dios puede despertarnos. Creo que lo que Pablo quiso decir
aquí es que los creyentes que han sido vencidos por el sueño espiritual tenían que
despertarse. Y luego él dijo en los versículos 15 al 17:

"Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos,
sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor."

Éste es otro mandamiento relacionado con la vida del creyente. Se le exhorta a vivir con
sabiduría. Su forma de vivir tiene que revelar la urgencia de la hora en que nos
encontramos, y la importancia de vivir para Dios. Y el objetivo principal de su vida
tiene que ser el de permanecer en la voluntad de Dios. El creyente tiene que actuar en
la esfera de la voluntad de Dios de la misma manera en que el tren anda sobre los rieles,
y se supone que su conducta en este mundo demuestra que pertenece a Cristo.

Cuando uno entra en un comercio encontrará a un vendedor que inmediatamente


estará pendiente de usted, dinámico y dispuesto a ayudarle. Si una persona es una hija
de Dios, ¿cómo se comporta en otras oportunidades, cuando no está en su trabajo,
tratando de ganar un sueldo? ¿Adopta la misma actitud, revela que está tratando de
agradar a Dios? El creyente debe vivir en esta tierra demostrando que pertenece a
Cristo, sin que haya ninguna necesidad de preguntárselo.

Después de haber hablado sobre el compromiso matrimonial de la iglesia en los


versículos 1 al 17, pasemos ahora a hablar sobre

La experiencia de la Iglesia

Este párrafo se extiende desde el versículo 18 hasta el 24 de este capítulo 5 de Efesios.


Cada creyente auténtico debe tener una experiencia. Creemos en la experiencia
cristiana y su valor. Leamos los versículos 18 y 19 para ver cuál debe ser esa experiencia.

"No os embriaguéis con vino, que lleva al desenfreno; antes bien sed llenos del Espíritu,
hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y
alabando al Señor en vuestros corazones"

Aquí no tenemos un discurso árido contra los males del alcoholismo, aun cuando sus
excesos constituían un pecado dominante en la sociedad del mundo antiguo, tal como
continúan siendo en la sociedad actual. En realidad, el apóstol Pablo estaba haciendo
una comparación. Él estaba diciendo: No os embriaguéis con vino. ¿Por qué? Porque
ese estado estimula temporalmente, sólo por un momento; activa la energía de la parte
física, conduciendo a las personas a un descontrol en todos los órdenes que luego
desaparece, dejando una sensación de abatimiento. Y eso no es precisamente lo que las
personas necesitan. Ahora, es cierto que las personas sienten una necesidad por algo y
como resultado recurren al alcohol. Si no son hijos de Dios, no tienen otros recursos
para hacer frente a su vacío interior. Sin embargo, el hijo de Dios tiene que ser lleno del
Espíritu Santo, es decir, controlado por el Espíritu Santo. Ésa debe ser la experiencia
del creyente.

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¿Y qué significa, estar lleno o controlado por el Espíritu Santo? Podemos encontrar una
analogía en la persona que está bebiendo y ése es el motivo por el cual Pablo usó esa
ilustración. La persona que está bebiendo en exceso está poseída por la bebida. Uno
puede darse cuenta cuándo está ebria, en contraste, es el Espíritu Santo quien debería
poseer al creyente. Es una intoxicación divina la que tiene que satisfacer su necesidad.
No estamos hablando de un emocionalismo excesivo sino de aquello que proporciona la
dinámica, la fuerza para vivir y para lograr algo para Dios. Entonces, recalcamos que
cuando estamos llenos del Espíritu Santo, quiere decir que estamos siendo controlados
por el Espíritu Santo.

La vida del cristiano y su experiencia de estar siendo controlado por el Espíritu Santo
están estrechamente relacionadas. Pablo dijo que el creyente debería vivir cuidadosa y
prudentemente, siendo lleno del Espíritu. Estos son mandamientos dados al cristiano.
Esta llenura constituye una renovación constante de la vida del creyente, para recibir
fortaleza y acción, lo cual está indicado aquí por el tiempo presente del verbo, que
podría leerse "estad constantemente siendo llenos del Espíritu Santo". Un creyente
controlado por el Espíritu no sólo vive sabiamente, sino que su carácter cristiano se
caracteriza por la presencia del fruto del Espíritu, como podemos ver en Gálatas 5:22-
23.

