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ADOLESCENCIAS CONTEMPORÁNEAS

UN DESAFÍO PARA EL PSICOANÁLISIS

María Cristina Rother Hornstein (comp.)


M.C.Rother Hornstein, Susana Sternbach, Hugo Lerner, Luis
Hornstein

1-INTRODUCCIÓN
MARÍA CRISTINA ROTHER HORNSTEIN

"Si bien el psicoanálisis ha rastreado la continuidad


entre la psiquis infantil y la del adulto, también dio cuenta
de las trasmudaciones y los reordenamientos
que sobrevienen en el camino de devenir adulto."

Freud,S 1913

Un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío


que impone cada coyuntura sociocultural sin perder especificidad ni rigor exige retrabajar los
fundamentos metapsicológicos y clínicos como punto de partida y reelaborarlos con propuestas
que abreven en esa multiplicidad de discursos y en los propios. El requisito es un pensamiento
teórico siempre anclado en la clínica, que sea capaz de desafiar los dogmatismos y las falsas
seguridades con las que se manejan algunas teorías psicoanalíticas y que se actualice para no
perder vigencia.
Entablar un diálogo entre diversas disciplinas que lleven a una “fertilización cruzada” y no a
una mezcla indiscriminada, para intentar abrir a lo nuevo evitando síntesis, requiere aceptar las
diferencias y “aprender a navegar en la diversidad, dando lugar a que aparezca un acontecimiento,
una nueva metáfora que nos lleve a nuevos espacios cognitivos o enriquezca nuestro paisaje
actual.” (Najmanovich,2008)
Los intercambios entre especialistas ahondan el grado de especialización. Los intercambios
interdisciplinarios ensanchan y perforan las fronteras entre disciplinas y enriquecen el
pensamiento generalista, siempre y cuando haya una frontera que explorar, que cuestionar, que
transgredir y, sobre todo una actitud con espíritu creativo. (Wagensberg2014)
En este contexto y desde la perspectiva de los sistemas abiertos1, permanencia y cambio,
repetición y creatividad, orden y desorden, determinismo y azar, realidad y representación,
construcción y reconstrucción no son contradictorios. Por lo contrario nos posibilita la
resignificación de conceptos básicos, la creación de otros y pensar desde diferentes perspectivas los
desafíos de la clínica.
No se trata de rechazar todo desarrollo determinista, sino de no perder de vista que una
mayor complejidad aumenta el número de respuestas posibles ante las exigencias del mundo
exterior. Múltiples respuestas a una misma problemática es a lo que nos enfrenta la clínica actual al
interrogar los procesos psíquicos y formular nuevas estrategias terapéuticas.
Desde la represión originaria, el pasaje del yo de placer al de realidad, el fin del complejo de
Edipo, la metamorfosis puberal, los duelos y todo lo que implique recomposición identificatoria se
introducen en el sistema bucles de complejidad que intentan una reconstrucción siempre
problemática e incompleta del pasado.
¿Podemos definir a priori cuál será la evolución adolescente a partir del despliegue pulsional
propio del desarrollo puberal? ¿O cuál será el devenir de un niño que queda huérfano, o el devenir
de una vida ante cualquier hecho traumático o profundamente significativo? ¿O diversas
situaciones que la vida propone e impone a diario y enfrentan al sujeto con una distancia

1 Sistema abierto con “clausura operacional”, es según Maturana (1993) como funciona “el sistema nervioso, en el cual
cualquiera que sean sus cambios dentro del mismo, su operar consiste en mantener ciertas relaciones entre sus
componentes invariantes frente a las perturbaciones que generan en él tanto la dinámica interna como las
interacciones del organismo que integra. En otras palabras el sistema nervioso opera como una red cerrada de cambios
de relaciones de actividad entre sus componentes.”
Diferenciar sistema cerrado de abierto y aislado desde el punto de vista termodinámico. Según la termodinámica, que
es la rama de la física que estudia la energía y la transformación entre sus distintas manifestaciones, un sistema
aislado es aquel que no puede intercambiar materia ni energía con su entorno. Un sistema cerrado es aquel que sólo
puede intercambiar energía con su entorno, pero no materia. Un sistema abierto es aquel que puede intercambiar
materia y energía con su entorno.

María Cristina Rother Hornstein 2/164 mc.rotherhornstein@gmail.com

Adolescencias contemporáneas, un desafío para el psicoanálisis


intolerable entre el objeto real y el fantaseado? O más simple, ¿podemos predecir como será un
niño cuando sea un joven?
Si el psiquismo es un continuo reordenamiento de representaciones. Si la historia no es pura
repetición, ni sólo es transformación a partir de remodelaciones de las fantasías, el abanico de
respuestas del sujeto ante experiencias significativas depende de su historia libidinal e
identificatoria.
Decía en el prólogo de un libro que compilé en 2006:
“Intentamos entre todos dejar abiertas cuestiones para seguir interrogando las
problemáticas que hoy aquejan a padres, hijos, educadores, profesionales de la salud, que parecen
habitar –a veces- mundos tan disímiles que imposibilitan el diálogo y la comunicación. Preguntarse
una vez más ¿cómo serán las nuevas subjetividades que se instituyen bajo el sesgo de aceleradas
transformaciones de valores, de ideales, de modas, de códigos que impactan recursivamente en la
cultura?”
Pensar la adolescencia es indagar los códigos en que se instituye y que son propios de cada
época, de cada generación, de cada subcultura. El imaginario social propone nuevos ideales, nuevos
proyectos, estimula o apaga ilusiones.
¿Cómo incluir los efectos de los cambios de lo histórico social en las configuraciones
subjetivas sin desestimar algunos pilares fundamentales del psicoanálisis?: las tópicas, la vida
pulsional, los mecanismos de defensa, el Edipo, el narcisismo, el Yo, el superyó, la realidad, la
problemática identificatoria.
¿Cuáles son los aconteceres que el tránsito por la adolescencia obliga a tramitar?
Los cambios corporales, la reemergencia de la sexualidad, los diversos duelos: renunciar a
los progenitores de la infancia, a la sexualidad infantil, a las formas defensivas infantiles. Cuestiones
todas ellas que bien tramitadas posibilitan responder con más firmeza a las demandas sociales y
crear nuevos vínculos. Experiencias que exigen trabajos psíquicos para apropiarse de nuevas
herramientas -identificaciones secundarias- que les ayuden a procesar las nuevas realidades, a
procurarse otros vínculos, otros referentes identificatorios, investir nuevos espacios.
La sexualidad adolescente modifica las vivencias previamente consolidadas en el seno de la
familia, reestructura y transforma esa identidad al desprenderse saludablemente de algunos
mandatos familiares. Formula interrogantes apremiantes. Es un desafío no sólo para los
adolescentes –quienes atraviesan, expresa o silenciosamente esa etapa “turbulenta”, plena de

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incertidumbres, radicalizaciones, decepciones, miedos y angustias–, sino también para los padres.
(Rother Hornstein, 2006)2
Flujo turbulento que plantea al psicoanálisis una doble tarea: la de revisar los procesos
psíquicos en juego –la trama de los contenidos inconscientes, las exigencias del superyó, los
modelos identificatorios, los ideales y proyectos de cada adolescente–, y al mismo tiempo
comprender las nuevas identidades que se modelan hoy a la luz de las aceleradas transformaciones
a las que hicimos referencia.
Los adolescentes y jóvenes de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, han nacido
sumergidos en los nuevos avances tecnológicos. Rodeados de computadoras, teléfonos celulares,
videojuegos, música digital, herramientas todas ellas, que contribuyen a configurar identidad. Las
nuevas generaciones imponen sugerentes y singulares discontinuidades subjetivas respecto a las
generaciones de sus antecesores. Se ha producido una brecha digital y generacional que no
podemos ignorar ni como padres, ni como educadores, ni como profesionales de la salud. Brecha
generacional que reinstala la pregunta ¿cómo será la evolución de esos niños nacidos sobre todo a
partir del 2006? Tal vez el paso del tiempo y la observación darán algunas respuestas.

2 M.C.Rother Hornstein, (comp.), Adolescencia: trayectorias turbulentas, Buenos Aires, Paidós.

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1-INTRODUCCIÓN
MARÍA CRISTINA ROTHER HORNSTEIN

"Si bien el psicoanálisis ha rastreado la continuidad


entre la psiquis infantil y la del adulto, también dio cuenta
de las trasmudaciones y los reordenamientos
que sobrevienen en el camino de devenir adulto."

Freud,S 1913

Un psicoanálisis contemporáneo, abierto a los intercambios con otras disciplinas y al desafío


que impone cada coyuntura sociocultural sin perder especificidad ni rigor exige retrabajar los
fundamentos metapsicológicos y clínicos como punto de partida y reelaborarlos con propuestas
que abreven en esa multiplicidad de discursos y en los propios. El requisito es un pensamiento
teórico siempre anclado en la clínica, que sea capaz de desafiar los dogmatismos y las falsas
seguridades con las que se manejan algunas teorías psicoanalíticas y que se actualice para no
perder vigencia.
Entablar un diálogo entre diversas disciplinas que lleven a una “fertilización cruzada” y no a
una mezcla indiscriminada, para intentar abrir a lo nuevo evitando síntesis, requiere aceptar las
diferencias y “aprender a navegar en la diversidad, dando lugar a que aparezca un acontecimiento,
una nueva metáfora que nos lleve a nuevos espacios cognitivos o enriquezca nuestro paisaje
actual.” (Najmanovich,2008)
Los intercambios entre especialistas ahondan el grado de especialización. Los intercambios
interdisciplinarios ensanchan y perforan las fronteras entre disciplinas y enriquecen el
pensamiento generalista, siempre y cuando haya una frontera que explorar, que cuestionar, que
transgredir y, sobre todo una actitud con espíritu creativo. (Wagensberg2014)
En este contexto y desde la perspectiva de los sistemas abiertos3, permanencia y cambio,
repetición y creatividad, orden y desorden, determinismo y azar, realidad y representación,

3Sistema abierto con “clausura operacional”, es según Maturana (1993) como funciona “el sistema nervioso, en el cual
cualquiera que sean sus cambios dentro del mismo, su operar consiste en mantener ciertas relaciones entre sus
componentes invariantes frente a las perturbaciones que generan en él tanto la dinámica interna como las
interacciones del organismo que integra. En otras palabras el sistema nervioso opera como una red cerrada de cambios
de relaciones de actividad entre sus componentes.”
Diferenciar sistema cerrado de abierto y aislado desde el punto de vista termodinámico. Según la termodinámica, que

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Adolescentes, jóvenes: nuevos horizontes, escuchar, interrogar, pensar


construcción y reconstrucción no son contradictorios. Por lo contrario nos posibilita la
resignificación de conceptos básicos, la creación de otros y pensar desde diferentes perspectivas los
desafíos de la clínica.
No se trata de rechazar todo desarrollo determinista, sino de no perder de vista que una
mayor complejidad aumenta el número de respuestas posibles ante las exigencias del mundo
exterior. Múltiples respuestas a una misma problemática es a lo que nos enfrenta la clínica actual al
interrogar los procesos psíquicos y formular nuevas estrategias terapéuticas.
Desde la represión originaria, el pasaje del yo de placer al de realidad, el fin del complejo de
Edipo, la metamorfosis puberal, los duelos y todo lo que implique recomposición identificatoria se
introducen en el sistema bucles de complejidad que intentan una reconstrucción siempre
problemática e incompleta del pasado.
¿Podemos definir a priori cuál será la evolución adolescente a partir del despliegue pulsional
propio del desarrollo puberal? ¿O cuál será el devenir de un niño que queda huérfano, o el devenir
de una vida ante cualquier hecho traumático o profundamente significativo? ¿O diversas
situaciones que la vida propone e impone a diario y enfrentan al sujeto con una distancia
intolerable entre el objeto real y el fantaseado? O más simple, ¿podemos predecir como será un
niño cuando sea un joven?
Si el psiquismo es un continuo reordenamiento de representaciones. Si la historia no es pura
repetición, ni sólo es transformación a partir de remodelaciones de las fantasías, el abanico de
respuestas del sujeto ante experiencias significativas depende de su historia libidinal e
identificatoria.
Decía en el prólogo de un libro que compilé en 2006:
“Intentamos entre todos dejar abiertas cuestiones para seguir interrogando las
problemáticas que hoy aquejan a padres, hijos, educadores, profesionales de la salud, que parecen
habitar –a veces- mundos tan disímiles que imposibilitan el diálogo y la comunicación. Preguntarse
una vez más ¿cómo serán las nuevas subjetividades que se instituyen bajo el sesgo de aceleradas

es la rama de la física que estudia la energía y la transformación entre sus distintas manifestaciones, un sistema
aislado es aquel que no puede intercambiar materia ni energía con su entorno. Un sistema cerrado es aquel que sólo
puede intercambiar energía con su entorno, pero no materia. Un sistema abierto es aquel que puede intercambiar
materia y energía con su entorno.

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transformaciones de valores, de ideales, de modas, de códigos que impactan recursivamente en la
cultura?”
Pensar la adolescencia es indagar los códigos en que se instituye y que son propios de cada
época, de cada generación, de cada subcultura. El imaginario social propone nuevos ideales, nuevos
proyectos, estimula o apaga ilusiones.
¿Cómo incluir los efectos de los cambios de lo histórico social en las configuraciones
subjetivas sin desestimar algunos pilares fundamentales del psicoanálisis?: las tópicas, la vida
pulsional, los mecanismos de defensa, el Edipo, el narcisismo, el Yo, el superyó, la realidad, la
problemática identificatoria.
¿Cuáles son los aconteceres que el tránsito por la adolescencia obliga a tramitar?
Los cambios corporales, la reemergencia de la sexualidad, los diversos duelos: renunciar a
los progenitores de la infancia, a la sexualidad infantil, a las formas defensivas infantiles. Cuestiones
todas ellas que bien tramitadas posibilitan responder con más firmeza a las demandas sociales y
crear nuevos vínculos. Experiencias que exigen trabajos psíquicos para apropiarse de nuevas
herramientas -identificaciones secundarias- que les ayuden a procesar las nuevas realidades, a
procurarse otros vínculos, otros referentes identificatorios, investir nuevos espacios.
La sexualidad adolescente modifica las vivencias previamente consolidadas en el seno de la
familia, reestructura y transforma esa identidad al desprenderse saludablemente de algunos
mandatos familiares. Formula interrogantes apremiantes. Es un desafío no sólo para los
adolescentes –quienes atraviesan, expresa o silenciosamente esa etapa “turbulenta”, plena de
incertidumbres, radicalizaciones, decepciones, miedos y angustias–, sino también para los padres.
(Rother Hornstein, 2006)4
Flujo turbulento que plantea al psicoanálisis una doble tarea: la de revisar los procesos
psíquicos en juego –la trama de los contenidos inconscientes, las exigencias del superyó, los
modelos identificatorios, los ideales y proyectos de cada adolescente–, y al mismo tiempo
comprender las nuevas identidades que se modelan hoy a la luz de las aceleradas transformaciones
a las que hicimos referencia.
Los adolescentes y jóvenes de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI, han nacido
sumergidos en los nuevos avances tecnológicos. Rodeados de computadoras, teléfonos celulares,

4 M.C.Rother Hornstein, (comp.), Adolescencia: trayectorias turbulentas, Buenos Aires, Paidós.

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videojuegos, música digital, herramientas todas ellas, que contribuyen a configurar identidad. Las
nuevas generaciones imponen sugerentes y singulares discontinuidades subjetivas respecto a las
generaciones de sus antecesores. Se ha producido una brecha digital y generacional que no
podemos ignorar ni como padres, ni como educadores, ni como profesionales de la salud. Brecha
generacional que reinstala la pregunta ¿cómo será la evolución de esos niños nacidos sobre todo a
partir del 2006? Tal vez el paso del tiempo y la observación darán algunas respuestas.

Un poco de historia: recordando a Freud y su época

“Las organizaciones vivas son fluídas y móviles.


Todo intento de inmovilizarlas – en el laboratorio o en nuestra representación-
las hace caer en una u otra de las dos formas de muerte.”

Entre el cristial y el humo


Henri Atlan 1979

La obra de Freud es una referencia insoslayable. Entre otra razones, por la complejidad con
que pensó la subjetividad anticipando la concepción de caos determinista. Fue un verdadero
pionero en tanto y en cuanto se animó a “caminar por los bordes de la medicina decimonónica, a
tender puentes entre una teoría fosilizada y una práctica que requería de nuevas categorías”.
(Najmanovich,2008) . Nunca dejó de buscar metáforas que ampliaran su campo de investigación en
otras áreas, desde la literatura hasta la religión, las artes plásticas, la física de su época, la filosofía.
Articular determinismo y azar en la reorganización fantasmática, posibilita la producción de
algo nuevo mediante religaduras de lo actual (encuentros significativos) con lo ya inscripto. (series
complementarias). Implica considerar como se modifica la metapsicología y sus consecuencias en la
práctica al conceptualizar sucesivamente proceso primario, el sistema inconsciente, la sexualidad
infantil, la transferencia, la repetición, el narcisismo, las identificaciones, la pulsión de muerte, la
segunda tópica, la castración, el Edipo y la femineidad.
Que las histéricas sufran de reminiscencias fue junto a la genialidad de Freud lo que hizo
posible la creación del Psicoanálisis.
Las escenas de seducción a las que referían las pacientes de fines del siglo XIX configuraron
el mapa psicoanalítico. La sexualidad infantil y la sexualidad en general fue uno de los pilares

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fundamentales en la constitución del psiquismo. Las escenas de seducción infantil por parte del
adulto son investigadas por Freud en su factualidad a lo largo de los años si bien en 1897, cuando
ya no cree en su “neurotica” cobran mas vigor las fantasías. Pero esas fantasías que son un producto
de lo visto y de lo oído por el niño desde sus primeros encuentros con la madre configuran parte de
la realidad psíquica. Realidad que articula lo factual del acontecimiento, la fantasmatización que
cada psiquismo teje y las diversas interpretaciones una vez devenido el yo.
A partir de 1914 con la introducción del narcisismo hay una reformulación teórica para
pensar la constitución psíquica: narcisismo, identificación, superyó, realidad, la cultura y lo
histórico social cobran una importancia decisiva y equivalente a lo que fue el descubrimiento de la
sexualidad infantil y el deseo en los comienzos de sus investigaciones. Al cambiar la cultura
también cambian sus malestares y sus expresiones psicopatológicas. Freud (1930) decía que “el ser
humano se vuelve neurótico porque no puede soportar la medida de frustración que la sociedad le
impone en aras de sus ideales culturales”.
El psicoanálisis actual contiene diversas líneas teóricas y diversas prácticas. Winnicott,
Klein, Lacan, Kohut, Piera Aulagnier, Green, Castoriadis y otros son referentes imprescindibles. En
cada uno de ellos predominan ciertos ejes conceptuales que conforman el patrimonio compartido
de los psicoanalistas.
No olvidemos agregar a esos otros referentes imprescindibles, las nuevas generaciones que
nos invitan a revisar criticamente la teoría, la clínica, la práctica y a nivel de la educación no sólo la
metodología sino el contenido de lo que se enseña. En otras palabras nos obligan a hacer uso de un
derroche de imaginación, de creatividad, de inventiva.

Para revisar todas estas cuestiones propongo seguir un itinerario que nos lleva desde antes
del nacimiento a la configuración de las identidades, los duelos y la recomposición subjetiva, siendo
la adolescencia un tránsito obligado.
Y dado que la clínica y la práctica no pueden estar desarticuladas de la teoría retomaremos
algunas patologías clinicas propias de configuraciones narcisisitas fallidas y diversas formas de
abordar el proceso analítico.
Agradezco los textos y la colaboración de mis colegas Luis Hornstein, Hugo Lerner y Susana
Sternbach que han aceptado participar en este proyecto y que con sus diversas miradas y

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propuestas enriquecen la indagación y profundizan interrogantes del mundo apasionante que nos
ofertan los niños, los adolescentes y los jóvenes.

Luis Hornstein enfatiza la subjetividad como una construcción a partir de las relaciones
sociales y no como una esencia humana. Considera que no existe la familia como totalidad
autónoma y menos aún como unidad biológica-natural sino como un universo de factores
socioculturales. Polemiza con aquellos psicoanalistas para quienes todavía lo humano deriva de
necesidades o instintos (postulados como primeras motivaciones psíquicas). Para ellos, no hay
creatividad humana ni para pensar la teoría ni para enfrentar la clínica del adolescente. En ese
sentido nos dice: “la clínica ha oscilado entre dos maniqueismos. O toma al adolescente como un
colmo de angustias y de duelos. O considera almibaradamente a la adolescencia un tiempo pleno de
vida. Siempre el maniqueísmo es el resultado de pensar mal o pensar poco. De actuar poco.” Mirar,
escuchar, sentir y pensar al adolescente nos enfrenta ante oscilaciones intensas de la autoestima y
del sentimiento de identidad; desesperanza; no construcción de la alteridad; inhibiciones diversas;
apatía; hipocondría; trastornos del sueño y del apetito; ausencia de proyectos; crisis de ideales y
valores; trastornos en la simbolización; identidades borrosas; impulsiones; adicciones; labilidad en
los vínculos; trastornos psicosomáticos. No se trata de datos sueltos, por lo contrario todos ellos
datos que nos invitan a articular, actuar.

Hugo Lerner insiste en que nuestra disciplina es una teoría y una práctica en la que a medida
que avanza en su tarea, los interrogantes van proponiendo nuevos textos y autores que pasarán a
ser nuevos interlocutores.
Respecto de si la adolescencia es una crisis o un duelo concuerda en que hay crisis 5 en tanto
es una etapa generalmente tumultuosa de la vida y dado que es una producción cultural, la
adolescencia interpela explícitamente la condición de ser expresión de la cultura, escenificando el
nacimiento del sujeto adulto. Y es en esta construcción que va deviniendo, en este nacimiento,
donde hallamos a los adolescentes en crisis, porque hay cambio, hay o no oportunidades de

5
Entre los diversos significados que atribuye a este término, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia
dirá: "Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales. Situación
de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese".

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establecer un proyecto identificatorio que les constituya un ideal del yo que no repita "el modelo"
parental que hasta ese momento prevalecía y del cual se quieren apartar.
Insiste en que tanto los educadores como los agentes de la salud mental en general tienen la
responsabilidad de entender que el proceso adolescente genera duelo, sufrimiento, y que es
imperativo reconocer a los adolescentes como sujetos en desarrollo, como sujetos significativos a
los cuales se les debe dar un lugar. La travesía hacia la adultez no va a ser tan traumática y
desquiciante si comprendemos estos tránsitos tumultuosos para así poder alejarnos del cúmulo de
extraviados que buscan el enfrentamiento como única respuesta, posición esta que termina con
frecuencia alienando a nuestro porvenir, a nuestros adultos venideros. Planteo que no implica
desconocer la importancia y la necesidad que muchas veces tiene la puesta de límites, a veces
dificultosa y que muchos adultos declinan de ejercer.
Subraya que para comprender las adolescencias actuales se debe tener en cuenta que el
mundo presente se les presenta convulsionado, que su mirada al futuro está impregnada de
perplejidad e incertidumbre, sin guías que los ayuden a orientarse en el tránsito hacia un futuro
desconocido. Las certidumbres de la infancia ya no los habitan ni los habitarán. Pero Lerner como
el resto de los autores que compartimos este libro toma partido cuando no deja de apostar al hecho
de que suficientemente bien acompañados la mayoría de los adolescentes “Inmaduros,
irresponsables, insensatos, inconstantes, juguetones, reivindicadores, en última instancia
practicantes persistentes de todo aquello que los ubique en un proceso identificatorio (aunque a
veces estén al borde del derrumbe), lograrán afrontar ese tránsito sin ceder en la tentativa.
Agenciarse la sensación de “yo soy”, y la consecuente relación con “yo era” y “yo seré” (o sea,
construir su historia), trabajo psíquico que se despliega enlazado con el mundo.”

Susana Sternbach reflexiona también sobre el lugar del adulto en su vínculo con los
adolescentes y propone un recorrido “a quienes se aventuren en la lectura de este libro, que
difícilmente sean adolescentes. Y, dado que la adolescencia, noción que ha adquirido estatuto de
existencia hace no más de medio siglo, refiere básicamente a ese período de la vida que oscila entre
la niñez y la adultez, parece oportuno referirse a los extremos que la delimitan.” Propone empezar
con “la adultez”, no sólo por una cuestión formal de delimitación. Sino sobre todo porque el adulto
representa el porvenir del adolescente, aquello que lo espera cuando las turbulencias de la primera
juventud cedan paso a esa prolongada etapa de la vida que sólo mucho más tarde habrá de devenir

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en vejez. “Adultez”, que no constituye un punto de arribo ni un resguardo frente a las inclemencias
de la vida. Por el contrario, se trata de una construcción dinámica, incesante e inacabada. Siendo
“los niños y los adolescentes quienes encarnan esa parte de nuestra propia historia e identidad que
corresponde en cierta medida a lo que hemos sido y ya no somos. Los que comienzan a recorrer
nuestros caminos cronológicos ya recorridos, quienes movilizan en alto grado nuestras vivencias,
nuestros recuerdos, nuestras dificultades y nuestros caminos no transitados”.
Insiste en una problemática actual “Peculiar alquimia, donde los anteriores modos de pasaje
ligados al paso del tiempo resultan trastocados en una inversión que altera las formas de concebir
la existencia humana. Si hasta hace algún tiempo la adultez parecía ser aliada del orden, la
estabilidad y la conservación de lo instituido, en tanto la adolescencia era el desorden, la rebeldía
frente a lo establecido y la transformación del mundo, dicha relación entre permanencia y cambio
ha incorporado fuertes modificaciones. Entre otras cuestiones, porque en aspectos importantes de
la vida los adultos mismos viven en una búsqueda identificatoria acorde a paradigmas de época
que permiten e invitan a reciclar la propia identidad búsqueda otrora permitida
predominantemente a los adolescentes. Si agregamos a esto los ideales ligados a lo joven nos
encontraremos con una simetrización generacional que a menudo diluye las fronteras entre edades
y las compacta en un tiempo que no avanza, o, aún más, aspira a retroceder”.

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2- NIÑOS, ADOLESCENTES, JÓVENES, NUESTROS MAESTROS

“Con pequeños malentendidos


acerca de la realidad construimos
las creencias y las esperanzas,
y vivimos de migajas en las que
saboreamos tortas, como los
niños pobres que juegan a
ser felices”

Fernando Pessoa.
Libro del desasosiego

Las jóvenes generaciones nacieron en tiempos de la revolución informática.6 No es menor el


impacto en las maneras de vincularse con los congéneres, con los adultos, con el aprendizaje, con el
saber, con las nuevas formas de comunicación, con el mundo… ese mundo que “cambió tanto que
los jóvenes deben reinventar todo: una manera de vivir juntos, instituciones, una manera de ser y
de conocer…”(Serres, 2012)
Los estudiantes del Siglo XXI experimentaron un cambio radical con respecto a sus
predecesores. “Nativos Digitales” que piensan y procesan la información de manera
significativamente diferente a la de sus mayores, los “Inmigrantes Digitales”, padres, maestros,
educadores que al igual que cualquier inmigrante han tenido que aprender todo –cada uno a su
ritmo- adaptarse al entorno teniendo como referente su pasado. Y no se trata sólo de diferencias
que refieren al argot, a la estética, a la indumentaria, al estilo, que siempre fueron marcas de
alteridad generacional. Más complejo y trascendental: una discontinuidad que constituye toda una
“singularidad”; motivada, sin duda, por la veloz e ininterrumpida difusión de la tecnología digital,
que aparece en las últimas décadas del Siglo XX.7
Los adolescentes dicen “hablamos” cuando chatean o envían mensajes de texto, Whats App.
Hablan poco por teléfono y aún menos personalmente.

6 Internet comienza de 1991. La generación de nacidos entre mediados de los noventa y principios del año 2000 se
están introduciendo en los medios (la cultura, el mundo, la subjetividad) a través del intermediario digital y ya no a
través del papel o de la imprenta. Investigaciones hechas en Argentina por R. Morduchowicz (2013) muestran que hay
una diferencia notable entre los nacidos antes y después del 2006 a partir del aumento en el numero de pantallas
digitales en las familias. El celular del 65% en el 2006 pasó al 100% en el 2011. El lector del DVD del 40 al 70%, y la
computadora subio del 30% en el 2006 al 70% en el 2011.
7 Prensky Marc, (2012) From digital natives to Digital Wisdon: Hopeful Essays for 21st Century Learning. Copyright 2012,

USA, Library of Congress Cataloging in publication Data.Copyright 2012, USA.

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Diversas edades han incorporado esas nuevas formas de comunicación. Sin embargo la
brecha digital y generacional entre los “Nativos” y los “Inmigrantes” no puede ser ignorada. Para los
primeros la información tiene que ser ágil e inmediata, funcionan y rinden mejor cuando trabajan
en Red, multitareas y procesos paralelos y prefieren instruirse en forma lúdica y no al compás del
rigor de las formas tradicionales de estudio y escritura.
En relación a la información, el libro fue dejando espacio a los apuntes, a veces sin siquiera
referencias bibliográficas y hoy predomina internet. La información al instante. Todo al alcance de
un solo click. Donde comer, donde comprar, los detalles de guerras o revoluciones, la vida y obra de
personajes importantes, un libro en PDF, o lo último sobre el big-bang, etc ¿Información ilimitada?
Formateados por la publicidad las palabras han cambiado de significado hablar por escribir, mal por
bien, no me lo fumo, por no me lo aguanto etc. La sociedad del espectáculo es hoy la manera en que
se encara la pedagogía. Mínima atención, velocidad de las imágenes, menos reflexión hace de los
medios un aparato de seducción que los lleva a apoderarse de la función de la enseñanza. El saber
está al alcance de la computadora de todos. En la web, Wikipedia. 8 ¿Para que ir en busca del
maestro que antes tenía el saber de los libros y la habilidad de transmitirlos y compartirlos si hoy
están al alcance de la mano? Las pantallas del celular, la TV, y la computadora acompañan a los
adolescentes las 24 hs. Son las vías privilegiadas de entretenimiento, de estar acompañados, desde
ya comunicados. También de lectura y de conocimiento.

Pero escuchemos también a los pequeños nacidos en plena era digital


Diálogo con un niño de 5 años que estaba ensimismado …¿qué estabas pensando tan
concentrado?
“¿A ver si entendés lo que te quiero decir.”.?
“Estoy bien porque estoy mal”, “¿Que decís, que estoy bien o estoy mal?”
Digo que estás bien. “Ah, es cierto…” me sorprendo como siempre cuando escucho a esos
pequeños filósofos que disfrutan de la vida, del placer de la palabra.

8 Prensky Marc, (2012), Las cifras resultan abrumadoras: más de 10.000 horas invertidas en videojuegos; más de
200.000 horas en mensajes de correo electrónico gestionados –tanto recibidos como enviados instantáneamente-; más
de 10.000 horas empleadas hablando por el teléfono móvil; más de 20.000 horas viendo televisión; más de 500.000
anuncios publicitarios vistos y, quizás,a lo sumo, 15.000 horas destinadas a la lectura de libros. Así son la mayoría de
los estudiantes de hoy. Las cifras que se aportan sobre el tiempo invertido por los estudiantes antes de acabar su vida
universitaria pretenden ser sólo aproximaciones de “orden de magnitud”, ya que, evidentemente, varían mucho
dependiendo de las personas.

María Cristina Rother Hornstein 10/164 mc.rotherhornstein@gmail.com

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Romina de 4 años: Abuela, ¿vos te vas a morir dentro de poco?...
No Romina calculo que me falta mucho, ¿porqué lo preguntás?
Porque mi bisabuela ya se murió y ahora quedás vos que sos mi abuela…..
Lógica racional impecable para quien todavía no descubrió que la vida y la muerte no
siempre responden con linealidad a la lógica del deseo.
Por eso Federico que perdió a su papá a los 6 años, le dice a la abuela: “Abuela, ¿a vos te
parece que yo haya tenido papá sólo por 6 años….?
Los niños son investigadores y teorizadores cuya pulsión de saber deviene en razón de la
frustración, el desengaño ante la presencia de otro (el padre) y otros (hijos) que aparecen como
objetos de deseo de la madre. Esta circunstancia estimula el pensar y la investigación sobre el
origen de la vida, de la sexualidad y del yo producto del apremio del vivir.9
Para que el niño pueda pensar sin que sea un conflicto para él, los padres tienen que
transmitirle que pensar, investigar, fantasear son fuentes de placer tanto como el jugar. Sí, eso no
ocurre, si hay represión o prohibición por parte de los padres sea de la función pensante, o del
contenido del pensamiento es posible que esa prohibición o represión sea el origen de ciertas
inhibiciones y/o síntomas en el pensamiento, que a veces se traduce en problemas con la
escolaridad. La fuente de tantas dificultades escolares. Hornstein,L (2013) propone “cuatro
avatares ante la represión del pensar de los adultos para con los niños. 1-Represión del contenido,
pero no del placer del pensamiento: el pensamiento puede continuar siendo fuente de placer en sus
desplazamientos hacia la curiosidad en general. 2-Represión del contenido y no narcisización del
pensar: inhibición neurótica. 3-Represión del contenido y preservación de la actividad del pensar con
ulterior retorno de lo reprimido: erotización del pensamiento propia de la cavilación obsesiva. 4-
Ataque al pensamiento: cuando el pensar del niño es una amenaza insoportable para el narcisismo
materno. Esto supone el riesgo de psicosis, al tornarse insoportable para la madre la autonomía.”

9 “El esfuerzo de saber de los niños en modo alguno despierta aquí de una manera espontánea, por ejemplo a
consecuencia de una necesidad innata de averiguar las causas, sino bajo el aguijón de las pulsiones egoístas que los
gobiernan: cuando –acaso cumplido el segundo año de vida-los afecta la llegada de un nuevo hermanito. […] El retiro de
asistencia de los padres, experimentado o temido con razón. La vislumbre de que se estará obligado a compartir para
siempre todo bien con el recién llegado, tienen por efecto despertar la vida de sentimientos del niño y aguzar su
capacidad de pensar.” (Freud, 1908)

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“Cállate la boca”, “No preguntes tanto”, “Este niño es demasiado inquieto” como lo ilustra el
cantor. “Niño, deja ya de joder con la pelota, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca.”
(Serrat)
El diagnóstico abusivo de déficit de atención, lleva a profesionales poco informados a
medicar a los niños por exceso de vitalidad10. ¿Intentarán investigar como profesionales que pasa
en los hogares? Ayudar a los padres a entender conductas que sin duda a veces los desbordan. A
saber que los niños “no son de goma, que cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros
rencores y nuestro porvenir…” (Serrat)11
Para los pequeños los adultos son la fuente del saber, los miran, los admiran como únicos y
preciados espejos que los ayudan a reconocerse como personas, creando y recreando sus
realidades. Desde temprano diferencian el mundo real y el mundo de fantasía.
En los cuentos que piden que les contemos no aceptan fácilmente que todo es bueno ni malo.
Milena de 4 años pedía historias, que tuvieran un conflicto y también una resolución. Tobías y Julio
a los 2 años jugaban a llenarse los bolsillos de besos y abrazos para repartir con sus seres queridos.
A los 3 diferenciaban claramente las cosas que existen en el mundo real y en el de fantasía. Creación
de mundos, de historias de malos y buenos, de princesas y bandidos. Historias que no dejan de
tener presente los amores, los enojos, las rivalidades, los conflictos, las frustraciones y los duelos.
En los juegos que dramatizan son verdaderos actores, escenifican lo que ven, escuchan, descubren.
Reorganizan y reconstruyen su rompecabezas identificatorio con la misma facilidad que el
rompecabezas de madera. Cuando reciben una respuesta evasiva o una reprimenda por su apetito
de saber también reciben el primer desengaño al sospechar que los padres no siempre les dicen la
verdad.

