ÍNDICE
PRÓLOGO 7
I. LA IGLESIA Y LA HISTORIA 11
A) LA MUERTE DE HIPATIA 11
1. Las mil muertes de Hipatia 11
2. Lo que sabemos sobre Hipatia de Alejandría 20
B) LOS TEMPLARIOS 23
1. Los templarios: más allá de la leyenda 23
C) LAS CRUZADAS 35
1. La polémica sobre las Cruzadas 35
2. ¿Fueron las Cruzadas fruto de un interés material? 36
3. Agredidos y agresores: una historia para ser reescrita 38
D) LA CONQUISTA DE AMÉRICA 40
1. La leyenda negra hispanoamericana 40
2. Leyenda negra sobre la conquista de América 62
3. Los residuos de la leyenda negra 67
E) LA INQUISICIÓN 70
1. ¿Qué sucedió realmente con la Inquisición? 70
2. La leyenda sobre la Inquisición 75
3. La triste sombra de la Inquisición 81
F) LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA 88
1. Los mártires de la persecución religiosa española, testigos de reconciliación 88
2. De esto ha de pedir perdón la Iglesia española 91
3. Mártires en España 96
G) MEMORIA Y PERDÓN 99
1. ¿Debe la iglesia pedir perdón por sus errores? 99
2. Sentimientos de culpa 101
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IV. LA IGLESIA Y EL GNOSTICISMO 151
1. El Gnosticismo 151
2. La estafa «Código Da Vinci»: un best-seller mentiroso 153
3. El Código Da Vinci. La verdadera historia es bien diferente 162
4. Un “código” basura... 167
5. El Código Da Vinci: ¿una broma o la estafa de un cínico? 172
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Prólogo
El ideal o el proyecto más noble puede ser objeto de burla o de ridiculizaciones fáciles.
Para eso no se necesita la menor inteligencia (Alexander Kuprin).
Resulta una obviedad constatar, cuando se aborda la historia de la Iglesia católica, que
tarde o temprano nos encontraremos con el fenómeno que se ha dado en llamar
leyenda negra. Ésta consiste en una labor de propaganda, de desinformación, que, a
través de la presentación tendenciosa de los hechos históricos, bajo la apariencia de
objetividad y de rigor histórico o científico, procura crear una opinión pública, bien
anticlerical, bien anticatólica. Por eso se aparta de lo que podría aceptarse como una
simple crítica, una denuncia honesta y rigurosa de los errores cometidos por los
miembros de la Iglesia, dando en cambio una imagen voluntariamente distorsionada
del pasado de la Iglesia, para convertirla en una descalificación global de una misión
milenaria, tanto antes como, sobre todo, en la actualidad.
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petulante de la Ilustración, señalando a la Iglesia como causa principal de la
degradación cultural de los países que habían permanecido católicos.
Se suele afirmar, por ejemplo, que las Cruzadas fueron guerras de agresión provocadas
contra un mundo musulmán pacífico. Esta afirmación es completamente errónea. Lo
cierto, en cambio, es que, desde los mismos tiempos de Mahoma, los musulmanes
habían intentado conquistar el mundo cristiano. E incluso habían obtenido éxitos
notables. Tras varios siglos de continuas conquistas, los ejércitos musulmanes
dominaban todo el norte de África, Oriente Medio, Asia Menor y gran parte de España.
En otras palabras, a finales del siglo XI, las fuerzas islámicas habían conquistado dos
terceras partes del mundo cristiano: Palestina, la tierra de Jesucristo; Egipto, donde
nace el cristianismo monástico; Asia Menor, donde san Pablo había plantado las
semillas de las primeras comunidades cristianas... Estos lugares no estaban en la
periferia de la cristiandad, sino que eran su verdadero centro.
Otro lugar común de la leyenda negra anticatólica es –no podía ser de otro modo– la
acción de la Inquisición en la Edad Media y la Moderna. Por ejemplo, todo el mundo ha
oído hablar del caso de Galileo Galilei, casi siempre de modo deformado, ya que no se
suele explicar que el sabio italiano apenas sufrió otro castigo que un incómodo arresto
domiciliario en un palacio cardenalicio. Por el contrario, son pocos los colegiales que
saben que Antoine Lavoisier, uno de los fundadores de la Química, fue guillotinado a
causa de sus ideas políticas, por un tribunal durante el Terror jacobino, al grito de ¡La
Revolución no necesita científicos!
No olvidemos tampoco que, en Ginebra –la Meca del protestantismo–, Juan Calvino no
dudó en mandar a la hoguera al ilustre descubridor de la circulación pulmonar de la
sangre, nuestro compatriota Miguel Servet. El científico aragonés fue tan sólo una de
las quinientas víctimas de diez años de intolerancia calvinista en una ciudad con
apenas diez mil habitantes. Con esta proporción brutal de represaliados, la Inquisición
española habría debido quemar ¡un millón de personas cada siglo! –en realidad,
fueron tres mil en trescientos años–. Aun así, Torquemada ha pasado al argot popular
como sinónimo de intolerancia, y Calvino es ponderado por muchos como uno de los
padres de las democracias liberales del norte de Europa.
Sobre el espinoso asunto de la Inquisición, si queremos ser rigurosos, hay que señalar
que el Santo Oficio era un tribunal dedicado a investigar si entre los católicos había
herejes, un tema gravísimo entonces, al que ahora no se da importancia porque las
sociedades no son confesionales. Pero es que entonces las disputas teológicas daban
lugar a guerras y conmociones sin cuento (las guerras de religión en Europa
provocaron un millón de muertos entre 1517 y 1648). Por consiguiente, la Inquisición
era un instrumento básico para el mantenimiento de la paz en un reino. Por otro lado,
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un hecho no suficientemente conocido es que la Inquisición no tenía jurisdicción
alguna sobre los no bautizados. Por tanto, ni judíos ni musulmanes podían ser
juzgados, detenidos o acosados por la Inquisición.
Ciertamente, el Santo Oficio usaba el tormento como todos los tribunales de la época,
pero generalmente con mayores garantías procesales, ya que se realizaba siempre en
presencia del notario, los jueces y un médico, y sin que se pudieran causar al reo
mutilaciones, quebrantamiento de huesos, derramamiento de sangre ni lesiones
irreparables. Finalmente, hay que llamar la atención sobre el hecho de que la mayoría
de las penas eran de tipo canónico, como oraciones o penitencias. Las condenas a
muerte fueron rarísimas, y sólo en casos muy graves sin arrepentimiento, pues si había
arrepentimiento había indulgencia con el reo. Como ya se ha dicho, en sus tres siglos
de historia, la Inquisición ajustició a unos 3.000 reos (de un total de 200.000
procesados). Esta cifra, con ser alta, representa tan sólo la décima parte de los
asesinados en Francia por el régimen del Terror jacobino en el periodo 1792-1795. Es
decir, en tan sólo tres años, los hijos de la Ilustración iluminista habían multiplicado
por diez las víctimas fruto de trescientos años de actuación de la Inquisición católica.
¿Y quién se atreve hoy en día a mentarle este hecho a un defensor de la democracia
liberal, cuyos fundamentos mismos sentó la Revolución Francesa? ¿Por qué, entonces,
tenemos los católicos que aguantar día sí y día también que algunos sectarios nos
recuerdan la Inquisición cada vez que nos identificamos como hijos de la Santa Madre
Iglesia?
Esto conecta con el ominoso concepto de Gendercide (genocidio de las mujeres), que
han acuñado el feminismo y el lesbianismo radicales en las universidades
norteamericanas. Esto es, la criminalización de la Iglesia católica, que cargaría con una
mancha histórica tan negra como el Holocausto nazi. De la misma forma que el
nazismo ha quedado desacreditado para siempre jamás por su ejecutoria asesina
contra los judíos, la Iglesia carecería de toda legitimidad como institución por su
pasado criminal en relación a las mujeres. Barbaridades como ésta se leen y se
escuchan en algunos departamentos de Gender studies de los Estados Unidos.
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violenta y sangrienta, que la Iglesia católica es una institución siniestra y misógina, y
que la verdad es, en última instancia, creación y producto de cada persona.
El revuelo armado por los casos de pederastia que afectan a sacerdotes no tiene como
objeto a éstos ni, mucho menos, solucionar tal lacra. El objetivo por orden creciente es
el Papa y la Iglesia como transmisores de unos determinados valores que fundamentan
las raíces de la sociedad y la cultura occidental. Tal campaña es una campaña
difamatoria, en cuanto que su verdadero interés no radica en reparar el daño causado
a las víctimas ni en mejorar las leyes. De otro modo no se entiende que los acusadores
hayan pasado de denunciar los casos individuales a la acusación indistinta del Papa y
de la Iglesia, que son lo que realmente tienen entre ceja y ceja. Los cristianos hemos de
comprender y comprendemos, y esa es nuestra dulce cruz, que los ataques son a la
Iglesia misma como defensora de la vida, de la persona, de la moral misma. Esta
campaña no es más que otra batalla contra el cristianismo promovida por quienes
profesan el relativismo, la ausencia de verdad y la libertad sin responsabilidad moral.
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I. LA IGLESIA Y LA HISTORIA
George Orwell
A) LA MUERTE DE HIPATIA
Cuando el progresismo fabrica un mártir, el bel morir petrarquiano pasa a anegar toda
la vida de la víctima y hasta su misma muerte, rebanando y volviendo casi inaccesible
al conocimiento general la histórica realidad de su existencia, que suele ser harto más
interesante que el arquetipo preparado para el incienso.
Absorbidos por la vulgata mediática y las peroratas de la enseñanza oficial, muy pocos
y con gran esfuerzo llegan a preguntarse, verbigracia, por la trastienda de la muerte
del inofensivo García Lorca que tan absurdo oprobio arrojó sobre la causa franquista.
Con mayor esfuerzo aún ni entenderían por qué Miguel Hernández subió un peldaño
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más hacia su triste fin el día en que soltó en el palacio de Zabálburu, sede durante la
guerra de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, aquello suyo de “aquí hay mucha
puta y mucho hijo de puta”.
Ni tal vez esos mismos alcancen a comprender, si no visitan sin prisas Florencia, que el
hoy mártir supremo de la ciencia frente al oscurantismo católico lleva siglos
descansando en su mausoleo al abrigo de una artística iglesia. Un gran
desconocimiento se proyecta a sabiendas sobre las figuras en cuestión, llegando en
casos como el del Che a ensalzar a completos villanos.
De esto último no cabe afligirse: allá cada cual con lo que luce en su camiseta y en qué
gris cadena decide insertarse; pero cuando la que se anula o deforma es una
personalidad rica tronchada en la plenitud de su vida la idealización interesada se
asemeja a una nueva muerte.
Dicen los antiguos que entre los siglos IV y V de nuestra era vivió en la más culta y
agitada metrópoli del Imperio oriental la hija del científico Teón. Éste fue un
académico de cuando el emperador Teodosio I, integrado en el Museo de Alejandría y
que ha merecido un hueco en la historia de la ciencia por sus comentarios a Euclides y
a Tolomeo. Estaba imbuido de la religiosidad pagana, pues como los demás
matemáticos alejandrinos cultivó también los saberes ocultos, el hermetismo y la
adivinación.
El viejo lexicón bizantino Suda, bajo la voz “Théōn”, enumera obras suyas de sugestivo
título: Sobre las señales del cielo, la observación de las aves y el graznido de los
cuervos, Sobre la salida del Can (constelación)…
Mas un infausto día de la Cuaresma de 415 en que Hipatia volvía a casa en su carruaje,
fue sorprendida por una horda de cristianos iracundos quienes, tras arrastrarla al
Caesareum de Alejandría y despojarla allí de su vestidura, la mataron con cascotes de
teja (los inconformistas prefieren “afiladas conchas de moluscos”) y luego quemaron
los restos de su cuerpo tras haberlo hecho pedazos. Debía de rondar entonces los
sesenta años.
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Hipatia según el mundo moderno
Los modernos, por su parte, exaltan a una Hipatia de la que afirman que también vivió
y murió asesinada en la capital de los Ptolomeos y por las mismas fechas, pero bien
podría ser otra enteramente ajena a aquélla de la que testimoniaron los antiguos. O tal
vez su fantasma.
Esta nueva y popular Hipatia (mejor pondríamos Hypatia por servir a los designios del
influjo anglosajón, hodierno faro cultural de Alejandría) parece en parte un
subproducto de la copiosa novelería que la figura inspira, porque la narrativa en
cualquier soporte constituye hoy día la fuente por excelencia de conocimiento y
deleite.
Tomando pie de varias fuentes, pero sobre todo del relato de Damascio recogido en la
citada Suda (Damascio fue un filósofo neoplatónico del siglo VI), Edward Gibbon
imputa sobre la conciencia del santo patriarca cristiano —supuestamente devorado
por la envidia y los celos— la responsabilidad última del asesinato de Hipatia, que «ha
dejado una marca indeleble en la personalidad e integridad religiosa de Cirilo de
Alejandría».
Este inseguro camino no lo traza solo el historiador inglés, sino que otros autores de su
tiempo ya lo dejaron allanado en sus respectivas obras. Voltaire, sin ir más lejos: en su
Diccionario Filosófico (1764) aparece un odioso San Cirilo azuzando a los fanáticos
cristianos contra la filósofa, y el propio ilustrado de Fernay pidiendo a Dios
cínicamente por la salvación de la pobre ánima de aquél. Voltaire contribuye también a
crear el halo de voluptuosidad que envuelve la figura de Hipatia y su trágico destino.
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Las fuentes sostienen de modo inequívoco (salvo alguna contradicción menor) que la
hija de Teón se mantuvo virgen hasta su muerte, rubricando con la castidad perpetua
su entrega al idealismo neoplatónico. Y debió de ser bella en su juventud, nadie lo
duda, pero los relatos antiguos son sobrios a este respecto y, desde luego, excluyen
cualquier connotación lúbrica del hecho de haber sido desvestida antes de caer bajo
los óstraka, porque de los más fiables se desprende que Hipatia murió siendo una
mujer mayor.
Voltaire, sin embargo, deja asomar tras una rijosa frase su alma machista y trivial:
«Cuando se desnuda a mujeres hermosas no es para perpetrar matanzas», escribe.
Decenios antes, en 1720, un John Toland había publicado su ensayo contra la memoria
de San Cirilo y la Iglesia alejandrina donde se ensalza no sólo la sabiduría y la virtud de
Hipatia, sino también su belleza excepcional; obra que, a su vez, motivó la réplica
indignada de un Thomas Lewis en cuyo título se presenta a nuestra baqueteada
heroína como «a Most Impudent School-Mistress of Alexandria»…
Ya en el XX, Bertrand Russell encabeza la turbamulta de autores que hasta hoy mismo
protagonizarán la dudosa tarea de presentar a los distintos públicos una Hipatia
extraña a sí misma. Para los aficionados a la ciencia divulgativa, por ejemplo, ella es ya
una vieja conocida merced al impacto que en los ochenta tuvo la serie televisiva
Cosmos, del astrónomo estadounidense Carl Sagan.
La semblanza que entonces hizo Sagan de Hipatia era sólo un trasunto —otro más— de
la ideología cientifista y antirreligiosa de este popular profesor: sobredimensionada
como lumbrera científica, su doloroso fin quedó asociado caprichosamente a la
pérdida de su obra y a la de la propia Biblioteca de Alejandría. Todo por culpa del cerril
patriarca que llegó a santo (seguramente por eso) y de un cristianismo incompatible
con el conocimiento que descuajó el radiante árbol del saber clásico sumiendo al
mundo en un sueño oscurantista del que tardaría mil años en despertar. Para volver a
aturdirse —le faltó decir— tras la condena de Galileo…
Tantas y tan creativas “muertes” de Hipatia aguijando desde hace tres siglos la
imaginación y los sentimientos de los amantes de la narrativa, no han podido menos
de espolear también el innato sentido de la justicia. Como el de una autora reciente
que encabeza su cuento breve con un título inquietantemente reivindicativo: Hipatia:
ni perdón ni olvido.
Cosa distinta es que hayan estimulado también la razón —ausencia que cabría
extrañar en un entorno que la diviniza y que se tiene por escrupulosamente crítico— y
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que a los porqués románticos, justicieros o retóricos haya seguido un verdadero deseo
de conocer el contexto histórico, los hechos y sus íntimas conexiones causales para
poder después juzgar en el más pleno y racional sentido de la palabra.
La muerte de Hipatia, la única y trágica que tuvo, no sobrevino por accidente, pero
tampoco el recurso primario al “fanatismo cienciófobo” de los cristianos satisfaría ni
de lejos ese deseo inteligible del que hablamos.
Los publicistas judíos actuales demuestran una imprudente animadversión hacia esta
figura cuando, como hace Werner Keller, cuentan sólo la parte que les conviene:
El relato de Keller manifiesta sin embozo su absoluta dependencia del que en su día
redactara un contemporáneo de los hechos: el jurista e historiador de Constantinopla
Sócrates, luego apodado “Escolástico”. Su Historia eclesiástica tiende a ser distante y
neutral, por estar su autor seguramente cercano a alguna corriente heterodoxa. Su
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imparcialidad no suele cuestionarse y su valor como fuente primaria lo corrobora la
pléyade de autores que ha ido sobre sus pasos a veces demasiado servilmente.
Pues bien, es Sócrates Escolástico quien nos pone en antecedentes sobre cómo
empezó aquel enésimo choque entre judíos y griegos —éstos ahora cristianos— de
Alejandría. Era sábado, pero muchos hebreos prefirieron postergar su deber piadoso
de meditar los preceptos de la Ley acudiendo en su lugar a los espectáculos que se
ofrecían en la ciudad.
Orestes, que ya veía con malos ojos los amagos del patriarca de consolidar su
influencia invadiendo la esfera estatal, prestó oídos a las denuncias de los hebreos y
ordenó prender y torturar a Hiérax allí mismo. Enterado del caso, Cirilo convocó a los
notables de los judíos para advertirles que no toleraría nuevas insidias contra los
cristianos, pero esto no hizo sino envalentonar más a la plebe mosaica que multiplicó
sus golpes.
El peor de todos lo descargaron una noche en la que, tras haber acordado una señal
con la que reconocerse entre sí, repartieron agentes por la ciudad para que alarmaran
a los cristianos con el anuncio de que su iglesia principal estaba ardiendo.
Aprovechando entonces el amparo de la oscuridad y el concurso de fieles que desde
todos los barrios corrían a sofocar las pregonadas llamas, los hebreos cayeron sobre
ellos causando una gran mortandad.
Las primeras luces del día revelaron el lastimero espectáculo de las calles salpicadas de
cadáveres y, ante la falta de reacción del prefecto, Cirilo consintió entonces el saqueo
de las propiedades de los judíos, ordenando luego su expulsión de la urbe en la que
habían vivido y prosperado desde los tiempos del gran Alejandro.
La situación, pues, se había vuelto tan peligrosa que varios centenares de monjes
abandonaron sus cenobios del cercano desierto de Nitria y bajaron a la ciudad para
ponerse a disposición del arzobispo.
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Quiso el azar que se cruzaran con el vehículo del prefecto al que empezaron a tildar a
gritos de “sacrificador” y “helénico”; Orestes les contradecía medroso alegando que
había recibido el bautismo de manos del patriarca de Constantinopla. Pero la tensión
desatada impedía que se oyeran sus razones, hasta que un canto salió disparado del
grupo de los monjes aterrizando en la imperial cabeza.
El prefecto, cuya herida debía de ser más escandalosa que grave, interrogó primero al
arrestado legalmente; pero los terribles tormentos que le infligió después dieron al
traste con su vida. Cirilo enterró a Amonio en sagrado postulando para él los honores
del martirio, mas la renuencia de parte de sus diocesanos, que no creían que el monje
hubiese perecido víctima del odium fidei sino a resultas de su torpe acción, persuadió
al obispo de olvidar su propósito. De todas formas, la reconciliación entre el
gobernador y el prelado se percibió entonces como más improbable que nunca.
En esto el prelado no hacía sino aplicar en su diócesis, no dudamos que con gusto, la
política religiosa de Teodosio el Grande (un edicto de este mismo emperador, fechado
al año siguiente, vedará definitivamente los cultos paganos).
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Pero aunque públicamente en Alejandría las relaciones entre gentiles y miembros de la
Iglesia estuvieran aderezadas con enfrentamientos no siempre exentos de violencia,
en el día a día todo marchaba de forma más tolerable y parsimoniosa.
Esto puede parecer hipérbole a quien nunca haya examinado las cartas de Sinesio de
Cirene, interesante personalidad y orgulloso discípulo de la filósofa, que se convertiría
más tarde al cristianismo llegando incluso a obispo de Ptolemaida (Alta Libia); lo que
nunca obstó para que, en la lejanía, añorase con hondo sentimiento los días pasados
con Hipatia junto a sus condiscípulos y tratase de mantener un intenso contacto con
ellos aunque fuese epistolar. Los elogios y alabanzas que dedica a su mentora son
conmovedores, mas no por eso deja de tener también en alta estima a Teófilo, de
quien recibió su consagración episcopal. Ambos son objeto de la devoción del sin par
Sinesio, y así se lo manifiesta a Hipatia con toda naturalidad; aunque lo que le une a
ésta es algo muy profundo que le mueve a admiración e imperecedera gratitud. Si algo
tuvo de bueno su prematura muerte, fue que no llegó a conocer el sino final de su
«madre, hermana, maestra, benefactora mía en todo».
El fin de Hipatia
Las desavenencias entre Orestes y sus partidarios y Cirilo y los suyos han llegado al
paroxismo y la ciudad vive dividida en la Cuaresma de 415. Un conciliábulo de
cristianos febriles cree haber identificado el obstáculo que se opone a la concordia
entre las dos personalidades, y decide removerlo por su cuenta descargando en él toda
la rabia.
Saben que desde su llegada Orestes visita muy frecuentemente a la filósofa y se deja
asesorar por ella en las labores de gobierno, lo cual tampoco era extraño pues lo
hacían todos los señores de la cosa pública atraídos por el prestigio de Hipatia como
consejera versada y clarividente. Acaudillados por un simple lector de nombre Pedro,
salen decididos al encuentro de su enemiga.
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e inexorable obstinación del prefecto, al fin y al cabo un recién llegado a la capital
egipcia, sólo podía deberse a los consejos de Hipatia, su visible valedora.
En este sentido sí podría explicarse el ciego temor de los homicidas, pero mucho más
atinado y decente que su torva medida expeditiva fue el reproche de los autores
antiguos al que estos criminales se hicieron pronto acreedores: «Si hay algo
enteramente ajeno a los que tienen los sentimientos de Cristo, eso son las muertes, las
luchas y las cosas por el estilo» (Sócrates, Historia eclesiástica, VII, 15).
Verdad es que, como constatan la historia y sus fedatarios y hasta en cierta medida
reconocen los biógrafos modernos de la ciudad (p. ej., Lawrence Durrell en su Cuarteto
de Alejandría), los alejandrinos siempre se señalaron por su indomable afición a las
bullas y las algaradas sangrientas, entregándose a facciones y disturbios con cualquier
excusa que se ofreciese.
Como oportunamente refiere Sócrates y luego Hesiquio de Mileto (historiador del siglo
VI), los habitantes de Alejandría reservaron también para dos de sus obispos cristianos
sendas muertes muy semejantes a la que dieron a la mujer filósofa: Jorge, sacado
brutalmente de la iglesia en 361 tras los sucesos del Mitreo, luego atado a un camello,
despedazado y quemados sus restos; y Proterio, cuyo cadáver acabó igualmente en el
fuego en 457 tras haber sido arrastrado por las calles.
Incluso una autora ponderada y minuciosa como Dzielska revalida la misma ajada
conclusión en su por otra parte estimable estudio, aunque para ello tenga que hacer
una inverosímil lectura de cierta epístola de Sinesio a un Cirilo del que salta a la vista
que no es nuestro personaje. Y quien dice Cirilo como chivo expiatorio, dice también la
historia cristiana, bocado suculento del anacronismo antiguo y aceptado.
Con todo, será difícil lograr, por mucho que se siga rodando, telefilmando y novelando,
que al menos para las personas cultas Hipatia deje algún día de ser la matemática,
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astrónoma y filósofa neoplatónica que fue para encarnar el rol de mártir de la ciencia
como podría hacerlo un Lavoisier («La República no tiene necesidad de sabios ni de
químicos», le aclaró el presidente del tribunal revolucionario mientras despachaba su
ejecución).
Epílogo
Con la muerte de Hipatia no concluyó nada que no fuera su propia y fascinante vida. Ni
siquiera la escuela filosófica de Alejandría que, como muestra el profesor del alma
mater valenciana Gonzalo Fernández, siguió suscitando figuras hasta su completa
cristianización ya en pleno siglo VII.
Fue mucho antes del torcido hado que venció a esta intelectual que la viejas
concepciones paganas habían dejado de ofrecer respuestas a los interrogantes de la
gente; fue antes de su fin que el oráculo de Isaías («No penséis en lo antiguo, mirad
que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?») y aquél otro del «Yo hago
nuevas todas las cosas» empezaron a acampar en millones de corazones.
Y tampoco con esa muerte se abrieron majestuosas vías canópicas por las que
marcharan triunfalmente los discípulos del Galileo exhibiendo los despojos del
progreso y la razón. En los mismos años en que arrebataron la vida a Hipatia y en la
misma África por su lado occidental, densos celajes se ciernen sobre los cristianos;
diócesis enteras quedando huérfanas de sus pastores que huyen abrumados del terror
vándalo.
Y en Hipona, junto a Cartago, resiste entre sus feligreses un anciano Agustín que,
escribiendo bajo el shock de saber la Ciudad maestra de pueblos impíamente saqueada
y a una nube de Alaricos prestos a cruzar el mar, se esfuerza por convencer al mundo
de que la Historia tiene sentido y es de esperanza porque, pese a los misteriosos
pesares, la guía y gobierna la Providencia.
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3. Era miembro de una familia destacada. Su padre, Teón, fue un científico
conocido, miembro del Museo, escritor, interesado en textos herméticos y
órficos. Tenía una gran erudición matemática y astronómica, especialmente
sobre sus predecesores alejandrinos, y contagió a su hija el interés por esas
cuestiones.
4. El otro gran interés de Hipatia fue la filosofía. A propósito de esto, formó un
grupo (integrado por personas de buenas familias) que basaba su convivencia
en el sistema platónico de las ideas y en lazos interpersonales. Esta comunidad
presenta rasgos de influencia gnóstica: por ejemplo, hablan de misterios para
denominar los conocimientos que les transmite su «guía divina», y creen que
las personas de rango social inferior son incapaces de comprender estas
cuestiones.
5. Gozaba de gran autoridad moral entre sus contemporáneos, que admiraban
especialmente su autodominio, manifestado en la abstinencia sexual (se
mantuvo virgen toda su vida), la modestia en el vestir (se cubría con el llamado
«manto filosófico») y, en general, la moderación en el modo de vida.
6. No practicaba activamente el paganismo, ni le atraía el politeísmo;
simplemente lo consideraba un elemento más de la cultura griega que tanto
admiraba. Es decir, su platonismo no incluía la celebración de rituales, magia o
adivinación.
De hecho, entre sus discípulos había cristianos y personas que simpatizan con
el cristianismo (dos de ellos llegaron a ser consagrados obispos, como Sinesio
de Cirene). Hipatia protegía a sus alumnos cristianos y había amistad entre
éstos y sus compañeros paganos.
7. Se produjo un desencuentro entre el prefecto de la ciudad, Orestes, y el obispo
Cirilo, por las injerencias de éste último en cuestiones civiles y los
enfrentamientos entre judíos y cristianos (aunque hay que recordar que
Orestes era cristiano, como correspondía en esa época a un representante del
emperador).
Hipatia se puso del lado de Orestes y recordó a Cirilo el ejemplo de su
antecesor, Teófilo, que, a pesar de ambición y su campaña contra el
paganismo, no era dictador y buscaba y conseguía el apoyo de las autoridades
imperiales: había colaboración armoniosa entre autoridades civiles y
eclesiásticas.
De hecho, ella siempre se había relacionado libremente con las autoridades
municipales y nunca nadie la había molestado; podía manifestar su
independencia política en lugares públicos sin problema, y la gente sabía que
los gobernantes buscaban sus consejos.
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otro que apoya a Cirilo. Los partidarios de éste último se hallan preocupados
por la influencia de Hipatia y las relaciones influyentes que posee (entre ellas,
algunos cristianos).
9. Marzo de 415: en plena Cuaresma, una multitud, al mando de un tal Pedro, se
abalanza sobre la litera de la filósofa cuando ésta volvía a casa tras un paseo
por la ciudad. La golpean y la arrastran hasta el Cesarión, un antiguo templo de
culto al emperador transformado en iglesia, donde la golpean de nuevo con
tejas; a continuación, llevan sus restos hasta el Cinareo, donde los queman.
10. El de Hipatia parece más un asesinato político, no religioso, provocado por
viejos conflictos. Tras este hecho, Orestes renunció a la lucha y se fue de
Alejandría para siempre, de modo que las únicas protestas que hubo, más bien
tímidas, vinieron de los concejales. Finalmente la ciudad se pacificó.
Datos probables
Datos hipotéticos
1. Algunos creen que pudo estar casada con un tal Isidoro, aunque no hay datos
que lo demuestren y, a la luz de lo que sabemos, resulta bastante improbable.
2. Tampoco está claro que el asesinato de la filósofa se produjera por orden del
obispo Cirilo, aunque algunas fuentes parecen acusarlo indirectamente de ello.
3. Es posible que la actividad política de Hipatia estuviera apoyada por los judíos
de la ciudad, puesto que Orestes apoyaba a su vez la resistencia de éstos contra
el obispo.
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B) LOS TEMPLARIOS
Los templarios surgieron a inicios del siglo XII, tras la conquista de numerosos lugares
de Tierra Santa y de Jerusalén por parte de la I cruzada (1095-1099). Los cruzados
organizaron un reino propio, en el que Balduino I fue declarado rey de Jerusalén (1100-
1118). Con el nuevo rey, muchos cruzados decidieron quedarse en la zona para evitar
que los sarracenos la conquistasen de nuevo.
Los templarios emitían, además de los tres votos religiosos de pobreza, castidad y
obediencia, un voto especial de defender y escoltar a los peregrinos y viajeros que se
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trasladaban a Tierra Santa. Les fue dado, como lugar de residencia, una parte del
edificio que ocupaba el segundo rey de Jerusalén, Balduino II (1118-1131) que, según
se creía, estaba situado donde había sido levantado el templo del rey Salomón.
La Orden de los templarios tuvo como insigne amigo y promotor a san Bernardo de
Claraval, por cuyo influjo adoptó una regla similar a la benedictina. Consiguió pronto el
reconocimiento pontificio por parte del Papa Inocencio II, con la bula «Omne datum
optimum» del año 1139: desde ese momento los templarios dependían directamente
del Papa.
El hábito que les distinguía era blanco (como el usado por los cistercienses) con una
visible cruz roja. Entre sus miembros, existía una especie de jerarquía. Estaban, por un
lado, los caballeros, que solían ser nobles o de familia noble, y se dedicaban a las artes
militares. Había también un grupo reducido de sacerdotes o capellanes, para las misas
y demás celebraciones litúrgicas. Además, había un numeroso grupo de escuderos,
normalmente de la clase media, y de hermanos legos, dedicados al servicio doméstico.
La dirección suprema de la orden corría a cargo de un «gran maestre».
Durante los siguientes decenios, la Orden del Temple tuvo un amplio crecimiento y
expansión. Había templarios en Tierra Santa, Chipre, Francia, los reinos de España,
Italia, Inglaterra, Alemania. En el año 1300 se calcula que había unos 4000 caballeros
de la Orden, a los que habría que sumar un buen número de servidores.
Los templarios habían conseguido una fama merecida, sobre todo por el valor
mostrado en acciones de combate. Sus gestas fueron cantadas por la poesía medieval,
lo cual muestra el aprecio que recibieron de sus contemporáneos. Una de las últimas
hazañas militares por la que se les distingue fue la defensa de la postrera plaza
cristiana en Tierra Santa, Tolemaida (San Juan de Acre), que cayó en 1291 bajo el
ataque de un numeroso ejército sarraceno, y que implicóla muerte, entre tantos otros
templarios, del gran maestre de la Orden, Guillermo de Beaujeu. Por sus conocidos
gestos de heroísmo, el Papa Bonifacio VIII no dudó de hablar de los templarios como
de «atletas del Señor» y de «guerreros intrépidos».
Otro aspecto a destacar es que la Orden del Temple fue adquiriendo, con el pasar del
tiempo, un importante poder económico. Los templarios llegaron a ser importantes
prestamistas y acaudalados «banqueros», con lo que es comprensible que no faltasen
envidias y críticas ante su ventajosa situación financiera. Pero no eran tan ricos como
se sigue repitiendo una y otra vez: según algunos estudios, tenían muchos menos
bienes inmuebles que los poseídos por los «austeros» cistercienses...
24
La pérdida de Tolemaida (Acre) implicó el inicio de una nueva fase en la vida de la
Orden. Si los templarios habían nacido en función de la defensa de Tierra Santa, tenían
ahora que asumir nuevas tareas en la vida de la sociedad y de la Iglesia católica, y tal
vez no tenían una clara idea de lo podían hacer por la cristiandad. Organizaron su
cuartel general en la isla de Chipre, una especie de avanguardia cristiana en espera de
la «reconquista» de Palestina; pero muchos templarios marcharon a vivir a Francia,
una de las naciones que más vocaciones había dado a la Orden.
El rey francés pudo contar, contra el Papa, con aliados de peso en Italia: dos cardenales
de la potente familia Colonna defendían la idea de que Bonifacio VIII era un Papa
ilegítimo. Los cardenales Colonna fueron excomulgados, pero consiguieron huir a
Francia para pedir la protección de Felipe IV, mientras que algunos de sus familiares en
Italia continuaban sus intrigas contra el Papa.
Tras la muerte de Bonifacio VIII, los cardenales eligieron Papa a Nicolás (Niccolò)
Boccasini (1240-1304), que tomó el nombre de Benedicto XI y sólo gobernó la Iglesia
por un año (1303-1304). En ese breve tiempo hizo importantes concesiones a Felipe el
Hermoso y absolvió a los Colonna, pero no a Nogaret, a quien mantuvo la excomunión
por la afrenta de Anagni.
25
El cónclave de 1304-1305 fue especialmente difícil y largo, pues en él se enfrentaron,
de una parte, los partidarios del rey de Francia y de la familia Colonna, y de otra, los
defensores del legado de Bonifacio VIII. Al final, los cardenales eligieron a Bertrand de
Got (ca. 1264-1314), arzobispo de Bordeaux, que se encontraba en esos momentos en
Francia.
El drama inicia, como ya insinuamos, con las ambiciones económicas, las envidias y los
odios de Felipe IV el Hermoso. ¿De dónde nacieron estas actitudes? No es fácil saberlo,
sobre todo si señalamos que los templarios (de origen francés) apoyaron al rey en sus
disputas contra Bonifacio VIII, y que el mismo rey confirmó, el año 1304, todos los
privilegios dados en Francia a la Orden militar.
Pudo haber influido en Felipe IV un hecho personal: en 1306, tras una sublevación
ocurrida en París, el rey encontró protección segura al refugiarse en la fortaleza (el
Templo) que tenían los templarios de la ciudad. Quizá este hecho hizo pensar al
monarca en el «peligro» que implicaba la existencia de un grupo de hombres tan
poderosos, y le llevó a poner en marcha la idea de destruirlos.
También hay que tener en cuenta que Felipe IV tenía serios problemas económicos.
Ello explica que arrestase y exiliase a todos los judíos de su reino el 21 de julio de 1306,
26
lo que le permitió apropiarse de todos sus bienes. Más tarde, en 1311, haría algo
parecido con los mercaderes italianos. En 1307 les llegaba el turno a los templarios.
Para acaparar sus riquezas, sin embargo, habría que anular su poder, su prestigio y,
sobre todo, su dependencia directa del Papado.
La primera fase consistió en buscar y reunir acusaciones contra los templarios. Entre
los primeros «testigos» encontramos a un personaje turbio, Esquiu de Floyran, que
decía haber sido templario y que había cometido diversos delitos que le llevaron a la
cárcel. Una vez en libertad, se dirigió primero a la corte del rey de Aragón, Jaime II, con
una serie de graves acusaciones contra la Orden del Temple que habría obtenido,
supuestamente, de un templario apóstata conocido en la cárcel. El rey aragonés no
hizo ningún caso de estas acusaciones, y entonces Esquiu marchó a Francia.
Las calumnias de Esquiu fueron, obviamente, muy bien acogidas por Felipe el
Hermoso, y no falta quien insinúa que detrás de Esquiu estaba la astucia y la
imaginación de Guillermo de Nogaret. El rey pudo también «reunir informaciones» de
algunos templarios que habían dejado la orden o habían sido expulsados por su mala
conducta (lo cual ya los hace testigos poco fiables). Incluso el rey instigó a doce
falsarios para entrar en la Orden y actuar como espías, para poder testificar asícontra
los templarios.
Felipe IV iba informando de las distintas críticas y acusaciones al Papa para preparar el
terreno a la hora de presionarle a iniciar un proceso contra la Orden del Temple.
Clemente V empezóa dudar de la inocencia de los templarios y llegó a pensar en la
necesidad de una investigación, una idea que barruntaba ya en el verano de 1307.
Previamente, el rey había realizado una maniobra que resultó vital para su proyecto. El
gran maestre de los templarios, Jacobo (Jacques) de Molay (ca. 1243-1314), residía en
Chipre (que, como dijimos, era la sede central de la Orden) y habría que atraerlo a
Francia. El Papa lo llamó, quizá en parte con la idea de que había que analizar ciertos
proyectos para preparar la conquista de Tierra Santa, quizá también para pedirle una
defensa de la Orden. Jacobo no intuyó el peligro al que iba a exponerse, y partió hacia
Francia con un nutrido grupo de caballeros. El rey, de manera cínica, lo agasajó
grandemente en París, e incluso le permitió ser padrino de uno de sus hijos. La víctima
había caído, sin saberlo, en una complejísima telaraña de la que sólo lograría librarse
con la muerte.
Mientras, Felipe IV terminaba de mover las últimas piezas para que el plan fuese
perfecto. Tenía como confesor a Guillermo Imbert, que era, además, el gran inquisidor
del reino. Con su apoyo, en nombre de la Inquisición, el rey podía echar mano a los
templarios bajo la falsa acusación de herejía, con lo que evitaba el problema de la
invulnerabilidad de una Orden que dependía directamente del Papa.
Empieza el drama. El 22 de septiembre de 1307, el rey envía órdenes secretas para que
la mañana del día 13 de octubre se proceda al arresto de los templarios presentes en
su reino y a la incautación de todos sus bienes. La ejecución del mandato real cogió de
sorpresa a Jacobo de Molay (que se encontraba en París, preparando un viaje a la
corte papal para defender a la Orden de las acusaciones que corrían ya por todas
27
partes) y a los más de 1000 templarios (tal vez 2000) residentes en Francia. Para tal
arresto masivo, el rey contó con un eficaz ejército privado y una especie de policía, que
ya habían mostrado su destreza a la hora de arrestar y expulsar a los judíos. La
«conquista» de la fortaleza (el Templo) que los templarios tenían en París corrió a
cargo del mismo Nogaret, que convirtió a aquel recinto en la cárcel de los que antes
eran sus propietarios...
El golpe fue tan inesperado que el mismo Papa Clemente V tuvo que protestar ante el
abuso real, con una carta fechada el 27 de octubre de ese mismo año 1307. Envió,
además, a dos cardenales, Berenguer Fredol y Esteban de Siuzy, para conminar al rey a
que pusiese en sus manos las personas y los bienes de los templarios. Veremos en
seguida cómo maniobró el rey ante esta petición papal.
Antes de la llegada de los dos cardenales, el rey empezó a conseguir «resultados» muy
favorables a sus planes. Los comisarios reales torturaban a los templarios y les
obligaban a confesar sus delitos. Cuando éstos cedían psicológicamente, llamaban a los
inquisidores que recogían las «confesiones» de los presuntos culpables. Muchos
templarios sucumbieron y se acusaron de delitos contra la fe y contra la moral
(normalmente de aquellos delitos sobre los que se les preguntaba según una lista
previamente preparada por los inquisidores).
Jacobo de Molay, que tenía unos 64 años, cedió a la presión psicológica, si bien parece
que no fue torturado físicamente. El 24 de octubre de 1307 declaró, ante el inquisidor
Imbert y varios testigos, haber renegado de Cristo y haber escupido sobre la cruz. Más
aún, envió una carta a todos los templarios de Francia para que confesasen, por
mandato suyo, aquellos delitos de los que fuesen acusados. No es el momento de
juzgar este gesto de debilidad de Molay. Veremos que, en el decurso de los hechos,
aumentará su entereza moral y llegará a dar, con su muerte, testimonio de amor a la
verdad y de la inocencia de su Orden.
Los dos cardenales enviados por el Papa fueron recibidos con bastante retraso. El rey
los acogió con benevolencia. Renovó sus promesas, llenas de no poca hipocresía, de
fidelidad a la Iglesia, y manifestó su disponibilidad de entregarles las personas de los
templarios, pero sin liberar, por el momento, a ninguno. Poco tiempo después los
cardenales consiguieron entrevistar a Jacobo de Molay y a varios templarios en la
cárcel, y éstos hicieron sus primeras retractaciones.
El Papa, por su parte, estaba indignado por el papel que la Inquisición había jugado en
Francia contra los templarios. Por eso, a inicios de 1308, suspendió de su cargo a
Guillermo Imbert. Además, privó a la Inquisición francesa de competencias en el
asunto de los templarios, y pasó el proceso a los tribunales diocesanos. Por desgracia,
el Papa no mantuvo estos gestos de valor, pues más adelante, bajo las presiones del
rey, confirmó a Imbert como juez para el caso de los templarios.
Mientras, Felipe IV había enviado una pregunta a la facultad teológica de París: ¿tenía
el rey de Francia la facultad de apresar, juzgar y condenar a los herejes? La facultad le
dio una respuesta negativa. Entonces empezó a promover, a través de Pedro Dubois (al
que ya mencionamos como autor de un primer escrito contra los templarios), una serie
28
de ataques contra Clemente V, al que acusaba de poca firmeza para gobernar la Iglesia
y de haberse dejado sobornar por los templarios. En uno de sus escritos, Dubois le
recuerda al rey cómo Moisés conminó a los israelitas para que asesinasen a los infieles
del pueblo, sin pedir permiso a Aarón: también el rey podría actuar así, sin tener que
avisar al Papa...
Para aumentar su presión sobre Clemente V, Felipe IV convocó los estados generales
para el 5 de mayo de 1308, en la ciudad de Tours. Allí recibió un apoyo casi unánime:
los templarios merecían la pena de muerte por ser herejes y por haber cometidos
crímenes nefandos. Las calumnias y las presiones del rey habían logrado una nueva
victoria, y todavía quedaba uno de los puntos más difíciles: doblegar la voluntad del
Papa.
El rey quiso encontrarse con Clemente V en la ciudad de Poitiers (que fue durante
bastante tiempo residencia provisional del Papa), de mayo a julio de 1308. El rey
reconoció al Papa su competencia para juzgar a la Orden del Temple, si bien «se
ofrecía», para «ayudar» al Papa, a mantener en arresto a la mayor parte de los
templarios. Permitió, además, que un grupo de templarios, bien seleccionados, se
presentasen ante el pontífice, al mismo tiempo que inventaba excusas absurdas para
impedir que Jacobo de Molay y otros jefes insignes de la Orden pudiesen ser
interrogados por el Papa. Los prisioneros seleccionados se acusaron de tales delitos y
con tanto descaro que Clemente V quedó muy impresionado.
Fue entonces cuando el Papa se decidió del todo a iniciar el proceso, llevado a cabo en
un doble binario. Por un lado, habría un proceso pontificio, en el que se analizasen los
eventuales delitos de la Orden en su conjunto; por otro, los obispos realizarían
procesos diocesanos para analizar los presuntos delitos de los templarios en cuanto
personas particulares.
Además, y siempre bajo las presiones del rey, el 22 de noviembre de 1308 Clemente V
pidió que fuesen arrestados y juzgados los templarios de las demás naciones cristianas,
y que sus bienes pasasen bajo el control de la Iglesia. Aludiremos un poco más
adelante a cómo fue acogida y aplicada la orden papal.
Hubo que esperar a noviembre de 1309 para que diese inicio el proceso pontificio
contra la Orden del Temple. Fue llamado a declarar Jacobo de Molay. Después de unos
momentos de vacilación, defendió públicamente la inocencia de la Orden, y declaró su
fe católica, lo cual era una importante retractación pública de lo que había firmado
bajo las presiones psicológicas durante los primeros meses. Las palabras de Molay
debieron de sentar muy mal a uno de los personajes presentes en la comisión y que ya
nos es suficientemente conocido: Nogaret. Con permiso del obispo que presidía el
tribunal, Nogaret empezó a interrogar a Molay y éste le desmintió sus acusaciones
llenas de veneno. Al final, Jacobo de Molay pidió que se le concediese la gracia de
escuchar misa, lo cual no pediría alguien que fuese verdaderamente hereje...
29
«Tres meses antes de mi confesión me ataron las manos a la espalda tan
apretadamente que saltaba la sangre por las uñas, y sujeto con una correa me
metieron en una fosa. Si me vuelven a someter a tales torturas, yo negaré todo lo que
ahora digo y diré todo lo que quieran. Estoy dispuesto a sufrir cualquier suplicio con tal
de que sea breve; que me corten la cabeza o me hagan hervir por el honor de la Orden,
pero yo no puedo soportar suplicios a fuego lento como los que he padecido en estos
dos años de prisión».
Cada vez eran más los templarios que retractaban lo firmado bajo torturas y que se
mostraban dispuestos a defender a su Orden. Entre febrero y abril de 1310, más de
500 templarios quisieron dar este paso y se ofrecieron para hablar ante los jueces en
París. Muchos de ellos sabían a qué se estaban arriesgando: en aquel tiempo, un
hereje que primero confesaba sus errores y luego se retractaba, podía ser condenado
a la hoguera.
La valentía recobrada por las víctimas ponía al rey en graves problemas, y tuvo que
pensar, con sus ministros, un golpe de mano que asustase a muchos y produjese un
fuerte impacto en la «opinión pública». Para ello, el rey contó con la complacencia del
nuevo arzobispo de Sens, Felipe de Marigny, hermano de uno de los ministros de
Felipe IV, que tenía la competencia de juzgar a los templarios encarcelados en la zona
de París. Preparó un tribunal eclesiástico apresurado para juzgar a algunos templarios
que habían retractado las acusaciones anteriores. Los procuradores de los templarios,
apenas conocieron la noticia, avisaron a la comisión pontificia de lo que estaba por
ocurrir; incluso Pedro de Bolonia entregó un documento de apelación al Papa. Pero sus
peticiones no fueron atendidas.
30
prisiones, la muerte había causado ya no pocas víctimas entre los templarios que
mendigaban un poco de justicia humana. A muchos de los que morían en las cárceles
les fueron negados los sacramentos y la sepultura en un cementerio cristiano.
El rey imponía, de este modo, el sistema del terror. Muchos templarios dispuestos
antes a retractarse dejaron ahora de hablar en favor de su Orden. Otros, como el
mismo Pedro de Bolonia, escaparon, pues se dieron cuenta de que no había ningún
margen de defensa equa. No faltaron algunos que continuaron en su empeño por
defender al Temple. Como aquel templario que, el día 13 de mayo de 1310 (un día
después de la muerte de sus 54 compañeros), se atrevió a declarar ante la comisión
pontificia:
¿Qué ocurría, mientras, en otras naciones? No nos detenemos ahora para hablar de lo
que ocurrió en tantos lugares entre 1307 y 1312. Podemos decir, en modo de
resumen, que hubo reyes, como Jaime II de Aragón y Eduardo II de Inglaterra, que
inicialmente defendieron a los templarios por su fama y los nobles servicios prestados
a los reinos cristianos. Pero cuando se hizo pública la orden papal de arrestar a los
templarios y «poner a salvo» sus bienes, la catástrofe fue inevitable.
En algunos lugares, los templarios fueron sometidos a tormentos, pero ello no les llevó
a declararse culpables, mientras que en otros, algunos de los torturados confesaron
aquellos delitos que no habían cometido. Hubo también varios procesos diocesanos en
los que se declaró la inocencia de los caballeros del Temple. No faltaron monarcas que
aprovecharon la situación para expropiar a los templarios de sus bienes, a pesar del
disgusto de Clemente V.
En Portugal, en cambio, los templarios gozaron del favor del monarca reinante, don
Diniz. Éste los tomó bajo su custodia y dejó que el proceso diocesano siguiese su curso
normal. Terminadas las averiguaciones, los templarios fueron declarados inocentes, y
el rey quiso «fundar» de nuevo a la Orden (ya suprimida por el Papa) con el nombre de
Caballeros de Cristo. En Alemania los procesos canónicos mostraron también la
inocencia de los templarios.
Es oportuno notar que en Chipre, la sede central de los templarios, fue organizado un
proceso contra los miembros de la Orden (unos 180 en la isla). De entre ellos, muchos
eran franceses y de otros lugares de Europa, y ninguno admitió conocer delito alguno
31
de aquellos caballeros que habían sido antes compañeros en el Temple y que ahora
confesaban culpas absurdas en las prisiones de Francia.
La disolución
El golpe final contra los templarios sólo podía darlo el Papa, y Clemente V pensó
hacerlo con el apoyo de un concilio. Así, se convocó el concilio de Vienne (1311-1312),
que tenía ante sí tres asuntos centrales: el «problema» de los templarios, la
organización de una cruzada en Tierra Santa, y la reforma de la Iglesia. Mientras se
organizaba el concilio siguieron los interrogatorios individuales de templarios por parte
del obispo de París, en los que los miembros de la Orden mostraron su debilidad con
retractaciones y autoacusaciones que se sucedían continuamente.
En una comisión interna que se dedicó a analizar las actas, muchos hicieron notar que
no cabía, en justicia, una condena contra la Orden del Temple. No faltaron voces
prestigiosas, sin embargo, que se alzaron a favor de la supresión de los templarios.
Por su parte, el rey francés volvió a jugar la baza de la presión política: convocó unos
nuevos estados generales en Lyon, en febrero de 1312, y volvió a hacer presentes los
muchos crímenes cometidos por los templarios. Además, envió a Nogaret y a otros
embajadores a la sede del concilio, Vienne, para ejercer una mayor presión sobre el
Papa. Hizo llegar un poco más tarde una carta, fechada el 2 de marzo de 1312, donde
pedía insistentemente a Clemente V que suprimiese a los templarios y diese sus bienes
a otra orden.
El Papa quedó tranquilo. Preparó la bula Vox in excelso (que lleva la fecha de 22 de
marzo de 1312), y la presentó al concilio el 3 de abril de 1312. El concilio no puso
objeciones a la decisión papal. En la sesión solemne, junto al Papa, estaba sentado el
rey francés: había triunfado, al menos a los ojos de quien ve la historia sólo como un
conjunto de intrigas y maniobras humanas.
32
papales. ¿Qué motivos se adujeron para tal decisión? El Papa reconoció que no había
sido probada la culpabilidad de la Orden; pero, como la Orden se encontraba tan
fuertemente difamada, y algunos de sus dirigentes habían dado confesión espontánea
(así dijo Clemente V) de sus crímenes y delitos, ya no podía cumplir su fin propio (servir
y defender la Tierra Santa), y era algo casi seguro que ya nadie querría ingresar en la
misma.
Quedaban dos asuntos pendientes en todo este largo proceso. El primero se refería a
los bienes de los templarios. ¿Qué hacer con ellos? Felipe IV, a través de sus ministros,
ya había echado mano a buena parte del tesoro de la Orden en París. Pero había que
tomar una decisión que fuese aceptada por el Papa. Aunque el rey manifestaba su
deseo de que los bienes fuesen entregados a una nueva Orden militar, el Papa
determinó, con la bula Ad providam Christi Vicarii (2 de mayo de 1312) que los bienes
confiscados fuesen destinados a la Orden de San Juan de Jerusalén, menos aquellos
bienes que se encontraban en los reinos hispánicos, sobre cuyo reparto hubo que
esperar diversos años.
Según parece, el rey francés tenía planeado, con su fiel Nogaret, iniciar también un
proceso contra los Hospitalarios, pero la muerte les detuvo en sus ambiciones. De
todos modos, el rey se vio libre de sus no pequeñas deudas con los bienes que arrancó
a los templarios, y recibió importantes sumas de dinero por diversos conceptos
relacionados con el largo proceso, con lo que en parte su ambición quedó satisfecha.
El segundo asunto era más delicado. ¿Qué hacer con las personas de los templarios?
Clemente V determinó, el 6 de mayo de 1312, que continuasen los procesos
diocesanos, mientras que el juicio sobre el gran maestre y otros dirigentes de la Orden
quedaría reservado al Papa (cosa que, en realidad, delegó a una comisión de
eclesiásticos). Estableció asimismo que se asegurase la devolución de sus bienes a los
templarios inocentes, y que fuesen tratados benignamente aquellos que confesasen
sus culpas.
Los dirigentes de los templarios fueron juzgados por dos cardenales y el arzobispo de
Sens, Felipe de Marigny (que ya conocemos), según una decisión del Papa en
diciembre de 1313. El 18 de marzo de 1314, sin haber dejado espacio a la defensa de
los acusados, se emitió la sentencia en una sesión pública que se tuvo en la misma
París: cadena perpetua a los culpables. Jacobo de Molay y Godofredo de Charney (que
era preceptor de Normandía), sin que nadie les preguntase, tomaron la palabra y
declararon ante los presentes su inocencia.
Nosotros no somos culpables de los crímenes que nos imputan; nuestro gran crimen
consiste en haber traicionado, por miedo de la muerte, a nuestra Orden, que es
inocente y santa; todas las acusaciones son absurdas, y falsas todas las confesiones.
Este gesto de valor impresionó profundamente a los presentes. Los jueces decidieron
tener al día siguiente una nueva sesión para decidir qué hacer después de lo ocurrido.
Pero la noticia llegó con rapidez al rey, que no quiso esperar más tiempo. Ordenó por
su cuenta que los dos templarios fuesen quemados vivos ese mismo día. Jacobo de
Molay y Godofredo de Charney morían bajos las llamas, pocas horas después, en una
33
isla del río Sena. Algunos dice que Jacobo, antes de morir, pidió que le aflojasen las
cadenas para poder unir sus manos como gesto de un caballero que quiere rezar a
Dios. No se dio sepultura a los cuerpos de las víctimas: sus cenizas fueron arrojadas a
las aguas del río, testigo mudo de una condena injusta.
Los sistemas jurídicos de aquel tiempo aceptaban una compleja interacción entre
tribunales eclesiásticos y tribunales civiles que hoy nos resulta inaceptable. El uso de la
tortura, además, era algo admitido como «normal» para obtener la confesión de los
presuntos culpables. Muchos, por motivos de diverso tipo, sucumbían ante sus
verdugos, y se autoacusaban de delitos nunca cometidos. Los templarios, en este
sentido, no fueron una excepción, y mostraron la propia debilidad a la hora de
enfrentarse con jueces y carceleros sumamente hábiles en conseguir confesiones
fáciles.
Quedaría por ofrecer una palabra respecto a las numerosas y a veces absurdas
leyendas que giran en torno a los templarios. Hacerlo exigiría un trabajo arduo para
ver cómo y por qué han sido inventadas, aceptadas y difundidas narraciones llenas de
fantasía y errores que muestran muy poco sentido histórico y, en no pocas ocasiones,
mala fe y deseo de engañar al gran público.
La situación se hace más compleja si recordamos cómo, en los últimos siglos, han
surgido personas y grupos que han pretendido «resucitar» a los templarios, a veces a
través de la creación de sectas sincretistas y heterodoxas. Por mencionar un caso entre
34
muchos, podemos evocar el de René Guénon (1886-1951), un presunto visionario que
declaró haber sido visitado por el espíritu de Jacques de Mollay, que luego se convirtió
en «obispo gnóstico», y terminó su vida como musulmán.
Quisiera aludir, para terminar, a un documento que fue dado a la luz a inicios del año
2006. Fue encontrado en los archivos vaticanos y recoge la absolución del Papa
Clemente V a Jacobo de Molay y a los dirigentes de los templarios. El documento lleva
la fecha de agosto de 1308 y está firmado por varios cardenales. Este escrito ayudará a
los estudiosos para comprender mejor el drama que terminó con la existencia de una
de las más importantes Órdenes de caballeros cristianos: los templarios.
Fernando Pascual
C) LAS CRUZADAS
Según el profesor Cardini, «las Cruzadas no han sido nunca "guerras de religión", no
han buscado nunca la conversión forzada o la supresión de los infieles. Los excesos y
violencias realizados en el curso de las expediciones --que han existido y no se deben
olvidar- deben ser evaluados en el marco de la normal aunque dolorosa
fenomenología de los hechos militares y siempre teniendo presente que alguna razón
35
teológica los ha justificado. La Cruzada corresponde a un movimiento de peregrinación
armado que se afirmó lentamente y se desarrolló en el tiempo -entre el siglo XI y el
XIII- que debe ser entendido insertándolo en el contexto del largo encuentro entre
Cristiandad e Islam que ha producido resultados positivos culturales y económicos.
¿Cómo se justifica si no el dato de frecuentes amistades e incluso alianzas militares
entre cristianos y musulmanes en la historia de las Cruzadas?».
Para confirmar sus tesis el profesor Cardini recuerda la contribución de San Bernardo
de Claraval (1090-1153) que contra la caballería laica, como aquella del siglo XII
formada por gente ávida, violenta y amoral, propuso la constitución de «una nueva
caballería» al servicio de los pobres y de los peregrinos. La propuesta de San Bernardo
era revolucionaria, una nueva caballería hecha de monjes que renunciase a toda forma
de riqueza y de poder personal y que incluso en la guerra aprendiese que al enemigo
se lo puede incluso matar, cuando no haya otra opción, pero que no se le debe odiar.
De aquí la enseñanza de no odiar ni siquiera en la batalla.
La Cruzada entendida como «guerra santa» contra los musulmanes, también sería
según Cardini una exageración. «En realidad -subraya el profesor- lo que interesaba en
las expediciones al servicio de los hermanos en Cristo, amenazados por los
musulmanes, era la recuperación de la paz en Occidente y la puesta en marcha de la
idea de socorro a los correligionarios lejanos. La Cruzada significaba reconciliarse con
el adversario antes de partir, renunciar a la disputa y a la venganza, aceptar la idea del
martirio, ponerse a sí mismos y los propios haberes a disposición de la comunidad de
los creyentes, proyectarse en una experiencia a la luz de la cual, por un cierto número
de meses y quizá de años, se pondría el seguimiento de Cristo y la memoria del Cristo
viviente en la tierra que había sido el teatro de su existencia terrena en el culmen de la
propia experiencia».
Franco Cardini
36
espiritual simplemente proporcionaba la cobertura, bastante ridícula por otra parte,
para semejante aventura de saqueo y pillaje.
37
hospitalarios, primero, y los templarios después. No fue mejor la situación económica
en las siguientes cruzadas.
38
Este acontecimiento milanés no es sino una confirmación, entre tantas, de un hecho
desconcertante: después de dos siglos de propaganda incesante, la "leyenda negra"
construida por los iluministas como arma de la guerra psicológica contra la Iglesia
Romana, terminó por instalar un "problema de conciencia" en la ‘intelligentzia’
católica, aparte de hacerlo en imaginario popular.
En lo que dice respecto a las cruzadas, la propaganda anticatólica llegó hasta invadir el
nombre, como el término "Edad Media", excogitado por la historiografía "iluminista".
Los que hace novecientos años tomaron por asalto Jerusalén considerarían estúpidos a
lo que les hubiesen dicho que daban cumplimento a aquello que sería llamado como
"primera Cruzada". Para ellos, era iter, peregrinatio, succursus, passagium.
¿Quién fue agredido y quién es el agresor? Cuando en 638 el califa Omar conquista
Jerusalén, ésta era, desde hacía más de tres siglos, cristiana. Poco después, secuaces
del Profeta invaden y destruyen las gloriosas iglesias, primero de Egipto y, después, de
todo el norte de África, llevando la extinción del cristianismo en lugares que habían
tenido obispos como Santo Agustín. Después le tocó su turno a España, a Sicilia, a
Grecia, a aquella que será llamada ‘Turquía’, donde las comunidades fundadas por el
mismo San Pablo se convirtieron en montes de ruinas. En 1453, después de siete siglos
de asalto, capitula y es islamizada la misma Constantinopla, la segunda Roma. El
tornado islámico alcanza los Balcanes, y, como por milagro, es detenido y obligado a
retirarse de las puertas de Viena.
Entretanto, hasta el siglo XIX, todo el Mediterráneo y todas las costas de los países
cristianos que le miran, son "reservas" de carne humana: navíos y países serán
asaltados por incursiones islámicas, que retornan a las guaridas magrebíes llenos de
botines, de mujeres y de jóvenes para los placeres sexuales de los ricos y de los
esclavos obligados a morir de agotamiento o para ser rescatados a precios altísimos
por los Mercedarios y Trinitarios. Exécrese, con justicia, la masacre de Jerusalén en
1099, pero no se olviden de Muhamad II, en 1480, en Otranto, simple ejemplo de un
cortejo sanguinario de sufrimientos. Aún hoy: ¿qué países musulmanes reconocen a
los otros que no sean los suyos, los derechos civiles o la libertad de culto? ¿Quién se
indigna con el genocidio de los armenios, antes y de los sudaneses cristianos, hoy?
El mundo, según los devotos del Corán, ¿no está aún hoy dividido en "territorio del
Islam" y "territorios de guerra: todos los lugares, aún no musulmanes, pero que deben
39
convertirse en tales, de buenas o malas maneras? ¿No es esta la ideología
sobreentendida por muchos en la inmigración masiva rumbo a Europa?
Una simple revisión de la historia, incluso en sus líneas generales, confirma una verdad
evidente: una Cristiandad en continua posición de defensa en relación a una agresión
musulmana, desde el comienzo hasta hoy (en África, por ejemplo, está en curso una
ofensiva sanguinaria para islamizar las etnias que los sacrificios heroicos de
generaciones de misioneros habían llevado al bautismo).
Admitido que alguien, en la historia, debiese pedir disculpas a otro, ¿deberían ser los
católicos los que deberían pedir perdón por un acto de autodefensa, por la tentativa
de haber por lo menos abierto el camino de la peregrinación a los lugares de Jesús,
como fue el ciclo de las cruzadas?
Vittorio Messori
D) LA CONQUISTA DE AMÉRICA
40
Cuando se aborda la historia de Hispanoamérica (sea de forma general, sea sobre un
periodo, territorio o aspecto concreto), o, más reducido, cuando se trata la historia de
España sin hacer referencia al Nuevo Mundo, tarde o temprano nos encontramos con
el fenómeno que se ha dado en llamar “Leyenda Negra”, como si se tratara de un
fantasma cuya visión fuera inevitable. Y aparece tanto de forma inconsciente,
reflejándose en el resultado final del trabajo (ya sea éste histórico, literario,
periodístico, o de cualquier otro tipo) de los distintos autores algunas de las opiniones
y explicaciones que de la historia hispanoamericana proporciona dicha leyenda, como
conscientemente, cuando el autor en cuestión, mientras realiza su tarea, se enfrenta
ante la reflexión de si lo que está haciendo se corresponde con la verdad o con el
tópico, o incluso con la falsedad; pero unos tópicos y unas falsedades, unas
deformaciones históricas en suma, tan persistentes y tan definidas que hasta gozan de
nombre propio.
Siguiendo con esto, la Leyenda va más allá de la historia entendida simplemente como
relato de lo sucedido en el pasado, puesto que, con la misma importancia que esto,
también se compone de una interpretación de las causas y del significado de esos
mismos sucesos. Llega así a formar parte de lo que es una ideología en el sentido
amplio del término, es decir, el conjunto de ideas que caracterizan el pensamiento de
una persona, de un grupo, o de una época: en definitiva, lo que entendemos por una
mentalidad. Incluso se puede afirmar, sin caer en la exageración, que por lo que tiene
de ideológico, de interpretación de la historia conforme a unas ideas o doctrinas
determinadas, forma parte de lo que en filosofía se denomina una cosmovisión: una
manera de ver e interpretar el mundo en su conjunto; en este caso, una manera de ver
e interpretar la historia del mundo, o de una parte de éste.
No debe extrañar que esto sea así. No es necesario hacer filosofía de la historia y decir,
con Hegel, que las ideas son el motor de esa misma historia, del desarrollo de los
acontecimientos humanos. Basta con percatarse, y esto nadie puede negarlo, que la
Historia, así escrita, con mayúscula, la explicación e interpretación del pasado antes
referida, es la base de las diferentes doctrinas sociopolíticas (incluso de las que niegan
esto, pues ya con esa negación toman una postura frente a la misma historia). Y es que
dar una interpretación del pasado supone mostrar lo que es o ha sido bueno y lo que
es o ha sido malo, lo justo y lo injusto, o lo que consideramos que lo es, así
demostrado por el resultado de los acontecimientos pretéritos. En cierto modo, esto
es afirmar que la historia es el “laboratorio de la moral”, y es por ello por lo que se
puede decir que la interpretación de la historia es el fundamento de la política, en el
sentido más amplio y noble de la palabra: de la forma como organizamos las relaciones
41
de la sociedad en el presente. Ahí es donde se encuentra la verdadera importancia de
la Historia y la necesidad de su estudio y de su conocimiento.
La mejor manera para definir algo, posiblemente, comienza por buscar su significado
en los diccionarios. Según el de la Real Academia Española, la palabra leyenda significa,
en su 4ª acepción, “relación de sucesos que tienen más de tradicionales y maravillosos
que de históricos y verdaderos”. En este mismo diccionario encontramos que el
adjetivo negra se refiere tanto a algo “oscuro y deslucido, o que ha perdido el color
que le corresponde” (4ª acepción), es decir, que no es como debería ser en realidad,
como a “la novela o el cine de tema criminal y terrorífico, que se desarrolla en
ambientes sórdidos y violentos” (6ª acepción), es decir, una fantasía en torno al mal.
Con lo dicho, resulta evidente que el término de “Leyenda Negra” no ha sido acuñado
por quienes sostienen esa determinada visión de la historia hispanoamericana, sino
precisamente por quienes han reaccionado en contra de tales opiniones, al considerar
que presentan como verdad lo que no lo es (es decir, leyenda), y considerar además
que lo hacen intencionadamente de manera deformada y negativa (es decir, negra),
para crear una opinión contraria. El mismo Diccionario de la Real Academia da una
definición históricamente muy acertada, aunque algunos puedan estimarla
incompleta, de la propia Leyenda Negra: “opinión antiespañola difundida a partir del
siglo XVI y basada en la política de España en Italia, Alemania y los Países bajos, y en la
conquista de América”.
Más allá de la discusión sobre las palabras (que, en cualquier caso, siempre es
importante), lo que pretende el párrafo anterior es adelantar que la Leyenda Negra no
es realmente Historia, como quedará explicado más adelante, puesto que no se
corresponde con la realidad de los hechos, sino que es una ficción. Pero no se trata
simplemente de una ficción literaria, sin más pretensiones que las propias del género,
sino que es una ficción, como se indicó en la introducción, al servicio de unos
planteamientos ideológicos, doctrinales, o de unos intereses particulares.
Una vez definido lo que es la Leyenda Negra, surge la inevitable pregunta: ¿y esto, por
qué? Pues por algo tan simple como es la pugna por la hegemonía, en la que la
Leyenda no es sino un instrumento propagandístico de quienes disputan esa
hegemonía a España, primera potencia mundial durante tres siglos. En este sentido, los
elementos esenciales para el nacimiento de la Leyenda no son más que la envidia y la
competencia expansiva de sus rivales. Nada nuevo por otra parte en la Historia, sino
una constante desde el principio de las relaciones entre civilizaciones y entre estados.
Pero no se trata sólo de una pugna política entre naciones fuertes, entre potencias,
por la hegemonía mundial (España está presente a lo largo de ese periodo en todos los
continentes y en todos los océanos), sino también de una pugna entre dos formas de
concebir las relaciones entre los pueblos, –el Imperio frente a la afirmación nacional–,
y de una pugna religiosa y cultural –entre el catolicismo y el protestantismo–.
Por eso la Leyenda Negra no se dirige únicamente contra España por su poderío como
Estado, de cara a desacreditar a la nación española y disputarle esa hegemonía, sino
42
también contra la Fe y la Iglesia católicas, que son quienes con sus principios morales y
su labor eclesiástica, a la vez que impulsan la historia de España durante la mayor
parte de su existencia, constituyen el eje de la cultura, en su más amplio significado,
europea occidental desde el Bajo Imperio hasta la Reforma luterana, reforma que
junto con la ruptura espiritual conlleva una ruptura cultural, la crisis de las
mentalidades en Europa. En ese sentido el objetivo de la Leyenda Negra es crear una
opinión contraria a los principios religiosos, morales y culturales del catolicismo, y a las
formas como esos principios se han materializado mediante un modelo social y de
pensamiento que hunde sus raíces en el organicismo medieval, en la idea imperial, y
en el predominio de la Fe, y del que la España de los siglos XV al XVIII se convierte en
ejemplo casi paradigmático. Crear una opinión contraria, obviamente, por quienes
sostienen unas doctrinas opuestas o por quienes ven con resquemor el hecho de no
haber sido los protagonistas de esos acontecimientos o de esa época, o, simplemente,
el hecho de no haber gozado de una posición de predominio internacional para su
propio beneficio e interés.
Este es, sin duda, uno de los rasgos más característicos de la Leyenda Negra: “que
consiste en la descalificación global de un país (...) a largo de toda su historia, incluida
la futura. En eso consiste la peculiaridad original de la Leyenda Negra”, según palabras
de Julián Marías, y se puede añadir que de unas ideas religiosas o de base religiosa, por
no decir directamente de una religión y ser tachados por ello de exagerados.
Precisamente, es una descalificación global en la medida en que responde no sólo a
una envidia nacional o a un recelo del pasado, sino también en la medida que tiene ese
componente doctrinal del que hemos hablado, que conlleva una visión o una
interpretación, evidentemente generalizadora, del mundo. Pero no se puede caer en la
simpleza de creer que se debe a una especie de conjura internacional contra España,
mantenida de forma constante a lo largo de los últimos cinco siglos. Que la
descalificación que se pueda encontrar de España se haga de forma global no significa
que sea generalizada, que la haga todo el mundo y en todo momento. Unas líneas más
arriba se ha dicho que consiste en crear una opinión contraria por quienes sostienen
unas doctrinas o intereses opuestos a ese supuesto “ideal histórico” que España
representa en la época Moderna; pero sólo por ellos, es decir, por aquellas elites o
43
grupos ideológicos o políticos enfrentados a ello, con la fuerza y los medios que la
situación y los intereses en conflicto en cada momento se lo indiquen o se lo permitan.
Hay otra particularidad de la Leyenda Negra: que no es meramente una acción externa
a España o a Hispanoamérica, sino que se da dentro de nuestra propia sociedad, por
parte de quienes son conciudadanos nuestros. Y esto está motivado por la misma
causa ideológica que lo anterior: en la medida en que uno piensa de forma distinta, o
incluso opuesta, a la que ha sido el motor de la historia hispanoamericana durante
trescientos años, uno se aparta en mayor o menor medida de la identificación con su
pasado nacional o colectivo, interpretándolo así de distinta forma, desde la frialdad de
la indiferencia, que no por ello deja necesariamente de ser objetiva, hasta el rechazo y
la aversión por esa historia, lo que lleva a muchos a caer en esa interpretación y
manipulación negativa de su propio pasado. Sobre este punto se hablará más
adelante.
No son muchas las afirmaciones sobre los que se asienta la Leyenda Negra
hispanoamericana. Al contrario, pueden hasta parecer pocos, más aún si se tiene en
cuenta que están directa y continuamente relacionadas entre sí. Lo que se hace
entonces para conseguir una apariencia general formada por múltiples cuestiones, es
presentar cada uno de esos aspectos, aun siendo los mismos, desde distintos puntos
de vista: unas veces desde la filosofía, otras desde la moral, otras desde su utilidad
práctica..., bien desbrozados hasta sus más mínimos detalles y multiplicando así los
ejemplos. De esta manera es como se consigue dar esa imagen negativa global (al verla
desde diferentes aspectos) y permanente (siempre y en cada uno de los casos en que
se plantea) que invalida la acción de España como nación y como Estado en el Mundo,
y de las ideas y principios que han promovido dicha acción, que son
fundamentalmente los de la religión católica.
De este modo se observa que son tres esos contenidos fundamentales de la Leyenda
Negra sobre los que se incide una y otra vez, y, tal y como van a exponerse a
continuación, queda bien patente la relación existente entre ellos, pues tienen como
44
elemento común, básico y esencial en los tres, el carácter negativo del “ser español” o
de “la forma católica de ser español”.
En primer lugar se presenta la condición injusta y tiránica del gobierno español allí
donde se produce o se ha producido, y, por tanto, así será indudablemente allí donde
se pueda producir en un futuro. Ese gobierno tiránico e injusto se manifiesta en tres
aspectos:
2- En la opresión que padecen los súbditos de España sea cual sea su origen y
nacionalidad, que son víctimas de una represión absoluta que abarca todas las facetas
de su vida cotidiana, comenzando por sus formas tradicionales de vida y terminando
por la represión de sus libertades. Y pasando, obviamente, por la represión del
pensamiento y de las creencias en nombre de la ortodoxia religiosa, para lo cual los
españoles se sirven de un instrumento tan terrorífico como se presenta a la
Inquisición, que ejerce en la práctica como si se tratase de una policía secreta política y
religiosa.
45
moriscos, también solucionado con su expulsión), oprimiendo las tradiciones de los
distintos pueblos de la península (como evidencian la sublevación de los Comuneros de
Castilla, la revuelta de Aragón, la anexión de Portugal...), aplastando cualquier
disidencia desde el poder (el caso de Antonio Pérez), o manteniendo al pueblo
sometido a un férreo control mediante la Inquisición. Todos estos son los ejemplos
supuestamente reales en los que se traduce ese gobierno hispano, y esta es la forma
presuntamente verídica como han tenido lugar, con el obvio resultado que cabría
esperar en un proceso de este tipo: pobreza, esclavitud, genocidio e incultura.
Llegados a este punto cabe preguntarse cómo es posible que un pueblo así, con esos
rasgos, y autor de unas acciones con unos resultados tan elocuentes, pudo llegar a ser
la primera potencia mundial y árbitro internacional durante trescientos años, y cómo
es posible que durante toda su historia no haya habido un solo rasgo de humanidad o
de creatividad de cualquier tipo, salvo por quienes denunciaban esa realidad o por
quienes obraban desde la heterodoxia, contra corriente de lo que se sentía en el seno
del pueblo español. También puede uno, de forma maliciosa, preguntarse que si un
pueblo de tal índole, sádico, torpe e inculto, llegó a ostentar esa posición de
predominio mundial, ¿cómo serían entonces los otros? En buena lógica, cuando menos
más torpes e incompetentes. Considerando además que no sólo alcanzaron tal
situación, sino que la mantuvieron por siglos, y teniendo en cuenta que España no ha
constituido nunca una potencia por el número de sus habitantes, que pudiera explicar
46
esa imposición española aunque sólo fuera por presión demográfica, lo mejor es ser
indulgente y renunciar a las comparaciones...