A un creyente nunca se le manda que se bautice con el Espíritu Santo, pero sí se le dice
que todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo (1
Corintios 12:13). ¿Lo hicimos con un esfuerzo por parte nuestra? No, fue por nuestra
fe en Jesucristo. El Espíritu Santo nos regeneró y habita en nosotros. El Espíritu nos
selló, y el Espíritu nos bautizó, y nos bautizó colocándonos en el cuerpo de los creyentes.

Sin embargo, el cristiano necesita la llenura o control del Espíritu para servir a Cristo.
Los discípulos estaban reunidos en el día de Pentecostés. Necesitaban salir al mundo
para dar testimonio de Cristo y fueron llenos del Espíritu Santo. Tuvieron esa
experiencia que les capacitó para testificar en aquel día.

Ahora, el ser llenos del Espíritu Santo es, probablemente, tan sencillo probablemente,
como el automovilista que en una estación de servicio pide que le llenen el tanque de
combustible. Usted mismo, como creyente, al comenzar por la mañana el día le puede
decir a Dios: "Señor. Quiero vivir hoy controlado por el Espíritu y no puedo hacerlo
por mí mismo. Necesito Tu Poder. Necesito Tu ayuda". Como creyentes necesitamos
comenzar a vivir un nuevo día pidiendo esa plenitud del Espíritu Santo. Es algo que
todos los cristianos necesitamos desesperadamente.

Usted puede haber sido llenado con el Espíritu ayer o la semana anterior, pero eso no
será suficiente para hoy. Así como nuestro coche necesita ir una y otra vez a la estación
de servicio para reponer el combustible. Es que cuando usted es lleno del espíritu, hará
algo para Dios, y estará viviendo controlado por el Espíritu. Pero eso no significa que
usted tendrá suficiente energía para el día de mañana. Necesitará ser llenado al día
siguiente. Nuestra vida es como ese viejo tanque de combustible que necesita ser lleno
nuevamente.

Ése es el motivo por el cual algunas personas pueden ser poderosa y eficazmente usadas
por Dios un día, y sentirse vacías al día siguiente. Yo he tenido esa sensación y
posiblemente usted también. Necesitamos una nueva llenura del Espíritu Santo, lo cual
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nos capacitará para vivir controlados por Él. A veces podemos tropezar y caer, como
un niño que está comenzando a andar. Pero se levanta y lo intenta otra vez, hasta que
un día caminará normalmente. Dios quiere que usted y yo aprendamos a caminar bajo
la guía y energía del Espíritu. Quiere que estemos controlados por Él.

Ahora, ¿cuál es una de las evidencias del estar llenos del Espíritu? Dice aquí: Hablando
entre vosotros con salmos, con himnos y canciones espirituales, cantando y alabando al
Señor en vuestros corazones. Creemos que esa referencia a los salmos se refiere al Libro
mismo de los Salmos, ya que probablemente todos ellos habían sido adaptados a la
música. Los himnos fueron compuestos por personas para honrar y dar gloria a Dios
en un nivel muy elevado. Las canciones espirituales eran menos formales que los salmos
o himnos. Probablemente algunas de ellas eran compuestas a medida que la persona
estaba cantando. Esta reacción era la manifestación de la llenura o plenitud del Espíritu
porque Él trae alegría a la vida del cristiano.

El hijo de Dios no necesita estímulos externos como el alcohol u otros recursos para
disfrutar de la vida o expresar su alegría, que es la alegría que proporciona el Señor. El
apóstol Juan dijo que una de las razones por las que escribió su carta apostólica, fue
que la alegría de sus lectores fuese completa. Esta plenitud de alegría se siente por medio
de nuestra relación de comunión y compañerismo con el Padre y con Jesucristo (como
vemos en 1 Juan 1:3-4). Los cristianos tienen que pasarlo bien y disfrutar de momentos
felices en la iglesia. No se trata de frivolidad o de un mero entretenimiento, sino de la
presencia real de la alegría que da el Señor. Y esa clase de alegría proviene de la llenura,
de la plenitud del Espíritu Santo. Continuemos leyendo el versículo 20, que dice:

"Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo."

Otra evidencia de estar llenos del Espíritu Santo es dar gracias a Dios, es decir, una
actitud de agradecimiento. En el libro de los Salmos ya hemos observado mucha acción
de gracias y alabanza a Dios y a un elevado nivel espiritual. No tenemos mucho de ese
elevado nivel entre los creyentes hoy. Expresiones de gratitud como "alabado sea el
Señor y gracias a Dios por su don inefable" y otras similares, deberían brotar con
naturalidad de nuestros corazones, y no como un lenguaje rutinario o una expresión
trivial. La plenitud del Espíritu Santo produce una vida de agradecimiento, de manera
que podemos dar sinceramente gracias a Dios por todas las cosas.