10Rodulfo,M (2005) comenta su preocupación por la cantidad de niños diagnosticados como afectados de un sindrome
disatencional con o sin hiperquinesis (ADD y ADHD) generalmente medicado con Ritalina y agrega […] ”en una
proporción alarmante tal diagnóstico encubre otras patologías, muchas de ellas de gravedad y que se hallan en el orígen
de la llamada ‘falta de atención’ con o sin hiperactividad”.

11”Amenudo los hijos se nos parecen, así nos dan la primera satisfacción; esos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor. Esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin
respeto al horario ni a las costumbres y a los que, por su bien, hay que domesticar. Cargan con nuestros dioses y
nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir. Por eso nos parece que son de goma y que les bastan nuestros
cuentos para dormir. Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos trasmitiendo
nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción. Nada ni nadie puede impedir que sufran que las agujas
avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adios”. (Serrat, JM.
Esos locos bajitos).

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Mas pronto de lo que creemos aprenden a esperar, a diferir, a frustrarse para continuar
buscando sus respuestas:
Tobías de 2 le decía a Julio de 1 –que lloraba esperando una manzana que su madre había
ido a buscar- “esperá Julio no desesperes que ya viene”… hay un aprender que necesita un tiempo de
espera, una frustración optima.
“Acaso tendríamos derecho a decir: todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se
crea un mundo propio, o mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le
agrada. Además sería injusto suponer que no toma en serio ese mundo; al contrario, toma muy en
serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego no es la seriedad,
sino…la realidad efectiva. El niño diferencia muy bien de la realidad su mundo del juego, a pesar de
toda su investidura afectiva; y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginadas en cosas
palpables y visibles del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún ‘su jugar’ del
‘fantasear’.” (Freud, 1908 [1907])
Es insoslayable la importancia que la cultura y los mandatos sociales tienen en la
constitución de la subjetividad. Esas transformaciones culturales cambian los malestares y sus
expresiones psicopatológicas.
Los adolescentes cobran nuevos protagonismos en el devenir social. Inventan sus propios
lenguajes que no quedan limitados a la palabra. Imagen, cuerpo, verbo. Se agrupan para sostenerse
y suplir el ámbito familiar que la sociedad demanda abandonar. Tribus urbanas, pandillas,
agrupaciones políticas, religiosas etc. 12
El mundo virtual13 y las redes sociales ampliaron el campo de la experiencia, de los modelos
identificatorios, de la comunicación al instante, de la multiplicidad de identidades posibles…. “Estos
niños viven pues en lo virtual… ya no tienen la misma cabeza … ya no habitan el mismo espacio. […]
por el teléfono celular, acceden a cualquier persona; por GPS a cualquier lugar, por la Red, a cualquier
saber: ocupan un espacio topológico de vecindades, mientras que nosotros vivímos en un espacio

12 Ver en este libro en el capítulo 5 “Ser o estar adolescente”, (Lerner).


13 “El término virtual proviene del latín virtus, que quiere decir virtud, fuerza, y designa lo que está en potencia en lo
real, una potencialidad.” “El desarrollo de lo virtual sin dejar de proponerse como pura figuración del mundo exterior,
consuma una revolución en la historia de los medios de representación. Lo virtual es capaz, en efecto, de reproducir ese
mundo exterior, pero también de ensancharlo” Frontera de lo real y lo imaginario el mundo virtual toma prestada su
libertad del fantasma, “más alla del principio de realidad”. Como el sueño, es capaz de sustrerse al espacio y al tiempo y
admite simultaneamente figuraciones contradictorias. “Un mismo sujeto puede verse figurando en él a la vez como
bebé y como adulto, como hombre y como mujer, y hasta emprender una relación sexual consigo mismo”. (Pregier, G.
Pragier,S. “ Au-delà du principe de réalité: le virtuel. Revue française de Psychanaliyse, I, Paris, 1995).

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métrico, referido por distancias… Sin que nos dieramos cuenta, nació un nuevo humano, durante un
intervalo breve, el que nos separa de los años setenta.” (Serres, 2012)14
Llegada la pubertad, la salida exogámica les exige un trabajo psíquico que pone a prueba
como fue configurándose la subjetividad. Modalidades subjetivas en las que se entrelazan lo
constitucional, los traumas infantiles, el vivenciar actual, la historia libidinal e identificatoria.
Vivenciar actual que hace de la Web un espacio privilegiado de intercambio y encuentro
social. Este espacio virtual, que enmarca esta forma novedosa de socialización, es pensable como
salida exogámica. El celular es sin duda una de las marcas de pasaje entre ser niño y ser
adolescente. Este aparato que, por ser tan fácil de portar, cumple múltiples funciones. En primer
lugar la comunicación, el 50% de los adolescentes no lo apagan nunca: en segundo lugar escuchar
música otro de los consumos culturales mas importantes y por último, en tanto cada vez más
celulares acceden a internet, todo aquello que permite el uso de la red. A los “Inmigrantes digitales”
les es difícil entender que el grupo de pares de la vida real no sea el único que marca la capacidad
de socialización de sus hijos. Que explorar el mundo complejo y apasionante que les ofrece esa
comunicación virtual que desdibuja en parte lo público de lo privado es otra manera de estar
conectados. De interactuar afectivamente, de sentir que forman parte de un mundo en creación que
los diferencia sustancialmente de sus mayores y que les exige un trabajo psíquico que lejos de
empobrecerlos los habilita para encontrar sus propias formas de transitar por el difícil camino de
crecer y proyectar futuro.
La sexualidad adolescente que hoy también transita en medio de los avatares de este hábitat
tecnológico y virtual, ha cambiado sus formas de ser encarada por los jóvenes al desprenderse de
muchos mandatos familiares, lo cual no deja de llenarnos de interrogantes.
La multiplicidad de discursos, lo histórico social con sus aceleradas transformaciones
configuran un presente que pone en jaque a varias generaciones. En algunas culturas y subculturas
del mundo occidental puede haber abismos intergeneracionales más que las óptimas diferencias
para el progreso de las mismas. Abismos en las modalidades de subjetivación. Las nuevas
generaciones al igual que con los otros medios de comunicación –escritura, imprenta, televisión,
etc.-utilizan las máquinas informáticas para jugar sus propios sueños. Sin temor a la prohibición, a

14 Serres, M. (2012): Pulgarcita, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2013.

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poder amar sin ser rechazados, a matar virtualmente sin destruir de veras. Cambia la puesta en
escena. La realidad psíquica sigue vigente y se refleja de otra manera en esos mundos virtuales.
Todo lo dicho exige reflexionar acerca del impacto de esos cambios socioculturales en la
adolescencia para comprender sus conflictos, sufrimientos, dolencias y potencialidades creativas.
Al respecto de esta potencialidad creativa y de imaginarización, recordé un artículo del
diario La Nación15 sobre los booktubers. ¿Qúe los define? O ¿cómo se definen?. Jóvenes entre 17 y 20
años que se graban a sí mismos en videos que luego suben a YouTube para comunicarse , dialogar y
comentar con otros chicos que leen. Comentan y recomiendan lecturas. Editoriales importantes en
el mundo los consideran referentes y formadores de nuevos lectores. “Más allá de ser amantes de la
lectura, los booktubers mas populares tienen un don: la capacidad de contar en diez minutos su
experiencia con su último libro leído, de manera graciosa y dinámica”.
En los últimos cuatro años se incrementó la venta de libros para adolescentes. Sus intereses
pasan de la fantasía a la ficción realista sin escalas.
Pero al igual que las demás formas de comunicación que mencionamos para los adolescentes
de hoy la lectura no es una práctica “solitaria, aislada y silenciosa” por lo contrario es activa,
dinámica, comunitaria y en red.

15 Diario La Nación (27/07/2014): Cintia Perazzo,

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3-TODA PERSONA NECESITA DAR CUENTA DE UNA HISTORIA

“El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio;


el amor se engendra apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha.
Por cierto que al comienzo el pecho no es distinguido del cuerpo propio,
y cuando tiene que ser divorciado del cuerpo, trasladado hacia “afuera”
por la frecuencia con que el niño lo echa de menos, toma consigo, como “objeto”,
una parte de la investidura libidinal originariamente narcisista.
Este primer objeto se completa luego en la persona de la madre, quien no sólo nutre,
sino también cuida, y provoca en el niño tantas otras sensaciones corporales,
así placenteras como displacenteras. En el cuidado del cuerpo,
ella deviene la primera seductora del niño.
En estas dos relaciones arraiga la significatividad única de la madre,
que es incomparable y
se fija inmutable para toda la vida,
como el primero y más intenso objeto de amor,
como arquetipo de todos los vínculos posteriores de amor...en ambos sexos”.

Freud, 1938
Esquema de Psicoanálisis

Los orígenes de lo psíquico

Ni los orígenes, ni lo originario (Aulagnier, 1975) como primera forma de inscripción de las
experiencias vividas por el recién nacido son un tiempo mítico. Por lo contrario, constituyen parte
del entramado que conforma la realidad psíquica.
Sujeto y mundo emergen y se definen mutuamente en una experiencia contextualizada,
corporalizada e histórica. Esta perspectiva conceptual cuestiona la clásica distinción sujeto-objeto y
su correlativa separación cuerpo-mente.
Pienso los orígenes de la subjetividad y su devenir como una construcción por la cual
cuerpo-mente, sujeto-objeto, materia-energía, se entrelazan y constituyen recursivamente.

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Las personas nacemos inacabadas16 Que el inacabamiento es biológico, sin duda. ¿psíquico?
También lo es. Lo psíquico se organiza desde el comienzo de la vida; y ese inacabamiento nos
humaniza. Pasaje de la naturaleza a la cultura.
Desde el momento en que nace todo niño emprende la lucha por llegar a ser. No hay teoría
que niegue la absoluta dependencia del bebé de otro que lo asista en múltiples aspectos: afectivo,
biológico, histórico, social.
Los padres inscriben al recién nacido en el mundo desde su historia. Cuerpo y alma, biología
y psiquis, alimento psíquico y nutricio para la supervivencia del cuerpo.
Todo sujeto necesita contarse una historia de su pasado, oír ese cuento amoroso con el que
fue pensado, recibido cuando llegó al mundo, encontrarse en las fotos de otros tiempos, en los
brazos de mamá y papá, encontrar las sonrisas y las alegrías, escuchar los atributos dedicados a “Su
Majestad el bebé17”: que fue hermoso, inteligente, tranquilo, travieso, que gateó, que caminó, que
habló…, los primeros balbuceos, los primeros juegos, los primeros amigos, la paulatina salida al
“afuera”, primera marca de libertad. Hilo conductor que muestra una continuidad al mismo tiempo
que sienta las bases de una identidad como proceso en movimiento. Sobre esa realidad histórica se
configura el campo clínico. La historia de todo sujeto se teje desde los inicios con una primera
versión que tiene su peso desde antes que este niño nazca. Y se implanta desde los deseos de los
padres. ¿Qué quieren?, ¿qué esperan? El hijo ¿fue el producto de un deseo de los dos o de uno solo?
El lazo amoroso y el placer que su nacimiento causa a quienes lo reciben es sostén de la identidad y
de la subjetividad que sólo puede definirse por su relación con los progenitores. El lazo genético, en
cambio, es el acceso sólo a una identidad biológica que no abarca la producción subjetiva en su
complejidad.
Desde el punto de vista biológico se necesitan dos gametos para engendrar un niño/a. Desde
el punto de vista psicoanalítico el niño necesita creer que ha sido objeto de deseo de sus
progenitores. Ser el producto del acoplamiento de un óvulo y un espermatozoide y de un “deseo de

16 Se suele decir “desamparados”. Sin embargo en este contexto elijo inacabados.El desamparo no es exclusivo de la
condición en la que los humanos venimos al mundo.Hay niños desamparados, adolescentes, jóvenes, adultos y ni qué
hablar de viejos desamparados, no sólo en el ámbito de sus familias sino también en el social y económico.
17 “His Majesty the Baby, como una vez nos creimos. Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres; el

varón será un grande hombre y un héroe en lugar del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía
recompensa para la madre. El punto mas espinoso del sistema narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la
realidad asedia duramente, ha ganado su seguridad refugiándose en el niño. El conmovedor amor parental, tan infantil
en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres, que en su transmudación al amor de objeto revela
inequívoca su prístina naturaleza.” (Freud, 1914).

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maternidad “ y no de hijo o de un no deseo es una precoz fisura en los comienzos de la
conformación de la identidad.
“En biología, la ontogénesis trata del desarrollo del individuo desde la fecundación del huevo
hasta el estadio final de su desarrollo. En análisis, la ontogénesis trata de los deseos (de las causas)
por las que un huevo pudo ser fecundado, y de las consecuencias que traen en el entero devenir de ese
‘huevo’. Si el yo puede ignorarlo todo sobre la ontogénesis en la acepción biológica del término, y
desempeñarse sin desmedro alguno, en cambio no puede prescindir de un saber sobre su ‘ontogénesis
psíquica’ o, para dejar de lado las metáforas, sobre su propia historia libidinal e identificatoria.”
(Aulagnier, 1984)
Venir al mundo en calidad de hembra o macho no garantiza ni la identidad de género ni la
subjetividad. La genética es parte de una identidad que deviene desde el inicio de la vida una
construcción que integra múltiples dimensiones: lo constitucional; las circunstancias reales que el
psiquismo procesa, fantasea, interpreta y reinterpreta a la luz de lo actual (momentos vitales,
experiencias significativas, traumas, duelos, etc.). Pone de manifiesto que determinismo y azar se
articulan en la historia de la constitución psíquica.
La trama subjetiva se conforma en una dialéctica de ligadura-desligadura desde la escena
primordial, el embarazo, la relación con el pecho, todas ellas ligazones fundantes que requieren a
posteriori de la des-ligazón como dialéctica individuante: el parto, la separación de los padres, el
hijo no es exclusivo en sus deseos, (castración simbólica), la constitución del yo como separación
individuante, la triangulación edípica, la adolescencia y la salida exogámica, la inclusión en el
espacio social y los aportes de las jóvenes generaciones para la transformación de la cultura, las
nuevas elecciones de objeto y el poder ser protagonistas de una escena primaria que posibilite el
acceso a ser madre o padre.
Cada uno de estos momentos son piezas de un rompecabezas que necesitan de un engarce
con pocas fisuras para que el primer armado identificatorio contribuya a que el niño pueda decir
“Yo soy”. A partir de ese momento se requieren las desligaduras individuantes que posibiliten pasar
del ser al tener, en un devenir constante.

El cuerpo habla: cuerpo sensorial, cuerpo erógeno, cuerpo psíquico

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El pensamiento complejo permite “pensar la mente corporalizada y un cuerpo cognitivo
emocional”. A través del cuerpo la realidad humana se aprehende. Hablar del cuerpo es todo lo
referente a la experiencia sensorial y no sólo como reservorio pulsional ni sólo como cuerpo
somático. Desde el comienzo de la vida el cuerpo es lugar de inscripción, de escritura y mensajero
para la psique de todas las experiencias internas y externas que son capturadas por los órganos de
los sentidos.
El discurso médico habla del cuerpo biológico, el psicoanálisis del cuerpo erógeno. Piera
Aulagnier intenta teorizar sobre el pasaje del cuerpo sensorial al cuerpo relacional; del cuerpo
biológico al cuerpo erógeno. Operación constituyente y sostén de la subjetividad.
El primer encuentro del recién nacido con el “mundo” es con ese medio físico-psíquico que
lo rodea y del cual recibe información que capta gracias al conjunto de funciones sensoriales. Esta
información no puede faltar, no sólo porque es una necesidad para la actividad somática, sino
también porque constituye la condición necesaria para una actividad psíquica que exige que sean
libidinalmente investidos tanto el bebé como la madre. El primer modelo que pone en
funcionamiento la actividad psíquica es la actividad del cuerpo. A través de la experiencia sensorial
la psiquis se informa y se autoinforma de un estado afectivo que le concierne sólo a ella. La madre
historiza la vida somática del niño, produce enlaces, establece causalidades, interpreta, posibilita el
pasaje del cuerpo sensorial, del cuerpo biológico, al cuerpo erógeno, pasaje insoslayable para la
constitución de la subjetividad.
Los órganos de los sentidos ponen en relación el cuerpo con esos otros espacios de los que el
sujeto toma prestados materiales para configurar la realidad psíquica. Sujeto y mundo emergen
sincrónicamente (enacción)18 en una experiencia contextualizada, corporalizada e histórica. Las
aptitudes sensorio-motrices del cuerpo están ensambladas en un contexto biológico, psicológico y
cultural.

18 Según Varela, F.; Thompson, E.; Rosch, E. (De cuerpo presente. 1992),el enfoque enactivo de la percepción no procura
determinar cómo se recobra un mundo independiente del perceptor, sino determinar los principios comunes entre los
sistemas sensoriales y motores que explican cómo la acción puede ser guiada perceptivamente en un mundo
dependiente del perceptor.

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“Situar la cognición como acción corporizada dentro del contexto de la evolución como deriva
natural brinda una visión de las aptitudes cognitivas como inextricablemente eslabonadas con
historias vividas semejantes a sendas que existen sólo porque se hacen al andar”.19
En los orígenes de la vida psíquica la experiencia sensorial posibilita reconocer el entorno: el
microambiente familiar externo, físico y psíquico, así como la interioridad del sujeto en diferentes
gradientes de complejidad.
Freud en 1895 ya privilegia la interrelación madre-bebé y psiquis-cuerpo junto a la fuerza
del concepto de vivencia. Ninguna representación es posible para la psiquis desligada del afecto,
sea de dolor o de placer. En el “Proyecto de una psicología...” escribe: Ante él estimulo endógeno
(hambre, frío, dolor) el bebé responde con una "alteración interior" (...expresión de las emociones,
inervación vascular), descargas que no aligeran en nada la tensión. Para que ello ocurra se necesita
una alteración en el mundo exterior (provisión de alimento, acercamiento del objeto sexual) que, como
acción específica solo se puede producir por caminos definidos. "El organismo humano es al comienzo
incapaz de llevar a cabo la acción específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga
sobre el camino de la alteración interior, un individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta
vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento y/o
comunicación y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos
morales. Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de la acción específica en el mundo exterior
en lugar del individuo desvalido, este es capaz de consumar sin más en el interior de su cuerpo la
operación requerida para cancelar el estimulo endógeno. El todo constituye entonces una “vivencia de
satisfacción” que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo de las funciones en el
individuo".
Todo placer o sufrimiento corporal tiene expresión psíquica y viceversa. Recordemos en
Freud el doble salto: la conversión histérica, salto de lo psíquico a lo somático; y las neurosis
actuales, del soma a lo psíquico.
Pero para que esa estimulación sensorial se transforme en "información psíquica" se
requiere la presencia del otro primordial que se relaciona desde la complejidad de su historia
libidinal e identificatoria. La madre es el agente privilegiado para interpretar y dar respuesta a las
modificaciones que se producen en ese medio "psíquico-ambiente exterior" que acoge al recién

19 Varela, F.; Thompson, E.; Rosch, E. (De cuerpo presente. Gedisa, 1992)

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nacido en un intrincado juego recursivo20 que posibilita que un cambio en el estado somático se
acompaña por un cambio del estado psíquico, el que a su vez actúa sobre la expresión corporal y
viceversa.
Las expresiones visibles del cuerpo que el niño ofrece, son para la madre indicadores de
ciertos movimientos psíquicos que aquél ignora de igual manera que ignora la existencia de un
espacio de realidad por fuera de él. Espacios y afectos que serán perceptibles para el bebé a partir
de las respuestas que aquella propone. Las modificaciones visibles, los signos corporales ¿son
equivalentes al contenido manifiesto del sueño? ¿Cómo pensar metapsicológicamente los efectos
psíquicos que producen los cambios corporales en distintas experiencias: el encuentro con el
cuerpo del otro, los cambios corporales en la pubertad, en el embarazo, en la enfermedad, en el
envejecimiento, etc.? Cambios que involucran la sexualidad, el deseo, los ideales al mismo tiempo
que ponen en evidencia la temporalidad, la historia.
Para Freud21 (1923) el yo es ante todo una “esencia-cuerpo”. La sexualidad no solo se
apuntala en el cuerpo sino que éste es una necesidad para la vida psíquica, de igual manera que lo
auto conservativo se apuntala en la sexualidad. Sin esa libido de la madre que sostiene al niño, el
narcisismo primario no se constituye. El cuerpo es la primera organización que sirve de punto de
referencia para que el niño tenga algún sentido de sí mismo, su coherencia, sus acciones, sus
estados internos, y el recuerdo de todo esto lleva al aprendizaje de la relación entre las diversas
experiencias sensoriales, relación que contribuye a la emergencia de un sí mismo.
Las representaciones22 del cuerpo físico y del cuerpo erógeno se plasman bajo la impronta
de la seducción primaria de la madre a su niño que lo reconoce o no con derecho a un placer futuro,
que lo reconoce o no como un ser capaz de desear, amar, gozar de su cuerpo, de su sexualidad en
tanto lo significa en sus pensamientos como un ser sexuado como ella o diferente de ella.
La madre cumple las funciones autoconservativas y libidinales.

20 La recursividad rompe con la linealidad causa-efecto en tanto lo producido tiene efecto modificador sobre aquello
que lo ha producido en un ciclo autoorganizador.
21 “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una

superficie.[…] O sea que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente de las que parten de
la superficie del cuerpo. Cabe representarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además
de representar, como se ha visto antes, la superficie del aparato psíquico”. ( nota al pie de la traducción inglesa1927).
22 Ver en ANEXOS: 1- notas sobre la actividad de representacion y el proceso originario

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Porque hay un yo que interpreta el cuerpo sensorial, el bebé puede apropiarse de su espacio
psíquico, organizarlo y modificarlo.
La primera oreja psíquica no capta significaciones sino las variaciones de su propia vivencia,
la sucesión de una experiencia de placer o de una experiencia sufrimiento.
Y si estos afectos faltan, la reacción sensorial está pero no tiene existencia psíquica.
La madre es el primer espejo en el que se mira el niño. ¿Qué pasa con esas madres para
quienes el cuerpo propio y el de sus hijas/os están sobreinvestidos y en las que predomina la
mirada “estética” que será siempre acorde al lo que privilegia el discurso social de época. Y la
proyección en sus hijas de su dramática singular con un cuerpo que no aceptan.
Un ejemplo:
Vilma recuerda que desde muy pequeña su madre se refería a ella y a su hermana como la
gordita y la flaquita. Cuestión significativa que impregnó diversas experiencias. Ser la gordita era una
descalificación que la hacía dudar de todo. No podía elegir su ropa, no sabía que ponerse, escondió su
cuerpo porque “la pancita” no le permitía sentirse dueña de un cuerpo armónico y seductor. Siempre
en perdedora. De adolescente algunos trastornos con la alimentación que la llevaron a bajar
excesivamente de peso. En la casa pasó de ser mirada por la madre como la que comía mucho a la
preocupación por el temor a la “anorexia”.
Vilma es una jóven armónica, delgada, alta pero sin duda la imagen que le devuelve “su espejo”
no coincide en absoluto con la mirada de los otros. No son pocos los conflictos que esto le acarrea. No
puede disfrutar de nada que implique poner en exposición su cuerpo descubierto: deportes, playa,
actividades al aire libre y serios problemas con la sexualidad.

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4- IDENTIDADES

“Para hacer un buen autorretrato


uno debe estudiar las cenizas.
El hombre se crea a partir de las ruinas
de sus previas identidades.”

Henry Miller
Big Sur y las naranjas de El Bosco

Orígenes del concepto

La identidad es compleja, paradójica. Designa lo que distingue y diferencia de los otros, a la


vez que cualifica lo que es idéntico, es decir lo que es parecido tanto como distinto a otra cosa. Esta
ambigüedad semántica implica que la identidad oscila entre la similitud y la diferencia, entre lo que
nos hace singulares y lo que nos hace parecidos a otros. La psicología muestra que la identidad se
construye en un doble movimiento de asimilación y diferenciación, de identificación con los otros y
de distinción por relación a ellos..23
Ricoeur (1990)24 en un reñido debate contra la hermeneútica25 del sí, que no es lo mismo que
el yo, descompone en dos significaciones importantes la identidad, la mismidad, o, la identidad-idem
de cosas que no cambian a travez del tiempo, -que hace referencia a ese punto de anclaje
identificatorio al que alude la identificación primaria-, de la identidad-ipse, de lo que se conserva a
modo de una promesa “mantenida”. “La identidad-ipse pone en juego una dialéctica
complementaria de la ipseidad y de la mismidad, esto es la dialéctica del sí y del otro distinto de sí.
[...] Sí mismo como otro sugiere, en principio, que la ipseidad del sí mismo implica la alteridad en un
grado tan íntimo que no se puede pensar en una sin la otra, que una pasa más bien a la otra como se
diría en el lenguaje hegeliano” O sea una implicación: sí mismo en cuanto ...otro.

23 La ciencias humanas que responden al paradigma positivista piensan la identidad no como un proceso, un devenir,
sino cuasi como una “identidad in vitro”, aislada del entorno y por lo tanto inmodificable.
24 Ricoeur,P. Si mismo como otro ,SXXI, España, 1996
25 Para Ricoeur interpretar es extraer el ser-en-el-mundo que se halla en el texto. De esta manera se propone estudiar el

problema de la «apropiación del texto», es decir, de la aplicación del significado del texto a la vida del lector. La
reelaboración del texto por parte del lector es uno de los ejes de su teoría.

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Desde esta perspectiva es que decimos que no hay identidad sin alteridad. Las identidades
como las alteridades varían historicamente y dependen del contexto en el que se definan.26
Erikson, representante del culturalismo norteamericano, reemplaza los estadios
psicosexuales de Freud por estadios que hacen referencia al lazo social y a la identidad, Kohut lo
reformula en términos de psicología del self. Para Winnicott la construcción de la identidad está
ligada a los cuidados de los primeros tiempos y se sostiene en tres procesos que se tienen que dar
conjuntamente: el anclaje de la imagen de sí sobre la transformación corporal; el investimiento
narcisístico del sujeto, y la construcción de un ideal del yo en relación con los otros, principalmente
por la mirada de los padres. Spitz acentuó la importancia de las interacciones precoces en la
constitución del sentimiento de identidad. Propuso tres “organizadores”: 1) la sonrisa en respuesta
a los estímulos del entorno, siendo a su vez, prototipo y base de las ulteriores relaciones sociales; 2)
la angustia del octavo mes ante el rostro de un extraño; esto pone en evidencia que el bebé es capaz
de diferenciar a la madre de otros desconocidos; 3) el “No”, evidencia de que el bebé tiene
capacidad de oponerse y diferenciarse de los otros.

Cuerpo e identidad 27
El cuerpo constituye la base y sostén privilegiado del sentimiento de identidad. Poco a poco
el recién nacido aprende a localizar las tensiones, las sensaciones, las emociones en su cuerpo, a
distinguir lo que es interno (sensaciones de hambre, de sed) de lo que es externo (objetos y
personas de su entorno). La exploración de su cuerpo, la manipulación de los juguetes, le permiten
tomar conciencia del mismo: la diferencia entre la superficie sensible y los objetos exteriores se va
experimentando a través de los juegos.
En la constitución de la identidad, la imagen de sí, el sentimiento propio, tienen un lugar
muy importante. Es entre los uno y dos años que el niño reconoce poco a poco su imagen en el
espejo como lo describieron Winnicott, Wallon, Lacan y René Zazzo. Resultado de un doble
mecanismo de objetivación y de apropiación.
Por la objetivación, el niño es capaz de ubicarse como alguien en el espacio de los otros: él es
visible a sí mismo. Por la apropiación incorpora esta apariencia visual y la hace coincidir con la

26 Dubar,C. (2000) la crise des identités. PUF, Paris 2010.


27 En el capítulo 3, el “cuerpo habla” nos referimos extensamente al pasaje del cuerpo sensorial al cuerpo psíquico.

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experiencia interna de su cuerpo (a través de sus sensaciones táctiles, viscerales y emotivas). Es en
el momento en que esta fusión se realiza que el uso del yo deviene habitual en su discurso,
marcando la aparición del sentimiento de identidad.
La imagen del cuerpo, base de la imagen de sí, difiere de la realidad anatómica y está
marcada por la dinámica pulsional.
La identidad corporal contiene una identidad sexual. Desde el acceso a la palabra el niño se
reconoce varón o niña. Tampoco la identidad sexual deriva linealmente del sexo anatómico, sino
que depende de las identificaciones y del discurso con el que se le habla (identidad de género). La
identidad sexual se apoya también en los modelos de femineidad y de virilidad propuestos por la
cultura.
Estos procesos se describen a través de le esfera motriz, sensitiva y emocional y se
desarrollan paralelamente en la esfera cognitiva. Jean Piaget puso el acento en la manera en la cual
el niño después de tener conciencia de sus sensaciones entre los 6 meses y los dos años aprende
progresivamente a reconocer la existencia de un entorno que es un no yo a través de la noción de
objeto permanente (aquella persona que continuamente existe alrededor de él). Esta es la base de
la noción de identidad porque es lo que permite concebir que un ser pueda ser idéntico a sí mismo
en la sucesión del tiempo o en su desplazamiento espacial.
Freud fue renuente a todo intento de comprensión global del psiquismo individual hasta que
articuló la segunda tópica y la segunda teoría de las pulsiones, con espacios, instancias, historia y
fuerzas psíquicas, lo que le posibilitó entender con los mismos elementos tanto la personalidad
como la formación de síntomas. El psicoanálisis nació alrededor de la comprensión del síntoma en
tanto formación extraña al yo e infiltrada por lo inconsciente. En 1907 Freud le decía a Jung que la
personalidad y el yo de Bleuler eran conceptos de superficie y que él trabajaba más allá, en la
metapsicología. Por eso aborda tardíamente el problema de la personalidad psíquica y lo hace
desde la visión de la “descomposición”.
Después de 1923 El aparato psíquico deja de ser la imagen de un sistema solipsista (aquel
del capítulo VII de “La interpretación de los sueños”) o de la vesícula protoplasmática de “Más
allá...” que despliega sus seudópodos hacia el mundo exterior. El otro, los otros, esa multiplicidad de
otros con los que se vinculan el recién nacido, el niño, el adolescente, el adulto, hacen su entrada a
dos niveles: del yo y del superyó. A nivel del yo, porque la identificación es desde el punto de vista
económico la vía del desprendimiento de libido de los objetos para constituir al yo; está en el origen

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del “carácter del yo”28 como “precipitado de identificaciones”. Y a nivel del superyó, por ser el
precipitado de la relación de amor con los padres y sustitutos provistos por la cultura. Esos otros
por identificación son parte estructurante del psiquismo, de un individuo separado y portador de
una identidad que lo diferencia y a la cual intentará sostener durante el resto de su vida. En tanto la
identificación instala en el yo la relación libidinal con los objetos de amor se evita el
desinvestimiento de los que son modelos identificatorios.
Por lo tanto ¿de qué hablamos cuando hablamos de identidad? ¿Cómo los seres humanos
constituyen, remodelan, consolidan su identidad? ¿Cómo elaboran y sostienen ese sentimiento de
continuidad de existir? ¿Es la identidad un estado, un proceso, una construcción permanente? ¿Es
un concepto problemático en psicoanálisis? ¿Intenta referir a ilusión de unidad? ¿Niega la idea de
conflicto constitutivo de la subjetividad? ¿Es un producto de los vínculos, del entramado de los
sujetos en relación?
El concepto de identidad, si bien no tiene un estatus metapsicológico establecido, atañe a los
procesos identificatorios y los conflictos inherentes para alcanzar la ilusión de unidad que le dé al
sujeto la convicción de “yo soy éste” (y no aquél). Sentimiento que depende de la representación de
un cuerpo unificado, de la separación y límite de sí mismo y el otro, de un sentimiento de propiedad
de sí, de la imagen narcisista de sí, de la identificación con las imagos parentales, del sentimiento de
pertenencia a una familia, a un grupo, a un pueblo, a una cultura, etc.
En el psicoanálisis contemporáneo vemos a partir de las diferentes corrientes que es una
problemática que insiste. Afectada en las patologías severas, en los estados límite, en los casos
graves, en las psicosis, o sea en algunas de las patologías del narcisismo así como en trastornos del
pensamiento, y en algunas problemáticas que refieren al cuerpo, la identidad es un concepto que
merece tener estatus metapsicológico en lugar de quedar como una noción que sirva para
diferentes usos cuando ningún otro término se acomoda a lo que intentamos describir.29

28 “[…] el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de éstas
elecciones de objeto. Desde luego, de entrada es preciso atribuir a una escala de la capacidad de resistencia la medida
en que el carácter de una persona adopta esos influjos provenientes de la historia de las elecciones eróticas de objeto o
se defiende de ellos. […] También cabe considerar una simultaneidad de investidura de objeto e identificación, vale
decir, una alteración del carácter antes que el objeto haya sido resignado. En este caso, la alteración del carácter podría
sobrevivir al vínculo de objeto, y conservarlo en cierto sentido.” (Freud, 1923)
29 Souffir,V y Miedzyrzecki,J (1999) en Identités, RFP,4, Tomo LXIII, octubre-diciembre, Paris

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La constitución identitaria: un proceso

“Sí, lo que yo soy sería insoportable


si no pudiese acordarme de lo que he sido”

Fernando Pessoa

Si el psiquismo es una organización abierta, activa y autoorganizante desde el nacimiento, la


identidad, por lo tanto, es proceso, búsqueda, proyecto, trayectoria y construcción. El capital
identificatorio deviene y se enriquece a partir del aporte simbólico que los padres y el entorno
proveen.
El inacabamiento con que los humanos venimos al mundo condena al recién nacido a
apropiarse, nutrirse y sostenerse de los enunciados identificatorios que recibe en ese encuentro
con los progenitores.
¿Apropiaciones vitales o mortíferas?
El psiquismo se constituye a partir de lo que toma prestado de lo oído, de modelos y
potencialidades identificatorias que son transmitidas por el discurso parental y social.
En esos primeros tiempos la madre, el padre, la familia juegan un rol de espejo: es en ese
conjunto de sensaciones visuales, olfativas, auditivas, cenestésicas de las que el niño recibe los
sostenes de su identidad simbólica indisociablemente ligada al amor, a la ternura, a la sexualidad,
sexualidad de la cual es objeto y que él introyecta. La sonrisa, los intercambios de miradas
recíprocas de la madre y de todos aquellos que asisten al bebé, la serie de interacciones, de
momentos cruciales en el encuentro producen modificaciones simultáneas entre los partenaires y
dan cuenta de la complejidad constitutiva del narcisismo, del yo y de la construcción identificatoria.
El proceso de identificación exige un trabajo de metabolización, de duelo, de elaboración de ese
capital libidinal e identificatorio que el otro primordial le aportó.
Freud cita una frase de Goethe. “Aquello que has heredado de tus padres, adquiérelo para que
sea tuyo.” Lo mismo vale cuando uno hereda una ferretería. Debemos ser merecedores de ella si no
queremos quebrar. También lo heredado-psíquico debe ser apropiado. Y apropiado no para
preservarlo sino para transformarlo.
Ese juego de apropiación-desapropiación entre la madre y el niño se entiende mejor en el
contexto de dos conceptos de Aulagnier: violencia primaria y violencia secundaria. Para la autora la

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madre es literalmente “portavoz”, mediadora de la cultura. Provee al niño de una historia que es
testimonio de sus deseos y sus anhelos sobre el devenir del niño. Lo provee de anticipaciones.
Pero no hay madres totalmente buenas. Hay madres suficientemente buenas. En la
anticipación siempre hay excesos y mucho más en los primeros tiempos del bebé. Exceso de
sentido, exceso de excitación, exceso de frustración, pero también exceso de gratificación o de
protección. La palabra que la madre derrama se anticipa en mucho a la capacidad del niño de
reconocer su significación y de retomarla por su propia cuenta. Los padres interpretan lo que
suponen que el niño siente, desea, espera, ejerciendo así una “violencia de interpretación” inevitable
y necesaria. Si el deseo materno de preservar ese lugar de poder, de prótesis, de donante exclusivo
de sus necesidades prevalece más de lo necesario, si no puede desapropiarse de su producto para
una propuesta exogámica nos enfrenta a lo que Aulagnier conceptualiza como “violencia
secundaria” en tanto involucra la autonomía del pensamiento del niño. Cuando el niño ya es capaz
de pensar, le confirma a la madre el éxito o el fracaso de su función como madre. Pensar es el
primer instrumento de autonomía y el que le da la posibilidad de un rechazo que no pone en peligro
su supervivencia.
Hasta que el niño no habla la madre puede tener la ilusión de una concordancia entre lo que
ella cree que piensa y lo que de hecho el niño piensa. Al mismo tiempo el niño descubre que es
también una ilusión atribuirle a los padres el poder de adivinar sus pensamientos. Momento
decisivo, tan importante como el momento en que descubre la diferencia de los sexos.
Recordamos lo anterior cuando abordamos un paciente que presenta algunas de las
patologías del narcisismo,30psicosis, depresiones en sus múltiples variantes, cuadros borderlines en
sus distintos grados de gravedad y al hacer la anamnesis encontramos carencias afectivas, historias
traumáticas por diversas violencias por parte de los adultos “responsables”.
Incesto es también la apropiación abusiva del hijo por parte de alguno de los progenitores,
atentando contra su autonomía. Se trata de las consecuencias mortíferas para el yo del niño de un
deseo materno que se expresa mediante un “que nada cambie” en la relación con su hijo. Si impone

30“Vuelvo a luchar en este libro contra un error muy difundido: la unificación clínica del narcisismo para cuadros
diferentes. Así no se trasciende una psiquiatría descriptiva [...]. No busco un término unívoco, sino una teoría del
narcisismo lo suficientemente compleja que no encasille la clínica.” (Hornstein. 2006). Para salir de esa unificación
errónea, el autor postula sus cuatro modelos: patologías del sentimiento de sí (borderline, paranoia, esquizofrenia);
patologías del sentimiento de estima de sí (depresiones); patologías de la indiscriminación objeto fantaseado-pensado
con el objeto actual (elecciones narcisistas, diversas funciones del objeto en la economía narcisista) patologías del
desinvestimiento narcisista (clínica del vacío).

