El primero de julio concluyó el proceso electoral en el que el PRI obtuvo el peor resultado de
su historia, producto de una serie de factores entre los que sobresalen el rechazo abrumador
de la ciudadanía al gobierno, estimado en las encuestas en un 80%, rechazo fundado en la
falta de resultados en el combate a la inseguridad, a la pobreza y a la corrupción; las
imposiciones en candidaturas en todos los niveles por parte de la dirigencia presidida por
Enrique Ochoa; una campaña por la Presidencia de la República errática y llena de
improvisaciones y la simulación y el engaño en las supuestas estructuras del Partido, en un
escenario en el que enfrentamos a un candidato que tenía ya más de doce años en campaña
y que entendió el enojo ciudadano y se constituyó en el candidato del cambio.
Democracia Interna nació en el 2016 y desde entonces, a la luz de lo que se estaba gestando
y con toda oportunidad exigió la democratización del Partido, se opuso en la Asamblea
Nacional al retiro de los requisitos que existían para poder ser candidato a la Presidencia de
México (los llamados “candados”) y sugirió un cambio en la oferta política, en el proyecto de
nación, que reconociera las demandas de las mayorías incluyendo la exigencia por adoptar
una posición crítica hacia los gobiernos surgidos del PRI y una independencia entre el Partido
y el Gobierno.
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Expresión nacional por la refundación del PRI
nadie los escuchó, en su momento, señalar estos errores y menos aún, hacer algún esfuerzo
por corregirlos. El verdadero priismo, el de a pie, lo sabe y reclama.
Hoy es tiempo de reflexionar sobre lo sucedido para reconstruirnos como Partido y rescatar
a la militancia agraviada por tantos años dándole voz y voto en las decisiones por venir.
Es el momento de asumir con responsabilidad lo que cada quién debe realizar en adelante
para poder dar vuelta a la página y seguir adelante, con renovados bríos y con la nueva
oportunidad que le da al Partido, al ser oposición, de dejar atrás la mal entendida disciplina
para pasar a la etapa de las decisiones democráticas, surgidas de la militancia. Pretender
renovar al PRI obedeciendo a la cúpula es firmar la extinción anticipada de nuestro Instituto
Político, algo que los verdaderos priistas no vamos a permitir.
Para empezar, la mejor señal que podemos dar a esa militancia es un relevo democrático en
la dirigencia, abierto a todos los que crean, como nosotros, que el Partido tiene futuro y que
cubriendo los requisitos estatutarios quieran competir para dirigir los trabajos de
reconstrucción y refundación del PRI.
Para la renovación proponemos que se elija a un nuevo Presidente y Secretario General del
CEN para que concluyan el periodo estatutario en agosto de 2019, una dirigencia de
transición que deberá lanzar la Convocatoria para la elección del Presidente y Secretario
General del CEN para el periodo 2019-2023 en los primeros días de febrero; aprobar que
este elección se realice por consulta directa a militantes y simpatizantes con reglas claras
para evitar dados cargados y estableciendo tiempos suficientes para el registro y desarrollo
de campañas y mecanismos que garanticen la transparencia y legalidad del proceso.
La dirigencia de transición debe surgir de cuadros de probada experiencia dentro del Partido
como lo son algunos ex presidentes del CEN del PRI, ex coordinadores del Congreso,
legisladores federales actuales, entre otros.
Sería inaceptable que miembros de la dirigencia actual, que fueron impuestos como
candidatos para competir por cargos legislativos y resultaron electos por el voto ciudadano,
como Claudia Ruiz Massieu, René Juárez y Rubén Moreira, pretendieran seguir dirigiendo el
Partido y no asumir los cargos para los que fueron electos en el Senado y en la Cámara de
Diputados.
Es tiempo de unidad, si, pero conseguirla pasa por evitar la tentación del gatopardismo y
cambiar para seguir siendo lo mismo. Debemos asumir, todos los priistas, que los cambios
deben ser de verdad y muy profundos. Quienes estuvieron al frente del Partido en los
últimos años y quienes fueron responsables, cada quién en su tiempo, de la reciente derrota,
no pueden pretender un PRI a su antojo.
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Es momento de cuidar al Partido, si, pero para ello debemos ser autocríticos, dejar de lado la
simulación, abandonar la sumisión y hablarnos de frente, sin ambages ni censura. No es
menor el enojo y la frustración de tantos priistas por lo vivido como para no entender
expresiones, comentarios y críticas. El tiempo, una nueva actitud hacia la militancia que le
permita participar activamente y la discusión abierta de las ideas habrán de calmar las aguas
tempestuosas que nos dejó la derrota.
No vemos mejor camino que la apertura a la democracia en el PRI para recuperar espacios
de actuación que a su vez permitan que volvamos a ocupar un papel destacado en la
conducción de los destinos de México. No hay otra ruta que devolverle el Partido a quienes
son sus dueños, a los militantes.
La nueva dirigencia, que entraría en funciones en agosto del 2019, deberá convocar a una
Asamblea Nacional en la que se revise a fondo el PRI en todos los ámbitos y se discutan
tanto las cuestiones estatutarias como las ideológicas y nuestra visión de país.
También es urgente que el ejemplo de democracia sea nuestro Partido, practicándola para la
definición de sus dirigentes y de sus candidatos. Acabamos de pasar uno de los episodios
más penosos de la democracia mexicana en la que ninguno de los candidatos a la
presidencia surgió de un proceso democrático. Esto no debe volver a ocurrir en el PRI, si
queremos volver a contar con la confianza de la ciudadanía.
En lo ideológico es necesario retomar los principios que nos rigen desde nuestra fundación,
hay que dejar atrás al neoliberalismo que impuso la tecnocracia que se adueñó del Partido
hace 30 años y que ha entregado como resultado un país desigual y empobrecido, para dar
paso a un modelo socialdemócrata moderno, adaptado a la nueva realidad de una economía
globalizada y a la era del conocimiento en la que vivimos.
El país que queremos todos es uno en el que no haya pobreza ni desigualdad; sin violencia,
sin inseguridad ni impunidad; sin corrupción. Un país en el que la política sirva a la sociedad
y no se sirva de ésta.
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El Partido que deseamos es uno a la altura de los retos que enfrentamos, democrático,
incluyente, abierto a escuchar a los mexicanos, privilegiando siempre a sus militantes, para
lograrlo.
Esa será la propuesta de Democracia Interna para discutir en la asamblea para la revisión y
renovación de nuestra organización.
FRATERNALMENTE
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