Permítanos relatar aquí una historia de la vida real. Se trata del fallecido doctor
Howard Kelly, un gran cirujano, y quien fue también un gran especialista en
obstetricia. Él escribió mucho sobre esta especialidad de la medicina, y sus obras fueron
clásicas obras de consulta entre los médicos por mucho tiempo. Era un gran hombre, y
un gran creyente y un gran hombre de Dios también. En cierta ocasión él estaba
caminando por una zona rural de la ciudad de Baltimore, en los Estados Unidos y sintió
sed. Se acercó a una granja, llamó a la puerta y una niña le abrió. Entonces él le dijo:
"¿Me puedes dar un poco de agua?" Ella le respondió que sus padres habían ido a la
ciudad y que no había agua en la casa, pero que sí tenía leche fría. Así que le dijo, ¿le
gustaría un vaso de leche? Y este hombre aceptó agradecido el ofrecimiento. Entonces
la niña se lo trajo, y el la bebió con avidez, encontrándola deliciosa. La niña entonces le
dijo, "¿no quería beber otro vaso?" El hombre volvió a aceptar y después de beberlo y
agradecerle continuó su viaje, pensando en lo amable que había sido aquella niña. Pocos
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días después la niña se enfermó, y con un fuerte dolor en el costado, fue llevada al
hospital de la ciudad, y ¿sabe quién fue el médico que la atendió? Pues, era mismo Dr.
Nelly, quien la reconoció como la niña que le había ofrecido la leche. Él la operó, se
ocupó de su tratamiento. Cuando fue dada de alta, sus padres vinieron a buscarla y una
vez en casa, esperaron ansiosamente la llegada de la factura, porque no tenían los
medios para pagar la operación y los gastos del hospital. Cuando llegó un sobre del
hospital, lo abrieron con manos temblorosas. Allí estaba la factura y bajo la cifra del
total de los gastos, figuraban estas palabras: "la cuenta fue totalmente pagada con dos
vasos de leche", y junto a esta frase estaba la firma del Dr. Kelly. Esto sí que fue un
amor en acción y el amor que aquel médico expresó era el fruto del Espíritu, porque el
Dr. Kelly era un fiel cristiano.

Y así es como se debe expresar el amor. No es necesario ir por todas partes diciendo que
uno ama a las personas, simplemente, el amor hay que demostrarlo con hechos. Al estar
un cristiano lleno del Espíritu, hay amor, alegría, y un espíritu de agradecimiento en su
vida. Esto es simplemente un cristianismo práctico, un amor en acción.

Quizá usted tendría que hacer lo del automovilista que llega a la estación de servicio a
llenar su tanque de combustible. Quizá usted esté vacío. Usted y yo, estimado oyente,
no tenemos nada dentro de nosotros mismos. Necesitamos acudir a Dios y decirle que
estamos vacíos, y que necesitamos ser llenos del Espíritu Santo, para poder vivir para
Él. Necesitamos reconocer que para nosotros es imposible vivir como a Él le agrada,
pero que Él puede hacerlo a través de nosotros.

Al finalizar, recapitulamos lo dicho en el sentido que el ser llenos del Espíritu Santo es
el único mandamiento dado a los creyentes en relación con el Espíritu Santo. Los otros
cuatro ministerios del Espíritu Santo son realizados cuando recibimos a Cristo. Cada
creyente es regenerado por el Espíritu Santo: dice Juan 1:12, "mas a todos los que le
recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios".
En el creyente, también habita el Espíritu Santo; dice Romanos 8:9, "Si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de él". El creyente es sellado por el Espíritu Santo; dice
Efesios 1:13, "y habiendo creído en él, fuisteis sellados por el Espíritu Santo de la
promesa". También, el creyente es bautizado por el Espíritu Santo; dice Primera de
Corintios 12:13, "porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo".
Estos cuatro ministerios del Espíritu Santo tienen lugar cuando una persona deposita
su fe en Cristo. Son realizados a favor nuestro. Lo único que nos queda a nosotros es
obedecer Su mandamiento de ser constantemente llenos, controlados por el Espíritu
Santo, como hemos leído en este capítulo 5:18.

Pero recuerde, estimado oyente, que si usted da el paso de fe de aceptar al Señor


Jesucristo como Salvador, el Espíritu produce en usted un nuevo nacimiento, un
nacimiento espiritual. Y a partir de ese momento, comenzará en usted una acción
transformadora, capacitándole para vivir a la luz de Dios, realizando las obras que a
Dios agradan, es decir, las obras de la luz.

