propagandístico
Artículo publicado en el número 23 de la revista
Making Of
Introducción
El cine es otro de los medios que, como veremos, ha atraído la atención de los
propagandistas, tanto por su cualidad de medio de comunicación de masas como por la
capacidad de la imagen para traspasar las fronteras del analfabetismo. La imagen, además,
supone una forma de expresión y recepción más irracional que la palabra escrita, y no hay
que olvidar que la propaganda suele ser más irracional que racional.
Si unimos los conceptos de “educación” y de “cine”, llegamos el asunto que nos ocupa: las
relaciones entre cine y educación, o, más exactamente, la transmisión a través del
cinematógrafo de valores educativos. Ahora bien, ¿es inevitable la citada identificación
entre educación y coerción ideológica? En cuanto al cine, ¿cuáles deberían ser los
parámetros y fines de un cine realmente educativo, y en qué se diferenciaría del
propagandístico? ¿Puede usarse el potencial discursivo del cine, que ha despertado
históricamente el interés de los manipuladores ideológicos, como medio de valores
educativos?
La educación y el cine como propaganda
Por el otro lado, podríamos pensar que un sistema formalmente democrático como el
estadounidense no permitiría la orientación ideológica de la educación según las
necesidades del poder. No obstante, leamos las siguientes reflexiones comparativas en el
libro de Frederick E. Lumley “The Propaganda Menace”, publicado en 1933: “algunos de
los más firmes y leales americanos (…) se estremecen cuando se mencionan el nombre y
los hechos de Rusia. ¿Pero no están haciendo los americanos exactamente lo mismo que los
malvados rusos? Se ha dicho que en Rusia los libros de texto son severamente censurados,
y que sólo pueden usarse aquellos favorables al régimen comunista; pero eso es
exactamente lo que algunos americanos patrióticos están intentando hacer. En Rusia, a los
niños se les taladra con lecciones que despiertan la admiración acrítica hacia los héroes
revolucionarios; pero, ¿qué están intentando hacer algunos patriotas americanos? Esa masa
de creencias, dogmas, doctrinas y actividades que normalmente se comprende bajo el
nombre de “Comunismo” (…) es muy objetable bajo nuestra mirada americana. Pero, ¿cuál
es la meta dominante de la educación americana? Bien, muchos podrían responder:
“Enseñar el Americanismo”. Y en este punto llegamos a territorio compartido con los rusos:
un “ismo”. Por supuesto, esos ismos son muy diferentes, pero ambos son ismos; tienen todo
eso en común. Y rellenar la mente de los jóvenes con cualquier ismo es poner un obstáculo
en el camino del pensamiento claro y crítico posterior; es convertirlos en partidarios; es
convertirlos en meros portadores de las tradiciones sagradas y las prácticas del pasado”
(1933: 326-327. Traducción propia4).
Otro de los mayores sistemas totalitarios de propaganda del siglo XX, el de la Alemania
nazi, también fue consciente del valor propagandístico del cine. Este medio de
comunicación estaba controlado por la Reichskulturkammer (Cámara del Reich para la
Cultura), organismo dependiente a su vez del Reichsministerium für Volksaufklärung und
Propaganda (traducido frecuentemente como Ministerio del Reich para la Educación
Popular y la Propaganda). El Tercer Reich nacionalizó progresivamente la industria
cinematográfica, y las películas se utilizaron fundamentalmente como un medio de
propaganda indirecta, a través de géneros como el romántico, la comedia o los musicales,
en detrimento de películas explícitamente políticas (la propaganda directa se extendió más
en documentales y noticiarios). Como observa Rafael de España, “las películas de puro
entretenimiento, basadas en el star system local, constituían desde 1933 el grueso de la
producción [del cine nazi]” (2002: 43). Dado que el cine debe estar al servicio del Nuevo
Orden y la nueva cultura, sus valores deberán ser supervisados por el Estado. Así, la ley
sobre el cine del 16 de febrero de 1934 prescribía que el
Reich puede “evaluar” antes de su realización los
proyectos fílmicos, que deben pasar por una oficina de
censura. Lo importante es evitar que las películas critiquen
o den una mala imagen de Alemania, que vayan contra los
intereses del Estado, etc. También articula métodos para
que los “consejeros del cine del Reich” participen en las
producciones. Por supuesto, el Reichsministerium tendrá
poder para prohibir los films por razones “de bien público”
(cfr. Welch, 1995: 159-167).
