Superación que resulta una necesidad social, pues de ella depende –en cierto grado– que
algunas personas o algunos grupos puedan incorporarse más efectivamente al proceso
social y participar activamente en dirección hacia el cambio que se requiere para elevar la
salud psicológica de todos. Lo inmediato no está divorciado de lo mediato, hay una
relación dialéctica en que lo inmediato se troca en mediato, y viceversa, lo mediato es lo
inmediato. Los esfuerzos para transformar la irracionalidad de manera esencial se nutren
de los esfuerzos por transformar la irracionalidad más directa y manifiesta en que nos
desenvolvemos. Asimismo lo inverso. Ésta es la función y el proceso de la praxis
psicoterapéutica que busca mejorar la salud psicológica de manera directa y específica
dentro de un contexto social dado, como una manera de cambiar también ese contexto
gradualmente.
1
norma en la manera de ser, lo aparentemente “normal”, podemos considerarlo como
“insano” o enfermo. Como lo indicamos en el texto “Criterios de salud psicológica”:
“En la teoría de la praxis tener salud psicológica es diferente de “ser normal”.
Porque no se trata simplemente de comportarse de acuerdo a las normas. La
norma psicológica, lo que prevalece socialmente, es la neurosis en diversos
grados; las personas más sanas psicológicamente son minoría. Proponemos un
nuevo concepto de salud psicológica…: sentirse libre y autónomo, para tomar las
riendas de la vida y, por tanto, mantener un grado básico de satisfacción consigo
mismo”.
Como lo refiere Foucault (1967), hasta mediados del siglo XIX los casos más extremos de
alienación (“los locos”) eran considerados como una enfermedad incurable y eran aislados
de la vida social, recluyéndolos en hospitales o enviándolos a un viaje interminable en la
“nave de los locos”. Sin embargo, ya desde fines del siglo XVIII y durante la primera mitad
del siglo XIX, Mesmer y otros médicos se preocuparon por atender y tratar de prevenir las
alteraciones en la capacidad para la acción coherente (“las facultades mentales”) en las
personas (Levin, 1985). La alteración de la coherencia en una persona no se reduce
exclusivamente a lo que comúnmente se considera “locura”, sino que existen diversos
grados de alteración que actualmente se catalogan como
“neurosis” cuando la alteración no ha llegado al extremo de la alucinación, y
“psicosis”cuando la alucinación es parte fundamental del cuadro clínico.
Es con los experimentos hipnóticos de Charcot y otros médicos, en la segunda mitad del
siglo XIX, con lo que se inició el desarrollo de un conjunto técnico para la atención de
esas alteraciones; pero es Freud, discípulo de Charcot, con quien propiamente se inicia la
historia de la “psicoterapia”. Ya antes hemos comentado diferentes aspectos de la teoría
de Freud; ahora es necesario analizar su correspondiente proceder terapéutico. Cabe
anotar al respecto que la técnica del psicoanálisis generada por Freud continua siendo la
base del ejercicio de muchos psicoterapeutas, si bien existen variantes múltiples
impulsadas por sus distintos seguidores.
2
(“enfermedades funcionales”), llegó a la conclusión de que la causa podría ubicarse más
bien en el terreno de los procesos mentales o “psíquicos” del paciente. Los experimentos
hipnóticos realizados por algunos médicos dieron confirmación a esta perspectiva, en la
medida en que lograron eliminar con esa técnica síntomas que aquejaban a algunos
pacientes:
“Una vez dado este paso, se imponía extraer del hipnotismo dos enseñanzas
fundamentales e inolvidables. En primer lugar, se llegó a la convicción de que
ciertas alteraciones somáticas no eran sino el resultado de influencias psíquicas,
activadas en el caso correspondiente. Y en segundo, la conducta de los pacientes
después de la hipnosis producía la clara impresión de procesos anímicos que sólo
“inconscientes” podrían ser.
Lo “inconsciente” era ya tiempo atrás, como concepto teórico, objeto de discusión
entre los filósofos; pero en los fenómenos del hipnotismo se hizo por vez primera
corpóreo, tangible y objeto de experimentación” (Pp. 7-8).
3
simple estado emocional que constituye la vigilia. La hipnosis así comprendida no guarda
ningún misterio. Incluso puede fácilmente comprenderse que la simple relajación
físicoemocional constituye la base para disminuir algunos síntomas histéricos, somáticos
(por ejemplo la dermatitis, las jaquecas continuas, etc.), producto directo de prolongados
estados de tensión nerviosa.
Así, el estado de trance hipnótico no solamente tendría que verse –como lo hizo Freud–
como una vía de acceso al pretendido “incosciente”, sino la posibilidad de generar
diversos procesos emocionales que bien calculados por un hipnotizador experto pudieran
contribuir de manera significativa en el proceso de cambio terapéutico. En esta pista
incursionó parcialmente Milton Erickson, pero considerándola como una pista paralela a la
realidad (lo externo), sin tener en cuenta que esas vivencias son tan reales como
cualquier otra que una persona tenga.
Por otra parte, no todas las manifestaciones histéricas son producto de la simple tensión
nerviosa; pues en otros casos, los más graves y ya dentro del terreno psicótico, es posible
comprender que una persona tienda a asumir como real e independiente de ella lo que se
imagina caóticamente a partir de la complejidad de su conflictiva emocional. De manera
análoga a como un niño solitario puede tratar de dar realidad a un acompañante
imaginario, un histérico puede manifestar ceguera o parálisis reales si con ello encuentra
una salida relativa a su agudo sufrimiento emocional. La fe, la firme creencia en algo, es
decir, la representación, puede lograr alterar la propia percepción sensorial. ¿Cómo un
sujeto llega a la fe en su propia parálisis o ceguera? Desde luego, no está consciente la
persona de que ha desarrollado una fe sin tener sustento suficiente en evidencias, pues
de otra manera no sería realmente una fe. Es decir, este proceso se da por lo regular
“inconscientemente”, sin saber cómo se llega a una fe. Pero esa noción de inconsciencia
no implica que exista un proceso de vida “psíquica” inconsciente paralela a la consciencia,
como lo supuso Freud, sino porque el encadenamiento semiótico puede ocurrir sin que la
persona se “de cuenta” y de manera automática; sobre todo cuando las representaciones
relacionadas entre sí que se han involucrando en el proceso no tienen una forma
lingüística articulada, sino ampliamente icónico-metafórica. Es esto lo descubierto
realmente por Freud, aunque en su momento él lo haya imaginado como un proceso
4
“inconsciente” en el sentido de “sub-anímico”, como una dimensión psicológica con su
propia dinámica y coexistente con el proceso “consciente”.