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al niño ese deseo como condición para preservar su amor, lo despojará de libertad en el registro de
sus pensamientos y de su trayectoria identificatoria. “Un tal deseo presente en la madre transgrede
no la ley que prohíbe el incesto, sino aquella que prohíbe el asesinato. En este caso, asesinato psíquico
de un hijo por venir o de un futuro deseante, que tornará imposible para el niño encontrar –en el
discurso que se le dirigirá acerca de su pasado, acerca del origen de los deseos que lo tenían por objeto
o en el silencio que lo reemplazará– los materiales que debieran permitirle construirse una historia
del tiempo de su infancia en el cual su devenir y el de su deseo ya estaban investidos por el proyecto
parental.” (Aulagnier,1989)
La apropiación mortífera hace referencia a esa violencia de apropiación de la subjetividad
que amenaza la integridad psíquica, corporal o la vida misma. Situación que puede ampliarse al
orden social por actos de violencia extrema, genocidas, masacres, terrorismo que rompen con
códigos de cultura, con “contratos narcisistas”31 a los que apela todo sujeto para sostener un mínimo
de identidad grupal, social. Apropiación mortífera de la subjetividad del otro, cuando no se lo
reconoce como diferente. Extensible a todo actor social que tenga alguna relación de poder sobre
otro.32
Apropiación de la intimidad, de la identidad, de la privacidad.
A nivel social de lo público o lo privado.
Nuestra historia y nuestra memoria no son espejos narcisistas autosuficientes. Sostener la
estabilidad a la cual aspira el sentimiento de identidad no excluye la movilidad, la transformación y
el cambio en la continuidad de existencia.
“La identidad es imágenes de nosotros mismos, símbolos y saberes compartidos, se alimenta
con vida vivida y pensada, con mitos, es decir relatos de otros y nuestros sobre cómo fuimos, por qué
fuimos, cómo somos y tal vez como nos gustaría ser. (Seoane, 2005)33
La identidad, por lo tanto, es un proceso continuo de definiciones sobre uno mismo que
hacen, a su vez, a esa “multiplicidad de personas psíquicas” como Freud pensaba el Yo. La identidad
se reinventa permanentemente a la luz del devenir en el contexto de nuestra propia historia. Se
inventa, se configura, es creación, dadas las múltiples referencias identificatorias de los vínculos
que establecemos en la vida y puede estar compuesta por una multiplicidad de componentes:

31Aulagnier, P. 1975, La violencia de la Interpretación.


32Cuestiones de orden social a las que no me voy a referir. La lista es larga y en este mundo globalizado, redes sociales
mediante, está a la orden del día.
33Seoane, M.: “Nosotros”, E d. Sudamericana, Buenos Aires, 2005)

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identidad para sí mismo, identidad para los otros: sentimiento de sí (la manera en que uno se
siente); imagen de sí (la manera como uno se ve o como uno se imagina); la representación de sí (la
manera como uno puede describirse); la estima de sí (la manera como uno se evalúa); continuidad
de sí (la manera en que uno se siente parecido o cambiante); el sí intimo (como uno se siente
interiormente); el sí social (como uno se muestra a los demás); el sí ideal (como uno querría ser); el
sí real (como uno siente que es).34
Morduchowsicz (2012) comenta que los adolescentes escriben sus blogs, o arman sus
perfiles en las redes sociales como formas de pensar en si mismos, ensayan diferentes identidades
acorde a las respuestas que reciben de sus congéneres cuando releen lo que ellos mismos
escribieron y los comentarios de sus lectores. “Los blogs y los perfiles en las redes los ayudan a
construir y formar una imagen de sí mismos siempre en contexto, es decir, en relación con la visión que
de ellos tienen los demás.”

Identidad e identificación

La construcción de la identidad es imagen y sentimiento. Por un lado, es una operación


intelectual que describe una existencia, una pertenencia, un estado, una actitud corporal y, sobre
todo, muestra una exterioridad. Pero desde el punto de vista psicoanalítico hablar de identidad es
referirse a un sentimiento, a un estado del ser, a una experiencia interior que corresponde a un
reconocimiento de sí que se modifica en el devenir de la historia. La identidad no está tallada en la
roca ni garantizada de por vida. Por lo contrario se trata de algo a construir y no a descubrir, a
construir y a defender contra viento y marea con el fin de evitar que zozobre el yo. Pero es también
un acto de liberación de la inercia de modos tradicionales, de las autoridades inmutables, de los
hábitos predestinados, de las verdades incuestionables. (Bauman.2003)
El sentimiento de identidad es un tejido de lazos complejos y variables en donde se articulan
el narcisismo, las identificaciones, la vida pulsional, los conflictos entre instancias, la versión actual
de la historia personal, la repetición y todo aquello que participa en la constitución del sujeto.
(Rother Hornstein, 2006)

34 Lipiansky, E. M. 1998)34 L’identité personelle, en L’ identité, Sciences Humaines ED.

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La relación entre identificaciones e identidad no es lineal, no es un estado del sujeto sino un
proceso cuya primera fase es el extremo júbilo del bebé que se reconoce en el espejo.
Reconocimiento de un cuerpo unificado gracias a la anticipación de la mirada historizante de los
padres. Un sentimiento que se elabora desde temprano. Es con el dominio del lenguaje que el niño
tiene la posibilidad de poder expresarlo; cuando puede marcar el límite entre sí mismo y el otro;
entre el yo y el tú. Sentimiento que habla de la representación física del yo. De un logrado
investimiento narcisista. Da cuenta de aspectos que permanecen y posibilitan el reconocimiento de
sí mismo por sí mismo y el reconocimiento de sí mismo por los otros a lo largo del tiempo.
Hay rupturas en el sentimiento de continuidad de sí cuando queda amenazada la integridad
psíquica, corporal o la vida misma a veces por situaciones que rompen con códigos de cultura a los
que apela todo sujeto para sostener un mínimo de identidad grupal, social.
Así, la identidad es pensable en distintos niveles: individual, familiar, grupal, cultural,
nacional. “La identidad, la personalidad o el self son nociones que evocan la permanencia, la
continuidad, la cohesión, la integración en el cambio, en la separación del otro, en principio silenciosa
aunque fallida en los pacientes en los que la problemática se sitúa por fuera de la neurosis ”.35
La construcción de la identidad se apoya en las identificaciones pero al mismo tiempo se
desprende de éstas. Condición de existencia y sostén de la continuidad de existir, remite a la
constitución no fallida de la identificación primaria. Para Freud, previa a toda elección de objeto.
Recordemos: en 1923, Freud dice, el yo es la sedimentación de investiduras de objeto
resignadas. En Psicología de las Masas (1921) postula que si bien la identificación tiene tres
fuentes: la primera, la forma más originaria de ligazón afectiva, la segunda sustituye una ligazón
libidinosa de objeto por una introyección del objeto en el yo por vía regresiva, y la tercera en
función de una comunidad afectiva con otro significativo agrega, que estamos muy lejos de haber
agotado el problema de la identificación y deja abierto a sus lectores el seguir investigando. Al final
de su obra dice que al comienzo el yo es el pecho y luego diferencia entre el ser y el tener. Registro
identificatorio y registro objetal. Entonces surge la diferencia entre líbido narcisista y objetal.
Punto de anclaje, esa identificación primaria inserta al sujeto en la cadena generacional. Por
medio de ella se inscriben las primeras trazas de lo narcisístico y edípico de los padres. Lo
imaginario y lo simbólico están presentes desde los primeros encuentros. “Lo imaginario

35 Identités, Revue Francaise de Psychanalyses, 4, Tome LXIII, PUF, Paris, 1999.

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desempeña un papel constitutivo en la vida social. Los códigos simbólicos se apropian del sentido
creador de lo imaginario (insoslayable en toda organización simbólica) y a su vez estructuran
continuamente lo imaginario entendido como la transformación de un orden virtual de ‘objetos
fantaseados’ en una matriz de formas sociales compartidas”36. Lo simbólico y lo imaginario son
irreductibles y cualquier transformación de las representaciones simbólicas conlleva una
reorganización de la subjetividad. “Lo imaginario se inscribe en el interior de formas socio-simbólicas
según modalidades tanto liberadoras como represivas, aunque reservando siempre un papel
autónomo a lo imaginario en la reorganización psíquica del sujeto y de las relaciones sociales.”37
Los códigos simbólicos acotan lo imaginario para evitar arbitrariedades. Lo imaginario
transforma el mundo fantaseado respetando la singularidad de cada sujeto. Hay autonomía en la
posibilidad de imaginarización.
En esos primeros tiempos en los que la madre, el padre, la familia juegan un rol de espejo,
una serie de momentos cruciales contribuyen con la complejidad constitutiva de lo identificatorio:
la sonrisa, la respuesta a la mirada, la angustia a lo extraño, la aparición del sí o el no, las diversas
conductas de solicitación. Winnicott38 mostró que el espejo incluye no sólo la mirada materna sino
la de la familia. Los intercambios de miradas recíprocas del entorno que asisten al bebé producen
modificaciones simultáneas. Diferentes “sentimientos de la vitalidad”39 que los padres no registran
como actos afectivos (el modo en que la madre alza, arrulla, alimenta al niño; pliega los pañales, se
peina y lo peina, etc.) son pautas identificatorias que configuran la subjetividad.
A partir de la identificación primaria se inaugura un abanico de posibilidades para las
identificaciones secundarias que enriquecen la construcción de la identidad. En un primer
momento, cuando el niño hace una referencia a su identidad como identificación mimética con los
padres, da cuenta del reconocimiento de sí y al mismo tiempo de la diferencia. Al elaborar la
historia edípica, mayor es la posibilidad de una elección identificatoria discriminada y la
constitución de una identidad singular que se apoya en las sucesivas identificaciones con los otros
significativos que se suceden a lo largo de una vida. Desde la novela familiar ese sueño diurno
íntimo. Juego de los distintos personajes que el niño se representa cuando se apoya en las

36 Elliot Anthony, Teoría social y psicoanálisis en transición. Sujeto y sociedad de Freud a Kristeva. A.E., Buenos. Aires.
1995.
37 Op.cit. pág.301
38 Realidad y juego. Granica, Buenos Aires, 1972.
39 Stern, D. El mundo interpersonal del infante. Paidos, Buenos.Aires. 1991

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identificaciones con los otros significativos, con las escenas fantasmáticas que escenifican a través
de los relatos, las narraciones de los antepasados. Esas identificaciones con la prehistoria
generacional transmitida por los padres, los abuelos, etc., contribuyen a establecer determinados
roles sociales, familiares, profesionales, etc. Así como la adquisición de valores, normas, ideales,
prohibiciones, modelos, en los que las personas o la comunidad se reconocen. La identidad cultural
se sostiene en la memoria colectiva vía tradiciones, historia, relaciones sociales cotidianas y códigos
comunes que proponen una misma manera de categorizar el mundo. Los sujetos reconstruyen las
bases de una prehistoria preconsciente compuesta por fragmentos importantes de su identidad.
Los adolescentes de hoy cargan con sus historias individuales trazadas sobre esa nueva
cotidianeidad que los adultos compartimos. Medios de comunicación, internet, multitecnología. Lo
novedoso en la cultura adolescente es cómo se vinculan con la web, la manera en que navegan, los
programas de TV que eligen y comparten, el uso de diversas aplicaciones en las que se ubican como
receptores y productores. Lo novedoso es que internet es una herramienta de ilusión de poder, de
autonomía y de importantes diferencias con los adultos.

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5-LA ADOLESCENCIA: UN TRÁNSITO OBLIGADO

Al decir “navegar” me refiero a que la sola presencia en el mundo


justifica la vida: el puerto donde se atraque no tiene mucha importancia,
el programa radica en trasladarse, buscar, indagar.
La existencia no se justifica en función de un futuro,
sino en función de aquello que se está realizando.

Lerner, 2014

Pensamos la adolescencia desde tres puntos de vista: biológico, sociológico y psicoanalítico.


Desde lo biológico, la pubertad es el momento vital en que el cuerpo impone su presencia. Se
desarrollan los órganos genitales, aparecen las diferencias anatómicas femenino/masculino.
Veremos luego que podrán o no estar acompañadas de la diferencia de género y de la elección
sexual. Pero coincidan o no, la anatomía y la biología muestran su diferencia para cada sexo.
Las niñas tienen las primeras menstruaciones, los pechos crecen, las caderas se ensanchan,
aparecen sensaciones corporales difíciles de definir pero que estimulan la seducción y la vergüenza.
Los varones tienen sus primeras erecciones con eyaculación.
Desde el punto de vista biológico la adolescencia indica el advenimiento de un cuerpo
sexualmente maduro con capacidad para la procreación.
Desde el punto de vista sociológico, la adolescencia es cultural. A lo largo de las generaciones
y en las diferentes culturas se le otorga un lugar a la misma. Los ritos de iniciación difieren en cada
cultura.
Me limitaré a pensar la adolescencia desde el punto de vista psicoanalítico.
La adolescencia no es un estado sino un proceso, y en ese proceso están en juego: lo
pulsional, las representaciones y los soportes objetales y narcisistas. Ambos en sus modificaciones
reconfiguran el edificio identificatorio.

Cuerpo-pubertad-adolescencia

El cuerpo goza, habla, duele, grita. Ese cuerpo que habla y es hablado por la madre, se
muestra y reaparece con toda su fuerza en el púber que también lo goza, lo sufre, lo piensa, y lo

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entiende desde su historia y desde el imaginario social. Evidencia insoslayable del paso del tiempo
que marca un punto de encrucijada en el devenir del proceso identificatorio. Punto que puede ser
surgimiento de novedad (tanto estructurante como desestructurante), si ubicamos la pubertad
como un “sistema alejado del equilibrio” (Prigogine y Stengers1979). La pubertad irrumpe desde el
cuerpo, instala el “caos” en un aparente equilibrio anterior, la latencia, que procesa en sordina la
sexualidad infantil, reabriendo de esta manera el protagonismo pulsional. El púber desde su propia
historia, desde sus anhelos, ilusiones y deseos, desde los sostenes identificatorios de los otros, de la
cultura y sobre todo de sus pares, escucha ese cuerpo, lo descubre, lo ignora, lo contiene, lo odia, lo
maltrata, lo usa, lo enferma40. En cada una de esas expresiones se condensan los sueños, los
padeceres, los placeres y los desvelos de una vida. Como en el contenido manifiesto del sueño
podemos ir en busca de fragmentos de historia porque cada una de esas expresiones son eslabones
que revelan diferentes formas de simbolizar los avatares que suscita.
Ese trabajo de resimbolización necesario que se pone en movimiento a partir de la pubertad
se da sobre el cuerpo biológico en el que operan los códigos, los modelos, los ideales, sociales y
culturales propios de cada época y sobre las identificaciones que fueron configurando el yo y el
superyó hasta ese momento.
El concepto de après-coup interviene en toda su dimensión. El advenimiento puberal pone
en juego los dos tiempos de la sexualidad. Hay reapropiación de la historia infantil en un proyecto
sexual diferenciado y se producen modificaciones en todos los niveles que atañen a la
metapsicología:
A nivel económico hay una redistribución libidinal
A nivel dinámico, reubicación del conflicto.
A nivel tópico, reorganizaciones identificatorias, cambios en la estructura del Yo, del ello, del
superyó, del ideal.
Si los traumas infantiles pueden resignificarse, salir de lo repetitivo, engarzarse en otras
conexiones y otras causalidades, se producen desplazamientos libidinales, representacionales e
identificatorios que lo sacan del carácter compulsivo y sintomático. Se establecen nuevas relaciones
entre las diferentes instancias.

40 Rother Hornstein,1992

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Adolescencias contemporáneas, un desafío para el psicoanálisis


Trabajos simbólicos del proceso adolescente

En un psiquismo abierto siempre es posible recibir elementos de lo real exterior, elementos


“traumáticos”, capaces de producir aflujos energéticos que deben ser “domeñados” o expulsados
para mantener su constancia y para que las representaciones ya existentes, aun cuando
permanezcan como tales en su singularidad, se entrelacen de manera diferente organizando nuevas
texturas (Bleichmar, S. 1993).
Durante el tiempo de la infancia se constituye el capital fantasmático, defensivo e
identificatorio. El capital fantasmático no es sino la unión entre lo vivido afectivo, una huella
específica de objeto y de la situación que desencadenó ese afecto en los distintos estadios por las
que atravesó el niño. Parte de nuestro trabajo es ayudar a poner en palabras esos afectos y a
establecer nuevos nexos, ligar representaciones, recomponer el mundo fantasmático. Una vez que
haya palabra y pensamiento serán posibles otras versiones de lo vivido. En ese contexto la
adolescencia deviene proceso, rehistorización, recomposición narcisista, identificatoria y libidinal.
Crecer requiere cerrar las cuentas con el tiempo de la infancia sin dejar de preservar ciertos
recuerdos que nutren ese capital de memoria que acompaña al sujeto toda la vida.
La pubertad con los cambios corporales y el embate pulsional como momento es un “punto
de bifurcación” que abre una serie de posibilidades. La explosión hormonal neurológicamente
programada es un gatillo biológico que contribuye a disparar una serie de trabajos psíquicos
desconocidos hasta ese momento. La pulsión encuentra su fin pero está todavía lejos de encontrar
sus objetos sexuales. Tal el trabajo de la adolescencia. No es que cesen los procesos iniciados en la
pubertad sino que se tramita el pasaje de los objetos prohibidos (mamá, papá, hermanos) hacia los
exogámicos. Desde el punto de vista biológico es la adquisición de nuevas reacciones fisiológicas y
desde el punto de vista psíquico la adquisición de nuevas representaciones y afectos que favorecen
otras formas de relación. Cada estadio aporta un lenguaje nuevo, diferentes modos de elaboración,
una nueva “batería de significantes” (Laplanche.1981-a). Los trabajos simbólicos propios de la
adolescencia, las reorganizaciones que coronan la constitución de lo reprimido y que llevan las
marcas de la historia intervienen en la consolidación del narcisismo y del espacio identificatorio. El
adolescente extrema defensas diferentes del polimorfismo defensivo de la infancia. El punto de
partida insoslayable es una lograda “identificación simbólica” que le dé la certeza de ocupar ciertas

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posiciones identificatorias. Un sentimiento de continuidad de sí le permitirá encarar nuevos
vínculos que (al igual que con las relaciones primarias) le reaseguren ser sostén de deseos, placeres
y proyectos. Juego dinámico entre pasado, presente y futuro que depende de los éxitos o fracasos
del trabajo de la represión, legado parental que se inscribe en el niño desde el primer sorbo de
leche. ¿Será capaz la psiquis de elaborar, a partir de las representaciones a las que tuvo que
renunciar, otras representaciones a las cuales ligar el afecto? Sólo si el trabajo de represión es
exitoso habrá un “tiempo de conclusión” para cada fase libidinal y un tránsito logrado entre una
fase y otra: lactante–niño–púber–adolescente–adulto. El advenimiento del yo, la adquisición del
lenguaje y el trabajo de pensamiento implican una mayor complejidad para resignificar los hechos,
las escenas fantasmáticas y las interpretaciones de las fases anteriores, de las particularidades que
tuvieron las relaciones objetales y las posiciones identificatorias propias del ser niño.
Desde el punto de vista metapsicológico para que el proceso adolescente se despliegue es
necesario un logrado trabajo de represión que posibilite la conclusión de un tiempo infantil. Este
trabajo hace que el adolescente pueda dejar de lado mecanismos de defensa primitivos
(polimorfismo defensivo propio de los niños) que pueden desplegarlos en tanto y en cuanto se
saben sostenidos por la alianza con los padres que funcionan como metabolizadores. Son también
los padres quienes favorecen o entorpecen la implementación de determinadas defensas y la
conquista de posiciones identificatorias estables que contribuyen a la movilidad de las
identificaciones imaginarias sin que se pierda en cada movimiento el sentimiento de mismidad, de
identidad, de continuidad. Se mantienen algunas formas de relación que fueron prototipo y sin los
cuales el sujeto no podría reconocerse en cada nueva elección de objeto y en cada meta que inviste.
Cuestión que nada tiene que ver con la compulsión de repetición. De lo que se trata es que pese a
atravesar rupturas, duelos y a que se abra un abanico de respuestas ante los conflictos que genera
cada nuevo encuentro con experiencias significativas, (lo mismo vale para los efectos de la relación
transferencia-contratransferencia en el trabajo analítico) hay cierta continuidad en el
procesamiento de dichas experiencias. Recordemos que “permanencia y cambio” en el devenir del
proceso identificarorio son indisociables en cuanto al reconocimiento identitario. Veremos en el
capítulo 7, en el apartado sobre psicosis que una de las claves para su diagnóstico es el sentimiento
de extrañesa que puede sobrevenir ante una experiencia significativa que desencadene un episodio
psicótico. Desconocimiento de sí mismo por sí mismo.

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Si la represión fracasa, cuesta establecer nuevas relaciones, otros espacios de investimiento.
Lo que no pudo ser reprimido de las representaciones de las primeras relaciones de objeto insiste
como el trauma intentando retornar a un tiempo anterior que no se quiere modificar y que altera el
trabajo de historización. Si por el contrario hay un exceso de represión es posible que se
incremente la amnesia y el desinvestimiento de recuerdos reprimidos y que el evocarlos se
transforme en una amenaza para el yo porque pueden disparar otros recuerdos insoportables,
excesivamente traumáticos en caso que remitan a indiferencia libidinal o sentimientos de odio por
parte de las figuras primordiales (Aulagnier, 1984)

¿Hay un mundo por fuera de mamá y papá?

Para el recién nacido la madre es el único espejo en el que se mira arrobado. La madre
devuelve esa mirada con la misma intensidad amorosa pero poco a poco tendrá que ayudarlo a
encontrar otros espejos que lo ayuden a construir su pentagrama identificatorio. El pequeño va
entendiendo que él no es todo para la madre. El padre, los hermanos, los abuelos, los tíos y otros
tantos significativos poblarán su vida de referentes identificatorios. Se amplía el mapa de miradas,
de voces, de historias, de mundos. Primer fragmento de realidad, la familia, primeros y únicos
destinatarios de las demandas de amor, de placer y de reconocimiento; (demandas libidinales y
narcisistas) que nunca dejarán de estar presentes. Este espacio que corresponde a la familia
primaria es ocupado luego por la pareja y los hijos.
El pequeño encuentra en los personajes de la TV, de los videos, en otros niños del jardín, del
colegio, los amigos, los maestros, en las redes sociales, referentes a quienes demandará
parcialmente un placer narcisista o sexual después de la pubertad. Sus pares, maestros, y los
programas y modelos que encuentran en la web son los nuevos personajes idealizados. Transmiten
valores que nunca coinciden totalmente con los familiares. Emiten mandatos identificatorios
fundantes, así como desengaños, frustraciones y conflictos. A lo largo de la vida este espacio podrá
cambiar sus habitantes y sustituir parcialmente al anterior.
Alrededor del joven, en el campo social, hay muchos sujetos con quienes él comparte
intereses, exigencias, esperanzas y frustraciones. Él quiere pertenecer, formar parte. He allí un
tercer espacio de investimiento.

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Cada vez más, el reconocimiento que viene del "discurso del conjunto"41 es una referencia
insoslayable. La realidad le impone un compromiso creciente. Es con sus congéneres que el
adolescente resimboliza la relación con su cuerpo, con la realidad, con sus ideales.
Los pares y el discurso social le proponen otras reglas de juego, valores, ideales proyectos,
algunos de los cuales hará suyo, mediante un trabajo de apropiación. Eso no lo exime de encontrar
los propios. En este juego de aceptación y transgresión los jóvenes imponen sus propios ideales y
pasan a ser portavoz tanto para sus congéneres como para sus padres. En parte una inversión de
roles cuando les marcan tendencias, nuevas formas de comunicación, los recursos tecnológicos que
son propios de las nuevas generaciones. Experiencias todas que implican una exigencia de trabajos
psíquicos para apropiarse de identificaciones secundarias, de otras herramientas necesarias para
tramitar la nueva realidad, para procurarse sus objetos amorosos, investir nuevos espacios,
apropiarse de otros modelos identificatorios provenientes de un sin fin de otras voces y discursos
diversos: económico, científico, mediático, político, ideológico, estético, etc. Multiplicidad de voces,
multiplicidad de espejos en los que cada sujeto busca perfiles identificatorios para consolidar
identidades. “Multiplicidad de personas psíquicas”, decía Freud. Y Pessoa dice: “[...] Dios mío, Dios
mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo? ¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí? Cada
uno de nosotros es varios, es muchos, es una multiplicidad de sí mismos. Por eso, aquel que desprecia al
ambiente no es el mismo que por él se alegra o padece. En la vasta colonia de nuestro ser hay gente de
muchas especies, pensando y sintiendo de manera diferente. En este mismo momento en que escribo,
en un intervalo legítimo del hoy escaso trabajo, estas pocas palabras de impresión, soy yo quien las
escribe atentamente, soy yo el que está contento de no tener que trabajar en este momento, soy yo el
que está viendo el cielo allá fuera, invisible desde aquí, soy yo el que está pensando todo esto, soy yo el
que siente al cuerpo contento y a las manos vagamente frías”. (Pessoa,1936 )

41 “Representaremos metonímicamente al grupo social –designado con este término a un conjunto de sujetos que
hablan la misma lengua, regidos por las mismas instituciones y, cuando ello ocurre, por una misma religión- como el
conjunto de las voces presentes. Este conjunto puede pronunciar un número indeterminado de enunciados: entre ellos,
tendrá un lugar particular la serie que define la realidad del mundo, la razón de ser del grupo, el origen de sus modelos.
Esta serie comprende así al conjunto de los enunciados cuyo objeto es el propio grupo, conjunto mas o menos complejo
y flexible, que posee siempre como infraestructura inmutable para una cultura dada una serie mínima a la que
llamamos los enunciados del fundamento.” Aulagnier, 1975.

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SER O ESTAR ADOLESCENTE
INTERROGANTES Y CUESTIONES DE LA CONTEMPORANEIDAD

HUGO LERNER

“No busco la verdad, sino el conocimiento.


Que se haga la palabra”.

Rithy Panh, La eliminación 2013

“El espíritu de la frontera invita a revolotear en torno


a un tema antes de profundizar en él.
Es un hábito de riesgo que favorece la creación de nuevo conocimiento
pero que, por otro lado, invita más a abrir paréntesis que a cerrarlos.
Por ello el pensador intruso navega a ratos a la deriva,
pero su norte es más una esperanza de gozo intelectual
que una garantía de llegar a puerto. No es mala estrategia”.

J. Wagensberg ,2014

Comentarios Introductorios

El psicoanálisis debe estar en movimiento, investigando derroteros, dibujando mapas para


así poder transitar nuevos territorios. Debe ser fiel a la tradición pero tener la apertura y el coraje
necesarios para marcar mojones nuevos.
El psicoanálisis no debe ser una mera teoría cerrada sino el producto del diálogo con otras
ciencias y también de una constante interrogación sin preconceptos ni juicios estereotipados.
Nuestra disciplina es una teoría y una práctica; en ella, a medida que se avanza en la tarea,
los interrogantes van proponiendo nuevos textos y autores que pasarán a ser nuestros
interlocutores.
El pensar psicoanalítico se construye paso a paso, utilizando piezas nuevas pero en
interacción con materiales en desuso.
Para que el psicoanálisis perdure y siga existiendo, debe tener la plasticidad de abrir nuevos
interrogantes que exijan nuevas respuestas. Muchas veces ha pretendido explicarlo todo, intención

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exagerada, tanto más cuanto que nuestra disciplina ha permanecido o intentado permanecer
alejada de los terremotos socio-históricos.
El intento de “explicarlo todo” se originó cuando el psicoanálisis se hizo impermeable a la
actitud interdisciplinaria y cada pensador intentó cobijarse dentro de su limitada disciplina.
Wagensberg (2014) afirma que esta postura “…es síntoma claro de que la disciplina protegida en
cuestión es un territorio que ha entrado en zona de plena alarma roja de sequía. En una atmósfera
disciplinaria, las ideas circulan verticalmente. Es cuando el rigor científico se confunde con el rigor
mortis. Es cuando la pureza vela por el aislamiento y por la eliminación de cualquier presunta
impureza. Es cuando la tradición se convierte en prohibición de cambio”.
Hace ya años que una cierta clase de psicoanálisis ha intentado, y ha logrado, reinventarse a
través del diálogo con otras disciplinas, que lo apartó del solipsismo de otras épocas. Este renacer
lo ha vuelto más enérgico y vigoroso. Ahora se atreve no solo a enfrentarse con patologías a las que
antes apartaba, sino también a incluir miradas más abarcativas y complejizantes acerca de diversos
temas, como las adolescencias actuales.
Para esta tarea hubo que esperar que aparecieran pensadores irreverentes que han
desguazado los cánones dogmáticos.
En mi lista de autores “preferidos” está ante todo Freud, el iniciador, y luego un conjunto de
pensadores “irreverentes” como Winnicott, Aulagnier, Castoriadis, Green, etc. cuyos textos exigen
del lector que por momentos se deshaga de ciertas categorías aprendidas y “reformatee” su
pensamiento para entender un pensar distinto.
Para pensar la adolescencia debemos identificarnos empáticamente con la “irreverencia” y
la “posición contestataria” de los adolescentes. Obviamente, en nuestro caso esta postura parte de
la teoría, a fin de que esa “irreverencia” nos permita surcar nuevos caminos y abrir diferentes
interrogantes en busca de explicaciones novedosas y no repetitivas.
Para ello debemos dialogar con antropólogos, sociólogos, economistas, publicistas, etc. Será
estéril pretender “proteger” nuestra disciplina ignorando a las otras. De esta apertura de nuestras
fronteras saldremos fortalecidos y con más herramientas para comprender el universo adolescente.
El contexto interdisciplinario es alegre e innovador; el disciplinario es solemne y conservador. El
adolescente nos invita a adoptar la primera postura para erigirnos en dialogantes respetuosos de
su ser o estar en el mundo.