47
importante en el contexto internacional de la época, apenas limitado entonces al
espacio que forman el Mediterráneo y Europa Occidental. Ya desde el siglo XIV, la
presencia de Aragón, una vez terminada su parte de la Reconquista, es emergente y
progresiva en dicho mar Mediterráneo, donde choca con los intereses de algunos
estados italianos. Poco a poco van a ir apareciendo las primeras descalificaciones,
todavía esporádicas y desconexas entre sí, centradas en la escasa categoría humana
que se atribuye a aragoneses, catalanes y valencianos, y a aquellos italianos que son
sus partidarios (recordemos la difamación sufrida por la familia italovalenciana de los
Borgia o Borja, o los tópicos acerca de napolitanos y sicilianos). Con la unión de Castilla
y Aragón bajo los Reyes Católicos, los castellanos apoyan e impulsan la acción
aragonesa, enfrentada ya no sólo con las repúblicas italianas, sino también con
Francia, la gran potencia europea del momento, hasta lograr, tras las campañas del
Gran Capitán y las posteriores de Carlos I, la hegemonía en esta zona del Viejo Mundo.
Se extiende entonces esa crítica contra los súbditos aragoneses a todos los españoles,
sean de la región que sean, y se va formando progresivamente un clima generalizado
de opinión contraria, fruto de esa rivalidad entre estados y naciones, a diferencia de
los primeros ataques, más de tipo satírico y difamador, meramente burlescos e
insultantes, que formadores de prejuicios con fines políticos.
48
La Leyenda Negra en los siglos XVI y XVII
Por lo que se refiere al tercer aspecto, la expansión europea en otros continentes (en
la que España –entiéndase, Aragón y Castilla– y Portugal habían sido los pioneros y
hasta ese momento los únicos protagonistas), cuando se aprecian plenamente las
posibilidades económicas que ofrecen las riquezas de ultramar, tras la llegada de los
portugueses a la India y a la Especiería, tras la consecución de la primera vuelta al
mundo, y tras la conquista por los españoles de los grandes imperios mexicano y
peruano, las nuevas potencias emergentes, Francia, Gran Bretaña, Holanda, se lanzan
en abierta competencia contra las dos naciones ibéricas intentando disputarles esos
49
territorios tanto físicamente, fomentando exploraciones y conquistas, como
teóricamente, negándoles las razones y derechos para mantener sus respectivos
imperios, y para ello nada mejor que descalificar moralmente su actuación en aquellas
tierras.
Son, pues, la política y la religión los caballos de batalla de la Leyenda en estos años,
siendo la importancia de una u otra distinta según los países en los que se muestre.
Pero la tarea desacreditadora contra España no es exclusiva de extranjeros: exiliados
políticos españoles, como el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, descendientes de
judíos expulsados en 1492, emigrados fundamentalmente a Holanda, o protestantes
enfrentados al catolicismo imperante en la sociedad española, prestan su pluma y su
inventiva a los escritos que configuran la misma, presentándose por unos o por otros
como testimonios directos de quienes han sufrido en carne propia la ignominia
hispana. Esencial será también para los publicistas antiespañoles el recurso a obras
aparecidas en la misma España, utilizándolas de forma fragmentaria o
descontextualizada, o bien exagerando la importancia y veracidad de aquellos textos
que les pueden ser útiles, como ocurrió con los escritos del padre Las Casas, en un
esfuerzo impresionante de lo que se entiende estrictamente como “desinformación” –
es decir, como manipulación de la información–, en el que las obras del dominico se
convirtieron en principal fuente testimonial.
50
espectacular el impulso dado a esta propaganda por la Inglaterra puritana de
Cromwell, quien llega a decir frases como ésta: “Nuestro verdadero enemigo es el
español. Es él. Es el enemigo natural. Lo es hasta la médula, por razón de esa
enemistad que hay en él contra todo lo que viene de Dios”.
Por lo que respecta a la cuestión americana adquiere ahora plena importancia, como
se dijo más arriba, y va a ser este el tema en el que más se recurra a la manipulación
de textos procedentes de la propia España. Así, el italiano Girolamo Benzoni,
protestante que tuvo problemas con la Inquisición en México, publicó en Venecia en
1572 una Historia del Nuevo Mundo, ejemplo de la mayor hostilidad hacia la acción
española en Indias, utilizando en su interés fragmentos de obras de autores españoles
(como López de Gómara, Pedro Mártir, Fernández de Oviedo o Cieza de León). Por su
parte, el inglés Richard Hakluyt escribió numerosos libros y folletos sobre la empresa
americana, muchos de ellos publicados en colaboración con el antes citado De Bry,
quien siempre procuraba acompañarlos con las imágenes adecuadas; esa relación, y
los frutos publicitarios que produjo, es una de las razones que impulsaron a éste
último a editar una de las piezas más importantes en el desarrollo de la Leyenda
Negra: la Brevísima relación de la destrucción de la Indias, de Fray Bartolomé de Las
Casas, adornada con gran cantidad de grabados ilustrativos, impresa en Frankfurt en
1598, de la que se hicieron más de veinte ediciones en apenas cincuenta años, hasta la
Paz de Westfalia de 1648.
La Brevísima... del padre Las Casas merece una mención especial por su trascendencia
para el tema que nos ocupa. Era la primera obra de un autor español y aparecida en
España (concretamente, en Sevilla, en 1552) y que era empleada en su totalidad y no
51
de forma fragmentaria; nada mejor para ser presentado como prueba documental y
fehaciente de la maldad española en el Nuevo Mundo, ilustrado con tintes dramáticos
por los grabados de De Bry: ¿acaso no era lo dicho por los propios españoles, por “uno
de ellos”? Por supuesto, se oculta el origen verdadero de este texto: en la Junta de
Valladolid de 1542, convocada por el Consejo de Indias para revisar la actuación en
América, y donde el propio Las Casas era uno de los protagonistas; es precisamente la
Junta la que hace el encargo a Las Casas de que ponga por escrito y de forma sumaria
los documentos y exposiciones que éste lleva ante la misma, acordando de forma
previa que lo hiciera en un tono denunciante(aunque no tan exagerado como el que
utilizó finalmente), para mentalizar a las autoridades de la necesidad de aprobar
medidas resolutivas, como así ocurrió con las Leyes Nuevas, propuestas por tal Junta y
aprobadas ese mismo año. De hecho, la edición sevillana de la Brevísima... iba
acompañada de otros escritos lascasianos, entre ellos un Tratado sobre los indios que
se han hecho esclavos, también encargado por dicho Consejo en 1548. Y,
naturalmente, también se “olvida” que en 1516, el padre Las Casas es nombrado
“defensor de los indios” por el regente Cardenal Cisneros: es decir, se le designa por
las propias autoridades para un cargo desde el que interviene directamente (¡y cómo!)
en los asuntos de Indias.
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nuevas presentaciones. Hasta ahora hemos visto que el peso de la crítica estriba en la
rivalidad nacional antiespañola, en el enfrentamiento religioso, y en el carácter de los
españoles, por ese orden de importancia. En la época de las Luces se observa un
cambio importante en esa formulación: esa rivalidad nacional pasa a un segundo
plano, aunque no desaparece; el eje de la cuestión va a estar en el aspecto religioso y
en la naturaleza de los españoles. Y la novedad reside no en los temas, pues son los
mismos que antes, sino en la forma como éstos se presentan, radicalmente distinta.
El otro pilar de la Leyenda en este periodo, como ya se ha dicho, es otra vez el talante
natural de españoles y de hispanoamericanos, que pasa ahora de presentarse como
una imagen escarnecedora o caricaturesca, con un afán meramente insultante, a
plantearse desde un punto de vista “científico”: en el siglo de las Luces, del
racionalismo y del cientifismo, ese carácter negativo busca una explicación racial,
53
biológica, que ya no afecta sólo a los españoles, sino que se extiende a los pueblos
indígenas americanos y al mestizaje. Es el reflejo en la Leyenda de la idea de la
preeminencia de la cultura europea racionalista, de base protestante, demostrado en
el progreso alcanzado por la misma, como manifestación cultural de la superioridad de
la raza europea blanca nórdica, frente a los europeos mediterráneos y, por supuesto,
frente a las otras razas humanas, y en consecuencia frente a los mestizajes derivados
de éstas. El ejemplo más importante de esta idea se encuentra en la obra de uno de los
naturalistas más importantes del siglo XVIII, el francés Buffon, autor de una vasta
Historia natural en treinta y seis tomos, que es quien da forma a este pensamiento y
quien más influye en todo tipo de autores, hasta culminar esta corriente de
pensamiento en la figura de Gobineau, ya en la centuria siguiente. De hecho, no sólo
naturalistas, sino gran parte de los historiadores y de los teóricos políticos y religiosos
de la época se apoyan en este argumento como uno más de sus fundamentos. El
mismo Montesquieu es buena prueba de ello. Esta idea se generaliza ahora entre los
libros de viajeros, mayoritariamente franceses e italianos, y trasciende incluso a la
literatura, como se observa clarísimamente en el famoso drama Don Carlos, de
Schiller.
54
vigencia sin cambios más significativos que los que afectan al conjunto de la cultura
occidental.
En efecto, podemos decir que en el Viejo Mundo y en los Estados Unidos la Leyenda se
mantiene en este periodo por inercia, como una repetición y una mera actualización
de esa imagen ya consolidada y esquematizada anteriormente. Hay que destacar el
hecho de que, al irse creando en el mundo contemporáneo lo que se ha dado en
llamar sociedad de masas o sociedad de la comunicación, donde la formación y el
control de la opinión pública juegan un papel de una importancia como nunca había
tenido hasta ahora, la Leyenda Negra es uno de los elementos que configuran esa
opinión pública en lo que hacia España y a Iberoamérica se refiere, según los intereses
de cada momento. De este modo, por su repetición y su permanencia en los medios de
comunicación, es como los tópicos de los que venimos hablando se convierten en lugar
común, aceptados sin ningún tipo de reflexión crítica, ni histórica ni científica, sino
asumidos simplemente por la fuerza de la costumbre.
55
la nación española y de sus gobernantes, se produce la exaltación y mitificación
romántica de determinados personajes históricos, unas veces fruto del individualismo
que caracteriza el mundo actual, otras como idealización y anticipación de las ideas
contemporáneas frente a la mentalidad anterior, atribuida caprichosamente a estas
figuras; los casos más expresivos son los de Cristóbal Colón, podríamos decir que como
la audacia frente a la superstición, o el padre Las Casas, como la solidaridad enfrentada
con la autoridad. Por el contrario, a lo largo del siglo XX, cuando la Historia se
consolida como una disciplina por sí misma y consigue desprenderse poco a poco de la
servidumbre de la política y del doctrinarismo (algo de lo que, en cualquier caso, nunca
se podrá desligar completamente), y centrarse en el rigor metodológico de la
investigación y no tanto en la interpretación, se abre paso una profunda revisión que
va situando paulatinamente a la historia de España y de América cada vez más cerca de
la realidad. Ya existían los encomiables precedentes de Humboldt y de Lord
Kingsborough, pero será en este siglo cuando proliferen nombres como Adolf Bastian,
Paul Rivet, Edward Seler, Henry Pirenne, e incluso ardientes panegiristas como W.T.
Walsh; en las décadas posteriores a la segunda Guerra Mundial, no puede olvidar a
Fernand Braudel, John Elliot, Pierre Chaunu, Marcel Bataillon o Stanley Payne, entre
muchos otros afortunadamente.
Pero donde más llama la atención esa permanencia de los tópicos de la Leyenda es en
el aspecto racial, algo por otra parte lógico, en cierto modo, si se tiene en cuenta que
es en la segunda mitad del siglo pasado y a lo largo del XX cuando el racismo como tal
ha tenido una formulación más elaborada y más “científica” que nunca, desde que el
anteriormente citado conde de Gobineau publicara en 1853 su Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas. Sólo así se comprenden plenamente las palabras de
Adolf Hitler en su Mein Kampf: “La América del Norte, cuya población está formada en
su mayor parte por elementos germánicos que apenas sí llegaron a confundirse con las
razas inferiores de color, exhibe una cultura y una humanidad muy diferente de las que
exhiben la América Central y del Sur, pues allí los colonizadores, principalmente de
origen latino, mezclaron con mucha liberalidad su sangre con la de los aborígenes”. Y
así se pueden enumerar multitud de ejemplos de desprecio y discriminación hacia lo
hispano, extendidos incluso en nuestra propia sociedad como xenofobia hacia lo
iberoamericano, como queda bien patente en el término sudaca. Esta actitud no es
exclusiva hacia la población hispanoamericana, sino que también, se encuentra en la
continuidad del tópico acerca del carácter de los españoles, aunque, efectivamente,
con un tono mucho menos racista estrictamente hablando, sino más bien como algo
exótico e irracional, pasional, frente a la rutina metódica y a la frialdad racional del
mundo occidental; imagen de raíz romántica que nace de los viajeros y escritores del
XIX, como fueron Lord Byron, Dumas, Washington Irving con sus Cuentos de la
Alhambra, o Prosper Merimée con su Historia del reinado de Pedro I de Castilla y,
fundamentalmente, con su archiconocida Carmen, y continuados con los relatos de la
España taurina y belicosa, por ejemplo, de Ernest Hemingway. Ciertamente, esta
deformación romántica no es explícitamente negativa hacia los españoles, pero no por
ello deja de ser una imagen falsa.
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Esto es debido a la complicada historia política de España y de las repúblicas
iberoamericanas durante los últimos casi doscientos años, marcada en el caso de la
primera por la ruptura progresiva con una tradición política, y por el afianzamiento de
la identidad de las nuevas naciones en las segundas.
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En el siglo XX esta postura se mantiene por inercia, intensificándose simplemente
cuando es propagandísticamente útil a los intereses políticos del momento, tanto
respecto a las relaciones con España (por poner sólo dos ejemplos, la actitud de los
gobiernos mexicanos contra el régimen de Franco, o las acusaciones de
neocolonialismo hacia España en algunos medios de la prensa chilena, con motivo del
enrarecimiento de las relaciones entre España y Chile con motivo del asunto Pinochet,
a lo largo de 1999) como en lo que se refiere al discurso político interno de los
diferentes países: en una situación inestable como es la de Iberoamérica en el siglo XX,
nada mejor que echar la culpa de los problemas del presente a las secuelas de la
colonización en lugar de a la incompetencia de los gobernantes actuales, intentando
así evitar responsabilidades y críticas ante la opinión pública del propio país.
También en España toma carta de naturaleza esta imagen negativa al amparo de las
luchas que, a lo largo de todo el siglo XIX y una parte importante del XX, se producen
entre las dos grandes corrientes políticas que pugnan en la política española, y que se
puede simplificar en el enfrentamiento entre los ideales de la Revolución Francesa
(desde el liberalismo hasta la izquierda) y los principios de la Monarquía tradicional
española (desde los carlistas y los conservadores del siglo XIX hasta las corrientes
autoritarias del XX). Hay que recordar que este enfrentamiento es tan violento como
para desencadenar varias guerras civiles, desde la que transcurre soterrada bajo la
guerra contra Napoleón de 1808–14 hasta la Guerra Civil de 1936-39. Esa lenta y
conflictiva implantación del sistema liberal en España se presenta con la idea de
“rehacer a España”, lo que implica una decadencia previa, que se supone que es la que
sufre España desde finales del siglo XVI hasta el siglo XVIII, debida al lastre que
supusieron los tópicos que aquí se han mostrado: intolerancia religiosa, organicismo
político, etc. Esta es la línea seguida por los historiadores románticos, positivistas,
liberales y progresistas durante estos dos siglos, destacando las figuras de quien fuera
presidente del gobierno con Isabel II, Francisco Martínez de la Rosa, tanto en El espíritu
del siglo, de 1835, como, y fundamentalmente, en su Bosquejo histórico de la política
de España desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta nuestros días, de 1857, o el
republicano Miguel de Morayta, Gran Maestre del Gran Oriente de la Masonería
española, en los nueve volúmenes de su Historia de España, aparecida en 1889.
Revisionismo histórico que se resume en aquella expresión de que había que “cerrar
con siete llaves el sepulcro del Cid”, y que llevó al poeta Joaquín Bartrina a componer
estos célebres versos:
Revisionismo, por otra parte, que no dejó de verse rebatido de forma constante, unas
veces con vehemente apasionamiento, caso de Marcelino Menéndez y Pelayo, otras
con mayor mesura de formas, que no de fundamentación, caso de Rafael Altamira y
Crevea. Esta actitud es la que desembocará, en el cambio de siglo estigmatizado por el
Desastre del 98, en la formulación de lo que se conoce como “el problema de España”,
58
y que ha marcado el pensamiento histórico español a lo largo de todo el siglo XX,
desde el Regeneracionismo de Costa y Ganivet y la Generación del 98 hasta los debates
de nuestros días en torno a los nacionalismos y a la organización del Estado.
Precisamente vinculado a ese “problema de España” crece en los últimos cien años
una crítica atroz no sólo contra la historia, sino contra la propia esencia de España, que
recoge muchos de los supuestos de la Leyenda Negra, y que es la historiografía de
corte separatista, de graves repercusiones por su intrusión en la enseñanza escolar
desde mediados de la década de los 80. Y es que todos los nacionalismos parten, entre
otras fuentes, de un discurso histórico, de una lectura maniquea del pasado, y los
separatismos de nuestro siglo actúan en esto como unas líneas más arriba vimos que
lo hacían los próceres de la independencia americana: si la historia descalifica la
actuación de España, y si la descalifica globalmente, entonces nos sobra España.
Asunto grave y candente éste cuyas repercusiones sobrepasan los objetivos de este
trabajo.
A pesar de todas las inercias y de todos los intereses implicados en el asunto que nos
ocupa, ya se señaló cómo la investigación histórica, a lo largo de su desarrollo en los
últimos tiempos, ha ido lenta pero inexorablemente situando las cosas en su lugar,
fundamentalmente en los últimos cincuenta años (al menos en lo que se refiere al
esfuerzo intelectual; otra cosa es la opinión popular, o mejor dicho, popularizada,
como se verá en las conclusiones). Sin embargo, con motivo del V Centenario del
Descubrimiento de América se observó a una reactivación de la propaganda
empleando los viejos tópicos, ceñida en este caso a la cuestión religiosa y a la empresa
americana. Y es que la fecha de 1992 supuso una ocasión para nuevos
enfrentamientos, esta vez casi exclusivamente de tipo político, que, como es habitual,
manipulan la historia como instrumento propagandístico.
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expansión colonialista que nos sometió a un genocidio brutal”; y terminaban
clamando: “Por el fin de quinientos años de opresión y discriminación, y el inicio del
verdadero encuentro de dos culturas en base a la igualdad, la justicia y la paz”.
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Estas tres líneas críticas no se desarrollaron de forma aislada, sino que se plantearon
íntimamente relacionadas entre sí, marcada la mayor o menor ligazón entre ellas
simplemente por la conjunción de distintos intereses, siendo la hipótesis más utilizada
en esa propaganda, expuesta aquí de forma simplificada, la del genocidio provocado
por una barbarie conquistadora que busca la explotación económica mediante la
esclavitud y la opresión bajo la excusa de la religión, traicionando así la “verdadera
evangelización”, y siendo todo ello raíz de la actual situación de desvertebración social
interna y de dependencia neocolonial del exterior.
A pesar de toda la polémica desatada en los años previos a 1992 y de la violencia que
se pudo observar en muchas de las campañas al respecto, una vez pasada la
conmemoración, y por tanto perdido con ello su vigencia en los medios de
comunicación, la situación ha vuelto a calmarse, entrando en el periodo en que nos
encontramos cuando se escriben estas líneas, las celebraciones en torno a otros
aniversarios, el de Carlos I y el de Felipe II, y el del desastre del 98, se han abordado
con un casi total desapasionamiento y con la serenidad que era deseable, permitiendo
una ocasión para olvidar los viejos tópicos y afrontar el futuro desde un acercamiento
más profundo y sincero con la Historia. Y es agradable destacar el papel que la
historiografía no hispana, ya sea estadounidense, francesa o inglesa, juega en estos
momentos, aportando un positivo bagaje tanto de conocimientos como de
interpretaciones, superando esos supuestos con que, a lo largo de estas páginas,
hemos intentado analizar y explicar qué es y en qué consiste la Leyenda Negra.
Conclusiones
Lo que inicialmente era abierta propaganda militante pasó con el tiempo a presentarse
como una realidad demostrada por el estudio y la razón, con lo que podía extenderse a
quienes no estaban implicados directamente en las disputas anteriores y por tanto se
mantenían al margen de esa propaganda. Así, se extendió buscando crear una opinión
pública mayoritaria que aceptase, como toda opinión pública, tales supuestos sin
crítica, confiando en la honestidad de intelectuales y políticos. Con el tiempo, el propio
61
avance de las distintas disciplinas del saber se encargaría de desmontar esos tópicos,
pero como ocurre siempre en el campo de las mentalidades, la erudición y el estudio
no llevan la misma velocidad de cambio que la opinión pública, mucho más lenta y
sujeta a la inercia, situación que más o menos describe el panorama actual.
Y es que, como dijo Walter Raleigh, “No es la verdad, sino la opinión, la que viaja por el
mundo sin pasaporte”.
Mientras que antes se producía la excomunión social de todo aquel que no viera un
mártir de la civilización y un campeón del patriotismo «blanco» en el coronel George A.
Custer, ahora merecería la misma excomunión todo aquel que hablara mal de Toro
Sentado y de los sioux, que aquella mañana del 25 de junio de 1876, en Little Big Horn,
acabaron con la vida de Custer y con todo el Séptimo de Caballería.
Leyenda negra que, como ocurre puntualmente con todo lo que no está de moda en el
mundo laico, es descubierta ahora con avidez por curas, frailes y católicos adultos en
general, quienes, al protestar con tonos virulentos en contra de las celebraciones por
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el Quinto Centenario del descubrimiento ignoran que, con algunos siglos de retraso, se
erigen en seguidores de una afortunada campaña de los servicios de propaganda
británicos y holandeses.
Pierre Chaunu, historiador de hoy, fuera de toda duda por ser calvinista, escribió: «La
leyenda antihispánica en su versión norteamericana (la europea hace hincapié sobre
todo en la Inquisición) ha desempeñado el saludable papel de válvula de escape. La
pretendida matanza de los indios por parte de los españoles en el siglo XVI encubrió la
matanza norteamericana de la frontera Oeste, que tuvo lugar en el siglo XIX. La
América protestante logró librarse de este modo de su crimen lanzándolo de nuevo
sobre la América católica.»
Aquellos triunfos se debieron sobre todo al apoyo de los indígenas oprimidos por los
incas y los aztecas. Por lo tanto, más que como usurpadores, los ibéricos fueron
saludados en muchos lugares como liberadores. Y esperemos ahora a que los
historiadores iluminados nos expliquen cómo es posible que en más de tres siglos de
dominio hispánico no se produjesen revueltas contra los nuevos dominadores, a pesar
de su número reducido y a pesar de que por este hecho estaban expuestos al peligro
de ser eliminados de la faz del nuevo continente al mínimo movimiento. La imagen de
la invasión de América del Sur desaparece de inmediato en contacto con las cifras: en
los cincuenta años que van de 1509 a 1559, es decir, en el período de la conquista
desde Florida al estrecho de Magallanes, los españoles que llegaron a las Indias
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Occidentales fueron poco más de quinientos (¡sí, sí, quinientos!) por año. En total,
27.787 personas en ese medio siglo.
Volviendo a la mezcla de pueblos con los que es preciso hacer las cuentas de un modo
realista, no debemos olvidar, por ejemplo, que los colonizadores de América del Norte
provenían de una isla que a nosotros nos resulta natural definir como anglosajona. En
realidad, era de los britanos, sometidos primero por los romanos y luego por los
bárbaros germanos —precisamente los anglos y los sajones— que exterminaron a
buena parte de los indígenas y a la otra la hicieron huir hacia las costas de Galia donde,
después de expulsar a su vez a los habitantes originarios, crearon la que se denominó
Bretaña. Por lo demás, ninguna de las grandes civilizaciones (ni la egipcia, ni la romana,
ni la griega, sin olvidar nunca la judía) se creó sin las correspondientes invasiones y las
consiguientes expulsiones de los primeros habitantes.
Por lo tanto, al juzgar la conquista europea de las Américas será preciso que nos
cuidemos de la utopía moralista a la que le gustaría una historia llena de reverencias,
de buenas maneras, y de «faltaba más, usted primero».
Aclarado este punto, es preciso que digamos también que hay conquistas y conquistas
(y en películas como la muy premiada Bailando con lobos se empieza a entender) y que
la católica fue ampliamente preferible a la protestante.
Como escribió Jean Dumont, otro historiador contemporáneo: «Si, por desgracia,
España (y Portugal) se hubiera pasado a la Reforma, se hubiera vuelto puritana y
hubiera aplicado los mismos principios que América del Norte ("lo dice la Biblia, el
indio es un ser inferior, un hijo de Satanás"), un inmenso genocidio habría eliminado
de América del Sur a todos los pueblos indígenas. Hoy en día, al visitar las pocas
"reservas" de México a Tierra del Fuego, los turistas harían fotos a los supervivientes,
testigos de la matanza racial, llevada a cabo además sobre la base de motivaciones
"bíblicas".»
Efectivamente, las cifras cantan: mientras que los pieles rojas que sobreviven en
América del Norte son unos cuantos miles, en la América ex española y ex portuguesa,
la mayoría de la población o bien es de origen indio o es fruto de la mezcla de
precolombinos con europeos y (sobre todo en Brasil) con africanos.
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En el sur la situación es exactamente la contraria; en la zona mexicana, en la andina y
en muchos territorios brasileños, casi el noventa por ciento de la población o bien
desciende directamente de los antiguos habitantes o es fruto de la mezcla entre los
indígenas y los nuevos pobladores. Es más, mientras que la cultura de Estados Unidos
no debe a la india más que alguna palabra, ya que se desarrolló a partir de sus orígenes
europeos sin que se produjese prácticamente ningún intercambio con la población
autóctona, no ocurre lo mismo en la América hispanoportuguesa, donde la mezcla no
sólo fue demográfica sino que dio origen a una cultura y una sociedad nuevas, de
características inconfundibles.
Sin duda, esto se debe al distinto grado de desarrollo de los pueblos que tanto los
anglosajones como los ibéricos encontraron en aquellos continentes, pero también se
debe a un planteamiento religioso distinto. A diferencia de los católicos españoles y
portugueses, que no dudaban en casarse con las indias, en las que veían seres
humanos iguales a ellos, a los protestantes (siguiendo la lógica de la que ya hemos
hablado y que tiende a hacer retroceder hacia el Antiguo Testamento al cristianismo
reformado) los animaba una especie de «racismo» o al menos, el sentido de
superioridad, de «estirpe elegida», que había marcado a Israel. Esto, sumado a la
teología de la predestinación (el indio es subdesarrollado porque está predestinado a
la condenación, el blanco es desarrollado como signo de elección divina) hacía que la
mezcla étnica e incluso la cultural fueran consideradas como una violación del plan
providencial divino.
Así ocurrió no sólo en América y con los ingleses, sino en todas las demás zonas del
mundo a las que llegaron los europeos de tradición protestante: el apartheid
sudafricano, por citar el ejemplo más clamoroso, es una creación típica y
teológicamente coherente del calvinismo holandés. Sorprende, por lo tanto, esa
especie de masoquismo que hace poco impulsó a la Conferencia de obispos católicos
sudafricanos a sumarse, sin mayores distinciones ni precisiones, a la «Declaración de
arrepentimiento» de los cristianos blancos hacia los negros de aquel país. Sorprende
porque aunque por parte de los católicos pudo haber algún comportamiento
condenable, dicho comportamiento, al contrario de lo ocurrido en el caso protestante,
iba en contra de la teoría y la práctica católicas. Pero da igual, hoy por hoy, parece ser
que existen no pocos clericales dispuestos a endilgarle a su Iglesia culpas que no tiene.
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quedaron sometidos al dominio total de los nuevos amos.
Sin embargo, se dice que millones de indios murieron también en América Central y
del Sur. Murieron, qué duda cabe, pero no como para estar al borde de la desaparición
como en el norte. Su exterminio no se debió exclusivamente a las espadas de acero de
Toledo y a las armas de fuego (que, como ya vimos, casi siempre fallaban), sino a los
invisibles y letales virus procedentes del Viejo Mundo.
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éstos carecían de las defensas inmunológicas para hacerles frente. Pero resulta
evidente que no se puede responsabilizar de ello a los europeos, víctimas de las
enfermedades tropicales a las que los indios resistían mejor. Es de justicia recordar
aquí, cosa que se hace con poca frecuencia, que la expansión del hombre blanco fuera
de Europa asumió a menudo el aspecto trágico de una hecatombe, con una mortalidad
que, en el caso de ciertos barcos, ciertos climas y ciertos autóctonos, alcanzó cifras
impresionantes.
Al desconocer los mecanismos del contagio (faltaba mucho aún para Pasteur) hubo
hombres como Bartolomé de las Casas —figura controvertida que habrá que analizar
prescindiendo de esquemas simplificadores— que fueron víctimas del equívoco: al ver
que aquellos pueblos disminuían drásticamente, sospecharon de las armas de sus
compatriotas, cuando en realidad no eran las armas las asesinas, sino los virus. Se trata
de un fenómeno de contagio mortífero observado más recientemente entre las tribus
que permanecieron aisladas en la Guayana francesa y en la región del Amazonas, en
Brasil.
Vittorio Messori
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resulta inaceptable no sólo porque determinadas rivalidades nacionales deberían ser
cosa del pasado sino, fundamentalmente, porque se asienta sobre una acumulación
interesada de tergiversaciones históricas. Permítaseme detenerme al respecto en
algunos aspectos concretos.
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Puerta en Lepanto o que sofocaron la sublevación de los moriscos de las Alpujarras en
connivencia con el avance turco en el Mediterráneo y la conquista de Chipre no eran
bárbaros racistas e intolerantes, sino protectores de una cultura que se veía a punto de
ser aplastada por la violencia de la media luna.
Sin duda, en la lucha contra el islam se cometieron abusos pero, con todo, no se
registraron ni las escenas de barbarie que los cruzados franceses, alemanes o ingleses
cometieron en Tierra Santa ni se debieron a un racismo supuestamente característico
de los hispanos. Este comportamiento español -desde luego no peor que el de otras
naciones europeas de la época- quedó también de manifiesto durante la conquista de
América. El 27 de diciembre de 1512, por ejemplo, se promulgaron las Leyes de
Burgos, también conocidas como Ordenanzas dadas para el buen regimiento y
tratamiento de los indios. A estas normas se añadieron otras cuatro leyes más,
dictadas el 28 de julio de 1513 en Valladolid. Con ellas, se intentaba defender a los
indígenas de los abusos siguiendo la línea de una pléyade de personajes como Fray
Bartolomé de las Casas y se disponía el descanso de 40 días después de cinco meses de
trabajo; su alimentación con carne; la prohibición del trabajo de las embarazadas; etc.
Estas normas -al igual que otras- se cumplieron mejor o peor según las circunstancias,
pero la intención de la Corona española no podía resultar más evidente. Por otro lado,
una vez más, se trató de una conducta sin paralelo en otras naciones europeas.
William Bradford, uno de los ingleses pertenecientes a los Padres Peregrinos de EEUU,
describió, por ejemplo, de manera bastante realista los sentimientos de entusiasmo
que el exterminio de los indios que los habían ayudado a sobrevivir a su llegada a
América despertó en los colonos diciendo: «Fue una terrible visión contemplarlos
friéndose en el fuego y los ríos de sangre que apagaban éste, y lo horrible que eran la
peste y el olor que salían; pero la victoria pareció un dulce sacrificio, y dieron la
alabanza por ello a Dios, que había actuado de una manera tan maravillosa en su favor,
encerrando a sus enemigos en sus manos y dándoles una victoria tan rápida sobre un
pueblo tan orgulloso e insolente».
En los siglos siguientes, los anglosajones llevarían a cabo una política consciente de
exterminio de las etnias indígenas americanas, política defendida por personajes tan
diversos como el autor de El mago de Oz o Theodore Roosevelt. En el curso de ese
proceso incluso se realizó el primer ensayo de guerra química al entregar a los indios
mantas contaminadas con viruela para que murieran con más rapidez. No debería
extrañar, por ello, que, según su propia confesión, Hitler encontrara inspiración para
parte de la política nazi contra los judíos en el ejemplo de la mantenida por los
norteamericanos contra los indios. En ambos casos se perseguía el exterminio de una
raza con fines de expansión territorial y económica y se tenía la convicción de
obedecer a un destino providencial y racialmente superior.
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olvidar jamás ni tampoco de cerrar los ojos a realidades que resultan incipientemente
inquietantes en España y más cuando se observa cómo se desarrollan en otros países
de nuestro entorno. Se trata más bien de ser equilibrados y veraces en los juicios
históricos, y de no caer en etnicismos condenadores forjados en el pasado. Sólo esa
conducta nos permitirá de manera sensata y democrática abordar las tareas del
presente y los retos del futuro.
E) LA INQUISICIÓN
Si poseyeseis cien bellas cualidades, la gente os miraría por el lado menos favorable
(Molière).
70
profundizando en las exigencias de su fe, hasta que comprendieron que tales métodos
no eran compatibles con el Evangelio.
Hay que reconocer todos esos tristes errores de aquellas personas en aquella época.
Sin embargo, la defensa de la libertad religiosa estuvo bien patente en los orígenes del
cristianismo. Para los primeros cristianos, la convicción de estar en la verdad no les
hacía pensar en imponerla coactivamente. Como sabían que el acto de fe es libre, eran
tolerantes, y eso no por simple conveniencia social, sino por coherencia con la raíz
misma de su fe. Los primeros Padres de la Iglesia acuñaron el principio de que “no hay
dificultad en rechazar el error y, al tiempo, tratar benignamente al que yerra”.
Sin embargo, parece que con el paso de los siglos fueron los católicos quienes más
olvidaron la libertad religiosa. No fue así. El empleo de la fuerza para combatir a los
disidentes religiosos ha sido algo corriente en todas las culturas y confesiones hasta
bien entrado nuestro tiempo. Basta pensar en la intolerancia de Lutero contra los
campesinos alemanes, que produjo decenas de miles de víctimas; o en las leyes
inglesas contra los católicos, cuyo número era aún muy elevado al comienzo de la
Iglesia Anglicana; o en la suerte de Miguel Servet y sus compañeros quemados en la
hoguera por los calvinistas en Ginebra.
Hay que decir, para ser justos, que ése era el trato normal que se daba en aquella
época a casi todos los delitos, y el de herejía era considerado como el más grave, sobre
todo por la alteración social que provocaba. En esto coincidían tanto Lutero como
Calvino, Enrique VIII y Carlos V o Felipe II. Y fuera de Occidente ocurría algo muy
parecido.
No puede olvidarse que, para bien o para mal –probablemente, para mal– los campos
propios de la política y la religión no estuvieron debidamente delimitados durante
bastantes siglos. Además, las autoridades civiles temían el indudable peligro social que
entrañaban las disidencias religiosas, que solían ser origen de guerras y desórdenes
sociales, pues las posturas heréticas buscaban habitualmente la conquista del poder.
Así sucedió, por ejemplo, con el luteranismo, cuyo rápido avance se debió en buena
parte a la habilidad con que Lutero logró el apoyo de algunos príncipes alemanes que,
de ese modo, mantenían distancias respecto al emperador Carlos V.
En los primeros siglos, los cristianos fueron muy tolerantes en materia religiosa. Más
adelante, hubo épocas de bastante confusión en este punto, pero teológicamente
nunca estuvo cerrado el camino de la tolerancia. Y desde hace ya más de dos siglos son
raras las manifestaciones de intolerancia religiosa en países de mayoría cristiana.
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Es más, echando un vistazo a la situación mundial de los últimos cien años, puede
decirse que la tolerancia religiosa se ha desarrollado fundamentalmente en los países
de mayor tradición cristiana.
Por el contrario, la intolerancia religiosa se ha mostrado con gran crudeza en los países
gobernados por ideologías ateas sistemáticas (Tercer Reich nazi, la URSS y todos los
países que estuvieron bajo su dominio, la revolución China de Mao, el régimen de Pol
Pot en Camboya, etc.). También ha crecido la violencia del integrismo islámico en los
países donde su religión aún no ha alcanzado el poder político (Senegal, Níger,
Mauritania, Chad, Egipto, Tanzania, Argelia, etc.); y donde ya lo ha alcanzado (Arabia,
Irán, Afganistán, etc.), la tolerancia religiosa es casi inexistente. Y otros países asiáticos
no islámicos (India, China, Vietnam, etc.), no parecen mejorar mucho la situación. Sin
embargo, curiosamente, se sigue hablando mucho más de la Inquisición, desaparecida
hace ya mucho tiempo, que de otras persecuciones religiosas dolorosamente actuales.
En la actualidad hay, por fortuna, una comprensión muy extendida –aunque aún no en
todo el mundo–, de que no es justo aplicar penas civiles por motivos religiosos, y que
la libertad religiosa es un derecho fundamental, y por tanto todos los hombres deben
estar inmunes de coacción en materia religiosa. Esta es la doctrina del Concilio
Vaticano II, y por esa razón la Iglesia católica ha subrayado recientemente la necesidad
de revisar algunos pasajes de su historia, para reconocer ante el mundo los errores de
algunos de sus miembros a lo largo de los siglos, y pedir disculpas en nombre de la
unión espiritual que nos vincula con los miembros de la Iglesia de todos los tiempos.
¿Y no es extraño que en esas épocas hubiera tan poca reacción contra esos errores de
los católicos? Es probable que muchos de ellos estuvieran en su fuero interno en
contra de esa aplicación de la violencia en defensa de la fe. De hecho, hubo reacción
contra esos errores, y si no fue mayor quizá es porque muchas de esas personas no
tenían más opción que el silencio. Y luego, cuando esos fenómenos desaparecieron,
muchos católicos los defendían porque pensaban que lo contrario era contribuir a
difundir las leyendas negras de la Iglesia.
Como señaló Juan Pablo II, fueron muy diversos los motivos que confluyeron en la
creación de actitudes de intolerancia, alimentando un ambiente pasional del que sólo
los grandes espíritus verdaderamente libres y llenos de Dios lograban de algún modo
sustraerse. Pero la consideración de todos esos atenuantes no dispensa a la Iglesia del
deber de lamentar profundamente las debilidades de tantos hijos suyos, que han
desfigurado con frecuencia su rostro. De estos trazos dolorosos del pasado emerge
una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener bien en cuenta el
72
principio de oro señalado por el Concilio: la verdad no se impone sino por la fuerza de
la misma verdad, que penetra con suavidad y firmeza en las almas.
¿Y qué hay entonces de cierto sobre la Inquisición, por ejemplo en España, que fue
bastante famosa? En España se formaron los primeros tribunales en 1242. Como en
otros países europeos, esos tribunales dependían de los obispos diocesanos y por regla
general fueron bastante benévolos.
Sin embargo, en la época de los Reyes Católicos el Santo Oficio español se convirtió en
un tribunal eclesiástico supeditado a la monarquía y en un instrumento represivo de la
disidencia religiosa influido con frecuencia por lo político. Los Reyes católicos
impulsaron a lo largo de su reinado medidas religiosas muy acertadas, que la historia
les reconoce, pero quedaron un tanto ensombrecidas por la actuación de esos
tribunales. Consideraban que la unidad religiosa debía ser un factor clave en la unidad
territorial de sus reinos, y juzgaron imprescindible la conversión de los hebreos (unos
110.000) y los moriscos (unos 350.000). Algunos de ellos se bautizaron por
convencimiento, pero otros no, y al regresar a sus antiguas prácticas fueron
perseguidos por la Inquisición.
¿Y cómo se explica esa decisión en unos reyes que han pasado a la historia como
católicos? Cuando se juzgan actuaciones del pasado, hay que tener presente que son
diversos los tiempos históricos, sociológicos y culturales. En aquella época, la fe era el
valor central de la sociedad, tanto como puede serlo ahora, por ejemplo, la libertad.
Igual que en nuestra época se lucha y se muere, y a veces también se mata, por
defender la libertad personal o colectiva, entonces se hacía lo mismo por defender la
fe.
73
La fe era entonces la base y la garantía de la convivencia, y el que atentaba contra la fe
era considerado de manera semejante a como ahora se vería a un terrorista, a una
persona que contaminara el agua de una ciudad o a quien vendiera droga a unos
niños. Esa es la razón por la que la mayoría de la gente aplaudía la actuación de
aquellos guardianes de la ortodoxia.
No quiero con esto decir que eso estuviera bien, ni que la historia lo justifique todo,
sino simplemente que deben considerarse con atención los condiciona-mientos de
entonces. Era una sociedad con una gran preocupación por la salvación eterna, en la
que la muerte era una realidad con enorme presencia (la esperanza media de vida no
llegaba a los treinta años, y la mortalidad infantil era muy alta, de modo que casi todo
el mundo había visto morir muy jóvenes a varios de sus familiares más cercanos), y el
común de la gente veía al hereje como un grave peligro social, de modo semejante a
como veríamos hoy a quien se dedicara a propagar enfermedades contagiosas,
corromper niños o dañar el medio ambiente.
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1540 y 1700, concluyeron que fueron quemadas en la hoguera 1346 personas (algo
menos de 9 personas al año en todo el imperio).
Con más de cinco mil estudios ya publicados, los expertos dan por zanjada la polémica
sobre los datos históricos de la Inquisición, y centran sus esfuerzos en el análisis de la
sociología, la hacienda y la jurisprudencia del Santo Oficio. La leyenda negra ha muerto
para los historiadores, pero los mitos todavía siguen circulando. Afortunadamente, la
fe cristiana guarda siempre una doctrina que le permite rectificar los errores prácticos
en los que pueden incurrir algunos de sus miembros: la doctrina del Evangelio.
Alfonso Aguiló
La Inquisición española es no sólo una entidad polémica, sino también poco conocida
por el gran público. Aproximarse a su actuación no significa, obviamente, realizar una
apología. Divulgar su trayectoria equivale más bien a contrastar datos,
interpretándolos en un contexto y también saber cómo valora la Jerarquía de la Iglesia
en la actualidad su actuación global.
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Muchos y renombrados expertos contemporáneos han dado por zanjadas posturas de
defensa a ultranza o condena total: "la controversia ideológica, el enfrentamiento
religioso, tan agudos en tiempos lejanos, han dejado paso a una actitud serena y
ecuánime que comparten hombres de las más diversas tendencias. No se trata de
ensalzar ni de abominar, simplemente comprender, lo que no implica deplorar
determinados comportamientos", ha afirmado el académico de la Historia A.
Domínguez Ortiz.
No cabe duda de que toda leyenda negra posee cierto fundamento y parte de
falsedad, por ejemplo, en cuanto a su origen, que no es medieval ni español. La muerte
en hoguera fue utilizada del Imperio Romano. Con la progresiva cristianización de
Europa se fue fraguando la mentalidad de que la herejía, atentado grave contra la fe,
era equivalente al delito de "lesa majestad" (en el que se incurría, por ejemplo, al
atentar contra la vida del rey). En el caso de la herejía, se consideraba agraviada la
majestad divina.
El primer tribunal
Es cierto, sin embargo, que el Santo Oficio español se convirtió con los Reyes Católicos
en un tribunal eclesiástico supeditado a la monarquía; fue un instrumento represivo de
la herejía y de la disidencia religiosa, influido con frecuencia por lo política, de un
modo poco comprensible para la mentalidad actual.
Estos hechos contrastan, en general, con las medidas religiosas que impulsaron a lo
largo de su reinado: desde la postura propia de las monarquías renacentistas de
entonces (control de lo eclesiástico), contribuyeron a la reforma del clero regular y
secular, antes de las propuestas del Concilio de Trento, preparando de ese modo a los
artífices de la cristianización de América. Si ésta es la cara de sus medidas eclesiásticas,
la Inquisición puede considerarse la cruz.
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A finales del siglo XVI, exiliados politices españoles como González Montano en
Alemania o Antonio Pérez, ex-secretario de Felipe II, en Francia e Inglaterra,
difundieron el germen de la leyenda negra. Media Europa acogió de buen grado los
libelos anti-españoles, según el hispanista H. Kamen, bien por su rivalidad en el
dominio marítimo (Gran Bretaña, Francia), o por su deseo de librarse del dominio
politice español (Paises Bajos, norte de Italia).
La Ilustración y los afrancesados del XVIII continuaron la campaña y desde el siglo XIX,
otro exiliado español, Juan Antonio Llorente, ex-secretario del Santo Oficio madrileño,
fue el mejor difusor de la leyenda negra, a través de su "Historia critica de la
Inquisición española", que contiene algunos elementos de interés, junto a errores de
bulto de carácter estadístico.
Desenmascaramiento
Habla la iglesia
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y violentos que han sido utilizados a veces por eclesiásticos. En la misma linea, la
Conferencia episcopal española se ha lamentado del "uso de la violencia al servicio de
la verdad" dentro de la Iglesia.
Obviamente los cristianos actuales no tienen culpa subjetiva por las actuaciones de
otros bautizados en siglos pasados, de modo semejante mutatis mutandis, los
Ministros de Justicia de ahora no tienen responsabilidad ante los errores y abusos de
los tribunales civiles de los siglos XVI y XVII, aunque tanto unos como otros pueden
sacar conclusiones de hechos pasados. Se debe tener en cuenta, por otra parte, que a
la Iglesia, de la que se espera santidad, siempre se la mira con lupa para señalarla con
dedo acusador, olvidando que sus miembros son falibles.
Para hacerse una idea cabal del control religioso que ejerció la Inquisición es preciso
afrontar los datos estadísticos. Hasta finales de los años 70 ha existido cierta confusión
sobre el número de victimas mortales del Santo Oficio. Es preciso aclarar, no obstante,
que los ajusticiados por herejía no son las únicas víctimas: existían penas menores
(cárcel, multas, penitencias, etc.) y además, las familias de los reos quedaban
marcadas por la infamia durante generaciones (de ahí la importancia que se dio en la
España del XVII a la "limpieza de sangre", es decir, a no tener antepasados falsos
conversos del judaísmo o islamismo, perseguidos por la Inquisición).
Las primeras cifras sobre victimas son de cronistas de la época (Pulgar, Palencia,
Bernáldez): entre 1481 y 1488, etapa rigurosa en Andalucía, fueron ajusticiadas unas
2000 personas, en su mayoría judíos bautizados que renegaban de su nueva fe. A
partir del siglo XIX, se consideraron válidas (aunque más tarde se demostraron
erróneas) las cifras globales aportadas por J.A. Llorente, el citado secretario del
tribunal de Madrid: el 9,2% de los juzgados.
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El Santo Oficio persiguió esencialmente la herejía y algunas desviaciones morales
(bigamia, blasfemia, incumplimiento del celibato, etc.). Entre los juzgados por razón de
la fe destacan los falsos conversos del judaísmo, del islamismo y los seguidores de
Lutero. Los hebreos bautizados con escasa sinceridad que mantenían los ritos
mosaicos (criptojudaísmo) constituyeron un problema religioso de primer orden desde
finales del siglo XV hasta principios del XVII.
Las relaciones entre judíos y cristianos hablan sido desiguales antes del reinado de los
Reyes Católicos. Los hebreos no siempre pudieron convivir en paz en Sefarad (España).
Perseguidos por algunas leyes visigodas, hallaron tranquilidad con reyes castellanos y
aragoneses como Alfonso X el Sabio o Pedro IV el Ceremonioso. Pero a finales del
siglo XIV diversas ciudades (desde Sevilla a Barcelona) se levantaron de modo violento
contra los prestamistas judíos, odiados por unos acreedores que debían pagar un
interés del 33% anual, máximo permitido por la ley. Esta tensa situación propició la
salida de población hebrea y otra oleada de bautismos por conveniencia de algunos,
denominados "cristianos nuevos".
Los Reyes Católicos fueron, inicialmente favorables a los judíos (el rey Fernando tenía
sangre hebrea por linea materna) y un buen grupo de ellos servia en la Corte. En
Castilla y Aragón existían unas 220 aljamas (comunidades hebreas) con cerca de
100.000 habitantes. Estos dependían directamente de los reyes, eran protegidos por
leyes singulares y aportaban tributos especiales: constituían, sin embargo, una clase de
súbditos de segunda categoría.
Como es sabido los sefardíes (judíos españoles) fueron expulsados por los Reyes
Católicos en 1492, siguiendo una línea politice adoptada anteriormente en reinos
europeos como Inglaterra y Francia. Bien conocían Isabel y Fernando que su decisión
no era "rentable" desde el punto de vista económico, ya que muchos hebreos se
dedicaban al comercio y al mundo financiero, pero en su postura tuvo gran peso un
motivo religioso y social: se temía la efectividad del proselitismo hebreo y se quiso
evitar la violencia popular de los acreedores contra las aljamas. La alternativa era
recibir el bautismo o el exilio forzoso, elegido por la inmensa mayoría de los sefardíes.
Algunos autores contemporáneos han comparado la acción del Santo Oficio contra el
criptojudaísmo al holocausto nazi.
Es cierto que los sefardíes vivían en barrios especiales y que el Concilio IV de Letrán
(1215) instó a que utilizaran una marca externa para distinguirlos de los cristianos (algo
que podría recordar a la estrella de David bajo Hitler) pero la citada medida conciliar se
difundió poco en España y tenía carácter religioso, no estrictamente racista.
Tortura y avaricia
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Cabe subrayar que si las victimas del holocausto nazi fueron unos seis millones de
seres humanos en pocas décadas, las de la Inquisición fueron menos de 5.000 en tres
siglos y medio. El motivo de la persecución es también distinto: por una parte, los
Reyes Católicos aplicaron una de sus máximas: la unidad territorial está unida a la
unidad de la fe, un principio que ejercieron las monarquías renacentistas y el propio
Lutero.
Por otro lado, el odio popular hacia los judíos, sin excluir cierto racismo de tipo
religioso, tenía relación con la falta de solvencia de los acreedores cristianos, mientras
que en el III Reich la aversión poseía unas profundas raíces de racismo pagano.
Durante el siglo XVIII, se difundieron unos grabados sobre la tortura inquisitorial del
francés Picart que no corresponden a la realidad por exceso. Los tormentos eran, no
obstante, terribles, tenían como finalidad producir un gran dolor físico a los acusados,
sin llegar a la mutilación o muerte, para conseguir su confesión (en el caso de herejía,
el reo confeso era librado de la pena capital). El Santo Oficio utilizó de hecho con
menor frecuencia la tortura que otros tribunales coetáneos (era ordinario usarla en
todos). Hispanistas como Lea o Kamen confirman con estadísticas que en épocas
"duras" (hasta 1530) en tribunales muy activos se utilizó el tormento en el uno o dos
por ciento de los casos.
A veces se presenta al Santo Oficio como una organización de rapiña. Es cierto que a
los acusados se les confiscaban los bienes para cubrir los gestos del arresto y del
tribunal, pero según estudiosos como R. de Carande o F. Braudel nunca constituyeron
un negocio, aunque se dieron abusos contra los falsos conversos judíos hacia 1480 y 1
725.
La Inquisición siempre tuvo interés en acallar los rumores sobre avaricia, mientras fue
solvente hasta mediados del siglo XVI; más tarde, los hechos se encargaron de
desmentirlo: tuvo que buscar vías alternativas de financiación (asignación de
canonjías, préstamos hipotecarios, compra de minas, etc.)
Sin prejuicios
Beatriz Comella
80
3. La triste sombra de la Inquisición
Aunque una vez señalada con toda nitidez esa posición condenatoria, no es preciso dar
necesariamente por buenas y correctas todas las acusaciones que se hacen a la
Inquisición. Por pura higiene mental debe aceptarse todo lo que sea verdad, pero sólo
lo que sea verdad. El sistema de aplastar a los culpables, haciéndoles reconocer, junto
con sus delitos, otros muchos no cometidos, para provocar su aislamiento y rechazo
social, es propio de etapas negras de la historia del hombre.
Se hace necesario entonces, en relación con la Inquisición o con otros temas similares,
depurar lo que hay de verdad y de mentira; o exageración, o minusvaloración, en las
imputaciones que flotan en el ambiente. Y, asimismo, determinar en qué medida esos
comportamientos censurables son propios o consecuencia de las características de las
personas que los tienen, o son más bien un modo de actuar típico del pensamiento de
la época o de un determinado ambiente, afectante a todo tipo de personas existentes
en aquel momento o lugar. Sólo después de hacer esos dos juicios cabe concretar las
acusaciones contra personas o grupos singulares.
Pero pese a ello, no puede evitarse que sea una novela que
informa sobre la historia del reinado de Carlos V y Felipe II
en Castilla y Europa. No sólo no puede evitarse, sino que el
81
autor, dentro del libro, no lo evita y narra hechos históricos, datos reales, y emite
opiniones sobre el entorno y circunstancias de aquellos hechos y datos. Y luego el
editor, en la contraportada, nos la presenta, en primer lugar, precisamente como
novela histórica, en segundo lugar como novela de tipo “psicológico”, y en tercero,
como canto a la libertad y a la tolerancia.
Es por ello que los juicios y datos históricos de esta novela cobran una gran relevancia.
Porque están en una novela de Delibes, que habrá tenido la tirada típica de los grandes
novelistas, que multiplicará al menos por veinticinco cualquier otra obra que se escriba
para precisar los hechos históricos correspondientes. Tanto más, cuanto que la novela
de Delibes se escribe en el contexto intelectual del pensamiento “correcto” e incide
sobre otras muchas lecturas que los españoles hemos podido hacer con una
presentación similar de los hechos.
Yo ignoro, y carezco de curiosidad específica por conocer, cuál sea la posición religiosa
o filosófica de Delibes. Ni si ha cambiado o no con el paso del tiempo. Lo que sí
constato es que cuando yo conocí su persona y su obra en los años 60, Delibes,
además de gran novelista, era en España un escritor ilustre y abierto, definidamente
“católico”, y dentro de lo católico, sintonizando con el Vaticano II, y que hoy,
consagrado por un gran prestigio, nos lo encontramos con tesis publicadas críticas
hacia lo católico y lo español clásico. Quizá una y otra situación deriven de una misma
realidad profunda que haya permanecido inmutable, pero sus manifestaciones
externas presentan ciertos desplazamientos. En aquellos tiempos anteriores nadie iba
a la cárcel por acatólico, ni hoy tampoco se entra en prisión por ser miembro de la
Iglesia; pero entonces, las posiciones de Delibes encajaban muy bien en lo socialmente
correcto, y hoy también; cada una de las diferentes manifestaciones, en un tiempo y
en otro, son acordes con el ambiente intelectual predominante del respectivo
momento. Lo cual es legítimo, no tengo absolutamente ningún motivo para dudar que
sea sincero, y hasta puede ocurrir que sean expresiones diferenciadas de un mismo
planteamiento interior. Mas, al margen del respeto y admiración hacia la persona de
Delibes y a sus muy elevadas cualidades literarias, algo reduce su autoridad cuando,
como es prácticamente inevitable en casos como éste, formula y transmite
valoraciones sobre la realidad que describe.
En cuanto al entorno de tiempo y lugar, el autor describe una España atrasada frente a
las novedades intelectuales y religiosas de Europa. No sólo es ése su continuado telón
de fondo; no sólo presenta lo avanzado que se incuba en Valladolid como proveniente
de más allá de los Pirineos y necesitando vitalmente de la ida a Europa para subsistir,
sino que en algún momento dice expresamente que en aquellos tiempos España se
“moderniza” merced a las influencias que está recibiendo de Francia.
82
Es verdad que la España de Carlos V, como la de Felipe II, recibió magníficas influencias
de Francia, de Alemania, muy especialmente de los Países Bajos, de Italia, etc. Pero en
el balance de entonces no era España la que se modernizaba gracias a Europa, sino
Europa la que se modernizaba gracias a España. Uno de los muchos signos
característicos de la superioridad de España en aquellos momentos era precisamente
que podía absorber y asumir cuanto de bueno veía en el mundo. Y España veía mucho
en el mundo, porque el mundo era en buena medida hispánico. El juicio de Delibes es
tan inadecuado, como si ahora, porque vemos que los americanos van a París a
aprender a servir la mesa y a estudiar sus modas en Saint Honoré, dijéramos que
Estados Unidos recibe de Francia la modernización. Estados Unidos es hoy el imperio
que admite gentes e influencias de todo el mundo, precisamente porque es el Imperio,
y es Estados Unidos quien moderniza a Europa, aunque aprenda muchas cosas de
Europa, o de Asia, o de Latinoamérica... En la propia ciudad de residencia de Delibes,
Valladolid, hay un espléndido Museo Nacional de Escultura, y allí se pueden encontrar
los ejemplos de personajes como Juan de Juni (francés) o Pompeyo Leoni (italiano),
que a mitad del siglo XVI, es decir, justamente en la época en que se desarrollan los
hechos de la novela de Delibes, se vienen a España, porque aquí hay un gran
movimiento artístico en el que pueden desarrollar su talento. Cuando en el siglo XX
nuestro Severo Ochoa decide marchar a América para poder desarrollar los trabajos
que le valieron el Nobel, no es porque América reciba la modernización de España,
sino porque es el lugar moderno adonde han de ir los españoles que quieran tener más
facilidades para descollar.
83
adversas, como si las adversas fueran irracionales, supersticiosas y sólo mantenidas
por la fuerza.
Los españoles que hicimos el bachillerato en las décadas de los 40 y 50 del siglo XX,
hemos estudiado en nuestros libros de texto la biografía y significado de Miguel
Servet. Un navarro aragonés, heterodoxo respecto del catolicismo, que además de su
afición por la teología fue una autoridad de las ciencias geográfica y médica, habiendo
sido el descubridor de la circulación pulmonar. En la etapa madura de su vida vivió
fuera de España, y como era un prolífico escritor, a pesar de ser un “heresiarca”, según
Menéndez Pelayo, polemizó con Zuinglio, Ecolampadio y Calvino (no estaba muy
convencido del carácter “trino” de la Divinidad), por lo que en la Europa
supuestamente tolerante de entonces (según Delibes) tuvo que huir, primero a
Basilea, y después de Basilea a Francia, donde vivió bajo nombre supuesto, lo cual no
impidió que Calvino le denunciara al inquisidor de Lyon, quien le tomó preso; evadido
de Francia, huyó a Ginebra, donde Calvino le reconoció y llevó al Tribunal de la ciudad,
conocido como el Pequeño Consejo, Tribunal que hostigado por Calvino acabó
condenando a muerte a Servet, sentencia que fue ejecutada haciéndole morir en la
hoguera en la colina de Champel, junto al lago Leman, donde hoy existe un
monumento en honor del ajusticiado. Era el año 1553, es decir, 6 y 7 años antes de los
autos de fe que refleja Delibes en su novela.
Servet fue condenado por las opiniones vertidas en sus libros, y por ello fue quemado
junto con sus libros. Castellion murió en prisión por libros que tuvo que publicar con
seudónimo. Décadas después, la Universidad de París quema oficialmente los libros de
Suárez, y el Parlamento de Inglaterra los del mismo Suárez más los de Mariana. Sin que
tampoco las quemas de libros “molestos” al poder fuera “propio” de los movimientos
84
cristianos (católicos o protestantes); ya antes lo practicaron en España los
musulmanes, y no sólo respecto de publicaciones cristianas, sino de su propia fe; así se
hizo, por ejemplo, con Averroes cuando el califa le destierra a Lucena, momento en el
que se prohíbe la difusión de sus ideas y se queman sus obras... (véase Apéndice II de
este capítulo).
85
muerte por razones de ideas religiosas, amén de promover la expulsión de Ginebra de
los disidentes religiosos.
Y no deja de ser sintomático que uno de los luteranos juzgados en los autos de fe de
Sevilla del siglo XVI, el “jerónimo” Antonio del Corro, habiéndose exiliado después
Pirineos arriba en busca de respeto para su libertad de conciencia, volvió a sufrir
persecución por parte de los protestantes en su país de exilio.
Sin que esta violencia religiosa europea transpirenaica fuera sólo producto de unos
difíciles momentos iniciales de la “Reforma” o “Contrarreforma”. Porque cuando el
siglo XVII está ya en su crepúsculo, el protestantismo calvinista inglés, a través de
Cromwell, genera “el reinado de los santos”, que produce unas feroces y brutales
persecuciones religiosas en las islas, especialmente contra los católicos, y más aún en
Irlanda. Y ya hemos visto que en el siglo XVIII se sigue practicando la expulsión de
disidentes religiosos en Francia y en Baviera.
¿Cómo esta realidad puede ser marginada por Delibes, cuando bastantes de sus hitos
más significativos ocurren en Europa antes y en los mismos años de los hechos que
narra? Y si no la ignora, ¿cómo puede construir un relato en el que se atribuya la
intolerancia al catolicismo español de la. época, como característica singular suya, y en
contraste con un supuesto espíritu amplio y de coexistencia religiosa de allende
nuestras fronteras?
Delibes no ignora lo que yo aquí digo; lo conoce por su formación anterior y por la
investigación que es evidente que realizó para acometer su novela; y como es hombre
de fina sensibilidad, muy posiblemente comprendió que la imagen que su novela daba
sobre el catolicismo español era injusta; acaso fue por ello por lo que salió a televisión
a proclamar que no tenía pretensiones históricas; quizá se sintió obligado a encabezar
su trabajo con una cita de Juan Pablo II sobre la necesidad de reconocer los atropellos
perpetrados por la Inquisición.
86
Müntzer (más de 100.000 muertos dice Delibes). Pero si con ello la buscaba, en modo
alguno restableció la equidad; porque toda su novela se recrea en la descripción del
catolicismo español de la época como intolerante y violento (de lo que es prueba la
carta de Carlos V desde Yuste: no la reproduce en conjunto, ni siquiera en párrafos
completos, sino que la va desmenuzando por frases sueltas, por goteo, con lo cual
magnifica y “normaliza” aquella postura); mientras que, tras las pocas frases dedicadas
por sus personajes a reconocer puntos negros del protestantismo europeo, los
equilibra a continuación; en cuanto a Lutero, puntualizando su amor a la música y a la
imprenta así como su condición de fiel esposo y padre amantísimo; en lo que toca a
Calvino, destacando que, pese a todo, el pueblo aceptó de grado su autoridad, y la
ciudad parecía un templo. Y por lo que respecta a los problemas con los anabaptistas,
se dicen frases como que “en toda revolución hay excesos... No debe juzgarse la
Reforma por ellos... Para los campesinos, un cambio religioso sin dinero carece de
interés... Eran humanos, aspiraban a que la religión les redimiera; luchaban por una
religión práctica... Lutero pudo más y los derrotó...”; con ello, salda con balanceada
neutralidad algunos de los puntos negros del comportamiento europeo protestante
del tiempo, y describe a continuación la Europa protestante, detalladamente y sin
cortapisas ni reservas, como un supuesto paraíso de libertad y humanismo, del que
dependían para subsistir espiritualmente, los pocos españoles esforzados que querían
una vida humana, moderna y cristiana; españoles que se presentan masacrados por el
catolicismo español del siglo, un catolicismo del que sólo se reflejan los elementos
execrables.
Leyendo a Delibes en esta novela, se recuerda que la doctrina esencial que motiva la
Reforma protestante junto a otras cuestiones realmente nimias, como la comunión
bajo las dos especies- es el tema de la justificación luterana por la fe. La encarnación y
pasión de Cristo para redimir a los hombres es tan importante que por sí misma
justifica la salvación de los humanos. No importan las “obras” de los hombres, sino que
la “gracia” obtenida por Cristo es “superabundante”. Y según los Evangelios, el “que
creyere en Mí se salvará”, lo único decisivo es la fe en Cristo, y no las obras humanas.
Desde un punto de vista religioso y evangélico, cabe pensar en otros pasajes de las
Escrituras marginados por Lutero, como el del juicio universal, donde la salvación se
vincula a las obras, y concretamente a las obras de caridad. Pero no nos importa ahora
el estudio religioso del asunto, sino el humano-sociológico.
87
Es muy posible que la doctrina luterana de la justificación haya contribuido a la
“desmoralización” de Occidente. Pues si bien Occidente no es hoy un mundo
protestante, sin embargo, nuestra cultura, en buena medida es cristiana, pero con gran
dosis de protestantismo, por el predominio anglosajón de las últimas centurias.
En algún momento se ha pensado que la sociedad puede perfectamente vivir sólo con
las reglas del Derecho, sin necesidad de una moral. Pero esa idea se ha ido
abandonando a lo largo del siglo XX. Y al constatar que la moral, al menos la moral con
trascendencia “social”, estaba en crisis en una sociedad secularizada, hemos montado
ese espectáculo pintoresco en el que las autoridades de los Estados presionan o
semicoaccionan a los grupos sociales para que aprueben códigos deontológicos (no
son sólo los colegios profesionales; últimamente el mundo de las sociedades anónimas
vive sometido a esa fiebre); en teoría, lo que se monta es una moral heterónoma laica;
en la práctica, es Derecho vergonzante y carente de la nota de “seguridad”, porque los
poderes públicos de este tiempo dicen no querer interferir en el campo de lo privado.
Hay quien piensa que es “pesimismo” creer que cuando el hombre ha de buscar una
moral autónoma, llegará a la inmoralidad, en su conjunto. Otros creen que es realismo,
pues la autonomía moral sólo es alcanzable por minorías. Y no faltan quienes son
optimistas, precisamente por ello, porque tienen una concepción “ fundamentalista”, y
creen que el vacío social que esa situación crea, será llenado por otras culturas -por
ejemplo, ahora, la musulmana, u otras que puedan resucitar, como la marxista- que
aprovecharán la situación para dominar a Occidente e imponer su concepción de
moral heterónoma, más exigente, como en otros tiempos ocurrió con Roma, o Grecia,
o Egipto...
88
XX» (BAC), explica los motivos y revela detalles del martirio de los futuros beatos.
¿Quiénes eran estos sacerdotes? Se llamaban Pascual Araguás, Silvestre Arnau, José
Boher, Francisco Castells, Pedro Martret y Juan Perot. Todo ellos se dedicaban al
ministerio pastoral. José Tapies, muy apreciado por todos los feligreses, cuando fue
detenido, quiso deliberadamente entregarse vestido de sacerdote para mostrar su
identidad. Cuando lo llevaban a la muerte, de pie en el camión, iba saludando a todos
sin distinción hasta que, con un golpe, un miliciano le obligó a sentarse. Silvestre
Arnau, formado en la Universidad Gregoriana y en el Colegio Español de Roma, era
estudioso de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús. Se dedicaba a la
formación de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Los otros eran párrocos
muy queridos.
Murieron por ser sacerdotes. Fueron paseados por Pobla de Segur en un camión
acompañados de unos 50 milicianos, hasta el cementerio de Salas de Pallás. Vieron el
martirio, además de los milicianos que participaron en el fusilamiento, un campesino
que estaba trabajando allí cerca, el conductor del camión, un niño que seguía en
bicicleta y un alfarero que los vio descender del camión y oyó los disparos.
¿Hubo también mártires en Cataluña en esa época? Esta región fue quizá la más
castigada de España en cifras totales y proporcionales. Estos datos dan idea de lo que
allí pasó bajo la responsabilidad de los Gobiernos de la República y de la Generalitat.
Fueron martirizados los obispos Irurita, de Barcelona; Huix, de Lérida y Borrás, auxiliar
de Tarragona. El Lérida mataron al 65,8% del clero diocesano (270 sacerdotes de 410);
en Tortosa el 61,9% (316 de 510); en Tarragona el 32,4% (131 de 404); en Vich el 27,1%
(177 de 652); en Barcelona el 22,3% (279 de 1.251); en Gerona el 20% (194 de 932); en
Urgel el 20,1% (109 de 540) y en Solsona el 13,4% (60 de 445)
89
martirizados por motivos religiosos apenas han sido beatificados medio centenar de
laicos, todos ellos católicos muy comprometidos con la Iglesia.
Es una polémica pretextuosa y sin sentido que tiene una gran carga ideológica y
política. La Iglesia desde sus orígenes honró a los «mártires de la fe», y lo seguirá
haciendo. Las instituciones civiles y militares recuerdan a los «caídos en guerra» y a las
«víctimas de la represión política», tanto de la zona republicana como de la nacional, y
nadie dice que esto sea reabrir heridas, aunque a veces las instrumentalizaciones
políticas partidistas son evidentes.
Hoy se abusa del término «mártir», que encierra varias acepciones en el lenguaje
corriente, aunque la más genuina y original es la de quien sufre o muere por amor a
Dios, como testimonio de su fe, perdonando y orando por su verdugo, a imitación de
Cristo en la Cruz. Los demás pueden ser «héroes» o «víctimas» de ideales diversos,
incluso a veces discutibles, aunque se les llama mártires porque se abusa del concepto
por extensión y se aplica sin más al que sufre sencillamente por alguien o por algo.
Durante muchos años ha pesado como una losa el Régimen que tuvo España hasta
1975, y a muchos católicos les molesta la presencia de los mártires de 1936, que nada
tuvieron que ver con todo lo que vino después. También molestan a los «vencidos» en
la guerra, y a sus herederos ideológicos, porque los mártires denuncian la persecución
religiosa de aquellos años terribles y su tozudez porque se obstinan en no querer
reconocer sus responsabilidades históricas de la tragedia de 1936. Precisamente para
evitar referencias polémicas al pasado, la Iglesia esperó más de medio siglo de la
guerra civil para comenzar las beatificaciones (las primeras se hicieron en 1987) y que
España tuviera una democracia consolidada.
90
2. De esto ha de pedir perdón la Iglesia española
Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al
matadero. (Romanos 8:36)
Fruto de estas reflexiones, de las lecturas de estos días, y a la vista de la bella y valiente
determinación de la Conferencia Episcopal por todos conocida, ofrezco a los lectores
una escueta relación de todo aquello por lo que la Iglesia española tendría que haber
pedido perdón y, sin embargo, ha declinado hacerlo. Es historia registrada: desafío a
cualquier lector a que desmienta un solo dato.
§ AÑO 1931
91
13 de junio: Respuesta del Gobierno: El cardenal primado de España, don Pedro
Segura, ausente a la sazón, es detenido a su vuelta y llevado de nuevo a la frontera por
orden gubernativa.
4 de agosto: Excedencia forzosa de todos los capellanes de prisiones.
21 de agosto: Decreto del Gobierno suspendiendo “la facultad de venta,
enajenación y gravamen de los bienes muebles, inmuebles y derechos reales de la
iglesia, órdenes, institutos y casas religiosas, y, en general, de aquellos bienes que de
algún modo estén adscritos al cumplimiento de fines religiosos” (art. 1º). “Los notarios
no autorizarán ningún instrumento público sobre los bienes antedichos, y los
registradores de la Propiedad denegarán la inscripción de los correspondientes títulos.
Los agentes de Bolsa y corredores de Comercio no intervendrán...” (art. 2º) “Los
Bancos nacionales y los Bancos extranjeros domiciliados en España no autorizarán la
retirada de depósitos de cualquier naturaleza...” (art. 3º)...
13 de octubre: Célebre afirmación de don Manuel Azaña en el Congreso de los
Diputados: España ha dejado de ser católica.
4 de diciembre: Son secularizados los cementerios. Se prohíben las inhumaciones
en iglesias, conventos o casas religiosas. Los municipios podrán incautarse de los
cementerios municipales. En Galaroza (Huelva) se derriba la pared divisoria que separa
los enterramientos católicos de los que no lo son, a los sones de La Marsellesa
airosamente ejecutada por la banda municipal. Algunos ayuntamientos jiennenses
prohibieron o impidieron la asistencia de sacerdotes a los entierros. La Corporación
municipal de Mondoñedo (Lugo) premiaba con 100 pts. a los parientes que enterraran
a sus difuntos sin asistencia religiosa. En otro orden de cosas, el ayuntamiento de
Mazarrón (Murcia) ofrecía el 13 de diciembre del mismo año una gratificación de 50
pesetas a la primera pareja que optase por el matrimonio civil.
9 de diciembre: Se aprueba la Constitución republicana en el Congreso de los
Diputados.
Art. 26: “(...) Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente
impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a
autoridad distinta de la legítima del Estado.
1ª) Disolución de las que, por sus actividades, constituyen un peligro para la seguridad
del Estado...”
92
conceder el permiso gubernativo que desde ahora es preceptivo para cualquier acto
religioso público.
§ 1932
“La presencia del crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentido ni aun a los de
los racionalistas y ateos, y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta de los que
carecen de creencias confesionales.
Obispos, curas y frailes, no os metáis en jaleos, porque podrían arder hasta los mismos
manteos. (“Eco del Pueblo”, semanario de Albacete)
§ 1933
§ 1934
93
cae asesinado en plena calle a manos de un tal José Luelmo, hermano de un ex-alcalde
de la citada localidad murciana.
5 de octubre: Estalla la sublevación marxista en Asturias contra el gobierno electo
de la República. 34 clérigos asesinados. 58 templos destruidos. Dinamitada la Cámara
Santa de la Catedral de Oviedo, un tesoro inigualable del arte hispano -en el que se
incluían las viejísimas joyas de la dinastía astur- perdido para siempre.
AA.VV., Historia de la Iglesia en España, Madrid BAC 1979, vol. V, pág. 361.
§ 1936
No queda ninguna iglesia ni convento en pie, pero apenas han sido suprimidos de la
circulación un dos por ciento de los curas y las monjas. La hidra religiosa no ha muerto.
Conviene tener esto en cuenta y no perderlo de vista para ulteriores objetivos.
94
“Mira, es inútil. No matamos a tu cuñado, matamos la sotana. Si fuera un simple
paisano, con gusto haría lo posible por librarle, pero tratándose de un cura, no puedo
hacer nada, pues nuestro lema es: sotana que pillamos, sotana que matamos”.
13 obispos asesinados.
4.184 sacerdotes seculares asesinados.
2.365 religiosos asesinados.
283 religiosas asesinadas (algunas de ellas previa violación, algo muy poco común
en el bando republicano).
A los cadáveres de los sacerdotes asesinados don Sotero González Lerma, don Mariano
Ruiz Martínez y don José Alfaro Rivas, los miembros del Comité local les seccionaron
las orejas y éstas fueron servidas como aperitivo en las tabernas. El cuerpo sin vida del
sacerdote don Patricio Aliaga Rubio fue arrojado a los cerdos, y al de don Antonio
Faúndez López, franciscano, le machacaron la cabeza. Al presbítero don José María
Cánovas Martínez le extrajeron el corazón sus asesinos y lo comieron asado en la
taberna La Peñica de Lorca (Murcia), según confesión propia de uno de ellos...
95
* Recojamos todos la herencia de los que murieron por su fe perdonando a
quienes los mataban y de cuantos ofrecieron sus vidas por un futuro de paz y
de justicia para todos los españoles.
