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Posmodernismo de Vattimo

Vattimo, en sintonía con Lyotard, está convencido de que la modernidad ya haya hecho su tiempo
y que, si el postmodernismo es la experiencia de un fin, lo es en primer lugar como experiencia del
“fin de la historia”, es decir, de la concepción moderna de la historia como curso unitario y
progresivo de eventos a la luz de la ecuación según la cual ‘nuevo’ es sinónimo de ‘mejor’: “la
modernidad, en la hipótesis que propongo, se acaba cuando – por múltiples razones – ya no
parece posible hablar de la historia como algo unitario” (“La sociedad transparente”). Razones que
no son solamente de tipo intelectual o filosófico, sino también de tipo histórico-social, porque van
del ocaso del colonialismo y del imperialismo, hasta el advenimiento de la sociedad compleja. En
efecto, si el rescate de los pueblos sometidos ha vuelto problemática la idea de una historia
centralizada y movida por el ideal europeo de humanidad, el afirmarse del pluralismo y de la
sociedad de los media ha minado en la base la posibilidad misma de una historia unitaria. Como
demuestra el hecho de que, si es verdad, que sólo en el mundo moderno, es decir con “la edad de
Gutemberg” de la cual habla McLuhan, se han creado las condiciones para construir y transmitir
una imagen unitaria y global de la historia humana, es también verdad que con la difusión de las
tecnologías multimediales, se han multiplicado los centros de acopio e interpretación de los
acontecimientos: “la historia ya no es más un hilo conductor unitario, actualmente es una cantidad
de informaciones, de crónicas, de televisores que tenemos en casa, muchos televisores en una
casa” (“Filosofia en el presente”). Vattimo está convencido que los “grandes cuentos” legitimados
por la modernidad hagan parte de una forma mentis “metafísica” y “fundacionista” ya superada.
De hecho, él cree que el paso de lo moderno a lo postmoderno se configure como el paso de un
pensamiento “fuerte” a un pensamiento “débil”. Como ‘pensamiento fuerte’ (o metafísico)
Vattimo concibe un pensamiento que habla en nombre de la verdad, de la unidad y de la totalidad,
(es decir, un tipo de pensamiento ilusorio tendiente a establecer “fundaciones” absolutas del
conocer y del actuar). Como ‘pensamiento débil’ (o postmetafísico) él concibe un tipo de
pensamiento que rechaza las categorías fuertes y las legitimaciones omnicomprensivas, es decir,
un tipo de razón que, junto a la razón-dominio de la tradición, ha renunciado a una “fundación
única, última, normativa” (“El pensamiento débil”). El pensamiento débil se presenta
explicitamente como una forma de nihilismo, vocablo que el filósofo de Turín considera “una
palabra-clave de nuestra cultura, una especie de destino del que no podemos liberarnos sin
privarnos de aspectos fundamentales de nuestra espiritualidad” (“Las medias verdades”). Con este
término, que Vattimo no usa de una forma peyorativa (“como si fuese un insulto”) sino de manera
positiva y propositiva, él se refiere a la circunstancia que había profetizado Nietzsche, “el hombre
rueda hacia la X”, es decir, aquella específica condición de ausencia de fundamentos en la cual se
encuentra el hombre postmoderno después de la caída de las certezas últimas y de las verdades
estables. En consecuencia, él cree que el nihilismo no se debe combatir como un enemigo, mas
debe ser asumido como nuestra única posibilidad. En efecto, a los hombres del siglo XX no les
queda más que acostumbrarse a “convivir con la nada”, es decir a “existir sin neurosis en una
situación donde no hay garantías ni certezas absolutas”. De aquí la tesis-programa según la cual
“hoy, no es que no nos sentimos a gusto porque somos nihilistas, sino porque somos todavía muy
poco nihilistas, porque no sabemos vivir hasta el fondo la experiencia de la disolución del ser”
(“Filosofía en el presente”), es decir, porque tenemos todavía unas formas de nostalgia por las
totalidades perdidas. El nihilismo del cual habla Vattimo no es un nihilismo resentido o nostálgico,
es decir, trágico, obsesiondao por el derrumbe de lo absoluto y por el pathos del no-sentido. No es
tampoco un nihilismo fuerte, tendido a edificar un nuevo absolutismo sobre los escombros de la
metafísica, es decir, un nihilismo que sustituye la voluntad del hombre a la voluntad creadora de
Dios. El de Vattimo es un nihilismo débil, liviano, que habiéndo vivido hasta el fondo la experiencia
de la disolución del ser, no tiene ni añoranzas por las antiguas certezas ni deseo de nuevas
totalidades. De aquí su carácter constitutivamente postmoderno y su consonancia con el hombre
de buen temperamento del que hablaba Nietzsche en la filosofía del amanecer, describiéndolo
como un individuo libre de resentimiento, privado “del tono gruñón y del emperro: las notas