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Como afirma Viñar (2013), es difícil definir con rigor los conceptos de “mentalidad de
época” o “mentalidad colectiva” —que observamos en la adolescencia— pero omitirlos es aún más
torpe; y plantea entonces la necesidad, para acercarnos a su comprensión, de visitar autores como
Manuel Castells, Zigmunt Bauman, Gilles Lipovetsky. Jean Baudrillard, etc.. En definitiva, Viñar nos
invita a salir del encierro y dar la bienvenida a una postura inter y transdisciplinaria.

Ser o estar adolescente

¿Se es o se está adolescente? ¿Es un estado transitorio, un modo de funcionamiento psíquico,


o ambas cosas? ¿Inevitablemente debemos relacionar la adolescencia con un período de la vida?
Podría seguir con un listado casi ilimitado de interrogantes y es de suponer que muchos de
ellos tendrían múltiples respuestas posibles. En principio, demos un paseo por lo que implica "ser"
y estar".
El verbo "ser" tiene habitualmente la función de aplicar un predicado a un sujeto para
calificarlo o clasificarlo. Con el verbo ser la asignación se supone inherente, que forma parte de lo
que se pretende atribuir al sujeto; cuando, en cambio, se usa el verbo "estar", la característica
designada se percibe como algo eventual, contingente, transitorio, agenciado o mudable.
Indudablemente, esto no significa que la diferenciación ser-estar se dé en todos los
contextos, más bien al contrario: obedece a que el contenido de la propiedad atribuida (el
"atributo", lo predicado) pueda o no pensarse como una peculiaridad inherente o no inherente.
Muchos diccionarios declaran sintéticamente que con "ser" se aplica al sujeto una cualidad,
conducta o manera de ser que le corresponde por su naturaleza, mientras que con "estar" se le
aplica un estado pasajero. Con "estar" se delinea el sujeto, el enunciado es descriptivo,
representativo; con "ser" se lo categoriza, el enunciado es clasificatorio, catalogador.
La distinción entre otorgarle una cualidad al sujeto o referir el estado en que se encuentra es
independiente de la duración del intervalo, que puede ser más o menos largo; por tanto, el uso de
"ser" no se contrapone con el de "estar" como la expresión de lo permanente o duradero frente a la
de lo transitorio, temporal o circunstancial.
Deberíamos apartarnos de la tendencia a diferenciar de manera tajante a usar "ser" como
indicativo de un estado permanente y "estar" como indicativo de un estado transitorio. A modo de

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ejemplo, dentro de un modelo evolutivo un sujeto de 16 o 18 años es adolescente pero
paralelamente, si aplicamos un modelo de funcionamiento puede no estar adolescente, ya sea
porque su funcionamiento psíquico es muy infantil o muy adulto.
Agreguemos que alguien es adolescente y en unos años deja de serlo. El "ser". en este caso,
es claramente transitorio. Por el contrario, otra persona puede ser y estar adolescente a los 16 años
y llegada a los 40 sigue estando adolescente: aquí el estar deja de ser transitorio.
Esta suerte de introducción no ha tenido otro propósito que comenzar a navegar por los
mares de la adolescencia y las tormentas en que ese ser o estar adolescente nos sumerge,
Entonces, ¿ el adolescente es o está? ¿Una condición excluye a la otra? ¿Coinciden? ¿Podemos
distinguirlas? Cuando afirmamos que alguien es un adolescente, ¿nos estamos refiriendo a un
momento evolutivo en el que el "ser" coincide con el "estar"? Si un sujeto ya no está en lo que se
entiende como el período de la adolescencia, ¿diremos pese a ello que está adolescente?
Ahora bien, a esta altura creo que debemos especificar que cuando estamos describiendo la
adolescencia: ¿a que nos estamos refiriendo?

¿ Qué es la adolescencia?

“Antes de 1939, la adolescencia era contada por los escritores


como una crisis subjetiva: uno se rebela contra los padres y
las obligaciones de la sociedad, en tanto que, a su vez,
sueña con llegar a ser rápidamente un adulto para hacer como ellos.
Después de 1950, la adolescencia ya no es considerada como una crisis,
sino como un estado.
Es en cierto modo institucionalizada como una experiencia filosófica,
un paso obligado de la conciencia”

F. Dolto, 1990 42

Podemos abordar el concepto de adolescencia como una "transformación pubertaria”, según


la cual se la determina a partir de la pubertad. Este enfoque pone énfasis en la diversidad de las
mutaciones endocrinas y morfológicas y la variación de su aparición, que también está regida por

42 Dolto se refiere al cambio en la conceptualización de la adolescencia antes y después de la Segunda Guerra Mundial.

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agentes socioeconómicos e históricos, por lo cual implica la interacción entre lo biológico y lo
social.
Otra mirada es la que ve a la adolescencia como una época del sujeto. una manifestación de
los años vividos. Se incluyen entonces diferencias en los intervalos de edad según se trate de
hombres o mujeres, y según el contexto social y geográfico. Al cabo de ese período se pasa, de
acuerdo con este enfoque, a la edad adulta, o bien a algún estadio intermedio: la post-adolescencia,
por ejemplo, o la juventud adulta (20-25 años)Desde esta óptica se emiten las formulaciones legales
que consideran adolescente a todo sujeto mayor de tantos años y menor de tantos otros (según el
código de cada país).
También se remite a la adolescencia como etapa del desarrollo, presentándola como una
zona de tránsito del sujeto siguiendo una línea evolutiva, congruente con la construcción de las que
serían sus potencialidades; de acuerdo con esta perspectiva, todo periodo de la vida tiende a
diferenciarse por un conjunto de patrones del desarrollo y la adolescencia no sería la excepción.
Tendría un conjunto de problemas típicos, de operaciones o "tareas" que la caracterizarían, y
sobre esa base se podría aseverar que la etapa ha sido "superada", "desplazada", "incorporada", o
que ha “culminado”. Se plantea como condición para la continuidad del futuro desarrollo (físico,
psicológico, emocional, intelectual, social, etc.) la ejecución satisfactoria de dichas "tareas".
Muchas veces se presenta la adolescencia como un "pasaje a la adultez", un periodo de
transición entre la infancia y la adultez. Esta proposición se sostiene en la eventualidad de exhibir,
al final de la trayectoria, un producto conquistado, cumbre del desarrollo, superador de la fractura
subjetiva; como si la adolescencia fuese un período destinado a arribar por fin a un lugar en que el
sujeto —o, si se quiere, la producción de subjetividad— está acabada y quien hasta ese momento
era considerado adolescente puede cuestionar su recorrido, sus resbalones previos. Perspectiva
que no comparto, ya que el acto de rechazar lo vivido no zanja ningún conflicto y tampoco es señal
o evidencia de adultez. Ya lo he expresado en otro escrito: el ser humano está en constante
transformación y reflexión acerca de su vida. No hay un sujeto estático, que inicia una tarea o fase y
finaliza otra, sino que cada tránsito abona los distintos momentos de su devenir sujeto como una
especie de telescopaje. El sujeto siempre está inacabado.43

43Arribar a la sensación de “yo soy”, y la consecuente relación con “yo era” y “yo seré” (construir su historia), es un
trabajo psíquico que se desenvuelve entretejido con el mundo. De cómo se entramen esos hilados sociales, de qué
nuevos marcos contextuales surjan en la vida del adolescente y cómo los transite, dependerá que los traumas,

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Una atractiva proposición es la de abordar la adolescencia como producción sociohistórica.
Las sociedades primitivas no tenían nuestra noción de adolescencia, sino que ejecutaban ritos de
iniciación que al ser transitados por los jóvenes, quedaban a partir de ese acto ubicados como
adultos, con todos los deberes y derechos que ese atributo conllevaba. Parecería que los pueblos
primitivos no concebían la adolescencia como un período de la vida colmado de tempestades,
convulsiones y tensiones, como lo caracteriza nuestra concepción.
En culturas no occidentales, la vida de los jóvenes no está tan acosada por demandas,
indagaciones, expectativas. La adolescencia sería un fenómeno propio de determinadas
formaciones sociales occidentales, específicamente de las sociedades capitalistas urbanas; también
sería, de alguna forma, un efecto de su modelo económico de producción y distribución del trabajo.
Por lo tanto, no es extraño que se afirme que los pueblos primitivos, así como algunos sectores
sociales (el campesinado o algunos grupos socialmente vulnerables) se sustraerían de la
adolescencia. Para algunos autores (Dolto entre otros), la adolescencia es casi una cuestión
exclusiva del mundo occidental.
Otro abordaje es el que presenta a la adolescencia como condición biopsico-social. Reconoce
que la adolescencia es un estado complejo, en el cual se aspira a lograr una esperada integración de
diversos puntos de vista, Se cree que con esta forma de encarar el tema se facilitaría una
perspectiva más abarcadora de la problemática adolescente, como si este enfoque favoreciera una
aproximación a un discernimiento más “profundo” del tema.
La mayoría de las proposiciones describen la adolescencia como si este concepto abarcase
la totalidad de los casos. Deberíamos hablar de “las adolescencias”, ya que son distintos sujetos que
están en ebullición, con diferentes preguntas en torno a su cuerpo, con necesidades diversas que
pasan no solo por lo biológico o lo psicológico sino también por lo económico, con diferentes
interrogantes sobre lo afectivo y lo emocional, inserto cada cual en una cultura o subcultura que lo
determina, lo construye, lo marca. En fin, habrá tantas adolescencias como adolescentes, cada cual
con su propio trayecto identificatorio. Por supuesto que lo que planteo es una alerta acerca de las
generalizaciones masivas y salvajes; sé que hay características que si bien no son universales
absolutos, son modalidades de funcionamiento psíquico que predominan en diferentes grupos de

adversidades, cataclismos emocionales, etc. dejen un sedimento, estructuras, y no vacío. La lucha se libra entre el
proceso identificatorio –proceso en tanto la identidad no es algo acabado sino en movimiento–, por un lado, y por otro
el vacío, la futilidad, la sensación de inexistencia, la patología (Lerner, 2006).

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adolescentes. Igualmente, en la actualidad hay que considerar que no es lo mismo un grupo de
adolescentes de barrios carenciados que otros de clase media y universitarios.

La adolescencia: crisis o duelo

El adolescente se encuentra en un período de cambios e interrogaciones a nivel físico,


emocional, afectivo y sexual, y demanda soportes y recursos psicológicos y sociales para
proponerse ciertas metas, como la elaboración y construcción de su identidad o. mejor. de su
"proyecto identificatorio" (Aulagnier, 1977).
Se suele hablar de la crisis de identidad en la adolescencia; concuerdo en que hay crisis 44 en
tanto es una etapa generalmente tumultuosa de la vida. En tanto producción cultural, la
adolescencia interpela explícitamente la condición de ser expresión de la cultura, escenificando el
nacimiento del sujeto adulto. Y es en esta construcción que va deviniendo, en este nacimiento,
donde hallamos a los adolescentes en crisis, porque hay cambio, hay o no oportunidades de
establecer un proyecto identificatorio que les constituya un ideal del yo que no repita "el modelo"
parental que hasta ese momento prevalecía y del cual se quieren apartar.
Pero ¿dónde se hace ostensible el duelo? Errónea y frecuentemente se remonta la etimología
de adolescencia a “adolecer”, deslizándose hacia el dolor. No, no es lo que afirma el Diccionario de la
Universidad de Salamanca. 45
Podrá haber o no dolor, pero lo que indudablemente podemos afirmar es que hay duelo por
lo que ha quedado atrás, la infancia, con sus certezas y sus figuras parentales protectoras, que
funcionaban en muchos casos como ideal del yo. Repentinamente el sujeto se encuentra con un yo
convulsionado, sus ideales tambalean y tiene que salir imperiosamente al encuentro de otros que
los reemplacen. El cuerpo también ocupa un lugar en este terremoto de la identidad, adiós al
cuerpo infantil y aparición del cuerpo adolescente. Ya lo afirmó Freud: el yo es ante todo corporal.

44
Entre los diversos significados que atribuye a este término, el Diccionario de la lengua española de la Real Academia
dirá: "Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales. Situación
de un asunto o procesos cuando está en duda la continuación, modificación o cese".
45 "Fase de la vida que sigue a la infancia y que transcurre desde el comienzo de la función de los órganos
reproductores (pubertad) hasta el completo desarrollo del organismo.
Del latín adulescentia (m) [ad-ol(escere) lat. ´crecer´, ´hacerse mayor]".

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El adolescente se halla inmerso en la interpelación de su reordenamiento biológico, que lo
lleva a una muerte y duelo de su cuerpo y de su universo infantil, pero con la expectativa de un
nuevo nacimiento y el atractivo de conquistar un universo distinto.
El sujeto es convocado a ocupar otro lugar y deberá ejecutar el pasaje doloroso, que es un
duelo. Duelo por la dimensión de pérdida y de abdicación. Duelo por crecer. Y este pasaje no es
armonioso ya que crecer y saltar a otra etapa es romper, es desgarrar la construcción identitaria
que hasta ese momento le resultaba tan firme.
Para los padres, hay igualmente un duelo. Aunque especulativamente ver a los hijos crecer
se considere bueno, positivo, importante, lo cierto es que revela la condición de la pareja (si existe)
que se está quedando sola; y allí donde no hay pareja, la madre o el padre siente que "sus hijos se le
van", dejan de estar junto a ella o él y de ser esa ilusión de extensión narcisista.
Desde el enfoque familiar, el hecho de dejar de ser niño no carece de secuelas para los
padres, ya que la adolescencia entraña, entre otras cosas, la puesta en cuestión de las
identificaciones edípicas. Justamente se buscará con pasión renovar estas identificaciones. Se abre
una brecha generacional, una fisura que aparta de manera profunda al adolescente de sus padres.
El aislamiento en el cuarto, la incomunicación, la complicidad con los amigos, los
ocultamientos y los secretos, los amores y su búsqueda operan como factores destituyentes de los
padres como únicos referentes. Los padres dejan de ser para el niño el centro y garantía del
universo. Las figuras parentales son removidas de su lugar, y esta sustitución es dolorosa, ya que
los padres se resisten a renunciar a ceder el lugar del ideal. De ahí que las rupturas y
enfrentamiento en el seno familiar correspondan a un proceso doble: por un lado, el adolescente
precisa destruir el podio en el que se hallaban sus padres hasta entonces; por otro, los padres
oponen resistencia a dicha destitución. Agreguemos que la destitución parental, aunque necesaria,
deja al adolescente inmerso en una profunda soledad.
Otro escenario frecuente es que el adolescente cuestione la ley de sus padres, la ley escolar y
social en general; todo enunciado, norma, regla, criterio moral que se origine en el mundo de los
adultos genera en él oposición. El cambio de enfoque del adolescente en relación a la ley tiene
consecuencias en el mundo exterior, en la familia y en la escuela, en la calle, en la cultura y en el
contexto sociohistórico. La actitud central con la que el adolescente cuestiona la ley es la
transgresión.

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Todo lo descrito indudablemente trae aparejado múltiples duelos. El mundo de normas y
leyes que hasta ese momento enmarcaba la vida deja de custodiar al yo, los ideales que hasta
entonces indicaban el rumbo de sus proyectos se conmocionan. La renuncia a ese mundo que
cobijaba y establecía un marco contenedor no puede tramitarse sino como un duelo. Y aunque
duela, contingente e ineludiblemente, aunque haya crisis o la desencadene, llevará al cambio, al
desarrollo, a generar su propio proyecto.
Como bien nos ha enseñado Freud (1917), al proceso de duelo normal no se lodebe
perturbar. Las convulsiones del yo, que ha desinvestido sus objetos originarios, lo pone en la
búsqueda de nuevos objetos a los cuales investir. Esta tarea, nada sencilla, se nos muestra
frecuentemente en los cambios rápidos y furiosos de amores, proyectos, amistades, ideales, etc. Son
las investiduras saltarinas e inquietas habituales en la adolescencia.
No desestimemos la importancia de estacionarse en la clarificación de los duelos
adolescentes con un miramiento que no perturbe este proceso previsible. Saber aguardar,
acompañar, sostener, y no caer (como a menudo sucede) en psicopatologizar con liviandad. No
debemos convertirnos en francotiradores que disparan diagnósticos cuando lo que está
transcurriendo podría considerarse un proceso normal en este período de la vida.
La identidad se encuentra agitada, inestable. El anhelo de ser un sujeto en el mundo tiene
una urgencia que no es acompañada por el principio de realidad. Posponer la acción es vivido
frecuentemente como letal. “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, dice la letra que cantaba la
banda de rock Sumo.
Los adolescentes y sus familias están en un proceso de reorganización y reestructuración de
sus funciones y posiciones que gira alrededor de estas sacudidas identitarias, y con frecuencia la
sociedad y la institución escolar los abandona y no tiene respuestas para ellos, o bien responde
habitualmente con la represión violenta que genera inhibición, lo cual tal vez genere más violencia
y vuelva infranqueable la grieta entre educando y educante. Esto último ubica al adolescente como
víctima de un proyecto formativo que, por carecer de toda norma, lo niega o no lo reconoce como
sujeto.
Tanto los educadores como los agentes de la salud mental en general tienen la
responsabilidad de entender que el proceso adolescente genera duelo, sufrimiento, y que es
imperativo reconocer a los adolescentes como sujetos en desarrollo, como sujetos significativos a
los cuales se les debe dar un lugar. La travesía hacia la adultez no va a ser tan traumática y

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desquiciante si comprendemos estos tránsitos tumultuosos para así poder alejarnos del cúmulo de
extraviados que buscan el enfrentamiento como única respuesta, posición esta que termina muchas
veces alienando a nuestro porvenir, a nuestros adultos venideros. Por supuesto que este planteo
no implica desconocer la importancia y la necesidad que muchas veces tiene el colocar límites,
tarea muchas veces dificultosa y que muchos adultos declinan de ejercer.
Es necesario subrayar que para comprender las adolescencias actuales se debe tener en
cuenta que el mundo actual se les presenta convulsionado, que su mirada al futuro está impregnada
de perplejidad e incertidumbre, sin guías que los ayuden a orientarse en el tránsito hacia un futuro
desconocido. Las certidumbres de la infancia ya no los habitan ni los habitarán.

El yo en la adolescencia: narcisismo, especularidad, trauma,


intersubjetividad

“Los que consultan a un psiquiatra, psicólogo o gurú


sufren de lesiones en los encuentros con los otros”.

L. Hornstein, 2011

Retomo algunos desarrollos que ya he planteado hace algunos años (Lerner, 2011).
El yo se desarrolla, se diferencia y se amplía en un incesante suceder e inserto en un tejido
familiar, relacional y sociohistórico determinado. Adquirirá mayor o menor integración y cohesión
de acuerdo a cómo fueron sus inicios, sus comienzos, los vínculos tempranos con su medio
ambiente. Esta es la postura tanto de Freud como también de muchos de sus seguidores: Winnicott,
Mahler, Balint, Kohut, Green, Aulagnier, entre tantos otros.
Dentro de los variados ángulos que se podrán seleccionar para discutir cómo se cimienta el
yo, podrán enfatizarse algunos que según cada psicoanalista considere que dan mejor cuenta de lo
que en un escrito se procura privilegiar para encauzar el tema. En mi caso Winnicott, con sus
desarrollos ha sido y sigue siendo un autor que sigue nutriendo mis reflexiones teórico-clínicas.
Fue él quien entre otras tantas cosas advirtió acerca de la importancia de la dependencia con
otro significativo: el objeto maternante para inscribir las bases del desarrollo del yo; que aunque
en general es la madre, puede cumplir sus funciones un substituto. Manifestó con claridad que
resulta inconcebible pensar al infante separado de la madre, y que sólo se lo puede concebir en

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términos de bebé-objeto maternante. En esos momentos de dependencia absoluta es donde se
fundan las bases del desarrollo del yo (o del self , como en general aparece en su obra), de lo que
devendrá ser uno, ser persona, de ir siendo uno mismo, lo que implica una idea de continuidad, de
encadenamiento, de proceso, de proyecto.
En esos momentos inaugurales del desarrollo ocurren diferentes sucesos que tendrán
importancia en el futuro de ese infante, el cual está empujado al desarrollo (inherente a su
naturaleza humana) por diversas necesidades que deben ser satisfechas y para las cuales no hay
opciones de frustración posible.
Resumiendo estas necesidades tempranas, destacaré fundamentalmente la necesidad de
especularidad, cuya satisfacción es esencial en la constitución del yo. La demanda de ser reflejado
estará siempre presente en la vida y cumplirá un papel central en el afianzamiento yoico y en el
desarrollo del narcisismo trófico (Hornstein), pero con distintos grados de "urgencia" según cómo
hayan sido cumplimentadas las etapas iniciales del desarrollo en relación con esta necesidad. En los
adolescentes, la función de especularidad que antes desempeñaban los padres deja de ocupar el
centro de la escena, y hasta se rechaza lo que en este sentido provenga de los progenitores o del
mundo de los adultos en general. En este período los objetos especulares se buscarán en los pares,
en los otros significativos a quienes se inviste.
Entiendo la constitución del sujeto en función de un modelo que ubica al narcisismo como
eje cardinal, pero a la vez dependiente del objeto y del medio sociohistórico para que su desarrollo
sea posible. Si bien parece contradictorio, esto llevaría a admitir un narcisismo intersubjetivo.
Los individuos carentes de vínculos tempranos sostenedores, atravesados con estas
ausencias de holding y sus consecuentes ausencias en la especularidad, pero que no obstante han
podido construirse y lograr ser, corren el riesgo de sufrir todos los trastornos derivados de las
dificultades para la integración y la personalización ante cualquier situación traumática que genere
convulsiones a su yo. Por lo tanto, no solo es importante construir un yo, llegar a ser, sino que dicho
recorrido haya estado teñido o no de escenarios que, aunque fuera de manera temporaria, podrían
tener un carácter traumático.
Frente a circunstancias traumáticas el equilibrio narcisista se desorganiza, y se pierde la
estructura de un self cohesivo, vital y dotado de un funcionamiento armónico, como diría Kohut. El
grado de alteración dependerá de la historia constitutiva de cada uno, pero es innegable que ningún
sujeto que haya sufrido fallas tempranas en su desarrollo quedará inmunizado y será invulnerable

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ante los temblores que sufra su narcisismo y, por ende, a las oscilaciones de su autoestima
(Hornstein, 2011). Esto acarreará las consecuentes manifestaciones clínicas, que harán su aparición
en algún momento del devenir subjetivo.
Como bien ilustró Winnicott, la ilusión (dentro de un espacio lúdico creativo) necesita un
contexto que estimule en el sujeto la creencia de que él está creando el mundo. Esa experiencia es
indispensable para generar una realidad psíquica y externa confiable, junto con la correspondiente
creencia en esa “omnipotencia” necesaria para que el sujeto se sienta creador del mundo que lo
rodea, o por lo menos un copartícipe activo en él. Es central en el mundo adolescente contar con
una trama que viabilice y permita expandir las potencialidades creativas para que la imaginación
radical (Castoriadis, 1998) permita ir construyendo la realidad, el mundo circundante. El
adolescente debe poder considerarse un creador.
Cuando un adolescente va fundando su identidad, ciertos escenarios familiares y del
contexto social pueden dificultar dicha construcción. Esas interferencias guardan correlación con la
idea de trauma. Son traumáticas porque impiden que el individuo sea, que logre conquistar el “yo
soy” (Winnicott, 1971; Aulagnier, 1989) y obstaculizan el proceso de llegar a ser, de estructurar un
proyecto identificatorio.
El yo no colapsará en la medida en que pueda seguir estructurando proyectos,
construyendo historia, concibiendo un futuro. Aquí importa saber cómo fue “narcisizada” una
persona, cuál fue la historia de sus identificaciones (Aulagnier), en qué contexto emocional y social
devino sujeto. Si todo lo anterior fue más o menos armónico, la usina de proyectos continuará
funcionando y el proceso identificatorio seguirá gozando de la vitalidad que ahuyenta el peligro del
derrumbe y la fragmentación.
Si un sujeto transitó por vivencias de amparo 46 y apego (Bowlby, 1969), tendrá más
recursos que si vivió sumergido en el desamparo y el desapego.
Los adolescentes que contaron y cuentan con un medio previsible y estable llevan ventaja
para que su ideal del yo no sea siempre una utopía. Aun cuando la realidad erosiona —y muchas
veces quebranta—la historia de la construcción yoica de cada uno, algunas estructuras adquiridas

46Recordemos a Freud (1938): “De los peligros con que amenaza el mundo exterior, el niño es protegido por la
providencia de los progenitores…”. En la traducción de López Ballesteros, "providencia" aparecía como "amparo".

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conservan el poder de eludir los tremendos escollos y obstáculos que la realidad habitualmente nos
pone. Freud nos advirtió que este era uno de los vasallajes del yo.
En cambio, quienes hayan sufrido una historia colmada de discontinuidades, duelos,
traumas severos, y todas las experiencias que entorpecen la narcisización del sujeto en desarrollo,
estarán en desventaja con relación a los primeros. No obstante, soy de los que piensan que esto
último no es una condición que irremediablemente originará dificultades y síntomas mayores.
Como la historia es una construcción persistente, el individuo tendrá incontables encuentros
intersubjetivos (la amistad, el enamoramiento, los grupos de pares, etc.) que posibilitarán subsanar
ese yo padeciente y dañado. Si hay otro que refleje, sostenga y funcione como objeto especular e
idealizado, ese otro se convertirá en generador, por vía intersubjetiva, de estructura psíquica. En la
historia de un sujeto no todo es repetición o reedición; el psiquismo siempre está abierto a lo
nuevo, a la edición original (Lerner, 2001).
Juguemos un poco con la idea de que la constitución yoica es un paraíso prometido al cual se
aspira a llegar, una estación final de una marcha que se inicia con el nacimiento, y que en algún
momento de la vida se llegará a ese destino, se arribará a un yo. Si se conceptualiza al yo como un
proceso en construcción constante, la idea de trauma deja de tener peso, porque los diferentes
tropiezos que el sujeto va esquivando no siempre son traumáticos. Trauma es una ruptura en la
continuidad, pero no todo trastorno en la continuidad es detención. No se produce una detención si
se puede “seguir siendo” (Winnicott).
La mirada psicoanalítica clásica solo atiende a la historia pasada; esto es totalmente
adecuado. pero también debemos examinar lo actual, los vínculos presentes que actúan como
objetos especulares e idealizadores. Lo que puede ser traumático para unos no lo será para otros
porque el sujeto atraviesa esa situación que llamamos “traumática” en medio de una
intersubjetividad sostenedora, que en ese momento o a posteriori le permitirá usar esas
experiencias como materiales constitutivos de su yo.
La especularidad intersubjetiva que aportan los otros funciona como contención y
corroboración de que lo traumático, lo inexplicable, lo angustiante, se convierte, gracias a que esas
experiencias son compartidas, y permite que el adolescente no se sienta aislado, solo, retraído. Al
recorrer los mismos o semejantes caminos, los otros funcionan como objetos especulares que le
devuelven una imagen de poder, y las sacudidas emocionales que empantanan por momentos a
cada adolescente son experiencias comunes que no los detendrán. En algún momento y en algún

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lugar está la promesa de atracar en un puerto ideal, aunque mientras se esté navegando el puerto
se halle oculto entre la bruma y la niebla.
Los grupos de pares, los otros significativos y, en algunos casos, los analistas permiten que
se despliegue, como diría Castoriadis (1986), la “autonomía de la imaginación”, la “imaginación
radical” que brinda la “capacidad de formular lo que no está, de ver en cualquier cosa lo que no está
allí”. En última instancia, se posibilita el despliegue de una potencialidad creadora (Winnicott,
1971).
Si bien consideramos que el enunciado “yo soy” aparece en los primeros momentos del
desarrollo emocional (Winnicott, 1945), es durante el tránsito adolescente cuando este enunciado
reafirma la mismidad del sujeto. En pos de este logro subjetivo el adolescente busca reivindicar con
pasión su derecho a ser un sujeto en el mundo, y esta tarea continúa sin interrupción hasta la
muerte.
Este camino en busca del “yo soy” y de la “independencia individual” (Winnicott, 1971), de
sentir que la persona es una unidad autónoma, singular, nunca se concretará del todo en tanto la
independencia es relativa: el logro de la individualidad y del “yo soy” siempre requiere una
urdimbre interdependiente. Se da la paradoja de que se logra ser siempre y cuando exista la
presencia de un otro, la dinámica intersubjetiva que permite al sujeto percibirse él mismo.
“Mediante las identificaciones cruzadas se esfuma la tajante línea divisoria del yo y el no-yo”, decía
Winnicott (1971).
Repitamos: el “yo soy” se conquista solamente en un área intersubjetiva. En los inicios de la
constitución de la subjetividad, el vínculo con otro es fundante e imprescindible, aunque en rigor
esta necesidad de ser con otro y “por otro” también tendrá validez absoluta en todo el transcurso
de la producción subjetiva. Por lo tanto. hasta la muerte.
Y así como en las fundaciones se debe abastecer al bebé de todo lo que necesita para no caer
en un desamparo traumático, en una no-integración inicial (Winnicott, 1945), estos suministros
que otorga un otro significativo serán vitales para el sujeto durante toda su vida, aunque de una
manera distinta, menos apremiante. Sin otro no hay producción de subjetividad.
El vínculo con el otro aleja la posibilidad de hundirse en los terrenos cenagosos en que
frecuentemente se encuentran los adolescentes. El otro significativo podrá aportar otras
consideraciones, otros relatos y explicaciones a las convulsiones que asiduamente agitan el tránsito
adolescente.

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Aquí se instala nuestra intervención como analistas: posibilitar que se eche una mirada
distinta a la historia que nos trae quien nos consulta o, como dije en otro trabajo (Lerner, 1998),
ayudarlo a cambiar su narrativa, tarea central en el tratamiento de los adolescentes.
Aulagnier (1989) sostiene que la autobiografía de un adolescente —aunque yo agregaría que
esto sucede en cualquier sujeto y a cualquier edad— nunca se termina y que incluso aquellos
“capítulos” a los que se considera concluidos deberían poder modificarse “añadiendo párrafos o
haciendo desaparecer otros”. En este proceso de “construcción-reconstrucción”, agrega, se deberán
conservar “anclajes estables de los cuales nuestra memoria nos garantice la permanencia y la
fiabilidad. He aquí una condición para que el sujeto adquiera y guarde la certeza de que es el autor
de su historia y que las modificaciones que ella va a sufrir no pondrán en peligro esa parte
permanente, singular, que deberá transmitirse de capítulo en capítulo, para volver coherente y
pleno de sentido el relato que se escribe”.
Dicho de otro modo, lo que manifiesta esta autora es que los cambios y transformaciones
que le sobrevengan al yo durante la adolescencia no deberían alterar su “mismidad”; que el adulto
que devendrá no será ajeno al infante que fue; que se ha conservado un “fondo de memoria”. El
futuro de ese infante y luego adolescente que llegará a adulto es la “realización de una
potencialidad” que estaba ya presente en la historia de ese yo.
Si hubo una historia que desbarató la posibilidad de ligar los diferentes momentos
evolutivos, se producirá una discontinuidad en la sensación de “ser uno”, de sentirse un “yo
continuo” con pasado, presente y futuro, con historia. El resultado será un self fragmentado, un yo
alterado, caldo de cultivo para patologías graves. El sujeto que no se siente depositario de una
historia se halla en inferioridad de condiciones para afrontar lo que puede tener un significado
traumático para su yo. En aquellos jóvenes que tienen un yo debilitado, los fracasos sexuales,
laborales, en las relaciones amistosas y amorosas pueden abrir las puertas a un episodio
psicopatológico. El fracaso toma la dimensión de un “para siempre”: no hay futuro que presuponga
una salida o cambio posible. El tiempo se coagula en la experiencia traumática. Solo queda la
sensación de una “compulsión a la repetición” irreductible: el karma ya está inscripto.
Este sujeto sólo podrá romper con ese futuro siniestro y sólidamente escrito si inicia un
vínculo que le posibilite otra mirada. Necesita una situación de intersubjetividad que genere la
posibilidad de navegar por otros mares más calmos, de dejar atrás las aguas turbulentas y

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conquistar tierras nuevas e inexploradas. Los mares continuarán siendo tormentosos por
momentos, pero será posible construir una historia e imaginar un futuro.
Ese otro que encarne la eventualidad de un cambio podrá ser una pareja, amigos o un
analista que dé lugar a la creación de una historia nueva y que evite que el sujeto quede colapsado
en la búsqueda de historias culpabilizantes y estériles. Un analista más ligado a la idea de la
constante potencialidad de constitución de lo nuevo y no sólo apresado a la idea de repetición; un
analista que crea posible una edición original; un analista que funcione como un espejo diferente,
que le devuelva al paciente una imagen distinta de aquella en la cual se encuentra atrapado.
A modo de resumen: hay que pensar en la creación de la subjetividad siempre en función de la
interacción con otro, con su contexto, o sea, en la intersubjetividad. Parafraseando a Stolorow y
Atwood (1992), el psicoanálisis debe apartarse del mito de la mente aislada, mito que ha impedido
distinguir que la subjetividad es siempre producto de la interacción con otros.

Identidad y adolescencia

“La identidad se inventa justo cuando colapsa la comunidad.


La identidad es un sucedáneo de la comunidad,
brota del cementerio y promete la resurrección de los muertos.
Las luchas identitarias están plenas de ruido y furia”

Bauman, 2003

“En el seno de ese proceso de reapropiación identitaria


durante el empuje pubertario se tejen o traman las coordenadas
y los itinerarios de un proyecto de vida,
los dilemas de la vocación, el parto de una singularidad
y de un estilo. Este proceso, largo y difícil,
lejos de ser una reflexión metódica (y discursiva),
es una mezcla entre la lucidez y la fantasía omnipotente o el delirio de grandeza,ç con momentos de tedio y de
anonadamiento,
y otros de turbulencia y fulguración,
con cascadas y remansos, como un río de montaña.
Tal vez ese proceso se reitere y reformule miles de veces a lo largo de la vida,
pero esta será la experiencia de la primera vez”

Viñar, 2009

Aunque ya lo he desarrollado en otro libro (Lerner, 2006), creo que es apropiado volver a
ocuparse de este tema.