Estas películas citadas por Fones-Wolf (a las que pueden añadirse clásicos como On the
Waterfront –La ley del silencio– de Elia Kazan, 1954) tienen un correlato ideológico
invertido, donde también se unen el cine, la educación y la propaganda, en el programa de
propaganda cultural desarrollado tras la Segunda Guerra Mundial por la citada Sociedad
Pansoviética de Relaciones Culturales con los Países Extranjeros, donde se incluían
películas, de forma que cine y educación convergen… de forma propagandística, por
supuesto, dado que su misión era “eliminar las ideas negativas sobre la vida soviética e
instigar un positivo compromiso emocional con la U.R.S.S.”, en palabras de Zbigniew
Brzezinski (citado en Roucek, 1971: 112).
Bertrand Russell piensa que “(…) la educación suele ser propagandística en todos los
países” (1988: 169), pero también aporta ideas sobre cómo debe ser una educación no
propagandística. Así, concluye que uno de los propósitos de la educación debería ser
enseñar a los jóvenes a llegar a conclusiones correctas siempre que sea posible. No hacerlo
así fomenta la virulencia del espíritu partidista y el peligro de conflictos destructivos, a la
vez que, en el campo intelectual, entorpece gravemente el conflicto científico. Los hombres
de Estado harían bien en recordar todas estas cosas cuando sientan la tentación de ver la
educación como una simple rama de la propaganda política (1988: 180).
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Si un profesor de Historia quiere explicar la entrada de Estados Unidos en la Segunda
Guerra Mundial puede acudir a la película Pearl Harbor (Michael Bay, 2001) y encontrará
un discurso basado en la simplificación y la superioridad absoluta (en todos los sentidos) de
Estados Unidos sobre sus enemigos, y que se inscribe en la larga tradición del cine pro-
bélico y propagandístico de ese país. ¿Pensamos en eso cuando hablamos de “cine
educativo”? Un cine auténticamente educativo deberá, por el contrario, mostrar en la
medida de lo posible distintas perspectivas, o darle al educando instrumentos para averiguar
la verdad por él mismo. La National Educational Association de Estados Unidos formuló
hace décadas unos principios para guiar a los profesores y cargos escolares. Uno de ellos
prescribía que el material “que presenta sólo una cara de cuestiones públicas debatibles es
menos preferible que el material que proporciona una discusión con «pros» y «contras»; y
estos dos tipos de material mencionados son menos deseables que las presentaciones
imparciales” (citado en Lumley, 1933: 327. T.p.) En el caso del cine, eso implica,
evidentemente, la realización y el uso de películas que no estén guiadas por líneas
ideológicas partidistas, o que aporten el mayor número de puntos de vista sobre un mismo
fenómeno, o que intenten reflejar la realidad con imparcialidad. Esto puede hacerse
especialmente en géneros como el documental, donde el contenido informativo es
relevante. En este contexto, la aportación de datos históricos contrastables empíricamente
puede ser otro de los requisitos del cine educativo.
Aplicando estas ideas al cine, sería instructivo que los educandos conociesen el cine
propagandístico y lo analizasen por sí mismos. Y en cuanto a la transmisión de “valores”
por parte del cine, su contenido concreto dependerá del cineasta o del educador que utilice
las películas. Si se quieren alabar acríticamente los valores de una instancia de poder
determinada, la película resultante entrará muy gustosamente en la historia de la
propaganda; si se pretende fomentar el pensamiento libre y crítico, la película, o el uso que
se haga de ella, deberá articularse sobre estrategias de comunicación distintas, menos
sujetas a las exigencias del poder y la ideología.
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Notas:
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