3. Mártires en España
El Papa beatificó como mártires por la fe a once víctimas de la guerra civil española. No
hace mucho, les correspondió el turno a otras veintiséis. La serie de beatificaciones
comenzó el 22 de marzo de 1986, con el decreto de aprobación del martirio de tres
carmelitas de Guadalajara. Durará mucho todo esto, dado que los procesos en curso
son más de cien, muchos de ellos de grupo, y se refieren en su conjunto a 1.206
víctimas de la persecución anarco-socialista-comunista de los años treinta.
Ya se sabe que uno de los marcos que distinguen al mundo es el de dividir no sólo a los
vivos sino también a los muertos; no todos los muertos, y mucho menos todos los
mártires, son iguales; están los que deben ser venerados y recordados y los que hay
que olvidar.
Por desgracia, esta perspectiva tan mundana, porque está ligada al poder político y
cultural vigente en cada momento, parecía haber contaminado a una parte de la
institución eclesiástica. En efecto, hubo unos años en los que una especie de silencio
incómodo (cuando no un distanciamiento manifiesto por parte de cierta publicidad
católica) se precipitó sobre la terrible matanza de la que fueron víctimas en la España
de la guerra civil más de 6.832 personas entre curas, religiosas, monjas y miles de
laicos, que murieron por el solo hecho de ser creyentes. Así, a partir de los años
sesenta, y tal como escribe monseñor Justo Fernández Alonzo, director del Centro
Español de Estudios Eclesiásticos, «motivos de oportunidad aconsejaron moderar el
curso de los procesos de beatificación ya iniciados; sólo a partir de principios de los
años ochenta volvieron a tener vía libre».
Hicieron falta el valor y el amor por la verdad de Juan Pablo II para reabrir una página
de la historia que muchos, incluso ciertas fuerzas poderosas de la misma Iglesia,
hubieran preferido que continuase cerrada para siempre.
96
la presión ejercida por una historiografía marxista tendenciosa que imponía un temor
reverencial deberían favorecer una relectura objetiva del papel de la Iglesia en España,
devastada primero por la guerra civil y sojuzgada después por el autoritarismo
franquista. Ese régimen, apresuradamente definido como «fascista» y equiparado
incluso con el nazismo, cuando en realidad estaba muy lejos del paganismo racial que
distingue a este último, y de la idolatría al Estado de hegelismo casero, que aflora en el
fascismo italiano, ese régimen decíamos, logró mantener a España fuera de la segunda
guerra mundial a pesar de las presiones de Hitler y Mussolini, y no se distinguió por
una actitud belicosa hacia el exterior. El final de Francisco Franco y de su régimen no es
de ningún modo comparable al sangriento de Ceaucescu en Rumania ni a la quiebra
económica y social de la Europa comunista. El rey Juan Carlos de Borbón, al que el
socialista y fanático republicano Sandro Pertini consideraba como uno de los mejores
jefes de Estado, fue elegido para la sucesión y preparado concienzudamente para
ocupar el trono por el viejo caudillo. Sucesión que se produjo sin traumas, en un clima
de pacificación y sobre bases económicas que permitieron a España situarse en estos
años entre los países del mundo de crecimiento más rápido; todas estas cosas
estuvieron espectacularmente ausentes en los países del Este, donde todo está por
reconstruir, tanto en el plano de la economía como en el plano moral, mientras que los
ánimos se encuentran aún sordamente divididos.
No se trata más que de unas ideas para una reflexión futura que juzgue con serenidad
una agria polémica que tiene casi medio siglo, contra una Iglesia que habría favorecido
a un presunto «Anticristo» de Madrid, sobre el que el historiador inglés
contemporáneo Paul Johnson, de estricta tendencia demócrata-liberal, escribe:
«Franco siempre estuvo decidido a mantenerse al margen de la guerra, que
consideraba una terrible calamidad y, sobre todo, una guerra que para él, católico
convencido, representaba la fuente de todos los males del siglo, al ser conducida por
Hitler y Stalin. En septiembre de 1939, declaró la absoluta neutralidad de España y
aconsejó a Mussolini que hiciera lo mismo. El 23 de octubre de 1940, cuando se reunió
con Hitler en Hendaya, lo recibió con frialdad, por no decir con desprecio. Hablaron
hasta las dos de la madrugada y no se pusieron de acuerdo en nada.»
Sean cuales fueren las conclusiones a las que lleguen sobre el franquismo los
historiadores del futuro, desde siempre está claro que los procesos canónicos
bloqueados por Roma y reiniciados ahora por un Papa que «no se amolda al mundo»,
van más allá de toda consideración política. Lo que conduce a incluir a esas víctimas en
la lista de mártires, que luego se propondrán para la veneración y la imitación de los
creyentes, es un motivo exclusivamente religioso; lo que se debe valorar no son unas
motivaciones políticas, sino si la matanza se realizó por odio a la fe y si fue aceptada
pacientemente por amor a Cristo y por fidelidad a él, tal vez con el explícito perdón de
los asesinos.
97
un odio tan encarnizado hacia la religión y sus hombres.» Y, para citar a otro estudioso
fuera de sospecha y, además, testigo directo, como Salvador de Madariaga
(antifranquista convencido, partidario del gobierno republicano y exiliado después de
la derrota): «Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores
de aquella persecución: durante años, bastó únicamente el hecho de ser católico para
merecer la pena de muerte, infligida a menudo en las formas más atroces.»
Hubo casos como el del párroco de Navalmoral, sometido al mismo suplicio que Jesús,
comenzando por la flagelación y la corona de espinas hasta llegar a la crucifixión, en el
que el martirizado también se comportó como Cristo, bendiciendo y perdonando a los
milicianos anarquistas y comunistas que lo atormentaban. Hubo casos de religiosos a
los que encerraron en la plaza de toros y les cortaron las orejas como en las corridas.
Hubo casos de cientos de curas y monjas a los que quemaron vivos. A una mujer
«culpable» de ser madre de dos jesuitas la ahogaron haciéndole tragar un crucifijo. En
un momento dado, en el frente llegó a faltar la gasolina, utilizada con profusión para
quemar no sólo a los hombres, sino las obras de arte y las antiguas bibliotecas de la
Iglesia, un desastre cultural provocado por un odio ciego hacia la fe. Pero no era la
primera vez que se producían hechos similares; lo mismo ocurrió con el vandalismo
francés jacobino y con el del Risorgimento italiano.
La casa de las salesianas de Madrid fue asaltada e incendiada y las religiosas fueron
violadas y apaleadas después de ser acusadas de darles caramelos envenenados a los
niños. Los cuerpos de las monjas de clausura fueron exhumados y expuestos en
público como escarnio. Se llegó al extremo de recuperar barbaries cartaginesas como
la de atar a una persona viva a un cadáver y dejarla al sol, hasta que ambos se
pudrieran. En las plazas se fusilaba incluso a las estatuas de los santos y las hostias
consagradas eran utilizadas de forma obscena.
Sin embargo, durante décadas, incluso un cierto sector católico consideró que en la
tragedia española quien debía ser perdonada y olvidarlo todo era la Iglesia y no los
anarquistas, los socialistas y los comunistas. Se rechazaba con un cierto disgusto la
idea del martirio de esos inocentes, hasta el punto de bloquear los procedimientos.
Sin embargo, aunque en este mundo la verdad parezca débil, a la larga resulta
invencible. Y las liturgias de beatificación y canonización como las que proliferan en
San Pedro comienzan a hacer que surja plenamente.
98
Vittorio Messori
G) MEMORIA Y PERDÓN
Un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó, que es tanto
como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer (Jonathan Swift).
Sin embargo, en las actuaciones personales de los católicos, ha habido y habrá siempre
errores, más o menos graves, como sucede en todos los seres humanos. La Iglesia
asume con una viva conciencia esos pecados de sus hijos, recordando con dolor todas
las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, los católicos se han alejado del
espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una
vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que
eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo.
Por eso la Iglesia anima a sus hijos a la purificación y el arrepentimiento de todos los
errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Hacerlo ha supuesto un acto de
coraje, y también una manifestación de humildad, y por tanto, una mayor
aproximación a Dios. La Iglesia, al revisar su historia y suscitar el arrepentimiento por
los eventuales errores y deficiencias de cuantos han llevado y llevan el nombre de
cristianos a lo largo de la historia, da ejemplo de lo que predica constantemente.
99
Por el vínculo que en la Iglesia une a todos los fieles, los cristianos de hoy llevamos de
alguna manera el peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido
(aun no teniendo responsabilidad personal en esos errores), y en ese sentido la Iglesia
pide ahora perdón por esas culpas. La Iglesia abraza a sus hijos del pasado y del
presente en una comunión real y profunda, y asume sobre sí el peso de las culpas
también pasadas, para purificar la memoria y vivir la renovación del corazón y de la
vida según la voluntad del Evangelio.
La Iglesia pide perdón y, a su vez, ofrece su perdón a cuantos la han ofendido (cuestión
bastante significativa si se piensa en tantas persecuciones como los cristianos han
sufrido a lo largo de la historia).
Pero la Iglesia no exige la petición de perdón ajena como premisa de la propia. No pide
nada a cambio. Pedir perdón de las culpas del pasado es un signo de vitalidad y de
autenticidad de la Iglesia, que refuerza su credibilidad y ayudará a modificar esa falsa
imagen de oscurantismo e intolerancia con que, por ignorancia o por mala fe, algunos
sectores de opinión se complacen en identificarla. Esclarecer la verdad será siempre
una liberación.
La Iglesia es una sociedad viva que atraviesa los siglos, y a través de ese caminar por la
historia, no puede evitar que el grano bueno esté mezclado con la cizaña, que la
santidad se establezca junto a la infidelidad y el pecado.
Clarificar la verdad hará que la luz destaque más sobre las sombras, porque, junto a
sus fallos, destacarán sus grandes méritos. No puede olvidarse que es la Iglesia quien
inició los hospitales, los hospicios, las escuelas, las universidades; que millones de
cristianos, en todo el mundo, se han dedicado a una tarea misionera que era también
una tarea de asistencia, de caridad, muchas veces heroica hasta el martirio.
Hay que evitar tanto una apologética que pretenda justificarlo todo, como una
culpabilización indebida, propia de cristianos acomplejados.
100
El hecho de que algunas veces a lo largo de la historia la verdad se haya alzado con
aires o con hechos de intolerancia, e incluso que en su error haya llegado a llevar
hombres a la hoguera, no es culpa de la verdad sino de quienes no supieron
entenderla.
Todo, hasta lo más grande, puede degradarse. Es cierto que el amor puede hacer que
un insensato cometa un crimen, pero no por eso hay que abominar del amor, ni de la
verdad, que nunca dejarán de ser las raíces que sostienen la vida humana.
Alfonso Aguiló
2. Sentimientos de culpa
Moulin me encomienda que repita a los creyentes uno de sus principios, madurado a
lo largo de una vida de estudio y experiencia: «Haced caso a este viejo incrédulo que
sabe lo que se dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado
crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles
la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde
la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los
responsables de todos o casi todos los males del mundo. Os han paralizado en la
autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar.»
101
también un historiador que trata de ser objetivo) os digo que debéis reaccionar en
nombre de la verdad. De hecho, a menudo no es cierto. Pero si en algún caso lo es,
también es cierto que, tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces
prevalecen ampliamente sobre las tinieblas. Luego, ¿por qué no pedís cuentas a
quienes os las piden a vosotros? ¿Acaso han sido mejores los resultados de lo que ha
venido después? ¿Desde qué púlpitos escucháis, contritos, ciertos sermones?» Me
habla de aquella Edad Media que ha estudiado desde siempre: «¡Aquella vergonzosa
mentira de los "siglos oscuros", por estar inspirados en la fe del Evangelio! ¿Por qué,
entonces, todo lo que nos queda de aquellos tiempos es de una belleza y sabiduría tan
fascinantes? También en la historia sirve la ley de causa y efecto...»
Al fin, la meta: el gran monasterio, la antigua casa religiosa. Aliviado por librarme del
coche atravieso el portón. De golpe, el mundo cambia a mi alrededor. Un gran patio de
una antigüedad de siglos, cerrado en todos sus lados por un soportal, sosiega el ánimo
con la armonía de sus arcos. El silencio, la belleza de los frescos, el ritmo de las
edificaciones, la frescura de las sombras. Más allá del patio se ve un amplio jardín,
último reducto en cuyos árboles se ha refugiado todo lo que sobrevive o vuela en la
tierra desolada de las inmediaciones. La hospitalidad de los religiosos te hace sentir
que esa gente, pese a todo, intenta hacer el bien y cree que todavía es posible amar.
Con una mezcla de ironía y angustia, pienso en la venganza de la historia de los últimos
dos siglos, poblados por gente diversa pero unida por un furioso intento de suprimir
los signos cristianos, empezando por las congregaciones religiosas; por la necesidad de
destruir con éstas esos lugares de paz y belleza, vistos como inmundos rincones de
oscurantismo, anacrónicos obstáculos en la senda sobre la que edificar el soñado
«nuevo mundo».
Ahora, más allá del muro que resguarda el jardín, tenemos el fruto del radiante
mañana prometido. Jamás el mundo, en nombre de la humanidad, se volvió más
inhumano. Se han truncado las expectativas: la realidad y la esperanza de un mundo
más habitable perduran —pero ¿por cuánto tiempo?— en estos residuos religiosos
que han sobrevivido (por milagro, por azar, por obstinación de los cristianos, que
resurgen cada vez que son eliminados) a la furia de los «iluminados». Sus hijos y nietos
se refugian también aquí para lamentarse de todo cuanto se ha perdido. Y para
alegrarse de que se haya salvado algo de la rabia de los destructores.
102
Si por el fruto se reconoce al árbol, quizá haya que extraer alguna conclusión de ello,
aunque sea para proseguir con la admonición de Moulin, el viejo historiador agnóstico,
a los creyentes: «causa y efecto...». También nosotros tenemos nuestros esqueletos en
el armario; y ojo con querer disimularlo. La realidad cristiana siempre mezcla lo divino
con lo humano; la Iglesia es casta et meretrix, según sentencian los Padres. Y así son y
fueron siempre sus hijos. Pero miremos también a nuestro alrededor, ya no tan
avergonzados e intimidados. La caridad no es posible sin la verdad; para nosotros y
para los demás.
Vittorio Messori
103
II. LA IGLESIA Y EL JUDAÍSMO
A) EL ANTISEMITISMO
«Las presiones de los judíos a través de los medios de comunicación y las protestas de
los católicos empeñados en el diálogo con el judaísmo han tenido éxito. La causa de la
beatificación de Isabel la Católica, reina de Castilla, recibió en estos días un imprevisto
frenazo [...]. La preocupación por no provocar las reacciones de los israelíes, irritados
por la beatificación de la judía conversa Edit Stein y por la presencia de un monasterio
en Auschwitz, favoreció el que se hiciera una "pausa para reflexionar" sobre la
conveniencia de continuar con la causa de la Sierva de Dios, título al que ya tiene
derecho Isabel I de Castilla.»
Se trata de una noticia poco reconfortante. Sin embargo, no es la primera vez que
ocurre; ciñéndonos a España, recordemos que Pablo VI bloqueó la beatificación de los
mártires de la guerra civil, por lo que podemos comprobar que, una vez más, se
consideró que las razones de la convivencia pacífica contrastaban con las de la verdad,
que en este caso es atacada con una virulencia rayana en la difamación, no sólo por
parte de los judíos (a los que en la época de Isabel les fue revocado el derecho a residir
en el país), sino también por parte de los musulmanes (expulsados de Granada, su
última posesión en tierras españolas), y por todos los protestantes y los anticatólicos
en general, que desde siempre montan en cólera cuando se habla de aquella vieja
España cuyos soberanos tenían derecho al título oficial de Reyes Católicos. Título que
se tomaron tan en serio que una polémica secular identificó hispanismo y catolicismo,
Toledo y Madrid con Roma.
En cuanto a la expulsión de los judíos, siempre se olvidan ciertos hechos, como por
ejemplo, el que mucho antes de Isabel, los soberanos de Inglaterra, Francia y Portugal
habían tomado la misma medida, y muchos otros países iban a tomarla sin las
105
justificaciones políticas que explican el decreto español que, no obstante, constituyó
un drama para ambas partes.
Desde el punto de vista jurídico, en España, y en todos los reinos de aquella época, los
judíos eran considerados extranjeros y se les daba cobijo temporalmente sin derecho a
ciudadanía. Los judíos eran perfectamente conscientes de su situación: su
permanencia era posible mientras no pusieran en peligro al Estado. Cosa que, según el
parecer no sólo de los soberanos sino también del pueblo y de sus representantes, se
produjo con el tiempo a raíz de las violaciones de la legalidad por parte de los judíos no
conversos como de los formalmente convertidos, por los cuales Isabel sentía una
«ternura especial» tal que puso en sus manos casi toda la administración financiera,
militar e incluso eclesiástica. Sin embargo, parece que los casos de «traición» llegaron
a ser tantos como para no poder seguir permitiendo semejante situación.
Añade la postulación (no hay que olvidar que ha trabajado con métodos científicos,
con la ayuda de más de una decena de investigadores que dedicaron veinte años a
examinar más de cien mil documentos en los archivos de medio mundo): «La
alternativa, el aut-aut "o convertirse o abandonar el Reino", que habría sido impuesta
por los Reyes Católicos es una fórmula simplista, un eslogan vulgar: ya no se creía en
las conversiones. La alternativa propuesta durante los muchos años de violaciones
políticas de la estabilidad del Reino fue: "O cesáis en vuestros crímenes o deberéis
abandonar el Reino."» Como confirmación ulterior tenemos la actividad anterior de
Isabel en defensa de la libertad de culto de los judíos en contra de las autoridades
106
locales, con la promulgación de un seguro real así como con la ayuda para la
construcción de muchas sinagogas.
El camino a los altares le está vedado a Isabel también por quienes terminaron por
aceptar sin críticas la leyenda negra de la que hemos hablado y de la que seguiremos
ocupándonos, y que abundan incluso entre las filas católicas. No se le perdona a la
soberana y a su consorte, Fernando de Aragón, el haber iniciado el patronato,
negociado con el Papa, con el que se comprometían a la evangelización de las tierras
descubiertas por Cristóbal Colón, cuya expedición habían financiado. En una palabra,
serían los dos Reyes Católicos los iniciadores del genocidio de los indios, llevado a cabo
con la cruz en una mano y la espada en la otra. Y los que se salvaron de la matanza
habrían sido sometidos a la esclavitud. Sin embargo, sobre este aspecto, la historia
verdadera ofrece otra versión que difiere de la leyenda.
Veamos, por ejemplo, lo que dice Jean Dumont: «La esclavitud de los indios existió,
pero por iniciativa personal de Colón, cuando tuvo los poderes efectivos de virrey de
las tierras descubiertas; por lo tanto, esto fue así sólo en los primeros asentamientos
que tuvieron lugar en las Antillas antes de 1500. Isabel la Católica reaccionó contra
esta esclavitud de los indígenas (en 1496 Colón había enviado muchos a España)
mandando liberar, desde 1478, a los esclavos de los colonos en las Canarias. Mandó
que se devolviera a las Antillas a los indios y ordenó a su enviado especial, Francisco de
Bobadilla, que los liberara, y éste a su vez, destituyó a Colón y lo devolvió a España en
calidad de prisionero por sus abusos. A partir de entonces la política adoptada fue bien
clara: los indios son hombres libres, sometidos como los demás a la Corona y deben
ser respetados como tales, en sus bienes y en sus personas.»
Quienes consideren este cuadro como demasiado idílico, les convendría leer el codicilo
que Isabel añadió a su testamento tres días antes de morir, en noviembre de 1504, y
que dice así: «Concedidas que nos fueron por la Santa Sede Apostólica las islas y la
tierra firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención
fue la de tratar de inducir a sus pueblos que abrazaran nuestra santa fe católica y
107
enviar a aquellas tierras religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios para
instruir a los habitantes en la fe y dotarlos de buenas costumbres poniendo en ello el
celo debido; por ello suplico al Rey, mi señor, muy afectuosamente, y recomiendo y
ordeno a mi hija la princesa y a su marido, el príncipe, que así lo hagan y cumplan y
que éste sea su fin principal y que en él empleen mucha diligencia y que no consientan
que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas y por conquistar sufran
daño alguno en sus personas o bienes, sino que hagan lo necesario para que sean
tratados con justicia y humanidad y que si sufrieren algún daño, lo repararen.»
Vitorio Messori
Siguen siendo fuente de polémica los Protocolos de los Sabios de Sión, el más conocido
de los falsos antisemitas del siglo XX expuesto en el mes de enero de 2004 en la nueva
gran Biblioteca de Alejandría de Egipto. Tras haber presentado a los visitantes de una
exposición sobre los textos sagrados judíos una edición de los Protocolos como fuente
de informaciones auténticas e importantes sobre el judaísmo, la dirección de la
Biblioteca ha cedido ante las críticas de la prensa de varios países, y ha quitado de la
exposición el volumen contestado. Ahora la asociación de los Hermanos Musulmanes,
la mayor organización fundamentalista mundial que tiene su sede central en Egipto,
pide la dimisión del director de la Biblioteca, acusado de servilismo hacia Occidente e
Israel. Quinientos intelectuales lo defienden en un llamamiento, donde no podían
faltar las referencias a los “legítimos derechos árabes”.
Los Protocolos son el supuesto «documento» de un plan judío de control del mundo,
redactado según las hipótesis más recientes y fiables en Rusia entre 1902 y 1903 por
ambientes antisemitas rusos, de donde pasa a la policía zarista, que sin embargo
parece no haber sido el cliente, en base a un texto anti-bonapartista de 1864 del
abogado parisino Maurice Joly (1829-1879), cambiando el sujeto del complot, de la
familia Bonaparte a los judíos, y de la novela Biarritz (1868) del periodista alemán
antisemita Hermann Goedsche (1815-1878). Son publicados por primera vez, en ruso,
en 1903 en versión reducida en el periódico Znamia, luego en 1905 como opúsculo en
San Petersburgo. De aquí pasan más o menos al mundo entero. Que se trate de un
falso es algo obvio desde hace decenios para quien haya estudiado la cuestión.
108
tiene las mismas referencias e incluso aumenta la dosis, aun declarando en una
advertencia antes de cada capítulo de no estar basado en los Protocolos.
109
anti-israelí y de complicidad con países islámicos que no respetan siquiera los más
mínimos derechos de las personas, cuando no genocidas, como Sudán (ya, ¿por qué
sólo ahora tanta preocupación por el destino de las poblaciones de etnia negra en
Darfur cuando ya son varios lustros que se comete un auténtico genocidio contra las
poblaciones negras, además de cristianas y animistas, del Sur de Sudán? ¿Es que acaso
los cristianos y animistas tienen menos derecho a existir que los musulmanes de etnia
negra víctimas del racismo árabe en la región del Darfur? ¿No se tratará de un nuevo
episodio de la guerra intra-islámica, sirviéndose del plácet complaciente de Naciones
Unidas, auténtico detonante de la Cuarta Guerra Mundial.
En definitiva, la sentencia de la Corte Internacional sirve sólo para que se agiten las
masas islámicas –con perjuicio de los mismos gobiernos que han promovido el
procedimiento, y que corren el riesgo de ver incrementada la oposición
fundamentalista-, a los terroristas palestinos para justificar el terrorismo, y a una cierta
izquierda para atacar Israel, los Estados Unidos, y los gobiernos que los apoyan.
Por lo tanto, si no deseamos echar más leña al fuego del antisemitismo islamo-social-
comuno-nacionalista rampante en Occidente y en los países musulmanes (sin por ello
olvidar el antisemitismo de cierto mundo “cristiano” y – en especial – “católico”),
debemos librarnos de todas aquellas leyendas (ya sean “negras” o bien “rosas”) que
hacen imposible una visión objetiva de la realidad. De lo contrario les haremos el juego
110
a todos aquellos por una u otra razón tienen interés en nublar la vista con toda clase
de artilugios legendarios.
Creemos que esos cambios merecen una respuesta meditada por parte de los judíos.
Hablando sólo en nuestro propio nombre –somos un grupo de estudiosos judíos de
tendencias diferentes–, creemos que ha llegado el momento de que los judíos
reconozcan los esfuerzos que hacen los cristianos por valorar al judaísmo. Creemos
que ha llegado el momento de que los judíos reflexionen sobre qué tiene que decir hoy
el judaísmo acerca del cristianismo. Como primer paso, presentamos ocho breves
enunciados sobre la forma en que los judíos y los cristianos pueden relacionarse entre
sí.
Los judíos y los cristianos adoran al mismo Dios. Antes del surgimiento del
cristianismo, los judíos eran los únicos que adoraban al Dios de Israel. Pero los
cristianos también adoran al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el creador del Cielo y de
la Tierra. Aunque el culto cristiano no es una opción religiosa viable para los judíos,
como teólogos judíos nos alegramos de que, por medio del cristianismo, cientos de
millones de personas hayan entrado en relación con el Dios de Israel.
Los judíos y los cristianos se remiten a la autoridad del mismo libro: la Biblia (que los
judíos llaman “Tanakh” y los cristianos, “Antiguo Testamento”). Al buscar en él
orientación religiosa, enriquecimiento espiritual y educación comunitaria, judíos y
cristianos extraemos enseñanzas similares: Dios creó y sostiene el universo; Dios
estableció una Alianza con el pueblo de Israel; la palabra revelada de Dios guía a Israel
por una vida de rectitud; y Dios redimirá finalmente a Israel y a todo el mundo. Pero en
muchos puntos, los judíos y los cristianos interpretan la Biblia de modo diferente. Esas
diferencias siempre deben ser respetadas.
Los cristianos pueden respetar la reivindicación del pueblo judío sobre la tierra de
Israel. El acontecimiento más importante para los judíos después del Holocausto fue el
restablecimiento de un Estado judío en la Tierra Prometida. Como miembros de una
111
religión bíblica, los cristianos aprecian que la tierra de Israel fue prometida –y
otorgada– a los judíos como centro físico de la Alianza entre ellos y Dios. Muchos
cristianos apoyan al Estado de Israel por razones mucho más profundas que las
meramente políticas. Como judíos, aplaudimos ese apoyo. También reconocemos que
la tradición judía prescribe la justicia para todos los no judíos que residan en un Estado
judío.
Los judíos y los cristianos aceptan los principios morales de la Torah. En el centro de
los principios morales de la Torah está la inalienable santidad y dignidad de todos los
seres humanos. Todos nosotros fuimos creados a imagen de Dios. Este énfasis moral
compartido puede ser la base de un mejoramiento de la relación entre nuestras dos
comunidades. También puede ser la base de un vigoroso testimonio para toda la
humanidad con el fin de mejorar la vida de nuestros semejantes y resistir frente a las
inmoralidades y las idolatrías que nos dañan y nos degradan. Este testimonio es
especialmente necesario después de los horrores sin precedentes del siglo pasado.
Una nueva relación entre judíos y cristianos no debilitará la práctica judía. Una mejor
relación no acelerará la asimilación cultural y religiosa que, con razón, temen los
judíos. No cambiará las formas tradicionales del culto judío, ni incrementará los
matrimonios mixtos entre judíos y no judíos, ni inducirá a más judíos a convertirse al
cristianismo, ni creará una falsa combinación entre judaísmo y cristianismo.
Respetamos al cristianismo como una fe que se originó dentro del judaísmo, y que
112
sigue teniendo contactos significativos con él. No lo consideramos una extensión del
judaísmo. Sólo si apreciamos nuestras propias tradiciones, podemos proseguir esta
relación con integridad.
Judíos y cristianos deben trabajar juntos por la justicia y la paz. Los judíos y los
cristianos reconocen, cada uno a su manera, que la situación de no redención del
mundo se refleja en la persistencia de la persecución, la pobreza, la degradación
humana y la miseria. Aun cuando la justicia y la paz pertenecen en última instancia a
Dios, nuestros esfuerzos conjuntos, unidos a los de otras comunidades de fe,
contribuirán a instaurar el Reino de Dios que esperamos y anhelamos. Por separado y
en conjunto, debemos trabajar para instaurar la justicia y la paz en nuestro mundo. En
esta empresa, somos guiados por la visión de los profetas de Israel: Sucederá en días
futuros que el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se
alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos
numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob,
para que él nos enseñe sus caminos, y nosotros sigamos sus senderos” (Isaías 2, 2-3).
B) EL NAZISMO
Según mi investigación, la Santa Sede con los papas Pío XI y Pío XII comprendió ya
desde el inicio de los años veinte los peligros propios del nazismo. Con la reciente
apertura de los archivos vaticanos relativa a las nunciaturas de Munich y Berlín (1922-
39) ahora tenemos la posibilidad de evaluar mejor la manera en que aquel "fatídico
giro político" del 30 de enero de 1933 fue comentado y juzgado por los máximos
responsables de la Iglesia católica.
1
Sesenta años después de la ofensiva aliada que derrotó al nazismo, ha salido en las librerías italianas
un libro del historiador de la Universidad Pontificia Gregoriana, Giovanni Sale, s.j., en el que recoge
documentación inédita. El libro "Hitler, la Santa Sede y los judíos" -("Hitler, la Santa Sede e gli Ebrei" -
Editorial Jaka Book, 556 páginas) - analiza las relaciones entre el Tercer Reich y la Santa Sede en los años
1933 y 1945, basándose en documentos hasta ahora desconocidos del Archivo Secreto Vaticano relativo
a las nunciaturas de Munich y Berlín -recientemente abierto por el Papa -.
113
que eran demasiado duras. En todo caso, consideraban que el documento episcopal
era prematuro, dado que el movimiento hitleriano se encontraba todavía en evolución.
Algunos obispos, además, pensaban que no había que creer demasiado a las teorías de
algunos intelectuales del movimiento hitleriano, como el ideólogo anticristiano Alfred
Rosenberg, mientras que había que tener en cuenta que el partido nacionalsocialista
era el único que se oponía con determinación al avance de los bolcheviques en Europa.
Con el paso del tiempo, a la línea de conducta adoptada por el obispo de Maguncia, se
asoció poco a poco todo el episcopado alemán, "apoyado -escribía el nuncio Orsenigo -
por la actitud irreligiosa persistente de algunos jefes del nacionalsocialismo". En la
conferencia episcopal de los obispos prusianos reunidos en Fulda del 17 al 19 de
agosto de 1932 se acordó, "dado el presente peligro que el movimiento
nacionalsocialista podría constituir para las almas", publicar disposiciones que
prohibieran a los católicos la participación en el partido hitleriano. El documento fue
aprobado por unanimidad.
En la campaña electoral para las elecciones políticas del 5 de marzo de 1933, por
primera vez salió a la luz la oposición entre nacionalsocialismo y mundo católico. En un
despacho del 16 de febrero de 1933, enviado a la Secretaría de Estado del Vaticano,
monseñor Orsenigo afrontaba la gravedad de la situación y la dureza del
enfrentamiento político que tenía lugar entre los partidos, así como la orientación
política de los católicos y la manipulación de la religión con fines partidistas: "La lucha
electoral en Alemania -escribía el nuncio - ha entrado ya en su clímax [...]. Por
desgracia, también la religión católica es utilizada con frecuencia por unos y por otros
con objetivos electorales. El Zentrum [Centro] cuenta naturalmente con el apoyo de
casi la totalidad del clero y de los católicos y, con tal de lograr la victoria, actúa sin
preocuparse de las penosas consecuencias que podrían derivarse para el catolicismo
en caso de plena victoria adversaria".
114
La Secretaría de Estado en aquellos meses se limitó a observar lo que estaba
sucediendo en Alemania y trató con todos los medios de no involucrarse en las
complicadas cuestiones políticas alemanas. Esto no significa, sin embargo, que no
estuviera preocupada por lo que sucedía en aquellos meses en una nación tan
importante para Europa.
El punto más debatido por los historiadores es, sin embargo, el del apoyo
determinante dado por el Zentrum a la consolidación de la dictadura hitleriana, con la
votación de la ley sobre los plenos poderes del 23 de marzo de 1933. Hay que recordar
que el paso de plenos poderes legislativos del Reichstag al canciller era un
procedimiento excepcional pero previsto por la Constitución y, por tanto, legítimo.
Desde mi punto de vista, los diputados del Zentrum que votaron en marzo de 1933 la
ley de delegación de poderes actuaron en buena fe, pensando que de este modo
estaban ofreciendo un buen servicio a la Patria, preservando la paz social y política y
115
salvando la Constitución. Ciertamente no tenían ante sus ojos todos los efectos
negativos, muchos de los cuales entonces no podían preverse, y que tendrían lugar con
la toma de poderes.
Ya en abril de 1933, la Santa Sede había comunicado a Hitler, tanto a través de los
canales de la diplomacia pontificia como a través de la mediación de Mussolini, que se
oponía a la legislación antisemita adoptada por el nuevo Gobierno, pues violaba el
derecho natural e hizo todo lo posible para atenuar su rigor.
Hay que decir, de todos modos, que la ley sobre la esterilización obligatoria, que entró
en vigor a inicios de 1934, se convirtió en el primer motivo de enfrentamiento entre las
autoridades vaticanas y las del nuevo Reich germánico, decidido a aplicar sus teorías
eugenésicas en materia de selección racial: teorías que Pío XI había condenado
abiertamente en la encíclica "Casti Connubii" de 1931.
A petición de la Santa Sede, el episcopado alemán hizo todo lo posible (incluidas cartas
pastorales, contactos personales con dirigentes del régimen, etc.) para lograr la
modificación de la ley sobre la esterilización. Esta movilización del mundo católico
alemán llevó, de hecho, a modificar el reglamento de aplicación de la ley, que fue
publicado el 5 de diciembre de 1933.
Éste contenía dos cláusulas importantes, incluidas en el texto definitivo por los
representantes de los obispos después de extenuantes encuentros con las autoridades
gubernamentales y contra la oposición del ala radical del partido nacionalsocialista: la
primera permitía a las personas con enfermedades hereditarias que no querían ser
esterilizadas ser internadas en una clínica; la segunda, garantizaba al personal sanitario
no efectuar o a asistir a operaciones de esterilización por motivos de conciencia.
Tuvo más éxito, en 1941, la valiente denuncia de algunos obispos alemanes contra el
programa (secreto) de eutanasia de personas con enfermedades hereditarias, en
particular los enfermos de mente -los mismos que habían sido esterilizados en virtud
de la ley de 1933 - cuya manutención era considerada como demasiado cara para el
Estado.
El obispo de Münster, monseñor Clemens August Graf von Galen, en una homilía del 3
de agosto de 1941, reveló detalles sobre la manera en que eran asesinados los
116
enfermos en casas especialmente preparadas para ello y la manera en que se
comunicaban noticias falsas a sus seres queridos sobre su fallecimiento.
La homilía causó una profunda conmoción entre la población civil y entre los soldados
alemanes que combatían en el frente. Los jefes nazis reaccionaron con violencia:
algunos pidieron incluso que von Galen fuera ahorcado, acusado de alta traición.
Lo ciertos es que una orden del Führer del mismo 3 de agosto de 1941 bloqueó
oficialmente la ejecución del programa de eutanasia. En los años sucesivos, a pesar de
la orden de Hitler, se siguió aplicando en algunas situaciones particulares; pero el
programa oficial no se reanudó.
Una vez aclarada la posición de la Santa Sede y de los católicos alemanes ante la
llegada al poder del movimiento político de Hitler, en esta segunda parte de la
entrevista el historiador Giovanni Sale sj., analiza la posición de Pío XI y de Pío XII ante
el nazismo y en particular ante la persecución de los judíos.
La teoría de que Pío XII se "calló", constata Sale, profesor de Historia de la Universidad
Pontificia Gregoriana, autor del libro recién publicado "Hitler, la Santa Sede y los
judíos" -("Hitler, la Santa Sede e gli Ebrei" - Editorial Jaka Book, 556 páginas) - está
infundada.
117
La "Mit brennender Sorge" fue una de las primeras encíclicas papales y tuvo una
resonancia realmente mundial. Por motivos sobre todo políticos fue uno de los
primeros actos pontificios que superó las fronteras del mundo católico: fue leída por
creyentes y no creyentes, por católicos y protestantes, es más, por primera vez estos
últimos tributaron a un documento papal reconocimientos públicos que eran
impensables poco antes.
Es verdad, como han subrayado los que han comentado la encíclica, que no menciona
nunca ni al nacionalsocialismo ni a Hitler, pero si se va más allá de la "letra" del
documento, es fácil percibir detrás de cada página, de cada frase, una auténtica
acusación contra el sistema hitleriano y contra sus teorías racistas y neopaganas.
Esto lo comprendieron la gran mayoría de los lectores del documento papal. Por eso,
se convirtió en una de las mayores y más valientes denuncias de la barbarie nazi,
pronunciada de manera autorizada por el obispo de Roma, cuando todavía la gran
parte del mundo político europeo veía a Hitler con una mezcla de admiración, sorpresa
y miedo.
Otro de los grandes debates es el de el Papa Pío XII y el holocausto. Por lo que se
refiere a los judíos deportados en los territorios ocupados por el Reich, la acción
desarrollada a su favor por la diplomacia de la Santa Sede se orientó en dirección de
los gobiernos de los países aliados de Alemania, donde existía una mayoría católica y
un episcopado "combativo".
Una nota de la Secretaría de Estado del 1 de abril de 1943 decía: "Para evitar la
deportación de masa de los judíos, que se verifica actualmente en muchos países de
Europa, la Santa Sede ha solicitado la atención del nuncio de Italia, del encargado de
asuntos en Eslovaquia, y del encargado de la Santa Sede en Croacia".
Utilizando los canales diplomáticos vaticanos, hizo todo lo que pudo para obtener algo
-con frecuencia, por desgracia, muy poco - a favor de los judíos por parte de aquellos
gobiernos (en ocasiones amigos). Se sabe, además, que exhortaba al episcopado local,
en particular al alemán, a denunciar con fuerza los horrores cometidos por los nazis
contra católicos y judíos.
118
Hay que recordar que la mayor parte de las intervenciones pontificias tenían como
objetivo principal defender a los judíos católicos y garantizar la indisolubilidad de los
matrimonios entre judíos y católicos, basándose en los Concordatos estipulados con
estos Estados. Realmente la Santa Sede no podía pedir o hacer más a través de los
canales diplomáticos oficiales.
Alemania, tras la ocupación de Polonia, había replicado a la Santa Sede que pedía la
aplicación del Concordato alemán a los territorios polacos "englobados" en el Reich. En
realidad no era aplicado ni siquiera en el territorio alemán.
Los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich están llenos de periódicas
intervenciones del nuncio apostólico, el arzobispo Cesare Orsenigo, sobre los judíos.
Pero los despachos que envió a la Secretaría de Estado muestran lo difícil que era su
situación.
Uno, del 19 de octubre de 1942, dice: "A pesar de las previsiones, he tratado de hablar
con el ministro de Asuntos Exteriores, pero como siempre, especialmente cuando se
trata de personas que no son arias, me respondió "no hay nada que hacer". Todo
asunto sobre los judíos es sistemáticamente rechazado o desviado".
La verdad es que esto no sólo hubiera expuesto a la represalia nazi la vida del Papa -
que en varias ocasiones dijo que estaba dispuesto a entregar - sino la de todos los
obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, que vivían en los territorios ocupados, así
como la seguridad de millones de católicos.
Sobre la así llamada "solución final" [exterminio del pueblo judío, ndr.], por las fuentes
que he consultado, algunas de ellas conservadas en nuestro archivo de la "Civiltà
Cattolica" [revista quincenal de los jesuitas en Italia, ndr.], se constata que el Papa no
tenía información: basándose en noticias algo nebulosas y a veces contradictorias,
sabía que muchísimos judíos, sin culpa ninguna y sólo por motivo de su estirpe, eran
asesinados por los nazis de diferentes maneras. De hecho, poco antes, había sucedido
lo mismo a muchos católicos polacos, por el único motivo de su nacionalidad.
119
describía las atrocidades alemanas, las represalias salvajes, y otras cosas, no decía
nada sobre los campos de exterminio.
¿Qué sabían los aliados de la "solución final"? Ciertamente más que el Papa. Según el
historiador Richard Breitman, tanto Roosevelt como Churchill sabían mucho sobre el
exterminio sistemático de los judíos, pues sus servicios secretos descifraban las
comunicaciones codificadas de las SS.
Una fuerte denuncia de los crímenes por parte de los aliados, según Breitman, habría
constituido un serio obstáculo a la aplicación de la "solución final", pero no tuvo lugar
(Cf. "Il silenzio degli alleati: La responsabilità morale di inglesi e americani
nell'Olocausto ebraico", Mondadori, 1999).
En el momento en que fue pronunciado, tuvo un eco enorme en todos los continentes
y fue escuchado y apreciado incluso fuera del mundo católicos. Periódicos y revistas de
diferente orientación cultural y política publicaron amplios pasajes y comentarios, en
la mayoría de los casos benévolos.
Fue diferente la acogida que depararon al mensaje papal los gobiernos y el mundo de
la diplomacia: fue acogido con abierta hostilidad por las potencias del Eje, en particular
por Alemania, y con abierta frialdad por las aliadas, en particular por los ingleses.
120
posiciones contra Alemania -dice el comunicado -. A usted le corresponde informarle
que en tal caso Alemania no carece de medios de represalia".
¿Qué pensaba el propio Papa sobre el contenido del mensaje navideño de ese año?
¿Estaba convencido de haber denunciado al mundo los horrores de la guerra, de la
deportación y de la masacre de poblaciones inocentes, como los judíos? Por las
relaciones de los embajadores de los países aliados, parece que sí: el Papa estaba
totalmente convencido de haber cumplido hasta el final con su deber ante Dios y ante
el tribunal de la historia.
En una carta del 30 de abril, dirigida al arzobispo de Berlín, monseñor K. von Preysing,
escribe con tono sereno que "ha dicho una palabra sobre lo que se está haciendo
actualmente contra los que no son arios en los territorios sometidos a la autoridad
alemana. Fue una breve mención pero fue bien comprendida".
También con el director de "Civiltà Cattolica" Pío XII hizo referencia al mensaje
navideño, en el que evidentemente descargó su corazón y su conciencia de pastor: "El
Santo Padre -refiere el padre Martegani - habló ante todo de su reciente mensaje
navideño, que parece haber sido bien acogido en general, a pesar de que fuera
ciertamente más bien fuerte".
Algunos historiadores consideran, sin embargo, que esta denuncia fue insuficiente,
dictada por razones de prudencia político-diplomática y no tanto por sentimientos de
humanidad. En todo caso, según estos intérpretes, era "objetivamente" inadecuada a
la gran tragedia que estaba teniendo lugar en el corazón de Europa.
La actitud de "prudencia" por la que había optado la Santa Sede durante la guerra ante
los beligerantes se reveló sobre todo en ese momento, comentan estos historiadores,
inadecuada, insuficiente para responder a las graves exigencias del momento.
El mundo civil, según ellos, se esperaba del Papa, suprema instancia moral y espiritual
del Occidente cristiano, no tanto palabras "prudentes", "equilibradas", incluso justas,
sino más bien "palabras de fuego" a la hora de denunciar las violaciones de los
derechos humanos, a pesar de que esto pusiera en peligro la vida de innumerables
católicos, tanto clérigos como laicos, que vivían en los territorios del Reich. De este
modo, el Papa hubiera realizado su elevada misión profética.
Desde mi punto de vista, este juicio histórico sobre la acción de Pío XII es
excesivamente simplista a nivel de los hechos históricos, e injusto desde el punto de
vista subjetivo. No tiene en cuenta las reales dificultades del momento histórico en el
que se desarrolló la labor del pontífice y, al mismo tiempo, prescinde totalmente de la
sensibilidad y cultura del Papa Pacelli.
121
Algunos historiadores hablan del Papa y del papado de manera abstracta, ideológica,
sin considerar el hecho de que el "ministerio petrino" se concreta a nivel histórico en la
persona de individuos particulares, con sus virtudes y sus límites humanos, y que la
Iglesia en su acción concreta, al igual que todas las instituciones que tienen una larga
tradición, mira al pasado y al mismo tiempo al futuro, así como a las necesidades y
urgencias de presente.
Para él, este era un punto de máxima importancia al que hubiera sacrificado cualquier
otra cosa, como dijo con claridad tanto durante la guerra como inmediatamente
después. En definitiva, se puede discutir hasta el infinito sobre el hecho de que la
denuncia del Papa fuera adecuada o no a la gravedad del momento, y sobre esto se
pueden tener legítimamente a nivel histórico posiciones diferentes. Ahora bien, no se
puede decir, como hacen algunos "propagandistas", que el Papa se "calló"
conscientemente ante lo que estaba sucediendo a los judíos, por ser filonazi o
simplemente por falta de sensibilidad a causa del antijudaísmo o antisemitismo.
Giovanni Sale
De vez en cuando se repite la acusación de que la Iglesia católica mantuvo una actitud
un tanto confusa ante el exterminio de millones de judíos durante la II Guerra Mundial.
Estas críticas no comenzaron hasta 1963, cuando se estrenó una obra teatral del
dramaturgo alemán Rolf Hochhuth, y desde entonces han venido repitiéndose con una
notable falta de documentación histórica.
122
nuevas elecciones. Con una mayoría absoluta por escaso margen, los nazis aprobaron
una ley de plenos poderes. Un año después, el 2 de agosto de 1934, fallecía el
presidente alemán, mariscal Hindenburg. Tan sólo una hora después, se anunció que
se unificaban los puestos de presidente y canciller en la persona de Hitler. Se convocó
un plebiscito para ratificar la medida, y gracias a la poderosa maquinaria de
propaganda nazi en manos de Goebbels, el 19 de ese mismo mes el pueblo alemán
votó afirmativamente por abrumadora mayoría y Adolf Hitler se convirtió en amo
absoluto de Alemania.
Desde 1930, tanto Pío XII como la jerarquía católica alemana mostraron su
preocupación por las consecuencias del pensamiento nazi. Los obispos redactaron
cartas pastorales con ocasión de las elecciones, recordando los criterios morales sobre
el voto y las ideas que resultaban inaceptables para un católico. No puede decirse que
los católicos recibieran con indiferencia esas declaraciones, pues el gran ascenso
nacionalsocialista se registró sobre todo en las zonas de mayoría protestante.
Poco después del triunfo nazi de 1933, los obispos alemanes publicaron otra carta
colectiva del episcopado que hablaba con enorme claridad sobre cómo los principios
nazis de la sangre y de la raza conducían a injusticias gravemente contrapuestas a la
conciencia cristiana. También enviaron un mensaje al gobierno, manifestando la
repulsa unánime del episcopado católico ante esos atropellos.
Ante esto, Hitler vio pensó que sería más práctico intentar abrir una brecha entre los
obispos alemanes y la Santa Sede. Esta fue una de las razones por las que vio con
buenos ojos la posibilidad de firmar con la Santa Sede un concordato.
En la Santa Sede acogieron bien la idea del concordato, pues pensaban que era mejor
intentar entenderse con los regímenes hostiles a la Iglesia, como se había demostrado,
por ejemplo, con ocasión de la reciente república española. La Iglesia no se hacía
muchas ilusiones con ello, pero consideraba que al menos serviría de referencia para
denunciar previsibles abusos que cometieran las autoridades alemanas, y quizás así
mitigarlas. Es difícil calibrar hasta que punto sirvió para lograr ese objetivo, pero no
parece que fuera muy desacertado si se tiene en cuenta que aquel concordato de 1933
sigue hoy todavía vigente.
123
Nunca el régimen nazi recibió en Alemania una contestación semejante a la que se
produjo con la Mit brennender sorge. Al día siguiente, el órgano oficial nazi,
Volskischer Beobachter, publicó una primera réplica a la encíclica que,
sorprendentemente, fue también la última. El ministro alemán de propaganda, Joseph
Goebbels, advirtió enseguida la fuerza que había tenido esa declaración y, con el
control total de prensa y radio que ya tenía por esas fechas, decidió que lo mejor era
ignorarla completamente.
Pero en Austria me parece que las cosas no estuvieron tan claras... Efectivamente.
Cuando Hitler invade Austria en marzo de 1938, aquella anexión –el anschluss–, fue en
general bastante bien recibida, por la inestabilidad que sufría Austria y por la imagen
que el régimen alemán había logrado adquirir con la activa propaganda nazi.
En ese ambiente de euforia, Hitler, que era austríaco de nacimiento, llegó a Viena y se
entrevistó con el cardenal Innitzer, del que logró con engaño una desafortunada
declaración del episcopado austríaco en que se le daba la bienvenida y se ensalzaba el
nacionalsocialismo alemán.
Enseguida vio lnnitzer que había cometido un grave error, y añadió una nota
aclaratoria. Como era de suponer, la propaganda nazi aireó la declaración, pero
omitiendo toda referencia a esa nota aclaratoria. Innitzer fue llamado a Roma y a los
pocos días publicó una rectificación mucho más contundente. Sólo después fue
recibido por Pío XI, pues hasta entonces no había querido hacerlo. La respuesta nazi
fue ignorar la rectificación, suprimir las organizaciones juveniles católicas, la enseñanza
de la religión y hasta la Facultad de Teología de lnnsbruck. El palacio arzobispal de
lnnitzer fue asaltado y arrasado por las juventudes hitlerianas.
El aparente silencio de la Santa Sede durante una etapa de la guerra escondía una
acción cauta y eficaz para evitar en lo posible esos crímenes. Las razones de tal
discreción están explicadas claramente por el propio Papa en diversos discursos, cartas
al episcopado alemán y deliberaciones de la Secretaría de Estado. Las declaraciones
públicas sólo habrían agravado la suerte de las víctimas y habrían multiplicado su
número. No puede perderse de vista que las declaraciones podían ser
contraproducentes y hacer que los nazis radicalizaran más aún sus posturas, como
pronto se comprobó. Por ejemplo, cuando la jerarquía católica de Amsterdam se quejó
públicamente en 1942 del trato que se daba a los judíos, los nazis multiplicaron las
124
redadas y las deportaciones, de modo que al final de la guerra habían sido
exterminados el 90% de los judíos de la capital holandesa.
Por ese motivo se prefirió la protesta por vía diplomática, que fue muy intensa. Los
esfuerzos se encaminaron a procurar salvar vidas e influir ante los países satélites de
Hitler para que impidieran a las SS alemanas actuar impunemente en su territorio. Se
consideraba lo mas práctico, y una visión retrospectiva parece confirmarlo, pues así se
salvaron cientos de miles de vidas.
Fueron muchos los cristianos que arriesgaron su vida para salvar personas de raza
judía. El hecho de que algunos no lo hicieran pudo ser una muestra de poco espíritu
cristiano, pero también es verdad que no es fácil hacer un juicio moral retrospectivo
sobre lo que los demás debían haber hecho bajo las condiciones extremas de un
Estado totalitario como el nazi.
Las actuaciones diplomáticas del Papa o la jerarquía católica pudieron ser más o menos
afortunadas en aquella coyuntura política concreta. La Iglesia, al acercarse a éste u
otros momentos de su historia, no tiene inconveniente en reconocer ante el mundo los
errores que hayan podido cometer algunos de sus miembros, pero junto a la petición
de perdón hay que poner empeño por conocer lo que realmente sucedió.
Alfonso Aguiló
125
padre Chaillet que le entregara los 120 niños judíos que escondía. Chaillet se negó y
fue apoyado por el cardenal Gerlier. Fue encarcelado, pero los niños se salvaron. El
puesto de Chaillet fue ocupado por otros. Uno de los colaboradores de Gerlier era el
abad Alexander Glasberg, que logró salvar a dos mil judíos de los campos de
concentración. Además, organizó una casa en la montaña donde escondió a 65
adolescentes judíos. El abad Glasberg era judío ucraniano. Dejó Rusia durante la
revolución y se trasladó a París. Se hizo católico y entró en el seminario, donde fue
ordenado sacerdote. Durante la guerra fue incansable en la labor de asistencia a los
perseguidos y, cuando ésta terminó, ayudó a los judíos supervivientes a llegar a
Palestina. Tras la guerra, en una entrevista en el periódico judío americano Forward,
Glasberg, que hablaba yiddish con fluidez, declaró: «Yo no soy un héroe. Los dos mil
judíos a los que he ayudado son sólo una gota en el océano. Seis millones de judíos
han muerto. Podríamos haber salvado a muchos más si hubiéramos tenido más
dinero.»
Los Hermanos de Nuestra Señora de Sión (Pères de Notre Dame de Sion) desarrollaron
un importante papel en la salvación de judíos franceses. A la cabeza de este grupo
estaba el padre superior Charles Devaux, que salvó a 443 niños judíos y a 500 adultos.
A finales de 1942 organizó una oficina en la rue Notre Dame des Champs. Desde allí
envió niños a muchas partes del país donde pudieran encontrar alojamiento en casas
de obreros, campesinos, conventos y monasterios. La Gestapo amenazó duramente al
padre Devaux y le apremió a que pusiera fin a sus actividades de ayuda a los judíos; en
caso contrario se arriesgaba a acabar en un campo de concentración. Pero el padre
Devaux se guardó bien de reducir sus actividades, sólo tomó más precauciones.
Antonio Gaspari
La polémica surgió cuando el diario italiano «Il Corriere della Sera» publicó el 28 de
diciembre un documento de octubre de 1946 atribuido al Santo Oficio que, según esta
interpretación, indicaba a los obispos y sacerdotes que no se restituyeran a las familias
judías los niños a los que la Iglesia había salvado la vida durante el Holocausto y que
habían sido bautizados.
126
Tras la publicación por parte del diario italiano «Il Giornale» de los documentos
originales, se puede constatar que «Il Corriere della Sera» se equivocó en el autor del
documento (era la nunciatura apostólica en Francia), en la fecha, y en el contenido,
pues dice exactamente lo contrario.
«Es una calumnia hacer pública la sospecha de que Pío XII haya actuado, en plena
segunda guerra mundial, movido por sentimientos antisemitas», ha asegurado el
teólogo de la Casa Pontificia, colaborador cercano de Juan Pablo II y antiguo secretario
de la Comisión Histórico-Teológica del gran Jubileo del año 2000.
«Acusar al Papa Pío XII de antisemitismo es injusto y excesivo. Y las acusaciones que
desde hace tiempo se lanzan contra la persona de Eugenio Pacelli exceden el campo de
la historiografía para entrar en el de la polémica estéril», añade el purpurado suizo.
Georges Cottier
El mal llamado «Papa de Hitler», Eugenio Pacelli, nació en Roma en 1876 y tras
estudiar derecho canónico, se convirtió en uno de los consejeros papales de mayor
confianza. «Durante la Primera Guerra Mundial, Pacelli fue nombrado nuncio papal en
Baviera» y más tarde «arzobispo», explica el rabino G. Dalin, que destaca además, la
amistad que tuvo con el judío Bruno Walter, director de orquesta de la Ópera de
Munich, quien «porteriormente se convirtió al catolicismo». Éste «fue uno de los
muchos judíos a los que Eugenio Pacelli ayudó a rescatar», explica en el libro.
127
Profetas falsos y diabólicos
Uno de los asuntos que más critica el rabino es el «olvido» que algunos detractores de
Pío XII parecen tener con respecto a esta clase de hechos. Entre estos destaca John
Cornwell, autor de «El Papa de Hitler», publicado en 2000, trata de demostrar que
Pacelli fue antisemita. Sin embargo la historia pone a cada uno en su sitio y G. Dalin lo
demuestra: «Pacelli fue el primer Papa en asistir, en su juventud, a una comida de
sabbat en un hogar judío y en haber discutido de modo informal, con miembros
eminentes de la comunidad judía de Roma, sobre temas de teología judaica». «En
1935, en una carta abierta al obispo de Colonia, el ya cardenal Pacelli llamó a los nazis
“falsos profetas con la soberbia de Lucifer”». Ese mismo año, «atacó a las ideologías
poseídas por la superstición de la superioridad de raza o de sangre», revela el libro.
Según confesó a sus amigos, «los nazis eran diabólicos» y «Hitler está completamente
obsesionado». «Todo lo que no le resulta útil lo destruye; este hombre es capaz de
pisotear cadáveres».
Además, G. Dalin, subraya unas palabras que Pacelli pronunció en reunión con el
antinazi Dietrich von Hildebrand: «No hay reconciliación posible entre el cristianismo y
el racismo nazi».
Durante su purpurado, Pacelli fue conocido por los nazis como un cardenal «amigo de
los judíos»; la animadversión nazi creció con su elección papal en 1939. Ya desde el
comienzo de su pontificado, «respondió a un decreto antisemita otorgando cargos en
la Biblioteca Vaticana a varios de los eruditos judíos rechazados por el régimen»,
confirma el rabino. Su primera encíclica, «Summi Pontificatus», abogaba por «la paz,
rechazaba de forma expresa el nazísmo y mencionaba de manera explícita a los
judíos». Más aún: «Durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII habló en favor de los
judíos europeos y urgió a los obispos a salvar a los judíos y a otras víctimas de la
persecución nazi».
Una de sus mayores acciones en su favor ocurrió «durante la ocupación nazi en Roma,
cuando tres mil judíos encontraron refugio al mismo tiempo en la residencia papal de
verano de Castel Gandolfo», convirtiéndose «los apartamentos privados de Pío XII en
una especie de clínica obstétrica temporal».
Álvaro de Juana
6. Hitler, la guerra y el Papa
128
Mundial. La Iglesia está considerando la proclamación de la santidad de Pío XII y el
postulador de la causa lo califica de ejemplo excelente de santidad.
El Papa Juan Pablo II ha llamado a Pío XII “un gran Papa”. Golda Meir y otros
numerosos líderes judíos de esta era elogiaron a Eugenio Pacelli por su apoyo a las
víctimas durante el Holocausto. Los críticos, sin embargo, le acusan de mirar a otro
lado ante el sufrimiento judío en el Holocausto. Algunos incluso han alegado que era
un simpatizante de la causa de Hitler.
Según algunos, Pío XII dio instrucciones a sus representantes por toda Europa,
diciéndoles que hicieran todo lo que pudieran para ayudar a los judíos y a todos los
que estaban sufriendo. Muchos autores han observado que actividades similares,
llevadas a cabo por diferentes individuos en áreas remotas, sugieren un plan común,
pero no han aparecido copias de una carta del Papa de este tipo y muchos de los
testigos de primera mano hace ya tiempo que fallecieron. Recientemente, sin
embargo, un testigo ocular con credenciales impecables ha dado un paso adelante.
Baranski trabajó mano a mano con el arzobispo Angelo Rotta, el nuncio papal en
Hungría durante la guerra (que también ha sido reconocido por el Yad Vashem como
un “justo entre los gentiles”). Baranski deja claro, sin embargo, que su obra de
salvaciòn de vidas no fueron acciones solitarias de él mismo o del nuncio Rotta. “Yo
estaba actuando en realidad siguiendo las órdenes del Papa Pío XII”. Las acusaciones
de que Pío XII no estaba involucrado son “simples mentiras; nada más”, y las
acusaciones de que Pío XII debería haber hecho más por los judíos son, según Baranski
“calumniosas”.
Baranski vio personalmente al menos dos cartas de Pío XII dando instrucciones a Rotta
para que actuara de la mejor manera posible para proteger a los judíos, pero que
evitara hacer declaraciones que pudieran provocar a los nazis. Añade: “Estas dos cartas
no fueron escritas por las autoridades del Vaticano, sino a puño y letra por el mismo
Papa Pío XII”. Continúa haciendo notar que “todos los demás nuncios de los países
ocupados por los nazis recibieron cartas similares”. Los judíos italianos, por ejemplo,
fueron recogidos en monasterios, seminarios y otros edificios de la Iglesia bajo la
“orden directa del Vaticano”.
129
Baranski explica que para Pío XII, la primera y más importante preocupación era salvar
vidas humanas. “Y es precisamente por ayudar a los judíos” por lo que se contuvo para
no hacer repetidas condenas públicas. Pío XII “intervino de una manera muy
equilibrada”, intentando salvar vidas sin provocar venganzas. Sin embargo, no actuó de
manera diferente dependiendo del status de las víctimas. Baranski observa que esta
misma preocupación llevó al Papa a no hacer repetidas llamadas públicas cuando los
nazis asesinaron a miles de sacerdotes católicos.
“El Pontífice no sólo animó al nuncio a proteger a los judíos vaticanos (bautizados)”,
explica Baranski, “sino, en lo posible, a cualquier persona perseguida, en el gheto o
donde fuera”. El nuncio hizo que Pío XII estuviera bien informado de los esfuerzos
llevados a cabo en colaboración con otras embajadas, incluyendo el trabajo conjunto
con el diplomático sueco y salvador, Raoul Wallenberg, también declarado “justo entre
los gentiles” por el Yad Vashem.
Baranski, que afirma que estuvo “increíblemente cerca” de Wallenberg, informa que si
Wallenberg viviera hoy, defendería al Papa Pío XII. De hecho, Baranski explica que la
Iglesia católica estuvo colaborando con Wallenberg en sus esfuerzos de rescate. “Mira,
no hubo problema alguno o desavenencia entre la Iglesia católica y Wallenberg. Yo
personalmente concerté encuentros no oficiales y privados entre Wallenberg y el
Nuncio Rotta”. Baranski informa de que Wallenberg “sabía que Pío estaba de su lado”.
Rotta, Baranski, Wallenberg y –sí- Pío XII trabajaron juntos como un equipo.
Baranski trabaja ahora en un libro sobre su vida. Será una importante contribución no
sólo porque se dispondrá de la historia de primera mano, sino también por la
moralidad y dignidad fundamental del autor. Ha rechazado o desviado las alabanzas
que se le han ofrecido: “Mira, querido profesor –el buen Señor ha sido tan humilde de
permitir a un pequeño don nadie (yo) trabajar en su misión salvadora...”. También
cuenta la historia de un nazi que le preguntó una vez: “¿Por qué usted, un cristiano,
protege y defiende a los judíos?”. Él contestó decidido: “Usted o es tonto o es idiota.
Es porque soy cristiano por lo que ayudo a los judíos”.
Baranski reconoce que los católicos pueden tener razones para disculparse ante los
judíos por cosas que han ocurrido en el curso de la historia. Deja claro, sin embargo,
que el Pontífice de tiempos de la guerra no es un líder por el que los católicos
necesiten disculparse. De hecho, él está de acuerdo con la opinión recientemente
publicada por el rabino David Dalin de Nueva York, según el cual, el Yad Vashem
debería reconocer a Pío XII, junto a Baranski, Rotta y Wallenberg, como un “justo entre
los gentiles”.
Ron Rychlak
130
El joven Joseph Ratzinger fue alistado como tantos
adolescentes
Decir, por ejemplo, que Benedicto XVI fue nazi en su juventud pero que lo ha venido
ocultando, es un juicio que merece un repaso por la vida de Joseph Ratzinger y amerita
repetir la clase de historia contemporánea elemental.
El contexto histórico
Quien conoce de historia sabe cómo llegó Hitler al poder y lo que sucedió luego. De lo
vivido entonces por el pequeño Joseph, Ratzinger contará: “Los nazis hablaron
rápidamente de “toma del poder”, y de esto efectivamente se trató. El poder vino, de
hecho, ejercitado desde el primer momento *…+ vinieron introducidas las “juventudes
hitlerianas” y la “liga de las mujeres alemanas”, vinculadas a la escuela, así que
también mi hermano y mi hermana debieron tomar parte en sus manifestaciones. Mi
padre [–que era policia rural–] sufría mucho por el hecho de tener que estar al servicio
de un poder estatal a cuyos vértices consideraba criminales aunque, gracias a Dios, su
trabajo en aquel lugar y en aquel tiempo casi no era tocado.
En los cuatro años que transcurrimos aquí [se refiere a Aschau] de aquello que puedo
recordar, el nuevo régimen se mueve sólo para espiar y tener bajo control a los
sacerdotes que tenía una conducta “hostil al Reich”; valga decir que mi padre nunca
tomó parte en esto personalmente; al contrario, puso en guardia y ayudó a aquellos
sacerdotes de los cuales sabía que corrían peligro”.
131
Conforme fue pasando el tiempo el gobierno enroló a los jóvenes alemanes en las filas
activas para desempeñar servicios laborales que consistían en ayudas específicas de
carácter práctico para el mantenimiento de los cuarteles o las bases de información
militares, por ejemplo.
"Mi hermano tenía 17 años, yo 14. Quizá yo estaría fuera pero era claro que mi
hermano no podría fugarse. De hecho, en el verano de 1942 vino enrolado en el así
llamado “servicio laboral” *…+ fue asignado al departamento de las comunicaciones,
como radiotelegrafista.
Mientras tanto, los azotes de la guerra se dejaban sentir más y más: “*…+ en los
periódicos estaban elencados los caídos; casi todos los días venía celebrada una misa
por algún joven soldado caído en la guerra. Los nombres eran cada vez más los de
aquellas personas conocidas por nosotros. Cada vez más se trataba de estudiantes de
nuestra escuela, jóvenes llenos de vida y de fe, que nosotros habíamos conocido
personalmente, que hasta hacia poco tiempo habíamos visto cercanos a nosotros”.
Pese a la aparente fortaleza del ejército alemán, los primeros fracasos se empezaron a
suceder; fracasos que conllevaban la pérdida de hombres y la necesidad de más para
hinchar las filas de los frentes de batalla o, por lo menos, para aumentar el ánimo de
los que ya estaban en ellas.
“Vista la creciente falta de personal militar, en 1943 los hombres del régimen
inventaron algo nuevo. Dado que los estudiantes de los internados debían vivir de
todos modos en comunidad, lejos de casa, consideraron que no había ningún
obstáculo para cambiar la sede de los colegios, colocándolas en las apretadas bases
antiaéreas.
Además, desde el momento que no estudiaban todo el día, parecía del todo normal
que utilizaran su tiempo libre para los servicios de defensa de los ataques aéreos
enemigos. De hecho, yo no estaba internado desde hacia tiempo, pero desde el punto
de vista jurídico formaba todavía parte del seminario de Traunstein. Fue así que el
pequeño grupo de seminarista de mi generación (generación 1926 y 1927) fue llamado
a los servicios de contra-aviones a Munich.
A los diecisiete años tuvimos que aceptar un tipo muy particular de internado.
Habitamos las barracas como soldados regulares que éramos, obviamente una
pequeña minoría, nos vinieron impuestos los mismos uniformes y, en sustancia,
132
debíamos desarrollar el mismo servicio con la única diferencia que a nosotros estaba
concedido también frecuentar un mínimo de clases…”
Su participación
“El periodo transcurrido causó situaciones embarazosas, sobre todo para los
individuos tan poco inclinados a la vida militar como yo. Aquí yo estuve asignado a los
servicios telefónicos y el suboficial al que estábamos subordinados defendió con
firmeza la autonomía de nuestro grupo. Estábamos dispensados de todos los ejercicios
militares y ninguno osaba inmiscuirse en nuestro pequeño mundo *…+ más allá de mis
horas de servicio, podía hacer todo aquello que quería y dedicarme sin graves
obstáculos a mis intereses. Además de todo, sorprendentemente, estaban ahí un
conspicuo grupo de convencidos católicos que llegaron a organizar clases de religión y
a obtener el permiso de frecuentar ocasionalmente la iglesia”.
En 1944, llegado al límite de edad para el servicio militar, fue llamado a éste. El 20 de
septiembre fue trasladado a los confines entre Austria, Hungría y Checoslovaquia:
“Aquellas semanas de servicio laboral se han quedado en mi memoria como un
recuerdo oprimente *…+ una noche fuimos levantados de la cama y reunidos, todavía
medio dormidos. Un oficial de la SS nos llamó uno por uno fuera de la fila y trató de
inducirnos al enrolamiento “voluntario” en el cuerpo de la SS explotando nuestro
cansancio y la posición de cada uno delante de todo el grupo reunido.
Muchos fueron enrolados de este modo en ese cuerpo criminal. Junto a algunos otros
yo tuve la fortuna de poder decir que tenía la intención de hacerme sacerdote católico.
Venimos cubiertos de burlas y de insultos y devueltos dentro, pero esta humillación
nos había agradado mucho desde el momento que nos liberamos de la amenaza de
ese enrolamiento falsamente “voluntario” y de todas las consecuencias”.
“Era común que aquellos que prestaban servicio laboral, con el acercarse del frente,
vinieran enrolados en el ejército; y era esto lo que nosotros esperábamos. Pero para
agradable sorpresa, las cosas fueron diversamente *…+ el 20 de noviembre nos fueron
dadas las maletas con nuestros vestidos civiles y vinimos despedidos en un tren que
nos regresó a casa, con un viaje continuamente interrumpido por las alarmas aéreas.
Viena, que en septiembre no había sido tocada por los eventos de la guerra, mostraba
ahora las heridas de los bombardeos. Todavía más impresionante se me hizo la vista de
la amada Salzburgo donde no sólo la estación estaba reducida a un cúmulo de
escombros sino también el símbolo de la ciudad –el grandioso domo del renacimiento–
había sido duramente golpeado; si bien recuerdo, la cúpula había sido derrumbada”.
Pero al fin llegó a casa el joven Joseph: “Era un encantador día de otoño… raramente
he sentido tan fuertemente la belleza de mi tierra como en este retorno a casa de un
mundo desfigurado por la ideología”.
Cómo salió
133
barracas. Meses más tarde sería exonerado del servicio por enfermedad pero tuvo que
continuar enrolado en el ejército aunque nunca fue en el frente de batalla. La muerte
de Hitler reforzó la esperanza de que el final de la guerra estuviese cerca…
“Al final de abril o en los primeros de mayo, no recuerdo con precisión, decidí regresar
a casa. Sabía que la ciudad estaba circundada de soldados que tenía la orden de fusilar
sobre el puesto a los desertores. Por esto, para salir de la ciudad tomé un camino
secundario con la esperanza de pasar desapercibido. Pero a la salida de una galería
estaban dos soldados centinelas y por un momento la situación se hizo extremamente
crítica. Por fortuna, eran de aquellos que no podían más con la guerra y no querían
transformarse en asesinos”.
“En mi vida nunca he comido alimento más felizmente como aquel que mi mamá
preparó aquella vez con los productos de nuestro huerto. Pero para que nuestra
alegría fuese plena faltaba todavía algo. Desde el inicio de abril no habíamos tenido
noticia de mi hermano *…+ Por eso fue muy grande nuestra alegría cuando, en un día
caliente de julio, se sintieron improvisamente los pasos y aquel por el cual por tanto
tiempo no se había sabido nada; estaba ahora en medio de nosotros, bronceado por el
sol de Italia…”
134
III. IGLESIA Y ECONOMÍA
1. La Iglesia y el dinero
Es más, este sistema crecientemente globalizado, con una complejidad grande en sus
estructuras financieras, basadas, entre otras cosas, en una especulación creciente,
nunca vista, crea un punto de apoyo tal, que hoy, prácticamente, todos los pueblos
podrían tener una vida decente si sus gobernantes dejasen de ser, simultáneamente,
incapaces y corruptos. Esto es, el juego de los mercados -lo que exige especulaciones-,
su acción en lo financiero y en lo productivo, no es nada malo ni condenable. Es más,
se puede demostrar que así es como el hombre dejó de ser aquel ser degradado,
maloliente, de escasa esperanza de vida, al que aludió Hobbes.
135
Después de la Revolución Industrial existió en la Iglesia de Francia -recordemos los
célebres sermones del padre Félix S.J. en Notre Dame- una admisión de los
planteamientos de la ortodoxia de los grandes clásicos. Una serie de excelentes
economistas, desde Paul Leroy-Beaulieu a Thery y los componentes de la Escuela de
Angers, sostuvieron estos puntos de vista hasta ser sumergidos por la corriente
doctrinal católica alemana, que se vinculó a la heterodoxia económica del historicismo
y del socialismo de cátedra. En Francia también, a comienzos del siglo XX, la Iglesia
defendió sus activos, trasladándolos a España, al huir de la campaña anticlerical del
Gran Oriente Francés, cuando éste lanzó el llamado asunto de los mil millones.
También esta Iglesia tuvo equivocaciones tan espectaculares como el célebre asunto
Bontoux, que provocó una ejemplar reacción entre la Jerarquía gala. El primer impulso
a nuestra industria hidroeléctrica, en pate, partió de ahí, de esta llegada de fondos
católicos galos. Y mucho nos benefició, así como a las necesidades de la Iglesia en el
país vecino.
El reflujo ha comenzado, pero los rescoldos de esta reacción contra el mercado, contra
la especulación, contra la búsqueda de beneficios, aún permanecen. Por eso se
considera incluso impropio que la Iglesia se dedique a actuar en el mundo financiero.
Pues bien, hay que decirlo alto y claro. La Iglesia tiene obligación de, con los fondos
que administra, obtener las mayores rentas posibles, para dedicarlas a sus fines
pastorales: tareas caritativas, acciones misioneras, atención pecuniaria de los
servidores del culto, desarrollo de los centros de enseñanza. Por tanto, nada de
desagarrarse las vestiduras porque estos fondos se inviertan en los mercados
financieros. Otra cosa sería estúpido.
Dicho esto, es también evidente que se trata de dinero sagrado, esto es, que no es
tolerable cometer con él imprudencias, como se ha puesto, por ejemplo, en evidencia
más de una vez, y no sólo en el caso de Gescartera, en el que la acumulación de
estupideces y de estúpidos asombra. Por ello creo que ha llegado el momento, para la
Iglesia española, de crear un Consejo, Comisión, o cosa así, de notables expertos en
cuestiones financieras a los que se convoque -y que tendrían, a mi juicio,
responsabilidad moral grave si no acuden a esa convocatoria-, para aconsejar a la
Jerarquía en estas cuestiones. Con este Consejo o Comisión, no hubiera sida posible
que se cayese en el garlito de los pingües beneficios que anuncian, más de una vez, los
aventureros y desaprensivos. Simultáneamente la Iglesia debe señalar que la lucha
para eliminar la pobreza es su labor, y que centrar la vida en el dinero es reprobable, y
que no tiene sentido, como ya sostuvo Aristóteles, identificar el comportamiento
136
racional del hombre con la búsqueda incansable de la riqueza. También que debe
apoyar la búsqueda del orden del mercado, como ha sostenido la Escuela de Friburgo
tan ligada a esa Universidad Católica alemana, para impedir monopolios. Igualmente,
que se debe luchar contra la masificación y que el mercado no debe afectar a nada que
suponga restringir la dignidad de la persona humana, o lo que es igual, que el mercado
laboral no puede ser libre.
Nada de eso quiere decir que se pueda descuidar el que de los activos económicos
eclesiásticos sean administrados de modo tal que sean capaces de rendir los mejores
resultados materiales posibles. Hay que recordar, con la ciencia económica en la mano
aquello de los Hechos de los Apóstoles: «Oí una voz que me decía: Anda, Pedro: mata y
come. Yo respondí: Ni pensarlo, Señor; jamás ha entrado en mi boca nada profano o
impuro». Ayunos de conocimientos de economía -no fue este el caso, por cierto, de la
Escuela de Salamanca-, a lo largo del siglo XX se han declarado impuras demasiadas
tomas de posición en economía, que han impedido matar y comer cosas que Dios
había declarado puras no sólo a los miembros individuales del pueblo de Dios, sino a la
propia Iglesia.