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De deportista a filósofo, de místico a agnóstico, de rockero a barroco, de científico a
empirista, fantasioso al fin: el sujeto adolescente no sabe dónde y cómo aterrizará su yo. De ahí su
gran incógnita y su gran desafío. Hasta la infancia la identidad se cometía suficientemente con “yo
pertenezco a esta familia”, "yo soy hijo de mamá y papá”. Rasgada esta pertenencia, llamémosla así,
el adolescente debe salir a conquistar nuevos espacios, distintas y opuestas “familias”, enunciados
disímiles a los que lo condujeron, custodiaron y sostuvieron hasta que penetró en él la sensación y
la necesidad —que lo irá subyugando cada vez más—de querer ser su propio arquitecto o, en todo
caso, el co-constructor de sí mismo, de ser él quien elija a sus otros significativos, sus compinches
de aventuras, sus “cómplices”.
Cuando se va disolviendo el mundo infantil plagado de certezas y se comienza a transitar en
un mundo de incertidumbres y vacilaciones, en medio de su búsqueda de identidad, el adolescente
erige su yo de un modo frágil e inestable. Y, paralelamente, esta situación lo lleva a sujetarse a todo
aquello que lo aparta de la incertidumbre (fanatismo, convicciones sin alternativa de reflexión,
etc.). Al esfumarse las certidumbres, busca ampararse en cualquier cosa para agenciarse una
identidad, y en ello se juega toda su subjetividad. Esta parece ser una peculiaridad de los
adolescentes: o se cobijan en una imagen de sí mismos y aparecen así los fanáticos, los obsesivos
que defienden a ultranza su identidad frente al temor a la fragmentación yoica, o su vida se
convierte en un cambio o una búsqueda permanente, porque para ellos pronunciarse a favor de
alguna cosa específica es quedar congelados en un bastión sin salida y con el riesgo temido de no
encontrar su identidad.
Es frecuente que el adolescente construya una trinchera identitaria, un búnker en el que se
sienta a seguro, un albergue que lo protege de los fuertes huracanes de la etapa que atraviesa (lo
pulsional, lo social, el vacío, etc), Cuanto más fuerte sean los vientos, más energía pondrá para
construir esa trinchera.
Hasta hace no tantos años, el adolescente estaba inmerso en una cultura de exploración de
su identidad esencial y conjeturaba que su vocación debía revelarse permanentemente. Hoy ese
modelo se extinguió: los adolescentes intuyen que el encuentro con su vocación va a ser con
frecuencia efímero, breve, transitorio. Antes navegar era llegar a puerto, anclar en un lugar
amparado; hoy lo esencial es navegar en sí, pues no hay señal alguna de que se ha de alcanzar un
puerto protegido y resguardado. Infiero que Winnicott llamó a esto último “el jugar”: lo importante

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no es concluir el juego, sino su evolución, perseverar en la zona ilusoria, transicional, donde se da la
creatividad.
Por supuesto que esto no es aplicable a los sectores sociales carenciados ni tampoco,
muchas veces, a los campesinos, que suelen pasar del niño al adulto sin estaciones intermedias. Lo
que he descripto es aplicable al adolescente de clase media urbana, no solo porque en los otros
casos no hay posibilidades de desarrollo a raíz de la falta de salidas laborales, sino porque existe
una frontera más porosa y la sociedad consiente que los adolescentes de clase media transiten por
otras áreas, que no tienen relación con lo adoptado con anterioridad.
El adolescente tiene como faena psíquica central el rastreo de su identidad, o si se quiere, el
trazado de su “proyecto identificatorio”, aunque este sea cambiante. Como puntualiza Rother
Hornstein (2003), el adolescente deberá sentir con convicción “… ‘yo soy este’ (y no aquel).
Sentimiento que procede de la representación de un cuerpo unificado, de la separación y límite
entre él mismo y el otro, de un sentimiento de propiedad de sí, de su imagen narcisista, de la
identificación con las imágenes, los mandatos y los valores parentales, del sentimiento de
pertenencia a una familia, a un grupo, a un pueblo, a una cultura, etc.”.
Esta autora nos recuerda que si bien el concepto de identidad no es freudiano, poco a poco
fue incorporándose al psicoanálisis contemporáneo, y que el sentimiento de identidad “es un tejido
de lazos complejos y variables donde se articulan narcisismo, identificaciones, la vida pulsional… y
todo aquello que participa en la constitución del sujeto. [...] La identidad no es un estado sino un
proceso, cuya primera fase es el júbilo extremo del bebé que se reconoce en el espejo”.
En la cita precedente se vislumbra un modo de pensar con el que coincido: la constitución
de la identidad contempla la idea de intersubjetividad y la concibe como una condición para
alcanzar una subjetividad más rica.
Observando la adolescencia parece que estuviésemos presenciando estas manifestaciones
con una lupa. El grupo adolescente, matriz identificatoria por excelencia, funciona como un marco
intersubjetivo que apuntala y co-construye subjetividades, y a menudo facilita que los traumas y
obstáculos característicos de esta etapa no originen atascamiento y desestructuración sino
ampliación y mayor complejización psíquica. La especularidad intersubjetiva que produce el grupo
adolescente actúa como contención y admisión de que lo traumático, lo inexplicable, lo angustiante,
son vivencias compartidas que habilitan así que el adolescente no se sienta confinado en sus
“rumiaciones”.

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Se nos impone considerar, como lo ha planteado Winnicott (1971), que el adolescente debe
ser “inmaduro, irresponsable, cambiante, juguetón”, y a los adultos nos corresponde albergarlos,
acompañarlos, ampararlos y dejar “que pase el tiempo y traiga lo que llamamos madurez”.
Muchos adolescentes no pueden ser “inmaduros, irresponsables, cambiantes, juguetones” y
no disponen del tiempo indispensable para su transición adolescente; no cuentan con la "moratoria
social" (Erikson, 1982) que se les debería conceder. Por acontecimientos familiares o sociales
(muertes, desempleo, trastornos en la estructura familiar, etc.), muchos se deben graduar de
adultos precozmente y dejar atrás —como dice Winnicott con tanta claridad— “la inmadurez… una
parte preciosa de la escena adolescente [que] contiene los rasgos estimulantes del pensamiento
creador, de sentimientos nuevos y frescos, de ideas para una nueva vida”.
Aulagnier asevera que un adolescente plantea la apasionada demanda de su “derecho a ser
un ciudadano completo en el mundo de los adultos; muy a menudo, en un mundo que será
reconstruido por él y sus pares en nombre de nuevos valores, que probarán lo absurdo o la mentira
de los que se pretende imponerle” (Aulagnier, 1989)”, y que frente a estas condiciones es más
importante la “comprensión” que la “confrontación”.
Inmaduros, irresponsables, insensatos, inconstantes, juguetones, reivindicadores, en última
instancia practicantes persistentes de todo aquello que los ubique en un proceso identificatorio
(aunque muchas veces estén al borde del derrumbe), la mayoría de los adolescentes lograrán
afrontar este tránsito sin ceder en la tentativa.
Agenciarse la sensación de “yo soy”, y la consecuente relación con “yo era” y “yo seré” (o sea,
construir su historia), es un trabajo psíquico que se despliega enlazado con el mundo.

La adolescencia en la contemporaneidad: las tribus, los Ni-Ni,las


generaciones X, Y y Z

“¿Como pensar las nuevas configuraciones de la subjetividad


en tiempos de 'la modernidad líquida', de cambios vertiginosos,
de estímulos permanentemente renovados,
en donde ya no toleramos nada que dure y
luchamos para lograr que el aburrimiento dé sus frutos?
Solo estando abiertos a la novedad,
a la incertidumbre, a la complejidad ante algunos
de estos cambios del discurso social que irrumpe

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en la consulta de adolescentes y padres”

Rother Hornstein, 2014

Los adolescentes se encuentran en la actualidad inmersos en contextos socioculturales con


la presencia constante de nuevas informaciones y estímulos —sonidos, palabras, imágenes,
símbolos, expresiones de toda índole— y observan cómo se ha transmutado el modo de aprehender
la realidad, así como la concepción de la cultura, antes relacionada a las convenciones que regían las
relaciones humanas. Los adolescentes actuales habitan una realidad social en que prevalecen los
efectos que han producido las nuevas tecnologías y la sociedad de consumo.
Viñar (2009) nos alerta diciendo que lo que se ha dado en llamar la "caída de las utopías" o
"el fin de las ideologías" se presenta en la mente adolescente como una ausencia de referentes y un
temor al vacío, y agrega: “Construir un proyecto, una sensibilidad, una ideología (no temamos el
término), es el trabajo de un sujeto histórico concreto para darse coordenadas explicativas y
normativas que le permitan vertebrar orgánicamente su vida práctica”.
Hace algunos años (Lerner, 2006) incursioné en el tema del impacto que había tenido la
modernidad en la adolescencia, y señalaba que si bien habían cambiado las épocas, la modernidad
había dejado marcas, algunas de las cuales enfrentan al adolescente con la presión de lo que podría
llamarse su “normatización”. La polaridad implícita era “normatización o transgresión”.
La noción de “normatización” supone tener un proyecto cerrado y acabado (estudios o
metas laborales, casarse, formar una familia, etc.), y esos proyectos demandan contar con un
mundo dado de antemano que es la meta, el paraíso que se desea alcanzar.
No obstante, en la actualidad esta polaridad no está tan sellada. Hoy nos topamos
frecuentemente con lo que podríamos llamar el adolescente “navegador”, dotado de una
consistencia yoica —o, como hubiese dicho Liberman (1983), una “plasticidad yoica”— que
lohabilita a trajinar por el mundo desplegando y expandiendo diferentes potencialidades creativas.
La trama social muchas veces le da espacio a este adolescente; no es afectado por lo que alega el
sistema acerca de las dificultades de desarrollo si se aparta del ideal de la modernidad, y aprende a
labrarse para sí diferentes caminos.
Al decir “navegar” me refiero a que la sola presencia en el mundo justifica la vida: el puerto
donde se atraque no tiene mucha importancia, el programa radica en trasladarse, buscar, indagar.

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La existencia no se justifica en función de un futuro, sino en función de aquello que se está
realizando. “Caminante, no hay camino, se hace el camino al andar”, decía Antonio Machado (1982).
Otro tipo de adolescente es el yuppi, expresión de la coincidencia categórica con el ideal
social de los años ochenta.
Un tercer tipo es aquel que podríamos llamar el “adolescente del descarte” o "de la anomia",
el que no puede navegar ni construir, y sufre un derrumbe caótico ante cualquier proyecto que
inicia. Aquí aparte de aquellos sujetos atrapados en problemáticas psicopatológica y en los cuales
aunque el contexto permita más libertad y se percibe la dificultad de usarla, debemos ubicar a los
adolescentes de la marginalidad, los vulnerables, los excluidos sociales, en quienes el contexto
funciona como obstáculo insalvable para construir un yo mínimamente cercano a su ideal.
La modernidad determinaba metas: recibirse en alguna universidad, iniciar una
carrera profesional, casarse, fundar una familia, etc. Llegar significaba una conquista. Hoy resulta
difícil arrimarse a estos objetivos, y lo que era la meta anhelada y apreciable ya no lo es. Muchos
sienten que ya no pueden navegar y que no tienen futuro. El contexto sociohistórico, en nuestro
país y en muchos otros, ha cambiado. El contexto actúa frecuentemente como un bloque
traumático, obstaculizador, coartador en tanto no permite la navegación o la concreción de
programas, y por lo tanto de un proyecto identificatorio.
Aunque sin lugar a dudas seguimos atravesados por la modernidad, cada época está
teñida de sus particularidades.
Puntalicemos, Rother Hornstein, afirma que: “Los adolescentes cobran nuevos
protagonismos en el devenir social. Inventan sus propios lenguajes, que no quedan limitados a la
palabra. Imagen, cuerpo, verbo. Se agrupan para sostenerse y suplir el ámbito familiar que la
sociedad demanda abandonar. Tribus urbanas, pandillas, agrupaciones políticas, religiosas, etc.”
(Rother Hornstein, 2015)
Los invito a sumergirnos de lleno en las adolescencias contemporáneas, las que hemos visto
o vemos cotidianamente.
Ana María Fernández (2013) ha descrito a los “jóvenes de vidas grises”, sujetos con diversos
tipos de sufrimientos pero que ante diversas preguntas responden siempre: “Todo bien, nada, todo
tranquilo”; y esta autora plantea que es como si se ubicasen en una actitud de espera para que el
otro les explicase que les pasa. ¿Ausencia de una postura interrogativa? ¿Vacíos existenciales?

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Fernández expone una modalidad en la que funciones como “definir, decidir, optar, elegir”
estuviesen inhibidas. Una elección vocacional, una opción de elección sexual, una elección laboral,
o algo tan simple como elegir algún programa con amigos. por ejemplo, entran para los
adolescentes contemporáneos en el terreno de la indefinición, de la parálisis para elegir. Enuncian
pocos deseos y tienen escasos o ningún proyecto.
La llamada generación Y. Tienen entre 18 y 30 años. Crecieron rodeados de tecnología,
consumo y publicidad. No creen en el trabajo para toda la vida ni en la política, aunque la ecología
logra movilizarlos. El núcleo del grupo, dicen los sociólogos, está en los sujetos que tienen entre 22
y 28, que suceden y perturban a los miembros pragmáticos e individualistas de la Generación X, los
que hoy tienen entre 35 y 45. También se los llama "millennials" (los jóvenes del nuevo milenio),
"generación Google" o "iGeneration", en referencia al importante lugar que ocupan en su vida
artefactos de la tecnología como los "iPads", no en tanto dispositivos útiles para alguna aplicación
específica, sino como una prolongación significativa de sus cuerpos, sus intereses y sus maneras de
informarse, comunicarse y entretenerse.
La Generación Y transita sus derroteros universitarios y arriba a sus potenciales empleos y
a cualquier ambiente en general con un estilo hedonista, inquieto y de atención múltiple. Esto entra
en conflicto con las expectativas de docentes y jefes, que se sorprenden cuando en una entrevista
laboral el postulante, llevado por su interés primordial, efectúa preguntas como: "¿Cuántas
semanas de vacaciones tengo?", o cuando en una clase no formulan preguntas sino que sus
intervenciones comienzan frecuentemente con "Yo opino que...".
Parecería que para esta generación el trabajo perdió su valor de permanencia; son jóvenes
que aprecian el consumo más que la acumulación de bienes; que quieren sentirse contemporáneos
y ser amos de su propio tiempo; que aceptan la diversidad de buen grado; que arman sus salidas
improvisando y sobre la marcha; que quieren ser registrados como adultos sin dejar de vivir con
sus padres; que repudian la política tradicional pero se apoyan con ganas las causas ecológicas y
solidarias.
Son más autónomos que los jóvenes de antes, pero con menos convicciones. Se sienten libres
para ir construyendo su propia biografía, pero con menos certidumbres. Habitan un mundo que ya
no tiene aquellas estructuras que daban protección y seguridad, sobre todo en el ámbito laboral.
En la Argentina, el grupo identificado con estas características corresponde a una franja
socioeconómica media y media alta, y posee un capital tanto económico como educativo que le

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permite, por ejemplo, cambiar con frecuencia de trabajo, o demorar la salida de la casa paterna
hasta finalizar los estudios universitarios o después de lanzarse a un viaje iniciático por Asia.
Este conjunto, que no supera el 20% de los jóvenes de veintipico de años, es parte de un
fenómeno global que en Europa y Estados Unidos se identifica con la instauración de los llamados
"valores posmateriales": valorizan la autoexpresión, la autonomía y la calidad de vida por encima
de la satisfacción de las necesidades materiales, que dan por sentada. Obviamente, no pueden
pertenecer a él aquellos sujetos que crecen con la certeza de que la supervivencia será insegura. Los
jóvenes de la generación Y viven con la sensación de que siempre les estará asegurada.
Según varios estudios, Mascó entre otros, el trabajo es una de los planos en los que más
patentemente se ve la divergencia entre los X (antecesores de los Y) y los Y. Un “sujeto X” se
determina por su trabajo y a través de lo que hace. Desea continuar formándose, proyecta una
carrera y admite el statu quo. Para “un Y”, el trabajo es solo lo que le posibilita arribar a lo que
ambiciona, como lograr la libertad personal y el placer.
Para un X el trabajo es un aspecto esencial en la realización de una persona, mientras que
para un Y el trabajo le me permite “tener sus cosas" o el trabajo es para obtener lo que necesita
para vivir, pero lo fundamental es sentirse cómodo.
La familia ocupa para los Y un lugar central, pero de otra forma que para los X. Están
instalados placenteramente en la casa de sus padres. En su caso, la adultez no se relaciona con la
independencia. Están formateados hacia la inmediatez, es por eso que no ven el beneficio
relacionado con el esfuerzo. También la amistad es un valor importante para los Y, incluyendo
tanto a los amigos cercanos e históricos —el club, la escuela, la universidad— como los cientos de
contactos que mantienen en Facebook. La Generación X usa Facebook para reencontrarse con sus
conocidos, en tanto que los Y acopian contactos a quienes apenas les hablan, no les dirigen la
palabra o los bloquean a su antojo. En los momentos libres, la ausencia de un programa
determinado es sinónimo de libertad y goce: "Estaba chateando por Facebook a la dos de la mañana
y pintó algo”. La idea de pareja es funcional, pospuesta para un más adelante indeterminado.
Primero se debe viajar, finalizar los estudios, consumir en ellos mismos.
Es común considerar a esta generación como "nativos digitales", sintetizando así el
significado primordial que tiene para ellos la tecnología, a la que no apartan de sus vidas y cumple
en estas múltiples funciones, ya que es comunicación, es esparcimiento personalizado y móvil, pero

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sobre todo debe ser ostentable. El aspecto estético de los aparatos que utilizan es medular, como
bien saben las compañías que los producen.
Según los científicos sociales, ahora está naciendo un grupo nuevo que ya ocupa un lugar:
los Z. Sus hermanos mayores, los Y que recién describimos, fueron considerados egocéntricos y
poco comprometidos; al grupo de los Z se los califica de ansiosos y contradictorios; sus
características psicosociales específicas los diferencian de los miembros de las generaciones
anteriores, aunque también se encuentran encadenamientos con la generación Y, su antecesora.
Son "nativos digitales" en forma absoluta y la tecnología está presente en sus vidas desde que
nacen. Son ansiosos y esperan respuestas cada vez más vertiginosas en todas las esferas. Son
curiosos e investigan todo en Internet, por lo que no siempre manejan información precisa. Desean
ser sus propios jefes y construir su propio proyecto, el cual relacionan fuertemente con el
desarrollo de una profesión a la que le da acceso su formación universitaria. Cuando eligen su
carrera, lo hacen vislumbrando el desarrollo profesional más autónomo y emancipado que puedan
imaginar. Por ejemplo: desean recibirse de ingenieros, vivir una experiencia en una empresa de
tecnología, para después arremeter con su propio emprendimiento. La expresión “nacieron con un
chip en la cabeza”, que se suele aplicar a niños pequeños que utilizan los iPads o los teléfonos
celulares, es sencillamente lo normal en el caso de los Z. Esto hace que prevalezca en esta
generación una inteligencia práctica y una agilidad mental que seguramente no se hayan observado
en las anteriores, y parecería traer algunas derivaciones en cuanto a la educación de esta
generación todavía joven. Por tratarse de individuos considerablemente sensoriales, su falta de
lectura es un problema que todos los docentes padecen. Leen cruzado, prefieren los cuadros o los
gráficos y se deleitan con las presentaciones interactivas. Para que puedan aprender, su educación
tiene que estar finalmente acompañada por diversión y por el uso de todos los sentidos.
Se suele afirmar que la generación Z privilegia el trabajo flexible y que procuran aprender
nuevas destrezas en el trabajo. Les interesa agregar nuevas aptitudes a aquellas con las que ya
cuentan. Las tareas repetitivas les resultan aburridas, monótonas; se orientan al cambio, de modo
tal que pueden cambiar de contexto y aprender fácilmente nuevas habilidades . Son ambiciosos en
lo que concierne a los objetivos de su trabajo. Son sin lugar a dudas consumistas empedernidos, y
se caracterizan por su capacidad para realizar muchas tareas a la vez ("multitasking") y por la
aspiración a entrar velozmente en el universo de los adultos. Es común que mientras un Z habla
con alguien que está junto a él, tenga su iPad prendido y esté chateando con el celular.

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Mientras los chicos reciben su propio celular cada vez a más temprana edad, la televisión
tradicional fue sustituida por sitios de entretenimiento "según la demanda" que les ofrecen la
posibilidad de ver películas y series en continuado. Pasan varias horas mirando una temporada
completa de una serie televisiva y están dispuestos a gastar dinero por eso sin vacilaciones.
Acostumbran llevar siempre un teléfono en la mano y están las 24 horas conectados. Usan
Twitter y WhatsApp para mensajearse, y, cada vez menos, el Facebook.
Tienen la convicción de que Internet y, específicamente los buscadores, son el medio
que ostenta todas las respuestas. Organizan la vida diaria mediante mensajes de texto o chat,
incluso con miembros de la misma familia, dentro del hogar. Lo atrayente, lo interesante para ellos,
no es únicamente el mundo físico o real que está más allá de la casa, sino ese mundo virtual, pero
tan real como el otro.
No solo sus padres, sino también sus maestros y profesores se enfrentan a situaciones que
los desbordan. Celulares en las aulas, desconcentración, cuestionamientos. Los más chicos de esta
generación (12 o 13 años) están muy preocupados por su vestimenta, y el deporte dejó de ser para
ellos un juego que se disfruta en equipo para convertirse en una competencia. Tienen necesidad de
ser vistos, de ser reconocidos, y ningún ámbito queda exento de ello.
No tienen necesidad de leer un libro completo, les bastan algunos fragmentos para
comprender el todo, y siempre consideran superior lo que está en Internet. Piensan que no es
preciso memorizar conceptos y temas ya que están allí disponibles y a mano. Les cuesta entender el
sistema de formación académica escolar y se lo dicen a los docentes con libertad y espontaneidad.
Indudablemente, los canales de comunicación han cambiado vertiginosamente y la
proyección es que esta transformación siga la tendencia. No hay vuelta atrás.
En conclusión: los adolescentes continuarán siendo eso, adolescentes. La frescura, la
inocencia, la ingenuidad y la simpleza con la que ven el mundo no desaparecerán. La lucha que
deben librar padres y maestros es no perder el contacto con ellos mientras se quejan por sus
cambios y, paradójicamente, están absorbidos ellos también por la misma tecnología. Si estos son
los nuevos códigos, habrá que asimilarlos, perfeccionarlos y acomodar el mensaje a ellos. Lo
importante es que siempre haya mensaje.
Dejemos ahora por un momento a los X, los Y y los Z , y echemos una mirada a los "Ni–Ni":
los jóvenes que no trabajan ni estudian.

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Es un fenómeno en aumento que se da en varios países; viven sin saber qué hacer o para qué
esforzarse, lo que les genera angustia.
En los últimos años, muchas consultas de adolescentes son por estados de angustias difusas
más que por vivencias traumáticas o peleas con los padres; la angustia que se relaciona con la falta
de bordes precisos, de límites claros, de reglas a las cuales oponerse y así poder transgredir. Este
universo indiferenciado se vio ampliado últimamente con la demanda de terapia para jóvenes de 18
a 21 años que debían materias de la secundaria, y no sabían qué seguir haciendo después. Sin saber
en quién y en qué creer, o para qué esforzarse, una sensación de sinsentido acompaña a estos
adolescentes. En algunos puntos se parecen a los "jóvenes de vidas grises" que describió Fernández.
En toda transformación hay pérdidas y ganancias, y ciertamente estamos marchando hacia
una nueva percepción de la vida más realista en cuanto a lo incierta y frágil que es, cuando un
número considerable de valores anteriores se apuntalaban en una idea errónea e ilusoria de las
certezas. En esta transición actual, al haberse perdido muchas certidumbres y garantías, se está
extraviando también el sentido, y surge la pregunta: para qué hago lo que hago si, finalmente, nada
permanece.
Mientras existió un "Estado de bienestar", la escolaridad estaba articulada a un soporte
social más amplio, y se conjeturaba que una vez acabado el proceso de aprendizaje los jóvenes
accederían a algún trabajo digno. Hasta para quienes quedaban excluidos de las instituciones
educativas, se hallaban mecanismos paralelos de integración social.
Este contexto permitía diferir la satisfacción por medio de un sacrificio que rendiría sus
frutos en un futuro próximo. Esto no es lo que ocurre en este momento con numerosos jóvenes
para quienes no hay futuro. En tal sentido, hay que precisar que la deserción escolar se relaciona
con las relaciones de clase y económicas y que se da con mayor intensidad en los sectores de bajos
recursos, aunque está presente en diferentes clases sociales.
Los problemas que atraviesan las instituciones educativas para relacionarse con los nuevos
alumnos se vinculan con la dificultad de sostener una rutina de sacrificio en pos de un futuro mejor
cuando no se percibe futuro alguno. Por lo tanto, la rutina escolar no solo se vuelve poco atractiva
—situación que se intensifica cuando se la compara con el formato flexible de los medios de
comunicación— sino, primordialmente, intolerable.
La familia está en desorden (Roudinesco) y la autoridad de los padres, del docente, de la ley,
ha sido degradada; básicamente, dado que el fenómeno social implica el respeto de determinadas

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pautas, la sociedad toda presenta signos de desintegración. La falta de trabajo, de autoestima
(Hornstein), de una persona que sea “cabeza de familia”, ha llevado a la creación de un grupo
humano sin metas y esperanzas en el futuro. Actualmente la juventud no abriga proyectos o tiene
dificultades para concretarlos, tiende al facilismo y a la satisfacción de sus escasas metas por medio
de métodos no convencionales, impensables en otra época, donde prevalecía una cultura del
trabajo, de la corrección, de la urbanidad, o sea, la proyección de un yo-social. Hoy el objetivo
último de algunos jóvenes es con frecuencia formar parte de barras que se congregan por un
partido de fútbol, integrar alguna tribu urbana o reunirse para tomar alcohol en las esquinas.
Es importante remarcar que en las clases sociales bajas hay una clara relación entre este
posicionamiento sociocultural de los "Ni-Ni"y el contexto socioeconómico, que impide estructurar y
cumplimentar proyectos personales y colectivos.
No me voy a detener en todas las tribus urbanas actuales con sus singulares y múltiples
nomenclaturas, que aluden metafóricamente a alguna de sus características y que, como ha
señalado con acierto Caffarelli (2008), son modos de “cazar identidades”. Mencionaré solo
algunas: los Emos, los Floggers, los Darks, los Heavies, los Punks, los Góticos, los Indies, los Ravers…
Los Punks tienen como distintivo un tipo de música y un estilo de vestimenta (prendas rotas,
gastadas, tachas, borceguíes, como un intento de mostrar un desprecio por la moda instituida) ,
todo ello unido a una visión que está asociada a la consigna “no hay futuro”. Lo más notorio es el
cabello: crestas de colores fuertes y llamativos (verde, violeta, fucsia). Este “no future” de los Punks
nace en Inglaterra a mediados de los años setenta, en consonancia con la profunda inestabilidad
socioeconómica que atravesaba la sociedad británica.
Los Góticos también nacieron en Inglaterra a comienzos de los ochenta en concordancia con
la aparición del movimiento musical llamado "rock gótico". Se expandieron por toda Europa y en
Alemania se los llamó “grufties” (criaturas de las tumbas). Si bien esta tribu está en retirada, todavía
quedan algunos exponentes. Su estética tiene como pauta básica usar vestimenta negra. Algunos
miembros han adoptado formas de vestir con sesgos medievales y vampirescos. Una característica
central es el maquillaje tanto en mujeres como en hombres. Se trata de colorear cuello y cara con
cosméticos que dan una apariencia de profunda palidez, remarcando ojos y labios con lápiz negro.
También el piercing es importante, ya sea en nariz, cejas, lengua u orejas. Cuando este movimiento
llegó a Latinoamérica, se los denominó también los “Dark” (oscuro en inglés).

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Los “Heavies” o metaleros es un grupo que se identifica por su afición al estilo de música
llamado “Heavy metal” o “Rock pesado”. En sus comienzos esgrimían un planteo opuesto a la
consigna hippie de “paz y amor” y ostentaban una postura de descontento frente a la sociedad y sus
problemas. Black Sabbath, un conjunto musical pionero en este grupo, compuso una canción
llamada “War Pigs” (Cerdos de la guerra) en la que planteaba su clara postura de rechazo ante
ciertas situaciones sociopolíticas. La estética: pantalones y chaquetas de cuero, tachas, camisetas
negras con leyendas que aluden al grupo musical favorito, zapatillas de básquetbol, botas militares.
Cabello largo en ambos sexos, al cual los varones le agregan patillas y barbas.
Los “Indies” surgen en la década de los noventa. Su nombre es un apócope de “independents”
("independientes" en español) y alude a la independencia de algunos sellos discográficos que
promovieron la música llamada en ese entonces “alternativa” frente a las ofertas de la corriente
más comercial y de consumo. Sostienen una postura contracultural, según la cual rechazan todo lo
comercial y valoran la autogestión en iniciativas culturales como la producción de libros o discos,
el diseño de indumentaria, etc. Hacen gala de estar a la vanguardia y de ser creativos. Cultores del
llamado “Indie rock”, desdeñan todo lo relacionado con el consumo masivo, desprecian al mundo en
que prevalece el “tener” sobre el “ser” y en donde no se valoriza la calidad y el gusto por lo eximio.
Están identificados por una actitud de “pesimismo existencial”, que fusiona una insatisfacción
parecida a la de los Punk con un rechazo al materialismo que recuerda las posturas del
pensamiento hippie. Expresan la desilusión ante una sociedad en que ha triunfado el consumo, con
la consiguiente marginación que genera en vastos sectores de la población y la demanda de
libertad. Sienten interés por la literatura y el arte, este último especialmente si es transgresor y de
vanguardia. El ídolo en este terreno es Andy Warhol. En relación al cine, prefieren el de autor y se
alejan de las producciones comerciales. En su estética se incluyen gafas con marcos gruesos y de
colores, remeras con logos de sus grupos musicales preferidos, jeans gastados o rotos, viejos sacos
o chaquetas de fajina, zapatillas de lona, cabello corto y peinado con un “desarreglo prolijo” que
pretenden mostrar como “casual”; las mujeres llevan flequillo recto y lacio. Este modo de vestir y de
presentarse intenta mostrar una despreocupación por la imagen y el deprecio por todo lo artificial
o alejado de lo natural.
Los Ravers son jóvenes que gustan de la música electrónica y las fiestas (“reve parties”) en
las que se escucha este tipo de música. Por esto último, también se los conoce como “electrónicos” o
por su apócope, “electros”. Los “ravers” ("fiestero" o "juerguistas" en español) nacen en Inglaterra

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durante la década del cincuenta; el nombre hacía referencia a los sujetos apasionados por las
fiestas. Más tarde, a fines de los ochenta, se llamó “raves”a los que asistían a fiestas de larga
duración. Los Ravers son, pues, integrantes de una tribu urbana que concurre a las fiestas
electrónicas y que comparten la filosofía y el gusto por la música que se escucha en estas reuniones,
muchas veces multitudinarias, realizadas en espacios muy amplios ya sea abiertos o cerrados. Las
fiestas electrónicas más famosas, originadas en Europa pero que se han difundido en diversos
países latinoamericanos, son el “Love Parade” y el “Creamfields”.
Estas fiestas o festivales, en que lo central es la música y el baile, suelen durar doce o más
horas. En ellas se prioriza el encuentro pacífico y no debe haber lugar para enfrentamientos,
conflictos ni, mucho menos, peleas. Los concurrentes a estos eventos proponen compartir
momentos en los cuales se deben apartar las diferencias tanto personales como sociales. Debe
reinar un marco de amistad, amor y gozo. El eslogan que los identifica es PURA: paz, unidad,
respeto, amor. En estos jóvenes prima el “vivir y dejar vivir”. Su búsqueda tiene que ver con la
libertad interior y desean alejarse de la tristeza y de las situaciones desgraciadas de la realidad. No
sienten interés por la política. Lo central radica en disfrutar la música y en el transcurrir de la fiesta.
Así como en muchas de las tribus que antes describí circula la marihuana, en esta la droga que
predomina es el éxtasis (llamada la "droga del amor"). Dudo que hoy día haya algún terapeuta que
no tenga experiencia con jóvenes pertenecientes a esta cultura tan presente y extendida, por lo
menos en Buenos Aires y alrededores, especialmente en las clases medias acomodadas.
Los Emos son una tribu que ha surgido en los últimos años. El término deriva del género
músical “emo” = emotional hard core (núcleo emocional fuerte). Esta música gira en torno de
emociones y estados de ánimo oscilantes. Los Emos son jóvenes de entre 13 y 17 años que se
caracterizan por asumir una postura melancólica y por expresar libremente sus sentimientos, en
particular la tristeza, la incomprensión y la desesperanza. Usan una vestimenta
predominantemente negra, remeras estampadas ceñidas al cuerpo, jeans angostos y apretados,
buzos con capuchas, cintos con tachas colgantes y decorados con pequeñas calaveras y corazones
rotos. Siempre está presente el piercing en nariz, cejas, labios u orejas. El peinado es distintivo:
flequillo muy lacio de medio lado que les cubre un ojo, e incluso esconde la mitad de la cara. Llevan
el pelo negro con matices rosas o rojizos. El maquillaje, tanto en varones como en mujeres, consiste
básicamente en remarcar los ojos de color oscuro.