Volviendo a la génesis del psicoanálisis, con Breuer, Freud encontró otro de los elementos
en que se sustenta su técnica terapéutica y su teoría: “La terapia empleada por Breuer
consistía en llevar al paciente, por medio del hipnotismo, a recordar los traumas olvidados
y reaccionar a ellos con intensas manifestaciones de afecto. Conseguido así, desaparecía
el síntoma nacido en lugar de una tal manifestación afectiva” (Freud, 1923/1968; pp. 10-
11).
5
Para entender esto, analicemos el siguiente ejemplo simplificado e imaginario: un niño a
los cinco años vive un acontecimiento que lo impresiona grandemente, digamos que
estuvo a punto de ahogarse en una piscina; como efecto de esta experiencia el niño
rechaza ir a nadar en ocasiones posteriores e incluso siente miedo de acercarse a lugares
con grandes cantidades de agua. Con el tiempo, el niño olvida o recuerda poco de la
experiencia vivida a los cinco años, sin embargo mantiene el temor y el rechazo hacia el
agua en grandes cantidades. Su propia reacción en la última ocasión que estuvo cerca de
una piscina le induce a mantenerla la siguiente vez y así sucesivamente, y tiende a olvidar
la experiencia original. Además, probablemente este temor a circunstancias inesperadas
se generaliza y se convierte en un rasgo constante de su personalidad, se forma como un
individuo temeroso e inhibido, por lo cual es objeto de burla y de devaluación por sus
amigos, encadenándose así de manera compleja a otras experiencias desagradables que
le reafirman su carácter temeroso e inhibido. Cuando llega al analista, mediante la
hipnosis o por la asociación libre, este le hace re-producir la historia del proceso. Sucede,
entonces, en primer lugar que la persona revalora afectivamente la experiencia vivida a
los cincos años, ya no le parece tan espantosa como le pareció en su momento, en
realidad quizá ni siquiera fue demasiado grave, etc.
6
Freud y Breuer, por su parte, derivaron de sus experiencias mencionadas en la cita
anterior una construcción teórica de la que se desprendió un nuevo elemento terapéutico,
cuya versión resumida nos la plantea Freud (1923/1968) de la siguiente manera:
7
ejemplo, supongamos que una persona a la que no alcanza su salario para cubrir las
necesidades elementales de su familia, durante un largo período no llora ni se queja ni se
enoja, sino que se obliga a mantener la ecuanimidad y fingir un optimismo para no afligir a
su esposa, se aferra a una esperanza total o parcialmente ilusoria, “tragándose” sus
emociones; probablemente, al cabo de un tiempo, puede manifestar problemas histéricos.
Si durante la hipnosis o por otros medios (la borrachera, la atención de un amigo, etc.) el
obrero logra expresar sus emociones con toda su fuerza, esto permitirá que durante un
breve lapso logre relajarse y disminuya su trastorno somático. Pero como las condiciones
que le provocan la emoción se mantienen, existen dos posibilidades: 1) que se vuelva a
tragar sus emociones (como sucede después de la borrachera) y su trastorno somático
reaparezca y se agudice; o bien 2) que aprenda una manera de canalizar sus emociones
en el combate de la fuente que las provoca: su propia pobreza. En este último caso,
existen también diferentes posibilidades; puede ser que dicha persona atribuya
intuitivamente a su esposa o a sus hijos el motivo de su sufrimiento, por lo cual tenderá a
agredirlos, generándose otro tipo de conflictos emocionales; puede ser que atribuya la
causa de la situación a sí mismo, por diferentes razones, tendiendo a la autoagresión y
los correspondientes conflictos emocionales de esto; o puede ser que, analice las
verdaderas fuentes de su situación y, junto con otras personas en situaciones similares,
actúe para modificar esas causas esenciales. En general podemos esperar diversas
combinaciones y matices de esto, dependiendo de las cualidades de historia cultural en
que se inserte la propia praxis de dicha persona.
La catarsis como ejercicio terapéutico, entonces, solamente nos permite esperar efectos
momentáneos y no esenciales1, aunque ésta puede ser muy útil y necesaria cuando se
viven tragedias. Sin embargo, en general, la verdadera catarsis se alcanza cuando los
conflictos emocionales se canalizan a la transformación efectiva, racional, de las
circunstancias que generan los conflictos. Ahora bien, cuando la circunstancia que
mantiene la conflictividad emocional persistente consiste en un error del pasado no
susceptible de ser rectificado, entonces la catarsis se ha de vincular a una re-valoración
conceptual y afectiva de ese pasado, comprenderlo y aceptarlo como pasado, para
comprenderse y aceptarse a sí mismo como presente; para tomarlo como experiencia
hacia el futuro. En el presente y en el futuro pueden compensarse constructivamente los
conflictos emocionales del pasado, creando las circunstancias apropiadas para ello y así
modificar de hecho lo pasado, como veremos después en la técnica de la Terapia de la
Praxis.
1
Dice Freud (1923/1968): “Las innovaciones técnicas por mi introducidas y mis descubrimientos hicieron
del procedimiento catártico el psicoanálisis. El paso más decisivo fue la renuncia al hipnotismo como
medio auxiliar. Dos fueron los motivos que a ella me llevaron. En primer lugar, porque... eran muchos los
pacientes a los que no conseguía hipnotizar. Y segundo, porque los resultados terapéuticos de la catarsis,
basada en el hipnotismo, no acababan de satisfacerme. Tales resultados eran, desde luego, patentes y
aparecían al poco tiempo de iniciar el tratamiento, pero demostraron también ser poco duraderos y
demasiado dependientes de la relación personal del médico con el paciente” (p.12).
8
En efecto, al no encontrar Freud satisfactorios los resultados de la hipnosis y el método
catártico, diseñó la técnica de la asociación libre, que se mantiene como elemento clave
de la terapia psicoanalítica contemporánea:
“El hipnotismo había servido para llevar a la memoria consciente de la persona los
datos por ella olvidados. Tenía, pues, que ser sustituido por otra técnica. En esta
necesidad comencé a poner en práctica el método de la asociación libre,
consistente en comprometer al sujeto a prescindir de toda reflexión consciente y
abandonarse, en un estado de serena concentración, al curso de sus ocurrencias
espontáneas (involuntarias). Tales ocurrencias las debía comunicar al médico, aun
cuando en su fuero interno surgieran objeciones de peso contra tal comunicación;
por ejemplo, las de tratarse de algo desagradable, desapartado, nimio o
impertinente... En tal elección hubo de guiarme la esperanza de que la llamada
asociación libre no tuviera, en realidad, nada de libre, por cuanto una vez
sojuzgados todos los propósitos mentales, habría de surgir una determinación de
las ocurrencias por el material inconsciente. Tal esperanza ha sido justificada por
los hechos... se obtenía un rico material de ocurrencias que podía ponernos sobre
la pista de lo olvidado por el enfermo. Dicho material no aportaba elementos
olvidados mismo, pero si tan claras y abundantes alusiones a ellos, que el médico
podía adivinarlos (reconstruirlos) con el auxilio de ciertos complementos y
determinadas interpretaciones”.
