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Transcurrir los feminismos

Carmen Aliaga Monrroy

Escribo este breve ensayo en un momento en el cual recibimos las denuncias de


Norma y Mariana, que después de 11 años de haber sido torturadas sexualmente
por agentes de la policía de la ciudad de México en una protesta social deciden
hacer la denuncia pública. Las torturas que iban desde ser obligadas a hacer sexo
oral a los policías hasta contar chistes para que no golpearan a sus hijos, hoy rondan
en la impunidad. Pero esta noticia se choca con el procesamiento de la compañera
que en estos precisos momentos se está debatiendo entre la vida y la muerte en
una sala de hospital de Lima por haber sido roseada con gasolina y quemada por
su ex pareja en pleno bus cuando retornaba a su casa. En Bolivia, hace pocas
semanas una mujer denunciaba los golpes y maltratos de su pareja que además es
militar de las Fuerzas Armadas bolivianas… y entre estos pocos casos de los miles
que han estado sucediendo, entre la rabia y la impotencia; se me hace
imprescindible preguntarme: ¿Qué nos toca a las feministas?, ¿Por qué después de
tanto trabajo, militancia, sacrificios de vida y de años de millones de mujeres en el
mundo, cada día la violencia misógina se hace más cruel, descarnada, silenciada e
invisibilizada?

No puedo dejar de pensar que mientras yo tengo el lujo y privilegio de escribir sobre
estos temas, hay niñas, adolescentes, mujeres adultas y ancianas que están siendo
violentadas en la absoluta clandestinidad y soledad. Me preocupa además que
muchas de estas violencias generan además culpabilidad en las mismas mujeres,
responsabilidad de no haber sido lo suficientemente cuidadosas y haberlo permitido,
culpa de que no hicieron lo suficiente, y resignación de lo que se supone es lidiar
con el ser mujer.

Hace años, seducida por el discurso de la izquierda tradicional yo y muchas otras


compañeras empezamos a definir todos los casos de violencia patriarcal bajo la
consigna de que si bien “el género nos unía, la clase nos dividía” y a partir de esa
máscara de lucha, entendíamos que los problemas de machismo, sólo podrían
entenderse bajo la lupa de la clase social. Proponíamos que las mujeres burguesas,
empresarias, presidentas y políticas no sufrían lo mismo que las trabajadoras, las
estudiantes y las campesinas. Que si bien una mujer rica decidía abortar, ella iba a
una clínica segura y después podía pagar psicólogos para sanar. Mientras las
pobres moríamos en clínicas clandestinas, teniendo que ir a trabajar o cuidar a
nuestros hermanos, luego después de la intervención.

Aunque estas fueron enseñanzas importantes, luego venía la duda de que si era
suficiente, sumando que en las “poderosas” asambleas obreras de mineros y
fabriles, donde la guardia obrera compuesta de musculosos mineros que protegían
la palestra de nuestros compañeros dirigentes definían los cursos de la lucha
obrera; nuestras discusiones eran absolutamente insignificantes ante la urgencia de
las demandas salariales, contractuales y negociados con el partido de gobierno.

Ya confundida con los escenarios, mientras me encontraba en la encrucijada de


seguir escribiendo artículos para el periódico socialista de la época, concluir una
tesis o ayudar a mi madre, que mientras yo me ufanaba de marchas, gasificaciones
y protestas; cocinaba, limpiaba y criaba tres hermanos más. Empecé a pensar en
las hipocresías de nuestras propias batallas, de cómo nuestras realidades concretas
se difuminan cuando logras hacerte un lugarcito en eso que llamamos nuestro frente
de guerra. Así en el reencuentro con otras compañeras de otras experiencias y
también de otras frustraciones, nos juntamos para hacerle una pausa a la agitación
a nombre de partido, para ver ¿y nosotras a dónde pertenecemos?

Los discursos académicos del género, de la diferencia sexual, de la “dominación


masculina”, nos parecían interesantes para empezar a ver la complejidad de nuestra
realidad como mujeres. Y luego la crisis académica ¿entonces qué se hace después
de los libros? ¿qué se hace cuando los libros son las únicas puertas de escape a
un padre violento, un hermano enfermo, una madre casi suicida?

Y retorna la eterna pregunta de la crisis, ¿dónde está el feminismo? Y ¿con qué se


lo come? Las propuestas de la interseccionalidad que nos hacía ver clase, género
y etnicidad fueron en su momento interpelantes para permitirme ver los diferentes
flancos de violencia de los cuales provenían y la transversalidad del género en las
diferentes realidades socioculturales para hacerme entender cómo en la moderna
sociedad capitalista, se puede disfrazar la indiferencia y la marginalidad con bonitos
conceptos y mirar lentamente, cómo al transversalizar el género en todos los
escenarios y contextos políticos, las mujeres volvíamos a desaparecer
milagrosamente para ser postergadas a una presencia fantasmal.