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La tribu de los “Floggers” está íntimamente vinculada con el sitio web “fotolog.com”, donde
publican fotos y comentarios acerca de dichas fotos. Se llama "Floggers" ("flageladores" en inglés o
“vendedores” en slang) a los que utilizan ese sitio web, “suben” o “postean” fotos a su fotolog y las
muestran públicamente; por extensión, también se denomina así a todos aquellos que acceden a su
página personal o “flog”.La cantidad de “firmas” o comentarios reunidos por algo que hayan
"posteado" define su popularidad. En general, lo que “suben” son fotos de adolescentes junto a sus
amigos o parejas, y autorretratos llamados "selfies". Por supuesto, tienen una relación primordial
con la tecnología: son centrales entre sus pertrechos los celulares con cámara fotográfica, las
notebooks y las cámaras digitales. Lo central en esta tribu radica en exponerse, mostrarse, abrir al
público su privacidad para que cualquiera pueda formular comentarios. En los últimos años se han
incorporado otros sitios que posibilitan la exposición. como Instagram; habrá que esperar si
generan un interés tal que promueva el armado de un grupo o tribu alrededor de estos sitios o
redes sociales.
Los "cumbieros" o "cumbios" son una tribu urbana que ha sido muy popular hace algunos
años en la Argentina y otros países de Latinoamérica. Este grupo se distingue principalmente por
escuchar la cumbia villera, subgénero de la cumbia argentina, nacido en las villas miseria de la
capital del país. Sus letras poseen un lenguaje vulgar, propio de las juventudes marginales con
extrema vulnerabilidad social: historias de vida con alusión a la bebida, las drogas, los bailes
nocturnos, el sexo, la delincuencia (el localismo argentino "chorro", ladrón, es la palabra más usada
en el género). Alrededor del año 2000 los cumbieros lograron el mismo éxito y fama que los grupos
más reconocidos del rock, pero a diferencia de estos últimos, las bandas de cumbia villera no suelen
hacer recitales multitudinarios, sino que tocan en cinco o seis "bailantas" (lugares de baile) por fin
de semana. Las grabaciones de cumbia villera han llegado a Paraguay, Bolivia, Colombia, Ecuador,
Chile, México y, en menor medida, al Perú. Los cumbieros se caracterizan por usar zapatillas caras
a las que denominan “llantas”, y prefieren usarlas desatadas y con las lengüetas hacia fuera, para
resaltar la marca. Usan pantalones de telas sintéticas o de tela de avión, usualmente anchos y
también de buena marca, al igual que las remeras o camperas. Tienden a hacerse reflejos rubios o
platinados en el pelo, a utilizar gorras de equipos de básquetbol y camisetas de equipos de básquet
o fútbol. La cumbia villera ha originado múltiples polémicas, sobre todo en relación a las letras de
las canciones, ya que se considera que su contenido es obsceno, machista y delincuencial. Muchos
han aseverado que su apología del delito promueve la delincuencia, de ahí la gran cantidad de

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detractores que tiene esta tribu. Si bien, como he indicado, este grupo prevalece en sectores
vulnerables de la sociedad, vale la pena señalar que la música de esta tribu ha tenido desde hace
algunos años seguidores provenientes de las clases medias y medias altas. Era frecuente que tanto
en las reuniones sociales, las fiestas o los lugares de veraneo (Punta del Este, Pinamar, etc.) de estas
clases sociales, la música central fuese la cumbia villera.
El fenómeno de las tribus o grupos de jóvenes agrupados por determinadas características
no es nuevo. Así como en los años cincuenta estaban vigentes los existencialistas o los hippies en los
años sesenta y setenta, cada época ha dejado sus marcas en los modos de adhesión de los jóvenes a
las tendencias que los han llevado a congregarse.
Seguramente he dejado de numerar diferentes tribus o grupos aunados por diversos
intereses e inclinaciones. Mi interés se centra en señalar la importancia de tener mínimamente un
conocimiento acerca de estos fenómenos grupales, sociales y culturales. Como psicoterapeutas,
debemos estar familiarizados con estas modalidades para no caer en un facilismo
psicopatologizador y reconocer, en cambio, que las conductas “extrañas” a lo instituido son modos
o intentos de los adolescentes de insertarse en el mundo.
Aunque en la actualidad muchas de estas tribus no tengan vigencia, importa tener una visión
de las mismas para ampliar nuestra comprensión del mundo adolescente. El psicoanálisis debe
introducirse en estas formas de expresión adolescente, tratar de entenderlas y teorizar acerca de
ellas.
No hay duda de que estos jóvenes, sin distinción del grupo al que pertenezcan, ponen en
juego en estas tribus urbanas sus ideales del yo, sus proyectos identificatorios, su autoestima, la
necesidad de ser reconocidos y de cobrar existencia para sus otros significativos, su búsqueda de
especularidad, su deseo de diferenciarse del mundo y los valores de los adultos.
Por consiguiente, el hecho de comprender mejor sus conductas, muchas veces extrañas y
alejadas de lo considerado normal, evitará que nos convirtamos en “diagnosticadores seriales”. Y
para comprender sus modas, transgresiones, fanatismos, modos de agruparse, etc., es importante
recurrir a la transdisciplina y consultar a los demás profesionales de las ciencias sociales. Si
pretendemos entender las subjetividades contemporáneas debemos salir del solipsismo teórico
parroquial. Ello nos permitirá ser más permeables a los “desarreglos” adolescentes y, de esa
manera, mejores terapeutas.

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La siguiente viñeta clínica muestra claramente de qué manera el desconocimiento de los
modos de producción subjetiva de los adolescentes puede llevar a obturar un proceso por el
rechazo contratransferencial que provoca.

Breve viñeta clínica

Hace ya varios años recibí en consulta a M., de 20 años de edad. Cuando abrí la puerta del
consultorio encontré en la sala de espera a un joven con un corte de pelo estilo punk (cresta en el
medio de la cabeza con diferentes tonalidades), pantalón y chaqueta con tachas, borceguíes. Se paró
y con gesto adusto me saludó. Sentí miedo y rechazo. Mi temor contratransferencial se relacionaba
con potencial violencia. Eso es lo que él quería transmitir y lo lograba. Mi primera ocurrencia había
sido rechazarlo utilizando cualquier argumento que fuese creíble. No lo hice y nos pusimos a
conversar. Por detrás de su apariencia de “duro” me encontré con un adolescente con un discurso
suave y un muy buen uso del lenguaje. Una vez pasadas las dos o tres entrevistas iniciales
convenimos en comenzar un tratamiento.
No me voy a detener en su motivo de consulta ni tampoco en el devenir de su trayecto
terapéutico. Solo quiero señalar cómo el desconocimiento que yo tenía en aquel momento de la
cultura punk me genero desconfianza y aprensión, que en su momento funcionaron como un
primer obstáculo resistencial en mi.
Con M. aprendí mucho acerca de esta tribu, sus gustos musicales, sus intereses; pero
básicamente me enseñó el peligro que significa para un terapeuta no estar informado acerca de las
diferentes manifestaciones que pueblan el mundo adolescente y que pueden provocar la
movilización de prejuicios que funcionen como limitaciones o movilicen resistencia en el analista.
Hemos trabajado varios años y aún es paciente mío. Ya no se viste como punk, hoy es un
adolescente a la moda. Ha finalizado sus estudios y trabaja en comunicación.
Hemos revisado su historia de rebeldía y lo que ha preponderado como marco explicativo se
relaciona con un momento de su vida en que tenía fuertes deseos de diferenciarse de su familia, a la
que acusaba de “burguesa”. Su “momento punk” se vinculó casi exclusivamente con su necesidad de
distinguirse de sus padres, de salir de la endogamia y comenzar a transitar por el mundo con
valores y elecciones diferentes a los de su familia. M. sabía que la ruptura con su familia asumió un

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modo un tanto violento, pero sospechaba que que de no haber sido así le hubiese resultado muy
dificultoso concretarla. Su identificación con un grupo dotado de características que generan
prejuicios y a veces temor lo ayudó a trasponer un momento de su vida en el cual se sentía débil.
Ser punk era enfrentarse con los padres de su infancia para así poder “matarlos” (Winnicott).
Sé que solo estoy haciendo un recorte parcial de una historia mucho más compleja, solo he
pretendido mostrar cómo a veces lo diferente y desconocido, que tan frecuentemente se da en el
tratamiento de adolescentes, puede generar limitaciones en la comprensión del analista hasta
llevar a una posición contratransferencial de rechazo.

Consideraciones complementarias

En todos los grupos y tribus que he descripto es notoria la ruptura que se da con la
generación de los padres. Quizás haya sido la antropóloga Margaret Mead la que anticipadamente
mejor caracterizó la brecha generacional. En 1970, señaló que este desconcierto aparece cuando no
hay adultos que puedan saber mejor que los mismos adolescentes lo que estos experimentan.
En todos estos conjuntos se visualiza con lente de aumento la movilidad que va teniendo el
ideal del yo y, consecuentemente, el proyecto identificatorio de los jóvenes, y se aprecia que
mantiene una íntima correlación con el momento sociohistórico prevaleciente cuando un sujeto
deviene adolescente.
Como es natural, la elección también está forzosamente afectada por cómo ha sido
narcisizado cada joven y cómo se han ido construyendo e invistiendo sus ideales del yo: padres de
todos los proyectos.
En todos habrá una búsqueda identitaria, aun en los Y, tan alejados de las certezas de la
modernidad, pero en los cuales esta búsqueda existe, aunque con características muchas veces
transitorias y vertiginosas.
Un común denominador de estos diferentes grupos es la búsqueda de especularidad, la
existencia a través de la imagen especular que les devuelven los otros significativos.
Winnicott se pregunta:"¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la madre? Yo sugiero que, por
lo general, se ve a si mismo. En otras palabras, la madre lo mira y lo que ella parece se relaciona con lo

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que ve en él" (1971, pág. 148). Y más adelante en el mismo artículo: "Cuando miro se me ve, y por lo
tanto existo...".
¿Que nos quiere transmitir? Que el yo se desarrolla y estructura en presencia de otro que
funciona como espejo, reflejando esas primeras percepciones de lo que va siendo esa persona en
desarrollo. Esta búsqueda aunque de una manera atenuada estará presente durante toda la vida,
aunque de una manera atenuada. Ya lo he señalado antes,: en la adolescencia esta demanda de
especularidad es cardinal.
McDougall también sustenta la hipótesis de la búsqueda de la mirada como especularidad y
reafirmación del yo:" Y que esa mirada sea lo que todo niño busca ávidamente en las pupilas maternas,
el reflejo destinado a enviarle no solo su imagen especular sino también todo lo que él representa para
su madre. Así se reconocerá como sujeto que tiene un sitio y un valor propio, a través de una mirada
que habla" (McDougall, 1982). ¿ No es esto acaso lo que buscan los adolescentes a través de
determinadas conductas?
La demanda de la mirada podrá estar vehiculizada por formas de vestirse, diferentes usos de
accesorios de moda, el uso de las redes sociales a la espera de tener muchos seguidores, etc. En todos
los casos, estas exploraciones tienen como objetivo tejer una urdimbre identitaria que le dé al
adolescente su lugar como sujeto. Habitualmente esta búsqueda está teñida de colores y tonalidades
que señalan una fuerte oposición a las modas y modos de funcionamiento del mundo adulto, el de los
padres.
La adolescencia, qué duda cabe, es la “etapa del enamoramiento” o “los enamoramientos”, la
época de los primeros besos e incursiones sexuales ya con cierto tinte adulto, la de las
idealizaciones del todo o nada, la de la difícil elección de los objetos de los deseos propios.
Cuando el joven aún no tiene una vida sexual adulta, la actúa a través de la imaginación, que
puede expandir sus conquistas fantaseadas a niveles idealizados. La imaginación culminará en la
masturbación. El empuje de la pulsión no acepta sublimaciones ni postergaciones. La excitación es
un imperativo.
La identidad sexual, todavía frágil, convierte a los adolescentes en exploradores. De
bisexuales a homosexuales o a heterosexuales, en muchos de ellos todo entrará en el universo de lo
permitido. Al no ser tan condenatoria con estos jugueteos, la sociedad actual posibilita que el
superyó no culpabilice rápidamente estas conductas.

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Es una etapa de mutaciones frágiles. El adolescente nos confunde por momentos, como si
estuviese atrapado en un cuadro patológico, cuando en general sus “síntomas” son el modo de
expresión de su dificultad para alcanzar el estatus de adulto, camino este plagado de obstáculos,
áspero.
Para arribar al puerto de la adultez todos deberán sufrir múltiples pruebas, atravesar
obstáculos, zanjar crisis engendradas en su interior o provenientes de sus contextos
sociohistóricos.
Esta etapa despierta cada día más interés, en la medida en que los adolescentes ocupan un
lugar central en la cultura, la comunicación y la moda.
Se suele hablar de “adolescencia retrasada” —fundamentalmente en las clases medias—
para referirse a aquellos sujetos que perpetúan su condición de estudiantes (o incluso de
empleados) y continúan viviendo con sus padres más allá de lo que se considera normalmente “la
adolescencia”.
El hecho de “estar adolescente” se extenderá según las influencias que los jóvenes reciban
del mundo adulto y según los límites que cada sociedad imponga a su exploración e indagación. Los
adultos deberían ayudarlos a incorporarse al mundo adulto y a que abandonen su prolongada
permanencia en la etapa adolescente. Ahora bien: ¿La sociedad actual los ayuda en verdad?
Muchos autores, entre ellos Margaret Mead, han estudiado las sociedades primitivas y han
pretendido aplicar sus hallazgos a las sociedades occidentales contemporáneas. Pero esto sucedió
especialmente en la década de 1960; hoy no creo que nadie pretenda hacer ese intento. De hecho, si
tomamos un eje bastante central en los trabajos de Mead, se comprueba que se identificaba a la
adolescencia como una época del desarrollo caracterizada por un ritual de pasaje de una fase a otra
de la vida, y que una vez atravesada, confería poder y compromisos en la tribu y autorizaba el
acceso a la sexualidad adulta. Cuando en una cultura hay rituales de esta índole, la adolescencia casi
no existe, ya que solo es el pasaje de la infancia a la adultez.
Se han descrito parecidos entre los rituales de ciertas tribus primitivas y los de los
adolescentes de las sociedades occidentales. Hasta fines de los años cincuenta, en los varones el
ritual podía encarnar en el uso de los pantalones largos y la incursión en un prostíbulo, y en las
mujeres, en el acceso a las medias de nylon y el maquillaje. Asimismo, en ambos géneros el hábito
de fumar ocupaba el lugar de un fuerte ritual. Pero si bien en poblaciones de clase media urbana

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estos ritos anunciaban el pasaje de una etapa de la vida a otra, la adolescencia era un espacio que se
prolongaba y nunca quedaba clausurado por un ritual.
¿En la actualidad encontramos rituales equivalentes en los adolescentes? Tal vez sea así en
algunas tribus urbanas, pero siempre pertenecientes a ese grupo social en particular. Podrán ser los
tatuajes, los piercings, la marihuana, etc. Pero seguramente no encontraremos ningún ritual que
pueda generalizarse.
Años atrás la adolescencia era una fase de la vida que se transitaba con rechazo y de la cual
se quería salir tan rápido como el contexto sociohistórico lo admitiera. En la actualidad, en cambio,
se ha prolongado y ya no es una etapa que “hay que pasar” o que inquieta e incomoda. Hoy los
niños ambicionan llegar a ella y, una vez que han arribado, a menudo no la quieren abandonar,
como si hubiesen aterrizado en un modo de existencia ideal y al cual desean seguir sujetados. La
adolescencia ha sido enaltecida: se diría que el mundo les pertenece a los adolescentes. Por lo
menos, creo que así piensan los publicistas, ya que es a este grupo al que apuntan en general como
objetos de consumo.
Muchos adultos se asocian a esta suerte de imperativo y pretenden vivir como si fueran
adolescentes, o bien colaboran para que este supuesto ocupe un lugar en el imaginario social, para
así vivirlo aunque sea en forma delegada. El deseo es estar adolescente .
Ya no sucede, como ocurría muchos años atrás, que los adolescentes anhelen arribar al
mundo adulto para, por ejemplo, poder usar la vestimenta de sus padres: hoy son los padres los
que desean vestirse según la moda adolescente y frecuentemente lo hacen. El mundo adulto no solo
quiere imitar sus vestimentas: también reproduce sus modos de interactuar y de hablar. El ideal del
yo está “adolescentizado”, y el yo sigue, consecuentemente, este derrotero que el ideal le marca.
Para la sociedad de consumo es importante que la etapa adolescente se extienda lo más
posible, y, congruentemente, en la situación económica actual no resulta sencillo abandonarla. En
muchas sociedades se acentúan cada día más las dificultades para conseguir trabajo y la
dependencia respecto de los padres se convierte en un destino forzoso.
Esta trampa en que se encuentra el adolescente lo lleva a “evitar” los compromisos del
mundo adulto y a seguir gozando de las “ventajas” de seguir viviendo en un estado “ideal”.
Por supuesto que lo que describo se refiere a las clases medias urbanas; en los medios
rurales la adolescencia transita claramente de otra manera. El pasaje al mundo adulto es acelerado

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y súbito. Los varones ingresan al mundo laboral a una edad muy temprana y en las mujeres muchas
veces sobreviene un embarazo en forma casi simultánea con sus primeras experiencias sexuales.
A los adolescentes de clases bajas, de familias atravesadas por una intensa pobreza y con
futuro brumoso —sectores sociales que el Estado no protege y para el cual no genera posibilidades
ni oportunidades—, habría que dedicarle un capítulo aparte. Para comprender la dramática
situación de estos adolescentes tendríamos que hacer un trabajo interdisciplinario con sociólogos,
antropólogos, politólogos, economistas, etc..
El futuro de estos sujetos se dirime muchas veces entre quedar capturados dentro del
modelo de carencia que impera en su contexto y que les pronostica una ausencia de futuro, o
intentar —casi como un imperativo trágico— arribar mediante actos delictivos al ideal del yo que
les marca la sociedad de consumo. Si para ser hay que tener, no importará el camino: se debe
conseguir lo que impone el contexto social como ideal de adolescencia, con el uso de determinadas
marcas de ropa, de teléfonos celulares, etc. El ideal del yo, fuertemente teñido del contexto
sociohistórico, les señala que es más importante tener que ser, o, en todo caso, que si uno no tiene
no es. No estoy estigmatizando a los jóvenes vulnerables, todo lo contrario. Aunque este no es mi
campo de estudio, creo evidente que la caída en la delincuencia es muchas veces responsabilidad
del contexto sociopolítico. Por supuesto que no estoy formulando una generalización de las causas
del apartamiento de la ley, sino solo extender una línea de pensamiento que ya Winnicott inició con
su obra Deprivación y delincuencia (1984).
Los jóvenes de sectores marginales que terminan en situaciones delincuenciales son
endémicamente prisioneros de un destino que se les ha construido desde una ausencia de Estado,
desde una sociedad que les impide salir de su pobreza y marginalidad. Aquí nuestro accionar como
psicoanalistas encuentra un límite; les corresponde a los actores políticos hallar respuestas y
soluciones En todo caso, podremos aportar nuestros saberes para generar, en asociación con otras
disciplinas, un conjunto de pensamientos que puedan colaborar en la lucha contra esta deplorable
realidad. Y esta no es una faena menor.
Para finalizar: ¿ cuál debería ser nuestra función en el tratamiento y en la comprensión de
los adolescentes? Cabe aplicar aquí una cita de Guinzburg (2010), aunque él se refiera a otras
profesiones: “Los historiadores (y, de un modo distinto, los poetas) hacen por oficio algo propio de
la vida de todos: desenredar el entramado de lo verdadero, lo falso y lo ficticio, que es la urdimbre

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de nuestro estar en el mundo”. Si concretáramos este intento, nuestro aporte como psicoanalistas
no serìa vano.

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6- ADOLESCENTES DESAMPARADOS, ADULTOS DESORIENTADOS
MARÍA CRISTINA ROTHER HORNSTEIN

Los modelos educativos se transforman muy lentamente. La familia y sobre todo las
madres crían a sus hijos de manera parecida a como ellas mismas fueron criadas y transmiten
características culturales mediante hábitos, sistemas de valores y múltiples formas de
comportamiento que una vez adquiridas, se someten a una especie de compulsión repetitiva de
generación en generación. Sin embargo, no dejan de influir sobre las mismas las relaciones de
producción y de poder de acuerdo con el valor psicológico, las necesidades y frustraciones que de
ellas se derivan.
La adolescencia está en medio de los ámbitos progresistas de la sociedad, tendientes a la
transformación, y de los conservadores, reproductores de la familia. El devenir mostrará si el
adolescente logró el distanciamiento necesario para acceder a nuevos impulsos subjetivantes y
que consecuencias adecuadas se entrevé para el desarrollo cultural.47
En este siglo XXI las figuras que fueron modelos para transformar y consolidar la identidad -
el maestro, los educadores, los gobernantes, la justicia- y que proponían valores como la
solidaridad, el respeto por el otro, la confianza, la legalidad, contribuyendo a que el deseo de crecer
fuera un ideal a alcanzar, han sufrido los embates de una violencia social que cuestiona proyectos e
ideales. En ese contexto en el cual muchos padres no respetan tampoco la figura del maestro, los
adolescentes se encuentran a la deriva y son víctimas de la amputación de la utopía y la ilusión
dificultando esto la necesaria salida a la exogamia y la creación de ideales para construir
proyectos.48
A veces el transgresor está desamparado 49 buscando adultos con una autoridad no
autoritaria. Adultos que lo ayuden a volar pero que no los manden al frente sin cobijo y sin amparo.

47 “La humanidad nunca vive por completo en el presente; en las ideologías del superyó perviven el pasado, la tradición
de la raza y del pueblo, que sólo poco a poco ceden a los influjos del presente, a los nuevos cambios; y en tanto ese
pasado opera a través del superyó, desempeña en la vida humana un papel poderoso, independiente de las relaciones
económicas.” (Freud,1933)
48 Lerner: Adolescencia,trauma,identidad, en Adolescencias: trayectorias turbulentas, M.C. Rother Hornstein, (comp.),

Buenos Aires, Paidós,2006.


49 Eurema G. de Moraes y Mónica Kother en Vivencia de Indiferencia: del trauma al acto dolor (Psicolibro, 2011),

trabajan esas fallas libidinales de los comienzos de la vida que no tienen posibilidad de entrar en el circuito represivo
quedando al margen de toda tramitación psíquica. Se manifiestan en la clínica como diferentes perturbaciones del yo.

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No esos adultos que temen a los jóvenes, a sus desafíos, a sus enfrentamientos y “no se les animan”
dejándolos librados a un sentir autosuficiente que rápido se desvanece cuando se encuentran sin
las herramientas necesarias para enfrentar las exigencias del mundo exterior. El diálogo
intergeneracional es un tesoro que tenemos que cultivar.50
Nos enfrentamos aquí con la cuestión tan trillada de los “límites”, frases como “los chicos no
tienen límites”, “hacen lo que quieren”, “los padres ya no pueden poner límites”, “se les van de las
manos” y tantas otras… Para no banalizar la cuestión, tomé de la biología el concepto de “membrana
celular”. Lo utilizo como "metáfora", sin pretensiones de modelo, por su poder de evocación, de
ilustración, de creación.
No se trata de la membrana celular de Freud y de su época, cuando se la consideraba una
barrera protectora antiestímulo. Hoy la membrana es la zona más importante de la célula.
Estructura laminar formada principalmente por lípidos y proteínas que recubre a las células y
define sus límites. Posibilita el intercambio de agua, gases y nutrientes entre la célula y el medio
que la rodea. Por lo tanto, la membrana controla el contenido químico de la misma. Como límite,
filtro y lugar de intercambio, es testimonio y garante de la individualidad y de la vida de la célula.
Demasiado cerrada se ahoga, demasiado porosa deja pasar los elementos tóxicos produciendo una
alteración de su núcleo.
En este contexto hablar de límites es una propuesta estructurante51 del psiquismo. Los
límites son zonas de intenso trabajo psíquico. Posibilitan modificaciones en las diferentes
instancias –entre el yo y el ello, entre el yo y el superyó, entre el yo y la realidad- el reconocimiento
del sí y el no, el adentro y el afuera, lo posible y lo imposible, lo permitido y lo prohibido, así como
las leyes de parentesco, los códigos de la lengua y la nominación del afecto. Todas ellas categorías
fundantes de subjetividad. Estos parámetros posibilitan una óptima organización interna de cada

“El acto-dolor” es una respuesta a esa historia de indiferencia precoz que actualiza una matriz de indiferencia que a
veces aparece como resentimiento, venganza, desesperación, padecimientos físicos, etc.
50 El papa Francisco (2013) en un discurso reciente dijo: […] los jóvenes son el futuro porque tienen la fuerza…pero

también el otro extremo de la vida, los ancianos, es el futuro de un pueblo. Ellos, los ancianos aportan la sabiduría de la
vida, de la historia, la sabiduría de la patria, de la familia…..y agregó su preocupación por la “eutanasia escondida” que
resulta de la falta de interés por su bienestar, pero también de la “eutanasia cultural” que lleva a descartar sus
participaciones en la vida social.

51Maturana hace una reformulación de estructura y organización y dice que la estructura es como la carne, es
organización vivida: es la organización más la historia. Por lo tanto es siempre otra estructura. En continuo devenir.

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instancia y una frontera que garantiza la individualidad52 y el intercambio productivo. Si faltan o
son muy débiles, la subjetividad tiene riesgos.
Una crianza con debilidad para establecer esos límites promueve la patología de los excesos,
del predominio de la acción sobre el pensar, el sentimiento de aburrimiento por carencia de
interioridad y una necesidad de estímulos externos que llenen ese vacío de proyectos.
Esos niños en crecimiento que a partir de la pubertad tienen que dejar el dulce capullo de
papá y mamá ante la necesidad de romper con el lazo endogámico y enfrentar cada vez en mayor
soledad su propios mundos incrementan los desafíos y provocaciones a los padres y en general a
sus adultos familiares. La realidad psíquica confronta con un afuera que les demanda y exige
nuevas formas de relación a las cuales no siempre estuvieron habituados. “La calle” como decimos
los argentinos.
¿Cómo encontrar una manera nueva de convivir con “esos” que los exasperan y de los que no
pueden terminar de desprenderse? ¿Cómo expresar el malestar con palabras y no con acciones, que
a veces los lastiman a ellos mismos? Cuanto más perturbados, más difícil el pensar y hacer uso del
lenguaje para expresar sus afectos. Confusión, dolor, tristeza, desamparo, rabia. Y como dice
Winnicott (1964) soportarse a ellos mismos en “esa fase de desaliento malhumorado de los
adolescentes, en la que no hay solución inmediata para ningún problema”.
A veces los padres no colaboran en la desidealización necesaria para ayudar a los hijos a
crecer, otras veces se borran demasiado.
Hay una desidealización excesiva del lugar que ocupan los adultos como portadores de la
tradición y de los valores que transmiten que los lleva a no hacer el duelo por la infancia, a
comportamientos autoagresivos, a una descalificación arrogante de cualquier pasión, interés,
responsabilidad, compromiso. Miedo a pensar por sí mismos con tendencia a la alienación, esto es
repetir el pensamiento de otros sin interrogarse. Y con frecuencia a actos de violencia y/o
transgresiones que ponen en riesgo sus vidas.
Como padres y como adultos la tarea es ayudarlos a entender sus dudas, a expresar sus
sentimientos sin desestimarlos ni infantilizarlos.

52Individualidad no es independencia. Preservar la individualidad, la autonomía requiere una dependencia recíproca


con el entorno. Condición de sujeto y también de todo organismo vivo. A la vez un sistema para ser autónomo requiere
de una legalidad interna y una fuerte interdependencia.

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Nos preocupa cuando estamos ante un adolescente cuyo discurso reitera la escena del
conflicto familiar y los reproches a los padres que no pueden dejar de ser sus personajes
primordialmente investidos. Transitan un presente desvitalizado al ser rumiadores de
acontecimientos, de historias vividas que llevan la marca de un magro proceso de elaboración.
Estas situaciones tienen como sustrato padres que no entendieron el sufrimiento de los hijos
sino que, por el contrario, no pueden dejar de ser los actores principales, mostrando sus
conflictos, en lugar de sostener y escuchar los de sus hijos. Obligándolos a ser espectadores
pasivos de sus problemas de pareja y familiares aún no resueltos incrementan en el joven el
temor al afuera, a largarse, a encontrar nuevas rutas, a investir sus proyectos, a tropezar, a
enfrentarse con “la dura realidad” En suma: el temor a crecer.
Aceptar la diferencia generacional ayuda al diálogo y a la confrontación productiva y
propicia junto a esa vitalidad estimulante propia de los adolescentes, la creatividad, las
inteligencias singulares, que amortiguan ciertos aspectos de la violencia del estallido juvenil, lo cual
contribuye a que los procesos de aprendizaje introduzcan solidez en el desarrollo de la cultura.53

Alicia relata su desconcierto ante el devenir adolescente de sus hija.


“Me conmueve ver a mi hija púber. Remite a mi adolescencia. Cuando empecé el secundario, mi
madre me soltó. De ahí en más es como si me hubiera dicho arréglate con tu vida. Tuve que aprender
todo sola. Yo por lo contrario no me animo a soltar a mi hija. Me da angustia que crezca y al mismo
tiempo no quiero oprimirla”

Lili no sale de su asombro de lo enorme que está su hijo, que con sus 11 años atraviesa de
una pubertad precoz.
“No sé cómo manejarme ni físicamente, ni en el diálogo. Es un extraño para mi y eso me
angustia. Pero no es sólo lo físico, que es impresionante. Calza 40, tiene barba, cambió la voz, los
olores. Pero también la conducta. Contesta mal, se encierra. No deja que me acerque ni que le
pregunte nada.”

Tan sólo unas muestras de ese desconcierto ante el torbellino adolescente de sus hijos.

53Rother Hornstein, M.C prólogo en Adolescencias: trayectorias turbulentas, M.C. Rother Hornstein, (comp.),Buenos
Aires, Paidos 2006.

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El primer hijo le da a los padres la posibilidad de saber que es ser madre o padre. Igualmente
ese hijo al llegar a la adolescencia los invita a reinventarse para descubrir y procesar que es ser
padres de un adolescente. Ninguna adolescencia es igual a otra, en todo caso comparten ciertos
códigos que el adulto intenta entender. La multiplicidad de incógnitas, de dudas, la incertidumbres
de lo que vendrá los afecta a ambos, padres e hijos y les exige un trabajo psíquico no exento de
sufrimiento. Discusiones, enfrentamientos, expresiones de intensa fuerza afectiva no siempre
bondadosas para los padres devienen cual proyectiles. No es fácil el dialogo y mucho menos los
acuerdos. Pareciera que el NO se antepone a todo. Si hay hermanos menores se incrementan los
celos encubiertos en desprecio y exclusión que sin duda se vuelve en contra. Si hay hermanos
mayores predomina la comparación.
“Con ella nunca tuviste esa diferencia… La dejabas hacer tal o cual cosa… No necesitaba tanto
permiso….”
Como encontrar el camino para que el crecimiento de los hijos sea una novedosa felicidad y
no pura frustración y los ayude a ellos a disfrutar lo mas posible de ese período único y que puede
ser para muchos un tiempo de enormes privilegios. ¿Cómo ayudarlos a crecer en libertad, acceder a
ideas propias, a encontrar autonomía en las decisiones que de ahí en más serán en soledad?
Ayudarlos es saber cuales son pautas de aceptación ante las demandas de los adolescentes
que juegan al límite de lo posible. Pelear una “batalla” con los hijos requiere una batería de recursos
acorde a cada situación con el propósito de no desperdiciar balines en cosas triviales lo cual merma
la autoridad para la próxima “batalla”.
Hay muchos padres que temen a sus hijos y usan el Sí fácil por miedo a enfrentarlos. Lo que
consiguen es que los adolescentes se sientan desamparados. Por lo contrario mantener la pulseada
y ganarla cuando se tiene la convicción que la propuesta del adulto es la mejor para ellos, sin
ofenderlos ni descalificarlos y encontrar herramientas que los guíen, los alivia y a su manera lo
agradecen.
¿Como pensar las nuevas configuraciones de la subjetividad en tiempos de “la modernidad
líquida",54de cambios vertiginosos, de estímulos permanentemente renovados, en donde ya no
toleramos nada que dure y luchamos para lograr que el aburrimiento dé sus frutos? Sólo estando

54 Bauman,Z. La Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002

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abiertos a la novedad, a la incertidumbre, a la complejidad ante algunos de estos cambios del
discurso social que irrumpe en la consulta de adolescentes y padres.
Al respecto ¿Ha cambiado la sexualidad de los jóvenes? ¿Es puritana nuestra perplejidad?
cuando asistimos con algo de desconcierto a una salida acelerada del universo simbólico de la
niñez. “Lolitas” con cuerpos impúberes pero con una actitud de seducción precoz a veces festejada y
promovida por las madres. Niñas de 12 ó 13 embarazadas, con severas conductas anoréxicas o
bulímicas, o con intentos de suicidio. Varones con conductas delictivas. Niñas y niños beben en la
previa, durante y después, llegando incluso al coma etílico. Por otro lado, adolescentes de más de 20
años que se eternizan como tales. A algunos la precaria situación en que viven les impide
independizarse a causa de la falta de trabajo o falta de medios o de estudios. Otros reciben ayuda
familiar y no quieren perderla. Reivindican eterna juventud en nombre de un rechazo a la vejez.
En pocas décadas el imaginario colectivo pasó del mandato de castidad y la fobia a la
desfloración al mandato de la iniciación sexual precoz. Hoy la sexualidad en la mayoría de los
jóvenes ha dejado de ser ese ámbito privado, íntimo, ligado al amor, al deseo por otro y no por
cualquier otro.
Pululan las imágenes sin atender a las posibilidades psíquicas que tiene un niño o un
adolescente para procesar sus efectos. La relación amorosa pierde así el valor de vínculo con otro
como diferente para formar parte del sexo “express”. No importa ante quién, ni para quién ni con
quién, ni por qué. Ciertas conductas sexuales actuales que se ofrecen como sinónimo de libertad, de
igualdad de géneros o de diferencia generacional, en el interior de nuestros consultorios las vemos
como confusión y angustia, depresión, aburrimiento, sentimiento de vacío, falta de proyectos, poca
capacidad para pensar antes de actuar y un profundo sentimiento de soledad en compañía,
envuelta por los oropeles del ruido, del alcohol, de la droga, de la violencia que llevan a que esas
transgresiones tan propias de la adolescencia pasen el límite que hace de lo transformador una
puesta en riesgo de la vida.
En la última década hubo un cambio importante en relación a lo público y lo privado. En
parte las nuevas formas de comunicación y de convocatoria que son las redes sociales, los blogs, las
propias páginas web los lleva a instalar la intmidad en el espacio público. Lo íntimo no
necesariamente implica pudor por lo contrario puede formar parte de un show que acompaña a los
reality show mediáticos que sin duda convoca un alto porcentaje de espectadores. Muchas veces lo
privado queda de lado en tanto y en cuanto prima el mostrarse para ser popular.

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En medio de este torbellino al que no pueden sustraerse por temor a la exclusión, estos
jóvenes suelen mostrar, al menos los que consultan:
Labilidad afectiva y baja autoestima
Irreverencia, desidia, violencia, auto y heterodestructividad.
Desinterés y falta de proyectos.
Escasa solidaridad y compromiso con los otros.
Desprecio por las normas y legalidades.
Predominio del hacer sobre el pensar.

Coincido con Morduchowicz (2012) cuando se pregunta si podemos juzgar esta exposición
de los jóvenes que filman y registran sus vidas cuando ven a sus adultos y a un conjunto social no
poco importante en número, ansiosos por exponer su intimidad en todas las pantallas y medios de
comuicación posibles. Famosos o desconocidos que incluyen con frecuencia “detalles
intracendentes de sus vidas”. Dijimos que el adolescente necesita encontrarse con el adulto que lo
cuida, con autoridad, con libertad y con respeto. “El problema, -agrega la autora- es que, con
frecuencia, los adultos se sienten adolescentes, fascinados por el mismo deseo de visibilidad, imagen y
popularidad”-
“La tarea permanente de la sociedad, con respecto a los jóvenes, es sostenerlos y contenerlos,
evitando a la vez la solución falsa y esa indignación moral nacida de la envidia del vigor y la frescura
juveniles. El potencial infinito es el bien preciado y fugáz de la juventud, provoca la envidia del adulto
que está descubriendo en su propia vida las limitaciones de la realidad”. (Winnicott, 1964)
Diferir compromisos con la realidad lleva a que el joven no establezca vínculos de
reciprocidad y reconocimiento con los otros. A la inversa asumirlos y sentirse libre de restricciones
y de poder actuar acorde al propio deseo sería alcanzar un equilibrio entre los deseos, la
imaginación y la capacidad de actuar.