Juan Velarde
2. Riquezas de la Iglesia
El cuestionamiento
A simple vista lo primero que se intuye es que se trataría de una acusación a la Iglesia
de insensibilidad ante el problema de la pobreza: ¿cómo es posible que la Iglesia viva
con tantas riquezas cuando hay tantos pobres en el mundo? Esta acusación se
presentaría como hecho que desacreditaría a la Iglesia en cuanto tal: es decir, una
137
institución que vive semejante hipocresía (decir que ama a los pobres, mientras está
llena de riquezas que no pone al servicio de los mismos) no sería digna de ser tomada,
en cuenta ni creída, ni aceptada. Esta sería una de las mayores vergüenzas de la Iglesia,
ante la cual no habría defensa ni explicación posible.
Seamos serios, que alguien aporte datos. Si se da por supuesto que en el Vaticano hay
grandes tesoros que se diga ¿qué tipo de tesoros? ¿joyas, cuentas bancarias...? ¿dónde
están? ¿cuánto es su valor? Pero uno comienza a preguntarse, ¿acaso alguien
considera a la Iglesia como una institución millonaria? ¿Quien pensaría encontrar
obispos en las revistas con listas de millonarios tipo Fortune? ¿Tiene la Iglesia fines de
lucro? ¿Da dividendos...? ¿Cotiza en bolsa?
La acusación, de entrada, sugiere cosas falsas: la vida lujosa del Papa, obispos, curas,
monjas, etc., que serían quienes usufructuarían de esos tesoros. Afán de lucro
escondido bajo la excusa de la religión... Además estimula imaginaciones frondosas: al
hablar de “tesoros” uno imagina cuartos llenos de lingotes de oro, cofres llenos de
joyas, películas de piratas...
Pero en la realidad, ¿a qué “riquezas” se refieren? Basta que mires las pertenencias de
la Iglesia que están a tu alcance -tu parroquia, tu catedral...- para no encontrar cosas
lujosas por ningún lado.
Los “tesoros” -como los llaman- son un tesoro cultural, espiritual, histórico, pues se
trata de iglesias, imágenes, cuadros, frescos, cálices, ornamentos, ... Esos “tesoros” no
tiene ningún valor comercial, ni financiero. Están dedicados al culto divino en iglesias o
expuestos en Museos que conservan el patrimonio cultural de dos mil años de
cristianismo.
Desde el punto de vista económico...y si rematamos todo ¿qué pasa? Antes de entrar
en el problema de fondo y demostrar que estamos frente a un debate artificial y sin
sentido... detengámonos a considerar el tema desde el mero punto de vista utilitario:
lo inútil de una supuesta venta del Vaticano.
Porque el anónimo acusador insinúa que la Iglesia debería deshacerse de todo... para
el bien de los pobres... y de los millonarios que participarían del remate... Bueno,
hagamos números. ¿Cuanto representa en plata todo lo contenido en el Vaticano? No
tengo ni idea... pero digamos ¿cien millones de dólares? ¿mil? ¿diez mil?... ¿Qué es eso
para el problema del hambre o del subdesarrollo? ¿Alguien de buena fe puede pensar
que sería una solución real para los problemas de los pobres? Si se vendiera todo... ¿a
cuántos ayudaría durante un día? ¿serviría para algo? ¿No sería más bien un
empobrecimiento inútil de la Iglesia ... (lo que en realidad estarían deseando los
acusadores... aunque se contentan con sembrar desprestigio con argumentos
sentimentales y vacíos de valor racional)?
138
En realidad, desde el punto de vista económico, el sólo hecho de plantear el problema
de las riquezas del Vaticano es algo prehistórico, ya que hoy en día la riqueza no está
dada por la propiedad de algunos terrenos o piezas de museo sino por marcas
(¿cuánto valen los logos de Mc Donald, Shell, Coca o Telefónica?), acciones en Bolsa,
etc. Y de este género de riqueza -la que es real riqueza hoy- la Iglesia no tiene nada (ni
siquiera tiene la Biblia patentada...).
Es como proponer que les vendamos a los ingleses las Malvinas a cambio de una
disminución de la deuda externa... No creo que los mexicanos sientan mucha felicidad
cuando piensan que vendieron Texas a los Estados Unidos... Desprenderse de la tierra
que contiene la propia historia y valores artísticos y culturales... no es un gran negocio
para nadie. La pérdida del patrimonio cultural conduce a la pérdida de la propia
identidad.
Un botón de muestra. Cuando Juan Pablo II hizo su primer viaje a Brasil, después de
una ceremonia salió del protocolo, se metió en medio de una favela y visitó una
familia. Conmovido, les dejó de regalo su anillo de Papa. ¿Pensáis que fueron lo
suficientemente idiotas como para venderlo por su peso en oro y comprarse unas
cocas...? Es su tesoro, lo conservan en la capillita de la favela. Los pobres son pobres,
pero no tontos...
139
Nunca he escuchado a un pobre quejarse de supuesta riqueza de su parroquia o
capilla... en cambio los he visto trabajar y sacrificarse duramente para mejorarla. Son
los que con más orgullo muestran sus “tesoros”.
Además, la experiencia también enseña... En los ´60 y ´70 hubo algunos sacerdotes
que, quizá víctimas de esta acusación, vendieron imágenes, cálices, custodias... ¿Qué
pasó con el fruto de su venta? Lo único claro es que no existe más... ¿Alguien puede
pensar que esos cálices están mejor en vitrinas de las casas de los ricos que en un altar
de cualquier iglesia?
En realidad no existe ningún problema. Basta recordar el elogio de Jesús a María por
haber derramado un perfume carísimo sobre sus pies y a la viuda que puso todo lo que
tenía como limosna al templo. Es más, es lógico que necesite bienes materiales. Como
no está compuesta sólo por ángeles, para enseñar a la gente el camino al cielo necesita
edificios, bibliotecas, ordenadores, vehículos... Para dar culto a Dios necesita templos,
altares... Para ayudar a la piedad necesita imágenes, libros... Para enseñar a las gentes
necesita escuelas, universidades... No parece que en estos dos mil años la Iglesia se
haya dedicado a acumular dinero: esos “tesoros” acumulados en dos mil años de
donaciones... son objetos de culto, etc. Normalmente quienes han cuidado de esos
bienes han sido personas que vivieron voluntariamente la pobreza, que dejaron todo
por seguir a Cristo, que no han tenido nada de patrimonio personal.
¿Qué bienes tiene la Iglesia? Los que juzga necesarios para el cumplimiento de su
misión, que es de orden exclusivamente espiritual.
Por otro lado los cuida, los usa y les saca el jugo bastante bien. La Basílica de San Pedro
tiene 500 años... lo que mostraría que está bastante amortizada... que fue una idea
genial hacerla con buenos materiales... que la hacen tan barata a largo plazo...
140
Por otro lado, la acusación parece sugerir una conexión entre las “riquezas” y la
pobreza de los pobres. Pero, no hay relación alguna entre la belleza de la Basílica de
San Pedro y la pobreza de una villa de Buenos Aires... Creo que es suficientemente
claro que la primera no es la causa de la segunda. Por tanto no veo por qué conectar
ambas cosas. Carece de sentido hacerlo. El problema es inventado, no es real.
Como los “tesoros” de los que se habla son básicamente artísticos y forman parte del
patrimonio histórico de la Iglesia, parece necesario plantearse si la belleza es buena o
mala, si tiene alguna función en la vida humana.
Los museos vaticanos muestran que la Iglesia siempre ha fomentado la cultura y todas
las manifestaciones del espíritu humano, llegando a ser en ciertos casos la mejor
protectora del arte, la ciencia y la cultura. La historia humana le debe mucho al
respecto, ya que ha protegido el patrimonio cultural de las ochenta generaciones que
nos separan de la época de Cristo.
141
hechas para ese fin: gente que ha donado sus propios bienes para que fueran usados
para el culto divino, la educación, la formación del pueblo fiel, el Santo Padre, etc. Es
decir, su legitimidad está fuera de toda duda.
Te desafío a buscar una institución que haya aportado tanto bien al mundo -y si
quieres, en particular a los pobres- como la Iglesia Católica. Si bien su fin es espiritual -
la salvación de las almas-, ninguna institución con fines temporales podría haber
representado tanto bien desde el mero punto de vista humano.
Algunos datos. Veamos la contabilidad del objeto del ataque de las riquezas del
Vaticano. El presupuesto anual de la Santa Sede es de 145 millones de dólares. A esto
se debe añadir el Óbolo de San Pedro: 60 millones que se destina enteramente a obras
de caridad y ayuda a necesitados. Es decir, estamos hablando de una institución que
destina el 29,26% de sus ingresos brutos sólo a obras de caridad... No contemos los
millones de dólares que instituciones católicas (muchas pertenecientes a Conferencias
Episcopales) dan de ayuda al los países pobres: Adveniat, Ayuda a la Iglesia Necesitada,
Manos Unidas, y un largo etc.
Busca una institución que hoy haga más por los pobres que la Iglesia Católica. ¿No
parece una burla esta crítica a la institución que -por lejos- hace más por los pobres? La
lista de las labores asistenciales de la Iglesia Católica es realmente impresionante:
mírala despacio y piensa un poco. Después saca tus propias conclusiones.
¿Hay alguna relación entre las obras de arte de los Museos Vaticano y las imágenes de
las iglesias con la pobreza? La respuesta no admite ninguna duda: ¡NO!
142
4. ¿Es ofensivo? En el sentido que sería una cachetada a la pobreza... No, a los
pobres también les gustan las cosas lindas y gozan con ellas.
5. ¿Es verdad que la Iglesia tenga grandes tesoros económicos en la actualidad?
No.
6. Si se vendiese todo lo que tenga algún valor, ¿mejoraría la situación de los
pobres del mundo? No afectaría en lo más mínimo la situación económica de
los pobres.
7. ¿Es quizá una muestra de indiferencia ante el problema de la pobreza? En
absoluto, ya que el trabajo de la Iglesia en favor de los pobres está
absolutamente fuera de duda.
8. ¿El mantenimiento de esos bienes no supondrá gastos extraordinarios que
podrían destinarse a la lucha contra el hambre? No, porque se auto-mantiene
con el valor de la entrada a museos... y contratos como los que facilitaron la
restauración de la Capilla Sixtina sin poner un euro.
9. ¿Se invierten actualmente grandes sumas de dinero en incrementar esos
bienes? No, es el fruto de dos mil años de cristianismo... Esperemos que
nosotros sepamos dejarle a nuestros descendientes algo de valor y buen gusto.
10. Me parece que en está página queda suficientemente demostrado, que las
supuesta riquezas del Vaticano, no representan ningún problema real ni
amenaza para los pobres. Es más, que la tan mentada crítica es una tomada de
pelo. Una burla que no resiste el más elemental análisis racional. Usar a los
pobres para atacar a la Iglesia es, al menos, una broma de mal gusto... Y más
todavía que sea hecho por quienes nunca han hecho nada por los pobres...
Africa 855 4.300 257 470 1.780 1.200 920 5.200 14.982
América del
N. 740 220 2 1.250 1.430 1.790 840 1.490
Asia 1.240 3.420 354 1.070 4.910 1.240 2.675 6.000 20.909
Totales
5.900 16.700 700 12.600 19.500 11.500 11.600 44.500 123.000
mundiales
143
Eduardo Volpacchio
3. Riquezas vaticanas
El presupuesto de la Santa Sede —es decir, de un Estado soberano con, entre otras
cosas, una red de más de cien embajadas, «nunciaturas» y todos esos «ministerios»
que son las congregaciones, además de los secretariados y un sinfín de oficinas—, ese
presupuesto en 1989 era, pues, igual a menos de la mitad del presupuesto del
Parlamento italiano. En resumen, tan sólo los diputados y senadores que acuden a los
dos edificios romanos (en otro tiempo pontificios) de Montecitorio y Palazzo Madama
cuestan al contribuyente más del doble de lo que cuesta el Vaticano a los ochocientos
millones de católicos en todo el mundo.
Estos católicos ¿son muy generosos? No lo parece, dado que esos ochocientos
millones de cristianos ofrecen cada año a su Iglesia donaciones inferiores a las que dan
los dos millones de americanos miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Por
no hablar de los Testigos de Jehová
o de las demás sectas —la Iglesia de la Unificación de Sun Moon, por ejemplo—, las
cuales disponen de capitales que mueven e invierten en todo el mundo y que ponen
en ridículo las «riquezas» del Vaticano. Las únicas, sin embargo, de las que se habla
con indignación.
A esos que se indignan se les escapa el detalle que semejantes riquezas (a diferencia
de lo que ocurre con las nuevas sectas, iglesias y cenáculos que no dejan nada por
demás) se han puesto a trabajar a lo largo de los siglos con una «inversión» que dio, da
y dará siempre dividendos extraordinarios. Y a la «inversión» en arte se debe la
prosperidad de innumerables ciudades de Europa, y sobre todo de Italia.
¿Qué sería Roma si sólo contase con esas escasas ruinas imperiales, si una serie
ininterrumpida de papas no le hubiese puesto encima las famosas y criticadas
«riquezas» para crear el que tal vez sea el mayor conjunto artístico del mundo,
repartido por todos los barrios? Alguien debería recordar a políticos, periodistas y
demagogos varios que se dedican a moralizar en Roma sobre el «dinero del Vaticano»
que en esa misma ciudad casi la mitad de la gente vive de los ingresos del turismo
surgido, precisamente, de gastar dinero «católico», siglo tras siglo, a favor del arte. Si
—aquí como en cualquier otro sitio— se reconoce al árbol por los frutos, hay que decir
que tantos siglos de administración pontificia de Roma, aun con sus sombras (pero no
más graves que la media del tiempo) han dado como fruto dotar a la ciudad de un
capital capaz de producir una riqueza sin fin.
A propósito del dinero, la campaña de escándalo contra el ocho por mil del impuesto
sobre la renta de las personas físicas que los contribuyentes pueden poner libremente
144
a disposición de la Iglesia italiana ignora (o pretende ignorar) cuál es el trasfondo
histórico.
Para intentar salvar la cara frente a la comunidad internacional —y para dar una cierta
seguridad a las masas católicas que representaban la enorme mayoría, silenciosa
porque estaba excluida del voto, de los súbditos del nuevo reino de Italia—
inmediatamente después de la apertura de Porta Pia, el gobierno de los liberales
aprobaba la llamada Ley de las Garantías (Guarentigie). Una ley que, reconociendo
implícitamente que la conquista sin ni siquiera declaración de guerra, de todos los
territorios de un Estado violaba el derecho de gentes, atribuía un «reembolso» al Papa,
como soberano saqueado. La suma se estableció como una renta de casi tres millones
y medio de liras-oro: una enormidad para un Estado como el italiano cuyo presupuesto
era de pocos centenares de millones de liras. Una enormidad que confirmaba sin
embargo la magnitud de la «rapiña» perpetrada.
Sin embargo, el Tratado de las Garantías no fue aceptado por ambas partes, pues era
una ley unilateral del gobierno saboyano: los papas nunca la reconocieron ni quisieron
aceptar ni un céntimo de esa llamativa cifra. Para subvenir a las necesidades de la
Santa Sede prefirieron confiar en la caridad de los fieles, instituyendo el Óbolo de san
Pedro.
Sólo casi seis décadas después, en 1929, se alcanzaron los Pactos Lateranenses, que
incluían un concordato y un tratado que regulaba también las relaciones financieras. El
tratado restablecía el principio de aquel «reembolso» por la confiscación del Estado
pontificio y de los bienes eclesiásticos que el mismo gobierno italiano de 1870 había
juzgado necesario. Se estableció de ese modo que Italia pagaría 750 millones al
contado y que asumiría algunos gastos como el de una paga para los sacerdotes «al
cuidado de las almas». Esa paga se basaba en parte en los créditos que la Iglesia vertía
al Estado italiano, y en parte surgía de las nuevas funciones públicas —como la
celebración y el registro de matrimonios con rito religioso, que también poseían
validez civil— que los pactos atribuían a la Iglesia.
Así pues, las concesiones económicas de 1929, motivo de tanto escándalo por la
polémica anticlerical, no eran un «regalo», el fruto de un favor «constantiniano», sino
el abono (si bien, sólo parcial) de una deuda derivada de las expoliaciones del siglo XIX.
145
La reciente revisión de los Pactos Lateranenses, obra del gobierno socialista
encabezado por Bettino Craxi (y no democristiano, como podría esperarse), debería
juzgarse desde esta perspectiva histórica. En esa revisión, por otro lado, se supera el
concepto, absolutamente legítimo a la luz del derecho internacional, de «reembolso» y
se instaura el de la contribución voluntaria de la que el Estado se limita a hacer de
recaudador.
El famoso «ocho por mil», pues, se enmarca en una coyuntura más que centenaria de
la historia italiana. Pero ¿quién se acuerda de ella?
Pues sí: intentemos vender —a beneficio, qué sé yo, de los pobres negritos— los
tesoros del Vaticano. Empecemos, por ejemplo, con la Piedad de Miguel Ángel, que
está en San Pedro. El precio de salida, según dice quien ha intentado aventurar una
valoración, no podría ser inferior a los mil millones de dólares. Sólo un consorcio de
bancos o multinacionales americanas o japonesas podría permitirse semejante
adquisición. Como primera consecuencia, esa maravillosa obra de arte abandonaría
Italia.
Y luego, esa obra que ahora se exhibe gratuitamente para disfrute de todo el mundo
caería bajo el arbitrio de un propietario privado —sociedad o coleccionista
multimillonario— que podría incluso decidir guardársela para sí, ocultando a la vista
ajena tanta belleza. Belleza que, además, al dejar de dar gloria a Dios en San Pedro,
daría gloria en algún búnker privado al poder de las finanzas, es decir, a lo que las
Escrituras llaman «Mammona». Tal vez el mundo tendría un hospital más en el Tercer
Mundo, pero ¿sería verdaderamente más rico y más humano?
Vittorio Messori
146
La Santa Sede se compone por todos los organismos de la Curia Romana y de las
representaciones pontificias en el mundo que no tienen entradas económicas por su
actividad. Viven de las contribuciones de las diócesis, familias religiosas, y de la
generosidad de los fieles.
En las instituciones de la Santa Sede prestan su servicio en total 2.762 personas, de las
cuales 766 son eclesiásticos, 344 religiosos (261 hombres y 83 mujeres), 1.652 laicos
(1.201 hombres y 451 mujeres).
"Al igual que otros Estados, también este año el Vaticano ha experimentado los efectos
de la crisis económico-financiera internacional, cerrando con un déficit de 7.815.183
euros, una variación positiva con respecto al año precedente de 7,5 millones de
euros", explica el comunicado.
El país que ha ofrecido más dinero al Óbolo de San Pedro ha sido Estados Unidos. En
porcentaje por número de católicos, el Vaticano ha destacado las aportaciones de
Corea y Japón.
Velasio De Paolis
Muchas páginas se han escrito en los últimos tiempos sobre los dineros y las cuentas
de la Iglesia Católica. Lamentablemente, junto con datos correctos, las informaciones
contienen imprecisiones, incorrecciones y, por qué no decirlo, falsedades manifiestas.
Tengo la impresión de que algunos diarios de gran tirada pretenden atacar la
credibilidad de la Iglesia con el sensacionalismo barato y aparecen con frecuencia
faltos de profesionalidad en el tratamiento de temas financieros y económicos. Dicen
147
cosas que son falsas y construyen grandes shows con medias verdades, que carecen de
entidad para ser noticia. Por ejemplo, en el caso de Gescartera las instituciones de la
Iglesia implicadas en el tema han sido simples víctimas de la actuación de un falso
intermediario financiero que engañó a dos docenas de administradores honrados que
actuaban de buena fe y que buscaban una mejor rentabilidad del patrimonio o dineros
que gestionaban. ¿Qué hay de malo o de inmoral en todo esto?
Cuando se publica en primera página «La Iglesia perdió más de 2,5 millones de euros
en sus inversiones en Bolsa». La información es falsa, simplemente porque la Iglesia,
como ente patrimonial único no existe. Lo que existen son instituciones que gozan de
la personalidad que les otorga la legislación canónica (67 Diócesis, cientos de Órdenes
y Congregaciones religiosas, 23.000 parroquias, más de 14.000 Asociaciones y
Fundaciones). Todas estas entidades tienen su autonomía total, de manera que resulta
absurdo hablar de la Iglesia en su conjunto, y menos que 2 ó 3 entidades sean las que
representen al conjunto. Hay una fuerte corriente de opinión que quiere imponer a las
Instituciones de la Iglesia el hecho de que no dispongan de ningún tipo de inversión, ya
que si obtienen rendimientos se trataría de especulación y si, coyunturalmente, hay
pérdidas, se está malgastando el dinero.
La tercera imputación falsa tiene que ver con el origen de los fondos de la Iglesia.
También en este tema no tienen nada que ocultar. Tres son las fuentes de recursos de
la Iglesia:
- Las aportaciones directas de los fieles, ya para financiar las actividades generales de
la Iglesia, ya para cubrir un fin específico.
148
- Los fondos procedentes del patrimonio de la propia Iglesia. Esta fuente, cuya
importancia cuantitativa es pequeña, está sometida a un control fiscal y contable
equivalente al de cualquier otra entidad civil. Mientras que los donativos no están
sujetos a tributación, los fondos procedentes del patrimonio mantienen una
contabilidad separada y son informados a Hacienda a través de los Estados financieros
que se presentan en el Impuesto sobre Sociedades.
Los recursos que posee la Iglesia los destina al cumplimiento de sus fines establecidos
canónicamente y reconocidos por la autoridad civil (mantenimiento de los clérigos,
mantenimiento del culto, apostolado y caridad). Algunos fondos, como la asignación
tributaria, se destinan fundamentalmente a las finalidades primarias de las Diócesis,
como el mantenimiento de los sacerdotes y de los templos.
Por otra parte, existen en muchas diócesis fondos con finalidades específicas que
tienen un carácter indisponible, es decir, que no pueden ser empleados en ninguna
otra finalidad, sino que únicamente se dispone de sus rendimientos. Tras siglos de
tradición, es lógico que en algunas Diócesis existan gran cantidad de fundaciones de
esta naturaleza que, aunque aisladamente manejan muy pocos recursos, la suma de
todas ellas, supongan cifras significativas. También en este aspecto se ha hecho mucha
demagogia barata. Algunas actividades de la Iglesia están condicionadas,
precisamente, al rendimiento que se obtenga de esos recursos. No es de extrañar, en
consecuencia, que los Administradores, en función de los actuales instrumentos de
inversión y siempre bajo los criterios de seguridad y moralidad, ateniéndose a la
legalidad vigente, intenten buscar aquellos productos que permitan obtener un
adecuado rendimiento para aplicarlo a los fines propios establecidos.
Otra imputación que se realiza tiene que ver con la rendición de cuentas y el control
del dinero que recibe la Iglesia de la Administración Pública. También sobre esto se
han dicho y escrito muchos cuentos. El dinero que recibe la Iglesia de la asignación
tributaria no es una subvención del Estado, sino la entrega de aquella parte del IRPF
que los contribuyentes deciden asignar de sus impuestos para colaborar con la Iglesia.
Solo una mala instrumentación técnica, que esperamos que se resuelva en breve, hace
que el Estado tenga que completar la misma hasta cumplir sus compromisos. El
presupuesto de aplicación de ese dinero, que se aprueba por la Asamblea Plenaria de
Obispos, se presenta públicamente en rueda de prensa. Aprobado el presupuesto, el
mismo día de cada mes, se recibe en la Conferencia Episcopal el dinero, se entrega a
sus destinatarios (las Diócesis, fundamentalmente). A final de año, se elabora la
liquidación y se remite la Memoria contable justificativa a la Dirección General de
Asuntos Religiosos, del Ministerio de Justicia. En consecuencia, afirmar que el dinero
de la Iglesia no rinde cuentas es, sencillamente, engañar a la opinión pública.
149
Por otra parte, siempre que cualquier entidad eclesiástica percibe subvenciones
públicas para cualquier actividad, está afecta al control financiero establecido en la ley
General Presupuestaria. En este campo contable, por último, se están dando pasos
importantes en aras de la transparencia. De hecho, la gran mayoría de las
instituciones, parroquias, etcétera, publican periódicamente sus cuentas, como una
manera ordinaria de comunicar a sus fieles qué dinero han obtenido y cómo se han
aplicado, con total naturalidad.
Bernardo Herráez
150
IV. LA IGLESIA Y EL GNOSTICISMO
1. El Gnosticismo
Muchos grupos gnósticos se tenían por cristianos, por lo que causaban una enorme
confusión. Es por eso que la Iglesia tuvo que confrontar los errores del gnosticismo y
diferenciarlos del cristianismo auténtico. Desde sus orígenes, las creencias gnósticas
fueron rechazadas por los cristianos por ser una peligrosa falsificación del
Evangelio. Entre los numerosos escritores cristianos de los primeros siglos que
combatieron el gnosticismo están: San Ireneo, Orígenes, Justino, Hipólito y San
Agustín.
Los "evangelios" gnósticos más tarde se llamaron “evangelios apócrifos”. Entre ellos: el
“Protoevangelio, de Santiago", “Evangelio de primera infancia, de Tomás", que
contiene las supuestos milagros de Jesús en su infancia. Estos textos tienen algunos
relatos semejantes a los cristianos pero suelen contener fantasías que no concuerdan
con la fe cristiana. Tienen poca o ninguna narrativa sobre la vida de Jesús. No fueron
aceptados por la Iglesia como parte de las Sagradas Escrituras.
151
1- La posibilidad de ascender a una esfera oculta por medio de los conocimientos a los
que sólo una minoría selecta puede acceder por vía de una iluminación no asequible a
otros. Conocer esas creencias sería suficiente para salvarse, sin necesidad de una
práctica de moral. Cree en revelaciones secretas y en el esoterismo.
3- Hay dos principios: el buen dios que creó el mundo espiritual y el perverso el cual es
responsable por la creación del mundo (la materia y el cuerpo).
Nuestro cuerpo, como en el pitagorismo heredado por Platón, era, para los gnósticos,
la cárcel en la que estaba presa nuestra alma como consecuencia de una caída original
del ámbito del pleroma del que realmente procede nuestra alma. En nuestra liberación
de la materia, la iluminación gnóstica era necesaria para lograr la salvación.
Yahvé es un Dios del mal, culpable por haber realizado la creación del mundo material.
4- Existe una enorme jerarquía de seres. Las Personas de la Trinidad serían diferentes
seres de relativo bajo rango en dicha jerarquía. La divinidad esta compuesta de una
multitud de seres espirituales.
El tiempo gnóstico estaba marcado por los envíos de eónes, y gran variedad de niveles
cósmicos, muchos de ellos generalmente correspondientes a las esferas celestiales,
típicas de la cosmología de aquel entonces.
5- Al creer que la materia es una prisión, la procreación es también vista como algo
perverso. Atrapa a las almas inmortales en la cámara de tortura que es el universo. El
matrimonio es también perverso porque conduce al sexo.
6- Las mujeres, por su propia naturaleza, son formas de vida espiritualmente inferiores
porque son ellas las que encuban a los prisioneros. Ellas cooperan con una diosa que
atrapa a las almas inmortales para encarcelarlas en cuerpos humanos. El evangelio
gnóstico de Tomás, por ejemplo, dice que las mujeres no pueden salvarse si no llegan a
ser como hombres.
7- Jesús no es ni dios ni hombre sino un ser espiritual que solo aparentó tomar cuerpo
y vivir entre nosotros para darnos los conocimientos secretos necesarios para
liberarnos de la prisión que es nuestro cuerpo. Por lo tanto, nos salvamos al adquirir
conocimiento y no por la obra de redención de Cristo. Se trata de auto-divinización.
152
Jesús estaba asociado al dios bueno. La mayoría creían que Jesús era un auténtico
mediador entre nosotros y nuestra verdadera vida, más allá de la materia, en el dios
bueno.
8- Niegan la muerte expiatoria de Jesús (ya que no tenía verdadero cuerpo propio y
porque no hace falta la redención cuando se tienen los conocimientos gnósticos).
Rechazan la resurrección del cuerpo.
Jordi Rivero
2. Jesús tuvo como compañera sexual a María Magdalena; sus hijos, portadores de su
sangre, son el Santo Grial (sangre de rey = sang real = Santo Grial), fundadores de la
dinastía Merovingia en Francia (y antepasados de la protagonista de la novela).
153
secreto: que el Grial son los hijos de Jesús y la Magdalena y que el primer dios de los
“cristianos” gnósticos era femenino.
Todo esto no se vende como una ucronía o una novela de historia-ficción en un pasado
alternativo o una Europa imaginaria. Se intenta vender como erudición, investigación
histórica y trabajo serio de documentación.
En una nota al principio del libro, el autor, Dan Brown, declara: “todas las
descripciones de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son
fidedignas”. Como veremos, esto es falso: los errores, las invenciones, las
tergiversaciones y los simples bulos abundan por toda la novela. La pretensión de
erudición cae al suelo al revisar la bibliografía que ha usado: los libros serios de historia
o arte escasean en la biblioteca de Brown, y brillan en cambio las paraciencias,
esoterismos y pseudohistorias conspirativas.
Pero eso no impide a la prensa alabar el “trabajo histórico” que hay tras el libro. Por
ejemplo, el Chicago Tribune se maravillaba de cómo el libro contiene “historia
fascinante y documentada especulación que vale varios doctorados”; el New York Daily
News decía “su investigación es impecable”; el crítico de El Periódico de Catalunya
(12/12/03) Ramón Ventura dice que “entender la novela como un panfleto
anticristiano es no entender lo que es: un relato de aventuras por los espacios poco
conocidos de la historia, donde se combinan los misterios de la religión con los
enigmas del arte; Dan Brown escribe con la pasión y la erudición de Matilde Asensi en
El último Catón”.
La editora del libro en España, Aránzazu Sumalla, que ha encontrado una mina de oro
para su pequeña editorial Umbriel (El Código Da Vinci vende 2.400 libros al día en
España, 125.000 en los primeros 50 días), no entiende que en la página web del Opus
Dei se critique negativamente el libro, que presenta al Opus como una secta
destructiva dispuesta al asesinato y otras técnicas magiosas, con el detalle de que el
asesino Silas es numerario y lleva cilicio. Según la editora “se trata de una obra de
ficción”.
Pero Dan Brown, en su propia página web, dice bien claro que no ha escrito sólo una
novela llena de despropósitos para divertir: “Como he comentado antes, el secreto
que revelo se ha susurrado durante siglos. No es mío. Es cierto que puede ser la
primera ocasión en que el secreto se desvela con el formato de un thriller popular,
pero la información no es nueva. Mi sincera esperanza es que El Código Da Vinci,
además de entretener a la gente, sirva como una puerta abierta para que empiecen
sus investigaciones”.
El resultado es que las ventas de libros pseudohistóricos sobre la Iglesia, los evangelios
gnósticos, la mujer en el cristianismo, las diosas paganas, etc… se han disparado: la
web de libros Amazon.com es la primera beneficiada, enlazando El Código Da Vinci con
libros de pseudohistoria neopagana, feminista radical y new age. La ficción es la mejor
forma de educar a las masas, y disfrazada de ciencia (historia del arte y de las
religiones en este caso) engaña mejor a los lectores. Como afirma el dicho: “calumnia,
154
que algo queda, y si calumnias con datos que suenen a científico -aunque sean
inventados- queda más”.
Toda la base “histórica” de Brown descansa sobre una fecha: el concilio de Nicea del
año 325. Según sus tesis, antes de esta fecha, el cristianismo era un movimiento muy
abierto, que aceptaba “lo divino femenino”, que no veía a Jesús como Dios, que
escribía muchos evangelios. En este año, de repente, el emperador Constantino, un
adorador del culto -masculino- al Sol Invicto se apoderó del cristianismo, desterró a “la
diosa”, convirtió al profeta Jesús en un héroe-dios solar y montó una redada a la
manera stalinista para hacer desaparecer los evangelios que no le gustaban.
Para cualquier lector con algo de cultura histórica esta hipótesis resulta absurda por al
menos dos razones: 1. Tenemos textos que demuestran que el cristianismo antes del
325 no era como dice la novela y que los textos gnósticos eran tan ajenos a los
cristianos como lo son actualmente las publicaciones “new age”: parasitarios y
externos. 2. Incluso si Constantino hubiese querido cambiar así la fe de millones ¿cómo
habría podido hacerlo en un concilio sin que se diesen cuenta no sólo millones de
cristianos sino centenares de obispos?
¿Jesús es Dios?
La verdad es otra. Los cristianos siempre han pensado que Jesús es Dios y así figura en
los evangelios y en escritos cristianos muy anteriores a Nicea. Por ejemplo, y para
disgusto de mormones, Testigos de Jehová o musulmanes (tres credos actuales que
niegan que Jesús era Dios) podemos leer cómo Tomás dice al ver a Jesús resucitado:
[Juan 20,28] Ho Kurios mou ho Theos mou (Mi Señor y mi Dios). O en Romanos 9,5;
carta dictada por San Pablo a Tercio en casa de Gayo, en Corinto, en el invierno del 57
155
al 58 d.C: “de ellos *los judíos+ son los patriarcas, y como hombre ha surgido de ellos el
Cristo, que es Dios, y está por encima de todo”. O en Tito 2,13:
“esperamos que se manifieste la gloria del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo”. O
en 2Pedro1,1: “Simón Pedro, sirviente y apóstol de Jesucristo, a aquellos que por la
justicia de nuestro Dios y salvador Jesucristo han recibido una fe tan preciosa como la
nuestra”.
Y saliendo de los evangelios tenemos los textos de algunos Padres de la Iglesia muy
anteriores a Nicea: “Pues nuestro Dios, Jesucristo, fue según el designio de Dios,
concebido en el vientre de María, de la estirpe de David, pero por el Espíritu Santo”
[Carta a los efesios de San Ignacio de Antioquía, c.35-c.107 d.C].
“Si hubieses entendido lo escrito por los profetas, no habrías negado que Él *Jesús+ era
Dios, Hijo del único, inengendrado, insuperable Dios” *Diálogo con Trifón, San Justino
Mártir, c.100-c.165 d.C].
“Sólo Él *Jesús+ es tanto Dios como Hombre, y la fuente de todas nuestras cosas
buenas” *Exhortación a los griegos, de San Clemente de Alejandría, 190 d.C+.
“Sólo Dios está sin pecado. El único hombre sin pecado es Cristo, porque Cristo
también es Dios” *El alma 41:3, por Tertuliano, año 210 d.C].
“Aunque *el Hijo+ era Dios, tomó carne; y habiendo sido hecho hombre, permaneció
como era: Dios” *Las doctrinas fundamentales 1:0:4; por Orígenes, c.185-c.254 d.C.].
Estas citas -y muchas otras- demuestran que los cristianos tenían clara la divinidad de
Cristo mucho antes de Nicea. De hecho, en Nicea el debate era sobre las enseñanzas
de Arrio, un sacerdote herético de Alejandría que desde el 319 enseñaba que Jesús no
era Dios, sino un dios menor. De unos 250 obispos, sólo dos votaron a favor de la
postura de Arrio, mientras que el resto afirmaron lo que hoy se recita en el Credo, que
el Hijo de Dios fue engendrado, no creado y que es de la misma naturaleza (substancia,
homoousios) que el Padre, es decir, que Dios Hijo es Dios, igual que Dios Padre
también es Dios, un mismo Dios pero distintas Personas. Pese a esta unanimidad de los
padres conciliares, el historiador Teabing en la novela dice que Cristo fue “designado
Dios” ¡por un estrecho margen de votos!
Teabing también dice una serie de cosas sobre cómo el cristianismo inventado por
Constantino no era más que paganismo. “Nada en el Cristianismo es original”, dice el
personaje. Escribimos subrayadas las afirmaciones de El Código da Vinci y a
continuación comentamos cada una.
156
-Los discos solares egipcios se convirtieron en halos de santos católicos.
El arte cristiano tiene que expresar conceptos bíblicos, como las caras luminosas de
Moisés (en el Sinaí) y Jesús (en la Transfiguración). Para ello usan un recurso común,
los halos o nimbos que ya usaba el arte griego y el romano. Los emperadores romanos,
por ejemplo, aparecen en las monedas con cabezas radiantes.
La comunión y “comer a Dios”: parece ser que en los niveles superiores del culto a
Mithras existía una comida sagrada de pan y agua o pan y vino. No hay datos que
indiquen que los mitraístas consideraran que en esa comida “comían un dios” ni nada
similar. De nuevo, el origen de bendecir y compartir el pan es judío, como explica con
detalle Jean Danielou en su estudio La Biblia y la liturgia. Parece que Jesús instituyó la
Eucaristía cristiana durante una chabourá, una comida sagrada judía. No hay relación
con cultos mistéricos paganos.
Falso. Desde el principio, los cristianos vieron el día después del sabbath, es decir, el
día primero de cada semana, como el más importante, día de su reunión. Ya lo hacían
157
en época de San pablo (ver Hechos 20,7: “y en el primer día de la semana, cuando
estábamos reunidos para partir el pan…”, o 1 Cor 16,2, cuando Pablo pide reunir las
colectas y diezmos el primer día de la semana). Danielou, en La Biblia y la Liturgia,
dedica todo su capítulo 16 a hablar de “El octavo día”, con citas de Ignacio de
Antioquía, de la Epístola de Barnabás, de la Didajé, todos autores de finales del.s.I y
principios del s.II Todos hablan del “dies domenica” (día del Señor). San Justino, hacia
el 150 d.C es el primer cristiano en usar el nombre latino de Día del Sol para referirse al
primer día de la semana.
- También al dios hindú Krishna, recién nacido, se le ofreció oro, incienso y mirra
Extraído, al parecer, del libro de pseudohistoria The World”s Sixteen Crucified Saviours,
[Los 16 salvadores del mundo crucificados] escrito por Kersey Graves en 1875 y
denostado incluso por ateos y agnósticos, aunque muy popular y copiado en Internet.
Graves no da nunca documentación de sus afirmaciones. Ésta del oro, incienso y mirra
parece simplemente un invento. En la literatura hindú no sale por ningún sitio. El
Bhagavad-Gita (s.I d.C.) no menciona la infancia de Krishna. En las historias sobre el
Krishna niño del Harivamsa Purana (c.300 d.C) y el Bhagavata Purana (c.800-900.dC.)
tampoco aparecen regalos.
- El dios Mithras, nacido en 25 de diciembre como Osiris, Adonis y Dionisos, con los
títulos “Hijo de Dios” y “Luz del Mundo”, enterrado en roca y resucitado 3 días después,
inspiraron muchos elementos del culto cristiano.
¿Por qué el mundo va tan mal, hay guerras, violencia y contaminación? La respuesta
del feminismo radical y de El Código Da Vinci es sencilla, la culpa es del cristianismo,
158
que es machista: “Constantino y sus sucesores masculinos convirtieron con éxito el
mundo desde el paganismo matriarcal hasta la Cristiandad patriarcal mediante una
campaña de propaganda que demonizó lo sagrado femenino, eliminando a la diosa de
la religión moderna.” Como consecuencia, “la Madre Tierra se ha convertido en un
mundo de hombres, y los dioses de la destrucción y la guerra se toman su tributo. El
ego masculino ha pasado dos milenios sin equilibrarse con su balanza femenina… una
situación inestable marcada por guerras alimentadas con testosterona, una plétora de
sociedades misóginas y una creciente falta de respeto por la Madre Tierra”.
Mientras que los evangelios canónicos son del s.I, ningún texto gnóstico es anterior al
s.II. Muchos son del s.III, IV o V. A mediados del s.II la Iglesia ya tenía claro que los
evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan eran los inspirados por el Espíritu Santo, y
sólo dudaba en el canon de un par o tres de textos. Es falsa la idea de la novela de que
en el 325, con Constantino, de entre “más de 80 evangelios considerados para el
Nuevo Testamento”, sólo se eligieron cuatro: estos cuatro ya hacía 200 años que
estaban seleccionados, como leemos en los textos de Justino Mártir (150 d.C) y de San
Ireneo.
En El Código Da Vinci hay material de muchos tipos: new age, ocultismo, teorías
conspiratorias, neopaganos, wiccas, astrología, préstamos orientales y amerindios…
pero el cóctel gnóstico-feminista es la base de la macedonia. Hay poca investigación
verdadera sobre el Santo Grial, pero mucha sangría.
Así, se nos cita un texto que existe de verdad, el Evangelio de María Magdalena, una
obra gnóstica tardía, escrita por autores de una secta gnóstica, desde fuera del
cristianismo. En él, María besa en la boca a Jesús y eso causa la envidia de los
apóstoles. Según Teabing, el historiador de la novela, “Jesús era el primer feminista.
Pretendía que el futuro de su iglesia estuviese en manos de María Magdalena”.
Lo que nadie cita es el versículo 114 del famoso texto gnóstico Evangelio de Tomás,
donde Jesús dice que Él hará de María Magdalena “un espíritu viviente que se parezca
a vosotros, varones. Porque cada mujer que se haga a sí misma varón entrará en el
reino de los cielos”. El gnosticismo antiguo es reciclado por antagonistas de la Iglesia
actual, pero para ello han de rechazar algunas cosas del gnosticismo antiguo, que en
realidad era machista, elitista, despreciaba el cuerpo y todo lo material y es difícil de
vender como “el auténtico cristianismo”.
Así, el entusiasmo del autor por los “ritos de fertilidad”, que tanto admiran -y
practican- los protagonistas, no tiene nada que ver con la fertilidad, obviamente, sino
con el placer sexual. Es un signo de los tiempos, pero también una herencia gnóstica y
cátara: engendrar, dar vida a nuevos cuerpos, es malo. ¡Justo lo contrario que en el
159
cristianismo! Sexo sin concepción… es de suponer que la próxima novela trate de
clonación, es decir, de concepción sin sexo.
• El novelista dice que los cinco anillos de las olimpiadas son un símbolo secreto de la
diosa; la realidad es que cuando se diseñaron las primeras olimpiadas modernas el
plan era empezar con uno e ir añadiendo un anillo en cada edición, pero se quedaron
en cinco.
• En la novela presentan la larga nave central y hueca de una catedral como un tributo
secreto al vientre femenino, con las nervaduras como pliegues sexuales, etc… Está
tomado del libro de pseudohistoria The Templar Revelation, donde se afirma que los
templarios crearon las catedrales. Por supuesto es falso: las catedrales las encargaron
los obispos y sus canónigos, no los templarios. El modelo de las catedrales era la iglesia
del Santo Sepulcro o bien las antiguas basílicas romanas, edificios rectangulares de uso
civil.
• Las cartas del tarot no enseñan doctrina de la diosa; se inventaron para juegos de
azar en el s. XV y no adquirieron asociaciones esotéricas hasta finales del s.XVIII. La
idea de que los diamantes de la baraja francesa representan pentáculos es un invento
del ocultista británico A.E. Waite. ¿Qué dirán los esotéricos de la baraja española con
sus copas -símbolos sexuales femeninos- y sus espadas -símbolos fálicos, quizá como
los garrotes…-?
160
• El Papa Clemente V no eliminó a los templarios en un plan maquiavélico ni echó sus
cenizas al Tíber: el Tíber está en Roma y Clemente V no, porque fue el primer papa en
Avignon. Toda la iniciativa contra los templarios fue del rey francés, Felipe el Hermoso.
Masones, nazis y ahora los neognósticos quieren ser herederos de los templarios.
• La heroína, Sophie Neveu, usa el cuadro de Leonardo La Madonna de las Rocas como
un escudo y lo aprieta tanto a su cuerpo que se dobla: es asombroso, porque se trata
de una pintura sobre madera, no sobre lienzo, y de casi dos metros de alto.
Y se podría seguir diseccionando los errores y los simples engaños de este best-seller
mentiroso. Por no hablar de su calidad literaria. Pero ¿vale la pena tanto esfuerzo por
una novela? La respuesta es sí: para miles de jóvenes y adultos, esta novela será su
primer, quizá único contacto con la historia antigua de la Iglesia, una historia regada
161
por la sangre de los mártires y la tinta de evangelistas, apologetas, filósofos y Padres.
No sería digno de los cristianos del s.XXI ceder sin lucha ni respuesta ante el
neopaganismo el espacio que los cristianos de los primeros siglos ganaron con su
fidelidad comprometida a Jesucristo.
Imaginemos este escenario. Sale una novela en la que se afirma que Buda, después de
la iluminación, no ha llevado la vida de castidad que se le atribuye, sino que ha tenido
mujer e hijos. Que la comunidad budista, después de su muerte ha violado los
derechos de la mujer, que tendría que haber sido su heredera. Que para ocultar esta
verdad, los budistas en el curso de su historia han asesinado a miles, más bien, a
millones de personas. Que un santo budista, desaparecido hace pocos años -Daisetz
Teitaro Suzuki (1870-1966)- era en realidad el jefe de una banda de delincuentes. Que
el Dalai Lama y otras autoridades del budismo internacional actúan para mantener las
mentiras sobre Buda, sirviéndose de cualquier medio, incluso el homicidio. Publicada,
la novela no pasa inadvertida. Autoridades de todas las regiones lo denuncian como
una odiosa mistificación anti-budista y como un incitamiento al conflicto entre las
religiones. En diversos países la publicación está prohibida, entre los aplausos de la
prensa. Las casas cinematográficas, a las que se propone una versión para la gran
pantalla, tratan a patadas al autor y consideran el proyecto un planteamiento de
pésimo gusto.
El escenario no es real, pero hay uno similar que es del todo real. Sólo que no se habla
de Buda, sino de Jesucristo; no de la comunidad budista sino de la Iglesia católica; no
de Suzuki y de su orden zen, sino de san Josemaría Escrivá (1902-1975) y del Opus Dei
por él fundado; no del Dalai Lama sino del Papa Juan Pablo II. La novela en cuestión ha
vendido tres millones y medio de ejemplares en Estados Unidos, ha desembarcado
también en Italia, y la Sony está preparando una película que será dirigida por Ron
Howard, para lo cual se ha iniciado una propaganda internacional. Como ha sido
correctamente observado por el historiador y sociólogo americano Philip Jenkins, el
éxito de este producto es sólo una prueba más del hecho que el anti-catolicismo es el
“último prejuicio aceptable”.
El Código Da Vinci pone en escena un golpe al Santo Grial. Este último -según la
novela- no es, como la tradición siempre ha creído, una copa en que fue recogida la
Sangre de Cristo, sino una persona, María Magdalena, la verdadera “copa” que ha
tenido en sí la sang réal -en francés antiguo, la “sangre real” del Santo Grial- esto es,
los hijos que Jesucristo le había dado. La tumba perdida de la Magdalena es por tanto
el verdadero Santo Grial. Nos enteramos además de que Jesucristo había confiado la
Iglesia, que debería haber proclamado la prioridad del principio femenino, no a san
Pedro sino a su mujer María Magdalena, y que nunca había pretendido ser Dios. Habría
162
sido el Emperador Constantino (280-337) el que reinventara un nuevo cristianismo
suprimiendo el elemento femenino, proclamando que Jesucristo era Dios y haciendo
ratificar sus ideas patriarcales, autoritarias y anti-feministas en el Concilio de Nicea
(325). El plan presupone que sea suprimida la verdad sobre Jesucristo y sobre su
matrimonio y que su descendencia sea suprimida físicamente.
El primer objetivo está conseguido eligiendo cuatro evangelios “inocuos” entre las
decenas que existen, y proclamando “heréticos” los demás evangelios “gnósticos”
algunos de los cuales habrían puesto sobre la pista del matrimonio entre Jesús y la
Magdalena. Respecto al segundo, para desgracia de Constantino y de la Iglesia católica,
los descendientes físicos de Jesús escapan a su exterminio y siglos después consiguen
incluso apoderarse del trono de Francia con el nombre de merovingios. La Iglesia
consigue hacer asesinar un buen número de merovingios a través de los carolingios,
que los sustituyen, pero nace una organización misteriosa, el Priorato de Sión, para
proteger la descendencia de Jesús y su secreto. Al Priorato se unen los templarios -
perseguidos por esto- y más tarde también la masonería. Algunos de entre los más
eruditos y artistas de la historia han sido Grandes Maestros del Priorato de Sión, y
algunos -entre ellos Leonardo Da Vinci (1452-1519)- han dejado indicios de este
secreto en su obra. La Iglesia Católica en este tiempo, completa la liquidación del
primado del principio femenino con una caza de brujas, en la que mueren quince
millones de mujeres. Pero todo es falso: el Priorato de Sión sobrevive, así como los
descendientes de Jesús en familias que llevan los apellidos Pantard y Saint Clair.
c) ¿Ficción o historia?
Muchos objetan a cualquier crítica de la novela en cuestión que se trata de una ficción
y que, como tal, no debe respetar la verdad histórica. Estos críticos, simplemente, han
olvidado leer la página de Información histórica, donde Brown afirma que “todas las
descripciones *…+ de documentos y rituales secretos contenidos en esta novela
respetan la realidad” (3) y se fundamentan en particular sobre el hecho que “en 1975
ante la Biblioteca Nacional de París han sido descubiertos algunos pergaminos,
conocidos como “Les Dossier Secrets” (4) con la historia del Priorato de Sión.
163
morir, deducidas de la literatura internacional que lo critica, explícitamente citada. En
la novela, un nuevo Papa progresista ha decidido rescindir los vínculos entre la Iglesia y
el Opus Dei que surgen con el Papa Juan Pablo II, y el Prelado del Opus Dei acepta la
propuesta que le viene de un misterioso “Maestro”: pagando a este personaje una
suma inmensa podrá extorsionar a la Santa Sede apoderándose de las pruebas del
secreto del Priorato de Sión -esto es, de la verdad de Jesucristo- y amenazando con
revelarlo al mundo. Un ex-criminal, ahora numerario del Opus Dei es “prestado” al
Maestro y precisamente éste último lo induce a cometer una serie de crímenes. En
realidad, el “Maestro” trabaja para sí mismo: es un riquísimo estudioso inglés,
anticatólico, que quiere revelar el secreto al mundo y acusa al Priorato de callar por
temor a la Iglesia. Entre muertos, enigmas y persecuciones, Robert Langdon y Sophia -
entre los cuales surge inevitablemente una historia de amor- acaban por descubrir la
verdad: la tumba de la Magdalena está escondida bajo la pirámide del Louvre, que se
construyó por deseo del presidente francés -esoterista y masón- François Mitterrand
(1916-1996), pero la sang rèal discurre por las venas de la propia Sophia, que es, por
tanto, la última descendiente de Jesucristo.
d) Errores y mistificaciones
Sólo la extendida ignorancia religiosa explica que alguien pueda tomar en serio un
cúmulo de afirmaciones tan ridículas. Existen textos del primer siglo cristiano en los
que Jesucristo es claramente reconocido como Dios. En la época del Canon
Muratoriano -que data aproximadamente del 190 d.C.- el reconocimiento de cuatro
evangelios como canónicos y la exclusión de textos gnósticos era un proceso que se
encontraba ya sustancialmente completo, noventa años antes de que Constantino
naciese. En cuanto a la Magdalena, el Evangelio gnóstico de Tomás, que gusta tanto a
Brown, bien lejos de ser un texto proto-feminista, funda la grandeza de esa mujer en el
hecho de que “*…+ se hace varón”. A Simón Pedro, que objeta “María debe marcharse
de nosotros, porque las mujeres no son dignas de la Vida!”, Jesús responde: “He aquí
que yo la guiaré de modo que haga de ella un varón, para que ella llegue a ser un
espíritu vivo igual a vosotros, varones. Porque toda mujer que se haga varón entrará
en el Reino de los Cielos”. La cifra de cinco millones de brujas quemadas por la Iglesia
católica es del todo absurda, y Brown se olvida del hecho de que, en los países
protestantes, la caza de brujas ha sido más larga y virulenta que en los católicos.
La idea misma de un “Código Da Vinci” escondido en la obra del artista italiano ha sido
definida como “absurda” por la profesora Judith Verónica Field, profesora de la
Universidad de Londres y presidenta de la Leonardo Da Vinci Society. Frente a estos
despropósitos, el error del traductor italiano, que llama a la torre del reloj del
Parlamento inglés “Big Bang” en vez de Big Ben, parece casi un pecado venial. Además,
quien conozca un poco la historia de las mistificaciones sobre el Santo Grial sabe que
en el Código Da Vinci hay bien poco de nuevo: todo ha sido dicho ya en centenares de
libros sobre Rennes-le-Château, y -aunque el nombre de esta localidad francesa no
haya sido mencionado en la novela de Brown- los apellidos Saunière y Plantard hacen
claramente referencia a los mismos acontecimientos.
164
e) El mito de Rennes-le-Château: una falsificación desde hace tiempo
desenmascarada
El párroco Sauniére era, sobre todo, un personaje extraño. En el año 1909 rechaza
trasladarse a otra parroquia, y en el 1910, después de haber pasado por un proceso
eclesiástico, sufre una suspensión a divinis. Aun privado de la parroquia permanece
hasta su muerte en el país que había enriquecido con nuevas construcciones -entre
ellas una curiosa “torre di Magdala”- y escandalizado con una serie de excavaciones en
la cripta y en el cementerio, a la búsqueda de no se sabe bien qué cosa. Convertido en
más rico de lo que era habitual para un párroco de campaña, se dice que había
encontrado un tesoro. Todo podía explicarse, sin más, como sospechaba su obispo,
con un menos romántico tráfico de donaciones y de misas. En épocas recientes se ha
sostenido que Saunière habría descubierto en la cripta importantísimos manuscritos
antiguos, pero aquellos que han aparecido son evidentemente falsos: del siglo XIX, si
no del XX. Es posible que en el curso de los trabajos para restaurar la iglesia parroquial
-una actividad que va, en todo caso, adscrita al mérito del párroco original- don
Saunière hubiera descubierto cualquier hallazgo de época medieval, pero, en todo
caso, no en cantidad suficiente para enriquecerse. Se continúa repitiendo también que
Saunière habría estado en relación con ambientes esotéricos de París, aunque de esto
no hay ninguna prueba. La figura de Saunière no está exenta de interés y sus
construcciones muestran que se trataba de un hombre singularmente atento a las
alegorías y a los símbolos, sobre la estela de una tradición local. Pero nada más allá ha
podido nunca ser probado.
165
ciertamente, por el deseo de atraer turistas a un lugar remoto- ponía los presuntos
“millones” de don Saunière en relación con el tesoro de los cátaros.
En el año 1960, las leyendas difundidas por Corbu a escala local adquieren fama
nacional después de haber atraído la atención de esoteristas -entre ellos Pierre
Plantard (1920-2000), que había vivificado anteriormente al grupo Alpha Galates y que
había sido condenado por fraude al fondo esotérico- y de periodistas interesados en
los misterios esotéricos, como Gérard de Sède, que publica en 1967 Lor de Rennes
(11). Tres autores ingleses de esoterismo popular -Michael Baigent, Richard Leigh y
Henry Lincoln- se encargarán de elaborar posteriormente sus ideas, transformándolas
en una verdadera industria editorial -gracias también a la BBC, que las difunden a
bombo y platillo- puesta en marcha con la publicación en 1979 de El Santo Grial.
Hoy, naturalmente, existe un Priorato de Sión. Fue fundado en 1956 por Pierre
Plantard -que se hace llamar también “Plantard de Saint Clair”, inventándose un título
nobiliario fantasioso que está en los orígenes de las afirmaciones de El Código Da Vinci,
según el cual también “Saint Clair” sería un apellido merovingio-,con acta notarial y
papel sellado. Plantard ha dejado entender que él mismo es un descendiente de los
merovingios y el guardián del Grial. La prueba de que el Priorato existe desde hace
millones de años debería consistir en el nombre de una pequeña orden religiosa
medieval llamada Priorato de Sión. Esto, efectivamente, ha existido -y ha dejado de
existir-, pero no tiene relación de ninguna clase ni con los merovingios ni con
presuntos descendientes de Jesucristo. No es difícil concluir que el vínculo entre
Rennes-le-Château, los merovingios, y el Priorato de Sión es puramente legendario, y
que el Priorato es una organización esotérica cuyos orígenes no van más allá de la
166
experiencia de Plantard y de sus colaboradores. No ha existido ningún Priorato de Sión
-en el sentido en que hoy se habla- antes de la llegada de Plantard a Rennes-le-
Château. Ahora, naturalmente, existe, pero sólo desde 1956.
Máximo Introvigne
4. Un “código” basura...
167
Este escenario no es real, pero existe uno similar enteramente real, sólo que no se
habla de Buda, sino de Jesucristo; no de la comunidad budista, sino de la Iglesia
Católica; no de Suzuki y su orden zen, sino de San Josemaría Escrivá (1902-1975) y el
Opus Dei por él fundado; no del Dalai Lama, sino de Juan Pablo II. La novela en
cuestión ha vendido tres millones y medio de ejemplares en los Estados Unidos, ha
desembarcado también en Italia, y la Sony la está llevando al cine en una película que
dirigirá Ron Howard y sobre la cual ya se ha iniciado la propaganda internacional.
Leyendas negras
Il Codice Da Vinci (trad. it., Mondadori, Milán, 2003) pone en escena una cacería en el
Santo Grial. Este último, según la novela, no es, como siempre ha creído la tradición,
un cáliz en el cual se recogió la sangre de Cristo, sino una persona, María Magdalena,
el verdadero “cáliz”, que tuvo en sí misma el sang real (en francés antiguo, la “sangre
real”, de donde proviene “Santo Grial”), es decir, los hijos que le diera Jesucristo. La
tumba perdida de la Magdalena es por consiguiente el verdadero Santo Grial. Nos
enteramos además de que Jesucristo no confió a San Pedro una Iglesia que debía
proclamar la prioridad del principio femenino, sino a su esposa, María Magdalena, y
que jamás pretendió ser Dios. El emperador Constantino (280-337 DC) es quien habría
reinventado un nuevo cristianismo, suprimiendo el elemento femenino, proclamando
que Jesucristo era Dios y haciendo rectificar sus ideas patriarcales, autoritarias y
antifeministas por el Concilio de Nicea. El proyecto presupone la supresión de la
verdad sobre Jesucristo y su matrimonio, así como la supresión física de su
descendencia.
El primer objetivo se consigue eligiendo cuatro evangelios “inocuos” entre las decenas
existentes y proclamando “herejes” a los otros evangelios “gnósticos”, algunos de los
cuales habrían dado indicios del matrimonio entre Jesús y la Magdalena. Para
desgracia de Constantino y la Iglesia Católica, los descendientes físicos de Jesús se
sustraen al segundo objetivo, y al cabo de algunos siglos logran finalmente adueñarse
del trono de Francia con el nombre de merovingios. La Iglesia logra hacer asesinar a
una cantidad apreciable de merovingios por los carolingios, que los sustituyen; pero
surge una organización misteriosa, el Priorato de Sión, para proteger la descendencia
de Jesús y su secreto. Al Priorato se encuentran vinculados los templarios (perseguidos
por este motivo) y más tarde también la masonería. Se cuentan entre los más grandes
literatos y artistas de la historia Grandes Maestros del Priorato de Sión, y algunos -
entre ellos Leonardo da Vinci (1459-1519)- dejaron indicios del secreto en sus obras.
Entretanto, la Iglesia Católica completa la liquidación del primado del principio
femenino con la lucha contra las brujas, en la cual perecen cinco millones de mujeres;
pero todo es en vano: el Priorato de Sión sobrevive, al igual que los descendientes de
Jesús, en familias de apellido Plantard y Saint Clair.
168
Según el autor Dan Brown, todo cuanto hemos recapitulado hasta aquí refleja exacta y
literalmente la realidad y está basado en documentos irrebatibles. La parte que el
mismo autor presenta como imaginaria plantea la hipótesis según la cual el Priorato en
la actualidad se apronta a revelar el secreto al mundo mediante su último Gran
Maestro, un curador del Museo del Louvre llamado Jacques Saunière. Para impedir
que esto ocurra, Saunière y sus principales colaboradores son asesinados. Robert
Langdon, un investigador estadounidense de simbología, es un presunto autor de los
crímenes; pero Sophie Neveu, sobrina de Saunière, una criptóloga que trabaja para la
policía de París, cree en su inocencia y lo ayuda a escapar. El lector es inducido a creer
que el responsable de los homicidios es el Opus Dei (por cuenta del cual se repiten la
más crudas “leyendas negras”, desmentidas cien veces, pero duras para morir), pero
las cosas son más complicadas.
Un nuevo Papa progresista ha decidido rescindir los vínculos entre la Iglesia y el Opus
Dei, que se remontan a Juan Pablo II, y el prelado del Opus Dei acepta la propuesta
proveniente de un misterioso “Maestro”: pagando a este personaje una suma
inmensa, podrá cubrir a la Santa Sede, adueñándose de las pruebas del secreto del
Priorato de Sión, es decir, de la “verdad” sobre Jesucristo... y amenazando revelarlas al
mundo.
Un ex criminal, ahora numerario del Opus Dei, es “prestado” al Maestro, y este último
es quien lo impulsa a cometer una serie de crímenes. En realidad, el “Maestro” trabaja
para sí mismo: es un acaudalado investigador inglés anticatólico, que desea revelar el
secreto al mundo y acusa al Priorato de callar por temor a la Iglesia. Entre muertos
asesinados, enigmas y pistas seguidas, Robert Langdon y Sophie, entre quienes
también nace la inevitable historia de amor, terminan descubriendo la verdad: la
tumba de la Magdalena está oculta bajo la pirámide del Louvre, deseada por François
Mitterrand (1916-1996), presidente francés esoterista y masón, pero el sang réal
circula por las venas de la misma Sophie, que es por tanto la última descendiente de
Jesucristo.
Difundida ignorancia
La idea misma de un “código Da Vinci” oculto en las obras del artista italiano fue
definida como “absurda” por la profesora Judith Veronica Field, docente de la
University of London y presidenta de la Leonardo Da Vinci Society (ver, entre muchas
referencias, Gary Stern, “Expert Dismiss Theories in Popular Book”, The Journal News,
169
2.11.2003). Ante estos despropósitos, aquel del traductor italiano que llama “Big Bang”
en vez de “Big Ben” a la torre del reloj del parlamento inglés (p. 438) casi parece un
pecado venial. Además, quien conozca un poco la historia de las mistificaciones del
Grial sabe que en el Código Da Vinci hay muy poco de nuevo: todo ya se ha dicho en
centenares de libros sobre Rennes-le-Château, y si bien el nombre de esta localidad
francesa nunca se menciona en la novela de Brown, los apellidos Saunière y Plantard
se refieren claramente a los mismos casos.
El párroco Saunière era sobre todo una persona extraña. En 1909 se niega a
trasladarse a otra parroquia, y en 1910, después de perder en un proceso eclesiástico,
se le aplica una suspensión a divinis. A pesar de ser privado de la parroquia,
permanece hasta la muerte en el pueblo, que enriqueció con nuevas construcciones,
entre ellas una curiosa “torre de Magdala”, y escandalizó con una serie de
excavaciones en la cripta y el cementerio, sin saberse muy bien en busca de qué cosa.
Habiendo llegado a ser más rico que lo habitual en un párroco de campo, se cuenta
que habría encontrado un tesoro. Todo podía explicarlo, por otra parte, como
sospechaba su obispo, un menos romántico tráfico de donaciones y misas. En una
época reciente se ha sostenido que Saunière habría descubierto en la cripta
manuscritos antiguos de gran importancia; pero aquellos que han aparecido son
evidentes falsificaciones del siglo XIX o tal vez del siglo XX.
170
Fantasías anticristianas
En los años 60, las leyendas difundidas por Corbu a escala local adquieren fama
nacional después de atraer la atención de esoteristas -entre ellos, Pierre Plantard
(1920-2000), que anteriormente había animado al grupo Alpha Galates- y periodistas
interesados en los misterios esotéricos, como Gérard de Sède, que en 1967 publica
L’or de Rennes. Tres autores ingleses de esoterismo popular –Michael Baigent, Richard
Leigh y Henry Lincoln- se encargarán de elaborar ulteriormente sus ideas,
transformándolas en una verdadera industria editorial (gracias también a la BBC, que
toca el bombo), puesta en marcha con la publicación de El Santo Grial, en 1979. Según
de Sède y sus continuadores ingleses, el párroco había descubierto el secreto de
Rennes-le-Château, donde estaría depositado no sólo un tesoro fabuloso –atribuido ya
sea al templo de Jerusalén, a los visigodos, los cátaros, los templarios o la monarquía
francesa- del cual el sacerdote sólo habría obtenido una pequeña parte, sino también -
revelado por los presuntos pergaminos descubiertos por don Saunière, por las
inscripciones del cementerio, las formas mismas de los edificios y todo cuanto se
encuentra en la iglesia parroquial- un tesoro de tipo no material, la verdad misma
sobre la historia del mundo.
En el pequeño pueblo pirenaico existirían los documentos para probar que Jesucristo –
verdad ocultada con esmero por la Iglesia Católica- tuvo hijos de María Magdalena, los
cuales son portadores de la sangre misma de Dios y por lo tanto tienen derecho a
reinar en Francia y el mundo entero. El hecho de ser el Santo Grial más propiamente el
sang réal, la “sangre real” de los descendientes físicos de Jesucristo, se consolida
desde el momento en que Plantard entra en la historia de Rennes-le-Château.
Hoy día, naturalmente, existe un Priorato de Sión. Es fundado en 1972 por Pierre
Plantard (que se hace llamar también “Plantard de Saint Clair”, inventándose un título
171
de nobleza de fantasía, que da origen a las afirmaciones del Código Da Vinci, según el
cual “Saint Clair” es también un apellido “merovingio”), con mucho de acto notarial y
papel sellado. Plantard ha dado entender que él mismo es descendiente de los
merovingios y custodio del Grial. La prueba de la existencia del Priorato desde hace mil
años debería consistir en el nombre de una pequeña orden religiosa medieval llamada
Priorato de Sión. Éste efectivamente existió (y terminó), pero no tiene relación alguna
con los merovingios ni con presuntos descendientes de Jesucristo.
172
Tantas hay, tan variadas y de tanta gravedad que Dan Brown ha superado todas las
licencias permitidas a un escritor y mete su obra en la categoría de estafa.
Tantas hay, tan variadas y de tanta gravedad que el autor del presente artículo piensa
que sólo es posible explicarlas si están escritas a propósito ya que es imposible ser
tan ignorante e incompetente.
Dan Brown se equivoca en absolutamente todos los ámbitos del saber que aparecen
en la obra. Comete errores en la geografía, la política, la historia, el urbanismo,
astronomía, la arquitectura, las características de la religión del Imperio romano, la
historia del cristianismo, la historia del judaísmo, la organización de la Iglesia Católica,
la historia del arte, el simbolismo, los métodos policiales y los sistemas de seguridad.
Veamos una muestra. Sólo un ejemplo por tema para no aburrir al lector.
Religión greco-romana: los griegos y los romanos no adoraban a “la Diosa”. Eran
sociedades patriarcales.
Historia del cristianismo: los evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan no fueron
escritos en el siglo IV sino entre los años 60 y 120 d. C.
Arte: La Virgen de las Rocas del Louvre no está delante de la Gioconda sino en otra sala
y no mide un metro y medio sino dos.
173
Simbolismos: la cruz de brazos iguales aunque sea anterior en mil quinientos años al
cristianismo no es un símbolo pagano. Ahora es plenamente cristiana.
Y los errores son de todos los calibres conocidos: errores por elegir hipótesis
arriesgadas, errores por interpretar en exceso, errores al llenar vacíos históricos,
errores al confiar en fuentes poco fiables, errores que todo el mundo comete, errores
por no comprobar los datos que se recuerdan vagamente, errores por ignorancia
culpable, errores por precipitación, errores de documentación.
El código Da Vinci es casi una enciclopedia de los errores. Podría ser un buen
instrumento para enseñar lo que no debe hacerse y mostrar las tentaciones a las que
se ve sometido un escritor y las consecuencias que conlleva: el amor por las teorías
alternativas y cuan menos oficiales mejor llevan a optar por el matrimonio de Jesús
con María Magdalena; la audacia interpretativa hace caer en las afirmaciones
grotescas sobre La última cena; las ganas de provocar producen los comentarios
sarcásticos e insultantes sobre Francia; la repetición acrítica de tópicos de personas
cultas poco informadas conllevan la memez que en el Concilio de Nicea se proclamó la
divinidad de Jesucristo, que la Iglesia quemó cinco millones de mujeres acusadas de
brujería y que los escritos de Qumram hablan del cristianismo; la prisa en terminar
produce el uso anacrónico e impropio del concepto “Vaticano” o el llamar “monjes” a
los numerarios del Opus Dei; la pura ignorancia permite la barbaridad que no aparezca
por ninguna parte la Iglesia Ortodoxa Griega, que se atribuyan tantas decisiones a
Constantino y la visión simplista y monolítica del paganismo; la incompetencia en
documentarse lleva al delirio de decir que Andorra es un lugar estéril y abandonado,
que los numerarios del Opus Dei visten hábito frailesco, que la Gran Galería del Louvre
tiene una sola entrada o que los vehículos blindados franceses no llevan sistema de
detección por satélite; y la dependencia confiada y acrítica en fuentes dudosas como El
enigma sagrado producen monstruos variados.
Todos los errores podrían atribuirse a la ignorancia, la incompetencia o la mala fe. Pero
la verdad es que la acumulación de errores es tan extraordinaria que se tiende a
pensar en una voluntariedad y una clara conciencia como causa de tanta equivocación,
sobretodo recordando la reflexión del Padre Brown, el personaje de G.K. Chesterton,
contenida en el cuento “El duelo del doctor Hirsch” de la obra La sabiduría del Padre
Brown.
“- El que escribió la nota conoce todos los hechos –dijo secamente el clérigo-. Nadie
sería capaz de falsificarlos tanto sin conocerlos. Hay que saber mucho para mentir en
todo, como el diablo. (…) el hombre que miente a la ventura dice alguna verdad.
174
Suponga usted que alguien le mandara en busca de una casa con puerta verde y
ventana azul, con jardín delante, pero sin jardín detrás, con un perro, pero sin gato, y
en donde se bebe café, pero no té. Dirá usted que si no encuentra esa casa, todo era
una mentira. Pero yo digo que no. Yo digo que si encuentra usted una casa cuya puerta
sea azul y cuya ventana sea verde; que tenga un jardín detrás y no lo tenga delante; en
que abunden los gatos y se ahuyente a los perros a bastonazos; donde se beba té a
todo pasto y esté prohibido el café…, podría estar seguro de haber dado con la casa.
Quien le dio las señas debía conocer la casa para mostrarse tan cuidadosamente
descuidado.”
Y es que hay algunos errores en El código Da Vinci que sólo se pueden cometer
después de una cuidadosa documentación de la verdad. Son pocos pero creemos que
suficientes para demostrar que Dan Brown se equivoca con conocimiento.
En el capítulo 3 Dan Brown nos sumerge en una larga descripción del París que se
puede ver mientras Robert Langdon va hacia el Louvre en un coche de la policía. El
relato del viaje dura unas cinco páginas y al menos hay veinte referencias geográficas,
que parecen demostrar lo mucho que se ha documentado el autor. Pero va el
conductor del coche y… ¡Entra en el Parque de las Tullerías! Y es por allí por dónde
llega a la explanada del Louvre.
Técnicamente eso se puede hacer: sólo hace falta romper una reja de hierro, bajar por
unas escaleras, esquivar bancos del parque y atravesar parterres. Y Dan Brown sabe
donde está el coche ya que menciona los senderos de gravilla, explica lo que se puede
ver desde un punto del Parque… Un escritor poco viajado y que necesitara de mapas
no podría haberse equivocado tanto: habría hecho girar el coche por la calle Rivoli y
hacerlo entrar en el Louvre por la entrada para coches de la Ala Richelieu, entrada que
conoce perfectamente Brown ya que más adelante Sophie y Langdon huyen por ahí.
No estamos ante un error involuntario.
En el capítulo 30 Sophie Neveau arranca de una pared del Louvre La Virgen de las rocas
de Leonardo. Del cuadro se afirma que mide metro y medio. Cinco pies en el original.
En realidad mide un metro y noventa y nueve centímetros. Es decir seis pies y medio.
Si Brown hubiera omitido las dimensiones estaríamos delante de un autor que no se
documenta pero sabemos que sí es capaz de hacerlo cuando afirma que La Gioconda
mide “casi ochenta centímetros”, cosa cierta ya que tiene setenta y siete. Tampoco es
una información erudita ya que si se escribe “Virgin of the rocks Louvre” en Google en
inglés aparecen miles de webs en las que se da la información correcta. Así que este
error tiene que ser intencionado.
El autor se complace en los detalles. Hay hasta quince referencias geográficas. Y ellas
permiten mostrar como el trayecto de la novela es imposible y que el autor califica a la
Plaza de la Concordia, como una simple “rotonda, esta más ancha” sin aprovechar la
175
ocasión de la visión del Obelisco para hacer alguna digresión insultante sobre la
virilidad de los franceses. ¡Para equivocarse como lo hace Dan Brown hay que tener un
plano delante!
¿Pero por qué se equivoca a propósito? Esto hay que explicarlo ya que mentir con
plena conciencia es fácil de entender pero equivocarse intencionadamente no.
Especialmente cuando el error no sirve para nada.
Se presentó como un nuevo Uri Geller americano y para reforzar su posición dio unos
resúmenes de la prensa americana totalmente falsificados. ¡Hasta los nombres de los
periódicos eran falsos! Una sola llamada a EEUU hubiera desenmascarado a Randi pero
176
ningún periodista comprobó los datos que se les presentaba y el nuevo psíquico gozó
de fama durante semanas hasta que el propio Randi confesó el engaño.
En 1978 el ufólogo Félix Ares quiso comprobar como desde los medios de
comunicación se pueden inducir avistamientos de ovnis. Con un equipo creó un falso
ovni con luces de colores en un monte de Guipúzcoa. El experimento fue un éxito ya
que se generó una oleada de avistamientos por todo Euskadi y hasta el inefable J.J.
Benítez se dedicó al caso añadiéndole espectacularidad al avistamiento en sus
reportajes.
El error vende
La tercera opción es menos evidente pero igualmente cierta. El error vende. Francis
Fukuyama es mundialmente famoso por la profecía más rápidamente refutada de la
historia de la Humanidad: “el fin de la historia”. Samuel P. Huntington es famoso
gracias a los ataques que recibió El choque de las civilizaciones.
Es ampliamente sabido por todos los articulistas que reciben más notoriedad
inmediata los errores que los aciertos. Y da más fama que te critiquen en la prensa a
que te alaben. No hay nada para el brillo intelectual moderno, al menos a niveles
populares, que mostrarse como un valiente defensor de teorías alternativas y
polémicas que tengan el desprecio, supuesto o cierto, de la mayoría de los expertos. ¡Y
si hay algo que da un prestigio inmediato es que te ataque la Iglesia Católica!
Es posible que Dan Brown, ante la mediocre acogida de sus primeras novelas, pensara
que es mejor que hablen de uno aunque sea mal y así eligió las hipótesis más extremas
y más ofensivas para el catolicismo y llenó de errores su segunda novela. De esta
manera se garantizaba unas cuantas protestas eclesiásticas y el escándalo de críticos
de arte e historiadores.
177
problemas. Y si no son unas es la otra: Dan Brown llenó su novela de errores para
conseguir el éxito.
Pero hay que reconocer si Dan Brown quiso utilizar los errores para provocar
escándalo y polémica fracasó en su empeño. ¡El éxito llegó antes que el escándalo!