Hace más o menos dos años, a las cuantas feministas que andamos por ahí, nos
golpea la corriente del Mi primer amor soy yo aglutinando a montón de niñas y
adolescentes golpeadas por relaciones amorosas frustrantes que las absorben
como esponjas, dejándolas succionadas hasta los huesos. No podía y no puedo
dejar de pensar, cómo es que esta postura despolitizada y despolitizadora era capaz
de responder a las necesidades de muchas de esas jóvenes, y ahí los feminismos
con unas cuantas tratando de entenderse. Pero antes de tratar de salir del asombro
nos golpea la hollywoodense campaña He for she, y nuestras queridas, cercanas y
compañeras amigas compartiendo los “hashtags” en inglés, sintiéndose sumamente
cercana a Emma Watson, principalmente cuando usa ese vestido amarillo, después
de haber logrado conquistar a la Bestia. Tan “empoderada” con su blanquitud, con
su dinero, con su fama, con su hermosura, ¿cómo no querer ser una feminista así?

Y nuevamente una rabia con impotencia, preguntándose cómo es que dejamos que
una empresa de Hollywood se apropiara, así como lo hacen las ONG’s, los partidos,
las secretarias de género de una lucha que se supone creció para destruir un orden,
hacerlo pedazos y de ahí, de las ruinas volver a empezar como sociedad.

Seguramente este textito tan autoegolatra, debe ser cansador para quien lo lea,
siempre me han hecho ruido los trabajos en los que se parte del posicionamiento
del cuánto se ha sufrido desde determinado lugar y no quisiera que se entendiera
que trato de poner en texto mi lugar en las luchas. Simplemente que después de un
poco de andar en este camino potente pero doloroso del feminismo, he aprendido
que es importante empezar a hablar también desde una misma, mostrar esta
maraña de contradicciones porque al compartir con otras, muchas de estas
contradicciones son compartidas. Muchas preguntas desilusiones y frustraciones
que luego repercuten en una propuesta política, son parte de estos hoyos negros
sin salida.

El año pasado, he estado participando del Encuentro Feminista de América Latina


y el Caribe (EFLAC), la primera vez en mi vida en el que veía tantas feministas
juntas, emocionada sí pero también aturdida con tantas propuestas no podía dejar
de imaginar y añorar las propuestas, que más de 3 mil mujeres juntas de toda
Latinoamerica, podían gestar. Al finalizar tan deseado encuentro, concluimos con la
lectura de cada una de las discusiones de las mesas, cerrando con un festejo y la
definición del siguiente lugar sede del EFLAC. No sé decir bien, qué es lo que me
esperaba de esta resolución, seguramente no era que concluidas las discusiones
tomemos por asalto el estado uruguayo y ajusticiemos al asesino y violador de una
niña de 12 años, que mientras habíamos estado en encuentro, fue detenido.

Sin embargo, no pude evitar quedarme con sabor a poco, volver a la realidad
boliviana, familiar, laboral y social; era devastador después de tanta energía
depositada. Empezar a decir que no era tan feminista como pensaba, sino más bien
una aprendiz de feminismos, resultaba cómodo para salir de la perplejidad.

En este preciso momento entiendo el feminismo como un proceso, considero


irreconciliable un feminismo de lucha con uno institucional, despolitizador y de
caviar. Pero al mismo tiempo parto de un lugar de humildad para reconocer nuestros
errores en el caminar feminista, comparto mi espacio de activismo con compañeras
a las que retorno desde la memoria. Después de varios golpes y frustraciones, las
polleras, mantas, cervezas, bolsas de garabatá, collares de plumas y baños en el
río; son no solamente fuente de aprendizaje feministas, sino espacios de protección
y cobijo.

Ninguna de estas hermanas autodefinidas como feminista, sin embargo desde el


gran Zapocó en la Chiquitanía boliviana, hasta la devastada Realenga a orillas del
río Huanuni; mujeres de todas las edades están mostrando un potencial político
para desbarajustar el ingreso de nociones partidarias a sus comunidades, están
peleándose con uñas y dientes los lugares que les corresponden. Yo las miro y
aprendo de ellas, espero también pudieran aprender un poquito de mí, espero
también que la siguiente vez no haya jóvenes con las polleras cortadas por haberse
atrevido a venir a un cabildo comunal, espero que doña Margarita se canse menos
en su hogar para seguir liderando una organización de mujeres indígenas, que la
hermana Calixta ya no le cueste tanto la sobrevivencia en la ciudades.

Espero que las ancianas ayoreas que nacieron en el monte del Chaco Boreal hoy
sigan cantando en un territorio que aún no se haya vendido. Así no más concluyo
este breve textito, sin conclusiones, ni reflexiones finales, porque lastimosamente o
las tengo, sigo creyendo en la lucha de las mujeres, admiro y honro las que se dieron
y se siguen dando. Sueño con un horizonte más justo y menos violento para mujeres
y hombres de este mundo, pongo el alma y el cuerpo en aprender de ello y
agradezco por la oportunidad de escribir un texto anti o no académico para filtrar
unas cuantas de las ideas que vacilan en salir…

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