molestosas de los perros y de los hombres envejecidos bajo una cadena”. Según Vattimo, los
inspiradores del postmodernismo son Nietzsche y Heidegger: “el acceso a las posibilidades
positivas que [...] se encuentran en las condiciones postmodernas de existencia, es posible sólo si
se toman en serio los resultados de la destrucción de la ontología operada por Heidegger y, antes
de él, por Nietzsche. Mientras que el hombre y el ser sean concebidos metafísicamente y
platónicamente en términos de estructuras estables que imponen al pensamiento y a la existencia
la tarea de ‘fundarse’, de establecerse (con la lógica, con la ética) dentro del dominio de lo no-
deviniente, reflejándose en una mitificación de las estructuras fuertes en todos los campos de la
experiencia, no será posible para el pensamiento vivir positivamente aquella verdadera y propia
edad postmetafísica que es la postmodernidad” (“El fin de la modernidad”). De Nietzsche, Vattimo
hereda el anuncio de la “muerte de Dios”, es decir, la teoría de la ausencia los valores absolutos
metafísicos (inclusive la idea de sujeto). De Heidegger hereda la concepción epocal del ser, es
decir, la tesis según la cual “el ser no es, mas acontece”, y el convencimiento consecuente, según
el cual, el acontecer del ser no es más que el abrirse lingüístico de las varias aperturas histórico-
destinales, o sea de los varios horizontes concretos dentro de los cuales los entes se vuelven
accesibles al hombre y el hombre a sí mismo. Esta ontología epocal comporta, según Vattimo, una
temporalización radical y un debilitamiento estructural del ser: “al final, el pensamiento de
Heidegger parece resumirse en el hecho de haber sustituído la idea de ser como eternidad,
estabilidad, fuerza por aquella de ser como vida, maduración, nacimiento y muerte: no es lo que
permanece, es de forma eminente [...] lo que deviene, que nace y muere. Asumir este nihilismo
peculiar es la verdadera realizaciòn del programa indicado por el título ‘Ser y tiempo’” (“Más allá
del sujeto”). El proceso de débilitamiento del ser, el fin de la metafísica y el triunfo del nihilismo
son fenómenos interconectados. Sin embargo, Vattimo está convencido de que la metafísica (así
como el pasado en general) no sea una especie de “costumbre perdida”, es decir, algo que esté
totalmente a nuestras espaldas y con lo que no tengamos ya ninguna relación ‘destinal’. En efecto,
para enfocar la actitud del pensamiento postmetafísico frente al pasado, él se refiere a la noción
heideggeriana de ‘Verwindung’, término que, en virtud de los múltiples significados que involucra
(curación, aceptación, resignación, vaciamiento, distorción, alivianamiento, etc.), indica el
reponerse de una enfermedad (en este caso: la metafísica o el pasado) en la acceptaciòn
conciente de que estamos destinados, de todas maneras, a llevar los signos de ella. Signos que se
manifiestan en el hecho de que no podemos renunciar al uso de las categorías de la metafísica y
del pasado, aunque distorcionándolas en sentido débil y postmetafísico, o sea, nihilístico (el nexo
de aceptación/distorción que es propio de la Verwindung encuentra un caso ejemplar en la
secularización, la cual, como ha mostrado Weber, es siempre un proceso de conservación/conexa).
A la idea de Verwindung está ligada otra noción que Vattimo toma de Heidegger: aquella de
Andeken (rememoración). La actitud rememorante frente a la metafísica no nace de un
sentimiento nostálgico o reactivo, nace de la pietas hacia el pasado, es decir, del “amor por lo
viviente y sus signos”. Verwindung, Andeken y pietas significan, entonces, que estamos ligados al
pasado por una especie de cordón umbilical hermenéutico. Cordón que podemos atenuar o
distorcionar, pero no anular. En este punto, debería resultar clara la fisonomía del hombre post-
moderno, así como la concibe Vattimo. El individuo post-histórico y post-moderno es aquel que,
después de pasar a través del fin de las grandes síntesis unificantes y a través de la disolución del
pensamiento metafísico tradicional, logra vivir “sin neurosis” en un mundo en el cual Dios es
nietzschianamente muerto, es decir, en un mundo en el cual ya no existen estructuras fijas y
garantizadas, capaces de una fundación “única, última, normativa” para nuestro conocimiento y
nuestra acción. En otros términos, el indivíduo postmoderno es el que, no necesitando ya “la
seguridad extrema de tipo mágico que era dada por la idea de Dios”, ha aceptado el nihilismo
como posibilidad ‘destinal’ y ha aprendido a vivir sin ansias en el mundo relativo de las “medias
verdades”, con la conciencia de que el ideal de una certeza absoluta, de un saber totalmente
fundado y de un mundo racional cumplido es sólo un mito ‘asegurante’ para una humanidad