La exhortación general de Pablo termina con una llamada a vivir como sabios. Los
tiempos en los que vivían eran malos; debían rescatar todo el tiempo que pudieran del
mal uso que le daba el mundo.
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Pablo pasa a presentar un contraste entre una reunión pagana y otra cristiana. Una
reunión pagana solía degenerar en orgía. Los paganos encontraban lo que buscaban
emborrachándose de vino y entregándose a placeres mundanos; pero el cristiano debe
encontrar la felicidad en estar lleno del Espíritu Santo.

De este pasaje podemos deducir ciertos hechos acerca de las reuniones cristianas
originales:

La Iglesia Primitiva era una iglesia que cantaba. Se caracterizaba por los salmos e
himnos y canciones espirituales; estaba tan feliz que no podía por menos de cantar… Y
era una Iglesia que daba gracias a Dios. Le resultaba natural el darle gracias a Dios por
todas las cosas, en todos los lugares y en todas las circunstancias.

La Iglesia Original era una Iglesia que daba gracias porque sus miembros estaban
alucinados con la maravilla de que el amor de Dios los hubiera buscado y salvado; y
porque sus miembros estaban seguros de que estaban en las manos de Dios.

Era una iglesia en la que los miembros se honraban y se respetaban mutuamente. Pablo
dice que la razón de este mutuo honor y respeto era que honraban a Cristo. Se veían los
unos a los otros, no a la luz de sus profesiones o niveles sociales, sino a la luz de Cristo;
y por tanto veían la dignidad de cada persona.

Versículo para aprender:

“Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a si mismo por nosotros...

Juan 13:11-33
Continuamos estudiando hoy el capítulo 13 del evangelio según San Juan. En nuestro
programa anterior, estuvimos considerando el lavamiento de los pies, que Jesús hizo a
Sus discípulos y su significado espiritual. Y llegamos hasta el versículo 10, donde Jesús
respondió a Pedro, que el que estaba lavado, no necesitaba sino lavarse los pies, pues
estaba todo limpio.

Y señalamos que las palabras griegas para lavado y lavarse, aquí en este versículo 10,
eran muy específicas y no se reflejan en esta traducción de este incidente. La primera
palabra significa "bañar, aplicar agua a todo el cuerpo", es la palabra "louo". La
segunda palabra es "nipto", traducida como lavar. Y por lo tanto este versículo está
diciendo que aquellos que ya se habían bañado, sólo necesitaban que sus pies sean
lavados. Habíamos dicho que este versículo 10 podría traducirse así: "El que está recién
bañado, no necesita lavarse más que los pies".

Nuestro Señor estaba enseñando que cuando llegamos a la cruz, cuando vinimos a
Jesús, fuimos bañados por completo. Ése es el baño (louo), o sea la regeneración,
efectuado una vez y para siempre. Pero cuando caminamos por este mundo, nos

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contaminamos y nos ensuciamos. Somos desobedientes y el pecado entra en nuestras
vidas. Jesús dice que no podemos estar sucios y a la vez, gozar de la comunión y el
compañerismo con Él. Por lo tanto, el lavamiento de los pies, (o sea esta acción nipto
aquí) es la purificación necesaria y frecuente que necesitamos para restaurarnos a la
comunión con Dios.

Y vimos que el apóstol Juan se refería a esto mismo, cuando en su primera carta,
capítulo 1:6 y 7, dijo: "Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia, es decir,
sigue limpiándonos, de todo pecado."

Concluimos nuestro programa anterior diciendo que para poder lavarnos los pies,
espiritualmente hablando, primero debemos confesar nuestro pecado. Y confesar
significa, ponerse de acuerdo con Dios. Significa, decir y pensar lo mismo que Dios en
cuanto a nuestro pecado.

Resulta difícil admitir que uno es un pecador. La frialdad, la indiferencia, la falta de


amor, todas estas actitudes, Dios las ve como pecado. Pero si confesamos, Él es fiel y
justo para perdonarnos. Pero eso no es todo. Si vamos a tener lavados los pies, debemos
colocarlos bajo el control de las manos del Salvador. Y esa es la obediencia. No podemos
decir simplemente: "Dios, perdóname, hice mal", para luego salir y hacer lo mismo una
y otra vez. Eso no sería poner los pies en las manos del Salvador. Continuaremos hoy
leyendo el versículo 11 de este capítulo 13 del evangelio según San Juan:

"Él sabía quién lo iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos."