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PADRES DESORIENTADOS, HIJOS DESAMPARADOS
SUSANA STERNBACH

Quienes se aventuren en la lectura de este libro difícilmente sean adolescentes. Y, dado que
la adolescencia, noción que ha adquirido estatuto de existencia hace no más de medio siglo, refiere
básicamente a ese período de la vida que oscila entre la niñez y la adultez, parece oportuno
referirse a los extremos que la delimitan.
Me propongo en este capítulo orientar la mirada hacia uno de ambos extremos: la adultez. Y
no sólo por una cuestión formal de delimitación. Sino sobre todo porque el adulto representa el
porvenir del adolescente, aquello que lo espera cuando las turbulencias de la primera juventud
cedan paso a esa prolongada etapa de la vida que sólo mucho más tarde habrá de devenir en vejez.
Por lo demás, cuando nos ocupamos de plantear las dificultades del tránsito adolescente, a
menudo parecemos olvidar que dicho trayecto acontece en estrecha interrelación con un mundo
adulto que, lejos de ser estático, se encuentra surcado a la vez por problemáticas no
necesariamente menores a las de la adolescencia. La adultez, afortunadamente, no constituye un
punto de arribo ni un resguardo frente a las inclemencias de la vida. Por el contrario, se trata de una
construcción dinámica, incesante e inacabada.
En el camino de la adultez, los niños y los adolescentes encarnan esa parte de nuestra propia
historia e identidad que corresponde en cierta medida a lo que hemos sido y ya no somos. Los más
jóvenes, aquéllos que comienzan a recorrer nuestros caminos cronológicos ya recorridos,
movilizan en alto grado nuestras vivencias, nuestros recuerdos y nuestras dificultades. También
nuestros caminos no transitados.

Adolescentes y adultos
Ante todo, adultos y adolescentes somos sujetos de época. ¿Cómo es ser adolescente hoy, en
este mundo globalizado y vertiginoso? A la vez: ¿cuáles son las características y peculiaridades de
la vida adulta en estos tiempos?
Respecto a la adolescencia, parece haber cierto consenso en que se ha prolongado hasta los
25 o 30 años de edad, al menos entre los sectores medios dentro del mundo occidental. En relación
a la adultez, la misma parece extenderse hacia atrás, en dirección a la juventud permanente, acorde

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a un ideal actual que valoriza particularmente este atributo. Peculiar alquimia, donde los anteriores
modos de pasaje ligados al paso del tiempo resultan trastocados en una inversión que altera las
formas de concebir la existencia humana.
Si hasta hace algún tiempo la adultez parecía ser aliada del orden, la estabilidad y la
conservación de lo instituido, en tanto la adolescencia era el desorden, la rebeldía frente a lo
establecido y la transformación del mundo, dicha relación entre permanencia y cambio ha
incorporado fuertes modificaciones. Entre otras cuestiones, porque en aspectos importantes de la
vida los adultos mismos viven en una búsqueda identificatoria acorde a paradigmas de época que
permiten e invitan a reciclar la propia identidad, búsqueda otrora permitida predominantemente a
los adolescentes. Si agregamos a esto los ideales ligados a lo joven nos encontraremos con una
simetrización generacional que a menudo diluye las fronteras entre edades y las compacta en un
tiempo que no avanza, o, aún más, aspira a retroceder.

Inexorablemente nacemos y morimos en un determinado período histórico que, al igual que


nuestros vínculos primeros, habrá de producir marcas fundamentales en nuestra subjetividad.
Estamos hechos de improntas genéticas, de redes vinculares y de atravesamientos sociohistóricos;
así como de los modos específicos de metabolización de aquello que recibimos. Metabolización que
nos sitúa, desde el comienzo y a lo largo de toda la existencia, en hacedores activos: una de las
tareas fundamentales del ser humano es la de procesar activamente aquello que le es dado.
Entonces lo subjetivo, lo vincular y lo social se entretejen de modos peculiares en una trama
singular e irrepetible que encarna de modos heterogéneos las propuestas de época, imprimiendo a
la vez transformaciones a lo establecido.
Partiendo de estas formulaciones, podemos ahora acercarnos a algunas de las características
que parecen ser propias de este tiempo que nos toca vivir. ¿De qué se trata ser un adolescente hoy?
Y también: ¿cuáles son algunas de las características de la adultez en la actualidad?
Sin embargo debo aclarar que, como ya lo formulara en un texto anterior, descreo de la
categoría “la adolescencia” o “el adolescente”. Fundamentalmente por su carácter general que
aplana las múltiples maneras de transitar ese tiempo. Pluralicemos, entonces: las adolescencias, (y
las adulteces) “múltiples, diversas, siempre surcadas por una singularidad entretejida con las trazas
comunes que la cultura actual posibilita”. (Sternbach, 2006)

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Cuando hace algunas décadas los adultos (léase padres, docentes, psicoanalistas, educadores
en general) se referían “al” adolescente, describían a un sujeto convulsionado, partícipe de una
eclosión corporal y emocional que lo distanciaba del niño que había sido hasta ese momento. La
irrupción puberal, los cambios hormonales, las nuevas posibilidades, la búsqueda de una identidad
no enmarcada en los códigos familiares, la apertura al mundo exogámico se expresaban a través de
la rebeldía frente al universo adulto, fundamentalmente frente a padres y maestros. La transgresión
de mandatos e imposiciones, la confrontación y los cambios anímicos, las oscilaciones
dependencia/independencia, la imprevisibilidad, tornaban al adolescente en un ser difícil para los
mayores, a veces huraño y aislado, otras desbordante de energía y creatividad, a menudo encerrado
en sí mismo (un sí mismo ubicado espacialmente en su cuarto, tan desordenado como se suponía lo
era su mundo interno). Lejos, muy lejos de ese niño que los padres creían haber contribuido a
formar. El cuestionamiento a la autoridad y la descalificación del mundo de los padres provocaban
del lado adulto fuertes vaivenes que iban desde las posiciones autoritarias extremas hasta los
intentos de comprensión, con ayuda de ciertos discursos “psi”. Había cierto acuerdo, no obstante,
en nominar ese desagradable estado de cosas como “la crisis adolescente”. Es decir: o bien límites o
bien paciencia, en proporciones variables según la idiosincrasia y las creencias. Y a esperar que se
pase.
¿Los adultos? Pues eran quienes con más rigor o con más tolerancia aspiraban a que las
cosas se acomodaran en su sitio y el hijo asentara su cabeza, sus pulsiones y sus pies en el suelo
firme del ingreso a la adultez.
Con la enorme relatividad de las generalizaciones, la situación que se presentaba mostraba a
los adolescentes como desorientados y cuestionadores frente a sus adultos erigidos en
representantes más rígidos o más flexibles de lo establecido. La confrontación generacional parecía
constituir la regla. Una regla que de algún modo también posibilitaba la creación de otras
alternativas a cargo de las nuevas generaciones.

Padres desorientados, adolescentes desamparados.

El panorama es bastante diferente en la actualidad, al menos en buena parte de la


escena social. Y no precisamente porque la irrupción puberal haya desaparecido, o porque

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hubieran cesado las pérdidas, transformaciones, búsquedas y remodelaciones identificatorias,
junto con tantas otras tareas psíquicas que incumben a los adolescentes.
Ha cambiado fuertemente el mundo social, y con él los ideales y paradigmas de época.
Entre las numerosas y contundentes transformaciones acontecidas en el curso de apenas
algunas generaciones, también las configuraciones subjetivas, los vínculos y el lazo social han
experimentado considerables cambios. Entre ellos, resultan notables las mutaciones en ciertos
modos que suele adoptar el período adolescente, así como en las características de ese otro
prolongado trayecto que es la adultez y, sobre todo, en el vínculo que une a ambas
generaciones.
Los adultos de hoy, digamos los padres de los adolescentes, orillan los 40 a 50 años; y,
al menos en ciertos sectores medios urbanos, son hijos de las enormes transformaciones que
experimentó el mundo occidental a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Sería imposible enumerar la cantidad y calidad de los cambios acaecidos, pero podríamos
aseverar que quienes hoy frisan los 50 nacieron en un mundo y hoy transitan otro.
Los enormes avances tecnológicos, el mundo virtual, la expansión acelerada del consumo
como lógica social, los profundos cambios históricos ligados al triunfo irrestricto del sistema
capitalista, son apenas algunos de los múltiples aspectos que han marcado el pasaje de un
sistema sociohistórico a otro. Mutación tal vez equivalente a otras anteriores; sólo que, al
acontecer en apenas algunas décadas, atraviesa la vida de unas pocas generaciones.
Las propias categorías de tiempo y espacio se han transformado de modo notable: el
espacio real y el virtual se entrecruzan, el tiempo se ha acelerado vertiginosamente en relación
con épocas anteriores, las nociones de futuro y porvenir han perdido vigencia mientras el
presente comanda. En ese aspecto como en muchos los paradigmas e ideales son otros.
Inevitable, también, que las subjetividades y los lazos encarnen las transformaciones. La
noción de familia tradicional ha estallado en aras de novedosas y diversas conformaciones. Los
modos de ser padre, madre, hijo son muy diferentes de los que solían considerarse normales
hace no tanto tiempo; las nociones de amor, sexo, género, han sido subvertidas en su
pretensión implícita de universalidad. Porque, después de todo: ¿qué es, en lo tocante a la
sexualidad, la pareja, la familia, la procreación, lo femenino y lo masculino, lo “normal” en la
actualidad?

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1922
Felicitas se irguió y se encaminó hacia el ventanal. En el jardín estaban sus hermanas
mayores con los maridos. Sus sobrinos jugaban bajo la mirada atenta de los mayores. Suspiró y se
preguntó si se atrevería. Era difícil. Estaba claro que con su madre no podría hablar. Pero tal vez
con Eugenia, la más cercana a ella en edad y personalidad.
Eugenia se había casado dos años atrás y parecía feliz con Hugo y con el hijo que había
llegado en buena hora hacía poco más de un año. Sin embargo, y aunque nunca hubieran hablado de
otra cosa que de ajuares, recetas de cocina y todo lo que una recién casada debe saber, Felicitas
había percibido en su hermana mayor algunos destellos de curiosidad y desasosiego que eran el
aspecto más inocultable de sus propias angustias, esos temores que la invadían respecto de la
primer noche de bodas y de todas las otras, ese abismo insondable que la aguardaba ahora que con
Horacio habían fijado fecha. Una fecha tan próxima que la sumía en un estado de inquietud
impropio de una joven como ella. Lo impropio, sobre todo, era su cuerpo que se le desbordaba
apenas. Horacio la abrazaba y rozaba sus labios con ternura. El que era tan contenido y correcto,
porque como solía decir la mujer buena debía mantener ese halo de pureza que ella irradiaba y que
tanto lo había seducido.
Recordó una de las infrecuentes conversaciones entre algunas amigas, ya casadas.
Conversaciones dichas en voz baja, con frases entrecortadas, casi inaudibles, risitas nerviosas, el
pudor en las mejillas. Sólo Juliana había reconocido fugazmente que eso le gustaba, y que en la
cama conyugal a veces se desataba casi como una de esas y que ni a ella ni al esposo les molestaba.
¿Cómo explicarse, de qué modo aceptar que ella desde pequeña se “desataba” cuando se
tocaba en la oscuridad, fantaseando con escenas que a nadie podría confesarle nunca? Pensó, con
amargura que a todos había engañado, sobre todo a Horacio, quien no tardaría en darse cuenta con
decepción que ella, la futura madre de sus hijos, era ardorosamente impura, capaz de las
sensaciones más antinaturales e intensas, que no sabría disimular del todo. Decidió que no hablaría
con nadie, tampoco con Eugenia, ni en la confesión. Estaba fuera de lugar.

1962

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Virginia se levantó y fue corriendo a abrazar a Emiliano. Quedaba apenas una semana para
la ceremonia de casamiento y el departamento ya estaba listo con todos los detalles. Sólo ellos
faltaban. En verdad, ese era un modo de decir, una pura formalidad. Habían pasado tardes enteras
allí, y no solamente llevando muebles o guardando ropa. Habían pasado tardes enteras haciendo el
amor en el piso, en la mesa de la cocina, donde fuera hasta que trajeran la cama. Se querían y
estaban convencidos de ser uno para el otro de una vez y para siempre. Y el sexo entonces no tenía
por qué estarles vedado.
Eso sí, ni sus amigas debían enterarse. Ni que hablar de sus padres. Su madre Felicitas era
inabordable; sólo una vez había hablado con ella de “eso” para decirle que ni se le ocurriera tener
relaciones sexuales antes del matrimonio, porque la iban a abandonar y después nadie la iba a
querer desposar. Eso fue todo. Tampoco había visto el menor contacto físico entre sus padres. No
era que pelearan o se llevaran mal; simplemente no se tocaban. Las malas lenguas decían en una
época que su padre no era tan serio como parecía y que cada tanto se escapaba a alguna pequeña
aventurilla, lo cual en todo caso no enturbiaba la vida familiar y social.
Respecto a sus amigas, Virginia creía que muchas de ellas se acostaban con sus novios al igual que
ella. Pero ninguna lo reconocía abiertamente. Por supuesto que la llegada de los anticonceptivos
había ayudado y mucho, aún cuando el fantasma del embarazo siempre estaba presente.
Emiliano y ella siempre habían sido muy cuidadosos, de modo que ella se estaba por casar
de blanco como Dios manda. Por Iglesia y de blanco, tal como sus padres siempre habían soñado…y
a partir de ahí la libertad. En verdad el matrimonio era un pasaporte a una vida sexual sin trabas.
Porque, aunque le costara reconocerlo y pese a su rebeldía interior frente a tantas restricciones
que para ella eran sandeces, no se sentía verdaderamente libre. La aterraba quedar embarazada,
pero también que la descubrieran, que se le notara de algún modo. Y Emiliano , que la adoraba y le
decía que se calmara, que lo que hacían no estaba mal, el mismo Emiliano en las conversaciones con
amigos y familiares se mostraba decididamente contrario a esas “relaciones prematrimoniales” que
desde hacía algún tiempo se insinuaban como tema en las reuniones sociales. Y argumentaba tan
bien y con tal énfasis que a veces lograba desconcertarla. ¿Y si mamá Felicitas estuviera en lo
cierto? Tal vez fuera por eso, o vaya a saber por qué, nunca había llegado a tener un orgasmo.

2012

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Hoy la previa es en casa. Por fin! A las nueve llegan todos, cada uno tiene que traer dos
botellas, está buenísimo. Mamá se fue a la costa con su novio nuevo y ni me preguntó que iba a
hacer. Me dejó un par de cosas en el freezer, me dijo que cualquier cosa llame a mi abuela Virginia,
puteó contra mi papá porque nunca está y ella tiene toda la responsabilidad y se fue llevándose mis
calzas nuevas. ¿Podés creer, Pame? Mis calzas fucsia, las que me compré esta semana. Es una
guacha, siempre haciéndose la pendeja, más desde que está con ese chabón que debe ser como
cinco o seis años más joven que ella. Bueno, total que no sé qué ponerme, es una paja. Por ahí el
vestidito rojo, ese con las transparencias a la altura del corpiño.
Hice dieta toda la semana, me la pasé a pura lechuga. Y me maté en el gimnasio, dos horas y media
todos los días, casi me muero. Todo para que me entre ese puto vestido y parecer una diosa.
Hoy me parece que me animo con toda, ya lo puse en Facebook así que no me puedo echar
atrás. El otro día el flaco de la entrada me dijo que no podía pasar si no le hacía un pete. Yo le dije,
bueno, está bien, pero cuando se dio vuelta me metí y me puse a bailar. Hoy no, ya vas a ver, hoy
voy con todo. No como Male que el otro día se hizo la Heidi y nadie le da bola porque es una tarada.
O como Mora, que se pone tan en pedo que ya no puede hacer nada y hay que llevarla a la casa entre
tres, y encima con miedo de que sea un coma alcohólico como el de Vane que terminó internada.
Así que hoy me revoy a divertir. Igual no sé si coger, coger, lo que se dice coger. Podés hacer
de todo sin que te la tengan que meter ¿no? Por el sida digo, porque los chabones no se cuidan, y ahí
está tan oscuro que podés terminar sin saber con cuál flaco cogiste. Es una fiaca. No sé qué hacer.
Pero no quiero que piensen que soy una nenita, una bambi. Vicky me dijo que cogió y que no
le dolió nada, que no se siente nada, que no me preocupe. Me parece que hoy me mando y todos se
van a dar cuenta que me animo a cualquier cosa.

Normalidad e ideales.

Cuando la propia noción de normalidad, con su par anormalidad o patología, pierde


certidumbre en las referencias sociales que vertebran la vida, estamos frente a un cambio de
paradigmas. Cambio que no implica necesariamente la sustitución de los anteriores por otros
novedosos que logren imponerse con idéntico grado de verosimilitud. Puede haber, tal como

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ocurre en la actualidad, una coexistencia heterogénea de ideales, prohibiciones y paradigmas, con
sus correlatos de inestabilidad de las creencias.
Esta situación, que brinda la oportunidad de cuestionar certezas anteriores ligadas a lo
“normal” nos deja sin el resguardo de ciertos basamentos imaginarios y simbólicos en los que
creíamos. Muchas certidumbres han caído en el lapso entre dos o tres generaciones, e incluso
dentro de una misma generación.
Nuestros adultos, padres de los actuales adolescentes, están desorientados. No es para
menos: criados hace cuatro o cinco décadas, los parámetros que los guiaban se han visto en buena
medida desmantelados. Sus modos de transitar “la” adolescencia apenas son representativos de las
problemáticas que parecen atravesar sus hijos. Sus posibles consejos y opiniones son desoídos, no
solo por “la crisis” sino porque han perdido vigencia, a veces hasta para ellos mismos. Sus hijos
pertenecen ya a otra tribu, casi a otro universo dado que han nacido y se han construido en un
mundo diferente.
Nuestros adultos, hijos de los turbulentos 60, nacieron, se criaron y cursaron sus propias
adolescencias en un mundo que atravesaba ya transformaciones nodulares. Formaron parte de las
generaciones que revolucionaron creencias firmemente establecidas, entre ellas las que constituían
el orden familiar burgués. La revolución sexual, el protagonismo creciente de las mujeres en el
espacio público, la declinación de la autoridad patriarcal, la anticoncepción que posibilitó separar la
pareja de la procreación, modificaron fuertemente modos de vida arraigados desde hacía siglos.
Los adultos de hoy fueron los adolescentes que se rebelaron frente a sus mayores y que
protagonizaron los enormes cambios socioculturales y subjetivos gestados en la segunda mitad del
siglo pasado.
Ellos, los situados del lado del inconformismo y del cuestionamiento respecto de lo
establecido, los denominados “rebeldes sin causa” por las generaciones adultas de ese entonces,
hoy día se encuentran bastante desguarnecidos frente a las adolescencias contemporáneas.
Habiéndose prometido a sí mismos convertirse en padres flexibles y comprensivos respecto de las
problemáticas que habrían de atravesar sus futuros hijos durante las turbulencias adolescentes, se
encuentran hoy frente a un panorama a veces muy distante del imaginado.
Pero ésa es solo una faceta de la cuestión. La otra, la más importante, es que los “mayores” se
encuentran a su vez impulsados hoy a una búsqueda y a un reciclado de, su propia identidad que los
aleja, y mucho, de la presunta estabilidad o “madurez” de la adultez. Esta oportunidad social, que

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permite al adulto mismo redefinir sus situaciones amorosas, laborales, y personales en general, el
hecho de que su relación con las mismas no signifique un “hasta que la muerte los separe”, es a la
vez fuente de ansiedad, incertidumbre, crisis y padecimientos peculiares.
En la coexistencia conflictiva entre los ideales que los forjaron cuando comenzaron su
propio trayecto, y los que corresponden a una oferta social actual cambiante y que por momentos
dista mucho de aquélla otra en la que se constituyeron, muchos adultos pierden las referencias
fundamentales sobre las que construyeron su vida.
Situación que si bien ofrece una oportunidad, tal vez inédita en la historia, de soltar las amarras de
los mandatos anteriores para redefinir la propia existencia, al mismo tiempo los sumerge en un mar
de incertidumbres. A la vez, la propia responsabilidad frente a las elecciones aumenta, y con ella la
ansiedad, los conflictos, el temor a no tomar el mejor camino.
Todo esto, convengamos, en tiempos que presionan al éxito en todos los órdenes de la vida
mientras las oportunidades para alcanzarlo resultan a menudo esquivas para amplios sectores de la
población. Las problemáticas del desempleo, de la exclusión, de la inestabilidad laboral y social en
general, junto con la inducción al reconocimiento social a través del acceso al consumo, sumen a
muchos adultos en una carrera por mantener a flote su propio Yo, un Yo que debe exhibir la
plenitud, el éxito, el placer y otros imperativos de época.
El hedonismo, nos dice Gilles Lipovetsy, (2008) perdió su estilo triunfal y el clima que
impera hoy es el de la ansiedad. Tal, nos sugiere, es la felicidad paradójica, donde la sociedad del
entretenimiento y el bienestar convive con la dificultad de vivir y con el malestar subjetivo.
¿Es que acaso los ideales y mandatos sociales desaparecieron o se atenuaron? ¿O es que se
modificaron en sus contenidos? Sin duda se han modificado fuertemente: ideales ligados al amor, a
la sexualidad, a las categorías de masculino y femenino, y a la misma noción de adolescencia, tema
de nuestra indagación, resultan tan diferentes hoy en relación al siglo que culminó hace poco más
de una década, que no han de sorprender ciertos desentendimientos entre las generaciones. No
significa esto que los ideales actuales sean mejores o peores, más blandos o más opresivos. Ni tiene
sentido la mirada nostálgica hacia atrás o el aplauso irrestricto respecto de lo nuevo. Entre otras
cosas, porque no sólo se trata de los contenidos que los ideales vehiculizan, y que sin duda son hoy
muy diferentes de los de otros momentos históricos.
Más allá de los enunciados explícitos e implícitos, importa la pretensión absoluta o bien
relativa de coincidencia con el ideal propuesto. No da lo mismo que un ideal o valor (belleza,

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inteligencia, u otro) porten el mandato inapelable del serás eso (todo) o no serás nada, que el que
ese mismo valor posea un carácter parcial. Cuanto mayor la exigencia de encarnar un ideal
devenido en absoluto tanto mayor será su violencia implícita, dada la imposibilidad de encarnar
total e inmediatamente ese ideal.
Al abordar el tema de los ideales no nos referimos a categorías en abstracto. Se trata de
aspiraciones que se encarnan en función de la urdimbre psíquica e intersubjetiva, así como en
función del imaginario social. No dejemos de lado este último aspecto: el brillo fálico que un niño
adquiere es también reflejo de valores e ideales de época. Los ideales no son reflejos platónicos; se
hacen cuerpo y discurso en hombres y mujeres, tanto en sus contenidos como también en sus
grados de totalización.
De modo que, si de ideales se trata, diremos que esta problemática interroga tanto la
dimensión intrapsíquica, como la intersubjetiva y la sociohistórica. Cruce entre dimensiones que
resultan inseparables al abordar la cuestión de la subjetividad, y, en este caso, de uno de sus
aspectos: el que atañe al Yo.

Identidad, identidades.

Estamos ahora en condiciones de abordar las problemáticas que conciernen a la identidad


en la época que nos toca vivir. Y en particular, las problemáticas que atraviesan los adultos, en su
relación con los adolescentes.
Actualmente la identidad supuestamente compacta de anteriores momentos históricos,
trastabilla. El Yo estable de otros tiempos, ideal de la modernidad, admite hoy conformaciones
múltiples y fluctuantes. Cada Yo puede ir siendo varios, los géneros se multiplican y dan lugar a la
aceptación de sexualidades diversas, en tanto la transformación de las identidades parece estar a la
orden del día. Se trata de una liberación respecto de los opresivos ideales que circunscribían al Yo a
una identidad monolítica acorde a los paradigmas propios de la modernidad. A la
vez, la preocupación por la identidad ocupa hoy un lugar central entre las problemáticas del
trayecto adulto. Ya no son sólo los adolescentes quienes afrontan una búsqueda identificatoria, sino
que ésta se continúa durante la vida adulta.

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Esto no significa que el Yo siempre se expanda hacia la multiplicidad de sus posibilidades: a
menudo estos procesos no forman parte de una lenta y trabajosa búsqueda subjetiva. Las
fluctuaciones se suceden al estilo de ropajes e indumentarias, reciclándose todo el tiempo, en
consonancia con el actual consumo de lo novedoso. Por otra parte, el yo reciclado no queda
confinado a su interioridad. Se exhibe, para consumo de los demás.

Nuevos ideales, nuevas complejidades

Imposible a esta altura no preguntarnos acerca del abanico actual de ideales así como de sus
derivaciones bifrontes en relación a la economía psíquica, por una parte, y al imaginario social
actual por la otra.
En cuanto a los enunciados explícitos e implícitos, hemos anticipado algunos: los ideales
ligados al éxito, al consumo, al placer, a la imagen, a la juventud, entre otros.
Pero esto no es todo: nos encontramos hoy con características peculiares que hacen a la propia
estructuración del ideal, más allá de los enunciados que lo conforman.
Lo que ha caído es una peculiar dimensión del ideal: aquélla que está entramada con el futuro. Es
decir, con el proyecto. ¿Propuesta social que promueve funcionamientos psíquicos congruentes
con el Yo Ideal? En todo caso, y acorde a las nuevas matrices temporales, los ideales se conjugan en
tiempo presente. Son ideales de la instantaneidad, que operan desde lo implícito, encarnándose en
las subjetividades y en los modos del encuentro con los otros.
Los mandatos sociales actuales, que impelen a un éxito basado sobre todo en los signos
distintivos del acceso al consumo, sea a través del mundo de la conectividad, la moda, los viajes, y
en general todo aquello que es posible exhibir, aún bajo versiones new age u otras más o menos
aggiornadas a los discursos vigentes, por lo general plantean un cumplimiento veloz, tan veloz que
prometen la satisfacción instantánea. Tal vez sea esto lo que hace decir a Bauman (2005) que bajo
la cultura del consumo, la promesa de felicidad parece haber mutado hacia el acto mismo de
comprar, más allá de la utilización del objeto en cuestión. Cualquier paseo dominguero a un
shopping confirmaría la presunción de Baumann.
La lógica del consumo no nació con el siglo XXI, pero se va adecuando a los nuevos
paradigmas ligados a la temporalidad. Véase si no lo que ocurre con la

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noción de ahorro. Concepto caro a la ética de una sociedad capitalista que, tal como Max Weber la
describiera, erigió el ahorro como “base de la fortuna”, el mismo término condensa una apuesta al
futuro: literalmente significa privarse de algo hoy, para acumular una posibilidad de placer para
más adelante. Ahorrar siempre ha sido ahorrar para el futuro. No hoy: las publicidades actuales
continúan enfatizando con una valencia altamente positiva el ahorro. Sin embargo su significado es
otro: ahorrar es comprar, ahora mismo, se entiende, beneficiándose con algún descuento. O sea, la
noción de ahorro en tiempo presente: consuma ya, disfrute de pagar un poco menos por aquello
que mañana habrá de costar más! Se ahorra consumiendo.

A esta altura el lector se preguntará, con todo derecho, qué relación guardan estas
reflexiones con la relación entre adultos y adolescentes. Intentemos avanzar con algunas
cuestiones: por lo pronto, ya que hemos optado por proponer la cultura del consumo como uno de
los ejes que vertebran la época actual, estaremos de acuerdo en que dicho eje nuclea a todas las
generaciones.
Las publicidades destinadas a bebés pequeños, futuros consumidores privilegiados, son
muestra elocuente de que el consumo no distingue entre generaciones.
El valor otorgado en otras culturas a lo que podríamos denominar el trayecto de la vida, la
experiencia, el conocimiento a través de la formación o del trabajo, en nuestra época se concentra
en un bien accesible a través del dinero y al que los más pequeños pueden acceder siempre y
cuando los adultos tengan la disponibilidad y la propensión a satisfacerlos. Aquello que se
encuentra más valorado socialmente a menudo se encuentra más facilitado para el universo
“joven”, a raíz de los enormes cambios tecnológicos que se suceden a ritmo vertiginoso. En tanto el
mundo de la producción requiere tiempo y trabajo, el universo del consumo se abre, al menos en
teoría, a las diferentes generaciones, a las que nuclea e iguala.
El otro ideal vigente, el de la juventud, potencia esta indiferenciación al proponer como
modelo a seguir el modelo adolescente por sobre el adulto, en tanto la noción de madurez va
cayendo en desuso.
A la vez la permisividad para recrear, reinventar la propia identidad y el proyecto de vida,
validada desde el actual imaginario social, no confina a quienes han transitado una parte sustancial
de su existencia a perseverar en sus decisiones previas. Hay una segunda, tercera o cuarta
oportunidad.

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La tan mentada “realización” personal no se propone como antaño primordialmente a
través de los hijos, sobre todo para las mujeres que pueden hoy replantear sus propios proyectos
en múltiples direcciones ya que no quedan reducidas a la maternidad y a la familia como fuente
principal de valorización.
Situación que enfrenta a ambas generaciones con nuevos desafíos: ¿cómo esperar que los
adolescentes aspiren a un crecimiento que los impulsaría hacia la adultez cuando sus mayores
realizan ingentes esfuerzos por parecer casi tan jóvenes como ellos?
Por otra parte: ¿cuál es el lugar posible para los adultos, entre la desvalorización por la
pérdida de vigencia generacional, y la paridad con los hijos si obedecen el mandato social de
adolescentización?
Ambas generaciones enfrentan por ende una misma paradoja: el adulto encarna el porvenir
del adolescente, pero a la vez la adolescencia encarna el ideal social juvenil propuesto para el
adulto.
Así es que, para bien y para mal, el panorama ha cambiado mucho. Las familias funcionan a
menudo al estilo de un clan fraterno, con atenuación de las funciones y las diferencias
generacionales. No habré de referirme aquí a las múltiples definiciones que admite el término
“familia” en la actualidad, tema ya conocido y que ha sido objeto de numerosos trabajos e
investigaciones dentro del campo psicoanalítico y sociológico. Pero sea cual fuere el tipo de familia,
las funciones dentro de ella se han venido modificando notablemente.
Las “clásicas” funciones materna y paterna, sedimentadas durante largo tiempo, a punto de
haber sido naturalizadas como universales, se ejercen hoy de modos disímiles y novedosos. Los
hijos adquieren un protagonismo activo del que carecían cuando los mandatos eran más férreos y
los padres ejercían sus funciones con la solidez de sus creencias. En la actual sociedad “líquida”, en
que los padres se interrogan acerca de los fundamentos anteriores y los jóvenes encarnan un ideal
a lograr, los lugares y los roles, al igual que el líquido cuando cambia de recipiente, adquieren otras
formas.
El film “Mi familia” (“The kids are all right”) ilustra algunas de las problemáticas relativas a
las nuevas configuraciones familiares. En este caso, se trata de una situación de homoparentalidad
en una familia compuesta por dos mujeres y sus dos hijos adolescentes, un varón y una mujer, fruto
biológico de una de ellas y de un hombre como genitor. ¿Qué ocurre con las tradicionales funciones
materna y paterna, cómo se tramita el triángulo edipico, en qué medida la

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homosexualidad/homoparentalidad diferencian a esta familia de la clásica familia basada en la
relación de pareja heterosexual?
Nuevas configuraciones, nuevas complejidades. Mayores libertades, sin duda, y también
otras formas de malestar, de ese malestar en la cultura que es propio de la condición humana y que
va encontrando figuraciones diferentes según las épocas y los lugares.
Los adultos de hoy, los actuales padres de adolescentes, se encuentran probablemente más
desorientados que sus antecesores. Los adolescentes han ganado en protagonismo e
independencia. Pero también han perdido en parte a los adultos que los orientaban.
La frontera entre autonomía y desamparo en ocasiones se torna borrosa.

De las redes fliares a las redes sociales

¿De qué modo redefinir los lazos? ¿Cómo sostener las funciones y las diferencias
generacionales sin pretender reeditar imaginarios ya anacrónicos? Los matices son múltiples,
desde las posiciones que resisten cualquier cambio hasta el funcionamiento de aquellos padres que
han claudicado en su función en aras de la supuesta libertad de sus hijos.
A menudo se invoca el tema de “los límites” para abordar los vínculos entre padres e hijos.
Suele escucharse que fulanito “está buscando límites” o que los padres no saben colocarlos
adecuadamente.
Muchas veces las respuestas rápidas o los lugares comunes que parecen ofrecernos una
solución aclaran poco. Porque, después de todo: ¿qué significa hablar de límites? Hay quienes los
asimilan a sanciones, o a castigos, hasta a una buena zurra, o bajo una versión más atenuada, a una
penitencia o a un grito.
Un límite es una frontera. Algo que al separar dos espacios, los instituye como diferenciados.
Entre las personas el límite permite tanto la conexión como la diferencia. A la vez posibilita
el juego del “entre”, es decir, crea el tejido común que une, a la vez que separa respetando las
diferencias.
Produce también algo peculiar, propio de ese lazo, un nosotros que implica un más allá que
la suma de las singularidades.