Primero gustó a la gente y los lectores empezaron a recomendarse y prestarse la obra
mucho antes que ningún crítico se fijara en ella. Llegaron antes las segundas y terceras
ediciones que las lecturas atentas de los católicos. De hecho si provocó sorpresa
indignada entre los críticos literarios más serios y repugnancia e indignación en círculos
católicos fue por su éxito.
El autor de este texto no leyó la obra hasta que estuvo en boca de todo el mundo y el
ejemplar lo consiguió de su suegro a quien se lo había prestado un amigo
entusiasmado. Los católicos estamos tan acostumbrados a obras y novelas que
“tumban” los cimientos de la Iglesia que una más solo despierta indiferencia. Lo que
nos ha obligado a leernos la obra y mirárnosla con lupa es verla cada día en el metro y
en el tren leída por tres o cuatro viajeros y oír a parientes y amigos hablar de ella. Si la
obra ha tenido éxito es porque ha conectado con el público de una manera intensa y
poco frecuente y ¡Ni Dan Brown sabe como lo ha hecho! El porqué debería ser
estudiado. Seguro que nos proporcionaría claves sobre la mentalidad moderna. Pero
las razones de la conexión de El código Da Vinci con la mente popular moderna debe
ser tema de otro estudio.
Pero volvamos a los errores. Estos existen. Hay muchos. ¡Muchísimos! Estos son
graves. ¡Gravísimos! Para explicarlos sólo nos quedan dos opciones. O lo hizo a
propósito o no lo hizo a propósito.
Ardadi Viñas
178
V. LA IGLESIA Y LA MUJER
1. La mujer en la Historia
Asimismo, al dar vuelta las páginas y llegar a ese período denominado “Edad Media”
(¡una edad “media” con un milenio de duración, entre los siglos V y XV!), en una
especie de desafío al sentido histórico, no deja de sorprendernos la aparición de
rostros femeninos: nombres de reinas con un rol activo, que el historiador está
obligado a considerar, comenzando por Clotilde, la reina que convierte al rey, con lo
cual se producen en la sociedad las más diversas consecuencias, ampliamente
consideradas en el curso del año 1996, probable aniversario del bautizo de Clodoveo.
Han tenido lugar acaloradas discusiones sobre el tema, incluso en medios políticos
muy alejados de los círculos universitarios. Es decisivo el desempeño de esta reina que
induce al rey pagano a elegir la fe católica y no la herejía arriana adoptada por los
demás invasores: godos, visigodos, alamanes y burgundas. Poco después harán lo
mismo Teodosia en España y Teodelinda en Lombardía, y en Inglaterra la reina Berta
convertirá a su esposo, el rey de Kent, a la fe católica.
Aun cuando no se considere su acción, hay algo insólito en la presencia de estas reinas
después de la historia del imperio romano. Ciertamente, podemos admitir la influencia
de las costumbres germánicas o nórdicas, mucho más abiertas a la presencia familiar
de la madre y los hijos que la ley romana; pero eso no basta para explicar el cambio
histórico que de pronto da espacio en Francia a una reina Radegunda, inspiradora de
poetas, o a una reina Batilde, que pone fin a la esclavitud. ¿Qué había sucedido en el
intervalo?
179
En realidad, hubo una fuente de inspiración: el Evangelio. Comienza con el “sí” de una
mujer y termina con la llegada de algunas mujeres locas de alegría, que venían a
despertar a los apóstoles dormidos. Se habían levantado antes del amanecer, vieron el
sepulcro vacío, y el Resucitado se apareció en primer lugar a una de ellas, a María
Magdalena. Esas mujeres estarán presentes al descender el Espíritu Santo sobre los
apóstoles recordándoles todo lo dicho por Cristo, entre otras cosas la igualdad de
derechos y obligaciones entre el hombre y la mujer y su creación conjunta. “Él los creó
Hombre y Mujer”, había dicho el Génesis. En 1975, en la revista Missi por él dirigida, el
Padre Naïdenoff había destacado el hecho de que en la Iglesia primitiva los nombres
de santas son más abundantes que los nombres de santos. Desde esa época se tiene la
impresión de que las mujeres emergen de la sombra. En la sociedad de esos tiempos,
el hecho debió parecer sumamente desconcertante, pero sólo era una originalidad
más, entre muchas, de esos cristianos de conducta tan extraña. “Conservan todo sus
hijos”, se decía refiriéndose a ellos. Consideraban hermanos a todos los hombres,
incluidos los esclavos. Se negaban a arrodillarse ante los dioses del comercio o la
guerra, pero decían adorar a un Dios único y trascendente.
No es en absoluto sorprendente que se hayan necesitado varios siglos para llegar a una
transformación profunda de la sociedad. ¿Llegará alguna vez a su fin semejante
transformación? En todo caso, la posición de la mujer evolucionaría
considerablemente en el curso de esos siglos. Y entre otros, tendríamos un ejemplo
que muchos historiadores no percibieron. Me refiero a los monasterios mixtos. Son
numerosos en la cristiandad de los siglos VI y VII, tan poco conocida. Sin embargo, las
obras dedicadas a ellos pueden contarse con los dedos de una mano. Laon, Jouarre y
Faremoutiers en Francia y Whitby en Inglaterra conservaron vestigios de sus
monasterios mixtos, abadías con un edificio para las monjas y otro para los monjes,
por lo general con la iglesia entre ambos. Ahora bien, el conjunto estaba bajo el
magisterio de una abadesa y no de un abad, y los monjes dependían de una abadesa
en su ejercicio.
No es sorprendente que fines del siglo XI, en una Europa pacificada, donde ya se han
180
multiplicado las fundaciones cluniacenses, una orden mixta sea creada en Fontevraud
por Robert d'Arbrissel. Al instalar a los monjes y las religiosas bajo el magisterio de una
abadesa, estaba simplemente rescatando una tradición muy antigua.
181
situación de la mujer. A partir de 1314, Felipe el Hermoso, bajo la influencia de los
legistas, restringió el derecho de sucesión a la corona de las mujeres. En 1593, por
decisión del Parlamento de París, se prohibió toda función de la mujer en el Estado. Y
la Revolución establecerá un poder puramente masculino, sancionado poco después
por el Código Civil, que ignora a la mujer y parece hecho, como observaba Renan, por
un “niño destinado a morir soltero”.
La historia de Francia no está menos marcada por un hecho o más bien un personaje
imborrable. Para apreciar esta situación, es preciso remontarse a esos siglos que
podríamos calificar con justicia como “medievales”, ya que efectivamente constituyen
una “Edad Media”: los siglos XIV y XV.
En ese clima, una dinastía que en Inglaterra ha usurpado el trono (los Lancaster, cuyo
primer representante, con el título de Enrique IV, hizo abdicar y luego dejó morir de
hambre a Ricardo II, el rey legítimo), decide reclamar Normandía y las antiguas
posesiones de los Plantagenet en Francia con el fin de asegurar su popularidad.
Haciendo una alianza con el duque de Borgoña, rival del duque de Orleáns, Enrique V,
sucesor del rey anterior, desembarca en Harfleur, expulsa a los habitantes y destruye
los ejércitos reales de Francia en la desastrosa batalla de Azincourt (1415). A partir de
ese momento se instala en Francia en calidad de amo y señor, casándose con Catalina,
una de las hijas de Carlos VI. A su primogénito, Enrique VI, se le promete el doble
reinado de Francia e Inglaterra mientras el delfín legítimo, Carlos, se ve obligado a huir,
encontrando asilo más allá del Loira, donde piensa expatriarse en España o Escocia.
Enrique V muere repentinamente en plena juventud, en 1422, dos meses antes del
182
desventurado Carlos VI; pero su hermano Juan, duque de Bedford, lo sucede y se hace
cargo de los intereses de su joven sobrino, futuro “rey de Francia e Inglaterra”.
La ofensiva inglesa elige como blanco la ciudad de Orleáns. Con su puente en el Loira,
representa el centro de Francia y el acceso al sur, que sigue siendo fiel al rey. El sitio
tiene lugar en 1428. En ese momento, un extraño rumor recorre el país: una joven
proveniente de las “fronteras de Lorena” ha llegado al castillo de Chinon, donde se ha
refugiado el delfín repudiado. Ella declara traerle “el auxilio de Dios”. Es una sencilla
campesina (“En mi región me llamaban Jeannette”) y ha logrado convencer con
dificultades al capitán de una de las fortalezas, Vaucouleurs, partidario del rey
legítimo, para que le proporcione una escolta que la conduzca hasta el delfín. La joven
promete liberar la ciudad de Orleáns y luego hacer consagrar en Reims a Carlos, al cual
le corresponde la corona por derecho.
Todo sucederá tal como lo ha prometido la joven, por nosotros llamada Juana de Arco.
Su irrupción será breve y decisiva (“Duraré un año, nada más”, dijo al llegar a Chinon).
Logra convencer a Carlos de que reúna a sus partidarios y haga un nuevo esfuerzo
bélico. A la cabeza de los hombres del delfín, reunidos en Blois, arremete contra
Orleáns, defendida en la mejor forma posible desde hacía siete meses por un
descendiente de la familia de Orleáns, Juan, hermano bastardo del duque Carlos, en
ese momento prisionero en Inglaterra desde la batalla de Azincourt. Al cabo de siete
días la ciudad es liberada, los ingleses levantan el sitio y atribuyen su derrota a esa
joven, que en lo sucesivo consideran bruja.
Luego, tras dar algunos golpes de mano a las tropas inglesas concentradas en
Beaugency y Jargeau y obtener una victoria decisiva el 18 de junio en Patay contra un
ejército de emergencia dirigido apresuradamente por orden de Bedford contra los
combatientes franceses (cuyas filas aumentaban incesantemente, al despertarse con
los triunfos el impulso patriótico de individuos hasta ese momento resignados a un
destino aparentemente ineluctable), Juana conducirá al delfín Carlos, en pleno país
borgoñón, hasta Reims, donde será debidamente consagrado y coronado,
convirtiéndose en Carlos VII, rey de Francia, ante el estupor del mundo conocido.
Esa es la primera parte de la historia de Juana, episodio glorioso seguido por un año
trágico. Contra ella y el rey quedan los que no han cedido. Su bastión es la Universidad
de París, unida con el rey de Inglaterra desde sus primeros éxitos en el suelo de
Francia, colmada de honores y prebendas. En el seno de esa universidad se había
elaborado la ficción de una “doble monarquía”: dos coronas, las de Francia e
Inglaterra, en un mismo frente, precisamente aquél del heredero inglés. Las personas
como Jean Gerson, que habían rehusado participar en semejante traición, fueron
expulsadas rápidamente de la universidad y debieron huir.
Juana no había logrado convencer al rey de que dirigiera sus ejércitos contra París
después de la coronación. Ahí se encontraban los partidarios del enemigo y no
tardarían en tomar la revancha.
Después de un oscuro invierno de retirada forzosa, Kuana, en lo sucesivo más bien jefa
183
de cuadrilla y no de guerra, sería encarcelada al dirigirse en auxilio de Compiègne,
sitiada por el duque de Borgoña, Pierre Cauchon, en nombre de la Universidad de
París, donde había sido canciller durante mucho tiempo. Cauchon se apresurará a
reclamar la prisionera, negociando su compra por parte de la autoridad inglesa y
entablando en su contra un proceso por herejía. El había sido uno de los actores en el
tratado de Troyes, que prometía la doble corona al hijo del rey de Inglaterra. Es posible
imaginar su rencor contra esa muchacha proveniente de un lugar desconocido, cuya
acción se oponía a sus planes.
Por orden del duque de Borgoña, Juana es conducida a Rouen, donde permanece en
calidad de prisionera de guerra mientras él la somete a un proceso eclesiástico,
habiendo reclutado a otros seis universitarios parisienses para confundirla aún más.
Juana se encuentra sola ante clérigos muy sabios que procurarán hacerla contradecirse
y tienen certeza de conseguirlo fácilmente: ¡una joven ignorante frente a semejantes
expertos! El proceso durará cinco meses, con interrogatorios casi diarios durante
cuatro de ellos. Para Cauchon y sus secuaces, es una sucesión de decepciones: es
imposible conseguir que Juana se contradiga o retracte y ninguna de sus respuestas
puede considerarse una herejía. Finalmente, Cauchon sólo podrá atacarla por su
vestimenta masculina. Ella la usó desde el comienzo de su acción, cuando debía
cabalgar y combatir. En la prisión, donde la vigilan carceleros ingleses, esa vestimenta
la protege. La joven a la cual llamamos Juana de Arco siempre se hizo llamar Juana la
Doncella, es decir, la virgen. Por lo demás, fue sometida en dos oportunidades a
exámenes de virginidad que confirmaron la justificación de ese nombre. Se negará
adejar la ropa de hombre porque vestida de mujer no estaría suficientemente segura.
Al recibir la orden de usar nuevamente ropa de mujer, obedece únicamente durante
algunos días y vuelve a ponerse el traje de hombre, con lo cual Cauchon la declarará
“relapsa”, reincidente en una falta anteriormente abjurada y la condenará a la
hoguera.
Sin embargo, Cauchon no previó el hecho de que precisamente ese proceso revelaría
al mundo la grandeza de Juana, permitiéndonos, más allá de las hazañas, conocer su
persona. Pensábamos en un ser impulsivo, de acción y decisión; sus respuestas nos
revelan un ser que escucha. “Sólo he actuado obedeciendo a mis voces... Preferiría ser
arrastrada por cuatro caballos que haber venido a Francia sin recibir la orden de Dios”.
La joven que decidía y daba órdenes en las batallas, a menudo oponiéndose al parecer
de los capitanes, nos revela que para ella lo único importante era la obediencia a “sus
voces”, a “su consejo”. Y esa actitud incluye la aceptación del martirio: “Mis voces me
dicen que acepte todo de buen grado sin importarme el martirio porque en definitiva
entraré al reino del paraíso... Llamo martirio a eso por la pena y adversidad que sufro
en la cárcel y no sé si tendré sufrimientos mayores, pero me entrego enteramente a
Nuestro Señor”.
¿No es extraordinario pensar que ese largo período en el cual surgieron todas las obras
maestras del arte románico y todas las catedrales góticas dedicadas a Nuestra Señora
184
termine con un personaje que parece encarnar en sí mismo todo lo que pudo inspirar y
nutrir tales creaciones? Juana de Arco al parecer reúne en sí misma todo lo que dio
grandeza a la época: es al mismo tiempo el Caballero y la Dama.
Régine Pernoud
En el siglo XVIII, por ejemplo, se podía afirmar sin miedo alguno a recibir una silba:
“Una mujer que piensa es tan repugnante como un varón que se maquilla”.(G. E.
LESSING: Emilia Galotti) Parece, de hecho, que el despliegue de la personalidad
femenina se limitaba entonces a expresarse encima, y no con la cabeza. Conocemos,
quizá, las pinturas de la época en las que se presentaban las mujeres con enormes
cofias bordadas. (H. WESTHOFF-KRUMMACHER: Ausstellung. Als die Frauen noch sanft
und engelgleich waren.) Encima de las cabezas llegaban a darse verdaderas
explosiones de creatividad. El ama de casa exhibía sus virtudes de laboriosidad,
limpieza y habilidad manual a través del tocado, teniendo la cofia un alto valor
comunicativo. Mostraba lo bien que las mujeres podían coser y bordar. Al fin y al cabo,
encima de su cabeza es donde la mujer llevaba su completa educación, siendo el
último toque el devocionario entre las manos. Sólo así se cumplía con la obligación de
ser el orgullo y honor de su marido.
185
Durante siglos, los varones realmente no tomaron demasiado en serio a las mujeres, y
durante milenios las despreciaron. Algunos afirman que la miseria comenzó ya en las
antiguas civilizaciones. Fue entonces cuando Aristóteles erigió la tesis de que la
naturaleza había creado algunos individuos para que éstos mandasen sobre los demás,
y otros para que les obedeciesen. Entre los primeros estarían, por supuesto, los
varones, entre los segundos las mujeres. (ARISTÓTELES: Política, I, II.) Desde entonces,
se dice, los varones se envanecieron…
Yo, francamente, no creo que sea posible leer toda nuestra historia cultural como una
novela policíaca en la que exclusivamente las pobres mujeres son las oprimidas,
humilladas, ridiculizadas y maltratadas por los varones malos, consiguiendo,
finalmente, liberarse de ellos. Gran parte de las tensiones entre varones y mujeres son
indudablemente de carácter bilateral y personal. Pero, aparte de esto, no podemos
negar una clara infravaloración del sexo femenino que se ha plasmado mundialmente
en innumerables convenciones y normas sociales. Pienso que ha habido evoluciones
enormemente equivocadas precisamente en los últimos trescientos años.
“Para las mujeres no existe ningún régimen especial: se les acusa, se les mete en prisión
y permanecen en ella, si así lo prevé la ley. Las mujeres están sometidas de la misma
manera que los varones a las idénticas leyes penales.” El artículo X es aún más preciso:
“La mujer tiene el derecho a subir al patíbulo”
Las mujeres no querían seguir sin voz ni voto, preferían que se les castigara e incluso
padecer la muerte, antes de ser consideradas esclavas y seres sin responsabilidad.
Desgraciadamente, Olympe de Gouges fue degollada, y junto con ella otras muchas
mujeres famosas. Se les prohibió reunirse a las mujeres bajo pena de cárcel y sus
asociaciones fueron disueltas a la fuerza. Su misión, por lo pronto, parecía haber
fracasado.
186
En cambio, las mujeres no se resignaron. En Inglaterra comenzaron a fundar un
llamado “movimiento contra la esclavitud”. Partían de la base de que también se les
tenía que conceder los derechos de sufragio y ciudadanía, igual que se había hecho
con los antiguos esclavos. Una de las protagonistas exclamó: “Todo el sexo femenino
ha sido despojado de su dignidad. Se le pone a una misma altura con las flores cuyo
cometido es sólo el de adornar la tierra.”(. M. WOLLSTONECRAFT: A Vindication of the
Rights of Woman)
No vamos a ver ahora las luchas feministas con sus logros y recaídas. En el siglo XX las
mujeres consiguieron por fin ser admitidas, de modo oficial, en la enseñanza superior y
en las universidades y alcanzaron la igualdad política, al menos según la ley. Pero esto
vale sólo para el mundo occidental. En muchos países de África y Asia falta todavía
mucho para llegar a esta meta; allí las mujeres, con frecuencia, siguen estando lejos de
poder realizar un trabajo en condiciones humanas. Y aún donde han conseguido una
igualdad en la vida pública –como es el caso de América y Europa–, quedan todavía
numerosos estereotipos y prejuicios por eliminar.
187
vieron. Testimonios sobre Mons. Escrivá de Balaguer, ed. por Rafael SERRANO, 2ª ed.,
Madrid 1992, p.26.)
Al comienzo de la historia humana, Adán y Eva están juntos, uno al lado del otro y
frente a Dios, con igual libertad, valor y responsabilidad. Ambos poseen una última y
exclusiva relación inmediata con Dios; y a ambos les fue confiado el gobierno de la
tierra como tarea común. El doble encargo de administrar los bienes y de procurar
descendencia fue dado a los dos, no recibió Adán el primero y Eva el segundo. Esto
quiere decir, en concreto, que ambos, varón y mujer, han de compaginar las exigencias
de su trabajo profesional con la necesaria dedicación a la familia.
188
llamada a rezar y trabajar, igual que el varón. ¿Y dónde? Eso hay que verlo en cada
caso concreto.
Hoy en día, las mujeres se dedican a las más variadas profesiones y oficios: gerentes de
empresa y asistentas de limpieza, policías y abogados, choferes de autobús,
arquitectas, bailarinas y teólogas (esto, hasta el momento, es una novedad en algunos
países). ¿Y cuál es el trabajo de más valor? Escrivá lo explicó sin mirar las apariencias.
No se fijó tanto en lo que puede llamarse la “parte objetiva” del trabajo: la casa que se
construye, el libro que se escribe, el pastel que se hace… Dio primacía a la dimensión
subjetiva, a la actitud de fondo que mueve a una persona a actuar y esforzarse,
apelando a la última razón escondida en lo más hondo de la conciencia. La pregunta
clave, que enseñó a hacerse cada uno, es la siguiente: ¿a quién sirvo con mi trabajo?,
¿a mí o a los demás?, ¿a mí o a mi Dios? Se dirigía a lo más profundo del corazón
humano, porque si queremos cambiar el mundo, hemos de partir precisamente desde
ahí. Así repetía sin cansancio que el trabajo que tenía más valor era el que estaba
realizado con más amor de Dios, (Pilar URBANO: El hombre de Villa Tevere. Ana
SASTRE: Tiempo de caminar) sea el de una profesora de la Sorbona o el de una
empleada que está fregando los platos en la cocina de un hotel de una única estrella.
Animó a todos a realizar el trabajo ordinario con alegría, haciendo de él un encuentro
con Dios, cada día con un sentido nuevo, con una luz distinta, una vibración renovada.
“Las obras del amor son siempre grandes, aunque se trate de cosas pequeñas en
apariencia,” solía afirmar. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, cit. por Alfredo LÓPEZ: Estuve
cerca de Monseñor Escrivá, en: Así le vieron) Sobra decir que una persona que se
empeña en trabajar por amor, cuidará de por sí el aspecto objetivo. Siendo cantante,
se esforzará por cantar bien; siendo médico, empleará todos los medios que estén a su
alcance para diagnosticar con acierto una enfermedad. Las catedrales medievales han
sido construidas con mucho amor, y también con mucha geometría. (A. LUCIANI:
Buscando a Dios en el trabajo ordinario, en Así le vieron) Es justamente el amor el que
lleva a estudiar a fondo la geometría.
La diferencia sexual
A la altura de los tiempos en los que nos movemos, parece obvio (al menos en
Occidente) que el varón y la mujer tienen idéntica capacidad para trabajar y dirigir
empresas. Hasta aquí, me parece, no es difícil ponerse de acuerdo las personas que
buscan el bien para la mujer en todo el mundo. Entonces, ¿no hay ninguna diferencia
entre los sexos? ¿Son completamente intercambiables? Esto defiende un movimiento
extremista que estalló hace varias décadas, y es aquí donde hay graves desacuerdos.
Las protagonistas de ese segundo movimiento feminista no tratan sólo las grandes
cuestiones políticas y sociales. Ya no aspiran simplemente a una equiparación de
derechos jurídicos y sociales entre el varón y la mujer, sino a una igualdad de los sexos.
Rechazan, con frecuencia, la maternidad y, sobre todo, el matrimonio y la familia. Se
basan, en gran parte, en Simone de Beauvoir, la famosa filósofa francesa que afirma en
su monografía clave El otro sexo que la mujer no sería nada más que un “producto de
la civilización”. (S. de BEAUVOIR: Le deuxième sexe.) Prevenía contra la “trampa de la
maternidad” (IDEM: Alles in allem) que, realmente, dificulta el acceso en la vida
189
profesional. Reclama que la mujer debería liberarse de las “ataduras de su
naturaleza”.(IDEM: Le deuxième sexe.) Así, una de sus sucesoras afirma sin rodeos:
“Quiero decirlo con toda claridad: el embarazo es algo monstruoso.” (S. FIRESTONE:
The Dialectic Sex.)
Si consultamos otra vez la sabiduría de la Biblia, podemos ver que no es nada deseable
eliminar las diferencias sexuales. El Génesis destaca el hecho de que el varón y la mujer
están destinados “uno para el otro”. (JUAN PABLO II: Carta apostólica Mulieris
dignitatem) Habla de una “ayuda” que, por supuesto, ha de entenderse como una
ayuda mutua. (Génesis 2, 18-25.) El varón es una ayuda para la mujer y ésta es una
ayuda para el varón. Ambos pueden ayudarse mutuamente para conseguir una vida
más feliz, es decir, se pueden complementar en cierto sentido.
190
La maternidad física
De ninguna manera significa esto que la madre deba estar condenada a realizar “un
trabajo de esclavos”, pese a que, para amplios círculos de la población occidental,
parece estar demostrado. Si bien muchas mujeres experimentan el nacimiento de un
niño como una carga, ello se debe, en parte, a la incomprensión del medio y, en parte,
a estructuras sociales injustas. No obstante, no se trata de circunstancias que
necesariamente deban acompañar la maternidad, sino de consecuencias de la
debilidad humana. Por eso, subraya Escrivá, no se puede privar de la vida a un nuevo
ser humano sólo por esas dificultades, más bien son esas dificultades las que deben ser
suprimidas. Este es un desafío apremiante para todos los que se preocupan por la
justicia en el mundo.
Ha llegado la hora de un nuevo feminismo, más radical, que parte del reconocimiento
de que la mayor parte de las mujeres son madres o desean serlo sin despedirse
necesariamente de su puesto de trabajo. Radical, en ese contexto, no quiere decir
extremista, sino que se refiere a una actitud que va a las raíces de la cuestión. El
desafío consiste en crear una igualdad que reconozca esta diversidad y especificidad y
que haga justicia a ambas.
191
El don de la solidaridad
Pero la circunstancia de que una mujer pueda llegar a ser madre no significa que todas
las mujeres deban serlo, ni que todas encuentren en la maternidad su felicidad. La
diferencia sexual comprende también la dimensión espiritual-psíquica de la feminidad,
lo que antes se llamaba a veces “maternidad espiritual”, y hoy podríamos denominar
quizá “el don de la solidaridad”. Constituye una determinada actitud básica que
corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentada por ésta. Así como
durante el embarazo la mujer experimenta una cercanía única hacia el nuevo ser, así
también su naturaleza favorece los contactos espontáneos con otras personas de su
alrededor. La “maternidad espiritual” se traduce en una delicada sensibilidad frente a
las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus
posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar,
cuidadosamente, con una especial capacidad de amar. (JUAN PABLO II: Carta
apostólica Mulieris dignitatem, 30.) Escrivá afirmaba que “la mujer está llamada a
llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y
que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo
concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición…” (Josemaría ESCRIVÁ DE
BALAGUER: Conversaciones, n.87.)
Pero, evidentemente, no todas las mujeres son suaves y abnegadas. No todas ellas han
desarrollado su talento hacia la solidaridad, ni mucho menos. En el caso concreto, un
varón puede tener mucha más sensibilidad para captar lo que va bien a una persona
que la mayoría de las mujeres. Y puede ser más pacífico que su esposa.
Sin embargo, en nuestros días las protagonistas del llamado “feminismo ecológico” nos
recuerdan de nuevo que la mujer parece tener, realmente, cierta facilidad para
fomentar las relaciones interhumanas aunque, con frecuencia, no desarrolla ese
talento y hasta lo corrompe. Está de moda, en ciertos ambientes, destacar la “nueva
feminidad” y la “nueva maternidad”. La identificación de la mujer con la naturaleza, el
cuerpo, el sentimiento y la sensualidad ya no parece ser un prejuicio masculino
condenable. Antes bien, todo lo emocional, lo vital y lo sensual precisamente se
aplaude como posible esperanza para un futuro mejor. ¡Viva lo ilógico y lo emocional,
lo dulce y suave!, es lo que ahora se proclama. Sólo ello puede salvarnos de una
catástrofe ecológica y de la guerra nuclear que nos amenaza. La última salida: ¡la
feminización de la sociedad! (R. GARAUDY: Der letzte Ausweg. Feminisierung der
Gesellschaft.)
192
a la sensibilidad femenina. Pienso que muchas mujeres pueden enseñar a los varones
cómo hacer más agradable la vida concreta. Aquí hay grandes retos para la formación,
de ambos sexos. Ha llegado la hora de un “nuevo florecer”, en el que las cualidades
femeninas se manifiestan en todos los campos de la vida personal y social. (Las tesis
que desarrolla J. HAALAND MATLARY en Por un nuevo feminismo)
Ciertamente ninguno de nosotros duda de que también la mujer sabe controlar la más
complicada técnica, y también el varón está destinado a realizarse a través de la
educación de los hijos, cosa que no es un asunto específicamente femenino, sino una
cuestión de amor. Pero sigue sucediendo que un hijo, sólo por el hecho de ser varón,
se sienta con el padre a ver la televisión después del copioso almuerzo del domingo,
mientras las hijas y la madre desaparecen dirección a la cocina. O que una madre que
trabaja fuera de casa se las tiene que arreglar sola en el trabajo del hogar y que lo que
recibe a cambio es el reproche de no ocuparse lo suficiente de su marido, que trabaja
media jornada, y de los niños, y para colmo, que la casa no está del todo limpia.
Todavía hoy en día hay amas de casa que, aún para conseguir de sus maridos la
mínima cantidad de dinero, han de hacerlo a base de ruegos y ni tienen acceso a la
cuenta del banco ni a la situación económica de su propia familia. Y dadas estas
circunstancias, se puede comprender, que hay mujeres que rechazan la feminidad y la
maternidad.
Hemos visto que el varón y la mujer son tomados igualmente en serio por Dios.
Entonces, ¿por qué no conviven y colaboran en paz? ¿Por qué hay tantas luchas y
tensiones entre ellos? El texto del Génesis deja ver también cuál es la razón última de
esos males. Es sencillamente el pecado que rompe la armonía original. En el momento
193
en el que Adán y Eva comen juntos del fruto prohibido, se puede pensar que están
reforzando su unión: comen el mismo fruto del mismo árbol. Pero la realidad es que se
abre un foso entre ellos. Cuando una persona se vuelve contra Dios, se vuelve –en el
mismo acto– también contra las otras personas humanas que son su imagen. Y cuando
comete un pecado juntamente con otro, se crea un abismo entre los dos. El verdadero
amor y una verdadera vida en común sólo pueden existir cuando Dios, de algún modo,
está presente.
Josemaría Escrivá veía claramente que el empeño por hacer justicia es de vital
importancia, pero no basta. Las reivindicaciones pueden crear un clima frío, de mutua
desconfianza, rencores y venganza; pueden llevar hasta el odio. Una vida feliz sólo se
logra, cuando se aprende a pedir perdón por los fallos propios, y se pide a Dios la
gracia de perdonar los ajenos: cuando, en definitiva, se purifica la memoria y se vive en
paz con el pasado. Lo más interesante siempre es lo que está delante de nosotros, en
el futuro.
Realmente, cuando se concede a las mujeres nada más que la garantía de que se
apliquen los derechos humanos también a ellas, se les da muy poco. Además, sabemos
todos de sobra que hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es
prácticamente imposible. Hace falta algo más. Muchas personas cuentan sus penas no
sólo para que se busquen soluciones en el mundo exterior. Las comunican también
porque buscan comprensión y cariño, orientación, aliento y consuelo. “Convenceos
que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la
humanidad,” afirmaba Escrivá. “Cuando se hace justicia a secas, no os extrañéis si la
gente se queda herida: pide mucho más la dignidad del hombre, que es hijo de Dios. La
caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo.” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER:
Amigos de Dios, n.172.) Y Santo Tomás resumía escuetamente: “La justicia sin la
misericordia es crueldad.” (TOMÁS DE AQUINO: In Matth., 5,2.) Pienso que esa actitud,
que antes se llamaba misericordia (y que hoy apenas mencionamos) es el núcleo de la
“maternidad espiritual” o, si se quiere, es la moderna “solidaridad”, vista con cierta
194
hondura. Implica darse cuenta de que cada persona necesita más amor que “merece”,
es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. En
cuanto tal es una disposición deseable para cualquier persona, de ambos sexos.
Aparte del sexo existen, sin duda, otros muchos factores responsables de la estructura
de nuestra personalidad. Por eso, una tarea importante de cada uno es el descubrir la
propia individualidad. Pues cada persona tiene su propia manera irrepetible de ser
varón o mujer. Cada mujer se distingue, por supuesto, no sólo de los varones, sino
también de todas las demás mujeres (igual que un varón de los demás varones).
Creo que no se trata de que los varones sean más “masculinos” y las mujeres más
“femeninas” (pero tampoco lo contrario), sino de que vivan más como “personas”, lo
cual significa con más originalidad, individualidad, autonomía, refiriéndose menos a ”lo
que se suele hacer” y a “lo que todos piensan”, con creciente disposición de aceptar en
libertad la responsabilidad de los propios pensamientos y sentimientos, juicios y actos.
En casa o en la vida pública, en todos los ámbitos, es posible para una mujer
desarrollarse. Pero también en cualquier lugar los procesos de maduración pueden ser
bloqueados. En primer lugar no es importante lo que hace alguien, sino cómo lo hace.
Ni la profesión ni la familia son por sí solas soluciones para los problemas que
tengamos con los demás; ambas abarcan oportunidades y riesgos. Así, una
escrupulosidad excesiva en las tareas de la casa no sólo es perniciosa para el alma de la
mujer, sino también termina siendo agobiante para toda la familia.
Por otro lado, puede pasar que precisamente la mujer con una profesión fuera de casa
se convierta en una persona con “miras estrechas” a causa de la continua
195
especialización de su labor, mientras que un ama de casa puede ganar un horizonte
más amplio por exigírsele diariamente el cumplimiento de trabajos muy diversos. La
mujer está expuesta en la vida laboral a los mismos peligros que el varón –la ambición
exagerada de carrera, el ansia ciega de poder– tal vez está más expuesta al peligro
porque se le sigue examinando con especial dureza y espíritu crítico por parte de sus
compañeros.
Esto no significa, claro está, que las mujeres tengan que volver todas al “dulce hogar”.
Debemos contribuir a que toda mujer tenga la posibilidad de comportarse según su
situación existencial y sus talentos; y que cada una pueda hacer libre y serenamente lo
que considere adecuado sin que por ello tenga que justificarse constantemente.
La mejor condición previa para una convivencia armoniosa de los sexos me parece ser
una concepción cristiana acerca de las personas (tanto de las mujeres como de los
varones). Igual que el pecado rompió los lazos entre los hombres, la gracia es capaz de
crear nueva armonía entre ellos. Su relación, por lo tanto, será más bella, cuanto más
cerca estén de Dios. Como cristianos el varón y la mujer pueden ejercer su libertad con
madurez. Se pueden aceptar mutuamente y alegrarse uno con el otro. Y finalmente
196
conseguirán convivir con igualdad de derechos, en responsabilidad compartida para el
futuro de nuestro mundo.
Jutta Burggraf
La Iglesia enseña con claridad que el sacramento del Orden es uno de los siete
sacramentos de la Iglesia; como ejercicio pleno, en el Espíritu Santo, de la misión única
en su origen de los apóstoles de Cristo, es ejercido en su plenitud por el obispo. La
participación diferenciada en él se denomina, según el grado de su concreción,
presbiterado o diaconado.
No se puede separar acaso el diaconado de las mujeres del sacerdocio femenino. Por
razón de la unidad del sacramento del Orden, que ha sido subrayada en las
deliberaciones de la Comisión Teológica, no se puede medir con diferente rasero. Sería
entonces una verdadera discriminación de la mujer si se la considerara apta para el
diaconado, pero no para el presbiterado o el episcopado. Se rompería de raíz la unidad
del sacramento si, al diaconado como ministerio del servicio, se opusiera el
presbiterado como ministerio del gobierno, y de ello se dedujera que la mujer tiene, a
diferencia del varón, una mayor afinidad para servir, y por ello sería apta para el
diaconado pero no para el presbiterado. Pero el ministerio apostólico en su conjunto
es un servicio en los tres grados en los que es ejercido.
La Iglesia no ordena a las mujeres no porque les falte algún don espiritual o algún
talento natural, sino porque -como en el sacramento del matrimonio- la diferenciación
sexual y de relación entre hombre y mujer contiene en sí un simbolismo que presenta
y representa en sí una condición previa para expresar la dimensión salvífica de la
relación de Cristo y la Iglesia. Si el diácono, con el obispo y el presbítero, a partir de la
unidad radical de los tres grados del Orden, actúa desde Cristo, cabeza y esposo de la
Iglesia a favor de la Iglesia, es evidente que sólo un hombre puede representar esta
relación de Cristo con la Iglesia. Y al revés es igualmente evidente que Dios sólo podía
tomar su naturaleza humana de una mujer, y por ello también el género femenino
tiene en el orden de la gracia -por la referencia interna de naturaleza y gracia- una
importancia inconfundible, fundamental, y en modo alguno meramente accidental.
197
unívoco. Se trata en este asunto de una enseñanza vinculante e irreversible de la
Iglesia, que está garantizada por el magisterio ordinario y general de la Iglesia, pero
que puede ser confirmada nuevamente con una mayor autoridad si se continúa
presentando de modo adulterado la tradición doctrinal de la Iglesia, con el fin de forzar
la evolución en una determinada dirección. Me asombra el escaso conocimiento
histórico de algunos y la ausencia del sentido de la fe; si no fuera así, deberían saber
que nunca se ha logrado y nunca se conseguirá poner a la Iglesia, precisamente en el
ámbito central de su doctrina y liturgia, en contradicción con la Sagrada Escritura y con
su propia Tradición.
¿Podría el Papa decidir que, en el futuro, las mujeres recibieran el diaconado? El Papa,
al contrario de lo que piensan muchos, no es el dueño de la Iglesia o el soberano
absoluto de su doctrina. A él sólo le está confiada la tutela de la Revelación y de su
interpretación auténtica. Teniendo en consideración la fe de la Iglesia, que se expresa
en su práctica dogmática y litúrgica, es del todo imposible que el Papa intervenga en la
sustancia de los sacramentos, a la que pertenece de modo esencial la cuestión del
sujeto receptor legítimo del sacramento del Orden.
198
4. ¿Adónde va el feminismo?
Es cierto que el primer feminismo o feminismo liberal llevó a cabo una aportación
innegable en la defensa de la igualdad de derechos entre hombre y mujer. Sin
embargo, este feminismo implicó una defensa de la mujer sobre unos presupuestos
claros, heredados de la mentalidad moderna: la devaluación de lo específicamente
femenino, como, por ejemplo, la maternidad. Se presuponía que, para realizarse
personalmente, la mujer tenía que convertirse en otro hombre, asumiendo los valores
modernos de la productividad y el éxito.
La pregunta que nos podemos hacer es la siguiente: ¿Hasta qué punto es vendible y
susceptible de generar adhesión e ilusión un proyecto dirigido básicamente a las
mujeres, pero asentado en la negación de la realidad de lo específicamente femenino?
¿Hasta dónde puede llegar el movimiento feminista si se propone como una de sus
metas fundamentales la consecución de una pretendida autodeterminación de la
mujer, que niega la alteridad, la existencia del otro, máxime cuando el otro es el propio
hijo? ¿No es esto proponerse como meta la exclusión y eliminación del más débil?
199
implica negar la realidad, la riqueza propia de lo femenino. No puede continuar
moviéndose en un contexto de antagonismo con el hombre. El individualismo aísla de
los demás y pone barreras a la comprensión de las realidades sociales más básicas.
Estos presupuestos perjudican a la misma mujer y, en última instancia, a la familia.
Frente a ello, considero que todo proyecto de cambio de las estructuras sociales debe
partir de la base de que el entorno más propio y característico del ser humano es la
familia. Somos humanos porque somos familiares; y en la medida en que seamos más
familiares, más humanos seremos. Por ello, el mejoramiento de la situación y
condiciones de vida de las familias debe ser objetivo prioritario de toda acción de
gobierno.
El cambio que debe propugnar el nuevo feminismo debe pasar por proponer una
sociedad en la que todos tengan cabida, especialmente los más indefensos. Una
cultura en la que no se niegue la existencia del otro, de cualquier otro. Una sociedad
en la que cualquier individuo humano (también el no nacido) sea considerado un bien.
Una sociedad que proponga un nuevo horizonte de realización personal, en el que las
claves de la dignidad humana no se encuentren, exclusivamente, en valores como el
mercado o la productividad.
Una nueva cultura no excluyente, en la que tanto hombres como mujeres concedan un
lugar prioritario a la defensa de la familia, la maternidad y la paternidad, la vida en
todas sus manifestaciones, la acogida y el cuidado de los débiles o enfermos.
Una primera y decisiva respuesta a las tesis defendidas por algunas corrientes
feministas reside precisamente en probar la existencia real de este tipo de diferencias
200
entre hombre y mujer. Asimismo la pregunta por la dignidad y la naturaleza de la
mujer es una cuestión principal para cualquier tipo de feminismo. Es ésta la razón por
la que abordamos estos puntos, pues sobre ellos se basará todo lo que digamos acerca
de la singularidad y dignidad de la mujer.
«Hay que acabar de una vez por todas con esa idea del s. XVIII (defendida, por
ejemplo, por J. J. Rousseau) de que las diferencias psíquicas entre hombre y mujer son
única y exclusivamente consecuencia de las diferencias en las funciones biológicas
entre ambos sexos. Por lo demás, según esta teoría, ambos estarían dotados con el
mismo tipo de «alma racional». La diferencia entre ambos sexos tiene su fundamento
tanto en el aspecto psíquico como en el aspecto biológico y corporal».
Es más, muchas de las diferencias biológicas entre hombre y mujer, sobre todo en
cuanto nos remiten a las diferencias psíquicas entre ambos, facilitan la comprensión de
estas diferencias psíquicas y emocionales, y por lo tanto se abren al análisis filosófico.
Así el filósofo puede llegar a un conocimiento de la naturaleza de estas diferencias al
que ni el poeta ni el pintor tienen acceso. Para llegar a este profundo conocimiento de
la diferencia entre hombre y mujer, tan controvertida y obvia a la vez, puede valerse
de diferentes métodos filosóficos. Trataremos de mencionar brevemente estos
201
métodos.
Uno de los peligros que se corre a la hora de realizar un estudio de este tipo es caer en
los viejos tópicos de «la mujer en la cocina» e interpretar las diferentes acepciones de
lo femenino a través de la historia como las diferencias innatas entre hombre y mujer.
De esta forma no se llegaría a la diferencia fundamental entre hombre y mujer,
diferencia que, sin embargo, niegan las tesis defendidas por el feminismo más radical.
La tesis principal de este feminismo metafísico y radical es la defendida por Simone de
Beauvoir: «Una mujer no nace. Se hace». Con esto Beauvoir no hace alusión al hecho
de que las características psíquicas y emotivas específicas de la mujer se desarrollan
gradualmente. Más bien lo que quiere decir es que la diferencia entre hombre y mujer
es fruto de una sociedad o de la intención del individuo.
La primera forma de delimitar las diferencias entre hombre y mujer parte de las
características comunes a todos los seres humanos. Este método se pregunta si estas
características generales, además de formar a la humanidad como tal, tendrán una
mayor incidencia en el hombre o la mujer y de esta forma influirán en las «formas
psico-corporales» que definen lo masculino o femenino en el hombre.
La receptividad es una de las características básicas del ser humano. Tanto el hombre
como la mujer tienen la capacidad de percibir y en tender la realidad. De esta forma las
cosas reciben una explicación por parte del hombre. El ser humano adopta una postura
de receptividad, de aceptación y de descubrimiento de la realidad. Esto mismo se
puede aplicar a la comprensión de otra persona y de sus problemas. Asimismo la
actuación, la capacidad de actuar y planificar, la creatividad y la espontaneidad forman
parte del ser de las personas.
Sin embargo, estas características básicas tienen una incidencia diferente en el hombre
y en la mujer. En uno u otro adquieren una importancia tal que, al margen de ser
características generales comunes a toda la humanidad, se convierten en rasgos
específicos de los hombres o de las mujeres.
202
obras filosóficas de Edith Stein, filósofa de la que nos llegan agudas reflexiones de
contenido metafísico acerca de la mujer, suelen ser más correctas e intuitivamente
más acertadas que las de los hombres, que tienden a perderse en elucubraciones
teóricas.
En cualquier caso, se puede afirmar que los hombres tienden mucho más a la
construcción de teorías abstractas y alejadas de la realidad, incluso llegando a
tergiversarla, que las mujeres. La mujer, por naturaleza, posee una mayor capacidad
de observación y de identificación. Por eso también resulta más chocante encontrarse
con una mujer ruda, que no tenga capacidad de comprensión e identificación, que
encontrarse con un hombre que no sea capaz de escuchar.
Por eso no se diría de un hombre que es «afeminado» sólo porque tenga alguna de las
características típicas de la mujer, que al mismo tiempo es común a la humanidad, en
un grado superior al normal. Ambos tipos de rasgos, femeninos y masculinos,
conforman la esencia del ser humano, aunque se hacen dominantes en el hombre o la
mujer, o, dicho de otra forma, expresan la esencia de lo femenino o lo masculino y
juegan un papel importante en la delimitación de lo masculino y/o femenino. Sin
embargo, estas características dejan de jugar este papel delimitante en el momento en
el que un miembro del sexo opuesto presenta uno de ellos en un grado superior al
normal. Si, por lo tanto, un hombre posee la capacidad de intuir y entender la realidad,
203
capacidad que normalmente se asocia con la mujer, en una mayor medida que una
mujer egocéntrica y sin escrúpulos, no por eso se le considerará a él como más
masculino, sino más bien reconoceríamos en la actitud de escucha de este hombre un
elemento femenino. Pero esto no implica que el hombre sea «afeminado», sino que
esto más bien realzaría indirectamente sus cualidades típicamente masculinas.
En este contexto cabe destacar que muchas veces las características típicamente
femeninas son también las más «humanas», por lo que la mujer muchas veces
simboliza a la humanidad en general, como sucede, por ejemplo, en la simbología
religiosa en la que se habla de la «novia de Cristo». Por otra parte, nunca entrará
dentro de la naturaleza humana y de la integridad del ser humano el que las
características que se consideran más femeninas o masculinas se den exclusivamente
en uno u otro sexo, a excepción, claro está, de los rasgos puramente biológicos. En
toda mujer se encontrarán rasgos masculinos y en todo hombre rasgos femeninos y
maternales, o por lo menos se podrán detectar los rasgos típicos del ser humano que
adquieren una mayor «densidad» en uno de los dos sexos, y de esta forma los
caracterizarán respectivamente como hombre o mujer.
204
La integración entre razón, voluntad y sentimientos en la mujer la predisponen a las
profesiones en las que intervienen estos tres aspectos del ser humano: en la familia,
con niños, con enfermos, como pediatra o médico de cabecera, etc. Sin embargo,
existen actividades profesionales en las que esta capacidad integradora, que no se
presta a la abstracción de los aspectos y consecuencias de esta actividad, resultaría
negativa, como por ejemplo en el caso del cirujano que ve los sufrimientos del
paciente antes de ser anestesiado o del soldado que ha de defender su patria. Por eso
el hombre tiende a elegir este tipo de profesiones más a menudo que la mujer, ya que
la abstracción de un aspecto de su ser le resulta mucho más natural que a la mujer. Lo
mismo es válido para ciertas actividades profesionales mecánicas que no requieren
ningún esfuerzo intelectual, como podrían ser el trabajo en la mina o en una línea de
producción de una fábrica. Una actividad tan poco gratificante requiere una cierta
«abstracción» de lo que es la vida diaria. Aunque esto vaya en contra de la naturaleza
del hombre como ser humano, a la mujer, precisamente por esa mayor integridad
personal, le resulta aún más difícil.
Es precisamente en esta presencia del hablar, del sentir y del pensar de la persona
entera, en esa coexistencia del querer con el pensar y el sentir, en donde se encuentra
la «magia de lo femenino». Por eso, en presencia de una mujer rara vez se llegará al
ambiente sobrio y unidimensional que puede existir entre hombres. En este sentido,
Hildebrand comenta: «Si no entraran nunca en contacto con las mujeres, sería fácil
que los hombres perdiesen en el grado de riqueza interior, que dependieran de las
cosas, y que por ello se convirtieran en meros funcionarios o incluso esclavos de su
profesión o de la actividad a la que se dedican».
Partiendo del valor metafísico último de esta unidad del ser se explica por qué el
«eterno femenino», que surge de la unidad interior de la mujer, resulta tan atrayente.
En comparación, el hombre es un ser dividido, casi compartimentalizado (9). Y es
precisamente por esta razón por la que la mujer se presta tanto a la función de madre,
de educadora, de enfermera o pediatra, en resumen, a todas las profesiones para las
que se requiere una gran unidad del ser.
Es ésta la razón también por la que el hombre es más indicado para ejercer tareas más
abstractas, más parciales, en las que, como por ejemplo en el trabajo de un químico,
solamente se desarrolla un aspecto de las cualidades del investigador dejando de lado
el resto. Esto no significa que la mujer no pueda aportar también en este contexto
cualidades valiosísimas que el hombre no posee en la misma medida, como pueden ser
la exactitud y el don de la observación.
205
En la mujer se da una unidad con el cuerpo mucho más fuerte que en el hombre, una
vivencia de estar dentro del propio cuerpo, y, en consecuencia, una elegancia mucho
mayor. La misma elegancia de los movimientos de las mujeres, en contraposición a los
movimientos mucho más bruscos y menos armónicos de los hombres, dan testimonio
de esta diferencia. Incluso la actividad puramente mental de un estudioso solitario,
que corresponde mucho más a la forma de ser del hombre que de la mujer, parece
apuntar en la misma dirección. Y esto es precisamente lo que parecen querer decir los
movimientos feministas cuando definen la cultura masculina como racional y
exclusivamente «de cabeza», y a la femenina como fruto de la fantasía y del
sentimiento.
Características morales
Porque al ser tuyo soy, en un primer momento, mío. (Miguel Angel, Sonetos, dirigido a
Vittorio Colonna).
También el Papa Juan Pablo II habla de «la mujer en la dimensión del amor» y afirma
que la mujer por naturaleza tiende al amor y a la entrega. Por supuesto que esta
dimensión también se encuentra en el hombre y, como diría Hildebrand, negar estas
206
características en él sería incurrir en una absurda exageración de las diferencias entre
hombre y mujer. Sería igualmente insostenible afirmar que el adulterio en el caso de
una mujer es mucho peor que en el de un hombre, o llegar al extremo de decir que
este hecho en el hombre es aceptable, mientras que en la mujer no lo es.
Es cierto, por otra parte, que el hombre por naturaleza tiende a acentuar ciertas
virtudes universales, como la valentía y la decisión, de modo que éstas contribuyen a
determinar el concepto de la masculinidad. Y, sin embargo, la valentía es precisamente
una virtud del hombre frente a la cual hay que tener ciertas reservas, no solamente
porque en su capacidad de amar y de entregarse las mujeres a menudo demuestran
tener un gran valor (al fin y al cabo fueron muchas las mujeres que siguieron a Cristo
hasta la muerte, mientras los apóstoles, a excepción de Juan, huyeron), sino que
incluso se puede llegar a subrayar la opinión de algunas mujeres de que la raza
humana no tardaría mucho en extinguirse si los hombres tuvieran que soportar las
molestias y los dolores del embarazo y del parto.
Rasgos específicos
Otra forma de delimitar las diferencias entre hombre y mujer parte de los diferentes
rasgos de ambos y de las tareas específicas de cada uno. Así, «lo materno» es un
fenómeno de gran profundidad que caracteriza a la mujer. No se trata aquí de la
capacidad meramente biológica de engendrar un hijo, sino de una cualidad espiritual
mucho más profunda y que ha sido objeto de la pintura y la poesía una y otra vez.
Para tratar de describir esta cualidad no basta con establecer un catálogo de actitudes,
muchas veces negativas y contrarias al instinto materno, que se encuentran reflejadas
en las madres. Más bien se tratará de comprender las características del ideal de la
maternidad, esa forma especial del amor que procede de la madre, de su naturalidad e
incondicionalidad y de la unión íntima entre madre e hijo.
207
También la figura de la mujer como amante y amada, y la forma especial de la entrega
al otro en el amor y en el matrimonio, forman parte de las cualidades que hacen de lo
femenino algo atrayente y especial. Los arquetipos del hombre, como la figura del
padre o del protector, deben ser estudiados de la misma forma.
Analogías
También en una relación de amor espiritual, el hombre suele asumir el papel más
activo: suele tomar la iniciativa, ser el primero en declararse, etc. También aquí, como
en muchos otros ámbitos, se encontraría una prueba más para la analogía entre los
rasgos del cuerpo y los del alma. Así la delicadeza de las formas redondeadas del
cuerpo de la mujer establecería una analogía clara con su forma de ser, mientras las
formas del cuerpo masculino, más fuerte y marcado, se corresponderían con la manera
de ser del hombre.
Perversiones
208
actitudes están en contradicción con los cánones morales establecidos para todo ser
humano, y de ninguna manera solamente o principalmente con los establecidos para la
mujer. Pero aun así se pueden considerar estas actitudes como antifemeninas, y no se
las consideraría como antimasculinas.
De forma similar los rasgos negativos del ser humano como el miedo exagerado, la
falta de valentía, una emotividad poco racional y muy cambiante, se consideran como
poco masculinos, incluso cuando se presentan en hombres, o en el caso de que se
presentaran más frecuentemente en los hombres que en las mujeres.
Y, sin embargo, en ningún caso se pretende negar que tanto entre los hombres como
entre las mujeres se puedan encontrar ejemplos que de muestren lo contrario:
mujeres heroicas, de gran generosidad y tolerancia, como los casos de Juana de Arco o
Antígona.
Otra forma de delimitar las diferencias entre hombre y mujer relacionada con ésta
surge de la observación de las perversiones especiales del travestismo y de la
transexualidad, en las que los hombres intentan adoptar precisamente las
características típicamente femeninas y al revés. Y suele ocurrir en estos casos que los
209
travestidos exageran los rasgos del sexo opuesto. Lo desagradable y trágico de este
fenómeno de negación del propio sexo pone de manifiesto la profunda diferencia
entre los sexos, que no es fruto de la educación, sino que es innata.
En todas las reflexiones sobre el hombre y la mujer se ha de tener presente que estas
diferencias no deben ser entendidas como segregación y enfrentamiento entre ambos
sexos, que imposibilitan una verdadera comunicación, sino como principio de
complementariedad profunda. En un caso ideal el hombre comprende mejor a la
mujer que otra mujer, y al revés. Porque la diferencia entre hombre y mujer no crea
dos tipos de personas, dos grupos enfrentados, que ven al otro como «ser extraño».
Más bien es cierto que el hombre y la mujer han sido creados el uno para el otro, para
complementarse, y para juntos poder formar «el ser humano». Esto queda reflejado
de manera especial en la entrega total de los novios, que es la forma de amor más
profunda y al mismo tiempo la que presupone de forma más clara la diferencia entre
ambos sexos. Sin embargo, la complementariedad y la correspondencia entre los sexos
también queda reflejada en el hecho de que en muchos casos la mujer es el mejor
alumno del hombre y al revés, como demuestra la historia de las órdenes religiosas.
6. La ideología “Gender”
210
tradicionalmente, proporcionandoles orden, cohesión y apoyo afectivo y social a sus
miembros, que han podido desarrollar su vida amparados y protegidos por ella, sin
olvidar naturalmente las dificultades que aparecen siempre en la complejidad de las
relaciones humanas, tan cambiantes y diversas.
A lo largo de los siglos ha habido diversos modelos de familia, pero sus diferencias eran
accesorias y circunstanciales, puesto que permanecía invariable la esencia de la
constitución de la familia, formada por un hombre, una mujer y su descendencia. Sin
embargo, en nuestros días se pretende con insistencia promover otros modelos de
familia como las uniones o “matrimonios homosexuales” que ya han sido legalizadas
en varios países europeos como España, Bélgica, Holanda y Suecia, como si fueran
verdaderos matrimonios, lo que supone algo realmente difícil de concebir, si no se
tiene en cuenta el avance progresivo del liberalismo radical que viene irrumpiendo con
fuerza creciente en las sociedades europeas y otras que se asemejan a ellas,
intentando eliminar paulatinamente toda clase de barreras y limitaciones legales, para
imponer su visión egocéntrica de la vida y de las relaciones humanas.
Los expertos psicólogos suelen distinguir entre identidad sexual (es decir, conciencia
de identidad psicobiológica del propio sexo y de diferencia respecto al otro sexo), e
identidad genérica o de género (que se refiere a la identidad psicosocial y cultural del
papel o de las funciones que las personas de un determinado sexo desempeñan en la
sociedad).
211
Teorías construccionistas
Ahora bien, a partir de la década de 1960-70, ciertas teorías (que hoy suelen ser
calificadas por los expertos de “construccionistas”, sostienen no sólo que la identidad
genérica “gender” sea el producto de una interacción entre la sociedad y el individuo,
sino incluso que, dicha identidad genérica sería independiente de la identidad sexual
personal, es decir, que los géneros masculino y femenino, serían el producto exclusivo
de factores sociales y culturales, sin relación con verdad ninguna de la condición sexual
de la persona. De este modo, cualquier actitud sexual resultaría justificable, incluida la
homosexualidad, y es la sociedad la que debería cambiar para incluir, junto al
masculino y femenino otros géneros, en el modo de configurar la vida social.
212
expresar tal definición, puesto que todas las personas sabían a cuál se refería el citado
artículo: la formada naturalmente por el hombre y la mujer y los hijos nacidos de su
relación conyugal.
Así, existe una fuerte tendencia a llamar matrimonio o familia, otros tipos de uniones
consensuales, como la unión pseudoconyugal de dos hombres homosexuales o dos
mujeres lesbianas y otras que en su futuro dependen de la imaginación humana,
despreciando de este modo, la natural inclinación de la libertad humana a la donación
recíproca y sus características esenciales, que son la base de ese bien común de la
humanidad, que es la familia natural también llamada institución matrimonial.
El concepto de género
Es bien sabido que, las ideologías, cuando están ampliamente pensadas y elaboradas,
tienden a mover al mundo, tienen un poder de atracción y seducción que está en
función de su propia elaboración y de la actitud del receptor o receptores de las
mismas. Los pensadores, los ideólogos y los filósofos de todas las épocas lo han sabido
y lo saben, a la vez que experimentan la necesidad de difundirlas. La ideología
“gender” no es ninguna frivolidad o entretenimiento absurdo, torpe o elitista, propio
de personas que carecen de principios o ideales con los que ocupar su tiempo, aunque
a primera vista pudiera parecerlo así a un lector poco avisado o despreocupado. Esta
ideología da razón y explicación acerca del origen filosófico de diversas actitudes
personales que se manifiestan en el mundo contemporáneo más inmediato, por
aplicación de los principios que establece, sobre todo entre las nuevas generaciones,
es decir la juventud, que suele ser rebelde por naturaleza y proclive a admitir con
escaso juicio crítico, las nuevas ideas que recibe.
213
y arcaico el mantenimiento de la tradicional distribución de funciones,
insuficientemente apoyada en la razón, en la dignidad humana y en el desarrollo
progresivo de la vida humana en sociedad, según esta ideología.
La distribución de funciones
Es indudable que, siguiendo las pautas de comportamiento marcadas por las primitivas
civiliza-ciones humanas de la Historia, basadas en la diferente constitución fisiológica
de los sexos, en la función insoslayable de la mujer de gestar y traer nuevos seres al
mundo, en la superior fuerza física del hombre y en el ambiente protector que éste
proporciona a la mujer, imperantes en la cultura cristiana europea, el hombre continuó
ejerciendo un papel excesivamente dominante ante ella, que en muchos aspectos
puede considerarse de situación de esclavitud, aunque tampoco es lícito dudar que el
cristianismo aportó a esas primitivas civilizaciones, una gran dosis de dignidad y
reconocimiento de la mujer, propias de su doctrina, que han ido desarrollándose a lo
largo de los siglos, tal vez con dema-siada lentitud.
Los papeles y las funciones respectivas de cada género masculino o femenino, según la
constitución natural sexual de la persona, en el matrimonio, en la familia, y en la
sociedad, han venido siendo asignados con asiduidad e inamovilidad en el transcurso
de la historia: las mujeres cuidando fundamentalmente del hogar y de los hijos (a
veces trabajando también en casa) y el hombre trabajando fuera del hogar, para
obtener el sustento colectivo de la familia y ello merced al sentimiento de necesidad
de protección propio de la mujer y esperado de la superior fuerza física del hombre,
para que como madre, pudiera dedicarse con tranquilidad a su función primordial de
gestar, alimentar y educar a la descendencia, sin que la mujer pusiera en ningún
momento en peligro esta antiquísima distribución de funciones y dejara de admitir
como norma comúnmente aceptada de la especie humana, su sometimiento al
hombre, enseñado por la doctrina cristiana. A semejanza de los animales mamíferos,
como en parte es el ser humano, la realidad del sexo ha tenido una influencia
determinante, jamás puesta en duda por el hombre o la mujer, en esa distribución
tradicional de funciones.
He aquí que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, junto con el desarrollo
extraordinario del bienestar económico y social de los países europeos, que conlleva el
aumento y la extensión de los medios de producción de alimentos y de toda clase de
bienes, la disposición masiva de máquinas y aparatos electrodomésticos, el avance y
perfeccionamiento de la medicina y la sanidad, la posesión generalizada de
automóviles, la difusión de la enseñanza y la cultura, con la consiguiente erradicación
del analfabetismo, la mujer comienza a pensar que su papel en el mundo no está
suficientemente valorado ni dignificado, que su sometimiento al hombre es excesivo e
injusto y estos pensamientos le llevan a considerar que su capacidad de mejora
cultural e intelectual es anulada o minusvalorada, provocando que su indefensión,
derivada de su renuncia y consecuente incapacidad para obtener por sí misma los
ingresos necesarios para sostenerse ella y sus hijos, le impulse a sentir que ésta, le
214
produzca una sensación insoportable de postergación por excesiva e injusta
dependencia. Estas y otras semejantes consideraciones, le llevan a poner en tela de
juicio una y otra vez, esa estática distribución de funciones, hasta desembocar en la
necesidad de desarrollar una nueva cultura o civilización, más acorde con la dignidad
femenina, que revalorice su condición como ser humano esencialmente igual al
hombre, ante Dios y ante la sociedad. La constatación irrebatible de esa situación
subestimada de su ser como persona, le lleva entonces a una rebeldía
desproporcionada, propia de las oscilaciones pendulares del pensamiento individual y
colectivo que supone el nacimiento de la “revolución sexual” y/o el “feminismo
radical”.
215
puesto que, ordinariamente, no hay seres humanos neutros, ni hermafroditas, ni
homosexuales, ni bisexuales, ni polisexuales, salvo minoritarios casos de patologías
sobrevenidas, dignas de comprensión, ayuda, estudio e investigación.
Un antiguo proverbio dice: “el hombre nace para trabajar y el ave para volar” y aunque
lógicamente ninguno de los dos se limita a realizar solamente esas dos funciones, no
hay duda que expresa muy bien las principales actividades que ambos seres suelen
ejercitar más frecuentemente. De modo parecido se podría decir que: “el hombre nace
para trabajar y ser padre y la mujer para traer hijos al mundo y ser madre”, sin que ello
signifique tampoco como es obvio, que ambos no puedan ni deban ejercer otras
funciones en su vida personal y social, pero ésas son en mi opinión las principales, a la
luz de la razón natural. De aquí se deduce que, “las funciones principales de cada
género humano, vienen por tanto determinadas fundamentalmente por el sexo al que
se pertenece y secundariamente, por la cultura en que se nace o se vive”. Afirmar otra
cosa es olvidar o atentar contra la constitución esencial sexual de nuestra naturaleza
humana, la cual tiende constantemente a condicionar nuestro modo de pensar, sentir
y obrar, y no es más que sostener un juicio arbitrario y negar la realidad de los hechos
que todos experimentamos, por afán de notoriedad, por soberbia intelectual o por
cualquier otra causa injustificable.
216
colaboración entre los sexos en sustitución del antagonismo o de la absoluta igualdad
que defiende el feminismo combativo.
217
VI. IGLESIA Y SEXUALIDAD
A) LA SEXUALIDAD HUMANA
Desde el punto de vista antropológico, sin embargo, se puede descubrir qué significa la
sexualidad para el hombre, cuál es su sentido. El supuesto que tiene esta pregunta es
la convicción de que la sexualidad tiene un sentido humano porque es algo de por sí
valioso. No es que valga sólo para cumplir la finalidad biológica reproductiva, para
"realizarse" o incluso para ganar dinero, sino que vale por sí misma, es por sí misma
buena. La sexualidad se parece a la sonrisa: no se descubre lo que ésta última es al
describirla como "una determinada contracción de los músculos de la cara", o "un tipo
de respuesta a determinados estímulos positivos", como podrían decir la fisiología o la
psicología. La sonrisa es un gesto que significa muchas cosas a la vez: afirmación,
alegría, acogida, amistad hacia alguien; en definitiva, es un gesto que expresa y realiza
sentimientos, y algunos actos propios del amor.
Sabemos que dar es lo propio de la persona y que los actos del amor permiten realizar
esa capacidad de mil modos. Ahora hay que añadir: el gesto del acto sexual es la
manifestación de un tipo de amor especial, distinto a todos los demás, el que se da
entre un varón y una mujer. No se puede entender la sexualidad si no se considera ese
"amor especial", dentro del cual ella encuentra su sentido humano. Es más, fuera de
ese amor la sexualidad deja de ser algo bello y bueno, y se convierte en algo
simplemente útil, apto para someterse a intereses, cuyo sentido y significado propios
219
pueden acabar desapareciendo. Esto sucede cuando no se toma el sexo
suficientemente en serio.
Ahora nos enfrentamos con el mundo real y nos preguntamos: ¿por qué la sexualidad
se ha trivializado y al mismo tiempo se ha convertido en algo tan extraordinariamente
importante en el mundo en que vivimos? Porque ambas cosas son compatibles,
aunque parezca una paradoja.
Hay inflación de sexo porque su valor ha disminuido: por poco dinero se pueden
comprar toneladas de él. Antes había menos sexo disponible, porque valía mas, era un
bien escaso: estaba más protegido, detrás de los férreos muros del pudor y la
intimidad conyugal, y no se exhibía; se consideraba algo demasiado valioso y
trascendente como para salir a la luz pública. Estaba incrustado en la intimidad más
recóndita del núcleo familiar, y sólo podía poseerse allí donde habita el misterio del
origen de la vida humana. Tenía muchas barreras que impedían llegar a él, y así parecía
conservar su importancia. Las consecuencias que traía consigo eran demasiado
numerosas como para tomarlas a la ligera.
Hoy, cuando el sexo está disponible de inmediato, cuando "hacer el amor" con una u
otra persona no tiene más importancia que tener una aventura momentánea, el sexo
parece haber perdido buena parte de su misterio, pero también buena parte de su
220
valor: mostrar el cuerpo desnudo no es más importante que rascarse la nariz; que los
vestidos no disimulen ninguna parte de la anatomía corporal no es más relevante que
tomarse una cerveza. El sexo ha pasado a ser algo demasiado poco importante. Por no
tomarlo en serio lo tomamos demasiadas veces en dosis a nuestro gusto. Por eso ha
crecido la obsesión por él, puesto que su uso frecuente aumenta el deseo de seguir
usándolo, como sucede con los placeres-necesidad. Si nadie lo pone en su verdadero
lugar, él se encarga de ocupar todo el espacio disponible. Tenemos demasiado sexo
porque se ha vuelto demasiado intrascendente, como sucede con el dinero
inflacionario.
La raíz de todo el asunto parece estar en la tendencia existente, más o menos intensa
según los casos, a ignorar el sentido propio del acto sexual y a disponer de él y de la
sexualidad para muchos y muy diversos fines:
En primer lugar, para llevar a cabo una disección "científica" del sexo, con propósitos,
no sólo científicos, sino también terapéuticos y funcionales, según los cuales la
actividad sexual es necesaria para la salud psíquica y física de la persona (la castidad
sería una perjudicial represión de las fuerzas naturales): abundan los "sexólogos", que
pretenden ayudar a conseguir la armonía psíquica de una persona con su sexo,
principalmente a base de proporcionar una exhaustiva información sobre el tema y sus
variantes: el sexo se ha convertido en una técnica.
En tercer lugar, se piensa hoy que el sexo se elige y la propia identidad sexual se
construye a partir de una elección entre varias opciones de vida sexual, todas
igualmente respetables y defendibles, puesto que no hemos de imponer a los demás
nuestros valores, como tampoco hemos de censurar opciones que no querríamos para
nosotros. Este ya conocido planteamiento de la libertad y la tolerancia se extiende
también a la sexualidad, como si esta fuese algo que puede elegirse, e incluso
cambiarse.
Pero quizá ante todo se busca hoy el sexo seguro. Según esta concepción, en primer
lugar, "hacer el amor" es la manera normal de quererse el varón y la mujer, y no hay
nada malo en ella, puesto que no incluye nada parecido a la "culpa" o "el pecado": si
hay amor, y se siente, lo normal es manifestarlo de ese modo, y a nadie se le debe
censurar por ello. En segundo lugar, los que tienen una mayor reticencia al
compromiso estable de la pareja pueden mostrar cierta inclinación al Carpe diem!
sexual, y buscan en él un placer para el que hay que prepararse. Es el sexo vivido como
placer, como ejercicio saludable y gratificante. El eros, en esta concepción, es algo
demasiado serio, demasiado importante y quizá demasiado problemático como para
meterlo por medio: es preferible el sexo sin eros, pues el mejor modo de disfrutar de
221
él es evitar compromisos que pueden complicarse: el sexo no debe tener implicaciones
afectivas. Es un simple encuentro ocasional, una noche romántica, lo que los
americanos llaman "a date", en la cual después de la cena se llega hasta donde se
quiera, pero nada más; al día siguiente todo es como antes. No ha pasado nada (en
realidad, la mayoría de las veces uno nota que sí ha pasado algo).
Estas dos maneras de entender el sexo seguro han sido ya criticadas: la primera
despoja al sexo de fecundidad, la segunda de eros. Ambas necesitan que el sexo sea
seguro, lo cual es una actitud que conviene caracterizar.
El sexo seguro
La tesis que aquí se sostiene es gruesa y bastante intolerable a primera vista, pero
antropológicamente cierta: el sexo seguro "supone una violación del sentido humano
de ese acto". Las razones ya han sido expuestas: no se toma el sexo suficientemente
en serio, se devalúa a base de usarlo de una manera en la cual es muy difícil escapar a
la tentación de someterlo a fines nacidos del interés, principalmente la gratificación
del placer sexual. El sexo es algo demasiado serio como para tomarlo así: a la larga se
venga. El hábito del sexo seguro de hecho disminuye la capacidad para un eros
auténtico: cuando la experiencia sexual es mucha, el enamoramiento no puede
acompañarla, ni siquiera cuando se busca.
222
Tomarse el sexo en serio significa: dejarle ser lo que es, no disponer de él, sino
respetarlo, ser benevolente con él, descubrir su sentido. Y su sentido es formar parte
del eros y de un proyecto vital compartido, dentro del cual se ejerce como una de las
más altas formas de amor y de creatividad, que funda la institución social más básica.
Si se toma a la ligera, las consecuencias se dejan sentir: se gasta, termina siendo una
mueca, y entonces hay que cambiar de pareja, porque se ha alterado el sentido de lo
que es el amor entre el varón y la mujer. El sexo seguro cierra el camino para el amor
sexual pleno: el hijo.
"El amor sabe esperar" es el lema de un sector de la juventud que se opone al sexo
seguro y proclama de nuevo el valor de las promesas, de la virginidad antes del
matrimonio y del amor para toda la vida. El sexo es una realidad rica y delicada, y
pierde su encanto y su belleza cuando se manosea e instrumentaliza.
El sexo, hasta hace pocas décadas, era en nuestra cultura uno de los platos fuertes de
la vida. Hoy no pasa de ser un aperitivo. Las promesas, la virginidad y el amor para
toda la vida son tres formas de convertirlo de nuevo en plato fuerte. Pero para que lo
sea, hay que saber esperar, puesto que los platos fuertes sólo se toman de vez en
cuando, cuando les llega su momento, teñido de emoción y sentimiento, porque
entonces se hacen presentes los ingredientes que lo hacen "fuerte" de verdad: estar
enamorados y ser fecundos. Entonces el amor se transforma en una fiesta: prometerse
o casarse.
Sólo cuando el sexo ha sido tomado en serio y se han hecho presentes el eros y todos
sus ingredientes, admite ser transformado en una fiesta colectiva: la boda. Y la fiesta,
como veremos, es la celebración pública de la plenitud humana. La boda es el
comienzo de la historia de una nueva familia, es pisar el umbral de una casa donde aún
no sabemos quiénes vivirán, es la celebración anticipada del futuro de los esposos, que
se transforman en continuadores de una estirpe cuyos miembros están allí presentes y
aplauden con calor.
Empieza entonces una historia que no sabemos cómo terminará, pero que terminará
de alguna manera, y deseamos que sea feliz. Por eso tiene algo de aventura, de riesgo;
en ella están presentes todos los ingredientes de la tarea: la boda es el momento
solemne del encargo originario de perpetuar la familia. El sexo seguro, en cambio,
carece por completo de fiesta y de historia posterior: por eso se hace rutinario, pues
no remite más que a sí mismo. Al día siguiente, es mejor no hablar de él. Los novios, en
cambio, se van juntos de viaje, nadie sabe muy bien adónde (lo que van a hacer es un
pequeño misterio).
Ricardo Yepes
223
B) EL SIDA
Ramón Pi
224
eso, la Organización Mundial de la Salud ha planteado la estrategia ABC, A de
abstinencia, B de fidelidad -en inglés, be faithful- y C de condón, por este orden.
Otro ejemplo: el automóvil no está pensado para matar, sino para servir y gozar, pero
liquida con mucha eficacia. Por muy lleno que esté de protecciones, a nadie se le
ocurre loar el uso inmoderado del coche. Todo lo contrario, su conducción está repleta
de normas y limitaciones.
¿La conducción de nuestra sexualidad debe ser menos responsable? De ahí que la
revista de referencia THE LANCET publicara un artículo firmado por numerosos
expertos, que remarcaba la importancia de la fidelidad, el retraso en el inicio de las
relaciones sexuales, y advertía sobre el uso del condón como protección. Este
diagnóstico es semejante, que no igual, al que establece la Iglesia.
Entonces, ¿por qué esos ataques a la institución católica? ¿Por qué les molesta su
moral? En realidad, el Gobierno, y la sociedad deberían valorarla en mucho, porque
fomenta un colectivo social que carece de conductas de riesgo. ¿Qué tiene de malo
promover esta actitud virtuosa en la población?
Nadie se hace católico si no quiere y ningún católico sigue al pie de la letra la doctrina
de la Iglesia si no lo desea. Allá cada cual con su conciencia. Pero constatemos que
quien en el uso de su libertad sigue lo que dice la Iglesia, ni sufre este tipo de
enfermedades, ni las propaga, ni embaraza niñas, ni ellas son preñadas. ¿No desea el
Gobierno que exista este tipo de ciudadano?
225
Acusar a la Iglesia de difundir el sida por plantear los interrogantes morales que suscita
el preservativo es un acto de "terrorismo psicológico". Lo afirma subsecretario del
Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud.
El padre Felice Ruffini, poco después de que haya concluido en el Vaticano la Reunión
intercontinental de expertos en asistencia a enfermos de sida, celebrada entre el 30 de
noviembre y el 1 de diciembre (Cf. "Sida: Prevención, educación, acompañamiento;
documento vaticano"), responde así a las polémicas que acompañan siempre a las
tomas de posición de la Iglesia en esta materia.
Para apoyar sus palabras, el religioso cita al científico francés Luc Montagnier, uno de
los descubridores del virus VIH, quien "dijo claramente en la Conferencia Internacional
sobre el Sida promovida hace unos años por el Consejo Pontificio para la Salud en el
Vaticano que para combatir eficazmente el sida hacía falta un comportamiento sano
en el plano sexual".