Jesús sabía que Judas le iba a entregar. Sabía que Judas no se había "bañado". Judas
nunca había sido regenerado. Es por eso que dijo que no todos en aquel grupo estaban
limpios. Continuemos con los versículos 12 al 17 de Juan capítulo 13:

"Así que, después que les lavó los pies, tomó su manto, volvió a la mesa y les dijo:
¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque
lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis
lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he
hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que
su señor, ni el enviado es mayor que el que lo envió. Si sabéis estas cosas,
bienaventurados sois si las hacéis."

Jesús les dijo a Sus discípulos que así como Él había lavado a cada uno los pies, así
debían ellos lavarse los pies los unos a los otros. Ahora, ¿Qué significaba eso? El apóstol
Pablo nos explicó en su carta a los Gálatas, cómo hemos de llevarlo a la práctica. Dijo
él en Gálatas 6:1: "Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que
sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo,
no sea que tú también seas tentado". Cuando un hermano en Cristo cae en el pecado,
debe ser reintegrado a la comunión y al compañerismo con los demás por alguien que
tenga madurez espiritual. La crítica y los reproches no contribuyen a limpiar sus pies,
espiritualmente hablando. En una iglesia o comunidad cristiana suele haber toda clase
de capacidades y talentos, aunque ello no implica necesariamente que se de una
situación de renovación espiritual. Todos necesitamos esa limpieza. Y antes de proceder
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a limpiar el caminar o la vida de otro creyente, necesitamos que el Señor limpie nuestros
propios pies. Debemos acudir al Señor cada vez que seamos conscientes de que hemos
adquirido impureza y suciedad en el camino de la vida cristiana.

El salmista dijo en el Salmo 139, versículos 23 y 24: "Examíname, Dios, y conoce mi


corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; ve si hay en mí camino de perversidad,
y guíame en el camino eterno". No hay ni siquiera uno de nosotros que no viva un día
sin cometer algún pecado con nuestras palabras, con acciones u omisiones. Necesitamos
confesarlo al Señor y ser limpiados. Somos lavados por la Palabra de Dios. Ponemos los
pies en las manos de Él, y esto significa que nos entregamos completamente a Él. Esto
restaura nuestra comunión y compañerismo con el Señor. Estimado oyente, no deje que
pase un solo día sin tener esta comunión. No deje que el pecado se interponga y rompa
este compañerismo verdadero con Jesús.

Los discípulos eran como un pequeño grupo indefenso en aquel aposento alto. Tenían
miedo, y con razón. La sombra de la cruz había caído sobre ellos. Leamos el versículo
18 de este capítulo 13 del evangelio según San Juan:

"No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido. Pero debe cumplirse la


Escritura: El que come pan conmigo alzó el pie contra mí."

Jesús tuvo mucho cuidado, y les dijo que no estaba hablando de todos ellos. Él acababa
de decirles que podrían sentirse felices si hicieran estas cosas, pero añadió que había un
hombre entre ellos que no las podía hacer. ¿Y sabe por qué no? Simplemente porque
no había creído. Jesús ya les había aclarado que no todos estaban limpios. Y además les
había dicho: "Vosotros me llamáis Maestro, y Señor". Ahora, un amo era un maestro
y debía ser creído. Un señor por su parte, debía ser obedecido. La fe y la obediencia
tienen que ir juntas. La fe salvadora y viva conduce a la obediencia. Y Judas no tenía
esta fe.

Jesús citó del Salmo 41:9, cuando dijo: "el que mi pan comía, alzó el pie contra mí". Y
estaba refiriéndose a Judas. Ahora, no era cuestión de si este hombre estaba perdiendo
su vida espiritual. Estas palabras eran más bien una revelación de que él nunca había
tenido una vida espiritual. No era una oveja que se había contaminado. Era, como dice
la Escritura, una puerca que había vuelto a revolcarse en el cieno, o un perro que había
vuelto a su vómito. Esa era la descripción de Judas Iscariote. Sin embargo, él estuvo allí
en el aposento alto y Jesús también le lavó los pies. Recibió el lavamiento por la Palabra
de Dios, pero la rechazó totalmente.