Este proceso puede ser claramente observado en una charla informal, en la cual lo
expresado por uno de los participantes hace que otro (o el mismo) traiga “a colación” la
narración de otras experiencias que el discurso de su interlocutor le “han recordado”,
derivando en un diálogo “en forma de escalera”, en el que de un tema se va a otro, y
9
luego a otro, terminando por darse cuenta de lo lejanos que están los interlocutores del
primer punto de tratado. Frecuentemente esto es precisamente lo que se disfruta de la
charla: la libre y la mutua transmisión de experiencias significativas, el compartirlas y
regocijarse o recrearse con ellas2.
Sin embargo, el significado de los elementos contextuales para cada persona constituye
un factor determinante del rumbo que habrá de seguir su discurso. Se expresarán
aquellas frases encadenadas espontáneamente que el hablante no percibe como
absurdas o impertinentes para los receptores, aun cuando se evoquen mentalmente por
parte de los participantes de la charla.
2
A pesar de que los psicolingüistas, por ejemplo Culioli, han avizorado este proceso en el análisis del
discurso, se han centrado más en la persona hablante que en el diálogo: y si bien han ligado el proceso del
discurso a la vida cognitiva, no lo han articulado coherentemente con los aspectos emocionales que tienen
una clara determinación en la construcción del discurso, o, más bien, del diálogo.
10
analizados para que puedan reconocer y disminuir sus propias proyecciones
emotivoconceptuales durante la interpretación. Sobre la resistencia anota Freud:
“Descubríamos, en efecto, que la labor de patentizar los elementos patógenos
olvidados tenía que pugnar contra una resistencia constante y muy intensa. Ya las
objeciones críticas con las que el paciente había querido excluir de la
comunicación las ocurrencias en él emergentes, y contra las cuales objeciones se
dirigía la regla psicoanalítica fundamental, eran manifestaciones de tal resistencia.
Del estudio de los fenómenos de la resistencia resultó uno de los pilares maestros
de la teoría psicoanalítica de las neurosis: la teoría de la represión. No era fácil
suponer que las mismas fuerzas que ahora se oponían a que el material patógeno
se hiciera consciente había exteriorizado en su día, con pleno éxito, igual
tendencia... Las impresiones y los impulsos anímicos, de los que ahora eran
sustitución los síntomas, no habían sido olvidados sin fundamento alguno... sino
que habían sufrido, por la influencia de otras fuerzas anímicas, una represión, cuyo
resultado y cuya señal eran precisamente su apartamiento de la conciencia y su
exclusión de la memoria. Sólo a consecuencia de esta represión se habían hecho
patógenos...
“Como motivo de la represión y con ello como causa de toda enfermedad
neurótica, habíamos de considerar el conflicto entre dos grupos de tendencias
anímicas. Y entonces la experiencia nos enseñó algo tan nuevo como
sorprendente sobre la naturaleza de las fuerzas en pugna.
“La represión partía, regularmente, de la personalidad consciente (el yo) del
enfermo y dependía de motivos éticos y estéticos; a la represión sucumbían
impulsos de egoísmo y crueldad, que, en general, podemos considerar malos;
pero, sobre todo, impulsos optativos sexuales, muchas veces de naturaleza
repulsiva e ilícita. Así, pues, los síntomas patológicos eran un sustitutivo de
satisfacciones prohibidas, y la enfermedad parecía corresponder a una doma
incompleta de lo inmoral que el hombre integra” (Pp. 13-14).
11
En este punto es necesario considerar lo que muy bien ha visto Lacan y estaba ya
demostrado desde la ontología de Hegel. El autoconcepto implica una duplicidad y, por
tanto, una dialéctica.
12
motivo de persecución, de burla, de escarnio, de represión física, etc., naturalmente cada
quien tratará de eliminar de sí mismo esas características inmorales que lo hacen sujeto
del ataque social. Se autorreprimirá para evitar la represión de los demás, y se formará un
autoconcepto excluyendo, o tratando de excluir, las características que ya él mismo
considera como inmorales. Al aprender a engañar a los demás se aprende y se habitúa
cada quien a engañarse a sí mismo.
13
sentimientos agresivos –que no deben considerarse como inmanentes, sino como
producto de la propia historia conflictiva de las personas–, etc).
Con el ejercicio semiológico que implica la asociación libre (incluyendo la
“interpretación de los sueños” y otras manifestaciones semióticas) se puede lograr
descubrir y hacer más claras, hasta cierto punto, las dimensiones principales del conflicto
antes descrito. Lograr que esto sea reconocido y aceptado. Pero esto sólo constituye un
paso en la superación del problema, lo esencial consiste en derivar alternativas racionales
para construir la nueva autoimagen, y esto constituye, sin duda, una tarea práctica; pues
es en la práctica donde efectivamente se forma toda autoimagen; es modificando la
realidad circundante como realmente nos modificamos a nosotros mismos. Y la realidad
circundante se constituye por la praxis social en que cada quien se desarrolla, de tal
manera que la modificación de la autoimagen implica la modificación de esa praxis social,
en distintos niveles: desde la praxis del grupo inmediato (generalmente, el grupo familiar)
hasta la praxis del conjunto de la sociedad total. La semiótica misma, que se descubre
mediante la reflexión y la acción analítica, depende también de la praxis social.
Freud, y en general los psicoanalistas, han pretendido llevar a cabo una interpretación
fidedigna e imparcial de la semiótica discursiva de los pacientes, bajo la idea
epistemológica de la neutralidad de los conceptos teóricos. En realidad, la teoría freudiana
que sirve de marco a las interpretaciones psicoanalíticas representan una filosofía social y
una ética determinadas; de tal forma que bajo esta perspectiva científica se coacciona a
los pacientes a aceptar dicho marco de referencia que, sin embargo, en muchas
ocasiones puede no corresponder esencialmente a la realidad que vive la persona
analizada.