Además, "tenemos que decir de una vez por todas que la Iglesia ha estado siempre en
primera fila en el campo de la prevención y de la asistencia, y muy a menudo es la
única estructura que ayuda a los enfermos, abandonados a sí mismos incluso por sus
propias familias".
"Por lo que he podido verificar en Burkina Faso, donde trabajan los Camilos -los
Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos, familia religiosa a la que pertenece el
padre Ruffini-, y por lo que conozco de otras realidades africanas estamos ante
situaciones dramáticas. Nuestros párrocos se han convertido en padres de centenares
de niños, que han quedado sin familia después que sus padres hayan muerto de sida".
226
problema. La Iglesia propone la ley de Cristo, que pasa por el camino estrecho, porque
seguir a Jesús cuesta".
Felice Ruffini
4. El Cardenal y el sida
Estos, y otros datos parecidos, han hecho que importantes asociaciones médicas, no
precisamente afines a la ideología del cardenal López Trujillo, claramente subrayen la
insuficiencia del preservativo para garantizar la no transmisión del VIH. El Centro para
el Control y la Prevención de las Enfermedades Infecciosas de Atlanta afirma: "La
abstinencia y las relaciones sexuales con una pareja sana son las únicas estrategias
227
absolutamente seguras para evitar el sida. El adecuado uso del condón en cada acto
sexual puede reducir, pero no eliminar, el riesgo de transmisión de enfermedades
sexuales". (JAMA 259; 1921,1988). También el Consejo de la Sociedad Americana de
Enfermedades Infecciosas indica que "el mejor consejo para evitar la transmisión del
sida es abstenerse de las relaciones sexuales, y para aquellos con riesgo de infectarse,
seguir una relación monógama con una pareja sana. El uso del condón en las
relaciones sexuales reduce, pero no elimina totalmente el riesgo de transmisión del
sida (J Infec Disease 158; 273,1988).
Pero hay otro dato más que merece ser considerado. Las grandes campañas
publicitarias realizadas para incrementar el uso del preservativo no solo no han
disminuido el número de contagios de enfermedades de transmisión sexual, sino que
incluso las han aumentado. En un reciente informe (BMJ 327; 62,2003), se constata
que en los últimos seis años, en el Reino Unido, las infecciones por clamidia han
aumento un 108% y la sífilis un 500%. Aunque en este trabajo no se dan porcentajes
respecto a la infección por el VIH, también se refiere que el número de personas
infectadas por el virus del sida ha aumentado cada año.
Es decir, parece una evidencia médica que el preservativo disminuye las posibilidades
de contagio del sida, pero no las excluye totalmente; pero si las campañas realizadas
para promocionar su uso indirectamente inducen a que aumenten los contactos
sexuales, el incremento absoluto de infectados por enfermedades de transmisión
sexual no solamente no disminuye, sino que incluso, como se ha constatado en el
Reino Unido, aumentan.
Por todo ello, estoy convencido de que el mensaje de fondo del cardenal López Trujillo
es que el preservativo disminuye significativamente, pero no elimina del todo el riesgo
de infección por el VIH. Por esto, para aquellas personas que quieran tener relaciones
sexuales promiscuas no cabe duda deque el preservativo reduce ampliamente la
posibilidad de contagio, pero no la elimina del todo, por lo que para evitar con
seguridad la posibilidad de infectarse por el VIH sólo existe un método absolutamente
seguro y es tener relaciones sexuales con una persona sana.
Justo Aznar
228
C) LA PEDERASTIA
Pero quizá ninguna otra crisis haya sido tan mordaz como la del tema de los abusos por
parte del clero católico. Sin minusvalorar la tristísima realidad de hechos comprobados
y siempre reprobables en este campo, la prensa ha buscado no sólo exprimir y
generalizar hasta la saciedad las debilidades de algunos miembros de la Iglesia, sino
también involucrar y manchar la imagen de Benedicto XVI.
Uno de los más penosos errores fue afirmar que Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI,
es el autor de “Crimen sollicitationis”, documento aparecido en 1962 y preparado por
la entonces Congregación para el Santo Oficio, hoy Congregación para la Doctrina de la
229
Fe (CDF en adelante). Así, el programa informa mal sobre el autor (Joseph Ratzinger
por entonces ni siquiera vivía en Roma ni mucho menos era prefecto) y el contenido.
¿Cuál era la verdad? Lo contaba así Diego Contreras en su blog ‘La Iglesia en la prensa’:
“La diócesis de Ratisbona ha divulgado un caso de abuso ocurrido en 1958, un
presunto caso que habría sucedido al inicio de los sesenta y un tercer caso (todavía
incierto) que se supone que es de 1969. Los tres se refieren de algún modo al coro de
los “Domspatzen”. Se trata de crímenes, o presuntos crímenes, ocurridos en la
residencia donde se alojaban y estudiaban los chicos. Una institución que contaba con
su propia dirección, independiente de la dirección musical. El hermano del Papa,
monseñor Georg Ratzinger, fue director musical del coro (externo a la residencia) en el
periodo 1964-1993. Es decir, no solo estaba lejano físicamente del lugar de los hechos,
o presuntos hechos, sino que estos ocurrieron en un periodo en el que él no era ni tan
siquiera director (el dato claro del tercer caso es que ocurrió diez años después de que
el presunto culpable abandonara su relación con el coro)”.
A partir de esta nota puesta en circulación con transparencia y apertura por la misma
arquidiócesis de Ratisbona se construyeron los más fantasiosos titulares que
apuntaban a la caza de Benedicto XVI sin más información que la mentira y la fantasía
de los periodistas en cuestión.
230
El mismo día, TIME reproducía la nota que luego, sucesivamente, daría la vuelta al
mundo. El título que dio TIME fue “El Papa sabía que el sacerdote era pedófilo pero
autorizó que continuara su ministerio”.
En 1985 se dan nuevas denuncias contra Hullermann (es decir, cuando Joseph
Ratzinger ya no estaba en Munich) y se le retira del ministerio sacerdotal. En junio de
1986 es condenado por abusos de menores a 18 meses de cárcel en libertad
condicional y a una multa de 4.000 marcos.
Otro medio alemán que fallidamente intentó desprestigiar con mentiras a Benedicto
XVI fue el semanario Stern. El jueves 7 de abril de 2010 publicaba una monumental
falsedad según la cual, como cardenal prefecto para la CDF, Joseph Ratzinger habría
encubierto a Marcial Maciel, presbítero mexicano.
Prontamente el portavoz de la Santa Sede hizo una declaración oficial afirmando: "Es
paradójico –y para las personas informadas ridículo– atribuir al cardenal Ratzinger
responsabilidades de cobertura o de encubrimiento de cualquier tipo. Todas las
personas informadas saben que fue mérito del cardenal Ratzinger promover la
investigación canónica sobre las acusaciones a propósito de Marcial Maciel, hasta
llegar a establecer con certeza su culpabilidad". Maciel fue reducido a una vida de
oración y penitencia, sin posibilidad de ejercer el ministerio públicamente, en 2006.
El padre Federico Lombardi, S.J., portavoz de la Santa Sede, hizo posteriormente unas
declaraciones oficiales puntualizando la verdad de los hechos.
231
De acuerdo a las palabras del padre Lombardi, Lawrence Murphy, sacerdote de la
diócesis de Milwauke, efectivamente habría abusado de niños especialmente
vulnerables, entre 1950 y 1974. En 1975, cuando Ratzinger todavía no era prefecto en
Roma, habrían salido las primeras acusaciones contra Murphy. Su caso no se habría
tornado a la Congregación vaticana presidida luego por Ratzinger pues, por entonces,
era competencia de la diócesis. Veinte años más tarde, en 1995, el caso llegó
efectivamente a la Doctrina de la Fe por tratarse de solicitaciones en el confesionario.
Además, como puntualizó el padre Lombardi, “Es importante subrayar que la cuestión
canónica no estaba relacionada con las potenciales medidas civiles o criminales contra
el padre Murphy”, medidas que, de suyo, fueron archivadas por la policía
norteamericana años atrás. Y añadía: “el Código de Derecho Canónico no prevé
sanciones automáticas, pero recomienda que se haga un juicio sin excluir incluso la
mayor pena eclesiástica de expulsión del estado clerical (cf. Canon 1395, n. 2).
Teniendo en cuenta que el padre Murphy era anciano y estaba mal de salud y que
estaba viviendo en aislamiento y las denuncias de abuso no se habían notificado
durante más de 20 años, la Congregación para la Doctrina de la Fe sugirió que el
arzobispo de Milwaukee estudiara la posibilidad de abordar la situación, por ejemplo,
restringiendo el ministerio público del padre Murphy, y exigiéndole que aceptara la
plena responsabilidad de la gravedad de sus actos. El padre Murphy murió
aproximadamente cuatro meses más tarde, sin más incidentes”.
Sobre este tema concreto, un artículo de Riccardo Cacioli en el diario Avvenire (ver
enlace a la traducción española de El New York Times se desmiente en sus ataques
contra el Papa) recapitulaba los dos artículos de periódico neoyorkino haciendo ver la
incongruencia de los supuestamente revelado: “Los documentos dicen de hecho que
los únicos que se preocuparon por el mal realizado por Murphy fueron los
responsables de la diócesis americana y la Congregación para la Doctrina de la Fe,
mientras que las autoridades civiles habían archivado el caso. Concretamente, la
Congregación para la Doctrina de la Fe, implicada en la cuestión sólo entre 1996 y
1997, dio la indicación de proceder contra Murphy a pesar de que la lejanía temporal
de los hechos constituyera un impedimento a la norma del derecho canónico”.
232
Semanas más tarde, el vicepresidente de The News Corporation, William McGurn,
publicaba un artículo en The Wall Street Journal (cf. 06.04.2010) sobre las
motivaciones del New York Times para divulgar información parcial y calumniosa
contra el Papa.
McGurn expone que los documentos usados para los dos artículos de The New York
Times (firmados por Laurie Goodstein) fueron proporcionados por dos abogados de
cinco hombres que han demandado económicamente a la arquidiócesis de Milwauke:
Jeff Anderson y Mike Finnegan. ¿Quién es el abogado Anderson? De acuerdo a
McGurn, el mismo que en 2002 declarara a la agencia Associated Press que había
ganado más de 60 millones de dólares por concepto de demandas y acuerdos contra la
Iglesia. O lo que es lo mismo: “En lo que se refiere a demandas contra la Iglesia, él es el
principal abogado”.
En su artículo, McGurn reta a The New York Times a comprobar que Lawrence Murphy
no fue sancionado, como afirma el mismo diario. Y concretamente sobre el entonces
cardenal Ratzinger afirma: “El hombre que es ahora Papa reabrió casos que habían
sido cerrados, hizo más que nadie para procesar casos y hacer responder a los
abusadores, y se convirtió en el primer Papa en hablar con las víctimas".
233
En una entrevista con Il Corriere della Sera (cf. 10.03.2010), el subdirector de la Sala de
Prensa de la Santa Sede, padre Ciro Benedetti, declaró: “Como se deduce claramente
de la misiva, el cardenal Ratzinger no ocultó el caso, sino que hizo presente la
necesidad de estudiarlo con mayor atención. Hay que tener presente que la
suspensión del cargo (al sacerdote) era entonces competencia del obispo local y no de
la Congregación para la Doctrina de la Fe”.
Un artículo de Massimo Introvigne, director del Centro de Estudios sobre las Nuevas
Religiones, sobre este nuevo bulo lanzado ahora por Associated Press, comprobaba la
pretensión de fondo: “calumniad, calumniad, que algo queda” (vale la pena leer el
artículo completo en Adelante otro bulo: la carta de 1985 del cardenal Ratzinger).
Ciertamente los cuatro casos mencionados no son los únicos, si bien sí son los que han
tenido mayor trascendencia mediática. Ahí están también los continuos artículos
difamatorios y periodísticamente defectuosos en periódicos como el Die Preese, de
Austria; el Trouw, de Holanda; el Sme, de Eslovaquia; el Times of Malta, de Malta; The
Times y The Guardian de Gran Bretaña; Nwsmill y Sydsvenska Dagbladet, de Suecia; La
libre Belgique, de Bélgica; The Irish Times, de Irlanda; o el Kristeligt Dagblad, de
Dinamarca.
Era esa misma ministra (del partido liberal FDP) la que el 8 de marzo lanzó graves e
irresponsables acusaciones al afirmar un presunto “muro de silencio” de la Iglesia en
estas situaciones. A esta invectiva respondió el obispo de Ratisbona, mons. Gerhard
Ludwin Müller, diciendo: “La afirmación de la ministra es falsa y difamatoria. *…+ pido
al ministerio presentar la prueba de la acusación según la cual la Iglesia obstaculizaría
las indagaciones. Si no puede presentarla, le pido que no instrumentalizar la autoridad
para acosos de este tipo”.
234
El presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, mons. Robert Zollitsch, la instó a
que se retractara. El cardenal Karl Lehmann fue más allá al publicar un artículo en el
Allgemeine Zeitung donde recordaba: “Fuimos el primer grupo social en redactar una
“guía” para el trato con víctimas y autores (2002) y lo revisamos, después de las
primeras experiencias, con expertos y en dos ocasiones (2005 y 2008). Es totalmente
absurdo decir que la Iglesia católica no tiene una voluntad convincente para esclarecer
estos hechos”. El comentario de Sabine Leutheusser-Schnarrenberger también fue
rechazado por personalidades de la política alemana como Stephan Mayer y Günter
Kring. La ministra ya no respondió.
Los ateos, con Richard Dawkins y Christopher Hitchens a la cabeza, han secundado la
iniciativa de Robertson.
Hans Küng, al que algunos regalan todavía el título de “teólogo”, publicó el 15 de abril
de 2010 una carta abierta a todos los obispos católicos del mundo. En esa misiva, el
octogenario “sacerdote” critica el pontificado de Benedicto XVI (sobre todo por el
levantamiento de la excomunión a los lefebvristas, la disciplina sobre el celibato, etc.)
para luego invitar a los obispos a una subversión contra el Papa, al que sin más
pruebas que sus palabras acusa de ocultamientos.
Desde el mundo anglicano también llegaron los ecos. En una entrevista con la BBC, el
primado de la Iglesia anglicana alegó que la Iglesia católica había perdido toda su
235
credibilidad como resultado de los numerosos escándalos sexuales por parte de curas
pedófilos en Irlanda (cf. ForumLibertas.com 07.04.2010). Después pidió disculpas por
sus palabras pues de hecho la moral en la confesión anglicana no está muy bien.
En todo este espectáculo mediático que han construido y promovido diversos medios
de comunicación, diferentes voces se han alzado para dejar constancia de la injusticia
que está ocurriendo.
a) Católicos
236
b) No sólo los católicos defienden al Papa
No han sido sólo los católicos quienes ante la campaña de linchamiento mediático
contra el Papa han manifestado su inconformidad.
Jon Juaristi, poeta, novelista, columnista y ensayista judío, señaló que “No es necesario
ser católico” para darse cuenta de esa campaña anti Iglesia. Con un artículo publicado
en el diario español ABC (04.03.2010), Juaristi ha puesto en claro las cosas: “Sólo el
Papa y la Iglesia se han tomado en serio este asunto [el de los abusos, ndr]. Explotando
el escándalo, la prensa amarilla sólo busca vender, y la progre, sacar a los católicos del
espacio público, o al menos, si la campaña no diera para tanto, dejar la reputación del
clero por los suelos”. Y más adelante afirma: “El blanco de los ataques ya no lo
constituyen los curas pederastas y los obispos encubridores, sino el Papa, contra el que
se ha movilizado la progresía justiciera”.
Ed Koch, primer alcalde judío de Nueva York, expresó su solidaridad a Benedicto XVI
con la publicación de una entrada en su blog alojado en The Jerusalem Post. Haciendo
una radiografía de la prensa laica afirmaba: “No pretenden informar, sino castigar”,
para luego aseverar que los ataques al Papa son mero anticatolicismo debidos a la
postura de la Iglesia en temas como el aborto, la oposición a “matrimonios” entre
homosexuales o la negativa a los métodos anticonceptivos, el sacerdocio femenino o la
disciplina sobre el celibato eclesiástico.
Dos italianos más, ambos agnósticos, salieron en defensa del Papa. Giulano Ferrara,
director del periódico Il Foglio, escribía un artículo donde mostraba los objetivos de la
campaña mediática contra el Benedicto XVI y la Iglesia: “Los radicales quieren una
Iglesia democratizada y sometida plenamente por las leyes del Estado, sin espacio para
su 'siniestro' teatro de lo divino y del culto y de la 'represiva y supersticiosa' cura de
almas. Los liberales, por lo menos de tono y método, como buscamos ser nosotros en
237
Il Foglio, creen en una Iglesia y un Estado libre, en una Iglesia que tiene derecho a la
palabra, de acción, de educación y de autogobierno. Y que sobre todo tiene derecho
también al propio punto de vista al distinguir, sagrado principio liberal, entre pecado y
delito”.
Marcello Pera, por su parte, escribía una carta al director de un periódico italiano. La
titulaba “Una agresión al Papa y a la democracia” (cf. Análisis y Actualidad, boletín
telemático, número especial, 23 de marzo de 2010). En esa epístola manifestaba su
disgusto ante la situación mediática de beligerancia contra el Pontífice. En una de las
partes más emblemáticas decía: “Hoy como ayer, lo que se quiere es la destrucción de
la religión”.
Desde España, Gabriel Albiac elogiaba así la carta de Benedicto XVI a los irlandeses:
“No es necesario creer en nada, salvo en la inteligencia, para apreciar la elegancia
conceptual de Benedicto XVI *…+ En la asunción de esa culpa colectiva, Benedicto XVI
persevera en el rigor teológico de Ratzinger. Admirable. Aún para el que no cree”.
Pero Teixera va todavía más allá al referir qué está detrás de estos ataques
sistemáticos: “Esta generalización obviamente tiene connotaciones ideológicas y sigue
una agenda política que busca deconstruir la sociedad tradicional y sus instituciones
seculares así como imponer un nuevo orden mundial con la manera de los siniestros
intereses de la oligarquía internacional, los mismos que manejan los mercados
financieros y, a través de ellos, controlan ampliamente la economía mundial”.
Y hablando sobre las calumnias del The New York Times revela: “Se ve la mala fe y el
tinte difamatorio de la campaña que se ha articulado contra la jerarquía del mundo
católico. Y eso se entiende. El actual Pontífice, consistente con los principios de la
Iglesia Católica, ha desarrollado una resistencia tenaz contra los propósitos divisorios,
alentados por organizaciones seculares que buscan imponer una visión sexista y
hedonista de la sociedad, reduciendo al hombre a su naturaleza humana negándole su
dimensión espiritual. Estas organizaciones obviamente no han surgido
‘espontáneamente’ ni viven del aire… han sido creadas y son apoyadas por la cuna de
tales fundaciones filantrópicas como la familia Rockefeller *…+ Los intereses financieros
de estos están ligados a un amplio rango de sectores económicos que van desde la
banca, petróleo, fármacos, industria militar, etc. hasta los medios audiovisuales, que
claramente cumplen una agenda dictada por la élite global a la que pertenecen”.
238
Por su parte, la agencia Aciprensa (14.04.2010) publicaba las palabras del Secretario de
Gobernación de México, Fernando Gómez Mont, quien después de reunirse con los
obispos mexicanos, dijo: “La mayoría de los pastores son gente de bien que no deben
quedar marcados por las aberraciones de algunos”. Después aplaudió las medidas que
está tomando la Iglesia católica para luchar contra la pederastia.
Un artículo publicado por el diario español La Razón (cf. Roma encargó una
investigación a Doctrina de la Fe en 2001. Los hechos de Irlanda o de EEUU responden a
circunstancias distintas) reconocía la disparidad de trato entre la Iglesia católica y otros
sectores de la población en el tema de la pederastia: “La prensa internacional presenta
los casos de abusos sexuales en el clero de forma distinta que en cualquier otro
colectivo”.
No era el único medio. Il Corriere della Sera (italiano) publicaba el 21 de marzo una
editorial firmada por Ernesto Galli della Loggia donde dice: “Cada vez es más frecuente
que el discurso público de las sociedades occidentales muestren una perspectiva
despectiva, cuando no abiertamente hostil, hacia el cristianismo”.
Todo lo que supone un solo abuso ya es suficiente como para reprobar lo más posible,
canónica y civilmente, al autor del mismo. Todo los hechos ciertos que se han venido
conociendo son y serán siempre una patética aberración.
a) La palabra “abusos”
239
Algo similar sucedió en el informe que dio el fiscal del Estado alemán, Thomas Pfister,
al investigar el caso de la escuela de Ettal. En su balance, Pfister refiere hasta 100
víctimas pero mezcla los casos de abusos sexuales (missbrauch) con los castigos
corporales (misshandlung).
Ya en un artículo de Elizabeth Lev para Politics Daily (cf. En defensa del clero católico -
¿o queremos otro reino del terror?-) la autora ponía el dedo en este tema: “La frase
“abuso sexual” se equipara erróneamente con “pedofilia” para avivar aún más la
indignación, No consideran la perspectiva política de Edmund Burke que se pregunta
por qué la Iglesia Católica es escogida para ser tratada así”.
En el caso del primer informe irlandés, de todos los centros femeninos estudiados hay
sólo tres casos de abusos y las autoras fueron laicas que trabajaban en esas
instituciones. Para los centros masculinos sólo hay mención de abusos explícitamente
sexuales por parte de 23 religiosos. Estos se concentran, sobre todo, en dos de los
doce centros estudiados. En cuatro centros más los abusos no fueron cometidos por
sacerdotes sino por otros colegiales de cursos superiores. En los demás fueron laicos.
La maximización de las cifras es un tópico recurrente. Sin dejar de recordar que un solo
caso es suficiente para justificar enojo y vergüenza, estudiosos como Philip Jenkins, de
la Universidad de Pensilvania, explicaba al diario Le Monde (cf. 08.04.2010) que los
abusos conciernen a un reducido número de sacerdotes.
240
Algunos han querido relacionar el celibato eclesiástico con los casos de pederastia.
Incluso se han instrumentalizado y deformado palabras, como las del cardenal
Chistoph Schönborg, de Viena, para “hacerle culpar” al celibato de la crisis actual. El
mismo Schönborg negaría la tergiversación.
¿Y tienen algo que ver celibato y pedofilia? En opinión de Christian Pfeiffer, director
del Instituto de Investigación Criminológica de Hannover, nada tiene que ver lo uno
con lo otro.
241
políticamente incorrectos. Es una forma de censura inaceptable, en ocasiones
disfrazada de científica”, respondía el profesor Introvigne en una entrevista concedida
a la agencia Zenit (14.04.2010).
Diferentes medios, entre los que destacan The New York Times, la BBC de Londres y
TIME han afirmado en diferentes momentos que el documento Crimen Sollicitationis
(El crimen de solicitación) imponía silencio a las víctimas. El texto, disponible en la
página web del Vaticano evidencia que no es así. Originalmente redactado en latín, los
medios apenas citados no explican qué traductor fue quien les reveló el contenido.
También se afirma que el documento De delicta graviora (Sobre crímenes más serios)
hacía lo mismo.
Cabe decir, en referencia a las víctimas de estos hechos de abusos sexuales, que las
más de las veces éstas no buscan indemnizaciones económicas ni aparecer en los
medios. Como decía el padre Federico Lombardi a la agencia ANSA: “Muchas víctimas
no buscan compensaciones económicas sino ayuda interior, un juicio en su dolorosa
situación personal”. De ahí precisamente el interés, especialmente del Papa, por
encontrarse con algunas de ellas en sus viajes apostólicos (lejos de cámaras y de todo
espectáculo público, como ya ha sucedido en Estados Unidos, Australia, Roma y, más
recientemente, en Malta).
e) Disparidad de trato
Pero esta disparidad no sólo contrasta en ese aspecto. El artículo de Elizabeth Lev en la
web de Politics Daily dice también: “Los salaces informes sobre los abusos del clero
242
(como si estuvieran limitados sólo al clero católico) han sido colocados por encima de
las masacres de cristianos en India e Irak”.
Resulta cuando menos curioso que los mismos medios que reflejan en sus portadas y
en sus páginas las historias de eclesiásticos que han fallado a Dios, a la Iglesia y a las
almas, no concedan el más mínimo espacio a los miles de testimonios de sacerdotes
que viven fielmente su vocación.
Preguntado por el número de casos tratados, Scicluna respondía: “En los últimos
nueve años (2001-2010) hemos analizado las acusaciones relativas a unos 3.000 casos
de sacerdotes diocesanos y religiosos concernientes a delitos cometidos en los últimos
cincuenta años”. A la respuesta sigue la pregunta del periodista Gianni Cardinali:
“¿Tres mil casos de sacerdotes pedófilos?”, a lo que monseñor Charles contesta: “No
es correcto definirlo así. Podemos decir que “grosso modo” en el 60% de esos casos se
trata más que nada de actos de “efebofilia”, o sea debidos a la atracción sexual por
adolescentes del mismo sexo, en el otro 30% de relaciones heterosexuales y en el 10%
de actos de pedofilia verdadera y propia, esto es, determinados por la atracción sexual
hacia niños impúberes. Los casos de sacerdotes acusados de pedofilia verdadera y
propia son, entonces, unos trescientos en nueve años. Son siempre demasiados, es
indudable, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se
pretende”.
g) Últimos detalles
Las declaraciones del profesor Jenkins, autor de Pedophiles and Priest. Anatomy of a
Contemporany Crisis (Oxford University Press, 2001), al diario Le Monde recuerdan
también el contexto general en el que se deben enmarcar la tratativa eclesial sobre los
casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos según la época: “La
respuesta de la Iglesia a los abusos sexuales cometidos en su seno se inscribe en buena
parte en el contexto legislativo, político y moral de la época, y evoluciona en función
de él entre 1950 y la actualidad. En los años 60 y 70, la Iglesia ha creído poder tratar el
problema transfiriendo a los sacerdotes acusados e incitándoles a someterse a
243
tratamiento. En cambio, desde comienzos de los años 90 se desarrollan los
procedimientos a gran escala para prevenir la pedofilia y responder de manera eficaz a
las denuncias. Desde 2002, la Iglesia católica americana ha adoptado una actitud de
‘tolerancia cero’ que prevé la suspensión inmediata de todo sacerdote sospechoso de
abusos”.
Por otra parte, se está olvidando que el problema de la pedofilia tiene un contexto que
no es exclusivamente el eclesial. En la carta del Papa a los católicos de Irlanda,
Benedicto XVI hacía una interesante contextualización del problema de la pedofilia.
Escribe:
“En las últimas décadas *…+ la Iglesia *…+ ha tenido que enfrentarse a nuevos y graves
retos para la fe debidos a la rápida transformación y secularización de la sociedad
irlandesa. El cambio social ha sido muy veloz y a menudo ha repercutido adversamente
en la tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos.
Asimismo, las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen
crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales se dejaron,
con frecuencia, de lado.
También fue significativa en este período la tendencia, incluso por parte de los
sacerdotes y religiosos, a adoptar formas de pensamiento y de juicio de la realidad
secular sin referencia suficiente al Evangelio. El programa de renovación propuesto por
el Concilio Vaticano II fue a veces mal entendido y, además, a la luz de los profundos
cambios sociales que estaban teniendo lugar, no era nada fácil discernir la mejor
manera de realizarlo. En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas
intenciones, pero equivocada, de evitar los enfoques penales de las situaciones
canónicamente irregulares. En este contexto general debemos tratar de entender el
inquietante problema de abuso sexual de niños, que ha contribuido no poco al
debilitamiento de la fe y la pérdida de respeto por la Iglesia y sus enseñanzas.
Sólo examinando cuidadosamente los numerosos elementos que han dado lugar a la
crisis actual es posible efectuar un diagnóstico claro de las causas y encontrar las
soluciones eficaces. Ciertamente, entre los factores que han contribuido a ella,
podemos enumerar: los procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de
los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, la insuficiente formación humana,
moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados, la tendencia de la
sociedad a favorecer al clero y otras figuras de autoridad y una preocupación fuera de
lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos cuyo resultado fue la
falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y de la salvaguardia de la dignidad
de cada persona. Es necesaria una acción urgente para contrarrestar estos factores,
que han tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias y
han obscurecido tanto la luz del Evangelio, como no lo habían hecho siglos de
persecución”.
244
nada tiene de relación con la Iglesia católica, fue significativo el yerro monumental que
en su website tuvo el periódico alemán Frankfurter Rundchau al titular una entrada: “El
Papa debe tomar postura sobre Odenwald”. Momentos más tarde tendría que cambiar
sigilosamente el título.
El abuso mediático del tema de los abusos plantea la seria consideración del tipo de
periodismo que se hace actualmente en buena parte de los medios de comunicación
de mayor trascendencia. Las informaciones parecen haber abdicado de la necesidad de
investigaciones serias, fuentes contrastadas y contenidos veraces. Crear morbo,
vender y calumniar parece ser la pauta a seguir. No sé si muchos de los medios
referidos en este análisis sean verdaderamente anticristianos, pero sí sé que no han
hecho periodismo.
Jesucristo no escogió como piedra angular de su Iglesia a un hombre sin macula. Esto
es importante tenerlo en cuenta para analizar el caso de la pederastia y la justicia de
los ataques vertidos. La Iglesia de Cristo está bañada por la Gracia de Dios y la fuerza
del Espíritu, pero fue dejada al pastoreo de un hombre, humano como todos: Pedro.
En efecto, la Iglesia de Cristo, desde su primer día, cuenta con la debilidad de todos los
hombres que la constituyen, y la gracia de Dios a inspirado a esos hombres pecadores
en misiones que han deparado un gran bien para la Iglesia – para la humanidad –.
245
Seguramente pocos sacerdotes, desde los comienzos del cristianismo, hayan sido
hombres sin tacha; pero, a pesar de las miserias, la acción de Dios no ha dejado de
hacer sus frutos a través de ellos. La Iglesia es santa al margen del pecado de los
hombres, y es santa porque está inspirada por Dios y porque esa inspiración se
encarna en hombres incluso corrompidos a la vileza de las cosas terrenas. La grandeza
de Dios adquiere mayor relevancia cuando los miembros de la Iglesia, de probada
iniquidad, alumbran misiones que actúan en beneficio de la Iglesia, como la fundación
de los Legionarios de Cristo por Marcial Maciel. La miseria de este hombre no se
extiende a la misión que alumbró, porque eso sería poner en juicio la misma acción
divina. Los enemigos de la Iglesia saben bien como infundir escándalo, pero los
creyentes sabemos también, por el contrario, que la misión de la Iglesia no depende de
los hombres, ni de su contrastada santidad, sino de Dios. Que algunos pidan la
dimisión del Papa no responde a otra cosa que al veneno que en ellos se alberga y al
anhelo de ver caída la fuerza de Dios; porque no lo olvidemos, lo que desespera a
cuantos critican al Papa es Dios mismo, a quien, por vanidad, no quieren reconocer.
Reitero, el revuelo armado por los casos de pederastia que afectan a sacerdotes no
tiene como objeto a éstos ni, mucho menos, solucionar tal lacra. El objetivo por orden
creciente es el Papa y la Iglesia como transmisora de unos determinados valores que
fundamentan las raíces de la sociedad y la cultura occidental. Tal campaña es una
campaña difamatoria, en cuanto que su verdadero interés no radica en reparar el daño
causado a las víctimas ni en mejorar las leyes, de otro modo no se entiende que los
acusadores hayan pasado de denunciar los casos individuales a la acusación indistinta
del Papa y de la Iglesia, que son lo que realmente tienen entre ceja y ceja. Los
cristianos hemos de comprender y comprendemos, y esa es nuestra dulce cruz, que los
246
ataques son a la Iglesia misma como defensora de la vida, de la persona, de la moral
misma. Esta campaña no es más que otra batalla contra el cristianismo promovida por
quienes profesan el relativismo, la ausencia de verdad y la libertad sin responsabilidad
moral.
Joan Figuerola
Las palabras del Cardenal Tarcisio Bertone en Chile sobre homosexualidad y pedofilia
han provocado la ira políticamente correcta de quienes, por una parte, piden total
transparencia en los casos de abusos, y, por otra, censuran los datos que no les gustan.
Ante la pregunta de si se da una relación entre el celibato y los casos de pedofilia, el
cardenal Bertone respondió: “Muchos psicólogos, psiquiatras, han demostrado que no
hay relación entre celibato y pedofilia, y en cambio muchos otros han demostrado, y
me lo han dicho recientemente, que hay una relación entre homosexualidad y
pedofilia”.
Desde luego, hay que tener en cuenta que se trataba de una rueda de prensa, no de un
simposio científico. Como después aclaró el portavoz de la Santa Sede, padre
Lombardi, “no es competencia de las autoridades eclesiásticas hacer afirmaciones
generales de carácter específicamente psicológico o médico, para las cuales remiten
naturalmente a los estudios de especialistas y a las investigaciones en curso”. La
afirmación de Bertone, precisó, “se refería evidentemente al problema de los abusos
cometidos en el seno del clero y no a los cometidos en el conjunto de la población”.
Los datos disponibles sobre los abusos sexuales entre el clero obligan a plantearse la
influencia de las tendencias homosexuales en este problema. El informe publicado en
2004 por el John Jay College, considerado como el más completo sobre el tema en
EE.UU., constata que el 81% de las víctimas eran varones y, en su mayoría, se trataba
de adolescentes que habían superado la pubertad. La pedofilia, la atracción por niños
antes de la pubertad, ha sido un fenómeno menor en los casos de abusos de
sacerdotes.
A partir de estos datos, llama la atención que el periodista pregunte por la relación
entre celibato y pedofilia, y en cambio nadie pregunte por la posible relación entre
sacerdotes con tendencias homosexuales y abusos de menores. Lo curioso es que
desde el comienzo de la crisis se haya dado por buena la sospecha –cuando no la
247
afirmación tajante– de que el celibato es el caldo de cultivo de los abusos, mientras se
pasa por alto que quienes han incurrido en esa mala conducta han cometido en su
mayor parte actos de naturaleza homosexual.
Cualquier generalización sin pruebas es mala, y esto vale tanto para el celibato como
para la homosexualidad. Bertone tiene razón cuando dice que los estudios han
demostrado que no hay relación entre celibato y pedofilia (cfr. Aceprensa 23-03-2010).
Los datos confirman que entre el clero católico no se dan más casos de abusos a
menores que en otros ámbitos, ya sea la familia, las escuelas laicas, los entrenadores
deportivos o los ministros de otras confesiones, que no están obligados al celibato (cfr.
Aceprensa 23-03-10). Y si un sacerdote no quiere vivir el celibato, como varón
heterosexual lo que le interesarán serán las mujeres, no los niños.
Lo que molesta es que las palabras de Bertone hayan suscitado un tema que hoy es
tabú, como si cualquier dato que vaya en desdoro de la conducta homosexual debiera
silenciarse. Como ha declarado a Zenit el profesor Massimo Introvigne, los que se
rasgan las vestiduras “buscan prohibir la cita de aquellos datos estadísticos que
consideran como políticamente incorrectos. Es una forma de censura inaceptable, en
ocasiones disfrazada de científica”. Pero los datos estadísticos son números y “estos
números, en cuanto tales, no deberían ofender a nadie y no se les puede hacer decir
más –ni menos– de lo que dicen”.
Si se trata de acabar con el ocultismo en este tema, no hay por qué silenciar lo que
molesta a los nuevos bienpensantes.
Juan Domínguez
248
Esta buena noticia - cuyo protagonista es un sacerdote católico - coincide con otra
mala, protagonizada también por sacerdotes de esta confesión. Me refiero a la
tempestad mediática desatada por abusos sexuales de algunos clérigos sobre menores
de edad. Estos son los datos: 3.000 casos de sacerdotes diocesanos involucrados en
delitos cometidos en los últimos cincuenta años, aunque no todos declarados
culpables por sentencia condenatoria. Según Charles J. Sicluna – algo así como el fiscal
general del organismo de la Santa Sede encargado de estos delitos - : “el 60% de estos
casos son de ‘efebofilia’, o sea de atracción sexual por adolescentes del mismo sexo; el
30% son de relaciones heterosexuales, y el 10%, de actos de pederastia verdadera y
propia, esto es, por atracción sexual hacia niños impúberes. Estos últimos, son unos
trescientos. Son siempre demasiados, pero hay que reconocer que el fenómeno no
está tan difundido como se dice”.
249
la comunidad de Roma…" Hoy también se mezcla la información de datos y hechos con
insinuaciones y equívocos provocados. Al final, la impresión es que la única culpable de
esa triste situación es la Iglesia católica y su moral sexual.
Dicho esto, es evidente que el problema tiene la gravedad suficiente para abordarlo sin
oblicuidades. Vayamos a sus causas. Debo reconocer que me llamó la atención el
énfasis que Benedicto XVI puso en la reiterada condena de estos abusos en su viaje a
Estados Unidos. Los analistas esperaban, desde luego, alguna referencia al tema. Pero
sorprendió que por cuatro veces aludiera a estos escándalos. Y es que, en realidad,
esta cuestión hunde sus raíces en los años sesenta y setenta, pero estalla a principios
del nuevo milenio con sus repercusiones patrimoniales y de reparación para las
víctimas. Algo, pensaba yo, que pertenece al pasado. A un pasado que coincidió con la
llamarada de la revolución sexual de los sesenta. Por entonces se descubrió, entre
otras filias y fobias, la “novedad” de la pedofilia, apuntando, entre otros objetivos, a la
demolición de las “murallas” levantadas para impedir el contacto erótico entre adultos
y menores. ¿Quién no recuerda – en torno a aquellos años - a Mrs. Robinson y a
Lolita…? Si se hurga un poco comprobaremos que algunos de los más inflexibles
“moralistas” actuales, fueron apóstoles activos de la liberación sexual de los
sesenta/setenta.
Esta revolución ha marcado a una cultura y a su época, dejando una profunda huella,
que contagió también a ciertos ambientes clericales. Así, algunas Universidades
católicas de América y Europa desarrollaron enseñanzas con una concepción equívoca
de la sexualidad humana y de la teología moral. Al igual que toda una generación,
algunos de los seminaristas no fueron inmunes y actuaron luego de modo indigno.
Contra esa podredumbre se enfrentó decididamente Juan Pablo II, cancelando el
permiso de enseñar en esas Universidades a algunos docentes, entre ellos a Charles
Curran, exponente cualificado de aquella corriente.
Benedicto XVI, no obstante las raíces antiguas del problema, decidió actuar con
tolerancia cero en algo que mancha el honor del sacerdocio y la integridad de las
víctimas. De ahí sus reiteradas referencias al tema en Estados Unidos y su rápida
reacción convocando a Roma a los responsables, cuando el problema estalló en
algunas diócesis irlandesas. De hecho acaba de hacerse pública una dura carta a la
Iglesia en Irlanda donde el Papa viene a llamar “traidores” a los culpables de los abusos
y anuncia, entre otras medidas, una rigurosa inspección en diócesis, seminarios y
organizaciones religiosas. Resulta sarcástico el intento de involucrarle ahora en
escándalos sexuales de algún sacerdote de la diócesis que regentó hace años el
arzobispo Ratzinger. Sobre todo si se piensa que fue precisamente el cardenal
Ratzinger quien, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, firmó el 18
de mayo de 2001 la circular De delictis gravioribus' (“crímenes más graves”) con duras
medidas ejecutivas contra esos comportamientos. El propio hecho de reservar a la
Santa Sede juzgar los casos de pedofilia (junto con los atentados contra los
sacramentos de la Eucaristía y la Confesión) subraya la gravedad que les confiere, así
como el propósito de que el juicio no aparezca “condicionado” por otras instancias
locales, potencialmente más influenciables.
250
Desde luego, en todas partes cuecen habas. Nigel Hamilton ha escrito sobre la
presidencia de EE.UU: “En la Casa Blanca hemos tenido a violadores, mariposones, y,
para decirlo suavemente, personas con preferencias sexuales poco habituales. Hemos
tenido asesinos, esclavistas, estafadores, alcohólicos, ludópatas y adictos de todo tipo.
Cuando un amigo le preguntó al presidente Kennedy por qué permitía que su lujuria
interfiriese en la seguridad nacional, respondió: "No puedo evitarlo".
Ante el problema, la Iglesia es una de las pocas instituciones que no ha cerrado las
ventanas ni atrancado las puertas hasta que pase la tormenta. No se ha acurrucado en
sí misma “hasta que los bárbaros se retiren a los bosques”. Ha plantado cara al
problema, ha endurecido su legislación, ha pedido perdón a las víctimas, las ha
indemnizado y se ha tornado implacable con los agresores. Denunciemos los errores,
desde luego, pero seamos justos con quienes sí quieren –a diferencia de Kennedy-
evitarlos.
Rafael Navarro-Valls
Se basó en algunos casos reales de abusos sexuales cometidos por miembros del clero
católico, pero amplificados y distorsionados. “Casos de abusos sexuales salen a la luz
cada día contra un gran número de miembros del clero católico. Por desgracia, no se
trata de casos individuales sino de una crisis moral colectiva en una dimensión tan
horrorosa y desconcertante como quizá la humanidad nunca ha conocido. Numerosos
sacerdotes y religiosos son reos confesos. No hay duda de que los miles de casos que
han llegado al conocimiento de la Justicia representan solo una pequeña parte del
total, ya que muchos abusadores han sido cubiertos y ocultados por la Jerarquía”. Un
editorial del New York Times del 2010?, se pregunta Introvigne. “No: un discurso del 28
de mayo de 1937 de Joseph Goebbels (1897-1945), ministro de Propaganda del Tercer
Reich”.
“El 10 de marzo de 1937 con la encíclica Mit brennender Sorge el papa Pío XI condena
la ideología nazi. A finales del mismo mes el Ministerio de la Propaganda guiado por
Goebbels lanza la campaña contra los abusos sexuales de los sacerdotes”.
Introvigne explica que en 1937 el jefe del contraespionaje militar alemán, el almirante
Wilhelm Canaris, desaprueba la maniobra de Goebbels contra la Iglesia y encarga al
abogado católico Josef Muller que lleve a Roma una serie de documentos secretos
251
sobre el tema. Pío XII encarga al jesuita alemán Walter Mariaux que estudie los
documentos.
“Los casos de abusos –poquísimos, pero reales– habían provocado una firme reacción
del episcopado. El 2 de junio de 1936 el obispo de Münster, Clemens August von Galen
(1878-1946) –alma de la resistencia católica al nazismo, beatificado por Benedicto XVI
en 2005– hace leer en las misas dominicales una declaración en la que expresa ‘el
dolor y la tristeza’ por los ‘abominables delitos’ que ‘arrojan ignominia sobre nuestra
Iglesia’”.
252
El intento nazi de descalificar a la Iglesia a escala internacional no triunfó. Gracias al
coraje de Canaris y a la constancia del investigador jesuita Mariaux, la verdad saldrá a
la luz durante la guerra. “La perfidia de la campaña de Goebbels suscitará más
indignación que la eventual culpabilidad de algunos religiosos. El origen de todos los
‘pánicos morales’ en materia de sacerdotes pedófilos les explotará en las manos a los
mismos propagandistas del nazismo que habían tratado de organizarlo”.
Massimo Introvigne
El uso y abuso de los niños como objeto de gratificación sexual por parte de los adultos
es epidémico en todas las clases sociales, profesiones, religiones y grupos étnicos
alrededor del mundo, según lo demuestran claramente las estadísticas acerca de la
pornografía, el incesto y la prostitución infantil. La pedofilia (el abuso sexual de niños
preadolescentes) entre los sacerdotes es extremamente rara, pues afecta solamente al
0.3% del clero. Esta cifra, citada en el libro Pedophiilia and Piresthood (Pedofilia y
Sacerdocio), escrito por el estudioso no-católico Philip Jenkins, está tomada del estudio
más amplio que existe hoy día sobre este tema. Concluye que solamente uno de entre
2.252 sacerdotes que formaron parte del estudio a lo largo de un período de más de
30 años, se ha visto afectado por la pedofilia. En los escándalos recientes de Boston,
solamente 4 de entre más de los 80 sacerdotes etiquetados por los medios de
comunicación como "pedófilos" son en realidad culpables de abusar de niños
pequeños.
253
más común entre el clero católico, que entre los Ministros protestantes, los líderes
Judíos, los médicos, o miembros de cualquier otra institución en la que los adultos
ocupen posiciones de autoridad sobre los niños.
El celibato no es causa de ninguna adicción sexual desviada, entre las que se cataloga
la pedofilia. De hecho, en comparación con los sacerdotes, es tan probable que los
hombres casados abusen sexualmente de los niños (Jenkins, Pedophilia and Priests).
Entre la población general, la mayoría de los transgresores son hombres
heterosexuales reincidentes que abusan sexualmente de las niñas. También hay
mujeres que cometen este tipo de abusos sexuales. Aunque es difícil obtener
estadísticas exactas sobre el abuso sexual de los niños, los rasgos característicos de los
que repetidamente cometen abuso sexual con niños han sido bien descritos. El perfil
de los abusadores sexuales de niños nunca incluye adultos normales que se sienten
atraídos eróticamente hacia los niños como resultado de la abstinencia (Fred Berlin,
Compulsive Sexual Behaviors, in Addiction and Compulsion Behaviors [Boston: NCBC,
1998]; Patrick J. Carnes, Sexual Compulsion: Challenge for Church Leaders, in Addiction
and Compulsion; Dale O’Leary, Homosexuality and Abuse).
Dado que ni el ser católico ni el ser célibe predispone a una persona a caer en la
pedofilia, el clero casado no resolvería el problema (Doctors call for pedophilia
research, The Hartford Currant, March 23). No hay más que mirar a las crisis en otras
religiones, sectas o profesiones para ver este punto con claridad.
254
adoptar esta disciplina se suponía que era un buen medio para evitar el nepotismo el
estilo de vida célibe permitía a los sacerdotes ser más independientes y disponibles.
Este ideal era también una oportunidad para que los sacerdotes dieran también
testimonio del mismo estilo de vida que sus hermanos los monjes. La Iglesia no ha
cambiado las normas del celibato, porque con el paso de los siglos se ha dado cuenta
del valor práctico y espiritual que posee (Pablo VI, carta encíclica sobre El celibato
sacerdotal, 1967). De hecho, incluso en la Iglesia católica del Este que admite también
la posibilidad de tener sacerdotes casados los obispos son elegidos solamente entre los
sacerdotes no casados.
Cristo reveló el verdadero valor y significado del celibato. Los sacerdotes católicos,
desde S. Pablo hasta el presente le han imitado en la total donación de si mismos a
Dios y a los demás viviendo célibes. Aunque Cristo elevó el matrimonio al nivel de
sacramento que revela el amor y vida de la Santísima Trinidad, él fue también testigo
vivo de la vida futura. Los sacerdotes célibes son para nosotros testigos vivos de esta
vida futura en la cual la unidad y el gozo del matrimonio entre un hombre y una mujer
son sobrepasados por la perfecta y amorosa comunión con Dios. El celibato entendido
y vivido adecuadamente libera a la persona para amar y servir como Cristo lo hizo.
En los últimos cuarenta años, el celibato ha sido un testimonio todavía más poderoso
del sacrificio amoroso de hombres y mujeres que se ofrecen a si mismos para servir a
sus comunidades.
Hay razones por las cuales la Iglesia no puede ordenar sacerdotes a las mujeres (como
Juan Pablo II ha explicado en numerosas ocasiones). Pero esto nos sacaría ahora del
tema. El debate sobre la ordenación de las mujeres no está para nada relacionado con
el problema de la pedofilia ni con otras formas de abuso sexual.
255
Esto es simplemente falso. Es tres veces más probable que los homosexuales sean
pedófilos que los hombres heterosexuales. Aunque la pedofilia exclusiva (atracción
hacia los preadolescentes) es un fenómeno extremo y raro, un tercio de los varones
homosexuales sienten atracción por los adolescentes (Jenkins, Priests and Pedophilia).
La seducción de adolescentes varones por parte de homosexuales es un fenómeno
bien documentado. Esta forma de comportamiento desviado es el tipo más común de
abuso obrado por sacerdotes y está directamente relacionado con el comportamiento
homosexual.
Como Michael Ross muestra en su libro, Goodbye!, Good Men (Adiós, hombres
buenos!), hay una activa sub-cultura homosexual dentro de la Iglesia. Esto se debe a
varios factores. La confusión que se ha dado en la Iglesia como resultado de la
revolución sexual de los años 60, el tumulto posterior al Concilio Vaticano II, y una
mayor aprobación de la homosexualidad por parte de la cultura. Todo esto hizo que se
creara un ambiente en el cual homosexuales varones activos fueron admitidos y
tolerados en el sacerdocio. La Iglesia se ha apoyado también más en la psiquiatría para
valorar la idoneidad de a los candidatos al sacerdocio y para tratar a los sacerdotes que
tenían problemas. En 1973, The American Psychological Association (Asociación
Psicológica Americana) dejó de considerar la homosexualidad como una orientación
objetivamente desordenada y la suprimió de su Manual Diagnóstico y Estadístico
(Nicolosi, J., Reparative Therapy of Male Homosexuality, 1991; Diamond, E,. Et al.
Homosexuality and Hope, documento no publicado de la CMA). Lógicamente, el
tratamiento de comportamientos sexuales desviados se vio afectado por este cambio
de actitud.
El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del
Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o
públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser
castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical, cuando el caso lo
requiera. (Canon 1395, 2)
Pero ciertamente, no es lo único que la Iglesia ha hecho. Los obispos, comenzando con
el Papa Pablo VI en 1967, publicaron una advertencia dirigida a los fieles sobre las
consecuencias negativas de la revolución sexual. La encíclica papal Sacerdotalis
coelibatus (sobre el celibato sacerdotal), trató el tema del celibato sacerdotal en medio
256
de un ambiente cultural que exigía mayor "libertad" sexual. El Papa volvió a reafirmar
el celibato al mismo tiempo que apelaba a los obispos para que asumieran
responsabilidad por "los hermanos sacerdotes afligidos por dificultades que ponen en
peligro el don divino que han recibido". Aconsejaba a los obispos que buscaran ayuda
para estos sacerdotes, o, en casos graves, que pidieran la dispensa para los sacerdotes
que no podían ser ayudados. Además, les pidió que fuesen más prudentes al juzgar
sobre la aptitud de los candidatos al sacerdocio.
Como respuesta a los escándalos recientes, algunas diócesis están creando comisiones
especiales para afrontar los casos de abuso de menores, y también están creando
grupos de defensa de las víctimas; y están reconociendo oficialmente que se debe
atender inmediatamente cualquier legítima acusación.
257
reconoce que la actividad sexual sin el amor y compromiso que se da solamente en el
matrimonio, disminuye la dignidad de la persona humana y a fin de cuentas es
destructiva. En lo que se refiere al celibato, siglos de experiencia han probado que
hombres y mujeres pueden abstenerse de la actividad sexual al mismo tiempo que se
realizan plenamente viviendo una vida sana y llena de sentido.
Como todo lector de CRISIS sabe, esta afirmación es claramente falsa. Nuestro artículo
de portada de octubre de 2001 se titulaba así: The High Price of Priestly Pederasty, (El
alto precio de la pederastia de los sacerdotes), una exposición del escándalo que
saldría a la superficie en el resto de la prensa tres meses después. Puedes leer nuestro
artículo haciendo click sobre el título.
Mito 10. El requisito del celibato limita el número de candidatos al sacerdocio, con el
resultado de que haya un número alto de sacerdotes sexualmente desequilibrados
En segundo lugar, quienes no se sienten llamados a una vida de celibato están ipso
facto excluidos de poder ser sacerdotes católicos. De hecho, la mayoría de los hombres
no está llamada a ser célibe. Sin embargo, algunos están llamados, y de entre ellos
algunos están llamados por Dios al sacerdocio.
Deal Hudson
258
VII. IGLESIA Y DEMOCRACIA
Algunos opinan que la Iglesia podría ser más sensible a las propuestas de cambio que
hacen algunos, incluso desde dentro de la Iglesia... Me parece que la Iglesia es una
institución en la que hay una gran pluralidad de opiniones, y se puede hablar con más
libertad que en la mayoría de las instituciones de nuestro tiempo. Pero la Iglesia
predica el cristianismo como cree que es, como lo ha recibido de Jesucristo, no como
le gustaría que fuera a un colectivo pequeño o grande de una época o de otra.
La Iglesia está vinculada a una herencia que ha recibido, de manera semejante –por
poner un ejemplo– a como puede estar vinculado un científico a los resultados de su
experimentación. No dice lo que le gusta, sino lo que es.
259
Está sometido a la verdad. A la verdad que gusta más, y también a la que gusta menos.
Cuando un científico obtiene unos datos experimentales que no concuerdan con una
teoría científica admitida en ese momento, eso le obliga a hacer nuevas
consideraciones y le encamina hacia nuevos conocimientos. Y la ciencia progresa
gracias precisamente a que los científicos no rehuyen ni esconden los fenómenos
molestos para sus teorías, sino que sacan a la luz esos datos y siguen investigando
hasta dar con una solución, se tarde el tiempo que se tarde. De modo semejante, y
salvando las distancias, el conocimiento cristiano progresa en gran parte gracias al
desafío que entrañan algunas verdades cristianas que quizá nos cuesta más
comprender o aceptar. Pero un cristianismo que se considerara libre de modificar la fe
cada vez que le pareciera difícil de entender o de vivir, sería como el científico poco
honrado que retoca los datos del laboratorio para ajustar la realidad a su realidad.
¿Es necesario que la Iglesia tenga dogmas, y una autoridad y un Magisterio? ¿No
bastaría que cada uno procurara vivir lo que dijo Jesucristo y lo que viene recogido en
la Biblia? En esto consiste literalmente la tesis protestante de la sola Scriptura. Sin
embargo, si se trata de vivir lo que dice la Sagrada Escritura, convendría tener presente
que en ella se dice con claridad que Jesucristo fundó la Iglesia (por ejemplo, en Mt 16,
16-19; Mt 18, 18; etc.). Y puestos a dar también algunas razones de orden práctico,
cabe añadir que desde tiempos de Lutero han surgido ya más de 25.000 diferentes
denominaciones protestantes, y que en la actualidad nacen cinco nuevas cada semana,
en un proceso progresivo de desconcierto y atomización. Por eso ha escrito Scott Hahn
que una Sagrada Escritura sin Iglesia sería algo parecido a lo que habría supuesto que
los fundadores del Estado norteamericano que promulgaron la Constitución se
hubieran limitado a añadir una genérica recomendación diciendo “que el espíritu de
George Washington guíe a cada ciudadano”, pero sin prever un gobierno, un congreso
y un sistema judicial, necesarios para aplicar e interpretar la Constitución. Y si hacer
eso es imprescindible para gobernar un país, también lo es para gobernar una Iglesia
que abarca el mundo entero. Por eso es de lo más lógico que Jesucristo nos haya
dejado su Iglesia, dotada de una jerarquía, con el Papa, los obispos, los Concilios, etc.,
todo ello necesario para aplicar e interpretar la Escritura.
El prestigio de la Iglesia
260
cincuenta millones de estudiantes. Aparece, además, firme y coherente en sus
enseñanzas en cuestiones doctrinales y morales, en contraste con la inestabilidad y las
ambigüedades de muchas confesiones religiosas, que presentan a menudo la
apariencia de naves desarboladas, a merced del oleaje de las modas o de los antojos
de sus bases, ansiosas de acomodarse a las preferencias de la opinión pública.
Hay personas que sienten la necesidad de llenar su vida con algo espiritual, pero
rechazan la posibilidad de acercarse a la Iglesia porque consideran que es un montaje
opresivo y anticuado. En bastantes ocasiones, todas esas prevenciones contra la Iglesia
se desvanecen cuando se llega a conocerla más de cerca. Cuando se ha estado lejos
mucho tiempo, es fácil haber asumido estereotipos que luego se demuestran falsos o
inexactos en cuanto se hace el esfuerzo de acercarse y observar las cosas por uno
mismo y de primera mano.
Se ve entonces que la realidad tiene unos tonos distintos. Que en la Iglesia hay
bastante más libertad de lo que pensaban. Que hay muchos sacerdotes ejemplares,
inteligentes, cultos y que hablan con brillantez. Que la liturgia tiene mayor fuerza y
atractivo de lo que creían. Que hay ciertamente un conjunto de normas morales
bastante exigentes, pero que son precisamente la mejor garantía que tiene el hombre
para alcanzar su felicidad y la de todos. Es más, el hecho de que, pese a la permisividad
actual, la Iglesia se niegue a bajar el listón ético, y no ceda a las presiones de unos y
otros, es un extraordinario motivo de admiración y atractivo. La Iglesia no quiere ni
puede hacer rebajas de fin de temporada en asuntos de moral para así atraer a las
masas, sino que continúa presentando el genuino mensaje del Evangelio. Las rebajas y
los sucedáneos cansan enseguida, y la historia está llena de cadáveres que cedieron a
la acomodación a los errores del momento y no consiguieron absolutamente nada.
Alfonso Aguiló
261
2. Balance del siglo XX y acción de la Iglesia en la Historia
Sería obstinación sectaria cerrar los ojos ante la evidencia: es indudable que ninguna
institución ha hecho tanto a lo largo de los siglos en favor de la persona humana y de
su dignidad, ninguna ha aportado tantos beneficios a las sociedades terrenas, como la
Iglesia de Cristo; y eso durante dos milenios y en todos los lugares de la tierra a donde
llegó su presencia y su acción apostólica. Nadie como la Iglesia ha sembrado la paz, el
bien y la belleza en el curso de la historia, ni está por tanto más cualificado que ella
para asumir la defensa de la dignidad humana en el mundo del tercer milenio.
“El hombre de hoy proclama la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II
tiene una conciencia cada día mayor de la dignidad de la persona humana”. Una
dignidad que deriva del hecho mismo de ser persona y que se extiende, por tanto, a
todos los hombres. Esta progresiva toma de conciencia ha de estimarse, sin duda,
como un paso adelante y un avance de la humanidad en sentido coherente con los
designios divinos. El espíritu humano percibe ahora con mayor lucidez determinados
aspectos del orden instituido por Dios en la obra de la creación, que pasaban más
inadvertidos a la mentalidad colectiva de ayer y no le impresionaban tan vivamente
como impresionan al hombre de hoy.
262
más clamoroso lo constituyeron los campos de concentración y de exterminio creados
por la Alemania nazi, donde fueron sacrificadas muchedumbres humanas: judíos,
gitanos,, cristianos... Tampoco deben olvidarse los bombardeos masivos de la aviación
aliada contra ciudades alemanas, que causaron decenas de miles de muertos en una
sola noche; o las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Es, sin duda,
bien comprensible que el hombre del final del siglo xx haya escarmentado de. los
optimismos ingenuos de la “Belle époque”, aunque haya sido a costa de pagar como
precio el sacrificio de millones de víctimas inocentes.
El siglo XXI y el tercer milenio de la Era cristiana habrán de afrontar desafíos inéditos,
cuyo alcance resulta imposible adivinar. La defensa de la vida humana, la resistencia
frente a posibles aberraciones de la ingeniería genética, la lucha contra la corrupción
en la vida pública y las clamorosas desigualdades existentes entre los hombres, el
esfuerzo por extender el acceso a los bienes de la cultura y un razonable bienestar a
todos los pueblos de la tierra, estos y otros muchos campos más serán frentes abiertos
a la generosa acción de los cristianos en el mundo. Pero desde ahora, la Iglesia ha de
luchar con denuedo en la defensa de la persona, ante la ofensiva bien programada
dirigida a degradar su dignidad hasta reducirla a un nivel infrahumano, un tenebroso
designio que persiguen tenazmente fuerzas muy poderosas. Y es preciso darse cuenta
de que está en juego la salvaguardia de la propia condición humana.
Esta misión en favor del hombre la Iglesia la ha venido cumpliendo desde los
comienzos mismos de la Era cristiana. Es cierto que en tan dilatado espacio de tiempo
ha habido miembros de la Iglesia que han cometido errores y tuvieron conductas
públicas y privadas impropias del nombre de cristianos, y que esa incoherencia entre el
Evangelio y su vida se dio incluso en jerarcas y pastores. La raíz de esos errores estuvo
de ordinario en la contaminación de mentalidades y formas de cultura prevalentes en
determinadas épocas y sociedades.
Tal fue el caso del impacto del régimen señorial de la Edad Media investiduras y
patronatos incluidos en las estructuras eclesiásticas; o de la persecución inquisitorial
de la herejía, cuando ésta era considerada el peor de los crímenes y se estimaba la
unidad religiosa como el supremo bien de una comunidad política; o, todavía, el error
del nepotismo, fruto de un desordenado extravío de los afectos familiares. Pero sería
obstinación sectaria cerrar los ojos ante la evidencia: es indudable que ninguna
institución ha hecho tanto a lo largo de los siglos en favor de la persona humana y de
su dignidad, ninguna ha aportado tantos beneficios a las sociedades terrenas, como la
263
Iglesia de Cristo; y eso durante dos milenios y en todos los lugares de la tierra a donde
llegó su presencia y su acción apostólica. Y no se olvide por otra parte que el fin
primordial de la Iglesia no es mejorar la condición del hombre en el mundo aunque a
ello haya contribuido notablemente, sino abrirle el camino que ha de conducirle a la
eterna bienaventuranza. Nadie como la Iglesia ha sembrado la paz, el bien y la belleza
en el curso de la historia, ni está por tanto más cualificado que ella para asumir la
defensa de la dignidad humana en el mundo del tercer milenio.
Precisamente por eso, ningún Poder de la tierra, sólo el Papa Juan Pablo II, ha tenido el
valor de pedir perdón públicamente en la Jornada de Perdón del Año del Gran Jubileo
del 2000 por los pecados y errores de quienes encarnaron a la Iglesia en las distintas
épocas de la historia. “El actual primer Domingo de Cuaresma dijo el Vicario de Cristo
en su homilía del 12 de marzo me ha parecido la ocasión apropiada para que la Iglesia,
reunida espiritualmente alrededor del sucesor de Pedro, implore el perdón divino por
las culpas de todos los creyentes. Perdonamos y pedimos perdón”.
Parece existir como se dice más arriba una auténtica ofensiva contra la dignidad del
hombre, sensiblemente acentuada en el último cuarto del siglo xx y que pone en juego
todos los recursos que la amplia gama de los modernos medios de comunicación social
ofrece. La meta no confesada, pero apenas disimulada, sería el rebajamiento de la
persona hasta la imagen y el rango de aquel prototipo humano qué San Pablo
denominó “hombre animal”, al que ya antes se hizo referencia (1 Cor 2, 14). Y ya se
han levantado voces en algún parlamento, pidiendo la concesión al chimpancé de
derechos semejantes a aquellos de que goza la persona. Un paso obligado en este
camino es la degradación de la sexualidad humana, que abre la puerta a una cadena de
consecuencias perversas, la primera de las cuales es la descomposición de la familia,
factor insustituible para la recta ordenación de la sociedad.
264
sentido meramente carnal de acción dirigida sobre todo a la consecución de una
satisfacción fisiológica y sensual. Es, justamente, lo contrario del verdadero amor: “el
amor hacia una persona ha escrito Juan Pablo II excluye la posibilidad de tratarla como
objeto de placer”. Y un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe resalta
que la castidad “es una virtud que hace honor al ser humano y que le capacita para un
amor verdadero, desinteresado, generoso y respetuoso con los demás” (Pers. hum.,
12).
“Dios escribió el Apóstol los abandonó a los malos deseos de sus corazones, a la
impureza con que deshonran ellos sus propios cuerpos...; los entregó a pasiones
deshonrosas, pues sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contrario a la
naturaleza, y del mismo modo los varones, dejando el uso natural de la mujer, se
abrasaron en deseos de unos por otros... Dios los entregó a un perverso sentir que les
lleva a realizar acciones indignas, colmados de toda iniquidad, malicia, avaricia,
maldad; llenos de envidia, homicidio, riñas, engaño, malignidad; chismosos,
calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de
maldades, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados”
(Rom 1, 24, 26, 30). Este era el espectáculo que ofrecía la sociedad pagana del siglo I,
cuando el Cristianismo iniciaba su andadura, a contracorriente del ambiente
dominante en un mundo, que tenía la misión de encauzar por caminos de salvación.
Es cierto que la Roma de tiempos de Cristo trató de reaccionar frente a ciertos males
muy extendidos con leyes en favor del matrimonio y la familia, como la Lex Julia de
maritandis ordinibus. Es justo también reconocer que en el mundo gentil era posible
encontrar personalidades fuera de lo común, capaces de resistir el clima dominante en
un entorno. “Soy de más categoría -escribió Lucio Anneo Séneca- y nacido para algo
más importante que para ser esclavo de mi cuerpo”. Pero se trataba de casos
excepcionales, de hombres eminentes que no se dejaban arrastrar por la conducta de
las muchedumbres altas y bajas y eran capaces de dejarse guiar por las luces de la
razón natural. Séneca pudo incluso tener algún contacto con el Cristianismo, y hay
razones suficientes para sospechar la existencia de una relación epistolar entre él y el
Apóstol San Pablo. Pero fue el Cristianismo la doctrina de Jesucristo y la existencia real
de los primeros cristianos la gran novedad que configuró el perfil de un hombre que, a
los ojos de sus contemporáneos, era a la vez igual a ellos y, sin embargo,
profundamente distinto: un hombre que, por otra parte, se presentaba ante los otros,
no como un superhombre, sino como un ejemplo para todos.
265
En efecto, los discípulos de Cristo no estaban llamados a vivir al margen de la sociedad,
como los miembros de la comunidad de “Qumran” o de la secta de los “esenios”. El
Señor había rogado por ellos al Padre: “no te pido que los saques del mundo sino que
los guardes del maligno” (lo 17, 15). La tan conocida epístola a Diogneto ofrece una
imagen fidedigna de hasta qué punto los discípulos habían cumplido la voluntad del
Maestro, y la doctrina evangélica había ya generado, en los siglos II o III, un
sorprendente fenómeno social. “Los cristianos dice la carta no se diferencian de los
demás hombres ni por su país, ni por su lengua, ni por su modo de vivir; pues no
habitan en ciudades propias, ni hablan un lenguaje insólito, ni llevan una vida
extraña... Morando en ciudades griegas o bárbaras, según a cada uno le tocó en
suerte, y siguiendo las costumbres de los naturales de cada lugar en el vestido y la
comida, presentan ante los ojos de los demás un género de vida admirable y, a los ojos
de todos, increíble”.
Por lo que toca en concreto a la moral sexual, la epístola añadía estas palabras, no
exentas de ironía: “Como todos, toman esposas y engendran hijos, pero no practican el
aborto. Tienen en común la mesa, pero no el lecho”.
Exigencia y misericordia
Las exigencias de Jesús sobre la moral personal de sus discípulos fueron severas y
alcanzan también al fuero interno de la conciencia: “todo aquel que mira a una mujer
deseándola ya cometió adulterio en su corazón”, dijo el Maestro (Mt 5, 28). La
doctrina de Cristo sobre el matrimonio y la continencia sorprendió a los Apóstoles por
su rigor (cfr. Mt 19, 112). Los requisitos exigidos a las viudas “dedicadas a Dios” en las
primeras comunidades cristianas casadas una sola vez (I Tim 9,10) o la necesidad,
según el mismo San Pablo, de que los varones llamados al presbiterado y diaconado
fueran maridos de una sola mujer constituyen una buena prueba del valor que el
primer Cristianismo atribuyó a la castidad y la continencia (I Tim 3, 1-13; Tit 1, 59). La
alabanza paulina de la virginidad (I Cor 7, 25-28) suena con parecido acento que el
“cántico nuevo” de que habla San Juan en el Apocalipsis (Apoc 14, 14).
La historia misma de la Iglesia es una hermosa epopeya que pone bien de manifiesto el
auténtico heroísmo de una incontable multitud de discípulos de Cristo, que han
encarnado en sus vidas las exigencias del Maestro. Esos cristianos que abrazaron la
castidad “por amor del Reino de los Cielos” (Mt 19, 12) y cumplieron su compromiso
de amor, los sacerdotes fieles a la ley del celibato eclesiástico siempre vigente en la
Iglesia latina, a pesar de las flaquezas y errores de algunos son un ejemplo admirable
de la más genuina dignidad humana. Lo mismo cabe decir de los esposos cristianos
que, venciendo mil dificultades, fueron a la vez capaces de guardar continencia,
cuando hizo falta, y de “no cegar las fuentes de la vida” en palabras de S. Josemaría
Escrivá, cumpliendo generosamente su misión de cooperadores de Dios en la obra de
la Creación, engendrando hijos e hijas destinados a ser ciudadanos de las sociedades
terrenas y, en la vida eterna, del Reino de Dios.
Las enseñanzas del Nuevo Testamento podrán parecer exageraciones en una época de
la historia del Primer Mundo tan hedonista y sexualizada como la actual, en que se
critica a la Iglesia por haber hecho en un pasado todavía reciente tanto hincapié sobre
266
el sexto Mandamiento de la Ley de Dios. Pero, aunque así hubiera sido, no es menos
cierto que ahora hay más riesgo de caer en el error opuesto, y que esa doctrina
cristiana, que es preciso recordar, se integra de modo coherente en el conjunto del
mensaje evangélico. Un mensaje impregnado a la vez de amor y piedad hacia los
pecadores, en el que también se dice que los publicanos y meretrices precederán en el
Reino de los cielos a los escribas y fariseos hipócritas (cfr. Mt 21, 31). Un mensaje en el
que la misericordia de Jesús reluce cuando se dejó ungir por una pecadora arrepentida
(cfr. Lc 7, 36-50) y no condena a la mujer adúltera, aunque le manda que no peque
más (cfr. Io 8, 3).
José Orlandis
Mirando la televisión francesa (se ve bien en Milán), voy a parar al mismo debate de
siempre sobre los «derechos humanos». Participa también un sacerdote, un teólogo.
En realidad, escuchándolo, parece uno de esos intelectuales transalpinos más
preocupados por su imagen de personas inteligentes y al día, que solidarios (o por lo
menos coherentes) con su Iglesia. Uno de esos que corren el riesgo de hacer de la
«ciencia de Dios» —la que Tomás de Aquino practicaba metiendo, para inspirarse, su
gran cabeza en un tabernáculo— una ideología a plasmar según los gustos de la época,
como si tuviesen ante todo un fin: obtener la aprobación («¡Bravo! ¡Bien!») de aquel
Constantino de hoy que es el tirano mediático, sin la cual le niegan a uno el sitio en las
mesas redondas.
267
Recuerdo muy bien a teólogos como el de esta noche —y los intelectuales junto a él—
ironizando sobre los «derechos puramente formales», la «libertad ilusoria», aquel
«vender humos en beneficio de la clase burguesa» que fue, en palabras de Marx, la
Declaración de 1789. ¡Cuántos católicos «modernos» teorizaban, ante la complacencia
de los medios de comunicación, que la Iglesia traicionaría la humanidad y la cita
decisiva con la historia si no se transformaba en una especie de «Sección católica de la
Internacional comunista»! ¡Cada parroquia, cada diócesis tenía que convertirse en un
soviet!
Pero el viento cambia, y los intelectuales con él, incluso los eclesiásticos. He aquí
entonces los mismos nombres, las mismas caras, con los mismos tonos perentorios,
reclamando una reorganización de la Iglesia como «Sección católica de la Internacional
liberal-masónica». En efecto (documentos en la mano), antes de ser proclamada por la
Asamblea Nacional francesa, la «Declaración de los derechos del hombre» fue
elaborada en las logias y en las «sociedades del pensar», donde —entre delantales,
paletas y triángulos— se reunía la burguesía europea «ilustrada».
Mientras que hasta hace muy poco se consideraba la Biblia entera como el manifiesto
de la justicia social y el «manual del proletario» (hasta hubo estudiosos especializados
en «nuevas lecturas del Evangelio desde el enfoque del materialismo dialéctico»),
ahora esa misma Biblia no sería otra cosa que el manual del liberal, el motivo de
inspiración para los que creen en la sociedad democrática de tipo norteuropeo.
268
difícil síntesis— con la atención por la actualidad.
Y como hoy forman parte de la actualidad aquellos «derechos del hombre» que los
masones del siglo XVIII y los funcionarios de la ONU del siglo XX quisieron proclamar,
habrá que interrogarse sobre el tema. ¿Por qué la Iglesia desconfió de ellos durante
tanto tiempo? ¿Por qué la primera encíclica que parece aceptarlos —la Pacem in terris
de 1963— se preocupa de advertir: «En algún punto estos derechos han provocado
objeciones y han sido objeto de reservas justificadas»?
Intentaremos esbozar una respuesta en los párrafos que siguen. Vamos a tratar
entonces de esclarecer el tema, tan inflado desde hace algún tiempo, de los «derechos
del hombre», tal como se entienden en la Declaración de 1789 y en la de las Naciones
Unidas de 1948.
En su significado actual, la palabra «derecho», que no existe en el latín clásico (el jus es
otra cosa), es bastante reciente. Algunos afirman que su origen no se remonta más allá
de los siglos XVI-XVII.
Inútil recordar las palabras de Pablo a los Romanos: «Todos han de someterse a las
potestades superiores; porque no hay potestad que no esté bajo Dios, y las que hay
han sido ordenadas por Dios. Por donde el que resiste a la potestad, resiste a la
ordenación de Dios; y los que resisten se hacen reos de juicio» (Rom. 13, 1-2). Según
Pablo, de manera coherente con toda la estructura bíblica, la mujer tiene obligaciones
con el hombre, el esclavo con su amo, el creyente con los responsables de la Iglesia, los
jóvenes con los ancianos; y todos las tienen el uno con el otro y con Dios.
«Yo, por mi parte, no me he aprovechado de nada de eso; ni escribo esto para que se
haga así conmigo; porque mejor me fuera morir antes que nadie me prive de esta mi
gloria.» Esto dice el apóstol en la Primera Carta a los Corintios (1 Cor. 9, 15): por lo
tanto, si alguien puede legítimamente reconocerse a sí mismo algún «derecho»,
renunciar a éste será una «gloria». En 1910, volviendo a afirmar la doctrina católica,
san Pío X escribía en una carta a los obispos de Francia: «Predicadles ardientemente
sus obligaciones tanto a los potentes como a los débiles. La cuestión social estará más
cerca de su solución cuando los unos y los otros, menos exigentes en sus derechos
respectivos, cumplan sus deberes con mayor precisión.»
269
En esta misma perspectiva, como cristiano, se encontraba Aleksandr Solzhenitsin
cuando —en el discurso que pronunció en Harvard en 1978, que convertiría en
desconfianza la simpatía que hasta entonces le había otorgado la intelligentsia
occidental— pedía a todo el mundo que «renunciara a lo que nos corresponde de
derecho», y aconsejaba «la autolimitación libremente aceptada». Y seguía así: «Ha
llegado el momento, para Occidente, de afirmar los deberes de los pueblos más que
sus derechos.» Y aún más: «No veo ninguna salvación para la humanidad fuera de la
autorrestricción de los derechos de cada individuo y de cada pueblo.» Fuente de toda
la tradición cristiana, Solzhenitsin pedía a «un mundo que sólo piensa en sus
derechos» que «volviera a descubrir el espíritu de sacrificio y el honor de servir».
En efecto, todos los autores espirituales nos dicen que el non serviam!, ¡no serviré! (y
por lo tanto «no reconozco obligaciones, sólo reivindico mis derechos») es el grito de
rebelión de Satanás contra Dios.