Vamos a repasar esto de nuevo, para ver si lo aclaramos un poco más. La sangre de
Jesucristo, es el aspecto del sacrificio de Cristo orientado hacia Dios. La sangre expía
nuestro pecado. La sangre ha cancelado toda mi culpa y ha lavado aquella cuenta
negativa que había contra mí. Me ha dado una posición ante Dios porque ha borrado
todas mis transgresiones. La sangre es para la expiación penal. En cambio, el
lavamiento por agua es el aspecto del sacrificio de Cristo orientado en dirección al ser
humano. La limpieza o purificación por agua es para nuestra purificación moral.
Después de tener nuestra posición ante Dios en la base de la sangre de Jesucristo, el
agua de la Palabra nos da la purificación moral durante nuestro caminar diario.
Leamos el versículo 19:

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"Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy."

Jesús les dijo luego a Sus discípulos que uno de ellos "levantaría contra Él su pie", a fin
de que cuando esto sucediera, no se sobresaltasen. ¿Ha observado usted amigo oyente,
que el Señor Jesucristo fue traicionado desde dentro? Y esto todavía es cierto hoy.
Existe la queja en cuanto al pecado que, desde fuera, perjudica a la Iglesia. Pero el daño
mayor viene cuando Jesucristo es traicionado desde dentro. Continuemos leyendo el
versículo 20:

"De cierto, de cierto os digo: El que reciba al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me
recibe a mí, recibe al que me envió."

Juan añadió estas palabras de Jesús porque Judas había sido enviado en misiones junto
con los demás discípulos. Había predicado y había sanado. El Señor dijo: "El que recibe
al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió". Nadie
es salvo por la fe del mensajero o del predicador. Somos salvos por oír la Palabra de
Dios y por recibir a Cristo como nuestro Salvador personal. Si Judas había predicado
y sanado, tal bendición se produjo a pesar de que él era Judas; él había sido un simple
mensajero y portador del mensaje. Y Dios bendijo Su Palabra. Por ello enfatizamos que
somos salvos oyendo la Palabra de Dios. Continuemos ahora con los versículos 21 al 25,
de este capítulo 13 de San Juan:

"Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu y declaró: De cierto, de cierto os


digo que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos se miraron unos a
otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba
recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro para que preguntara
quién era aquel de quien hablaba. Él entonces, recostándose sobre el pecho de Jesús, le
preguntó: Señor, ¿quién es?"

Sería un error pensar que Jesús no se conmovió porque Judas le iba a entregar. Porque
Jesús realmente se conmovió en Espíritu. Los discípulos se quedaron estupefactos.
Usted puede imaginarse el tremendo impacto que estremeció a todos en el aposento alto.
Judas había sido tan hábil, que nadie allí pensaba que él era quien iba a entregar a
Jesús. Cada uno creía que pudiera ser el otro, pero también, cada uno temía que
pudiera ser él mismo. Cada discípulo sabía que era capaz de hacer lo mismo.

Dudamos de que la breve escena entre Juan y Pedro fuera observada por los demás.
Debe haberse producido una cierta confusión en la sala. Pedro probablemente estaba
situado más lejos de Jesús, y como Juan se había quedado a Su lado, Pedro le pidió a
Juan que le preguntara a Jesús quién habría de entregar al Señor. Y respondió Jesús
aquí en el versículo 26:

"Respondió Jesús: A quien yo le dé el pan mojado, ése es. Y, mojando el pan, lo dio a
Judas Iscariote hijo de Simón."

Según las costumbres de aquel entonces, el anfitrión en un banquete, tomaba un pedazo


de pan, lo mojaba en la salsa, y luego se lo ofrecía al invitado de honor. Mediante este
gesto, el Señor hizo a Judas Su invitado de honor. Le extendió una señal de amistad.
Judas estaba en una encrucijada, pero Cristo mantuvo abierta la puerta para Judas,
hasta el fin. Aun después, en el huerto, según nos contó Mateo en 26:50, cuando Judas
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apareció al frente de un grupo armado para detenerle, Jesús le diría: "Amigo, ¿a qué
vienes?" Aun en esa ocasión, Jesús mantuvo abierta la puerta para el traidor.

Ahora, Jesús sabía lo que Judas haría. Y permítanos repetir aquí una declaración que
alguien hiciera una vez: "El saber algo de anTemano, no equivale a causarlo". Es decir,
que el Señor sabía lo que Judas iba a hacer, pero el Señor no le obligó a hacerlo. El
hecho es que ofreció Su amistad a Judas hasta el fin. Continuemos leyendo el versículo
27:

"Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer,
hazlo pronto."

Satanás fue tomando posesión gradual de Judas. No creemos que Satanás tome posesión
de un hombre de repente. Hay muchas pequeñas caídas, que permiten que Satanás se
mueva poco a poco, pero por fin se hace cargo del control de la persona. El Señor le dio
a Judas una oportunidad más para aceptarle. Pero Judas le volvió la espalda a Jesús, y
entonces Satanás tomó posesión completa de él.

