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Familia y sacerdocio real de los cristianos

La dimensión sacerdotal de la familia cristiana se traduce en la práctica en un


espíritu de familia que todo lo impregna de amor y de alegría

Por: P. Ramiro Pellitero Iglesias | Fuente:


iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es

 Todos los cristianos participamos del sacerdocio real de


Cristo. La vida de la familia cristiana tiene, por eso, una
dimensión sacerdotal. La vida familiar es una ofrenda a
Dios, una escuela de fe, un servicio a las personas.

El cuerpo es para la gloria de Dios y para servir a los


demás

1. El “ culto espiritual” propio de la vida matrimonial y


familiar. El cuerpo humano fue creado por Dios para
expresar y servir al espíritu humano, en la unidad de la
persona humana. Según la revelación cristiana, el pecado
rompe la armonía entre cuerpo y alma, y por tanto hiere,
oscurece y debilita esta capacidad de manifestar y entregar
el amor.

Cristo, con su obra redentora, ha restaurado también el


amor humano, y concretamente el amor conyugal. En los
sacramentos la Iglesia se sirve de realidades materiales
– pan, vino, agua, etc.– para manifestar y comunicar la
gracia divina. En el sacramento del matrimonio es el
mismo amor de los esposos – que implica su recíproca
entrega corporal– , lo que sirve de cauce a Dios para
manifestarles y comunicarles su gracia y su fuerza. Esta
gracia y fuerza divina – alimentada por la oración y la
Eucaristía– es ayuda preciosa para vivir la indisolubilidad
del vínculo matrimonial. Para que a través de los esposos
cristianos el amor divino llegue a la familia y al mundo.
La sexualidad matrimonial vivida en el cristianismo es
signo de la Nueva Alianza en Cristo. Por eso es ámbito de
culto a Dios. Y no en un sentido metafórico sino propio. La
relación entre los esposos, sin desnaturalizarse lo más
mínimo y contando con su apertura natural a la
procreación de nuevas vidas, les trasciende y es cauce que
les conecta con el amor de Dios y de los demás.

La exhortación de San Pablo a todos los cristianos


“ ofreced vuestros cuerpos como ofrenda viva, santa,
agradable a Dios: éste es vuestro culto razonable” (Rm
12, 1) y “ glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1 Co 6,
20), se hace, en los esposos cristianos, camino de santidad
para ellos y sus hijos, modo principal de dar gloria a Dios,
nada menos. Así participan los padres y madres de familia
en el sacerdocio real de los cristianos.

La piedad con Dios

2. La piedad con Dios es la primera manifestación de este


culto que los esposos dan con su propia vida y que
promueven entre sus hijos. La piedad encuentra un
impulso concreto en la misa dominical y la oración diaria
– diálogo personal con Dios– , al que se reservan algunos
tiempos, y en el que se van introduciendo poco a poco
también a los niños. En torno a ese núcleo pueden crecer
algunas devociones y costumbres familiares, en las que
importa más la calidad que el número: la bendición de la
mesa o el rezo del rosario al menos en días señalados.

Tiene especial valor el rezo en familia con ocasión de los


acontecimientos más destacados: nacimientos,
aniversarios, bodas, funerales, etc. La vida sacramental
debe ser adecuadamente iniciada con el acompañamiento
familiar (bautismo, confirmación, primera Eucaristía y
primera confesión), pues los sacramentos nos hacen nacer
y crecer en la familia de Dios, que es la Iglesia, familia de
familias.

La educación de la fe en la familia

3. La educación de la fe encuentra en la familia un


protagonista principal, con la ayuda de la parroquia, de la
escuela, de los grupos y movimientos eclesiales, etc. Hoy
estamos ante una “ urgencia educativa” (cf. Benedicto
XVI, Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente
de la educación, 21-I-2008), que pide un particular
esfuerzo para salir del analfabetismo religioso, dando un
“ salto de calidad” en la catequesis y en la enseñanza de
la religión.

Especialmente los jóvenes “ deben sentir la cercanía y la


atención de la familia y de la comunidad eclesial en su
camino de crecimiento en la fe” (Encíclica Lumen fidei, n.
53). Necesitan que se les muestre la belleza de la fe, en
sus diversas dimensiones (moral e intelectual, personal y
social, etc.), y esto solo puede hacerse por medio de
testigos creíbles entre los que se cuentan ante todo sus
padres.

Hoy asistimos a una educación que cae a veces en las


redes del relativismo y del secularismo ambientales, como
consecuencia del racionalismo que se ha encaminado en
Occidente hacia el consumismo y el nihilismo. De otro lado,
quizá por la ley del péndulo, se asiste en ocasiones a una
educación de tendencia fideísta, espiritualista e
individualista, no ajena al rigorismo, heredera también de
deformaciones predominantes en los últimos siglos.
La sinfonía de la fe

Una adecuada educación en la fe debe huir de estos


errores extremos. Para saber educar en armonía, es
preciso saber emplear instrumentos y registros diversos
como los que componen una sinfonía: la antropología
cristiana que conduce a vivir y educar en la Iglesia como
familia de Dios, el camino educativo de la belleza, la
educación o catequesis bíblica, la educación litúrgica y
sacramental, la vida moral como respuesta al amor de Dios
y que se refleja en el amor al prójimo; la Doctrina social de
la Iglesia sobre la base de la sensibilidad social recibida por
los hijos a través de lo que ven en su familia; la oración
que nos acerca a Dios y nos saca de nosotros mismos; el
afán apostólico, evangelizador o misionero; la santidad
también en la vida ordinaria. Los padres deben pedir
especialmente a los profesores de religión
– particularmente a la escuela de inspiración católica– y a
la parroquia, la necesaria colaboración, sin eludir su propia
responsabilidad.

La caridad, síntesis y fruto de la vida matrimonial y


familiar

4. La caridad, síntesis y fruto de la vida matrimonial y


familiar. La vida de la familia cristiana transcurre en medio
de las circunstancias ordinarias, a la luz de la fe, en torno
al centro de la Eucaristía y dando continuamente fruto
mediante el amor, la caridad. Las familias cristianas
deberían poder decir al mundo: hemos creído en el amor y
lo manifestamos con hechos, a diario. Manifestamos lo que
somos: una familia unida a Jesucristo, que vive de la vida
que Dios ha traído a la tierra; y que transmite esa vida
desde dentro del amor humano entre varón y mujer, con la
potencialidad que tiene ese amor, gracias a la acción del
Espíritu Santo.

La caridad, especialmente con los más necesitados tanto


material como espiritualmente, es la mayor fuerza de la
familia para la nueva evangelización. Por eso cada familia
debería ser una “ escuela de misericordia” para sus
miembros.

En definitiva, la dimensión sacerdotal de la familia cristiana


se traduce en la práctica en un espíritu de familia que todo
lo impregna de amor y de alegría: desde el amor entre los
esposos, integrado y alimentado por la relación con Dios,
pasando por la responsabilidad educativa de los hijos en la
fe y desembocando en los frutos de caridad y de
misericordia.

Como ha escrito el Papa Francisco, “ el espíritu de amor


que reina en una familia guía tanto a la madre como al hijo
en sus diálogos, donde se enseña y aprende, se corrige y
se valora lo bueno” (Exhortación apostólica Evangelii
gaudium, n. 139).

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