14
propios sentimientos y conflictos afectivos no interfieran en la interpretación. Pero aun
suponiendo un caso ideal e inexistente en que un psicoanalista ortodoxamente freudiano
pudiese hacer a un lado todos los sentimientos que en él puede motivar un paciente,
como si fuera una máquina de psicoanalizar, a pesar de ello, tendería a interpretar el
discurso de su paciente dentro de los cánones morales y filosóficos implícitos en la teoría,
vería complejos de Edipo, mecanismos de defensa, fijaciones sexuales, regresiones,
resistencias, etc., en relación a eventos o aspectos que sería posible interpretar desde
otras perspectivas filosóficas distintas a las de Freud. Los terapeutas nunca pueden ser
imparciales, y es muy importante tener en cuenta esto para avanzar hacia otros niveles en
la eficacia del trabajo psicoterapéutico. La no imparcialidad y la historicidad de la
interpretación semiológica, sin embargo, no invalida la pertinencia de esta; sólo es un
elemento que la hace relativa. La transferencia y la contratransferencia son procesos que
no tienen por qué temerse, se les puede comprender y saberlos insertos en el proceso
terapéutico. Esto es una dimensión necesaria de la terapia. Nadie puede ayudar a otro a
superarse más que desde un punto de vista, desde una praxis concreta, histórica. Si no
se comprendiera esto se derivaría en un dogmatismo, en poner a la teoría incólume como
lo determinante en la praxis terapéutica; en una enajenación de la terapia; y sucedería lo
que con la religión y las máquinas: los seres humanos las producen y luego éstas se les
imponen como elementos externos. Por eso Lacan (1980) pregunta “¿Quién analiza
hoy?”. Y dice:
“Que un análisis lleve los rasgos de la persona del analizado, es cosa de la que se
habla como si cayese por su propio peso. Pero quien se interese en los efectos
que tendría sobre él la persona del analista pensaría estar dando pruebas de
audacia. Tal es por lo menos el estremecimiento que nos recorre ante las
expresiones de moda referentes a la contratransferencia... pensad qué testimonio
damos de elevación de alma al mostrarnos en nuestra arcilla como hechos de la
misma que aquellos a quienes amasamos (...) [Los psicoanalistas de hoy] miden
sus defecciones en el paciente sobre el principio autoritario de los educadores de
siempre... el educador está bien lejos de estar educado si puede juzgar tan
ligeramente una experiencia que sin embargo ha debido atravesar él mismo”
(Pp. 217 y 222).
15
sentimientos de ansiedad, depresión, tristeza, etc., no bastan para asegurar una
buena disposición para iniciar, con razonables garantías de continuidad y
aceptables resultados, una p.p. No son buenos candidatos para ste tratamiento
aquellos sujetos que desean, únicamente, despojarse de síntomas y molestias a
toda costa, sino aquellos que son capaces de considerar sus alteraciones y
ansiedades como la consecuencia de algo que está ocurriendo en su interior y que
desean llegar hasta el fondo de sus dificultades psíquicas, aun cuando ello les
demande un considerable esfuerzo e, incluso, un mayor sufrimiento transitorio...
“Esta aptitud, que la persona puede estar, o no, dispuesto a utilizar es muy difícil
de determinar y depende, a su vez, de la combinación de varios factores:
adecuado nivel cognitivo; tolerancia a la frustración y al sufrimiento; amor por la
verdad, posibilidades para la autoobservacion y para verbalizar los resultados de la
misma; capacidad para el establecimiento de relaciones de mutualidad, es decir,
relaciones de trabajo y colaboración en un nivel adulto, y capacidad de insight (...)
“La p.p. no es una panacea mágica, sino, por el contrario, un tratamiento lento y
difícil, con el que se puede ayudar, limitadamente, a sujetos con diversas clases de
dificultades...
Pero si la situación en la que viven, ya sea en el aspecto social, familiar, laboral o
de su propia salud corporal es excesivamente infortunada, será difícil que el
paciente pueda concentrarse en el tratamiento e interesarse suficientemente en
adquirir mayores conocimientos acerca de sí mismo, así como también es poco
probable que llegue a poder utilizar, de forma satisfactoria para él, este aumento
en la comprensión de sus propios procesos psíquicos que el tratamiento tiene
como misión proporcionarle. Por todo ello, el terapeuta ha de sopesar muy
cuidadosamente la conveniencia, o no, de comenzar un tratamiento con un sujeto
sometido a presiones y limitaciones externas cuya superación sea imposible o muy
difícil de alcanzar” (pp. 91-92 y 93).
Los sujetos que reúnan las condiciones que en este caso se exigen, probablemente
pudieran estar en mejor situación emocional que la mayoría de los psicoterapeutas
psicoanalíticos. A pesar que la posición expresada en la cita anterior no corresponde
estrictamente a las perspectivas de Freud y otros de sus seguidores, los planteamientos
que aquí se hacen plantean, en realidad, importantes objeciones a la técnica
psicoanalítica en general; pues es posible que una persona agobiada por un cúmulo de
preocupaciones en su vida cotidiana (que son las que, por lo general, sufren de neurosis y
recurren a la ayuda terapéutica) no tenga la paciencia, la atención y la capacidad para
asimilar las intricadas interpretaciones de sus procesos semio-afectivos en la manera
como lo pretenden los psicoanalistas freudianos o lacanianos. Por eso decía Gramsci que
el psicoanálisis parece responder más a necesidades de las elites dominantes de la
sociedad, que a las necesidades terapéuticas de los miembros de las clases subalternas.
Un problema ontológico y epistemológico clásico de los enfoques psicoterapéuticos, en
primer lugar de Freud y sus seguidores, es considerar el “psiquismo” de las personas
como algo que tiene una dinámica independiente y ensimismada, como si la vida
emocional estuviera desconectada de la vida social o como si se tratara de dos mundos
16
separados que tienen algún tipo de interacción entre sí. En general, los enfoques
psicoterapéuticos conocidos hasta hace poco se concentran en atender la vida personal
del paciente, desconectada del universo y sin ubicarla en el contexto cultural y el proceso
histórico en los que está inserto. Este enfoque típico de la medicina alópata pretende
corregir síntomas y modificar los procesos de la persona sin hacer caso de la vinculación
que esos síntomas y esos procesos tienen, para surgir y mantenerse, con los continuos
eventos que están alrededor de ellos, a los cuales también afectan y con los que entran
en círculos dinámicos (círculos viciosos).
Para nosotros esto constituye solamente un paso relativo. Hay quienes se pasan la vida
en psicoanálisis sin lograr desprenderse esencialmente de las fuerzas irracionales que
orientan su proceder, las que se intelectualizan pero no se superan.
17
Crítica de la psicoterapia humanista
Carl Rogers y Víctor Frankl
Frente al determinismo inconsciente postulado por Freud en su teoría psicoanalítica, con
sus constantes referencias a las represiones y la perversión sexual, dada la expresión y
combinación continua de dos instintos compartidos con todos los animales (eros y
tánatos), que justificaba la guerra, la violencia, el egoísmo y la destructividad de los seres
humanos, en el Siglo XX surgieron múltiples alternativas psicoterapéuticas, entre ellas
aquellas que se han integrado bajo el concepto de “humanismo”, influidos por los
conceptos fenomenológicos y existencialistas de Kirkegaard, Husserl, Heidegger (muy a
su pesar), Ortega y Gasset y Sartre, básicamente.