Tan profunda era la conciencia de ello entre los creyentes, que el abbé Grégoire, que
sin embargo fue fiel a la Revolución desde el principio y votó la «Declaración de los
derechos» en la Asamblea Nacional, pidió — pero en balde— que se elaborara una
«declaración de deberes» paralela. De espíritu religioso, incluso en su lucha contra la
Iglesia, el mismo Giuseppe Mazzini tituló su «catequismo» Los deberes del hombre:
para él tampoco podía existir libertad, ni organización social firme y duradera, sin
pasar antes por el cumplimiento del deber, del que derivaban (pero en un segundo
momento) los derechos.
Por otra parte, para dar complemento a la doctrina cristiana, no hay que olvidar (al
contrario, hay que tener siempre presente) que los deberes del hombre tienen un
enfoque preciso: y es que al hombre —a cada hombre, cualquiera que sea su sexo,
raza y condición social— se le reconoce un derecho fundamental. Es el derecho a
reconocerse hijo de Dios, creado y salvado por él, por amor gratuito; el derecho
inaudito de llamar a Dios no sólo «padre», sino incluso «papaíto», abbà. Esto lo cambia
todo, radicalmente. Tal como se ha observado: «Se trata de derechos del hombre que
hay que respetar, porque todos los hombres son hijos de Dios, mis hermanos, antes
que derechos del hombre por reivindicar.»
O, tal como dirá un gran estudioso del pensamiento católico de la tradición medieval,
Étienne Gilson: «A los cristianos les importan los derechos del hombre mucho más que
a los incrédulos, porque para éstos sólo tienen fundamento en el hombre, quien los
olvida, mientras que para los cristianos tienen fundamento en los derechos de Dios,
quien no nos permite olvidarlos.»
Cuanto hemos dicho hasta aquí (y muchísimo más se podría añadir) ayuda a entender
la actitud de la Iglesia ante la «Declaración» de 1789. Cuando, por ejemplo, se condena
con facilidad lo que sería una actitud «miope» y «cerrada» del Magisterio frente a la
irrupción de nuevas formas de organización humana, se obra una censura, se quiere
olvidar lo que, en la Biblia, suena hoy a escándalo: lo recordábamos citando las
palabras de Pablo sobre la autoridad.
270
o se deja», la Biblia también es un «bloque unitario» y hay que tener en cuenta todas
sus palabras. Ante el giro revolucionario de finales del siglo XVIII, había que
enfrentarse a una perspectiva que, por primera vez en la historia no sólo del
cristianismo, sino de toda la humanidad —siendo las demás religiones concordes, en
este aspecto, con la perspectiva cristiana— afirmaba que el origen y la legitimidad del
poder no derivaban de Dios sino del pueblo y de su voluntad, expresada por mayoría
en elecciones. Había que aceptar que la radical igualdad de naturaleza entre los
hombres (que es uno de los aspectos fundamentales de la Buena Nueva) llevaba
consigo la igualdad práctica de los derechos sociales: lo que no era admisible en una
perspectiva esencialmente «jerárquica» (o, mejor, «orgánica») como la cristiana.
Pablo, mientras anunciaba el gran mensaje según el cual ya no hay «ni judío ni griego,
ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer», también enseñaba —siendo la sociedad de los
hijos del Padre un solo cuerpo en el que cada miembro tiene su función— que hay
miembros subordinados a otros; y todos están subordinados a Cristo.
El problema era (quizás es) mucho más complejo de lo que quieren creer hoy algunos
católicos. La Iglesia no es dueña, sino guardiana y servidora de un mensaje con el que
debe confrontarse continuamente, para adecuarse a él. Y ese mensaje les parecía, a
esos hermanos nuestros en la fe, en contradicción con lo que el «mundo» (por lo
menos, el de unos intelectuales) empezaba a afirmar.
Pero también había otras objeciones que actuaban, y que quizás siguen actuando,
aunque muchos no parecen ser muy conscientes de ello. Es un tema al que volveremos
en otro apartado.
A los problemas generales (de los que hemos hablado) planteados por la «Declaración
de los derechos del hombre» de 1789 y la de 1948, otros se añadían —y se añaden—
cuando se examinan concretamente los textos.
El texto de 1789 dice: «La Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo
los auspicios del Ser Supremo, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano.
Artículo 1: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos.»
Ese «Ser Supremo» (el Dios sin cara e inaccesible en el Cielo del deísmo de los
ilustrados, el «Gran Relojero» de Voltaire, el «Gran Arquitecto del Universo» de los
masones) es la única referencia «religiosa». Pero es una reverencia puramente ritual a
Algo (más que a Alguien) que está sobre las nubes, que no tiene nada que ver con lo
que los hombres establecen autónomamente, basándose sólo en aquel libre «pacto
social» que, para Rousseau, es la única base de la convivencia humana.
Otra cosa es el Bill of Rights, aquella «Patente de derechos» proclamada doce años
antes, en 1776, por los constituyentes americanos. La Constitución de Estados Unidos
declara: «Todos los hombres han sido creados iguales y tienen unos derechos
inalienables que el Creador les otorga...». Pese al origen estrictamente masónico de
Estados Unidos (todos los padres fundadores, como Franklin o Washington, estuvieron
abiertamente afiliados a las logias, y la gran mayoría de sus presidentes lo ha estado y
lo está), el documento americano no establece el fundamento de los derechos del
hombre en la voluntad de éste, sino en el proyecto de un Dios Creador. No es
271
casualidad que ni la proclamación de independencia americana ni su Constitución
provocaron reacciones en los ambientes católicos. Y siempre fue reconocida la lealtad
patriótica de los católicos de la Federación.
Aquí también nos encontramos ante el «deber» de una fraternidad sin paternidad
común. No se dice, por lo tanto, dónde estriba este «deber», por qué hay que
respetarlo, ni se quiere decir. Es el drama de toda moral «laica»: un «¿por qué escoger
el bien en lugar del mal?» que queda sin ninguna respuesta razonable.
272
«objeciones» la principal era precisamente «la falta de fundamento ontológico»: o sea,
los derechos humanos basados exclusivamente en el terreno blando y falaz de la
buena voluntad del hombre.
Mirando al presente, ya se sabe con cuánta energía y pasión Juan Pablo II proclama
esos «derechos» en el mundo, pero su adhesión — confirmada abiertamente en
ocasión del 40° aniversario de la ONU— no está falta de críticas.
Sólo dos ejemplos. El primero, la carta del 10 de diciembre de 1980 a los obispos de
Brasil: «Los derechos del hombre sólo tienen vigor allá donde sean respetados los
derechos imprescriptibles de Dios. El compromiso para aquéllos es ilusorio, ineficaz y
poco duradero si se realiza al margen o en el olvido de éstos.»
Otro ejemplo: el discurso en Munich, el 3 de mayo de 1987: «Hoy día se habla mucho
sobre derechos del hombre. Pero no se habla de los derechos de Dios.»
Y seguía: «Los dos derechos están estrechamente vinculados. Allá donde no se respete
a Dios y su ley, el hombre tampoco puede hacer que se respeten sus derechos. Hay
que dar a Dios lo que es de Dios. Así sólo será dado al hombre lo que es del hombre.»
Como hablaba en ocasión de la beatificación de un jesuita víctima del nazismo, Juan
Pablo II continuaba: «Nosotros ya hemos comprobado claramente, también en la
conducta de los dirigentes del nacionalsocialismo, que sin Dios no existen sólidos
derechos para el hombre. Ellos despreciaron a Dios y persiguieron a sus servidores; es
así que trataron inhumanamente a los hombres.»
A propósito del nazismo, hay que decir (sin quitar nada al horror hitleriano) que en su
caso, los mismos Estados que quisieron la «Declaración» de 1948 y que hoy celebran el
segundo centenario de la de 1789, pasaron por alto el artículo 11 de la primera y el
artículo 8 de la segunda. Dice el texto de la ONU: «Nadie será condenado por acciones
u omisiones que, en el momento que se cometieron, no constituían acto delictivo
según el derecho nacional e internacional.»
Es un ejemplo más de lo que Juan Pablo II, igual que sus predecesores, recuerda:
basado exclusivamente en el hombre, todo «derecho del hombre» está en poder del
273
hombre, sufre impunemente violaciones y excepciones y puede ser manipulado según
la conveniencia política.
Tenemos la cabeza, dice Pascal, para que «busquemos las razones de los efectos». Sin
quedarnos, por lo tanto, en lo que sucede, sino interrogándonos acerca de las causas,
a menudo no tan evidentes. Un deber de lucidez —añade ese grande— que incumbe
especialmente a los cristianos, a quienes en efecto se les dijo: «Vosotros sois la sal de
la tierra...Vosotros sois la luz del mundo» (Mt. 5, 13-14).
Ahora bien, debería estar claro que las «razones» de muchos «efectos» que ocurren
fuera y dentro de la Iglesia están en pocas, pero decisivas, palabras. La «Declaración de
los derechos del hombre» de 1789 proclama en el artículo 3: «El principio de toda
soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede
ejercer una autoridad que no derive expresamente de ella.» Y, en el artículo 6: «La ley
es la expresión de la voluntad general.»
Según hemos visto ya en tres «capítulos», estas dos «Declaraciones» representan casi
la Biblia de una nueva religión: la religión del hombre, donde todos podrían —mejor,
deberían— converger. Una base común para creyentes y no creyentes, para construir
juntos una sociedad diferente y mejor.
Pero todavía no hemos hablado —salvo algunas anticipaciones— del motivo principal
por el cual el pensamiento cristiano (y especialmente católico) se ha resistido durante
tanto tiempo a aceptar en su conjunto y sin reservas «Declaraciones» como las de la
Revolución francesa y de las Naciones Unidas. En ellas, en efecto, se considera
ilegítima y arbitraria cualquier autoridad que no derive expresamente del pueblo a
través del voto. La lógica de los artículos citados (que son el punto central de esos
textos, el principio unificador de todo moderno «derecho del hombre») rechaza
cualquier autoridad que no sea legitimada por elecciones libres, periódicas,
universales. Hay que oponerse, por lo tanto, a lo que no es «democrático» en este
sentido.
Pero en todas las sociedades humanas, de cualquier época y cualquier país, existen
autoridades «naturales» que no derivan del artificio de elecciones: la familia, por
ejemplo, donde los padres no son elegidos por los hijos, y, sin embargo, legítimamente
pretenden autoridad sobre ellos. La escuela, donde el maestro ejerce una autoridad
que no deriva del sufragio de los alumnos. La misma patria, que no es fruto de libre
elección, sino de un «destino» (nacer aquí y no allá); y, sin embargo, incluso las
constituciones más avanzadas le otorgan tal autoridad, que nos puede pedir hasta el
sacrificio de la vida en su defensa. En efecto, a partir de 1789 —y de manera cada vez
más acelerada desde 1948— la lógica de la «democratización» de todo y a toda costa
ha llegado a afectar a estas realidades, provocando actitudes de oposición a la
274
autoridad de la familia, de la escuela, de la patria y de todo lo que no deriva de
sufragio universal.
Pero entre estas realidades «no democráticas» estaba y está sobre todo la Iglesia, con
su pretensión fundamental: una autoridad, la suya, que no viene de abajo, del «cuerpo
electoral», sino de arriba, de Dios, de la Revelación en carne y palabras, que es Cristo.
Tanto es así, que un año después de proclamar los «derechos del hombre», la
Revolución, con la «Constitución civil del clero» de 1790, reorganizaba la Iglesia según
los principios «democráticos», los únicos principios legítimos: supresión de las órdenes
religiosas (consideradas contrarias a los derechos humanos) y elección de párrocos y
obispos, hecha por todo el cuerpo electoral, incluidos, por lo tanto, no católicos y
ateos. Luego, cuando las tropas francesas ocuparon Roma, en seguida abolieron el
papado, que era «un poder arbitrario, por no derivar del sufragio universal».
Ninguna religión es «democrática», obviamente (no hay votación sobre Dios, si existe o
no; sobre las obligaciones y deberes que, según la fe, Él impone a los hombres). Menos
«democrático» aún el cristianismo, según el cual el hombre ha sido creado por
indiscutible voluntad de Dios. El cual, luego, eligió a un pueblo para imponerle una ley
que no había sido concordada ni legitimada por elecciones: no era una «Declaración de
derechos», sino aquella «Declaración de deberes del hombre» que es el Decálogo.
Jesús es justo el contrario de un «elegido por el pueblo»: «Por Él el mundo había sido
hecho, y el mundo no lo conoció»; «Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron» (Jn.
1, 10-11). Pilatos propuso una especie de referéndum «democrático» a una
representación del pueblo, reunido con sus jefes: el resultado fue negativo para el
candidato, eliminado por mayoría en beneficio de Barrabás. Jesús, sometido a libres
elecciones, no habría aprobado los «exámenes de Mesías» ni siquiera entre sus
discípulos, tan contrarios a su destino que el «portavoz de la base», Pedro, es dura-
mente reprochado «porque no siente las cosas de Dios, sino las de los hombres» (Mt.
16, 23). La «Constitución» del cristiano, el «discurso de la montaña», no la pide el
pueblo —que, al contrario, se desconcierta frente a ella—, sino que se le propone con
un acto unilateral.
Hacen falta lucidez y coherencia: existe, en todas las cosas (lo repetimos), una relación
275
de causa y efecto que parece ignorar, en cambio, quien con ligereza piensa poder
abrazarlo todo y el contrario de todo.
Vittorio Messori
276
VIII. IGLESIA Y CIENCIA
A) CIENCIA Y FE
277
antiguas fue simultáneamente reconstruida, asimilada y puesta a prueba. A medida
que iban siendo descubiertos sus puntos débiles, éstos se convertían de inmediato en
focos de las primeras investigaciones operativas en el mundo moderno. Todas las
nuevas teorías científicas de los siglos XVI y XVII tienen su origen en los jirones del
pensamiento de Aristóteles desgarrados por la crítica escolástica. La mayor parte de
estas teorías contiene asimismo conceptos claves creados por la ciencia escolástica.
Más importante aún que tales conceptos es la posición de espíritu que los científicos
modernos han heredado de sus predecesores medievales: una fe ilimitada en el poder
de la razón humana para resolver los problemas de la naturaleza. Tal como ha
remarcado Whitehead, “la fe en las posibilidades de la ciencia, engendrada con
anterioridad al desarrollo de la teoría científica moderna, es un derivado inconsciente
de la teología medieval”. (KUHN, Thomas, The Copernican Revolution. Planetary
Astronomy in the Development of Western Thought (Harvard University Press,
Cambridge, Massachussetts, 1957), p. 122. [La revolución copernicana. La astronomía
planetaria en el desarrollo del pensamiento occidental, Ariel, Barcelona, 1978, pp. 170-
171].
Mariano Artigas
278
padres de la cosmología física contemporánea, que era también sacerdote (1). “Nada
en mi trabajo, nada de lo que aprendí en mis estudios científicos o religiosos me hizo
modificar este punto de vista. No tengo que superar ningún conflicto. La ciencia no
quebrantó mi fe y la religión nunca me llevó a interrogarme sobre las conclusiones a
las que llegaba por métodos científicos”.
Otros partidarios de este modelo adoptan una postura diferente. Según el “principio
NOMA” (Non-Overlapping Magisteria —magisterios no superpuestos) invocado por el
paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould, las ciencias y las religiones son
magisterios que imparten conocimientos, tales que no se invaden unos a otros, pero
no por ello se encuentran absolutamente separados. Permiten un diálogo continuo.
Gould utiliza la metáfora del agua y el aceite. Esos dos elementos no se mezclan, pero
su contacto es íntimo.
Error, replican los adeptos de un segundo modelo, llamado “concordista”: los datos
científicos pueden servir directamente a la teología. Conceptos de los dos ámbitos
pueden corresponder –concordar– por pares. Así, entre el Big Bang y la Creación hay
una interacción fructífera. Pero este modelo plantea numerosos interrogantes.
La variante del “concordismo” -llamada del “Dios comodín”- cae de lleno en este error.
Ejemplo: como los científicos no tienen una teoría de la gravitación cuántica para
describir la evolución del universo en los primeros instantes que siguieron al Big Bang,
se la atribuye a la creación divina. Ahora bien, Dios no aporta aquí ningún elemento de
explicación; pasa a ser una mera causa física inmersa en otras causas físicas. Pero Dios
no es una causa de orden físico.
El “discordismo” evita este escollo a la vez que permite un diálogo sereno y respetuoso
entre científicos y teólogos, negándose a recurrir a los saberes de uno de estos
ámbitos para hacer avanzar al otro. Sin embargo, ¿no existe el riesgo de que la
separación sea demasiado tajante, hasta el punto de privar a unos y otros de
elementos útiles para su propia reflexión?
De ahí que surja un tercer modelo que, contrariamente al “concordismo”; rechaza toda
fusión entre ciencias y teologías pero establece un diálogo indirecto entre ellas, gracias
a la mediación que ofrece una tercera disciplina, la filosofía en sentido amplio.
279
Por su parte, los filósofos pueden recurrir a las diversas tradiciones religiosas para dar
respuestas adecuadas. Éstas sirven al científico no para avanzar en sus investigaciones
en sentido estricto, sino para ayudarlo a resolver las preguntas que todo ser humano
se plantea. Y, sobre todo, las teologías pueden aprovechar a su vez el trabajo filosófico
suscitado y fecundado por las ciencias. Esta trayectoria de las ciencias hacia las
teologías es fruto de una labor que ha de reanudarse constantemente en función del
progreso de los conocimientos científicos. En una primera etapa, este traslado suscita
interrogantes y, en una segunda etapa, brinda respuestas filosóficas confrontadas con
las teologías.
Volvamos al ejemplo del Big Bang. Un científico “concordista” podría afirmar que no es
más que la creación del mundo, en sentido teológico. Ahora bien, esa afirmación no
sería científicamente legítima: la física sólo se basa en causas naturales mientras que la
creación, en sentido teológico, significa una intervención divina no física, sino “meta-
física”.
Así pues, para unos, ciencias y religiones son amigos inseparables pero profundamente
diferentes; para otros, amigos cuyos lazos sólo existen gracias a la intervención de un
tercero “en discordia”; para otros aún, amigos que son auténticos mellizos; y, por
último, dos individuos a los que no une ninguna amistad, ya que nunca se encuentran.
Relaciones, pues, que van de la fusión a la fisión.
Dominique Lambert
280
3. Los científicos y Dios
Señala Lewis que "las personas que creen en Dios pueden dividirse según la clase de
Dios en el que creen". Dios está más allá del bien y el mal para panteístas y hindúes,
para quienes el universo es casi dios o una parte de dios. Por el contrario, Dios es
bueno y justo y ama el amor y rechaza el odio, para mahometanos, judíos y cristianos,
281
quienes piensan que Dios, de alguna forma, toma partido, puesto que diseñó y creó el
universo. Y más allá aún, los cristianos confesamos que Dios, por amor al hombre, se
hizo Hombre y dio su vida y resucitó hace 2000 años. Es lógico, por tanto, que entre los
científicos, precisamente en razón de sus creencias, falte también unanimidad en lo
que se refiere a la postura personal ante el misterio a cuyo abismo la ciencia les
conduce a asomarse. Podríamos decir que hay un grupo de científicos que miran al
mundo y no ven más que mecanismos y procesos, nada digno de extrañeza; profesan
un materialismo científico que se opone a la transcendencia, a la existencia de un
Creador. Para Carl Sagan, por ejemplo, "desde que el nacimiento del universo puede ser
explicado por medio de las leyes de la física, un supuesto Dios creador se ha quedado
sin trabajo que hacer", o para Roger Penrose, Dios es simplemente una "hipótesis
innecesaria" (cfr.n. 2). A pesar del hecho de que la admiración por la coherencia y
armonía de la realidad es muy fuerte, incluso para quienes no le encuentran sentido,
las explicaciones de la ciencia aparecen para algunos como suficientes, y en cierta
medida ocupa ese lugar, esencial para cada hombre, de la experiencia religiosa; como
ha escrito Steven Weinberg, Premio Nobel de Física de 1979, "el esfuerzo por entender
el universo es una de las muy escasas cosas que eleva la vida humana un poco por
encima del nivel de la farsa y le confiere algo de la gracia de la tragedia”. Por el
contrario, otros muchos cultivadores de las ciencias experimentales, al mirar al mundo,
son atraídos o arrebatados por el misterio, se preguntan por el porqué último, y así la
ciencia lejos de distraerles de la farsa de la vida les deja abierta la puerta a la
experiencia religiosa. Incluso con indiferencia hacia la fe en un Dios Creador, son
conscientes de que la ciencia no tiene el porqué del origen de la naturaleza. El físico
Paul Davies afirma que pertenece "al grupo de científicos que no suscriben ninguna
religión convencional, pero que niegan que el universo sea un accidente incuestionable.
Creo que el cosmos está ensamblado en una dosis de ingenio tan sorprendente que no
puedo aceptarlo simplemente como un hecho brutal. Ha de haber un nivel más
profundo de explicación. Si uno quiere llamar Dios a ese nivel es una cuestión de gusto
y de definición" (cfr. n. 2). Como declara el astrónomo Allan Sandage "sólo a través de
lo sobrenatural se puede explicar el misterio de la existencia del universo... he sido toda
la vida un ateo práctico pero mi carrera científica me ha conducido a la conclusión
inevitable de que el mundo es demasiado complicado como para que la ciencia por sí
sola pueda explicarlo" (cfr. n. 2). Para muchos de ellos la ciencia, bien entendida,
acerca al hombre a Dios, puesto que les permite conocer mejor su obra; afirma el físico
católico Charles Towns, Premio Nobel de 1964 por descubrir los principios del láser,
que "los recientes hallazgos sobre el universo encajan a la perfección en una idea de
Dios creador, en forma de una inteligencia superior, que se ha encarnado en las leyes
naturales".
282
respuestas personales dependen, en gran medida, no tanto de los datos conocidos por
las ciencias sino de la filosofía que sirve de matriz intelectual para la interpretación de
esos datos.
El gesto de Juan Pablo II de reconocer y pedir, con toda sinceridad, perdón por los
errores cometidos en el proceso a Galileo está relacionado con el cambio actual de la
imagen de las relaciones de la fe cristiana y la ciencia. Ciertamente la mitificación de
este caso había llevado a muchos científicos de buena fe al convencimiento de la
existencia de incompatibilidades. La Iglesia ha demostrado así, una vez más, su respeto
a la autonomía de las diversidad de formas de conocimiento y ha mostrado su
confianza en la pluralidad del método intelectual. La cuestión es ahora si la ciencia
también está dispuesta a hacerlo. “El reto del siglo XXI —sugería con ese motivo Juan
Pablo II— es que las ciencias experimentales se comprometan a sostener una
perspectiva genuinamente humanística, en la que la plena verdad de la condición
humana, incluida la dimensión espiritual de la experiencia, entrara en diálogo con el
mayor misterio del universo: el misterio que es cada vida humana”. Asimismo, con
ocasión del Jubileo del año 2000, científicos, filósofos, etc. —los que ejercen la
actividad intelectual en la búsqueda de la verdad de manera racional y metódica— han
sido convocados a pedir perdón por los abusos del pasado; y la Iglesia lo hará a su vez
por aquellas ocasiones, en que sus hijos han violado la legítima autonomía de la
ciencia. La religión...—señalaba Poupard comentando este encuentro— puede
purificar la ciencia de la idolatría del cientificismo... La ciencia tiene necesidad de
recuperar su dimensión sapiencial, es decir, una ciencia aliada con la conciencia para
que el trinomio ciencia-tecnología-conciencia esté al servicio del auténtico bien del
hombre, de todo hombre y de todos los hombres... La presencia de científicos de todo el
mundo, varios de los cuales han recibido el Premio Nobel, será el mejor testimonio de la
compatibilidad entre ciencia y fe.
El conocimiento del mundo, por sí mismo, se convierte en una revelación natural capaz
de llevar al reconocimiento de Dios en su condición de Ser infinito y omnipotente,
implicado en el origen del universo, e incluso exigido por la misma existencia de la
naturaleza. Si se elabora adecuadamente este conocimiento de Dios puede dar noticia
sobre su condición inteligente y libre, lo cual llevaría a entender a Dios como persona.
Algunas religiones, las naturales, no parten de una revelación de Dios; son las antiguas
y viejas religiones paganas, que no han llegado a un conocimiento de lo divino más que
como clave del mundo." Las religiones antinaturales, como el Hinduismo y el
Estoicismo, son aquellas en las que las cosas naturales se dan de lado: el fin es el
Nirvana, la apatía, la espiritualidad negativa. Las religiones naturales afirman,
sencillamente, los deseos. Las religiones antinaturales se limitan a oponerse a ellos. Las
religiones naturales sancionan de nuevo lo que hemos pensado siempre sobre el
universo en los momentos de salud ruda y de brutalidad jovial. Las religiones
antinaturales repiten, simplemente, lo que hemos pensado sobre el universo en estados
de ánimo de cansancio o fragilidad o compasión”.
283
Una forma de expresar lo originario, común incluso a la religiosidad pagana, es la idea
de la paternidad divina. La atribución de paternidad a Dios se sirve de una realidad
natural —la paternidad tal como el hombre la vive y la entiende: de un vivir que no
dispone de su propio comienzo— para descubrir y hacer presente una realidad de otro
orden: lo supremo, el misterio, lo divino. El dios padre, de las religiones naturales, —
origen simbólico de los dioses y de los hombres y del mundo— no pretende ni trata de
dar una explicación a ese origen al modo de las ciencias experimentales; no tiene una
explicación que aportar, más bien es la propia ciencia la que aporta el conocimiento
del mundo; así el Dalai Lama reconocía en Harvard (cfr. n. 2) que "a los pensadores
budistas nos parece sumamente beneficioso incorporar ideas de diversos campos
científicos, como la mecánica cuántica y la neurobiología, donde existen elementos
muy fuertes de incertidumbre y no esencialidad". Por otra parte, la idea de Dios como
padre tampoco aparece en primer plano en el Corán. El islamismo subraya la
trascendencia de Dios, pero bajo la forma de una voluntad arbitraria que se impone
incondicionalmente al hombre; no se da una relación personal, sino sólo de sumisión y
entrega confiadas. Alá no ofrece explicación del porqué de la creación. "Mi fe es poco
importante para mi ciencia”, señala el fervoroso musulmán pakistaní Abdus Salam, que
compartió con Steven Weinberg el Premio Nobel de Física de 1979; confiesa que se
sintió guiado por la armonía matemática y estimulado por el Corán, que contiene 750
versículos exhortando a los creyentes a estudiar la naturaleza como un mandato de
Dios.
284
hombre, y que se sabe la religión de la verdad. Son la revelación y la fe cristiana, en
definitiva, las que miden la verdad alcanzable y alcanzada por las ciencias.
En la actualidad, para algunos científicos no existe un plan en el universo que exija una
Inteligencia creadora. Sin embargo, cada vez más científicos creen que el Big Bang,
lejos de haber "mandado al paro al Creador", es una evidencia de que el cosmos ha
nacido con un diseño y un propósito determinado. No parece posible a la ciencia
funcionar con sólo el azar. Y mucho menos parece posible que el universo pueda
crearse a sí mismo. Stephen Hawking posiblemente representa el esfuerzo más intenso
dirigido a explicar cómo el universo se crea a sí mismo; su teoría defiende que lo habría
hecho siguiendo las leyes de la teoría cuántica: una enorme, ingente y descomunal
fluctuación cuántica del espacio vacío, del que la materia apareció espontáneamente
por azar, como más tarde la vida y todo el universo, obedeciendo a un principio de
auto-coherencia. Obviamente, desde la misma física se ha contestado esta hipótesis de
un universo autocreador; quizá la principal dificultad que se le plantea, desde éste
ámbito, es que no está claro que la teoría cuántica, desarrollada para partículas
submicroscópicas, se pueda aplicar al universo en su totalidad. Y además, como mucho
antes señalara Lewis, "las leyes de la naturaleza no han producido un solo
acontecimiento en toda la historia del universo. Las leyes son la norma a la que los
acontecimientos deben ajustarse, siempre que puedan ser movidos a ocurrir... Pero su
origen debe buscarse en otro sitio...La corriente de acontecimientos tiene un principio o
no lo tiene. Si lo tiene, nos encaramos con algo semejante a la creación. Si no lo tiene,
nos enfrentamos con un impulso eterno opaco por su misma naturaleza al
pensamiento científico. La ciencia, cuando alcance el estado de perfección, habrá
explicado la conexión entre cada eslabón de la cadena y el eslabón anterior a ella. Pero
la existencia real de la cadena seguirá siendo completamente inexplicable”. En cierto
sentido, podríamos afirmar que la ciencia contemporánea se ha acercado a la doctrina
cristiana y se ha separado de las formas clásicas de materialismo. Si algo aparece con
claridad en la física moderna es que la naturaleza no es eterna. El universo tuvo un
comienzo y tendrá un fin. El propio Hawking, entrevistado por Sue Lawley, periodista
de la BBC, contesta a la pregunta acerca de si su modelo no deja ningún lugar para
Dios, que este "no dice nada sobre si Dios existe o no, sólo que no es arbitrario", porque
afirma "la manera en que empezó el universo está determinada por las leyes de la
física... lo que mi obra ha mostrado es que hay que decir que el modo en que empezó el
universo fue el capricho personal de Dios. Pero —le pregunta la entrevistadora— aún
queda la cuestión: ¿Porqué se molesta en existir el universo? A lo que Hawking
responde: Si Ud. quiere, puede definir a Dios como la respuesta a esta pregunta”.
La imagen del mundo desde la que el científico mira a la realidad condiciona su camino
de acceso al conocimiento de Dios. Se puede afirmar que, desde la antigüedad clásica
hasta la segunda mitad del siglo XX, la visión la da la Física. La imagen de Dios es la del
gran artífice de una inmensa maquinaria —"primer principio", "motor inmóvil", "causa
primera"—; desde el mecanicismo imperante se ve a Dios al modo deísta: como un
creador que crea y deja a sus criaturas a su" necesidad interna". Es la causa eficiente y
no la final la que tiene la primacía. Como afirma Núñez de Castro, " No era fácil para un
285
investigador de la naturaleza del siglo XIX oponerse a las teorías materialistas y
guardar la fe en un Dios personal y en la dignidad del hombre". Aunque lógicamente
algunos lo lograron. Ahora bien, en los últimos decenios, con el avance de la Biología
se conocen aspectos nuevos y aparece con ellos una nueva mentalidad, donde tanto la
emergencia—el surgimiento de lo nuevo desde otra realidad anterior—a lo largo del
proceso evolutivo, como la finalidad de los seres vivos —el hecho de tener un
proyecto, el proyecto de vivir, que da a los componentes del organismo una unidad de
función y sentido biológico—configuran una nueva imagen del mundo. Tres
descubrimientos bioquímicos importantes de la segunda mitad del siglo XX muestran
que las bases mismas de la vida se expresan mediante leyes físico químicas: a) el
norteamericano James Watson y el inglés Francis Crick (que reciben el Premio Nobel
en 1962) describen la estructura de la molécula de DNA que contiene la información
genética; b) los franceses Jacques Monod y François Jacob (comparten el Premio Nobel
en 1965) demuestran la existencia del mRNA y dan con la clave del proceso de
regulación de la expresión de los genes y c) Severo Ochoa que descubre el proceso de
síntesis del RNA y Arthur Kornberg el de síntesis del DNA y reciben juntos el Premio
Nobel de 1959. Nace un mecanicismo biológico en gran medida alentado por los
planteamientos de Monod con su total y sistemática negación de toda interpretación
que se base en causas finales y trate de dar razón de un proyecto; por los
planteamientos de Crick con sus afirmaciones de que un neurobiólogo moderno no ve
necesidad alguna de tener un concepto religioso del alma para explicar el
comportamiento de los humanos y de otros animales...puesto que los hombres "con sus
alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propio sentido de la identidad
personal y su libre voluntad, no son más que el comportamiento de un vasto conjunto
de células nerviosas y de moléculas asociadas" y por las ampliamente expuestas dudas
de Ochoa acerca de la existencia de Dios.
286
No obstante muchos científicos perciben actualmente con claridad que las
explicaciones de la evolución ofrecen pistas sobre la Creación que lejos de negarla
cooperan a una comprensión más plena del designio de Dios Padre Creador sobre los
hombres. Francisco J. Ayala, el más conocido darwinista, defiende que "la moral es
humana... nuestra naturaleza biológica puede predisponernos a aceptar ciertos
preceptos morales, pero no nos obliga a aceptarlos ni a que nos comportemos según
ellos... no están determinadas por los procesos biológicos". El Premio Nobel de Física
de 1977, Mott, afirma que "ni la ciencia ni la psicología podrán explicar nunca la
conciencia humana, es decir el conocimiento inmediato del yo íntimo, del estar vivo, de
las sensaciones o de los propios actos, porque es algo que está fuera y más allá del
física y de la química . Quizá el esfuerzo más notable para dar razón desde la ciencia —
desde la física cuántica, en concreto— de la existencia del alma espiritual, creada por
Dios, se deba al Premio Nobel de Medicina de 1963, Sir Jonh Eccles. Afirma que "el
misterio humano lo ha degradado increíblemente el reduccionismo científico, con sus
pretensiones de un materialismo prometedor de explicar todo el mundo espiritual en
términos de patrones de actividad eléctrica neuronal. Esta creencia tiene que
clasificarse como superstición”. De acuerdo también con Chet Raymo los avances
científicos no nos hacen perder la capacidad de sorprendernos por el misterio:
"nuestra pretensión de encontrarnos con lo Absoluto va de la mano de nuestra
búsqueda de respuestas. Somos científicos peregrinos, encaramados al pretil de la
eternidad, curiosos y atentos" (cfr. n. 2).
Ni la ciencia por su lado, ni la filosofía por el suyo, se bastan en la lucha de la razón por
alcanzar la verdad acerca del hombre; el pensamiento se enriquece con la
profundización de la fe, porque se le abren nuevos horizontes y no cabe duda de que
las grandes filosofías han recibido siempre de la tradición religiosa luces y
orientaciones. Pienso que la ciencia actual tiene la necesidad imperiosa de entrar en
diálogo con una filosofía capaz de estar de un lado atenta a los conocimientos
empíricos que se van alcanzando en las diversas ciencias, y de otro al mensaje de la
Biblia como fuente de conocimiento. Algunas cuestiones parecen aguardar, cabría
decir que con impaciencia, este diálogo.
287
real que fluye inacabada y en sí misma perfectible— no se compagina fácilmente con
la imagen del Dios "artífice", autor del diseño inteligente del cosmos, cuya lógica dicta,
por ejemplo, las leyes que rigen las trayectorias que necesariamente siguen los astros
o las leyes de la tendencia necesaria al equilibrio termodinámico de los procesos del
mundo inerte. Pero la lógica propia de los seres vivos no es ni mecanicista ni plena y
necesariamente determinista. Vivir exige mantenerse —a base de un continuo
intercambio de materia y energía, de fluctuaciones, reconocimientos y "decisiones"—
alejado de ese equilibrio porque alcanzarlo es morir. La lógica de lo vivo combina azar
y determinación para alcanzar su fin de vivir y de innovar. Cuando la emergencia no es
pura emergencia, no es puro azar, sino que converge con la finalidad, lo nuevo no es
cualquier tipo de "cosa nueva"; no es fruto de un proceso ciego sino de un proceso,
que sin estar prefigurado, sí está orientado y tiene una dirección. Pienso que los
problemas religiosos, el ateísmo cientificista de un Darwin, incluso de un Monod, son
problemas personales de enfrentamiento entre sus intuiciones científicas y su pobre e
insuficiente imagen religiosa de Dios Creador. Sin embargo, la selección natural, la
contribución imprevisible del azar al orden, las fluctuaciones deterministas del caos
lejos de ser explicaciones “ateas”, abocan más bien al misterio, y ofrecen una visión
capaz de abrir paso hacia el Dios desconocido "el que a todos da la vida”, que se reveló
como el Dios vivo, y del cual San Pablo promete hablar a los atenienses en el
Areópago. Al Dios a quien Cristo llama Padre. El Dios que va teniendo interlocutores
personales y va guiando, con la cooperación humana, la creación completa hacia su
consumación. Dios no es ni el "gran relojero", ni "juega con los dados truncados", ni
interviene, una y otra vez determinando una y sólo una de las múltiples posibilidades
que produce la indeterminación azarosa, ni es un hacedor que esté continuamente
intentando reconducir, desde fuera de sus criaturas, el camino equivocado que en su
"libertad de movimiento" han tomado; la propia ciencia ha zarandeado el dogma del
"azar creador". Una visión de este tipo —desafortunadamente demasiado frecuente—
lleva a algunos creyentes al fundamentalismo creacionista o a un cierto temor e
incluso rechazo de todo descubrimiento que implique azar e indeterminación. Sin
embargo, el Dios que se revela en el relato del Génesis es un Dios que dice ¡Hágase o
hagamos!, deja hacerse y al mirar a sus criaturas ve que es bueno cuanto ha creado. El
Dios, que nos revela Cristo, es el Padre de la parábola del hijo prodigo, que otorga
libertad, incluso la de marcharse fuera del único ámbito en que la plenitud de vida le
está asegurada. El Dios vivo, que elige y hace alianzas, que ha dispuesto todo lo que
existe para que cada ser humano pueda entrar libremente en diálogo con Él, que le
promete vida eterna y se declara su Padre, no puede ser excluido ni ignorado en las
explicaciones que pretendan dar cuenta de la innovación y el continuo renacer vital.
La segunda cuestión trata de dar razón de la unidad materia-espíritu del ser humano.
Como nos enseña la revelación en el origen de cada persona, a diferencia del comienzo
de la vida de cualquier otro mamífero no-humano, radica en la alianza de la acción
creadora de Dios de un alma individual con la generación por parte de los padres que
aportan con la fecundación, el patrimonio genético dispuesto a dar comienzo al vivir
de un nuevo ser humano. El comienzo de una nueva vida humana, que tiene su origen
en el acto creador directo por parte de Dios que le pone en la existencia, supone que
cada alma creada asume su mensaje genético correspondiente, como una unidad; son
co-principios. De esta manera el resultado de la procreación es la persona del hijo. Con
288
la creación del alma Dios hace al hombre capaz de relación con Él y con ello de relación
con los otros hombres y con el mundo. Le hace ser libre, con la misma "lógica" de
apertura del espíritu, no cerrado en su biología: un organismo biológicamente
indeterminado, con inespecificidad fisiológica, con pobreza de instintos, un cerebro
con una gran plasticidad neuronal, etc. Un ser con aprendizaje cultural, con técnica,
con lenguaje, capaz de marcarse fines a sí mismo. Tal vez una de las más importantes
tareas de los científicos cristianos —para quienes la inteligibilidad del hombre, y con
ella la del mundo, no es una pretensión vana puesto que Dios se ha hecho Hombre—
sea pensar la biología humana en clave no sólo biológica sino antropológica. En diálogo
con la filosofía, tratar de comprender y dar razón de las claves de esa perfecta
correspondencia cuerpo-alma del ser humano.
Religión y Bioética
La seriedad moral ha sido característica indiscutible del cristianismo; sólo las exigencias
del Dios único, en relación con la vida del hombre, corresponde a lo que “es bueno por
naturaleza” (Romanos 2, 14 y ss.). Sin embargo, las relación de conflicto o de armonía
entre la religión y las ciencias se presentan también en lo que se refiere a la fuente y
origen de normas morales. Clifton Way afirma que se ha producido, en los últimos
decenios, el intento de tomar la ética, especialmente la bioética, como sucedáneo de
la religión: si como define el Diccionario de Webster —señala Way— la religión es un
sistema de creencias que reconoce a Dios como autoridad y que reúne a sus miembros
en una comunidad que sigue unas normas de conducta o de moralidad,...una religión
sucedáneo vendría a ser como un conjunto de directrices de conducta y de creencias
que sustituye la tradicional fe en Dios por un conjunto de valores que no toman en
consideración que Dios exista". Precisamente, uno de los postulados del cientifismo,
derivado de su pretensión de ser el único conocimiento seguro, es presentar la ciencia
y las nuevas tecnologías como las únicas fuentes capaces de guiar la toma de
decisiones, sin tabúes ni dogmatismo religioso, acerca de las aplicaciones de la ciencia
y de manera especial a las aplicaciones que relacionadas con el comienzo, la
conservación y la terminación de la vida humana. Para algunos incluso los
conocimientos aportados por el descifrado del mapa genético humano aportaran la
clave para comprender y definir la naturaleza humana, y lo bueno y lo malo; para otros
las biotecnologías, que han abierto las posibilidad de fecundar artificialmente, de
poder intervenir en el patrimonio genético, y que abrirán la clonación de seres
humanos, son pasos que permitirán hacer dioses a los hombres. Sin embargo, para
muchos es obvio que la ciencia en sí, más aún una ciencia que intenta negar la
existencia de un sentido en la realidad, es de suyo incapaz de aportar una racionalidad
ética.
El Premio Nobel antes citado James D. Watson declara, en una entrevista publicada en
el diario italiano «Il Messaggero»: “No creemos equívocos. La genética no podrá
consentirnos el control de nuestro destino... Podemos estar programados
genéticamente para tener una larga existencia y acabar víctimas de un accidente de
tráfico... El «destino» es un problema muy amplio. Pero es indiscutible que el
conocimiento de nuestro patrimonio genético tendrá una importancia grande y nos
ayudará a combatir a tiempo muchos males terribles que pueden amenazar nuestra
289
existencia”. Realmente las aplicaciones de los conocimientos científicos pueden ser
una ayuda insustituible para solucionar muchas de las necesidades de los hombres de
hoy. Como comenta el prestigioso físico Freeman J. Dyson —que recibió el Premio
Templeton para el progreso de la Religión del 2000— "para sacar de la pobreza a los
países pobres y a las personas pobres de los países ricos, para darles la oportunidad de
una vida digna, la tecnología no es suficiente... Ciencia y religión deben trabajar juntas
para acabar con las inmensas desigualdades del mundo moderno". Y el entonces
cardenal Josepf Ratzinger advertía que la amenaza más peligrosa de la biotectonogía
hoy —cuando nos convierte en meros productos de laboratorio— es hacernos perder
el sentido de la paternidad y con ello la imagen de Dios como Padre: "la paternidad
humana nos ofrece una anticipación de lo que es Él. Pero cuando no existe esa
paternidad, cuando se experimenta sólo como fenómeno biológico, sin su dimensión
humana y espiritual, toda afirmación sobre Dios Padre queda vacía”.
La racionalidad de la naturaleza
Nadie cree hoy en día que la ciencia pueda solucionar todos los problemas. El
cientificismo optimista es una reliquia de museo. Encontramos un claro ejemplo de
esta situación en Paul Davies, quien después de escribir en su último libro: «siempre he
deseado creer que la ciencia puede explicar todo, al menos en principio», añade:
«pero incluso si se descartan los sucesos sobrenaturales, no está claro, a pesar de
todo, que la ciencia pueda explicar todo en el universo físico. Permanece el viejo
problema acerca del final de la cadena de explicaciones. Por mucho éxito que puedan
tener nuestras explicaciones científicas, siempre incluyen algunos supuestos en su
punto de partida... Por tanto, las cuestiones últimas siempre permanecerán más allá
del alcance de la ciencia empírica». La cita es especialmente significativa si se tiene en
cuenta que Davies, físico y autor de veinte libros que han alcanzado amplia audiencia,
no admite la existencia de un Dios personal, y en uno de sus anteriores libros afirmaba
que la ciencia proporciona un camino hacia Dios más seguro que el de la religión.
290
La alusión a los supuestos de la ciencia es importante, y Davies la desarrolla con mayor
amplitud en los siguientes términos: «El éxito del método científico para descubrir los
secretos de la naturaleza es tan sorprendente que puede impedirnos advertir el
milagro mayor de todos: que la ciencia funciona. Incluso los científicos normalmente
dan por supuesto que vivimos en un cosmos racional y ordenado, sujeto a leyes
precisas que pueden ser descubiertas por el razonamiento humano. Sin embargo, por
qué esto es así continúa siendo un atormentador misterio... El hecho de que la ciencia
funcione, y funcione tan bien, apunta hacia algo profundamente significativo acerca de
la organización del cosmos». Davies tiene razón. Entonces, la pregunta siguiente que
debemos hacernos es: ¿hacia dónde apunta el éxito de la ciencia?
Davies afirma que la ciencia se apoya sobre «un supuesto crucial: que el mundo es a la
vez racional e inteligible... Toda la empresa científica está construida sobre la
suposición de la racionalidad de la naturaleza». Y añade: «Concedo que no se puede
probar que el mundo es racional. Ciertamente es posible que, en su nivel más
profundo, sea absurdo... Sin embargo, el éxito de la ciencia es al menos una fuerte
evidencia circunstancial en favor de la racionalidad de la naturaleza».
291
verdadero sistema que abarca niveles de organización progresiva, de tal manera que
los superiores incluyen a los inferiores y los superan.
¿No es exagerado afirmar que nos encontramos en una situación privilegiada con
respecto a nuestros predecesores, y que disponemos por vez primera de una
cosmovisión completa y unitaria? No lo es, e incluso es fácil comprender por qué esa
afirmación es correcta. Las ciencias adoptan perspectivas parciales. Su progreso, desde
el siglo XVII, se ha realizado formulando teorías particulares en los ámbitos de la
astronomía, la mecánica, la óptica, el electromagnetismo, la teoría atómica, la física de
partículas subatómicas, la biología molecular y otros. Hemos ido ascendiendo por una
larga escalera, paso a paso, un escalón tras otro. Por fin, en la actualidad disponemos
de una perspectiva que hasta ahora resultaba inaccesible y que nos permite relacionar
entre sí las diferentes facetas de la naturaleza.
Las teorías morfogenéticas estudian la génesis de nuevas formas. Existen varias teorías
de este tipo, y no sólo en el nivel biológico, sino también en el físico-químico. La
termodinámica de procesos irreversibles, también denominada termodinámica no-
lineal o de procesos lejos del equilibrio, formulada por Ilya Prigogine, permite
comprender cómo pueden surgir estructuras de mayor orden a partir de estados de
menos orden. La sinergética de Hermann Haken estudia cómo surgen nuevas
cualidades y estructuras a partir de fenómenos cooperativos. En una línea semejante
se sitúan la teoría de catástrofes de René Thom y las recientes teorías del caos
determinista.
292
El despliegue del dinamismo natural
293
Este ejemplo y otros similares muestran que la naturaleza que conocemos es el
resultado de leyes que tienen un carácter selectivo. Son muchos los factores que
concurren en los procesos naturales y, en este sentido, se habla con frecuencia de la
importancia del «azar». Pero se trata de un azar muy especial, puesto que las leyes
fundamentales actúan en todos los niveles y permiten comprender cómo se organiza
la materia para formar estructuras cada vez más complejas, desde las moléculas hasta
los vivientes. En este contexto, se habla hoy día de la «auto-organización» de la
materia.
Auto-organización
294
Por ejemplo, el desarrollo de los vivientes se basa en una prodigiosa cooperación de
principios constitutivos y reguladores, y en este contexto se habla de «genes
inteligentes» para designar aquellos genes que, en cada momento, dictan las
instrucciones necesarias para que se realicen o se interrumpan los procesos que se
encuentran en la base de la vida. Los espectaculares avances de la biología molecular
en las últimas décadas nos permiten conocer los fantásticos procesos que se
desarrollan rutinariamente en los vivientes, y que incluyen millones de interacciones
enormemente específicas y cooperativas. La comunicación entre las células, la
formación y el funcionamiento de los órganos y sistemas, así como los demás procesos
biológicos, se basan en la codificación, almacenamiento, transmisión, interpretación e
integración de una información que se encuentra materializada en soportes físicos.
Teleología
295
La quinta vía fue formulada hace siete siglos, cuando se admitía una cosmovisión que,
en no pocos aspectos, ha sido superada. Sin embargo, sus líneas básicas adquieren un
nuevo valor cuando se consideran a la luz de la cosmovisión actual. Más que nunca, el
hombre aparece como la cumbre de un sistema de leyes, entidades y niveles
cooperativos, de acuerdo con una direccionalidad que, si no encuentra su razón en sí
misma, debe remitir a un plan superior. Y es fácil advertir que los antiguos defensores
del argumento teleológico, si viviesen en la actualidad, verían con enorme satisfacción
los avances científicos que ensanchan considerablemente la base empírica de esa
prueba.
En efecto, ya no se trata sólo, y era mucho, de los instintos de los animales que no
razonan. La ciencia actual nos presenta un mundo en el cual la materia, desde sus
estratos ínfimos, se organiza en pautas coherentes muy variadas y específicas que, a su
vez, constituyen la base de nuevas pautas de orden superior, y la producción de
nuevas pautas en nuevos niveles de complejidad forma una sucesión ininterrumpida a
lo largo de muchos escalones. Utilizando un lenguaje deliberadamente
antropomórfico, podemos decir que los leptones, entre los que se cuentan las
partículas básicas que constituyen los átomos, «saben» que sólo pueden reunirse
respetando en principio de exclusión de la física cuántica, y esto explica la organización
específica de los componentes básicos de la materia. Si damos un salto hasta la
biología molecular, encontramos genes que, como ya hemos visto, son calificados
como «genes inteligentes», porque indican con gran precisión cuándo se han de
comenzar e interrumpir las complejas operaciones bioquímicas que se encuentran en
la base del funcionamiento de cualquier viviente. Los ejemplos de la organización
espontánea de la naturaleza en todos sus niveles se pueden multiplicar sin dificultad.
El mecanicismo pretendió eliminar toda referencia a las formas y los fines, y consiguió
crear la impresión, que todavía goza de cierta popularidad, de que esos conceptos eran
ficticios, estériles y respondían a un antropomorfismo anti-científico. En la actualidad,
sin embargo, el progreso de la ciencia muestra la importancia de los factores holísticos
y direccionales. Se trata de una auténtica revolución conceptual que encuentra amplio
eco en las reflexiones de los científicos. Y la teleología natural apunta hacia la acción
de un Dios, a la vez inmanente y trascendente, que proporciona el fundamento radical
de la racionalidad de la naturaleza.
296
El puente entre ciencia y fe es filosófico. No podría ser de otro modo, puesto que se
trata de perspectivas heterogéneas, y para unirlas debe existir algo que posea
elementos comunes con ambas. La filosofía de la naturaleza se relaciona con los
supuestos e implicaciones de las ciencias, y proporciona la base para la reflexión
metafísica: es, por tanto, un puente legítimo entre la ciencia y la fe. Resulta lógico que
las nuevas perspectivas que la cosmovisión científica actual abre a la filosofía de la
naturaleza proporcionen perspectivas igualmente nuevas para el diálogo entre las
ciencias y la fe.
Por otra parte, la cosmovisión científica actual permite también recuperar los
elementos válidos del antropocentrismo, contemplando el puesto del hombre en el
cosmos bajo una nueva luz. La continuidad de los niveles de la naturaleza, su
dependencia mutua y su progresiva complejidad, la asombrosa cooperatividad que
existe entre ellos, la profunda interconexión de los diferentes aspectos de la
naturaleza, hacen posible nuestra existencia y pueden ser contempladas como
condiciones de posibilidad para la aparición de ese ser enormemente singular que es la
persona humana.
297
evolución cósmica y biológica. ¿Cómo se explica que nuestro planeta haya surgido
como resultado de un proceso de miles de millones de años en el cual se han formado
miles de millones de estrellas y galaxias?, ¿qué significa ese enorme dispendio de
energías?, ¿cómo se comprende que el organismo humano sea el resultado de otro
proceso, todavía más complejo, que atraviesa la entera escala biológica?
298
actitudes personales, puesto que implica una entera concepción de la vida humana.
Por ello resulta todavía más ilustrativa su conclusión acerca de las implicaciones de la
cosmovisión científica actual. Su último libro finaliza con estas palabras: «No puedo
creer que nuestra existencia en este universo sea un mero capricho del destino, un
accidente de la historia, una mera cresta incidental en el gran drama cósmico... no
puede ser un detalle trivial, un subproducto menor de fuerzas sin mente ni propósito.
Está realmente previsto que estemos aquí». Pero, previsto ¿por quién?, ¿cómo puede
sostenerse que no somos el simple resultado de fuerzas impersonales, sin afirmar la
existencia de un Dios personal?
La teleología tiene una importancia crucial para establecer puentes entre la ciencia y la
fe. Ciertamente, esta idea no es nueva. La novedad consiste en que, después de haber
sido criticada durante varios siglos en nombre de la ciencia, la cosmovisión científica
actual sugiere una reformulación de la teleología que le confiere un alcance, una
profundidad y un rigor antes insospechados.
299
La perspectiva que hemos esbozado nada tiene que ver con concordismos basados en
interpretaciones simplistas de la ciencia; por el contrario, exige una penetración
profunda en el significado de la actividad científica, de sus supuestos y de sus logros.
Tampoco se trata de una interpretación rígida y monolítica; más bien muestra la
posibilidad de construir puentes que permiten relacionar la ciencia y la fe, pero su
construcción admite diferentes modalidades de acuerdo con los diversos puntos de
vista que en cada caso se adopten. Por otra parte, si bien se basa en el estado actual
de las ciencias, apunta hacia supuestos e implicaciones generales que trascienden las
circunstancias particulares del momento. Parece lógico concluir que nos encontramos
ante una nueva situación cultural que permite establecer, sobre bases sólidas, una
cooperación entre ciencia y fe que esté a la altura de las exigencias de nuestra época.
Mariano Artigas
5. El caso Galileo
Cuáles sean las causas de la ignorancia y la confusión que existen en torno al caso
Galileo es un tema que merecería ser estudiado. En parte se puede deber al uso
demasiado partidista que muchas veces se ha hecho de este caso: algunos, deseando
atacar a la Iglesia, han acentuado excesivamente lo que les interesaba o han
deformado los hechos, y otros, al defender a la Iglesia, a veces han utilizado una
apologética demasiado fácil, desconociendo las complejidades del caso. En la
actualidad existen muchos estudios rigurosos sobre Galileo, de modo que se puede
establecer con objetividad qué es lo que sabemos y qué es lo que ignoramos. La Iglesia
católica ha mostrado, por medio de su máximo representante, el Papa, un claro deseo
de clarificar el tema, y no ha tenido inconveniente en reconocer sin paliativos los
errores que sus representantes pudieron cometer con Galileo, pidiendo incluso perdón
por ello. Parece que estamos en un buen momento para proponer un resumen
desapasionado del famoso caso.
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El caso Galileo ha sido durante más de tres siglos una incesante fuente de
malentendidos y polémicas entre el mundo de la ciencia y la Iglesia católica. Por eso,
cuando en 1992 Juan Pablo II reconoció públicamente los errores cometidos por el
tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas científicas de Galileo, se abrió un
panorama fecundo para la relación entre ciencia y fe.
Galileo Galilei nació en Pisa, en 1564. Fue el primogénito de siete hermanos, hijos de
Vicenzo Galilei, que emigró a Pisa para establecerse como comerciante. En 1574, la
familia se trasladó a Florencia, donde Galileo estudió en el monasterio de Santa María
de Vallombrosa. En 1581 ingresó en la Universidad de Pisa para estudiar medicina; a
los cuatro años, abandonó la universidad sin lograr el título, pero con unos amplios
conocimientos sobre Aristóteles.
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demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, 1638). Murió en Arcetri, en
1642.
El primer punto que debería quedar claro es que a Galileo no lo mató la Inquisición, ni
nadie. Murió de muerte natural. Galileo nació el martes 15 de febrero de 1564 en Pisa,
y murió el miércoles 8 de enero de 1642, en su casa, una villa en Arcetri, en las afueras
de Florencia. Por tanto, cuando murió tenía casi 78 años (es posible encontrar una
diferencia de un año incluso en documentos oficiales, porque entonces, en Florencia,
los años se empezaban a contar el 25 de marzo, fecha de la Encarnación del Señor).
Cuenta Vincenzo Viviani, un joven discípulo de Galileo que permaneció continuamente
junto a él en los últimos treinta meses, que su salud estaba muy agotada: tenía una
grave artritis desde los 30 años, y a esto se unía “una irritación constante y casi
insoportable en los párpados” y “otros achaques que trae consigo una edad tan
avanzada, sobre todo cuando se ha consumido en el mucho estudio y vigilia”. Añade
que, a pesar de todo, seguía lleno de proyectos de trabajo, hasta que por fin “le asaltó
una fiebre que le fue consumiendo lentamente y una fuerte palpitación, con lo que a lo
largo de dos meses se fue extenuando cada vez más, y, por fin, un miércoles, que era
el 8 de enero de 1642, hacia las cuatro de la madrugada, murió con firmeza filosófica y
cristiana, a los setenta y siete años de edad, diez meses y veinte días”. Por tanto, no
existió la hoguera, ni nada parecido.
Tampoco fue condenado a muerte. El único proceso en que fue condenado tuvo lugar
en 1633, y allí fue condenado a prisión que, en vista de sus buenas disposiciones, fue
conmutada inmediatamente por arresto domiciliario, de modo que nunca llegó a
ingresar en la cárcel. Según las normas comunes, durante el proceso debería haber
estado en la cárcel de la Inquisición, pero de hecho no estuvo nunca ahí: antes de
empezar el proceso se alojó en la embajada de Toscana en Roma, situada en Palazzo
Firenze, donde vivía el embajador; durante el proceso se le exigió en algunos
momentos alojarse en el edificio de la Inquisición, pero entonces se le habilitaron unas
estancias que estaban reservadas para los eclesiásticos que trabajaban allí,
permitiendo que le llevaran la comida desde la embajada de Toscana; y al acabar el
proceso se le permitió estar alojado en Villa Medici, una de las mejores villas de Roma,
con espléndidos jardines, que era propiedad del Gran Duque de Toscana. Todo esto se
explica porque Galileo era oficialmente el primer matemático y filósofo del Gran
Duque de Toscana, territorio importante (incluye Florencia, Pisa, Livorno, Siena, etc.) y
tradicionalmente bien relacionado con la Santa Sede, y las autoridades de Toscana
ejercieron sus buenos oficios para que en Roma se tratara a Galileo lo mejor posible,
como de hecho sucedió.
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Galileo, y le trató espléndidamente durante los varios meses que estuvo en su casa, de
modo que allí se recuperó del trauma que, sin duda, supuso para él el proceso (en
1633, cuando tuvo lugar el proceso, Galileo tenía 69 años). Después, se le permitió
trasladarse a la casa que tenía en las afueras de Florencia, y allí permaneció hasta que
murió, ya viejo, de muerte natural. Acabó su obra más importante, y la publicó, en
1638, después del proceso.
En definitiva, Galileo no fue condenado a muerte, sino a una prisión que no se llegó a
ejecutar porque fue conmutada: primero, por una estancia de varios días en Villa
Medici, en Roma; después, por una estancia de varios meses en el palacio de su amigo
el arzobispo de Siena; y a continuación (finales de 1633), se le permitió residir, en una
especie de arresto domiciliario, en su propia casa, la Villa del Gioiello, en Arcetri, en las
afueras de Florencia, donde vivió y trabajó hasta su muerte.
Galileo tampoco fue nunca sometido a tortura o a malos tratos físicos. Sin duda,
hacerle ir a Roma desde Florencia para ser juzgado, teniendo 69 años, supone mal
trato, y lo mismo puede decirse de la tensión psicológica que tuvo que soportar
durante el proceso y en la condena final, seguida de una abjuración forzada. Es cierto.
Desde el punto de vista psicológico, con la repercusión que esto puede tener en la
salud, Galileo tuvo que sufrir por esos motivos y, de hecho, cuando llegó a Siena
después del proceso, se encontraba en malas condiciones. Pero es igualmente cierto
que no fue objeto de ninguno de los malos tratos físicos típicos de la época. Algún
autor ha sostenido que, durante el proceso, al final, en una ocasión fue sometido a
tortura; sin embargo, autores de todas las tendencias están de acuerdo, con práctica
unanimidad, que esto realmente no sucedió. En la fase conclusiva del proceso, en una
ocasión, se encuentra una amenaza de tortura por parte del tribunal, pero todos los
datos disponibles están a favor de que se trató de una pura formalidad que, debido a
los reglamentos de la Inquisición, el tribunal debía mencionar, pero sin intención de
llevar a la práctica la tortura y sin que, de hecho, se realizara (consta, además, que en
Roma no se llevaba a cabo tortura con personas de la edad de Galileo). Después de la
condena, en Siena, Galileo se recuperó. Luego sufrió diversas enfermedades, pero eran
las mismas que ya sufría habitualmente desde muchos años antes, que se fueron
agravando con la edad. Llegó a quedarse completamente ciego, pero esto nada tuvo
que ver con el proceso.
Lo que más llama la atención no son los malos tratos físicos que, como acabamos de
ver, no existieron, sino el hecho mismo de que Galileo fuera condenado, con las
tensiones y sufrimientos que esto implica. Desde luego, no era homicida, ni ladrón, ni
malhechor en ningún sentido habitual de la palabra. Entonces, ¿por qué fue
condenado?, y ¿cuál fue la condena?
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personas, pero el tribunal nunca le dijo nada, ni le citó, ni le condenó. Por eso, con
frecuencia no se considera que se tratara de un auténtico proceso, aunque de hecho la
causa se abrió y se desarrollaron algunas diligencias procesuales durante meses. En
cambio, el de 1633 fue un proceso en toda regla: Galileo fue citado a comparecer ante
el tribunal de la Inquisición de Roma, tuvo que presentarse y declarar ante ese
tribunal, y finalmente fue condenado. Se trata de dos procesos muy diferentes,
separados por bastantes años; pero están relacionados, porque lo que sucedió en el de
1616 condicionó en gran parte lo que sucedió en 1633.
a) El proceso de 1616
Los hechos de 1616 acabaron con dos actos extra-judiciales. Por una parte, se publicó
un decreto de la Congregación del Índice, fechado el 5 de marzo de 1616, por el que se
incluyeron en el Índice de libros prohibidos tres libros: De revolutionibus orbium
caelestium del canónigo polaco Nicolás Copérnico, publicado en 1543, donde se
exponía la teoría heliocéntrica de modo científico; un comentario del agustino español
Diego de Zúñiga, publicado en Toledo en 1584 y en Roma en 1591, donde se
interpretaba algún pasaje de la Biblia de acuerdo con el copernicanismo; y un opúsculo
del carmelita italiano Paolo Foscarini, publicado en 1615, donde se defendía que el
sistema de Copérnico no está en contra de la Sagrada Escritura. Quedaba afectado por
las mismas censuras cualquier otro libro que enseñara las mismas doctrinas. El motivo
que se daba en el decreto para esas censuras era que la doctrina que defiende que la
Tierra se mueve y el Sol está en reposo es falsa y completamente contraria a la Sagrada
Escritura. Por otra parte, se amonestó personalmente a Galileo, para que abandonara
la teoría heliocéntrica y se abstuviera de defenderla.
Nos podemos preguntar por qué se daba tanta importancia a algo que, hoy día, parece
sencillo: cuando la Biblia habla de cuestiones científicas, con frecuencia adopta el
modo de hablar propio de la cultura, de la época o simplemente de la experiencia
ordinaria. De hecho, éste fue uno de los argumentos que utilizó Galileo en su Carta a
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Benedetto Castelli, que circuló en copias a mano (Castelli era un benedictino, amigo y
discípulo de Galileo, profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa), y con mayor
extensión en su Carta a la Gran Duquesa de Toscana, Cristina de Lorena (madre de
quien en aquellos momentos era Gran Duque de Toscana, Cosme II), a quien habían
llegado ecos de las acusaciones bíblicas contra Galileo.
Para comprender el trasfondo del asunto hay que mencionar tres problemas. En
primer lugar, Galileo se había hecho célebre con sus descubrimientos astronómicos de
1609-1610. En 1609 transformó un anteojo fabricado en Holanda, hasta convertirlo en
un auténtico telescopio, con el que observó que la Luna no era una esfera perfecta,
como se deduciría de las teorías de Aristóteles, sino un lugar con montañas y cráteres.
Descubrió cuatro satélites que giraban alrededor de Júpiter, poniendo en duda la
afirmación de que la Tierra era el centro de todos los movimientos celestes, y
reforzando la teoría heliocéntrica de Copérnico. Además contempló que Venus
presenta fases como la Luna, que en la superficie del Sol existen manchas que cambian
de lugar, y que existen muchas más estrellas de las que se ven a simple vista. Galileo se
basó en estos descubrimientos para criticar la física aristotélica y apoyar el
heliocentrismo copernicano. Los profesores aristotélicos, que eran muchos y
poderosos, sentían que los argumentos de Galileo contradecían su ciencia, y a veces
quedaban en ridículo. Estos profesores atacaron seriamente a Galileo y, cuando se les
acababan las réplicas, algunos recurrieron a los argumentos teológicos (la pretendida
contradicción entre Copérnico y la Biblia).
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doctrinas más o menos heréticas (Bruno fue quemado, como consecuencia de su
condena por la Inquisición romana, en 1600, aunque debe señalarse, no como disculpa
sino para mayor claridad, que no era propiamente un científico, aunque utilizara el
copernicanismo como punto de partida).
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La decisión de la autoridad de la Iglesia en 1616 fue equivocada, aunque no calificó al
heliocentrismo como herejía. Galileo y sus amigos eclesiásticos se propusieron
conseguir que ese decreto fuera revocado. Podían haberlo conseguido: se trataba de
un decreto disciplinar que, aunque iba acompañado por una valoración doctrinal, no
condenaba el heliocentrismo como herejía, ni era un acto de magisterio infalible.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es que, aunque las críticas de Galileo a la
posición tradicional estaban fundadas, ni él ni nadie poseían en aquellos momentos
argumentos para demostrar que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Esta afirmación
parecía, más bien, absurda, tal como la calificaron los teólogos del Santo Oficio. En una
famosa carta, el cardenal Roberto Belarmino, uno de los teólogos más influyentes
entonces, pedía tanto a Foscarini como a Galileo que utilizaran el heliocentrismo sólo
como una hipótesis astronómica, sin pretender que fuera verdadera ni meterse en
argumentos teológicos, en cuyo caso no habría ningún problema. Pero Galileo, para
defenderse de acusaciones personales y para intentar que la Iglesia no interviniera en
el asunto, se lanzó a una defensa fuerte del copernicanismo, trasladándose a Roma e
intentando influir en las personalidades eclesiásticas; esto quizá tuvo el efecto
contrario, provocando que la autoridad de la Iglesia interviniera para frenar la
propaganda de Galileo que, al menos en sus críticas, era bastante convincente.
b) El proceso de 1633
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embargo, obedeció. Siempre fue y quiso ser buen católico. Pero sabía que la
prohibición de 1616 se basaba en una equivocación y quería solucionar el equívoco.
Incluso advertía el peligro de escándalo que podría ocasionar esa prohibición en el
futuro, si se llegaba a demostrar con certeza que la Tierra gira alrededor del Sol. Sus
amigos estaban de acuerdo con él.
En 1623 coincidieron unas circunstancias que parecían favorecer una revisión de las
decisiones de 1616, o por lo menos hacer posible que se expusieran, aunque fuese con
cuidado, los argumentos a favor del copernicanismo. El factor principal fue la elección
como Papa del cardenal Maffeo Barberini, que tomó el nombre de Urbano VIII. Era,
desde hacía años, un admirador de Galileo, a quien incluso había dedicado una poesía
latina en la que alababa sus descubrimientos astronómicos. Además, desde el primer
momento tuvo en puestos de mucha confianza a varios amigos y partidarios de
Galileo. En 1624 Galileo fue a Roma y el Papa le recibió seis veces, con gran
cordialidad. Pero Galileo comprobó, al tantear el asunto del copernicanismo, que, si
bien Urbano VIII no lo consideraba herético (ya hemos visto que nunca fue declarado
tal), lo consideraba como una posición doctrinalmente temeraria y, además, estaba
convencido de que nunca se podría demostrar: decía que los mismos efectos
observables que se explican con esa teoría, podrían deberse a otras causas diferentes,
pues en caso contrario estaríamos limitando la omnipotencia de Dios. Se trataba de un
argumento que, aparentemente, tenía mucha fuerza, y parecía que quien pretendiera
haber demostrado el copernicanismo estaba poniendo límites a la omnipotencia de
Dios.
A pesar de todo, el talante del nuevo Papa y la posición estratégica de sus amigos
llevaron a Galileo a embarcarse en un viejo proyecto pendiente: escribir una gran obra
discutiendo el copernicanismo y, desde luego, argumentando en su favor.
Simplemente, la presentaría como un diálogo entre un partidario del geocentrismo y
otro del heliocentrismo, sin dejar zanjada la cuestión. Y añadiría el argumento del
Papa. Pero el lector inteligente ya se daría cuenta de quién tenía razón.
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Galileo acabó de redactar el Diálogo en 1630, y lo llevó a Roma para obtener el
permiso eclesiástico para imprimirlo. El permiso debía ser concedido por el Maestro
del Sagrado Palacio, el dominico Niccolò Riccardi, que no sabía astronomía pero era
admirador de Galileo y siempre se había mostrado deseoso de ayudarle. Ahora
Riccardi se encontró en un compromiso. Dio a entender que no habría problemas,
aunque habría que ajustar una serie de detalles. Galileo volvió a Florencia, la peste
estableció serias limitaciones al tráfico y correo entre Florencia y Roma, y ahí comenzó
una cadena de equívocos que alargaron la concesión del permiso y pusieron nervioso a
Galileo. Al cabo de un año, Galileo solicitó y obtuvo la intervención del Gran Duque de
Toscana y de su embajador en Roma para obtener el permiso. Riccardi, que también
era toscano y era pariente de la esposa del embajador, fue sometido a una presión
muy fuerte. Finalmente concedió el permiso para que se imprimiera el libro en
Florencia, pero con una serie de condiciones que hacía saber a Galileo y al Inquisidor
de Florencia. Riccardi sabía lo que el Papa pensaba: que sólo se podía tratar el
copernicanismo como una hipótesis matemática, no como una representación de la
realidad; las condiciones y advertencias que dio se encaminaban a garantizar esto, que
no estaba nada claro en la obra de Galileo.
Galileo introdujo cambios pero, seguramente, no todos los que hubiera introducido
Riccardi y hubiera deseado el Papa. En el libro, Simplicio, el personaje que defiende la
posición tradicional de Aristóteles y Tolomeo, siempre sale perdiendo. Simplicio fue
uno de los más famosos comentadores antiguos de Aristóteles, pero en la obra de
Galileo daba la impresión de que sus argumentos y su actitud correspondían
demasiado bien a su nombre. Por otra parte, el argumento favorito del Papa aparecía
al final de la obra: después de haber expuesto todos los argumentos físicos y
filosóficos, Simplicio, precisamente Simplicio, utilizaba ese argumento, y aunque
Salviati, el defensor de Copérnico (y Galileo) lo aprueba, el final es muy breve y
forzado. Para mayor confusión, una Introducción aprobada por Riccardi, en la que se
explicaba que esa obra no pretendía establecer el copernicanismo como teoría
verdadera, apareció impresa en un tipo diferente al del resto de la obra, dando la
impresión de un añadido postizo.
En 1632 la mayor preocupación del Papa no era precisamente el movimiento del Sol y
de la Tierra. Estaba en pleno desarrollo la Guerra de los Treinta Años, que comenzó en
1618 y no terminó hasta 1648, que enfrentaba a toda Europa en dos mitades, los
católicos y los protestantes. En aquel momento había problemas muy complejos,
porque la católica Francia se encontraba más bien al lado de los protestantes de Suecia
y Alemania, enfrentada con las otras potencias católicas, España y el Imperio. Urbano
VIII había sido cardenal legado en París y tendía a alinearse con los franceses,
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temiendo, además, una excesiva prepotencia de los españoles, e intentando no perder
a Francia. Se trataba de equilibrios muy difíciles. Los problemas eran graves. El 8 de
marzo de 1632, en una reunión de cardenales con el Papa, el cardenal Gaspar Borgia,
protector de España y embajador del Rey Católico, acusó abiertamente al Papa de no
defender como era preciso la causa católica. Se creó una situación
extraordinariamente violenta. En esas condiciones, Urbano VIII se veía especialmente
obligado a evitar cualquier cosa que pudiera interpretarse como no defender la fe
católica de modo suficientemente claro.
El Papa estableció una comisión para examinar las acusaciones contra Galileo, y se
dictaminó que el asunto debía ser enviado al Santo Oficio (o Inquisición romana),
desde donde se ordenó a Galileo, que vivía en Florencia, que se presentara en Roma
ante ese tribunal durante el mes de octubre de 1632. Después de intentos dilatorios
que duraron varios meses, el 30 de diciembre de 1632, el Papa con la Inquisición hizo
saber que, si Galileo no se presentaba en Roma, se enviaría quien se cerciorase de su
salud y, si se veía que podía ir a Roma, le llevarían encadenado. El Papa aconsejó
seriamente al Gran Duque que se abstuviera de intervenir, porque el asunto era serio.
Las autoridades toscanas decidieron aconsejar a Galileo que fuese a Roma. El
embajador Niccolini, que conocía bien al Papa y hablaba con él con frecuencia,
advertía que discutir con el Papa y llevarle la contraria era el camino mejor para
arruinar a Galileo. Cuando el Papa hablaba con Niccolini del problema causado por
Galileo, en varias ocasiones montó en cólera. Todos advirtieron a Galileo que lo mejor
era que fuera a Roma y que se mostrara en todo momento dispuesto a obedecer en lo
que le dijeran, porque si tomaba otra actitud las consecuencias serían perjudiciales
para él.
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Galileo llegó a Roma el domingo 13 de febrero de 1633, en una litera facilitada por el
Gran Duque, después de esperar en la frontera de los Estados Pontificios a causa de la
peste que seguía en Florencia. El embajador de Toscana, Francesco Niccolini, se portó
maravillosamente con Galileo, interviniendo continuamente en su favor ante las
autoridades de Roma, de acuerdo con las instrucciones del Gran Duque. Consiguieron
que Galileo no estuviera en la cárcel del Santo Oficio, como exigían las normas. Desde
su llegada a Roma hasta el 12 de abril (dos meses), Galileo vivió en el Palacio de
Florencia, donde se encontraba la embajada de Toscana y la casa del embajador. Las
autoridades le recomendaron que evitara la vida social, de modo que no salía de casa,
pero gozaba de un trato exquisito por parte del embajador y de su esposa. Niccolini
pedía al Papa que el asunto fuese lo más breve posible, pero se alargaba porque la
Inquisición todavía estaba deliberando sobre el modo de actuar. Como se había
descubierto en los archivos del Santo Oficio el escrito de 1616 en el que se prohibía
Galileo tratar de cualquier modo el copernicanismo, el proceso se centró
completamente en una única acusación: la de desobediencia a ese precepto de 1616.
Galileo fue llamado a deponer al Santo Oficio el martes 12 de abril de 1633. Su defensa
nos puede parecer muy extraña: negó que, en el Dialogo, defendiera el
copernicanismo. Galileo no sabía que el Santo Oficio había pedido la opinión al
respecto a tres teólogos y que, el 17 de abril, los tres informes concluían sin lugar a
dudas (como de hecho así era) que Galileo, en su libro, defendía el copernicanismo; en
este caso, los teólogos tenían razón. Esto complicaba la situación, pues un acusado que
no reconocía un error comprobado debía ser tratado muy severamente por el tribunal.