Judas hizo su propia decisión. Dios nunca ha enviado a un hombre al infierno, a menos
que ese hombre haya decidido primero encaminarse hacia allí. Lo que ocurre es que
Dios ratifica la decisión humana. Dios apoya la moción. Cuando un hombre dice que
acepta a Cristo, Dios dice: "Secundo esta moción y te recibo". Cuando un hombre dice
que rechaza a Cristo, así como Judas lo hizo aquí, Dios también dice: "Yo apoyo la
moción". Entonces Jesús le pidió a Judas que saliese pronto. El haber tomado su
decisión, en realidad no significaba que estuviese fuera del control de Dios. El hecho fue
que habiendo tomado su decisión, entonces fue obligado a colaborar con Dios en su gran
plan. Recordemos que las autoridades religiosas habían dicho que no querían arrestar
a Jesús y crucificarle mientras las multitudes estaban participando de la fiesta. Querían
esperar hasta que se terminara esta fiesta. Pero nuestro Señor le dijo a Judas que se
fuese, y que llevase a cabo lo que iba a hacer lo más pronto posible. Por lo tanto, Judas
tenía que salir y contarles a los líderes religiosos que había sido descubierto, para que
ellos actuasen con rapidez. Continuemos con los versículos 28 y 29 de este capítulo 13
del evangelio según San Juan:

"Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Algunos
pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que
necesitamos para la fiesta; o que diera algo a los pobres."

Ninguno en la mesa sospechó que Judas era el traidor. Observemos también que
nuestro Señor y los suyos no mendigaban. Tenían una bolsa con sus recursos financieros
y los administraban de una manera práctica. También vemos que el Señor no dio de
comer milagrosamente a Sus discípulos. Tenían que ir a comprar comida. Judas era el
tesorero. Y en el tiempo de la Pascua acostumbraban a dar algo a los pobres y por tal
motivo, los discípulos creyeron que esto era lo que el Señor le pedía a Judas que hiciera
con el dinero. Continuemos leyendo el versículo 30:

"Cuando él tomó el bocado, salió en seguida. Era ya de noche."

Observemos también que cuando Judas salió, era ya de noche. Y sería una noche eterna
para Judas. Era el "día del diablo", y el día del diablo siempre fue como aquellas
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terribles tinieblas que descendieron sobre Egipto, durante la época de las diez plagas.
Y así fue que aquel hombre se alejó rodeado por las tinieblas de una noche eterna.

Lo que Dios hace, lo hace lentamente. Pero lo que el diablo hace, lo hace rápidamente.
Es que el diablo tiene que moverse rápidamente porque sus días son limitados. En
cambio Dios tiene toda la eternidad para llevar a cabo Sus planes. Pero se da el caso
que tantas veces no entendemos esta realidad, y nos dejamos dominar por la
impaciencia.

Hubo entonces un cambio en aquel aposento. Judas se había ido y nuestro Señor
comenzó a hablar con estos once hombres. Ellos tenían miedo. La sombra de la cruz se
había proyectado sobre ese pequeño grupo en el aposento alto. Y nuestro Señor intentó
levantar el ánimo a estos hombres, llevando sus pensamientos del presente, al futuro;
de lo material y temporal, a lo eterno; de lo que era secular a lo espiritual. Aunque
Simón Pedro le interrumpió, creemos que este discurso de Jesucristo empezó aquí
mismo, y continuaría hasta el capítulo 14. Leamos los versículos 31 y 32 de este capítulo
13 de Juan:

"Entonces, cuando salió, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es
glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, Dios también lo glorificará en sí mismo, y
en seguida lo glorificará."

En ese momento, el Señor Jesús estaba entrando en la esfera de lo espiritual. La gloria


del Hijo del Hombre iba a ser manifestada a través de Su muerte y resurrección. Según
el punto de vista humano, la cruz parecía una vergüenza y una derrota, pero la gloria
de Dios sería manifestada en Él porque la salvación del mundo sería lograda por medio
de la cruz. Continuemos leyendo las palabras de Jesús registradas en el versículo 33 de
este capítulo 13 de San Juan:

"Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis, pero, como dije a los judíos,
así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir."