todavía primitiva y bárbara. Un mito que no es algo natural, sino cultural, es decir, adquirido y
transmitido históricamente. En síntesis, el individuo postmoderno es aquel que, asumiendo hasta
el fondo la condición débil del ser y de la existencia, ha aprendido a convivir con sí mismo y con su
propia ‘finitud’ (es decir, ausencia de fundamento) más allá de toda nostalgia residual de los
absolutos trascendentes o inmanentes de la metafísica. En los últimos años Vattimo ha ido
acentuando las valencias éticas del pensamiento débil, propendiendo hacia una “superación de la
filosofía en la ética” y mostrando cómo sean, sobre todo, conotaciones morales aquellas que
distinguen al hombre postmoderno del hombre moderno. En particular, él ha vuelto a insistir
sobre la naturaleza absolutística y violenta del pensamiento fuerte y sobre el caracter tolerante y
no violento del pensamiento débil; carácter que lo torna en una especie de secularización de la
ética cristiana de la caridad. Así que en “Creer que se cree” Vattimo se ha propuesto enfocar la
estrecha conexión entre herencia cristiana, ontología débil y ética de la no violencia: “la herencia
cristiana que regresa en el pensamiento débil es también, y sobre todo, la herencia del precepto
cristiano de la caridad y de su rechazo a la violencia. Siempre, de nuevo, ‘círculos’: desde la
ontología débil [...] se deriva una ética de la no violencia; sin embargo somos conducidos por la
ontología débil desde sus origenes en el discurso hedeggeriano sobre los riesgos de la metafísica
de la objetividad, porque actua en nosotros la herencia cristiana del rechazo de la violencia...”.
Más aún, contraponiéndose a Lyotard, Vattimo ha seguido defendiendo la validez del concepto de
‘postmoderno’, poniéndolo en relación estrecha con la sociedad de los mass-media y de la
comunicación generalizada. A este propósito, la concepción de Vattimo está diametralmente
opuesta a aquella sostenida, a su tiempo, por Adorno y por los frankfurthenses. No solamente los
media no producen una omologación general, sino, por lo contrario, “radio, televisión, periódicos
se han vuelto unos elementos de una explosión y multiplicación generales de Weltanschauungen,
de visiones del mundo” (La sociedad transparente”). En consecuencia y de modo cabal, el
aparente caos de la sociedad postmoderna (que, lejos de ser una sociedad “transparente”, es
decir, monolíticamente conciente de sí misma, es más bien un “mundo de culturas plurales”, o sea
una sociedad “babelica” y “desubicada” en la cual se cruzan lenguages, razas, modos de vida
diversos) constituye la mejor premisa de una forma de emancipación basada sobre ideales de
pluralismo y de tolerancia, es decir, a un modelo de humanidad más abierto al dialogo y a la
diferencia: a este propósito, en un artículo del 2002, Vattimo escribió muy significativamente:
“ahora que Dios está muerto, queremos que vivan muchos dioses. Queremos movernos
libremente, mas sin ninguna ‘redondez’ clásica, entre muchos cánones, entre muchos estilos – de
ropa, de vida, de arte, de ética – viviendo como un auténtico deber ético y religioso la ‘thlipsis’, el
tormento de la multiplicidad”. Vattimo, de una inicial actitud crítica derivada de Heidegger y de la
Escuela de Frankfurth hacia la “tecnificación del mundo”, ha ido asumiendo (sobre todo en “La
sociedad transparente”) una actitud siempre más amigable hacia la sociedad avanzada y sus
aparatos tecnológicos e informáticos, hasta el punto de identificar la sociedad postmoderna con la
sociedad de los media. Los media, precisa Vattimo, no son el instrumento diabólico de una
inevitable esclavitud totalitaria (a la manera del ‘Gran Hermano’ de Orwell), sino la premisa en
acto del posible advenimiento de una humanidad desubicada capaz de vivir en un “mundo de
culturas plurales”. En otros términos, rechazando la ecuación adorniana “media=sociedad
omologada” e insistiendo sobre el nexo entre media y régimen pluralístico de la sociedad
“compleja”, Vattimo ha acabado afirmando, con énfasis optimística (luego retractada), que,
gracias al “mundo fantasmagórico” de los media, hemos tenido una multiplicación de los centros
de acopio y de interpretación de los acontecimientos, hasta el punto de que la realidad coincide,
para los postmodernos, con las imágenes que estos medios distribuyen. La pérdida del centro y la
erosión del principio de realidad (que actuan, en el plan tecnológico, lo que Nietzsche y Heidegger
habían preconizado en el plan filosófico), implicando la destrucción de los horizontes cerrados,
ponen las premisas, ya sea para un tipo de hombre que no necesita ya recuperar neuróticamente
las figuras reasegurantes de la infancia, ya sea para aquella liberación de las diferencias que es
propia de lo postmoderno.

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