Frases como “tú eres el arquitecto de tu propio destino”, tanto como los reclamos
cotidianos que los padres hacen a sus hijos, los hijos a los padres, los esposos entre sí,
los maestros a sus alumnos, los reproches entre amigos y compañeros, la discusión entre
dos o más participantes de un incidente de tránsito, etc., tienen como sustento esa
sensación de que cada persona decide libremente sus acciones y, por tanto, tiene la culpa
de los efectos negativos y el mérito cuando hay efectos positivos. Se supone que era libre
para decidir hacer otra cosa pero su espíritu, su inteligencia o su don personal o, por el
contrario, su falta de espíritu, su falta de inteligencia o su falta de dones personales, le
llevaron a tomar una decisión acertada o equivocada, según se juzgue. ¿Por qué alguien
decide dedicarse a la delincuencia o al trabajo social? Según el humanismo, no depende
de nada, cada quien decide con base en su razón, la cual, por cierto, suponen que no
tiene una explicación racional.
Todo el entramaje institucional y las leyes, las formas de educación y las sanciones, se
sostienen sobre esa idea humanista: la capacidad de optar por el bien o por el mal. Por
eso a los locos y a los dementes no se les sanciona formalmente porque se supone que
18
ellos están incapacitados para decidir. Es difícil comprender cómo si una persona prefiere
una fruta y no otra, una diversión en lugar de otra, una cierta actividad, esto es producto
de un proceso bioquímico y psicosocial al mismo tiempo. Y no es producto más que de
eso.
Igual como los seres humanos primitivos atribuían a decisiones caprichosas si llovía o
hacía sol o si soplaba el viento o había calma, al no comprender el por qué ocurría una u
otra cosa, también en la actualidad los fenómenos que no se entiende por qué ocurren se
siguen atribuyendo a una decisión “caprichosa”, sin causas. La psicología solamente
puede considerarse como ciencia si concibe posible comprender y explicar plenamente
los fenómenos psicológicos y, por tanto, que todas las decisiones – desde la más trivial
hasta la más compleja– son producto de un proceso causal; no simple y mecánico, sino
complejo y dinámico (semiótico). Sin este fundamento la psicología dejaría de ser ciencia
y la psicoterapia no sería una intervención calculada sino un cúmulo de orientaciones,
apoyos morales, recomendaciones y consejos, como lo consideran básicamente los
enfoques humanistas sustentados por Carl Rogers (terapia no-directiva o centrada en el
cliente), Víctor Frankl (análisis existencial para captar el sentido de la vida) y Fritz Perls
(terapia Gestalt).
El enfoque de Rogers es mucho más sencillo y directo que el freudiano aunque –al igual
que Víctor Frankl y Fritz Perls– retoma elementos del psicoanálisis o los conjuga con otras
perspectivas para proporcionar toda la ayuda posible a los pacientes en relación a sus
19
problemas más inmediatos, a fin de que ellos logren una reorganización de su mundo
subjetivo y logren resolver las problemáticas a que se enfrentan. La terapia “centrada en
el cliente” de Rogers (1966) tiene los siguientes rasgos distintivos (numerados por mí):
“Entre estos rasgos se incluyen (1) la hipótesis en desarrollo de que ciertas
actitudes del terapeuta constituyen las condiciones necesarias y suficientes para la
afectividad de la terapia; (2) el concepto en desarrollo de que la función del
terapeuta es estar presente, de manera inmediata, frente a su cliente, confiando en
la experiencia que, de momento a momento, va obteniendo de la relación
establecida; (3) la concentración constante en el mundo fenoménico del cliente; (4)
la teoría en desarrollo de que el proceso terapéutico se advierte por un cambio en
la manera de sentir del cliente y en la habilidad para vivir más plenamente en el
momento inmediato; (5) el continuado hincapié en la cualidad de autorrealización
del organismo humano como fuerza motivadora de la terapia; (6) un interés
enfocado no en la estructura de la persona, sino en el proceso de cambio de la
misma; (7) la insistencia en la necesidad de trabajar para descubrir las verdades
esenciales de la psicoterapia; (8) la hipótesis de que los mismos principios
psicoterapéuticos son aplicables al ejecutivo que se encuentra actuando con toda
eficiencia, a los desajustados y a los neuróticos que llegan a una clínica y a los
psicóticos hospitalizados en salas de instituciones para enfermos mentales; (9) la
concepción de la psicoterapia como ejemplo especializado de todas las relaciones
interpersonales constructivas, con la aplicabilidad generalizada y consecuente de
todos nuestros conocimientos procedentes del campo y de la terapia; y finalmente,
(10) el interés en los problemas filosóficos y de valores que resultan de la práctica
de la terapia” (pp. 183-184).
20
pueden sentirse bien y actuar eficazmente. De hecho, los planteamientos rogerianos
también han sido considerados como una primera fase por algunos de los terapeutas
psicoanalíticos, denominada Terapia de apoyo. Sullivan consideraba ya la importancia de
la reorganización de las relaciones interpersonales de los pacientes como un elemento
central de la terapia psicoanalítica.
Rogers sustituye la noción de “paciente” por la noción de “cliente” porque considera que
esto le delega su propia responsabilidad para decidir lo que le sirve y lo que no le sirve del
proceso psicoterapéutico. Si bien el concepto de “cliente” en la cultura estadounidense
puede ser apropiado para quien es beneficiado por un determinado servicio, en los países
latinoamericanos, especialmente en México, el concepto de “cliente” tiene una
connotación mercantilista que puede afectar la pretendida calidez que el propio Rogers
recomienda para la psicoterapia, quizá por eso él mismo modificó el concepto inicial de
psicoterapia “centrada en el cliente” por el de “centrada en la persona”. En efecto, en la
Psicoterapia de la Praxis retoma la propuesta de la relación “cara a cara” y el concepto
mismo de “centrarse en la persona” (no en el psicoterapeuta o en la teoría), pero con un
enfoque integral del proceso de cambio psicológico que va más allá de la conciencia y del
diálogo en el espacio terapéutico, para considerar también modificaciones sistemáticas de
actividades, lugares y tipos de relaciones sociales en que se desenvuelve el “paciente”,
manteniendo esta palabra a falta de otra que en el ámbito hispano sea mejor que esa. En
la Psicoterapia de la Praxis se trata de transformar al “paciente” inicial en un “agente” de
cambio integral: emociones, acciones, pensamientos, hábitos, relaciones sociales, medio
ambiente; todo en un solo proceso sistemático.
21
resulta claramente beneficiado por la acción terapéutica (o pedagógica) es totalmente
responsabilidad de éste.
El solicitante insiste: “Comprendo lo que dice, pero por eso le estoy pidiendo que me
ayude dándome alguna propuesta concreta ante mi problema”. El psicoterapeuta se
exaspera poco a poco: “¡¡¡Señor, aquí solamente podemos trabajar de manera
nodirectiva; si se atiene a esto adelante y si no busque a otro psicoterapeuta!!!”. Esta
paradoja nos hace ver que aún la psicoterapia no-directiva es directiva, que en efecto no
hay forma de eludir la directividad, como tampoco es posible evadir la transferencia y la
contratransferencia, tal como lo señaló Lacan en uno de sus Escritos.