Judas ya se había marchado y por tanto se pudo dirigir a ellos como Sus hijitos. Estaba
encaminándose hacia la cruz, y ningún otro podía ir a la cruz como Él fue. Sufrió solo,
y como ya hemos dicho, hubo una fase del sufrimiento de Cristo, que ni usted ni yo,
estimado oyente, podemos comprender ni percibir en su totalidad. Pero cualquier
persona puede sentirse alcanzada por el amor de Dios. Puede usted pedirle que abra
sus ojos, para poder dirigirle una mirada de fe que le haga comprender la necesidad de
recibir la salvación y de apropiarse de la victoria de Jesucristo, alcanzada para usted a
través de Su muerte y resurrección.

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La oposición de Pedro y una lección

Juan 13: 6-11

Ya hemos visto que, en Juan, tenemos siempre que esperar un doble sentido: el que
aparece en la superficie, y el que hay debajo de la superficie. Este relato no cabe duda
de que tiene un segundo sentido. A la vista está la lección dramática e inolvidable acerca
de la humildad. Pero hay aquí más que eso.

Hay un detalle muy difícil de entender. Al principio, Pedro se niega a dejar a Jesús que
le lave los pies. Jesús le dice que, a menos que acepte este lavado, no podrá tener parte
con El. Entonces Pedro suplica que, no sólo le lave los pies, sino también las manos y la
cabeza; pero Jesús le dice que basta con lavarle los pies. No cabe duda de que aquí se
hace referencia al Bautismo cristiano...

Era costumbre que, antes de ir a una fiesta, la gente se bañara. Cuando llegaban a la
casa del convite, no tenían que bañarse otra vez; lo único que necesitaban era que les
lavaran los pies. El lavado de los pies era la ceremonia que precedía a la entrada en la
casa en la que iban a ser huéspedes. Así que Jesús dijo a Pedro: “Lo que necesitas no es
lavarte de cuerpo entero. Eso lo puedes hacer por ti mismo. Lo que necesitas es el lavado
que marca la entrada en la familia de la fe”.

Pedro, al principio, va a negarse a dejar que Jesús le lave los pies. Jesús le dice que, si
se niega, no tendrá parte en Él. Es como si Jesús dijera: “Pedro, ¿vas a ser tan orgulloso
como para no dejarme que te haga esto? Si lo eres, vas a perderlo todo”.

En la Iglesia Primitiva, como en la actual, la entrada era el bautismo... Esto quiere decir
que, si una persona puede ser bautizada y es demasiado orgullosa para entrar por esa
“puerta”, su orgullo la excluye de la familia de la fe.

(Es importante destacar que si se infiere una enseñanza acerca del bautismo cristiano,
de este suceso, es lógico entonces deducir que el bautismo sólo puede ser consentido...
La práctica del bautismo en algunas iglesias se aplica a los niños, y se hace por
rociamiento. Aquí se nos habla de “lavado” y se menciona la necesidad del
consentimiento. Por eso podemos afirmar que el bautismo resulta de una decisión
personal que implica la madurez para comprender y decidir libremente, y que como la
palabra lo indica (bautizar: sumergir) no corresponde entonces el rociamiento que
algunos acostumbran.)

La grandeza del servicio

Juan 13: 12-17

Hay aún más en el trasfondo de este pasaje de lo que nos cuenta el propio Juan. Si
volvemos al relato que nos hace Lucas de la última Cena, nos encontramos el detalle
trágico: «Entonces los discípulos se pusieron a discutir a cuál de ellos había que
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considerar como el más importante» (Lucas 22:24). Aun a la vista de la Cruz, los
discípulos seguían discutiendo cuestiones de primacía y de prestigio.

Es posible que la noche de la última Cena se habían envuelto en tal estado de


competitividad que ninguno de ellos estaba dispuesto a hacerse responsable de que
hubiera palanganas y toallas para que se lavara los pies el grupo al llegar; y Jesús
remedió la omisión de la manera más sencilla. Hizo lo que ninguno de los de su
compañía estaba dispuesto a hacer. Y después, les dijo: “Os he dado ejemplo de cómo
debéis comportaros entre vosotros”.

Esto debería hacernos pensar. Aquí tenemos la lección de que no hay más que una clase
de grandeza: la del servicio. El mundo está lleno de personas que se plantan en su
dignidad cuando deberían estar de rodillas a los pies de sus hermanos. En todas las
esferas de la vida lo que estropea el esquema de las cosas es el deseo de eminencia sobre
los demás, olvidando el servicio... Cuando estemos tentados a pensar en nuestra
dignidad, o prestigio, o derechos, recordemos al Hijo de Dios con una toalla y una
palangana, arrodillándose a los pies de sus discípulos para lavárselos.

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