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Homilía Santuario Señor y Virgen del Milagro

(Salta, 3 septiembre 2014)

Los miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, como peregrinos venimos a

presentarnos hoy a los pies del Señor y de la Virgen del Milagro. Venimos a reafirmar el

incondicional amor al Cristo crucificado y la devoción a su Madre bendita.

Esta tradición secular no solo reafirma lo que juraron nuestros gloriosos antepasados sino

que es el deseo ferviente de cada uno de nosotros, convencidos en nuestra fe, seguros en la

esperanza, activos en la caridad.

La vida del militar cristiano está permanentemente tensionada por dos fuerzas:

1) vivir en comunión con la pasión de Cristo, configurado con su muerte, y

2) vivir, al mismo tiempo, la nueva vida del Señor resucitado, participando del poder

de su Resurrección.

Cualquiera sea la línea espiritual en la que nos situemos, cualesquiera sean las disposiciones

temperamentales de cada militar, debemos vivir en comunión, con los dos misterios. Son el núcleo

central de nuestro ser cristiano y militares. De estos dos misterios provienen toda santidad y toda

vida espiritual.

Nos presentamos a los pies del Señor como peregrinos y como tales debemos vivir en

comunión con los padecimientos de Cristo, configurados en su muerte, muerte al pecado, a la

idolatría, a todo aquello que sea el mal y que nos aparta de Dios.

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En la hora que nos toca vivir, en la que afanosamente se buscan nuevos caminos y nuevas

formas dentro de la Iglesia, es indispensable alentar esa búsqueda, pero sin menoscabo de las

verdades esenciales. Debemos contemplar el principio y el fin de nuestra propia existencia.

Venimos de Dios que nos ha creado, vamos hacia Dios que es el destino final de todo hombre.

Si bien reafirmamos la vigencia de la Cruz de Cristo Redentor, al mismo tiempo y con

énfasis reafirmamos que estamos destinados a la VIDA, en su expresión y realidad más absoluta:

estamos destinados a la VIDA de Dios en Cristo Resucitado.

Como dijo el Papa Francisco en sus 1ras palabras después de ser elegido: “caminamos a la

luz del Señor. Y esto es lo primero que dijo Dios a Abraham: “camina en mi presencia”

Se nos invita a vivir la vida nuestra vocación de servicio a la Patria como lo hicieran

nuestros héroes, algunos de ellos reposan entre los muros de esta catedral, con alma grande y

generosa

Nuestra vocación supone una entrega. Hemos jurado seguir constantemente nuestra bandera

incluso hasta dar la vida.

El Señor ha dicho que nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por los amigos

(por lo que ama)

El Papa aboga por una Iglesia católica con “coraje para caminar” y volcada a su misión

evangelizadora. En una de sus homilías habló sobre la edificación de la Iglesia y de la

“consistencia” de los feligreses que integran la Iglesia.

“Cuando se habla de edificar la Iglesia, las piedras tienen que tener consistencia para ser

“piedras vivas”.

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Se trata entonces de tomar conciencia de la responsabilidad de los que significa ser

bautizados y tener que ser testigos anunciadores del Evangelio. Sobre todo el testimonio de una

vida coherente con la fe.

El Señor no es demagogo, no señala un camino fácil.

“El que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”

Requiere renuncias. Morir al pecado.

Es el gran dilema humano, un duelo a muerte; un duelo en el corazón de cada uno de

nosotros. El pecado desata una lucha espiritual en nosotros. Nuestro hombre viejo está crucificado,

muere sin acabar de morir. La lucha contra el pecado exige de nosotros continuas renuncias…, a

veces secretas…., a veces heroicas.

Es necesaria la oración. La oración es el medio vital irremplazable para que nuestro espíritu

viva, crezca y fructifique. La oración nos hace descubrir paulatinamente a Cristo que nos ilumina

con su luz. A medida que la oración se hace más honda, más íntima, más confidencial, la adhesión a

Cristo y a sus misterios se hace más viva, más penetrante, más grande.

Es necesaria la vida sacramental. Somos un cuerpo y un alma a veces sobrecargados por la

ansiedad, la angustia, el tedio, los conflictos interiores, las tentaciones, las arideces, los fracasos. En

Cristo todas las miserias humanas se transforman en riqueza de redención y de gracia. La cruz de

Cristo es la fuerza de Dios y la fuerza del hombre.

Como cristianos y católicos estamos llamados a una triple solidaridad: con Cristo, con la

Iglesia y con los hombres y esta solidaridad debe ser asumida con valor.

La solidaridad con Cristo, exige una disposición interior activa que nos lleva a configurarnos

con Jesús, imagen visible de Dios invisible.

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. La solidaridad con la Iglesia y con los hombres, nos lleva a buscar y comunicar a Cristo.

El es la Verdad que nos hará libres.

Junto a la Cruz de Cristo, del lado de Cristo y en nuestro favor, está la Madre, la Señora del

Milagro.

Toda Ella: con su mente, su corazón, con su instinto de Madre.

Del lado de Cristo, unida al Misterio de la salvación, no solo por la Maternidad divina, sino

también por su fe, su esperanza, su caridad.

En favor nuestro, solo por amor de Dios. Al pie de la cruz se compromete por nosotros, su

Pueblo.

Agradecidos contemplamos con admiración el valor, la lealtad, el coraje de María… junto a

la cruz…. el dolor la ha crucificado pero el amor la tiene de pie!

(dirigida la mirada a la imagen de la Virgen) “Virgen del Milagro, que de pecadores sos

Madre, refugio y consuelo. Vos que sos la gloria de este Pueblo, e intercesora de misericordia, haz

que nuestra petición por tu amor logremos”.

(dirigida la mirada a la imagen del Señor)

“Señor del Milagro, que llegaste a este suelo, con tu Amor buscando el amor de un Pueblo,

por siempre sabemos que nosotros somos tuyos y Vos, Vos Señor, sos nuestro!

Señor del Milagro, Cristo Redentor, de nuestra Argentina no apartes tu Amor!”

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