22
Esto es lo que podemos hacer los psicoterapeutas si contamos con técnicas e
instrumentos cuyos efectos podamos predecir; considerando todo el contexto, sin
esquematismos, ni simplismos, pero con responsabilidad y eficacia. Un “facilitador” puede
contribuir a que un alcohólico irresponsable reflexione por sí mismo sobre su hábito de
consumir alcohol, pero eso no garantiza que superará ese hábito como lo desea si no se
modifican las causas de su alcoholismo, por ejemplo, la existencia de un familiar
sobrerresponsable y de reacción rápida que desde hace tiempo se encarga de resolver lo
que a él corresponde alternando con reclamos airados porque consume alcohol y “no
sirve para nada”. Del familiar también es necesario entender y modificar las causas de su
sobrerresponsabilidad para diseñar una estrategia de intervención integral.
Con el enfoque freudiano o humanista, en algunos casos puede suceder que se logren
efectos positivos en la emocionalidad de los pacientes durante algunos días o semanas,
pero al mantenerse realmente las circunstancias que provocan los conflictos la recaída es
inevitable. La comprensión de los problemas –internos y externos- que enfrentan los
pacientes es la meta final también en la terapia rogeriana. Pero si es cierto que esta
comprensión, alcanzada relativamente bajo diferentes metodologías, constituye un
proceso esencial y logra algunos efectos prácticos, esto no basta. La clave, otra vez,
consiste en la transformación de la vida social en que los pacientes se desenvuelven; sólo
en este proceso la comprensión de sí mismos y la autotransformación adquieren su
verdadera significatividad.
Para la Teoría de la Praxis el vacío existencial se explica por la enajenación: “tener que
hacer lo que no se desea y no poder hacer lo que se desea”. A mayor enajenación mayor
vacío existencial. Esos es lo que ilustra la película “Tiempos Modernos” de Chaplin, así
como el libro “Un mundo Feliz”, de Aldos Huxley. Hegel y Marx se refirieron a la
enajenación sobre todo en el ámbito del trabajo, donde los obreros y “empleados”
23
(usados) tienen que someterse a la voluntad de un jefe, trabajando sin sentido para ellos
(en diversos grados) durante ocho horas diarias, a cambio de un salario para sobrevivir
con un determinado nivel socioeconómico. Pero la enajenación también ocurre en la
escuela cuando los estudiantes tienen que realizar una serie de tareas cuyo sentido no
comprenden pero saben que deben obtener una cierta calificación a través de ellas. En la
casa, generalmente los niños “deben obedecer” a sus padres y someterse a la voluntad
de estos, aunque no estén de acuerdo, es decir, no les haga sentido lo que indican.
También las esposas están sometidas a ciertos deberes y los esposos a otros tantos,
aunque no entiendan bien a bien por qué hay que hacerlo así. Como en El Proceso, de
Franz Kafka, en que a una persona la despiertan al detenerla por un delito que no le
comunican cuál es y lleva a cabo todo un proceso jurídico sin que nunca se entere de cuál
es la acusación que le hacen.
Si no se logra que el trabajo tenga al menos un cierto interés intrínseco para la persona, o
la escuela, o las relaciones familiares, no podrá superarse esa sensación de sinsentido de
la vida (vacío), esa neurosis que envuelve a una persona. La logoterapia promueve la
reflexión y hasta podría inducir mayéuticamente a una persona a encontrarle un sentido a
lo que ya hace, mientras que la Psicoterapia de la Praxis, además, orientará y trabajará
conjuntamente con el “paciente” para lograr cambios en sus actividades laborales,
escolares o domésticas de tal manera que él logre, poco a poco y cada vez más, hacer su
propia voluntad, desarrollar sus intereses, canalizar sus talentos, dirigir hacia algo y hacia
alguien sus acciones. Es a través de darle realmente sentido a las acciones y a la vida lo
que genera la autocomprensión, la autoestima y el entusiasmo del paciente, más que lo
inverso, como lo quiere la logoterapia.
Además, para que las actividades tengan sentido se requiere efectivamente de que haya
alguien con quien compartirlas y a quien dirigirlas, un grupo primario de “seres queridos” y
un grupo secundario (amigos), necesarios para compartir significados o sentidos. En el
enfoque de Víctor Frankl cada quien elige amar o desamar a determinadas personas, lo
cual es evidentemente falso. El amor es una pasión, como todas las emociones, en el
sentido de que se “padece”. No porque el amor se traduzca en sufrimiento, como
generalmente se entiende el “padecer” (con una connotación muy distinta al concepto de
“pasión”, sin darse cuenta que tienen la misma raíz lingüística). “Pasión” y “Padecer”
significan que una emoción o un sentimiento, al igual como se padece la lluvia, el viento,
el calor o el frío, de repente ya estamos en él y lo padecemos, esa es nuestra pasión. Por
tanto, así como no puede decidirse caprichosamente que llueva, que haga viento, que
haga frío o que haga calor, tampoco se puede decidir amar o dejar de amar.
Por supuesto, la lluvia, el viento, el calor y el frío tienen una explicación acerca de cómo
se producen. De igual manera, el amar o el dejar de amar tienen una explicación acerca
de cómo se producen. En ambos casos, si se sabe cómo se produce un fenómeno es
posible diseñar técnicas y tecnologías para producirlo: hacer que ocurran algunos eventos
que sabemos producirán el efecto deseado (una pasión a través de técnicas puede
24
generar otras pasiones). Por eso, una herramienta fundamental en la Psicoterapia de la
Praxis es la Tecnología del Amor, que implica pedir y promover que los pacientes realicen
algunas actividades a su alcance, con la mínima motivación que puedan tener, para con
ellas generar emociones y sentimientos que eleven la sensación amorosa y, por tanto, la
sensación de sentido de la vida (reconocimiento de lo agradable, convivencia, generación
de experiencias agradables originales, contacto físico agradable, co-operación,
creatividad compartida, éxito compartido, narrativas de vida, contrastes en equipo).
Para generar el sentido de la vida, de las acciones, y la sensación de trascendencia, que
plantea Víctor Frankl, en lugar de detenerse todo el tiempo en un análisis existencial, la
Psicoterapia de la Praxis orienta e impulsa al paciente a realizar acciones y actividades
que combinen la Tecnología del Amor con el diseño de actividades productivas (trabajo,
escuela), interesantes y “empoderantes” del paciente, de una manera gradual y creciente.
La terapia conductual se basa en los principios del aprendizaje, descubiertos, por un lado,
en los experimentos de Pavlov que, a principios del Siglo XX le hicieron acreedor al
Premio Nobel de Medicina, y, por otro, después en la Ley del efecto planteada por Watson
y desarrollada por Skinner.