Por otra parte, Galileo se defendió mostrando una carta que, a petición suya, le había
escrito el cardenal Belarmino después de los sucesos de 1616, para que pudiera
defenderse frente a quienes le calumniaban; en ese escrito, Belarmino daba fe de que
Galileo no había tenido que abjurar de nada y que simplemente se le había notificado
la prohibición de la Congregación del Índice. Pero eso podía interpretarse también
contra Galileo si se mostraba, como era el caso, que en su libro argumentaba en favor
de la doctrina condenada en 1616. El tribunal se centró en matices de la prohibición
hecha a Galileo en 1616, que Galileo decía no recordar, porque había conservado el
documento de Belarmino y ahí no se incluían esos matices. Desgraciadamente,
Belarmino había muerto y no podía aclarar la situación.
Esos días Galileo seguía en el Santo Oficio, aunque tampoco entonces estuvo en la
cárcel. Por deferencia con el Gran Duque de Toscana y ante la insistencia del
embajador, Galileo fue instalado en unas habitaciones del fiscal de la Inquisición, le
traían las comidas desde la embajada de Toscana, y podía pasear. Estuvo allí desde el
martes 12 de abril hasta el sábado 30 de abril: 17 días completos con sus colas.
Para desbloquear la situación, el Padre Comisario propuso a los Cardenales del Santo
Oficio algo insólito: visitar a Galileo en sus habitaciones e intentar convencerle para
que reconociera su error. Lo consiguió después de una larga charla con Galileo el 27 de
abril. Al día siguiente, sin comunicarlo a nadie más, escribió lo que había hecho y el
resultado al cardenal sobrino del Papa, que se encontraba esos días en Castelgandolfo
con el Papa; a través de esa carta se ve claro que esa actuación estaba aprobada por el
Papa: de ese modo, el tribunal podría salvar su honor condenando a Galileo, y luego se
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podría usar clemencia con Galileo dejándole recluido en su casa, tal como (dice el
Padre Comisario) sugirió Vuestra Excelencia (el cardenal Francesco Barberini).
En efecto, el sábado 30 de abril Galileo reconoció ante el tribunal que, al volver a leer
ahora su libro, que había acabado hacía tiempo, se daba cuenta de que, debido no a
mala fe, sino a vanagloria y al deseo de mostrarse más ingenioso que el resto de los
mortales, había expuesto los argumentos en favor del copernicanismo con una fuerza
que él mismo no creía que tuvieran. A partir de ahí, las cosas se desarrollaron como el
Comisario había previsto. Ese mismo día se permitió a Galileo volver al palacio de
Florencia, a la casa del embajador. El martes 10 de mayo se le llamó al Santo Oficio
para que presentara su defensa; presentó el original de la carta del cardenal
Belarmino, y reiteró que había actuado con recta intención. Seguía encerrado en el
palazzo Firenze; el embajador consiguió que le permitieran ir a pasear a Villa Medici, e
incluso a Castelgandolfo, porque le sentaba mal no hacer ningún tipo de ejercicio.
Mientras tanto, la peste seguía azotando a Florencia, y en alguna carta le decían que,
en medio de su desgracia, era una suerte que no estuviera entonces en Florencia.
El jueves 16 de junio, la Congregación del Santo Oficio tenía, como cada semana, su
reunión con el Papa. En esta ocasión se celebró en el palacio del Quirinal. Estaban
presentes 6 de los 10 Cardenales de la Inquisición, además del Comisario y del Asesor
(en los interrogatorios y, en general, en todas las sesiones que se han mencionado
hasta ahora, no estaban presentes los Cardenales: estaban los oficiales del Santo Oficio
que transmitían las actas a la Congregación de los Cardenales, y éstos, con el Papa,
tomaban las decisiones). Ese día el Papa decidió que Galileo fuera examinado acerca
de su intención con amenaza de tortura (en este caso se trataba de una amenaza
puramente formal, que ya se sabía de antemano que no se iba a realizar). Después,
Galileo debía abjurar de la sospecha de herejía ante la Congregación en pleno. Sería
condenado a cárcel al arbitrio de la Congregación, se le prohibiría que en el futuro
tratara de cualquier modo el tema del movimiento de la Tierra, se prohibiría el
Diálogo, y se enviaría copia de la sentencia a los nuncios e inquisidores, sobre todo al
de Florencia, para que la leyera públicamente en una reunión en la que procuraría que
se encontraran los profesores de matemática y de filosofía. El Papa comunicó esta
decisión al embajador Niccolini el 19 de junio. Niccolini pidió clemencia, y el Papa,
manifestando algo que, como se ha señalado, estaba ya decidido de antemano, le
respondió que, después de la sentencia, volvería a ver al embajador para ver cómo se
podría arreglar que Galileo no estuviera en la cárcel. De acuerdo con el Papa, Niccolini
comunicó a Galileo que la causa se acabaría enseguida y el libro se prohibiría, sin
decirle nada acerca de lo que tocaba a su persona, para no causarle más aflicción.
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viernes día 24. El jueves día 30 se permitió a Galileo abandonar Roma y trasladarse a
Siena, en Toscana, al palacio del Arzobispo. Galileo dejó Roma el miércoles 6 de julio y
llegó a Siena el sábado 9 de julio. Había acabado la pesadilla romana.
En Arcetri Galileo siguió trabajando. Allí acabó sus Discursos y demostraciones en torno
a dos nuevas ciencias, obra que se publicó en 1638 en Holanda. Se trata de su obra
más importante, donde expone los fundamentos de la nueva ciencia de la mecánica,
que se desarrollará en ese siglo hasta alcanzar 50 años más tarde, con los Principios
matemáticos de la filosofía natural de Newton, obra publicada en 1687, la formulación
que marca el nacimiento definitivo de la ciencia experimental moderna.
Interrogantes e interpretaciones
Hasta aquí he intentado exponer los datos básicos del proceso a Galileo. A partir de
este momento me ocuparé de la valoración de esos datos. Dada la perspectiva que he
adoptado, solamente aludiré brevemente a algunos aspectos que considero
especialmente interesantes.
En primer lugar, ¿podemos decir que sabemos lo fundamental acerca del proceso a
Galileo?, ¿es posible que existan datos importantes desconocidos? La respuesta es que
los documentos que se conservan permiten reconstruir casi todos los aspectos del
proceso con gran fiabilidad. Poseemos los interrogatorios y declaraciones de Galileo en
su totalidad, así como las decisiones del Papa y de la Congregación del Santo Oficio. En
este terreno, no es plausible que aparezcan nuevos documentos que afecten
sustancialmente a lo que ya sabemos. Seguramente existen huecos; uno de ellos,
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bastante importante, se refiere a los acontecimientos del verano de 1632, desde que
el Diálogo llega a Roma hasta que el Papa convoca la congregación de teólogos para
decidir qué se hace.
Esto no significa que Galileo mintiera deliberadamente. Pero no hay duda de que
consideró el copernicanismo como una teoría verdadera, también después del
proceso. En su Carta a Cristina de Lorena había explicado ampliamente cómo se podía
solucionar la aparente contradicción entre copernicanismo y Biblia; tenía razón y lo
sabía: por este motivo podía admitir, con conciencia tranquila, el copernicanismo,
incluso después de las condenas de 1616 y 1633. Lo mismo sucedía con sus amigos y
con otras personas suficientemente informadas. Lo cual nos lleva a preguntarnos por
qué las autoridades eclesiásticas condenaron una teoría que, si bien no estaba
completamente demostrada en aquel momento, podía demostrarse y, de hecho,
recibió nuevas confirmaciones en los años siguientes.
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El proceso de Galileo no debería entenderse como un enfrentamiento entre ciencia y
religión. Galileo siempre se consideró católico e intento mostrar que el copernicanismo
no se oponía a la doctrina católica. Por su parte, los eclesiásticos no se oponían al
progreso de la ciencia; durante su viaje a Roma en 1611, se tributó a Galileo un gran
homenaje público en un acto celebrado en el Colegio Romano de los jesuitas, por sus
descubrimientos astronómicos. El problema es que no consideraban que el
movimiento de la Tierra fuera una verdad científica, e incluso algunos (entre ellos, el
Papa Urbano VIII) estaban convencidos de que nunca se podría demostrar.
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El movimiento de la Tierra parecía afectar al cristianismo desde otro punto de vista. El
Diálogo de Galileo contenía críticas muy fuertes contra la filosofía de Aristóteles, que
se venía usando, al menos desde el siglo XIII, como ayuda para la teología. En esa
filosofía se admitía, por ejemplo, que en el mundo existe finalidad, y que las cualidades
sensibles existen objetivamente y forman la base del conocimiento humano. Estas
ideas parecían arruinarse con la nueva filosofía matemática y mecanicista de Galileo.
La nueva ciencia nacía en polémica con la filosofía natural antigua, y no parecía poder
llenar el hueco que ésta dejaba. Aunque las críticas de Galileo al aristotelismo se
redujeran a aspectos concretos de la física que, ciertamente, debían abandonarse,
parecía que la nueva ciencia pretendía arrojar fuera, como suele decirse, al niño junto
con la bañera. Este problema sigue siendo actual. Incluso puede decirse que el
progreso científico de los últimos siglos lo ha hecho cada vez más agudo. Son muchas
las voces que piden un serio esfuerzo para integrar el progreso científico dentro de una
visión más amplia que incluya las dimensiones metafísicas y éticas de la vida humana.
En este sentido, los que veían en la nueva ciencia una fuente de dificultades no
estaban completamente equivocados. Por supuesto, el problema no es de la ciencia en
sí misma, de cuya legitimidad sería absurdo dudar. El progreso científico es
ambivalente y el hecho de que pueda utilizarse mal no significa que deba castigarse a
la ciencia. Simplemente intento subrayar que, en el fondo del caso Galileo, se
encuentran algunos problemas que son reales, siguen siendo actuales, y esperan
todavía una solución. Cuál sea el alcance del conocimiento científico es uno de esos
problemas.
“Se da el hecho grotesco de que la Iglesia, tantas veces acusada de error al meterse en
un terreno tan alejado de su competencia como el de las ciencias naturales, tuvo razón
al exigir a Galileo que defendiera sólo como hipótesis el sistema copernicano (...) No se
condenó en 1616 el sistema copernicano y en 1633 el “Diálogo” de Galileo porque la
Iglesia considerara falsa la teoría heliocéntrica y verdadera la de Ptolomeo y Tycho
Brahe. La negativa de Roma a Galileo y a Copérnico se basó más bien en la creencia de
que la concepción copernicana estaba en contradicción con la Sagrada Escritura. Y ahí
fue donde se equivocó la Inquisición. Empecinados en interpretar al pie de la letra los
textos bíblicos, la mayoría de los exégetas no se atrevieron a adoptar la postura ya
defendida por Cayetano ni fueron capaces de vislumbrar qué diría de aquellos textos la
hermenéutica bíblica del siglo XX. Todavía no se había planteado el tema de las
diferentes formas de expresión, de los géneros literarios dentro de la Biblia. Galileo,
316
sin embargo, siguiendo a San Agustín y otros teólogos de la antigüedad, desarrolló
algunos criterios de interpretación que cualquier especialista de hoy aprobaría en lo
esencial (...) Todo esto conduce al paradójico resultado de que Galileo se equivocó en
el campo de la ciencia y los eclesiásticos en la teología, mientras que éstos acertaron
en los terrenos científicos y el astrónomo en la exégesis”.
Por fin, es interesante señalar que no ha existido ningún otro caso semejante al de
Galileo. El caso Galileo no es un caso entre otros del mismo tipo. El caso más
semejante es el del evolucionismo, pero la teoría de la evolución, dentro de su ámbito
científico, nunca ha sido condenada por ningún organismo de la Iglesia universal. Si se
intenta poner en el mismo nivel que el caso Galileo asuntos como el aborto, la
eutanasia, la bioética, etc., debe advertirse que, si bien esos problemas incluyen
componentes relacionados con la ciencia, no son problemas propiamente científicos,
sino, como máximo, de aplicación de los conocimientos científicos. Pero esto exigiría
una reflexión específica que va más allá de los objetivos que aquí me he propuesto.
A juicio del filósofo Karl Popper, “(...) en la actualidad, esa historia *el proceso
inquisitorial contra Galileo] es ya muy vieja, y creo que ha perdido su interés. Pues la
ciencia de Galileo no tiene enemigos, al parecer: en lo sucesivo, su vida está
asegurada. La victoria ganada hace tiempo fue definitiva, y en este frente de batalla
todo está tranquilo. Así tomamos una posición ecuánime frente a la cuestión, ya que
hemos aprendido, finalmente, a pensar con perspectiva histórica y a comprender a las
dos partes de una disputa. Y nadie se preocupa por oír al fastidioso que no puede
olvidar una vieja injusticia”.
1. Evolución, fe y teología
317
realidad, las ideas evolucionistas son mucho más antiguas. Hace unos 2.400 años,
Aristóteles se refería a quienes negaban la existencia de finalidad en la naturaleza y
proponían una explicación que es casi idéntica a la darwinista: la aparente finalidad de
las partes del organismo viviente se explicaría porque, entre los diferentes productos
de la naturaleza, sólo se conservarían los mejor adaptados. He aquí el argumento tal
como Aristóteles lo expone:
¿Qué impide que las partes de la naturaleza lleguen a ser también por necesidad, por
ejemplo, que los dientes incisivos lleguen a ser por necesidad afilados y aptos para
cortar, y los molares planos y útiles para masticar el alimento, puesto que no surgieron
así por un fin, sino que fue una coincidencia? La misma pregunta se puede hacer
también sobre las otras partes en las que parece haber un fin. Así, cuando tales partes
resultaron como si hubieran llegado a ser por un fin, sólo sobrevivieron las que «por
casualidad» estaban convenientemente constituidas, mientras que las que no lo
estaban perecieron y continúan pereciendo, como los terneros de rostro humano de
que hablaba Empédocles.
Albert Einstein formuló la relatividad general en 1915 y la aplicó al estudio del universo
en su conjunto en 1917. Su teoría proponía un universo cambiante; disgustado con esa
idea, introdujo en sus fórmulas una «constante cosmológica» con el fin de obtener un
universo estático: más tarde dijo que había sido el peor error de su vida. Willem de
Sitter en 1916-1917 y Alfred Friedmann en 1922-1924 desarrollaron la teoría de
Einstein en el marco de un universo dinámico, idea que resultó corroborada cuando,
en 1929, Edwin Hubble formuló la ley que lleva su nombre, según la cual el universo
está en expansión y las galaxias se apartan unas de otras con una velocidad que es
proporcional a su distancia mutua.
En 1927, Georges Lemaître propuso su teoría del «átomo primitivo», que, después de
ser reformulada por Georges Gamow en 1948, es conocida como teoría del big bang o
«gran explosión». Según esta teoría, hace unos 15.000 millones de años toda la
materia y energía del universo, concentrada en condiciones de enorme densidad y
318
temperatura, experimentó una expansión que, seguida de una sucesiva disminución de
temperatura y de concentraciones locales, produjo una radiación que todavía debería
observarse en la actualidad. La detección de esa radiación fósil en 1964 por Arno
Penzias y Robert Wilson produjo la general aceptación de la teoría, que también se
encuentra avalada por sus predicciones acerca de la abundancia relativa de los
elementos ligeros en el universo.
Por otra parte, parecía que, de modo paradójico, el universo podría ser más joven que
algunos de sus componentes. Se han obtenido nuevos datos que parecen avalar que la
edad del universo es de unos 12.000 millones de años. Se supera así, por el momento,
esa dificultad.
2. El origen de la vida
Se calcula que la edad de la Tierra es de unos 4.500 millones de años. Los fósiles más
antiguos se remontan a unos 3.800 millones de años. Se supone que los vivientes
primitivos aparecieron, por tanto, en el intervalo entre esas dos fechas.
Existen varias teorías que pretenden explicar el origen de la vida en la Tierra. Una de
las primeras fue la propuesta por Alexander Oparin en 1922: la vida habría surgido en
319
el agua de los océanos. Oparin amplió posteriormente sus explicaciones que se
encuentran relacionadas con los coacervados, y estimuló el estudio del origen de la
vida. En un famoso experimento realizado en 1953 en Chicago, Stanley Miller simuló
las condiciones de la atmósfera primitiva (amoníaco, metano, hidrógeno y vapor de
agua, activados por descargas eléctricas) y obtuvo algunos aminoácidos, que son los
ladrillos con que se construyen las proteínas; parecía que el problema del origen de la
vida se podía resolver, al menos en principio. Sin embargo, las dificultades siguen
siendo grandes. La vida que existe ahora en la Tierra se basa en la interacción mutua
entre ácidos nucleicos (DNA y RNA) y proteínas; pero los ácidos nucleicos son
necesarios para fabricar proteínas, y viceversa. Además, esas macromoléculas poseen
una enorme complejidad, lo que hace difícil pensar que se originasen de modo
espontáneo.
Se han propuesto otras teorías. Una de las más radicales es la de A. Graham Cairns-
Smith, quien propuso que el primer sistema con capacidad de replicarse era inorgánico
y se basaba sobre cristales de arcilla. Otra propuesta sitúa el origen de la vida en
fuentes hidrotermales en los fondos marinos. Sin embargo, las dificultades siguen
siendo grandes; basta pensar que el DNA de una bacteria, uno de los vivientes actuales
más simples, puede tener unos dos millones de nucleótidos, de cuya organización
depende que el DNA sea funcional y pueda dirigir la producción de más de un millar de
proteínas diferentes. En vista de ello, algunos científicos como Juan Oró, Fred Hoyle y
Chandra Wickramansinghe han vuelto a proponer la antigua idea de la panspermia:
existiría vida, o compuestos precursores de la vida, en otras regiones del espacio, y
habrían llegado a la Tierra, por ejemplo por medio de choques de meteoritos. En ese
caso, quedaría sin explicar cómo ha surgido la vida en otras partes del espacio.
Christian de Duve, premio Nobel por sus trabajos sobre la célula, opina que, dadas las
características del mundo físico-químico en el que vivimos, la aparición de la vida
mediante procesos naturales era inevitable. Los enigmas que rodean el origen de la
vida son muy grandes, a pesar de la existencia de diferentes teorías que se han
propuesto para explicarlo.
Darwin propuso en 1859 que la selección natural, que actuaría sobre variaciones
hereditarias, es el principal motor de la evolución, pero nada sabía sobre la naturaleza
de esas variaciones. A partir de los trabajos de Gregor Mendel, publicados en 1866 y
redescubiertos en 1900, la genética se convirtió en parte esencial de la teoría
320
evolutiva. La incorporación de la genética al darwinismo condujo, en torno a 1940, a la
formulación del neo-darwinismo o «teoría sintética» de la evolución, que sigue
considerando que la selección natural es el factor explicativo principal de la evolución.
Otra teoría que discrepa del darwinismo es el «neutralismo» de Motoo Kimura, quien
propuso su teoría a partir de 1967. Kimura afirma que la mayoría de las mutaciones
genéticas que proporcionan el material para la evolución no tienen nada que ver con
ventajas ni desventajas, y que, por tanto, la selección natural no ocupa el lugar
principal que le atribuyen los darwinistas: los cambios evolutivos se deberían a la
«deriva genética» de mutaciones genéticas que serían equivalentes desde el punto de
vista de la selección natural. También en este caso, los darwinistas afirman que el
neutralismo cabe dentro de su teoría, aunque existen discrepancias de interpretación.
Una de las mayores dificultades del evolucionismo es, en efecto, la explicación de los
nuevos tipos de organización, que requieren múltiples cambios complejos y
coordinados. En esta línea tienen importancia los trabajos actuales en torno a la «auto-
organización», como los realizados por Stuart Kaufmann. Se trata de teorías que, por el
momento, son muy hipotéticas, que pretenden explicar el origen de las
transformaciones evolutivas tomando como base tendencias naturales que todavía
conocemos de modo muy insuficiente. De nuevo, estos trabajos se presentan a veces
como opuestos al darwinismo, pero los darwinistas afirman que caben dentro de su
321
teoría y, en cualquier caso, no son críticas al evolucionismo, sino intentos de
proporcionar explicaciones más profundas de la evolución.
Uno de las novedades principales en las últimas décadas ha sido la aplicación de los
nuevos métodos de la biología molecular en los estudios de la evolución. A veces, esos
métodos llevan a conclusiones diferentes de las que se derivan del estudio de los
fósiles, y se producen discrepancias entre los biólogos moleculares y los paleontólogos.
Así, de acuerdo con la biología molecular, el supuesto antecesor común de chimpancés
y humanos se situaría entre hace 5 y 6 millones de años, mucho más recientemente de
la estimación anterior que se remontaba a unos 20 millones de años. Se estima
probable que el linaje de ese antecesor común ya se había separado del de los gorilas.
En este ámbito, ha tenido especial resonancia la presunta determinación del origen del
hombre actual mediante el estudio del DNA mitocondrial, que se transmite por vía
materna. Según algunos biólogos moleculares, todos los seres humanos actuales
descienden de una mujer que vivió entre hace 100.000 y 200.000 años en África y que
ha recibido el significativo título de «Eva mitocondrial». Hay que señalar, no obstante,
que los propios autores de esos estudios no pretenden haber probado científicamente
el monogenismo, y que sus afirmaciones no son aceptadas por todos: en particular,
algunos paleontólogos muestran reservas, sobre todo con respecto al uso que esos
biólogos moleculares hacen del denominado «reloj molecular».
Esas discrepancias afectan al presunto origen del hombre actual. Existen dos opiniones
diferentes: el modelo de «continuidad regional» y el modelo del «origen africano
reciente». El modelo de «continuidad regional»
sostiene que la especie, muy primitiva, H. erectus (incluido H. ergaster) no es más que
una variante antigua de H. sapiens; defiende, además, que en los últimos dos millones
de años de historia de nuestra estirpe se produjo una corriente de poblaciones
entrelazadas de esta especie que evolucionaron en todas las regiones del Viejo
Mundo, cada una de las cuales se adaptó a las condiciones locales, aunque todas se
hallaban firmemente vinculadas entre sí por intercambio genético. La variabilidad que
vemos hoy entre las principales poblaciones geográficas sería, de acuerdo con este
modelo, la postrera permutación de tan largo proceso.
322
En cambio, el modelo del «origen africano reciente» sostiene que, hace unos 100.000
años, un nuevo tipo de ser humano, originado en África, habría sustituido
completamente a las especies anteriores:
El modelo alternativo, que encaja mucho mejor con lo que conocemos del proceso
evolutivo en general, propone que todas las poblaciones humanas modernas
descienden de una misma población ancestral que surgió hace entre 150.000 y
100.000 años. El registro fósil, aunque escaso, sugiere que el lugar de origen estuvo en
África (aunque el oriente Próximo constituye otra posibilidad), Quienes proponen este
modelo apelan a los estudios de biología molecular comparada para sustentar la tesis
de que todos los humanos actuales descienden de una población africana.
En cuanto a la época más reciente, parece que, desde hace unos 30.000 años, sólo
permaneció el hombre moderno actual, aunque coexistiera, durante miles de años,
con otros tipos humanos ancestrales (como el hombre de Neanderthal). No existe
unanimidad sobre el origen de los diferentes grupos humanos que existen en la
actualidad.
5. La cosmovisión evolucionista
Es fácil advertir que, en cada uno de los pasos que hemos examinado, existen muchos
e importantes interrogantes. El modelo de la gran explosión está bien asentado, pero
no puede considerarse como definitivamente establecido y contiene muchos
problemas no resueltos. Existen hipótesis muy diferentes sobre el origen de la vida.
Respecto a la evolución de los vivientes, aunque suele admitirse que la combinación de
variaciones genéticas y selección natural desempeña un papel importante, se buscan
explicaciones que van más allá de ese esquema. Finalmente, el origen del hombre
sigue envuelto por interrogantes.
Podría sorprender que, a pesar de esas incertidumbres, que son numerosas y serias, el
evolucionismo en su conjunto goce de buena salud. Esto se explica teniendo en cuenta
que una cosa es la evolución como un hecho general, y otra cosa son las explicaciones
concretas de ese hecho (o, mejor, de los muchos hechos incluidos en la evolución en
su conjunto). La fuerza de la gravedad existe, y es la primera de las fuerzas naturales
que fue tratada científicamente con éxito en la mecánica de Newton; sabemos mucho
acerca de ella, pero su naturaleza, al cabo de más de tres siglos, sigue siendo tan
misteriosa para nosotros como lo era para Newton. Con respecto a la evolución,
argumentos tomados de diversas especialidades parecen avalar la existencia de un
vasto proceso evolutivo que ha producido la naturaleza en su estado actual, aunque
existen muchos interrogantes y discrepancias sobre sus aspectos particulares.
323
En el pensamiento occidental han predominado tres grandes cosmovisiones. En la
antigüedad, con diversas variantes, predominó una cosmovisión organicista que
subrayaba la jerarquía y la finalidad de las diferentes partes del universo. El nacimiento
de la ciencia experimental moderna en el siglo XVII provocó el triunfo de la
cosmovisión mecanicista, que se basa en una perspectiva analítica, no deja sitio para la
finalidad, e intenta explicar todo mediante el comportamiento de las partes
constitutivas. En la actualidad se está produciendo un gran cambio de paradigma. La
nueva cosmovisión que está surgiendo se centra en torno a la auto-organización.
El mensaje cristiano sobre esos temas ha sido siempre y continúa siendo el mismo. Sin
embargo, existen dos motivos que aconsejan analizar sus relaciones con el
evolucionismo. El primero es que el evolucionismo ha sido utilizado desde hace
tiempo, y continúa siendo utilizado en la actualidad, como un arma para combatir el
cristianismo, como si las teorías evolucionistas hicieran innecesario e incluso imposible
admitir la existencia de Dios, del gobierno divino del mundo, de un plan divino acerca
del ser humano, y de la existencia de dimensiones espirituales en la persona humana;
por tanto, es importante mostrar que no existe incompatibilidad entre las teorías
científicas de la evolución y el cristianismo. El segundo motivo es que el examen del
evolucionismo quizá pueda abrir nuevas perspectivas que ayuden a profundizar en la
acción divina en el mundo y en la naturaleza del ser humano.
324
Según el naturalismo, el progreso científico manifiesta que el universo se encuentra
auto-contenido y no necesita de nada fuera de él: la creación y, en general, la acción
divina, serían algo superfluo en un mundo que podría explicarse completamente
mediante las fuerzas naturales tal como las conocemos mediante las ciencias. Hoy día
todos suelen admitir que la ciencia tiene límites, pero los naturalistas afirman que, si
bien nuestro conocimiento es siempre parcial e imperfecto, el progreso científico
manifiesta que no existen áreas que escapen al método de la ciencia: el método
científico se extendió primero al mundo de la materia inorgánica, ha alcanzado
después al mundo de los vivientes, y se extiende en la actualidad al mundo del
hombre, de modo que nada quedaría ya fuera de su ámbito.
Sin embargo, se puede mostrar que la ciencia natural se trasciende a sí misma, ya que
contiene supuestos e implicaciones que van más allá de las explicaciones naturalistas.
Sin duda, la ciencia es autónoma en su propio nivel y puede progresar sin ocuparse de
cuestiones meta-científicas; pero su existencia se apoya sobre unos supuestos que son
retro-justificados, ampliados y precisados por el progreso científico, y el estudio de
esos supuestos, y de la retroacción del progreso científico sobre ellos, resulta muy
coherente con las perspectivas de la metafísica y de la teología.
Por ejemplo, la actividad científica supone que existe un orden natural. La ciencia
experimental busca conocer ese orden, y cualquiera de sus logros es una
manifestación particular del orden natural. Puede decirse de modo gráfico que a más
ciencia, más orden: cuanto más progresa la ciencia, mejor conocemos el orden que
existe en la naturaleza, aunque obviamente lo conocemos a nuestro modo, a través de
representaciones que no siempre son simples fotografías de la realidad.
La comparación es mucho más actual ahora que en el siglo XIII: entonces no pasaba de
ser una simple comparación, mientras que ahora podría ser la pura realidad.
325
Contemplada bajo la perspectiva teísta, la naturaleza no pierde nada de lo que le es
propio; al contrario, su dinamismo y sus potencialidades aparecen asentadas en un
fundamento radical, que no es otro que la acción divina, que explica su existencia y sus
notables propiedades. Toda la naturaleza aparece como el despliegue de la sabiduría y
del poder divino que dirige el curso de los acontecimientos de acuerdo con sus planes,
no sólo respetando la naturaleza, sino dándole el ser y haciendo posible que posea las
características que le son propias. Dios es a la vez trascendente a la naturaleza, porque
es distinto de ella y le da el ser, e inmanente a la naturaleza, porque su acción se
extiende a todo lo que la naturaleza es, a lo más íntimo de su ser.
Esta perspectiva muestra que las presuntas oposiciones entre evolución y acción divina
carecen de base. El naturalismo pretende desalojar a Dios del mundo en nombre de la
ciencia, pero para ello debe cerrar los ojos a las dimensiones reales de la empresa
científica. Puede hablarse de un «naturalismo integral» que, en la línea de las
reflexiones anteriores, contempla a la ciencia natural juntamente con sus supuestos y
sus implicaciones, cuyo análisis conduce a las puertas de la metafísica y de la teología.
Muchos científicos de primera línea admiten que la evolución y la acción divina son
compatibles. Por ejemplo, Francisco J. Ayala, uno de los principales representantes del
neodarwinismo en la actualidad, ha escrito que la creación a partir de la nada “es una
noción que, por su propia naturaleza, queda y siempre quedará fuera del ámbito de la
ciencia” y que “otras nociones que están fuera del ámbito de la ciencia son la
existencia de Dios y de los espíritus, y cualquier actividad o proceso definido como
estrictamente inmaterial”. En efecto, para que algo pueda ser estudiado por las
ciencias, debe incluir dimensiones materiales, que puedan someterse a experimentos
controlables: y esto no sucede con el espíritu, ni con Dios, ni con la acción de Dios. Por
otra parte, Ayala recoge la opinión de los teólogos según los cuales “la existencia y la
creación divinas son compatibles con la evolución y otros procesos naturales. La
solución reside en aceptar la idea de que Dios opera a través de causas intermedias:
que una persona sea una criatura divina no es incompatible con la noción de que haya
sido concebida en el seno de la madre y que se mantenga y crezca por medio de
alimentos... La evolución también puede ser considerada como un proceso natural a
través del cual Dios trae las especies vivientes a la existencia de acuerdo con su plan”.
Ayala añade que la mayoría de los escritores cristianos admiten la teoría de la
evolución biológica, menciona que el Papa Pío XII, en un famoso documento de 1950
(se trata de la encíclica Humani generis), reconoció que la evolución es compatible con
la fe cristiana, y añade que el Papa Juan Pablo II, en un discurso de 1981, ha repetido la
misma idea.
La doctrina católica afirma que todo depende de Dios, y que «la creación tiene su
bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del
Creador. Fue creada “en estado de vía” (in statu viae) hacia una perfección última
todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las
disposiciones por las que Dios conduce la obra de la creación hacia esta perfección.
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, alcanzando con fuerza de
un extremo al otro del mundo y disponiendo todo con dulzura (Sb 8, 1). Porque todo
está desnudo y patente a sus ojos (Hb 4. 13), incluso lo que la acción libre de las
326
criaturas producirá (Concilio Vaticano I: DS 3003)». En esta perspectiva, se habla de
Dios como Causa Primera del ser de todo lo que existe, y de las criaturas como causas
segundas cuya existencia y actividad siempre supone la acción divina: «Es una verdad
inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la
causa primera que opera en y por las causas segundas (...) Esta verdad, lejos de
disminuir la dignidad de la criatura, la realza». No es que Dios sea simplemente la
primera entre una serie de causas del mismo tipo: su acción es el fundamento de la
actividad de las criaturas, que no podrían existir ni actuar sin el permanente influjo de
esa acción divina.
Los naturalistas deben afrontar una dificultad patente: que, incluso si se aceptara que
las fuerzas naturales bastan para producir el orden natural que conocemos, este orden
es tan racional y específico que exige, al menos, la existencia de toda una física y una
química muy específicas que hacen posible la singularidad del orden biológico. Es
digno de notar que, ante esta objeción, se limitan a afirmar que, según algunos físicos
(que también sostienen posiciones naturalistas), podría explicarse cómo han surgido
las leyes naturales actuales a partir de un estado caótico primitivo, y en algunos casos
327
añaden que, al fin y al cabo, nuestro mundo posiblemente no es más que uno más
entre muchos, quizás infinitos mundos que poseerían diferentes características, de
modo que lo que a nosotros nos parece singular, se debe solamente a que a nosotros
nos ha tocado vivir precisamente en un mundo donde se dan las condiciones
necesarias para que exista la vida, e incluso la vida racional. Sería algo trivial: parecería
lógico que, si existen todo tipo de mundos posibles con sus leyes propias, exista
alguno, o quizá muchos, donde se den las condiciones que hacen posible la vida,
incluso la vida inteligente.
Estas explicaciones pueden tener su parte de verdad. Nada impide, en efecto, que las
leyes de nuestro mundo se hayan originado a partir de una situación primitiva caótica,
y que nuestro mundo sea uno más entre muchos otros. Sin embargo, esto no prueba
que el naturalismo sea correcto, y deja intactos los interrogantes metafísicos y
teológicos.
Por ejemplo, nuestro mundo ha podido comenzar como una fluctuación del vacío
cuántico, según postulan algunos físicos. Pero incluso en tal caso sigue existiendo el
problema metafísico sobre el fundamento radical de su ser. El problema metafísico se
plantea de igual modo sea cual sea el hipotético estado original del universo, e incluso
aunque se suponga que el universo hubiera tenido una duración ilimitada en el
pasado. El Papa Juan Pablo II, en un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias, lo
expresaba del modo siguiente: «La Biblia nos habla del origen del universo y de su
constitución, no para proporcionarnos un tratado científico, sino para precisar las
relaciones del hombre con Dios y con el universo. La Sagrada Escritura quiere declarar
simplemente que el mundo ha sido creado por Dios, y para enseñar esta verdad se
expresa con los términos de la cosmología usual en la época del redactor. El libro
sagrado quiere además comunicar a los hombres que el mundo no ha sido creado
como sede de los dioses, tal como lo enseñaban otras cosmogonías y cosmologías, sino
que ha sido creado al servicio del hombre y para la gloria de Dios. Cualquier otra
enseñanza sobre el origen y la constitución del universo es ajena a las intenciones de la
Biblia, que no pretende enseñar cómo ha sido hecho el cielo sino cómo se va al cielo.
Cualquier hipótesis científica sobre el origen del mundo, como la de un átomo
primitivo de donde se derivaría el conjunto del universo físico, deja abierto el
problema que concierne al comienzo del universo. La ciencia no puede resolver por sí
misma semejante cuestión: es preciso aquel saber humano que se eleva por encima de
la física y de la astrofísica y que se llama metafísica; es preciso, sobre todo, el saber
que viene de la revelación de Dios».
328
sobre la ciencia, también cuando se hace para negar la legitimidad de un conocimiento
que la sobrepase, supone aceptar una cierta dosis de pensamiento meta-científico.
Por otra parte, se puede pensar que la cosmovisión evolutiva, en lugar de poner
obstáculos a la existencia de la acción divina, es muy congruente con los planes de un
Dios que, porque así lo desea, ordinariamente quiere contar con la acción de las causas
creadas. El mismo Darwin, en los últimos párrafos de El origen de las especies escribió:
329
responden a un planteamiento desenfocado, como si la acción divina tuviera como
misión llenar los huecos de las causas naturales en su propio orden. Por ejemplo,
Marie George alude a esta deficiencia en su recensión al interesante libro Darwin’s
Black Box de Michael J. Behe; la argumentación de ese libro se basa en la existencia de
«sistemas irreductiblemente complejos» que, por componerse de partes bien
ajustadas que interactúan en la producción de un efecto funcional, necesariamente
deben estar diseñados por una inteligencia: pero nada impide que se encuentren
explicaciones científicas para la existencia de estos sistemas que, incluso en ese caso,
exigirían la existencia de una Causa Primera para que pudiera explicarse de modo
completo su existencia.
7. La singularidad humana
Queda claro que «entender correctamente» significa admitir que las dimensiones
espirituales de la persona humana exigen una intervención especial por parte de Dios,
una creación inmediata del alma espiritual; pero se trata de unas dimensiones y de una
acción que, por principio, caen fuera del objeto directo de la ciencia natural y no la
contradicen en modo alguno.
330
Teniendo en cuenta las precisiones anteriormente señaladas y remitiendo de nuevo a
la enseñanza de Pío XII, Juan Pablo II enseñaba en su catequesis, en 1986: «Por tanto,
se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ven
dificultades para explicar el origen del hombre, en cuanto cuerpo, mediante la
hipótesis del evolucionismo. Es preciso, sin embargo, añadir que la hipótesis propone
solamente una probabilidad, no una certeza científica. En cambio, la doctrina de la fe
afirma de modo invariable que el alma espiritual del hombre es creada directamente
por Dios. O sea, es posible, según la hipótesis mencionada, que el cuerpo humano,
siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido
preparado gradualmente en las formas de seres vivientes antecedentes. Pero el alma
humana, de la cual depende en definitiva la humanidad del hombre, siendo espiritual,
no puede haber emergido de la materia».
Y poco después añadía unas reflexiones que tienen gran interés, porque se hacen eco
del progreso de la ciencia en el ámbito de la evolución en los tiempos recientes: «Hoy,
casi medio siglo después de la publicación de la encíclica, nuevos conocimientos llevan
a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis. En efecto, es notable
que esta teoría se haya impuesto paulatinamente al espíritu de los investigadores, a
causa de una serie de descubrimientos hechos en diversas disciplinas del saber. La
convergencia, de ningún modo buscada o provocada, de los resultados de trabajos
realizados independientemente unos de otros, constituye de suyo un argumento
significativo en favor de esta teoría».
En efecto, Juan Pablo II dice que el Magisterio de la Iglesia se interesa por la evolución
porque está en juego la concepción del hombre. Recuerda que la revelación enseña
que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios; alude a la magnífica
exposición de esta doctrina en la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II;
y comenta esa doctrina, aludiendo a que el hombre está llamado a entrar en una
relación de conocimiento y amor con Dios, relación que se realizará plenamente más
allá del tiempo, en la eternidad. En este contexto, recuerda literalmente las palabras
de Pío XII en la encíclica Humani generis, según las cuales el alma espiritual humana es
331
creada inmediatamente por Dios. Y extrae la siguiente consecuencia: «En
consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se
inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se
trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad
sobre el hombre. Por otra parte, esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la
persona».
«Me veo obligado a atribuir el carácter único del yo o del alma a una creación
espiritual sobrenatural. Para dar la explicación en términos teológicos: cada alma es
una nueva creación divina... Esta conclusión tiene un valor teológico inestimable.
Refuerza considerablemente nuestra creencia en el alma humana y en su origen
milagroso por creación divina. Hay no sólo un reconocimiento del Dios trascendente, el
Creador del cosmos... sino también del Dios amoroso al que debemos nuestro ser».
332
luego, un examen detallado de estos temas nos llevaría mucho más allá de los límites
de mi argumentación presente. Pero se puede decir que esta perspectiva es muy
coherente con el progreso científico. En efecto, ese progreso supone que el ser
humano es capaz de representar el mundo físico como un objeto, que posee las
capacidades descriptiva y argumentativa que hacen posible la ciencia experimental, y
que es capaz de proponerse la búsqueda de los valores implicados por la actividad
científica.
Aceptar la creación especial divina de cada alma humana no significa que la acción
divina contradiga el curso de la naturaleza. Que la existencia de los seres humanos
deba encontrarse relacionada con un cierto grado de organización biológica es muy
lógico. La continuidad de la naturaleza es compatible con la discontinuidad implicada
por una acción divina específica que produce un nuevo nivel del ser.
Algunos piensan que no tendría sentido afirmar que existen intervenciones especiales
de Dios para crear las almas humanas. Pero se trata de un problema que se puede
clarificar fácilmente. Cuando se afirman esas intervenciones especiales, no se quiere
decir que Dios cambie. Dios no actúa como las criaturas. Dios interviene
continuamente en el curso de la naturaleza, sin cambiar Él mismo. Por tanto, la
intervención especial de Dios para crear el alma humana no significa que haya una
especie de alteración en los planes de Dios cada vez que crea un alma. Dios no cambia,
ni cuando crea cada alma humana, ni cuando sostiene a cada criatura en su ser y en su
actividad. La novedad se da en las criaturas, no en Dios. Por supuesto, esa novedad es
esencial, porque cada ser humano pertenece a la naturaleza pero, al mismo tiempo, la
trasciende: hay, al mismo tiempo, continuidad y discontinuidad con la naturaleza.
333
distinción y entre la Causa Primera y las causas segundas es crucial; si se pierde de
vista, se pensará que, para que algo sea meta de la evolución, debe suceder de modo
completamente necesario, descartando la contingencia del azar: ése parece ser el
razonamiento de quienes niegan que la evolución de la vida en la Tierra pueda
responder a un plan divino dirigido a la aparición del ser humano. Piensan que, si el
hombre es el resultado de un plan divino, su producción debería responder a leyes
científicas necesarias, lo cual es incompatible con el azar que impregna el proceso
evolutivo. Pero el azar, que es real porque existen muchas confluencias de líneas
causales independientes, se encuentra totalmente controlado por Dios, que el la Causa
Primera sin la cual nada puede existir.
Al hablar de evolución y ser humano desde una perspectiva cristiana, parece casi
obligado mencionar el problema del monogenismo, o sea, del origen del género
humano a partir de una primera pareja. En la encíclica Humani generis de 1950,
después de asentar la libertad de discutir el posible origen del organismo humano a
partir de otros vivientes, el Papa Pío XII escribió: «cuando se trata de otra conjetura,
concretamente del poligenismo, entonces los hijos de la Iglesia no gozan de esa
libertad, ya que los fieles cristianos no pueden aceptar la opinión de quienes afirman o
bien que después de Adán existieron en esta tierra verdaderos hombres que no
procedían de él, como primer padre de todos, por generación natural, o bien que Adán
significa una cierta multitud de antepasados, ya que no se ve cómo tal opinión pueda
compaginarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y las enseñanzas del
Magisterio de la Iglesia proponen acerca del pecado original, que procede del pecado
verdaderamente cometido por un Adán y que, transmitido a todos por generación, es
propio de cada uno» .
334
alcanzarse. Por otra parte, por el momento es muy difícil llegar a conclusiones claras
acerca del monogenismo o el poligenismo en el ámbito la ciencia: aunque a veces
algunos autores afirmen como científicamente cierto el poligenismo, esas afirmaciones
suelen contener aspectos discutibles. Además, aunque el monogenismo plantee
algunas dificultades a nuestro afán de representar el origen de la especie humana, el
poligenismo también plantea dificultades nada triviales. Y no puede olvidarse que se
conocen mecanismos biológicos que permitirían explicar, al menos en principio, el
origen monogenista del hombre actual.
Mariano Artigas
335
con la que pretendían conseguir dos objetivos básicos: por una parte, mostrar que la
Biblia proporciona conocimientos científicos acerca de la creación y que serían contrarios
a las hipótesis evolucionistas; y, por otra, conseguir legalmente que en las clases de
ciencia natural que se dan en las escuelas, junto con las teorías evolucionistas, se explique
también, dedicando igual tiempo, el creacionismo como concepción alternativa.
Más tarde, la batalla anti-evolucionista llegó a ser causa común con los protestantes
“fundamentalistas”. A raíz de la primera guerra mundial, éstos denunciaron a la teología
alemana como fuente de una tendencia “modernista” que pondría en peligro la
civilización americana con su herencia cristiana (protestante). En esa batalla se defendían
conjuntamente la Biblia, la civilización y las ideas anti-evolucionistas. Esto sucedía en la
década de los veinte, en torno a William Jennings Bryan, personaje de extraordinaria
influencia. De modo significativo, Bryan sostenía personalmente una visión compatible
con un cierto grado de evolucionismo, pero, como él mismo explicaba, su actitud en
público no hacía concesiones al respecto, puesto que hubieran significado dar fuerza a los
materialistas que atacaban a la religión.
336
Henry M. Morris, antiguo profesor universitario, doctorado en Hidráulica, y un grupo de
creacionistas como él, en 1963, organizaron la Sociedad para la Investigación de la
Creación. En 1972, fundó el Institute for Creation Research (“Instituto para la Investigación
de la Creación”, ICR) de San Diego, institución privada no lucrativa, cuyo objetivo original
es publicar literatura creacionista y hacer campaña en las escuelas públicas en favor de las
interpretaciones escriturísticas de los orígenes humanos. A pesar de presentarse como
una organización de carácter apolítico y aconfesional, el ICR exige a todos sus miembros
una confesión de fe sobre el fijismo de las especies creadas, la universalidad del diluvio y
la realidad histórica de la Creación, según el Génesis. En 1981, Morris obtuvo la
aprobación oficial para la escuela superior, que ofrece títulos en Ciencias de la Educación,
Geología, Astrofísica, Geofísica y Biología. En 1986, consiguió trasladarse del campus de
Christian Heritage College, en el Cajón, California, a su actual campus. Puesto que el ICR
no está refrendado por la Western Association of Schools and Colleges, las escuelas más
acreditadas no reconocerán sus títulos ni aceptarán sus créditos de clase para un traslado
de matrícula. El profesor Morris ha dicho que no es su intención solicitar un refrendo de la
Western Association, a la que califica de “organización secular, muy comprometida con la
teoría evolucionista”. Y añade: la Biblia es “nuestro libro de texto sobre la ciencia del
creacionismo” pues “estamos totalmente constreñidos a lo que Dios ha considerado
adecuado decirnos y esa información es su palabra escrita.” Y, en otro lugar: “Si el hombre
desea saber algo acerca de la creación, su única fuente de información verdadera es la
revelación divina”. De tal modo, que la creación habría tenido lugar en días de 24 horas,
excluyendo absolutamente toda evolución. Esta perspectiva es compartida por
importantes teólogos protestantes de Princeton, como Benjamín Warfield, Duane Gish, el
reverendo Jerry Falwell y el Sínodo luterano de Missouri, de donde surgió un buen grupo
de colaboradores de Henry Morris para organizar el “creacionismo científico” en 1963.
Estos autores intentan poner de manifiesto el gran número de verdades científicas que
han permanecido ocultas en sus páginas durante 30 siglos o más, y han puesto en el
candelero este movimiento antes minoritario en los Estados Unidos, desde donde se ha
difundido por todo el mundo.
337
nota 1:1 de la enormemente influyente Scofield Reference Bible (“Biblia de Consulta
Scofield”). Se trata de una Biblia anotada que todavía hoy es muy admirada por los
fundamentalistas. Según la teoría de la laguna, un gran lapso de tiempo transcurrió
entre el primer versículo del Génesis y el segundo. “En el principio creó Dios los cielos y
la tierra”. Esto incluye al menos una creación, si no más, de vida vegetal y animal sobre
la tierra. Dios destruyó la creación preadámica, lo que lleva al segundo versículo: “La
tierra estaba confusa y vacía ...” Fue entonces, hace unos 10.000 años, cuando Él
empezó de nuevo, repoblando la tierra tal y como se describe en el Génesis.
Swaggart revela aquí una ignorancia total de los hechos más elementales de la Biología
y la Geología. La evolución es un hecho en no menor medida que lo es el que la Tierra
gire alrededor de su eje y su movimiento alrededor del sol. Hubo una época en la que a
esto se le llamaba la teoría copernicana; pero, cuando la evidencia a favor de una
teoría llega a ser tan abrumadora que no hay persona informada que pueda dudar de
ella, los científicos acostumbran a llamarla un hecho. Que todas las formas de vida
actuales descienden de otras anteriores, en el curso de vastos lapsos de tiempo
geológico, está tan firmemente establecido como lo está la cosmología copernicana.
Los biólogos están en desacuerdo tan sólo en lo que respecta a las teorías que tratan
de cómo funciona este proceso. Swaggart está también absolutamente equivocado
cuando supone que la evolución implica el ateísmo. Hay cientos de pensadores
cristianos, de los más distinguidos, tanto católicos como protestantes, que han
aceptado la evolución. Millones de evangélicos que comparten la fe de Swaggart, hace
mucho que decidieron interpretar los días del Génesis como largos períodos de
tiempo. Los teístas no cristianos -Thomas Jefferson y la mayoría de los demás Padres
Fundadores, por ejemplo- no han tenido problemas en ver la evolución compatible con
la creación de Dios.
338
por 69 votos a favor y 16 en contra. Disponía que deberían recibir igual atención en la
enseñanza la creación y la evolución, y exigía también la renuncia de todos los textos en
los que cualquier idea sobre “el origen de la creación del hombre y su mundo ... no esté
representado como un hecho científico”. Esta ley fue declarada inconstitucional pocos
años más tarde. En el Estado de Arkansas, consiguieron que se aprobara la ley de la
enseñanza equilibrada de evolucionismo y creacionismo en las escuelas. Pero contra esa
ley recurrieron diversos grupos y personas, incluyendo los Obispos católicos de la zona. En
el juicio actuaron como testigos algunos científicos conocidos -como Stephen Jay Gould-,
y el juez William R. Overton revocó por inconstitucional la ley de Arkansas el 5 de enero
de 1982. En la justificación de su decisión se encuentran muchas páginas que son casi un
tratado de filosofía de la ciencia, puesto que el juez debió determinar qué es ciencia y qué
no lo es, y aplicar esos criterios al evolucionismo y al creacionismo.
La batalla ha tenido también una fuerte incidencia sobre las editoriales de textos. En
Texas, donde se encuentra uno de los principales mercados escolares, el espacio dedicado
a la evolución en los textos de biología ha bajado a la mitad en los últimos años, pues la
Junta de Educación del Estado de Texas aprobó una resolución en la que se decía: “Los
textos que tratan la teoría de la evolución harán notar que es sólo una entre varias
explicaciones de los orígenes de la humanidad y evitarán lo que limite a los jóvenes en su
búsqueda del sentido de la existencia humana. Cada libro de texto debe incluir en una
página introductoria, esta advertencia: lo que en el libro se dice acerca de la evolución se
presenta claramente como una teoría y no como un hecho. La presentación de la teoría
de la evolución se hará de modo que no vaya en detrimento de otras teorías sobre los
orígenes”.
Parece que estas corrientes, que han confluido en el “creacionismo científico”, ven en el
evolucionismo un poderoso aliado del materialismo moderno que pretende difundir a
gran escala una visión relativista y atea que socava los fundamentos mismos de la
civilización humana. George Marsden, profesor de Historia en Michigan, afirma que los
creacionistas científicos han identificado correctamente el contenido materialista de gran
impacto social que se presenta apoyado en el evolucionismo. Cita como ejemplo la
popular serie televisiva Cosmos, de Carl Sagan, que trasluce una clara visión anti-
creacionista. Y señala que los creacionistas han percibido esa filosofía nociva para las ideas
religiosas y morales básicas de la civilización, concluyendo, aunque no justificando, que
“los defensores dogmáticos de mitologías evolucionistas anti-sobrenaturalistas
constituyen una invitación a responder del mismo modo”.
339
signo de vitalidad científica. La hipótesis creacionista, en cambio, armoniza bastante mal -
literalmente entendida- con los datos científicos. Como la mayor parte de los creacionistas
sostienen que el mundo fue creado casi instantáneamente hace unos pocos miles de
años, ellos se oponen no sólo a la teoría de la evolución, sino a toda interpretación
científica del pasado. Si prevaleciera esta posición, la Geología, la Paleontología, la
Arqueología e incluso la Cosmología deberían reformularse de forma que la ciencia
retornaría a un marco teórico propio del S. XVIII.
Pero, debemos plantear esta polémica en sus justos términos. La realidad es que la
evolución como hecho científico y la creación divina se encuentran en dos planos
diferentes: no existe la alternativa evolución-creación, como si se tratara de dos posturas
entre las que hubiera que elegir. Se puede admitir la existencia de la evolución y, al mismo
tiempo, de la creación divina. Si el hecho de la evolución es un problema que ha de
abordarse mediante los conocimientos científico-experimentales, la necesidad de la
creación divina responde a razonamientos metafísicos. En sentido estricto, creación
significa “la producción de algo a partir de la nada”. En ningún proceso natural se puede
dar una creación propiamente dicha: los seres naturales, desde las piedras hasta el
hombre, sólo pueden actuar transformando algo que ya existe. La naturaleza no puede
ser creativa en sentido absoluto. El hecho de la creación, así entendido, no choca con la
posibilidad de que unos seres surgieran a partir de otros.
340
admitir unas hipótesis que no pertenecen al ámbito científico, y deberá admitirlas aunque
no pueden probarse.
Dando un paso más, podremos afirmar que -lejos de contraponerse-, la noción metafísica
de una creación providente y la idea física de una evolución cosmológica se exigen
mutuamente, aunque, como es obvio, no de manera simétrica. Por un lado, si hay
evolución cosmológica y biológica con sentido, es preciso remitirse para explicarla
radicalmente -es decir, metafísicamente- a una Inteligencia creadora. Y, a su vez, esta
Inteligencia creadora, si bien ha creado el mundo libremente, es preciso que haya creado
un mundo ordenado a un fin y, por lo tanto, dotado de sentido. En la visión de las cosas
que así resulta, no puede pensarse tampoco que primero es la creación y después la
evolución, porque la creación es estrictamente contemporánea con todas las fases o
momentos del proceso evolutivo. Lo que realmente hay es una creación -como situación
metafísica estable- de cosas materiales que evolucionan precisamente porque han sido
creadas con sentido y finalidad, y están, por tanto, guiadas por una sabia providencia
ordenadora. Rechazamos, por consiguiente, estas dos posturas extremas, que no logran
pensar adecuadamente esta articulación entre creación y evolución.
Por una parte, el creacionismo científico toma la Causa creadora -que es una Causa
metafísica o trascendental- como si fuera una causa física, y pretende hacerla intervenir
en diversos momentos del proceso evolutivo. Ya hemos visto los defectos conceptuales de
fondo que conlleva esta actitud. Sin embargo, no cabe excluir por principio una
intervención especial de la causa creadora en el origen del hombre, precisamente porque
la persona humana no es una realidad totalmente intramundana, sino que posee
capacidades -su inteligencia y su voluntad libre- que trascienden la materia. Se podría
discutir si se da otra intervención especial en la aparición de la vida. Por un lado, es
indudable que el surgimiento de seres vivos representa una radical innovación
organizativa y funcional; mas, por otro, no parece imposible dar una explicación física del
origen de los organismos vivientes a partir de materia inerte, por la fundamental razón de
que éstos sí que son entidades estrictamente intramundanas.
Por otra parte, tampoco resulta admisible el evolucionismo radical, que postula una
autogénesis transformista y universal de la materia: una especie de evolución creadora. Al
rechazar toda causación trascendental, toda creación conservadora y providente, este
evolucionismo materialista se ve abocado a optar entre el reduccionismo y el
preformacionismo, para dar cuenta de la aparición de realidades nuevas. El
reduccionismo, como ya sabemos, consiste en mantener que lo nuevo no es más que las
condiciones iniciales de las que surge. Al mantener esto, el reduccionismo se convierte
fácilmente en su postura antitética -el preformacionismo- para la que propiamente no hay
nada nuevo, porque todo estaba ya antes preformado. Una tercera postura, mantenida
más reciente es el llamado emergentismo o fulguracionismo, para el que los cambios
estructurales -sin introducir ningún elemento nuevo- producen “fulguraciones”,
emergencias de cosas nuevas, sin necesidad de recurrir en modo alguno a la Causa
trascendental. Pero, como ha mostrado Reinhard Löw, estas variantes del evolucionismo
fracasan en su intento de dar cuenta de lo nuevo y, paradójicamente, conducen a una
visión estática del mundo.
341
No hay, por tanto, necesidad de plantear ningún conflicto entre ciencia y religión. Esto es
lo que postulan, al menos, destacados científicos evolucionistas. John McIntyre, profesor
de Física en la Universidad de Texas, confiesa la frustración que experimenta por el hecho
de que los “antievolucionistas” hayan usurpado el término “creacionismo”, e insiste en
que es del todo posible conciliar las creencias cristianas en un Dios creador con la idea de
que la vida haya evolucionado a través del tiempo. Por su parte, el paleontólogo
neodarwinista G. G. Simpson, asegura: “Ningún credo, salvo el de las fanáticas sectas
fundamentalistas -que son una minoría protestante en EE.UU.-, reconoce por dogma el
rechazo de la evolución. Muchos profesores, religiosos y laicos, la aceptan , en cambio,
como un hecho. Y muchos evolucionistas son hombres de profunda fe. Además, los
evolucionistas pueden ser también creacionistas”.
Por lo que hace a la polémica, el panorama no es muy halagüeño. Sin embargo, queda la
esperanza de que se impongan los análisis serenos. El creacionismo científico y el
evolucionismo radical se alimentan mutuamente. Hoy por hoy, el evolucionismo radical
parece el contrincante más fuerte: su poder y difusión están aliados con una mentalidad
pragmatista muy extendida, en la que la ciencia es para muchos la única fuente de la
verdad. La batalla no tendrá final, mientras no se disipe el error en que incurren ambas
posturas con sus extrapolaciones. Porque ni la Biblia contiene datos científicos
desconocidos en la época en que fue escrita, ni tampoco es legítimo ni científico negar lo
que no se alcanza mediante la ciencia. Existen dos parcelas autónomas del saber humano
-Filosofía y Ciencia- que no se pueden trasvasar sin caer en extrapolaciones inadmisibles o
en una peligrosa pirueta conceptual. El problema desaparece cuando se advierte que
evolución y creación divina se encuentran en planos distintos y, por lo tanto, no se
excluyen mutuamente, aunque haya un tipo de “evolucionismo” que es incompatible con
la admisión de la creación y un tipo de “creacionismo” que es incompatible con la
aceptación de la evolución.
342
IX. IGLESIA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Peculiaridades de la Iglesia
Es preciso comprender esa lógica de fondo, pues no coincide con la lógica de una
empresa ni con la de un partido político, ni tan siquiera con la de otras realidades
religiosas, aunque tengan elementos comunes. El problema se plantea cuando algunos
de esos rasgos característicos de la Iglesia católica chocan con los criterios usuales de
una sociedad, como la occidental, basada sobre el gobierno de la opinión pública.
343
1. La Iglesia cuenta con un depósito de doctrina, que incluye una visión sobre el
hombre como criatura de Dios. Es un depósito que no puede modificar
arbitrariamente, sino solo explicitar mejor: exponerlo del modo más claro posible,
según aconsejen las circunstancias históricas. Ese cuerpo doctrinal procede de la
Sagrada Escritura y la tradición apostólica, interpretadas por el Magisterio de la Iglesia.
La existencia de verdades inmutables parece chocar con el carácter frágil e histórico de
la mayoría de las verdades humanas (las ciencias, por ejemplo, hacen progresos, se
actualizan, etc.). En los casos más extremos, cuando se asume una visión relativista, lo
que se pone en tela de juicio es la misma existencia de verdades; o, al menos, cuesta
aceptar la superioridad de unas verdades sobre otras, pues parecería contrario al
principio de igualdad.
344
misma propiedad la poseen los concilios ecuménicos, en unión con el Papa, y las
enseñanzas del magisterio ordinario y universal (es decir, cuando aun sin haber un acto
solemne, todos los obispos coinciden en que alguna verdad debe considerarse como
definitiva). (...) Con frecuencia, lo que en realidad se cuestiona no es tanto la
infalibilidad sino la primacía del Papa.
Lo esencial y lo opinable
8. La prensa está acostumbrada a cubrir la actuación de los políticos, cuyo arte básico
es la maniobra (sin dar a esta expresión necesariamente un contenido negativo) y
dependen de la popularidad, pues su radio de acción es a corto plazo: son
características que no se pueden trasladar tal cual a la Iglesia.
(...) Subrayar la diversidad intrínseca del cristianismo no quiere decir que se propugne
un tratamiento periodístico privilegiado. Lo que parece necesario es ser conscientes de
esas características –de esa lógica– para entender el comportamiento de las personas
y para no enfocar la realidad de la Iglesia con criterios que serían más adecuados para
otro tipo de instituciones. Para conseguirlo no se requiere tener fe, sino una
profesionalidad basada en la honradez, porque también aquí hay que dar a cada uno lo
suyo, que en este caso se traduce en tratar a cada realidad conforme a lo que es.
345
Mecanismos de distorsión
Ante un texto difícil o una respuesta matizada, la réplica periodística puede ser buscar
el interés por otras vías, con el pretexto de la rapidez y la necesidad de simplificar
(frecuentes coartadas de la pereza profesional). Tales distorsiones se dan en todos los
ámbitos periodísticos, pero tal vez en las informaciones que se refieren a la Iglesia
católica aparecen con una impunidad que sería implanteable en campos como la
información económica.
Los artificios que constriñen la realidad con el fin de hacerla más noticiable, a la vez
que la deforman, son muy variados. Con ánimo sintético, se podrían destacar los tres
siguientes:
346
construidas desde el propio escritorio por medio, por ejemplo, de la
“descontextualización”: la noticia saca de quicio un aspecto, una frase, etc. de modo
que se le otorga un significado nuevo y más interesante. Si en la misma noticia se
ofreciera el contexto, perdería valor noticioso.
3) Recursos estilísticos con los que se busca conseguir la apariencia de que el texto se
basa en informaciones recabadas por el periodista
Se juega aquí, por ejemplo, con el uso de las citas y de las fuentes, pero presentadas de
modo genérico. En muchos casos, detrás de frases hechas como “según los
observadores” o “según fuentes eclesiásticas”, se entrevé al propio periodista, que se
sirve de esas expresiones como de un recurso retórico, pues siente el “imperativo”
profesional de adjudicar a otros lo que son sus propios comentarios y puntos de vista.
Se escriben textos de opinión con la apariencia externa de textos informativos.
347
conocimiento en el receptor. El problema surge al proyectar ese contenido al público
general, lo que puede provocar malentendidos en el uso de determinadas expresiones,
incluso corrientes. Por ejemplo, si el obispo de una diócesis afirma –ante un
determinado comportamiento poco ejemplar de terceras personas–, que es preciso
“evitar el escándalo”, esa expresión tendrá un significado muy diverso del pretendido:
“evitar el escándalo”, en su uso teológico, se refiere a evitar aquello que pueda inducir
a otros a pecar, mientras que el uso cotidiano se ha deslizado al significado de evitar
aquello que pueda dañar la propia imagen.
Diego Contreras
Entre los males crónicos que padecemos, está el de la desinformación religiosa, que es
muy persistente en nuestro país, y que, a base de repetirse, ha conseguido imprimir en
las conciencias imágenes muy negativas de la Iglesia y algunos sonoros prejuicios sobre
el mensaje cristiano. Cuando se presta un poco de atención se ven los tics que tiene
cada medio. Me parece útil poner algunos de relieve. Pero sin adoptar una actitud
beligerante, porque no va con lo que tiene que ser la evangelización, cuyo signo
principal es la caridad. La caridad exige una opción por la inocencia (es mejor pasarse
por bienintencionados), y por la indefensión que supone perdonar (el heroísmo de
ceder en lo propio y esperar la conversión ajena). Con todo, el Señor nos ha dado la
inteligencia también para que pensemos y ofrezcamos una justa resistencia al daño
injusto.
348
El nuestro es un país con un movimiento intelectual discreto. Aparte del debate
político, que no es particularmente atractivo, los editoriales de la prensa se dedican al
comentario ocurrente de anécdotas circunstanciales. Y cuando tratan los temas
religiosos son frecuentemente raramente ofrecen un diálogo inteligente o
enriquecedor. Si no fuera por el poder que tiene para conformar la opinión pública, no
merecerían atención.
La prensa libertaria
Empezaremos por el segundo tipo, que es más elemental. La prensa de aire libertario
se caracteriza, sobre todo, por ser frívola. Carece de proyecto intelectual, fuera de una
genérica opción por la libertad de costumbres. Todo lo demás no parece importarle
gran cosa. Le gustan los tonos sensacionalistas y no se toma en serio más que a sí
misma. Cree estar en la cresta de la ola y, asumiendo una tradición surrealista bastante
demodée, piensa que hacer cultura consiste en sorprender con alguna que otra
“transgresión” (a estas alturas). Se considera al margen de la cultura cristiana y
procura marcar las distancias, cuando hay ocasión, con alguna salida de tono. Tiende a
ridiculizar lo religioso, y se regocija cuando las circunstancias le ofrecen algún pequeño
escándalo sexual o financiero. También rastrea todo lo escabroso que se puede
recuperar de la historia. Pero lo hace con la intención de llenar los dominicales y
entretener al lector. No busca el lado más anticlerical, sino el más morboso.
No tiene posicionamientos ideológicos claros, sino más bien vitales, y se le nota un aire
posmoderno, de estar de vuelta. Por eso, el tratamiento de lo religioso tiende a ser
errático. No le importa recoger manifestaciones religiosas auténticas, siempre que
sean curiosas y entretenidas. Y muestra un cierto escrúpulo de conciencia cuando
trata, generalmente bien, las realizaciones sociales de la Iglesia. También suelen caerle
simpáticos los personajes en distancia corta, en entrevistas, etc. En cambio, muestra
recelos instintivos hacia la institución tomada en general (la Iglesia, la autoridad, la
curia romana, la conferencia episcopal, el Magisterio). Y tiene un tic agudo que lo
caracteriza, que es la hipersensibilidad hacia la moral sexual católica. Aquí sí que no
dejan pasar una y la respuesta suele ser airada.
349
institución familiar, con sus niños gritones, sus hogares acogedores, sus cumpleaños
felices, sus sonrisas tiernas y sus cándidos belenes. Y se le escapan pellizcos y puyas no
siempre inocentes. Gide dijo en una ocasión "familias, os odio". Pues lo mismo, pero
en menos. Los encantos de la “familia feliz” y el “hogar, dulce hogar” les ponen a cien.
Debe de ser un tic de solteros.
Les gusta coquetear con el mundo de la droga, siempre tratado con cariñosa
indulgencia, aunque los datos clínicos obliguen en esto a un inevitable realismo y
moderación. Lo libertario, como las borracheras, trae siempre a cuestas el problema
de la resaca, cuando uno se tropieza con el dolor de cabeza, y, al cabo de unos años,
con la cirrosis. Como vivimos en un mundo real, los actos libres (la droga, el sexo, el
desenfado, el escapismo y la vida misma) tienen efectos reales, muchas veces no
deseados. Es bonito jugar a vivir liberado, pero, en algún momento, hay que fregar los
platos que se han manchado y recoger los trozos de los que se han roto. De esto no
tiene culpa el cristianismo. Son las leyes de la realidad. Y a la Iglesia le toca el feo o
hermoso papel -según se mire- de recordar las leyes que creemos reveladas por el
Creador. Y molesta. Por muy suave que se quiera decir, la Palabra de Dios se recibe en
este contexto como una bofetada moral. En esto se resume todo.
La otra prensa -de corte ilustrado- presenta una fisonomía muy distinta. En primer
lugar, se considera seria, y tiene una alta opinión de sí misma y de su papel en la
sociedad moderna. Arroja sobre sus hombros la tarea de ser el faro y guía intelectual
del progreso. Se considera la conciencia laica del país y, desde que la izquierda se
decolora (perdiendo el rojo), sostiene los ideales de la Ilustración francesa. Esto le da
el tono dignamente aburrido de los viejos tribunales de justicia, llenos de estatuas a la
libertad y el progreso. Celebra con religiosa unción las efemérides ilustradas y
mantiene el culto sagrado de lo público. Esta repetición de clichés le producen un
hieratismo un tanto cómico. Y quizá por el peso de la propia tradición izquierdista, no
acaba de encontrar la postura para integrar los nuevos aires liberales que, por las leyes
de la simetría ideológica (casi tan certeras como las de la óptica), le correspondería
adoptar.
Es una cruzada en toda regla basada en una creencia: lo religioso y, sobre todo, lo
católico es, por su propia naturaleza, contrario al progreso de la humanidad: es decir,
al crecimiento de la ciencia y al despliegue de la libertad. Es un principio que los datos
350
reales, quiéranlo o no, tienen siempre que confirmar. Y se trabajará para que así sea. El
enfoque y las manifestaciones de la religiosidad católica han cambiado mucho en el
último siglo. Pero cuando la miran no ven lo que hay, sino lo que debería haber de
acuerdo con este principio.
Por eso, sacan constantemente del baúl de los recuerdos, los argumentos, ya
apolillados, que seleccionó la tradición laicista y anticlerical francesa. Y, con ocasión y
sin ella, entrando en el siglo XXI, te recuerdan las antiguas cruzadas, las guerras de
religión, el juicio de Galileo o la actuación represiva de la inquisición, como si acabaran
de suceder y no se hubiera hecho otra cosa en la historia. Que San Juan de la Cruz haya
podido convivir con la Inquisición y que sea un testimonio cristiano mucho más
auténtico, da lo mismo; puestos a mentar, lo que se mentará hasta el agotamiento,
será la Inquisición, sin ninguna preocupación por los matices históricos. Son
argumentos importados y apenas traducidos, ni siquiera tienen los tonos locales que
cabría esperar. Por ejemplo, la Inquisición es una institución española y, con la enorme
documentación que poseemos, podría dar lugar a ejemplos más sangrantes que
Galileo, porque, en este país ojerizas ha habido siempre muchas. Pero no les interesa
la historia. Prefieren los estereotipos. La única diferencia con otras naciones es que
aquí, en general, no se usa la referencia a los horrores de la Conquista de América. Se
ve que el público español todavía venera este asunto y le sabe malo que se lo
sustraigan. Con estos argumentos, llevamos dos siglos y medio, y todavía se pueden
leer en la prensa diaria, no menos que una vez por semana. Todo lo demás que la
Iglesia haya hecho o esté haciendo ahora no importa en absoluto. La imagen viene
dada por el baúl.
Siendo la religión católica tan nefasta, necesariamente hay que suponer intenciones
torcidas en sus representantes, parezca lo que parezca. Es un segundo principio. Así,
hay que explicar la actuación del Papa, de la curia romana, de los obispos y, aún de
todos los clérigos, por el afán de conquistar poder y dinero. No se puede conceder que
sean bienintencionados y que, en realidad, quieran el bien de la gente. Pueden ser
obsesos o tontos, pero buenos no. Hay que representárselos, contra toda evidencia,
como gente ávida de dinero y sedienta de poder. Y los demás, como ovejas ignorantes
y crédulas. Esto se sugerirá siempre que se tercie. Lo han convertido en una cláusula
de estilo. Podría parecer un chiste si no fuera porque no hay día en que no aparezca
por escrito.
No dejarán de reseñar en lugar destacado todo lo que resulte grotesco, lo que huela a
superstición, lo que parezca anacrónico en las manifestaciones religiosas. Personajes
estrafalarios, fiestas recónditas, prácticas ancestrales que han fosilizado en alguna
esquina: todos y todas encontrarán sitio preferente y merecerán titulares. Además de
destacar los escándalos financieros y sexuales de eclesiásticos, que, tal y como es la
condición humana, inevitablemente salpican la vida de la Iglesia, a veces, menos de lo
que cabría esperar. También encontrarán lugar, por supuesto, todos los opositores, los
351
tránsfugas, y los problemáticos. Y toda persona a quien la autoridad eclesiástica
recrimine algo, se convertirá, por eso mismo, en un héroe; y tendrá espacio a su
disposición mientras se anime a discrepar y ser suficientemente ácido. Tampoco les
importa abrir la mano a otras opciones religiosas, con tal que resulten alternativas a lo
católico; pero sin pasarse, sin perder la compostura laicista.
Y cuando no queda otro remedio que dar la noticia, cuando lo religioso mismo es
noticia, se buscará el ángulo que menos le favorezca. Entonces empieza la elaboración
y el cocinado del material. Todo un arte. Primero se reduce el mensaje al mínimo.
Después, se piensa el modo de mentar los móviles torcidos (el poder y el dinero) y de
recordar el pasado descalificador (la inquisición). Se da voz a los que piensan lo
contrario. Se recogen todos los detalles peregrinos, absurdos o antipáticos. Y se
escogen las fotos más grotescas. Si se toma uno la molestia de recorrer cómo trató
esta prensa los viajes del Papa Juan Pablo II, comprobará que, con la sola excepción de
Cuba -donde no supo situarse- y con una insoportable monotonía, el procedimiento
fue siempre el mismo: acusaciones de protagonismo y de gastos excesivos; recuerdo
sesgado de las circunstancias históricas más dolorosas; amplia atención a voces
descontentas; recopilación de detalles chuscos; y selección de fotos peregrinas. Un
alarde de manipulación de materiales. Todo, menos dejar sitio al mensaje y a la
intención religiosa.
Por escoger otro ejemplo más sintomático. En la noche del 24 de diciembre del año
2000, Juan Pablo II inauguró el año jubilar. Era una fecha densa, largamente esperada y
cargada de significación. La noticia era inevitable, fue recogida por casi todos los
medios del mundo. Pero quizá resultó demasiado fuerte para uno de los principales
medios de nuestro país, y la pasó por la cocina. Tras poner en primera página una rara
foto del Papa de espaldas y arrodillado, dedicó al asunto dos artículos en la sección de
religión. El primero hablaba del jubileo como un montaje televisivo. Y el otro, de lo que
costaban los coches del Vaticano, remontándose a los Mercedes que usaba Pío XII. Del
mensaje y del significado del jubileo, de la renovación espiritual, de las opiniones del
Papa, de los 2000 años de Jesucristo, apenas una furtiva línea; todo lo demás, adobo.
Muestra representativa del taller y pequeña joya del arte de la desinformación
religiosa en el inicio del tercer milenio. Habría que pensar en un museo para reunir la
colección.
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Conclusión
No se trata de plantear una batalla entre los buenos y los malos. Porque tal distinción
es imposible hasta el final de los tiempos, y la hará, como quiera, nuestro Señor
Jesucristo. Mientras, en lo que nos toca ver y podemos juzgar, ni los buenos son tan
buenos ni los malos tan malos. Los eclesiásticos y, en general, todos los cristianos
tenemos que vivir en la incómoda situación de ser portadores de un mensaje
maravilloso que nos excede. Es lógico que los que no son o no quieren ser cristianos
perciban el efecto grotesco. Es la base inevitable de la mofa anticlerical. No vamos a
decir que estamos a la altura de los ideales que proclamamos. Y no vamos a hacer
como si lo estuviésemos. Sólo los vemos realizados - y aún no plenamente- en los
santos. Esta paradoja en la que vivimos es una invitación a la sinceridad, a la
autenticidad, y, antes que nada, a la humildad.
Tampoco vamos a decir que todos nuestros antecesores eran santos, que reflejaron
bien el mensaje de Cristo y que no habido malentendidos dolorosos. El fin del milenio
ha sido ocasión de reconocer culpas pasadas. Pero el inicio del nuevo es la ocasión de
relanzar la evangelización. No podemos renunciar a difundir el mensaje de Jesucristo,
que es luz que ilumina y sal que da sabor a la vida. Y no debemos permitir que lo
desvirtúen injustamente a fuerza de frivolidad o de maniobras intelectuales.
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