En el caso del modelo pavloviano se parte del reconocimiento de que ciertos estímulos
(eventos ambientales relacionados con un sujeto) producen por sí mismos determinadas
reacciones conductuales en algunos animales, a los cuales se les denomina estímulos
incondicionados. En este enfoque, la clave del aprendizaje consiste en la asociación
sensorial entre estos estímulos incondicionados haciéndolos coincidir con otros estímulos
que no producen ninguna reacción manifiesta específica (estímulos neutros); como efecto
de la asociación reiterada, los que eran estímulos neutros después adquieren la cualidad
de provocar una reacción similar a la de los estímulos incondicionados con los que han
sido asociados, pasando así de ser estímulos neutros a ser estímulos condicionados. Los
estímulos condicionados pueden perder sus propiedades si son presentados
repetidamente en muchas ocasiones sin ser apareados con su correspondiente estímulo
incondicionado, a lo que se denomina extinción. Además, un estímulo condicionado puede
funcionar como el estímulo incondicionado para un nuevo condicionamiento, en el que se
25
le asocia con otro estímulo para que éste también adquiera la propiedad de provocar la
misma respuesta.
Para la Teoría de la Praxis, este principio del aprendizaje es evidente que tiene lugar en
las formas más elementales del aprendizaje, que no solo existen al principio de la vida,
sino que mantienen su importancia básica durante todo el tiempo. Haría falta aún
descubrir cómo ocurren los procesos bioquímicos neuronales que permiten tal
condicionamiento.
Sin embargo, este tipo de aprendizaje es insuficiente para comprender los procesos
esenciales del aprendizaje humano, en los que la asociación no ocurre solamente en el
nivel de la percepción directa o natural de los estímulos, pues dicha percepción es
radicalmente transformada por la vida social. Por ejemplo, es evidente que en la televisión
(y otros medios publicitarios) se pretende hacer uso del condicionamiento clásico
pavloviano para asociar estímulos incondicionados a los productos comerciales: se
presenta a una hermosa mujer asociada al producto, o el escape de una amenaza
mediante el uso (aparición) de cierto producto, o un limón (la figura del limón sería ya un
estímulo condicionado) asociado a una cerveza o a un alimento determinado. De acuerdo
al modelo de condicionamiento, se esperaría después, digamos, que la cerveza por sí
mima produjera una reacción similar a la del limón, sin que hubiera la posibilidad de
evitarlo. Si bien puede decirse que esto se logra hasta cierto punto y en muchos casos,
también es necesario ver que el efecto no es simple ni ocurre en todos los casos, en
función de dos consideraciones: 1) en realidad no existe ningún estímulo neutro ni los
estímulos incondicionados tienen exclusivamente un significado simplemente perceptual,
cada evento ambiental tiene un determinado significado histórico (hablamos de seres
humanos); por lo cual la asociación ocurre entre dos (o más) estímulos con un significado
determinado que, además, depende del contexto. Así, puede ser que el sabor de la
cerveza resulte aversivo para algunas personas y por mucho se le asocie con estímulos
para ellas agradables, el efecto esperado no lograra producirse; 2) la praxis histórica
genera formas de relación semiótica complejas y a veces contradictorias; de tal manera
que la presencia del limón junto a la cerveza puede hacer recordar diferentes cosas a
cada quien, por ejemplo, desde el recuerdo desagradable de las escenas de la última
ocasión en que la persona consumió o vio consumir cervezas hasta la indignación por el
manejo manipulativo que pretenden los medios masivos de comunicación; o muchas otras
cosas más.
Las teorías sobre el condicionamiento mediante la asociación de unos estímulos con otros
no consideran lo que la Teoría de la Praxis denomina haz semiótico: que un solo estímulo
o significante puede haber sido asociado con una variedad de respuestas emocionales
cognitivas- motrices (praxis) o significados, teniendo cada asociación diferente fuerza por
1) el número de repeticiones realizadas en las asociaciones con cada posible significado,
2) la carga emocional que cada uno de estos significados asociados ya tienen en la
historia de la persona. Un concepto básico de significado semiótico es precisamente lo
que ocurre en la Asociación Libre propuesta por Freud: cómo una palabra, una frase, un
26
sonido o una imagen, genera que la persona recuerde, evoque o imagine de inmediato
(“responda”) ciertas cosas con determinadas emociones. Pero un segundo concepto de
significado tiene que ver también con el entramaje estructural de unos signos con otros,
con influencia recíproca, generando una muy compleja gama de posibilidades de reacción
emocionalcognitiva- motriz (praxis), lo que da lugar al proceso simbólico humano, que es
muy distinto a los procesos de asociación y evocación en los demás animales, incluyendo
los más evolucionados como el perro, el delfín o el chimpancé.
Una característica típica de las personas consideradas como neuróticas, o que acuden a
la ayuda terapéutica, es la manifestación de reacciones emocionales intensas ante
circunstancias determinadas. Muchas veces estas reacciones emocionales son el miedo o
la irritabilidad ante situaciones en que otras personas no tendrían esas reacciones y que
por sí mismas no constituyen realmente una amenaza. El modelo de condicionamiento
clásico no se interesa tanto por el significado histórico-personal por el cual un sujeto
considera como una amenaza a un evento determinado. Simplemente se piensa que en el
pasado esa persona estuvo expuesta a asociar tal estímulo con otros estímulos
incondicionados. El tratamiento de desensibilización sistemática consiste en inducir un
estado de relajación en la persona y llevar a cabo una presentación gradual de la
presencia del estímulo fóbico. Se logra así, poco a poco, que la persona logre mantener el
estado de relajación ante el estímulo que antes le generaba una reacción emocional
intensa.
Esta técnica, sin duda puede ser útil en muchos casos; pero ha de ser considerada dentro
de una perspectiva mucho más compleja e integral. Para hacer ver las limitaciones de
este modelo de condicionamiento clásico en el proceso terapéutico, supongamos por
ejemplo la común y corriente fobia al trabajo y a los lugares de trabajo que hoy en día
parece generalizada. Imaginemos un absurdo proceso de desensibilizacion sistemática en
este caso. Se induce la relajación en nuestro sujeto y, habiendo logrado ésta, se inicia
gradualmente la presentación de elementos aproximándose a la situación y el ejercicio del
trabajo rutinario de la persona. Supongamos, lo cual no deja de ser difícil, que tenemos
éxito y después de un periodo de tratamiento, dicha persona por fin se presenta relajada a
su situación de trabajo y relajadamente realiza sus funciones. ¿Habremos resuelto el
problema? ¿O es el trabajo un “estímulo incondicionado” aversivo, que por sí mismo
volverá a generar la reacción emocional?
27
El problema clave consiste en el enfoque tradicional de la terapia de modificar
artificialmente a los pacientes para acoplarlos a una realidad existente, que es la
realmente irracional y lo que la Psicoterapia de la Praxis pretende transformar a través de
acciones del propio “paciente”, logrando una nueva realidad que resulte más sana.
Una cosa análoga ocurre con el modelo de condicionamiento operante: se parte del
asociacionismo abstracto de una acción determinada con los eventos ambientales
contingentes que la preceden, la acompañan o suceden inmediatamente después (la
conocida triple relación de contingencia). En primer lugar, podemos retomar también en
este caso la cuestión del significado histórico de los eventos ambientales como lo vimos
en el caso del condicionamiento clásico. En segundo lugar, es necesario hacer notar que
cada persona no depende, como los animales, de su experiencia individual o inmediata,
sino que mediante la representación y la comunicación hace uso de un cúmulo de
elementos que le permitirán deducir, excluir o matizar complejamente las relaciones entre
dos o más eventos ambientales, sin que esto dependa de la simple asociación perceptual.
Para ejemplificar, hasta dónde puede llegar la irracionalidad de este modelo que pretendió
ser la panacea científica, narraremos un caso real:
Bajo el enfoque operante se ha desarrollado una amplia literatura que narra experiencias
exitosas para generar, mantener o suprimir conductas específicas en diversos casos. La
idea general de la problemática “neurótica” es que se trata de déficits o excesos
conductuales (Kanfer y Phillips, 1976), a partir de criterios o promedios conductuales
abstractos (“conducta deseada” o “conducta indeseable”). La terapia consiste en
28
aumentar las conductas donde se considera que existe un déficit o decrementar las
conductas donde se considera que existe un exceso. Independientemente de lo
socialmente relativo que puede ser un exceso o un déficit, así como las “conductas
deseables” o las “conductas perturbadoras”, el eje de la terapéutica conductual sigue
siendo nuevamente la transformación de los sujetos mediante cambios ambientales
artificiales que no dependen directamente de ellos, más que la transformación del
conjunto de condiciones ambientales en que estos se desenvuelven, por ellos mismos y a
partir de sus propias necesidades.
En los casos en que la técnica conductista operante logra funcionar ocurre algo muy
similar a lo que Marx describe como “trabajo enajenado”. Los niños se portan “bien” no
tanto porque interioricen las necesidades de trabajo hogareño del conjunto familiar, sino
en espera del “premio”, como antes lo hacían para evitar el castigo. Si pueden lograr el
premio mediante subterfugios mejor. Las relaciones entre los seres humanos, en este
caso, no son solidarias, sino que parten de “relaciones comerciales” de intercambio y
transacción entre unos y otros; se vive un atmósfera artificial en que no se considera la
identificación de los unos con los otros. Lo mismo ocurre también con la “economía de
fichas”, implantada por Ayllon y Azrin (1976) en hospitales psiquiátricos y luego aplicada
en diferentes situaciones institucionales. Las personas se comportan forzadamente para
lograr ciertas recompensas. La necesidad no se encuentra intrínseca en la acción, ésta
sólo es un medio, un “mal necesario”, para conseguir lo que real e individualistamente
desean.
29
algunos de los elementos racionales que en ella están inmersos y que debieran ser
rescatados desde otra óptica. Por ejemplo, algunos de sus sistemas de registro, el
análisis del papel que juegan determinadas consecuencias de las acciones humanas en
relación a las acciones futuras, algunas cuestiones sobre la generalización de estímulos,
etc. Si a los estímulos y respuestas que analizan los conductistas se les concibiera dentro
del proceso simbólico que implica el concepto de haz semiótico y su dimensión
multicultural, sería muy interesante redimensionar el análisis de símbolos, señales y
significados antecedentes, concomitantes y consecuentes de las acciones humanas para
desarrollar técnicas eficaces de transformación psicológica, desde una perspectiva ética,
como lo plantea la Psicoterapia de la Praxis.
Terapia asertiva
Uno de los elementos más rescatables de la terapéutica emanada del enfoque conductual
no ortodoxo es la proposición de Wolpe sobre la asertividad, con base en su concepto de
la Inhibición recíproca. Dice Wolpe (1979):
“El entrenamiento asertivo es aplicable predominantemente al descondicionamiento de
hábitos de respuesta de ansiedad inadaptativos que se presenta como respuesta ante la
gente con la que el paciente interactúa. Hace uso de las emociones inhibidoras de la
respuesta de ansiedad que provocan en él las situaciones de la vida diaria. Un gran
número de emociones, principalmente las
30
‘agradables’, parecen implicar acontecimientos corporales que compiten con la respuesta
de ansiedad (...) Parece que cuando esas emociones son exteriorizadas en conducta
motora, aumentan su intensidad, y cualquier respuesta de ansiedad que es provocada por
una situación dada tiene más probabilidades de ser inhibida.
La conducta asertiva se define como la expresión adecuada dirigida hacia otra persona,
de cualquier emoción que no sea la respuesta de ansiedad” (Pp. 95-96).
La asertividad implica la capacidad de expresar casi todas las emociones de intensidad
importante que vive una persona, de tal manera que si esto se aprende a hacer
continuamente se cuenta ya con la ventaja de reducir la tensión emocional. Pero además,
una persona que expresa abiertamente sus emociones logra integrar en su autoimagen
sentimientos e ideas que antes rechazaba irracionalmente, se acepta más auténticamente
como realmente es en sus diversas facetas. Como afecto de ello se inhiben –como dice
Wolpe– las manifestaciones típicas de las personas con tensión nerviosa elevada, tales
como la agresividad injustificada, la depresión y otras.
31
El segundo elemento planteado por Wolpe involucra, por una parte, un aspecto racional y,
por otra, se torna irracional. El aspecto racional es que la asertividad no consiste en
formas de actuar que, en sus términos formales, agredan innecesariamente a otros y
provoquen, a su vez, reacciones agresivas innecesarias. Lo importante es el contenido en
la expresión asertiva, la forma puede adaptarse hasta cierto punto a las normas
convencionales de la cortesía y la diplomacia. La razón de esto es que mediante ello se
logra que la atención del interlocutor se centre en lo que realmente se quiere expresar y
que no lo confunda con un elemento formal (tono de voz, expresión facial, retórica) que lo
arremete innecesariamente. La parte irracional de la evitación esquemática de la
punitividad de los otros, se encuentra en que a veces incluso la cortesía y las formas
diplomáticas en que se presentan los intereses de una persona o un grupo no eliminan
que sea también el contenido de las expresiones lo que afecta importantes intereses
contrapuestos. Wolpe sugiere entonces la inhibición de la asertividad. La Teoría de la
Praxis plantea que aun en esos casos la asertividad ha de tener lugar a sabiendas que se
entra en terrenos difíciles en los que otros elementos, que rebasan a la simple asertividad,
entran en juego. Se trata entonces de la lucha política dentro de la familia, en las
instituciones, en las comunidades, en los países, en las que un modelo de vida entra en
pugna y excluyente con otro; por ejemplo, el machismo en la familia o la dignificación de
la mujer.
32
Bibliografía
Sandler, J. Y Davison, R. S. Psicopatología. Ed. Trillas, México, 1977; Cap. 7.
Ayllon, T. y Azrin, N. Economía de fichas. Ed. Trillas, México, 1976.
Bibliografía
33