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La denominada función paterna se suele asimilar al tema de los límites. Pero no por ser
privativa del padre de la realidad empírica, sino porque en el clásico triángulo madre-padre-hijo
representa la función del tercero, de quien instala la terceridad. Se trata de una función simbólica, si
entendemos por simbólico un juego de relaciones donde no es posible la fusión, la indiscriminación
ni la completud. Es por esto que dicha función forma parte de la crisis y del atravesamiento del
Edipo, con su resolución parcial de la aceptación de la castración bajo su dimensión simbólica.
¿Las posiciones autoritarias crean buenos límites? ¿Estos se instalan gracias a castigos y
prohibiciones? Desde una noción de límite entendido como simbolización de una legalidad, las
posiciones autoritarias se encuentran cercanas a un ejercicio de poder arbitrario, que justamente
parece ignorar los límites, las fronteras que separan a los sujetos. Cuántas veces los castigos, aún
los corporales, no son más que respuestas angustiosas de parte de padres sobrepasados y que
confunden los límites con un abuso de poder que, por el contrario, los desconoce. La experiencia
parece indicar que el camino es otro; y, por lo demás, los padres de los adolescentes actuales
descreen mayoritariamente de esas modalidades que no sólo no dieron resultado con ellos, sino
que por el contrario fueron motivo de sus propias rebeldías.
Pero si no se trata de eso: ¿será entonces, como muchos consideran e implementan, que
habría que dejar librados a los hijos a sus propios recorridos sin intervenir, so pena de parecer
padres anacrónicos y “viejos”, casi tanto como los propios padres contra quienes en su momento se
revolvieron?
Muchos se preguntan: ¿hasta dónde consentir, desde dónde intervenir? Las posiciones, ya
sabemos, oscilan entre los polos del “a mí me educaron así, y tan mal no me fue”, hasta el “los
chicos se las arreglan bien, mejor que sean independientes”.
Por otra parte, resulta a menudo complejo para aquéllos que no se posicionan en ninguno de
esos extremos y que aspiran a armonizar cuidado y protección con autonomía, encontrar la buena
medida. ¿De qué modo propiciar las aperturas exogámicas sin desconocer algunos de los riesgos
presentes cuando los adolescentes quedan demasiado expuestos? Muchos padres se formulan
estos interrogantes, dado que ciertas situaciones de excesos múltiples con frecuencia ponen en
riesgo a los jóvenes en ausencia de adultos que logren acotarlos.
Se plantea, pues, una cuestión difícil de dirimir:

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¿Hasta qué punto fomentar la salida exogámica sin que eso implique desamparar frente a
tendencias destructivas que también se hallan presentes en el mundo exogámico, vulnerabilizando
entonces a los adolescentes? Paradoja que muchos padres afrontan y que no resulta fácil resolver.
¿Cómo verán los adolescentes a sus mayores? La oscilación también es enorme: desde los
que sienten una distancia tan abismal en los códigos que se refugian en el aislamiento entre pares,
hasta aquellos que boyan a la deriva frente a adultos que han abandonado funciones elementales de
sostén, protección y referencia.
Aún más: no son pocas las veces que los adolescentes sostienen a sus progenitores
“desorientados”. Y no solamente a través de una simetrización a nivel de las confidencias, consejos
o apoyo a ciertos padres que se enorgullecen de ser “compinches” de los hijos. También, con cierta
frecuencia, a través de conductas o actuaciones que pueden llegar a ser de riesgo y que resultan
llamados o aún gritos destinados a restituir las funciones parentales desdibujadas.
¿Qué ocurre cuando además quedan diluidas o aún trasgredidas las normas por parte de los
adultos? ¿Cómo situarse frente a padres que intentan imponer normas cuando ellos mismos no las
respetan? ¿De qué manera sostener la tan mentada “función paterna”, expresión de la legalidad
simbólica, cuando los padres, supuestos representantes de la misma, la burlan?
Esta problemática reviste gran importancia en la actualidad, cuando las transgresiones y
corrupciones están a la orden del día en la escena social.
Suele plantearse la atenuación histórica de la sociedad patriarcal, entre otras cuestiones,
dada la posibilidad del protagonismo activo de las mujeres en los escenarios públicos. Sin embargo,
esto de ningún modo atenta contra la legalidad simbólica, dado que el ejercicio de la misma no
tendría por qué ser atribuido exclusivamente a las figuras masculinas.
De lo que se trata en todo caso es de la dilución de una función tercerizadora que sostenga la
legalidad a la cual todos debemos ajustarnos. Es esta función la que se encuentra debilitada en los
diferentes estamentos de lo social, y desde ya, también en el funcionamiento de muchas familias.
Muchos desbordes o aún desmanes de los adolescentes actuales posiblemente puedan ser
pensados como llamado a una legalidad que los ampare y que no encuentran en sus adultos. En
estos casos, más que adultos con quienes confrontar, se trata de adultos que no alcanzan a
constituirse en modelo y estímulo hacia un futuro que invite a ser alcanzado.

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En síntesis, parece que hemos pasado de la revuelta adolescente y la confrontación
generacional a situaciones que orillan la incomunicación, el aislamiento o incluso cierta
indiferencia. Indiferencia en las dos acepciones: desinterés e indiferenciación.
Resulta interesante un dato de la vida cotidiana actual: cada vez con mayor frecuencia el
ritmo sueño-vigilia se invierte entre las generaciones. Los adolescentes viven y salen por las
noches, en los horarios que los adultos destinan al descanso. Y viceversa.
Aún los planes “familiares” de vacaciones a menudo no implican un mayor intercambio
dado que los adolescentes suelen agruparse en los espacios una vez que los mayores se han
retirado de allí. Hay quien ha sugerido que ésta sería una exacerbación de tendencias de época: las
generaciones se dividirían los tiempos, asegurando 24 horas diarias de consumo según las
distintas edades, al estilo de una fábrica que no cierra jamás y que produce consumidores.
Sea como fuere, lo cierto es que los encuentros intergeneracionales suelen quedar
reducidos, mientras predominan los encuentros reales y virtuales entre pares.
¿Será que entonces no hay referencias? No parece ser el caso: ciertos roles y funciones de
transmisión y sostén que acontecían en el seno familiar o en las instituciones escolares, hoy
circulan fundamentalmente por las redes sociales, las que airean los anteriores encierros
endogámicos y proponen nuevos paradigmas respecto al lazo con los otros.
De las redes familiares a las redes sociales, he aquí una transformación que altera los modos
de existencia y los agrupamientos vinculares y sociales. Notemos que bajo esta transformación
predominan la paridad, por una parte, y la instantaneidad que eclipsa tanto la espera como la
distancia espacial. ¿Fugacidad de un todo que anula las diferencias?

¿El analista desorientado?

En este contexto cambiante, en el cual los trayectos adolescentes según hemos visto ya no se
asemejan a los de sus antecesores, y donde los mayores a la vez cursan la adultez en situaciones a
menudo no menos turbulentas que las de los adolescentes, el panorama invita a los analistas a
retrabajar supuestos y presupuestos.
Al mismo tiempo, en tanto sujetos de época, los analistas nos encontramos implicados en las
mismas coordenadas sociales que los sujetos que acuden a la consulta.

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Supongamos que en el mejor de los casos el analista a quien el adolescente o la familia
recurren es, además de un profesional idóneo, un adulto que ha atravesado anteriores momentos
de su vida, tales como la adolescencia, de un modo “exitoso”. Es decir que se trata de un adulto
neurótico (no demasiado), cuyo deseo de iniciar un proceso terapéutico con ese adolescente que
consulta es adecuado.
Por lo pronto deberá enfrentar, vale decir, escuchar e interpretar, problemáticas de los
adolescentes y de sus vínculos familiares que difieren en gran medida de las de épocas anteriores,
incluso de su propia trayectoria profesional y personal.
Según hemos sugerido, las fuertes transformaciones a nivel sociohistórico traen aparejados
cambios sustanciales en la actual producción de subjetividad así como en los lazos de pareja,
familiares, y en el caso que nos ocupa, en la relación entre los adultos y los adolescentes.
No es de sorprender entonces que las modalidades que adoptan las demandas al
psicoanalista difieran en gran parte de las de períodos anteriores, dado que también los síntomas
son otros.
El abanico psicopatológico actual responde en buena medida a situaciones caracterizadas
como “fronterizas”. Estas, también denominadas “borderline” o “casos límite” se caracterizan por
dificultades en el establecimiento de las fronteras entre el propio Yo y el otro; así como por
mecanismos psíquicos tributarios sobre todo de la escición, en lugar de la represión, más cercana a
las organizaciones neuróticas. Los trastornos ligados a la impulsividad, la descarga a través de la
acción o del cuerpo, tales como las anorexias o bulimias, así como las violencias y el abanico de las
adicciones, dan cuenta de modalidades diferentes de tramitación del conflicto de aquellas
situaciones tributarias de los modos neuróticos de procesamiento, que solían ser más frecuentes
algunas décadas atrás.
Aún más: ha variado de modo notable el criterio acerca de lo que se considera “sano” o
“patológico”, ya que como hemos visto, la misma noción de normalidad se ha visto fuertemente
modificada.
Esta temática nos convoca a reflexiones múltiples, dado que nuestras propias
categorizaciones psicopatológicas deben articularse con las modalidades actuales de producción de
subjetividad. También para los analistas las nociones ligadas a salud y enfermedad deben ser
interrogadas a la luz de las transformaciones sociohistóricas.

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Desaprender parte de lo aprendido, escuchar lo nuevo, revisitar las teorías y repensar los
propios supuestos personales e ideológicos…he ahí la dificultad, el desafío y la oportunidad que
tenemos los psicoanalistas en la clínica actual, y en particular en la que hace a la clínica con
adolescentes y con familias.

Bibliografía

Bauman, Zygmunt Amor líquido, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005.
Lipovetsky, Gilles: La sociedad de la decepción; Anagrama, Barcelona, 2008.
Rother Hornstein: Entre desencantos, apremios e ilusiones: barajar y dar de nuevo, en Adolescencias,
trayectorias turbulentas, Paidós, Buenos Aires, 2006.
Sartori, Giovanni: Homo Videns, Taurus, Buenos Aires, 1998.
Sibilia, Paula: Mutaciones de la subjetividad en La Intimidad, Psicolibro 2010.
Sternbach, Susana: Adolescencia y cuerpo, en Jornadas Piera Aulagnier, Apdeba, 2002.
----------------------- Ideales y paradigmas en la grupalidad, en Congreso de las Configuraciones
Vinculares, 2012.
----------------------- Adolescencia, tiempo y cuerpo en la cultura actual, en Rother Hornstein,
Adolescencias, trayectorias turbulentas, Paidós, Buenos Aires, 2006.

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7-LA CLÍNICA
MARÍA CRISTINA ROTHER HORNSTEIN

El discurso médico, que comienza con los griegos, no tomó en cuenta el deseo en el
funcionamiento del cuerpo, de la enfermedad y de la muerte. El historial clínico de Hipócrates
describía síntomas, signos y padeceres que contaban poco del sujeto y de su historia, de sus afectos
y de sus vivencias. Mucho después, algunos discursos psicoanalíticos, reactivamente, desestimaron
el cuerpo y la historia. Hoy el discurso médico está mas cerca de hacer de esos historiales una
narración en donde hay un ser humano que sufre, que lucha, que vive. Zanjar ese abismo entre lo
físico y lo psíquico jerarquiza la experiencia de encuentro con un cuerpo sufriente y sus efectos en
el devenir de sí mismo y de quienes asisten al paciente.
¿Y que ocurre con los discursos psicoanalíticos? Si el método y la técnica se sostienen en su
articulación con la teoría, la manera de pensar la clínica, las técnicas de abordaje y los dispositivos
terapéuticos cobran diversas dimensiones. De ahí que no podamos unificar el psicoanálisis.
Hablemos en plural. Por mi parte intentaré dar cuenta de cuáles son los conceptos que privilegio y
como los entiendo a la hora de escuchar y pensar al paciente.
Los seres humanos somos complejos, en lo biológico, en lo psíquico, en la manera de pensar
las realidades, en los afectos, en los actos. Complejos y contradictorios, y propensos a privilegiar la
disyunción: bueno o malo, bien o mal, normal o enfermedad y así infinidad de opuestos que
advertirnos que simplifica. El reduccionismo, nos da un confort que no dura. Mutilación evidente en
aquellas teorías o prácticas que aíslan el objeto de estudio de sus antecedentes, de sus devenires, de
su historia.55
La complejidad expresa lo que no se conoce de un sistema, los límites de un conocimiento
global. A mayor redundancia, mayor predictibilidad y menos necesidad de información: menor
complejidad. Cuando la metapsicología privilegia la redundancia (repetición) o la simplicidad de las
esencias, de las creencias, de las verdades últimas empobrece la conceptualización del psiquismo,
de las formaciones de compromiso y minimiza la historia, el vivenciar actual, la articulación de las
series complementarias -para dar cuenta de los fenómenos subjetivos, de la actualización del
pasado en el presente- y la posibilidad de novedad para no quedar detenidos en la pura repetición

55Rother Hornstein,: “Psicoanálisis y complejidad; del trauma a la realidad psíquica.” Revista de psicoanálisis, Tomo
52,n.Lp. 71-81,1995

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de lo ya vivido. En esos casos se remplaza lo singular de cada historia por una historia abstracta y
universal. Ejemplo, la teoría kleiniana que sostiene la primacía de un impulso instintivo de muerte
originario que explicaría las manifestaciones de autodestrucción así como las dirigidas al objeto,
frecuente en los pacientes borderline.
Para enfrentar los desafíos de la clínica de las últimas décadas necesitamos herramientas
teóricas y técnicas que eviten el empobrecimiento de los que proponen un modelo cerrado y que
necesitan erigirse en jefes de escuela idealizados (Green,1993), sin advertir el peligro de caer en un
reduccionismo agónico soslayando una creatividad complejizante
Pienso la psicopatología como potencialidad (Aulagnier,1984) y no como estructura.
Potencialidad engloba la totalidad de las respuestas que el sujeto puede movilizar frente a toda
experiencia psíquica que ponga en peligro su funcionamiento y, por lo tanto, su existencia. Se
refiere también a la posibilidad de ocupar diferentes posiciones identificatorias una vez concluida
la infancia, según las exigencias de la realidad o el deseo de los otros. Potencialidades son las
iniciativas del Yo y también sus recursos defensivos que no son “defensas sintomáticas” ante los
encuentros actuales. Compromiso siempre singular porque depende de la organización propia de
cada subjetividad.
La adolescencia es una puesta a prueba que debe encontrar formas originales de satisfacción
libidinal y narcisista; es también un tiempo proclive para el desencadenamiento de episodios
psicóticos o el inicio de una psicosis. De ahí que sea una encrucijada en la construcción del proceso
identificatorio. Encrucijada, punto de bifurcación y casi como un choque de realidades. Ese niño en
crecimiento que a partir de la pubertad tiene que soltarse de la mano de papá y mamá para
enfrentar en mayor soledad su propio mundo, su realidad psíquica, confronta con un afuera que le
demanda y exige nuevas formas de relación que casi siempre no responden a las familiarmente
conocidas.
Analista y paciente intentarán un trabajo de rehistorización para favorecer el camino de
devenir otro sin arrasar con imprescindibles puntos de referencia simbólicos. Freud en
“Construcciones en el análisis” (1937) comenta que el trabajo analítico insta al paciente a recordar
ciertas vivencias que fueron reprimidas junto con el afecto que en su momento sucitaron,
provocando como consecuencia inhibiciones y síntomas, consecuencia y sustitutos de esas
represiones. Compara el trabajo del analista con el del arqueólogo “que exhuma unos hogares o unos
monumentos destruídos y sepultados” [...] “el analista trabaja en mejores condiciones, dispone de más

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material auxiliar, porque su empeño se dirige a algo todavía vivo, no a un objeto destruído…” siendo
incuestionable “el derecho de ambos a reconstruir mediante el completamiento y ensambladura de
restos conservados”.56
El presente se resignifica sólo si se establecen nuevos nexos. Son las palabras cargadas de
emoción las que articulan los tiempos pasado-presente, diálogo que no busca coagular ningún
pasado sino producir un efecto de transformación que favorezca la tramitación del conflicto que
acarrea sufrimiento, inhibiciones, síntomas y angustias.

El narcisismo y la teoría del yo

Con “Introducción del narcisismo” Freud inicia la segunda tópica. El narcisismo es un salto
teórico decisivo pues incluye la sexualidad en la constitución del yo. Ese yo que es una suma más o
menos integrada de identificaciones, un conjunto más o menos dispar de funciones. Un
rompecabezas en el que se entraman una multiplicidad de imágenes y enunciados identificantes
que los otros significativos le proveen, rompecabezas que nadie sino él mismo puede armar,
eligiendo las piezas para proseguir su construcción a lo largo de su existencia. “Alguien te ofrece las
cartas y vos te armás tu propio juego”.
Para Freud el yo tiene funciones diversas: control de la motilidad y de la percepción, prueba
de la realidad, anticipación, ordenación temporal de los procesos mentales, pensamiento racional.
Pero también es responsable de desconocimiento, racionalización, defensa compulsiva contra las
reivindicaciones pulsionales.
¿Ha sido superada la teoría clásica del yo por el psicoanálisis contemporáneo? El yo es
autoalteración, autoorganización a partir de las representaciones identificatorias. No sólo es
identificado, sino identificante; no sólo enunciado sino enunciante; no sólo pensado, sino pensante;
no sólo sujetado, sino protagonista. (Hornstein, 2013)

56“Como es sabido, es lícito poner en duda que una formación psíquica cualquiera pueda sufrir realmente una
destrucción total. Es sólo una cuestión de técnica analítica que se consiga o no traer a la luz de manera completa lo
escondido. Unicamente otros dos hechos obstan a este extraordinario privilegio del trabajo analítico, a saber: que el
objeto psíquico es incomparablemente más complicado que el objeto material del exhumador, y que nuestro
conocimiento no está preparado en medida suficiente para lo que ha de hallarse, pues su estructura íntima esconde
todavía muchos secretos. Y en este punto termina nuestra comparación entre ambos trabajos, pues la principal
diferencia entre los dos reside en que para la arqueología la reconstrucción es la meta y el término del empeño,
mientras que para el análisis la construcción es sólo una labor preliminar”. (Freud,1937)

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El yo no existe al comienzo sino que deviene. El bebé necesita que la madre sea capaz de
decodificar lo que él desde el cuerpo le transmite y que responda con la acción específica. La madre
lo decodifica, lo interpreta, traduce esos signos visibles del cuerpo y, desde su subjetividad, le
presta palabras y afecto que lo ayudan a crear representaciones simbólicas para controlar los
estímulos. Esto conlleva a la autoorganización psíquica a partir de representaciones
identificatorias.
Si en esos primeros encuentros el vínculo es armonioso el narcisismo es trófico, y la lucha
por la identidad y la autoestima deja lugar para “amar y trabajar”. Si por lo contrario ese lugar, que
debió ser regado por el lenguaje libidinal, la simbolización, la creatividad, se volvió árido de tanta
somatización, actuación o depresión, el amor por sí mismo es reemplazado por el dolor por sí
mismo. (Hornstein, 2006) Si los otros no pudieron construir los objetos transicionales, si no se
tiene el derecho de estar, de existir, el narcisismo es patológico.

Patologías del narcisismo

Las patologías del narcisismo nos muestran una respuesta deficiente del objeto primario,
cuando no una ausencia de respuesta, y la producción de heridas no fáciles de cicatrizar con
consecuencias como los desgarros del yo en sus diferentes formas sintomáticas.
Podemos llamar de muchas maneras al papel de la madre: yo auxiliar, madre que contiene,
que metaboliza los ruidos, madre espejo. Cuando ese papel falla, las posibilidades de elaboración
del niño se ven sobrepasadas, y el yo debe hacer frente a la doble angustia: de intrusión y de
separación. Ausencias o excesos que perturban el surgimiento del yo y propician heridas narcisistas
que se manifiestan en la clínica como profundo desprecio de los otros y de todo lo que ellos
aportan. Actuación que es reflejo de una desvalorización de sí mismo originada en la débil
constitución del yo ideal “pobre Majestad tan desamparado”. Pobre yo tan castigado en su
consistencia, su valor, su indiscriminación con el objeto, sus funciones perdidas o nunca
constituidas.

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Nos tientan los casos puros. Pero Freud57 en 1895 constataba la poca frecuencia de las
neurosis puras. Tampoco hay un solo narcisismo. No se trata de lo mismo en las patologías del
sentimiento de sí (cuadros borderline, paranoia y esquizofrenia); en las patologías del sentimiento
de estima de sí (depresiones); en las patologías de la indiscriminación objeto fantaseado–pensado
con el objeto actual (elecciones narcisistas, diversas funciones del objeto en la economía narcisista);
y en las patologías del desinvestimiento narcisista, que remiten a la no constitución de ciertas
funciones yoicas o su pérdida por exceso de sufrimiento, que lo evidencian, en la clínica, los estados
de vacío del yo. Las cuatro problemáticas tienen que ver con el yo: integridad, valoración,
aceptación de la alteridad, dificultades en las funciones yoicas. (Hornstein, 2013).
De la diversidad de las patologías del narcisismo privilegiaré en este libro las organizaciones
fronterizas, las depresiones y la psicosis.

Metapsicología y clínica de las organizaciones fronterizas

Las organizaciones fronterizas ilustran la complejidad del yo, sus límites borrosos con los
otros y con la realidad interna y externa. Lo que está en juego es la consistencia del yo, la identidad.
Los adolescentes nos enfrentan con situaciones límites, algunos autores consideran la
adolescencia como estado límite cuando el embate pulsional y las exigencias de la realidad
dificultan la salida hacia la exogamia manifestando –a veces- “fragilidades del yo”, “potencialidades
psicóticas”, estados depresivos cuando se pierden espacios u objetos que eran importantes
sostenes narcisistas ya sea como “posesión narcisista” o como “objeto de la actividad narcisista”
(Bleichmar, H. 1997). Si estas manifestaciones son transitorias, como el duelo normal, posibilitan
reorganizaciones fecundas de la estructura psíquica.
Entre neurosis y casos fronterizos hay diferencias descriptivas pero también dinámicas
cuando pensamos psicoanalíticamente. En una neurosis grave la gravedad tiene que ver con la

57En “Sobre la psicoterapia de la histeria” dice: “Las más de las veces cabe designar ‘mixtas’ a las neurosis corrientes; es
cierto que de la neurastenia y de las neurosis de angustia se pueden hallar sin dificultad formas puras, sobre todo en
jóvenes. Los casos puros de histeria y de neurosis obsesiva son raros; de ordinario estas dos neurosis se combinan en
una neurosis de angustia. El hecho de que unas neurosis mixtas se presenten con tanta frecuencia se debe a la
frecuencia con que se contaminan sus factores etiológicos; y ello, a veces por azar, y a veces por los nexos causales
entre los procesos de los que fluyen aquellos factores etiológicos de las neurosis.”

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tenacidad de las fijaciones, con el carácter resistente de la angustia, la poca movilidad de los
síntomas por el análisis y la rigidez de los mecanismos de defensa.
Al abarcar un amplio espectro, es difícil acotar los bordes de las organizaciones fronterizas.
En la neurosis predomina la angustia de castración y en las organizaciones fronterizas la
problemática primordial es la inseguridad en cuanto a la propia existencia, a la supervivencia, a la
identidad. La identidad58 no es un estado sino un proceso. Es un tejido de lazos que articulan
narcisismo, identificaciones, pulsiones, conflictos, la versión actual de la historia, las defensas y los
proyectos. Imagen y sentimiento que como tal refiere a una experiencia interior que corresponde a
un reconocimiento de sí que se modifica en el devenir. Esta identidad tambalea cuando el yo
muestra fracturas: duelos, traumas, enfermedades corporales, pérdidas en general, el paso del
tiempo… Fracturas que no todas serán transitorias. Y la nueva autoorganización, mejor dicho las
renovadas autoorganizaciones dependen de los recursos yoicos que tenga el sujeto.
No hay una sola tópica. Recurrir a las dos permite diferenciar las neurosis de las
organizaciones límites. El trabajo del preconsciente, efectivo en la neurosis, es insuficiente en las
organizaciones límites. En la neurosis hay una clara diferenciación de los lugares psíquicos. Los
borderline, en cambio, muestran desbordes, invasiones entre sistemas, demasiada porosidad entre
las fronteras internas y externas. El preconsciente se revela frágil en las organizaciones límites, su
funcion de contención fracasa y la excitación es desbordante porque falla la capacidad para
transformar las representaciones de cosa en representaciones de palabra. La realidad externa suele
invadir una realidad interna empobrecida.
En el nivel tópico, hay, como se dijo, borramiento de los límites internos y externos que
desdibujan las instancias; en el nivel dinámico, fracasa la represión en favor de los mecanismos de
negación y de escisión; en el nivel económico, se advierten la debilidad del trabajo de elaboración y
de simbolización y el riesgo de desbordamiento traumático. Finalmente, en el nivel de las relaciones
con los objetos, la escisión, la proyección y la identificación se conjugan en el campo de la
identificación proyectiva. Con frecuencia los pacientes borderline dan cuenta de una carencia de
interioridad, de desinvestidura del propio espacio psíquico, de dificultad para estar solos y de
dependencia adictiva.

58 Me referí a las Identidades en el capítulo 4

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En la adolescencia y la primera juventud no es fácil diferenciar, entre organizaciones
fronterizas, el comienzo de la esquizofrenia o de una enfermedad bipolar. Prudencia y precisión en
el diagnóstico se imponen ya que se requieren diferentes abordajes terapéuticos: individuales,
familiares y psicofarmacológicos y la decisión o no de una internación transitoria que, a mi juicio,
sólo debe estar al servicio de evitar un intento de suicido, de regular el nivel de psicofármacos, de
encausar la reinserción del paciente en su ambiente familiar y social evitando etiquetas
nosográficas que para el propio paciente y/o para su entorno pueden actuar como mandatos
identificatorios, lo cual contribuiría a incrementar modalidades sintomáticas, rasgos de carácter,
actitudes defensivas, que, como profecías autocumplidas, se transformen en enfermedad.
Sternbach (2007) se pregunta “¿Cómo distinguir funcionamientos ‘patológicos’ de
modalidades subjetivas que cobran cada vez mayor protagonismo en la actual escena social y que
podrían corresponder a novedosas conformaciones subjetivas acorde al actual y cambiante
imaginario colectivo?” y agrega que muchas de las coordenadas de las organizaciones fronterizas
como la descarga en acción, la implosión corporal, la vacuidad representacional y de sentido, las
soluciones adictivas a la satisfacción pulsional inmediata, no se alejan demasiado de las
conformaciones propias de la subjetividad contemporánea.
En la clínica estos adolescentes muestran pánico a vivir, a investir, a quedar fusionados con
el otro. Angustia difusa. Tendencia a la actuación. Pensamiento fáctico, lineal y poco reflexivo.
Predominan la tonalidad depresiva, las preocupaciones somáticas, el clivaje más que la represión, el
acto más que la fantasía, el “ataque contra el pensamiento” más que la evitación del pensar, la
dificultad en encontrar sentido a sus acciones y a lo que piensan, la promiscuidad sexual, la
indiscriminación con el otro. La inseguridad que sienten estos pacientes, el temor a perder el amor
del otro, no hacen más que testimoniar los límites mal consolidados de su yo. Es difícil para el
tratamiento remontar deprivación afectiva y/o intrusión precoz y/o modelos identificatorios en los
que la respuesta privilegió el acto a la elaboración simbólica por la palabra. El trauma afecta al
psiquismo globalmente, caracterizado tanto por la ausencia de respuesta como por el efecto directo
de ésta, resultando de ello afecciones generadoras de angustias intensas y conductas en las que
prima la violencia, o el ataque cuando temen que pueden ser rechazados, denigrados,
abandonados, traicionados.
Intentaré una síntesis. Desde el punto de vista descriptivo, en el polimorfismo sintomático
prevalecen comportamientos autodestructivos, inestabilidad de las relaciones con los otros,

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impulsividad, síntomas fóbicos y conversivos, fobias múltiples, síntomas psicóticos episódicos,
ideas de persecución, tentativas de suicidio. En el plano de las conductas, se destaca la dependencia
al otro, pero también con frecuencia a la droga o al alcohol y la inestabilidad de las conductas
sexuales con carácter caótico e impulsivo, a veces bajo la forma de relaciones perversas. Los pasajes
al acto son frecuentes. Lo que el paciente teme no es la fragmentación ni el estallido, como en la
angustia psicótica, sino el abandono. Polimorfismo defensivo con despliegue de mecanismos de
defensa primitivos (escisión, idealización primitiva, identificación proyectiva, desmentida y
omnipotencia, etc.).

El otro nunca los satisface. Haga lo que hiciere nunca alcanza a cubrir lo que se espera de él.
Hay una imposibilidad de reconocer la alteridad no sólo en el ámbito de la relación terapéutica sino
en casi todas las relaciones: pareja, amigos, familiares, laborales. Su propia historia los predispone a
la desconfianza, a reacciones afectivas violentas, a un intenso tabicamiento defensivo.59 Esta
inestabilidad afectiva, relacional, a veces desencadena una “locura” pasajera (como las tormentas
de verano o más grave como los huracanes que dejan tendales a su paso) y que también ponen a
prueba la contratransferencia del analista que se ve obligado a variaciones técnicas y a diferentes
estrategias a veces en el transcurso de una misma sesión para sostener un yo que no desfallezca
por la proyección de la desesperanza y encuentre la manera de incrementar la capacidad simbólica
evitando que predominen las angustias arcaicas. Al mismo tiempo gestamos barreras al
“avasallamiento” producto y productor de angustias masivas que reeditan encuentros primordiales
que no pudieron dosificar y regular los estímulos (externos e internos). Entre un torbellino y otro,
hay períodos de cierta estabilidad a todo nivel, con recuperación de la capacidad de pensar sobre sí
mismos y su mundo relacional.
Para contener desbordes traumáticos en el sentimiento de identidad y de existencia habrá
que elaborar y simbolizar. Y no olvidar el tacto clínico. En pacientes severamente perturbados,
algunas situaciones regresivas y repetitivas pueden ser la única forma de salvaguardar el derecho

59“En tales pacientes hay unos principios organizadores, inconscientes e invariantes, a través de los cuales se organiza
toda la experiencia. Desde muy pronto, en su historia, ha cristalizado la convicción de que nada bueno puede suceder en
relación con otra persona, que no existe ninguna posibilidad de que alguien cuide de ellos, y que, en definitiva, están
condenados a vivir y a morir solos, y cualquier esperanza de llevar una vida con sentido basada en sus propios
designios internos es sólo una ilusión y una invitación al desastre.” (Stolorow, R.D; Atwood, G.E).

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de existir. La dependencia afectiva puede servirles como reparo contra la pérdida de identidad o la
desestructuración.60
Con estos pacientes los analistas también trabajan en los límites. Es frecuente la reacción
terapéutica negativa o esa compulsión a repetir que aparece como la subversión del principio de
placer cuando fracasaron las condiciones de instauración que implica la participación del objeto.
Fracaso que puede atribuirse a un conflicto cuya solución no pudo ser hallada entre el
funcionamiento pulsional por un lado y la relación con el objeto por el otro, al fracaso de esa madre
que no pudo sostener libidinalmente al niño –no lo miró, no lo escuchó, no lo entendió- y ofrecerle
su psiquismo para ayudarlo a constituir el propio dejando de ser único objeto de amor y placer, y
proporcionar libre acceso a otros para que el niño pueda instaurar así la relación con la realidad.
Blanca: “No se para que vengo, no quiero ni hablar, siempre te voy a decir lo mismo, siempre
estoy en lo mismo. Otra vez me peleé con Marcelo, como siempre, horrible, nos dijimos de todo. Bueno
ye está luego como siempre nos amigamos pero no quiero hablar más. Me da igual, para que vengo si
nada va a cambiar. En el trabajo no me aguanto más, no quiero ir más. Estoy sola como un perro, es
horrible. Siento que me miran mal. No hablo con nadie, no veo la hora de irme. Quiero cambiar de
trabajo, pero no me llaman de ningun lado. Que voy a hacer de mi vida. No quiero ir mas a mi trabajo.
Pero no quiero hablar más ……”. Y así a sigue toda la hora y las veces que viene se repite la escena y
el cuasi monólogo.
El sentimiento que predomina en mí es la impotencia. Ella no sabe que hacer de su vida y a
mi con ese nivel de pobreza simbólica, de repetición mortífera me es difícil encontrar un atajo para
ayudarla a pensar. Blanca insiste en su monólogo en el que no puede escuchar nada de lo que le
pueda decir, que como ella dice en diversos momentos “hablo, hablo y hablo sin poder parar, porque
necesito descargarme”.
Entender las necesidades psíquicas de un paciente no significa quedar apresados en sus
demandas.

60La experiencia personal y de profesionales que trabajan con alguno de estos pacientes es que se requiere un ámbito
institucional donde el paciente encuentre una red de sostén y pueda ser internado por breves períodos si el caso lo
requiere, sobre todo cuando hay amenaza de suicidio. En pacientes menos graves la asistencia por parte de una pareja
terapéutica, (psiquiatra y psicoterapeuta) posibilita que el paciente diversifique su relación transferencial y tenga
menor vivencia de desamparo.

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Como analistas nos enfrentamos al difícil equilibrio entre una actitud no intrusiva y el tener
que suplir verbalmente carencias sufridas en los primeros tiempo de la vida. (Rother Hornstein,
2003)

Depresiones adolescentes

La depresión, la padecen también los niños y adolescentes: sentimientos persistentes de


tristeza, desánimo, pérdida de la autoestima, ausencia de interés en las actividades usuales,
irritabilidad, somnolencia diurna o dificultad para conciliar el sueño. A veces es una respuesta
transitoria a situaciones de estrés y a las peculiaridades de los cambios corporales, psíquicos y
sociales propios del devenir adolescente.
La depresión tiene que ver con el valor del yo. Valor que refiere al sistema de ideales que
cada quien tenga. Alguien puede sentir fallida su autoestima en algún área de su vida, afectiva,
laboral, relacional, capacidad intelectual sin importarle cuanto lo valoren los otros. Depresión no es
tristeza. Muchos adolescentes se sienten poco estimados cuando su imagen de sí no se corresponde
con la que le demanda su grupo de pares. Frecuente en las adolescentes mujeres en relación a la
imagen corporal.
¿Cuándo debemos inquietarnos padres y terapeutas?
¿Cómo diferenciar entre un estado depresivo transitorio, o lo que Fernandez, (2013) 61
describe como jóvenes con “vidas grises” que hoy vemos con tanta frecuencia. Sin proyectos, con
escasos o nulos intereses, faltos de entusiasmo, no estudian, no trabajan o lo hacen un día sí y un
día no.
Suele ser difícil diagnosticar la verdadera depresión en adolescentes debido a que su
comportamiento normal se caracteriza por variaciones del estado de ánimo, que, en un abrir y
cerrar de ojos, pasan de “el mundo es maravilloso” a “la vida apesta”.
La depresión persistente, el rendimiento escolar inestable, las relaciones caóticas con
familiares y amigos, el abuso de sustancias y otros comportamientos negativos pueden indicar un
episodio depresivo serio. No todos los síntomas son clásicos o fáciles de advertir. Dormir mucho o
por lo contrario dificultad para conciliar el sueño, cambio en los hábitos alimenticios, irritabilidad,

61 Fernandez, A,M, Jóvenes con vidas grises: Psicoanálisis y biopolíticas, Buenos Aires, Nueva Visión

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ansiedad depresiva. “No aguanto más”. Pérdida del interés en las actividades, apatía. Frases
comunes como: “nada me interesa”, “me aburro” , “nada me gusta ni me da placer”, Dificultades para
concentrarse, para tomar decisiones, episodios de pérdida de la memoria (amnesia). Exceso de
preocupación por sí mismo, sentimientos de minusvalía, tristeza o desprecio hacia sí mismo,
culpabilidad ante excesos o conductas inapropiadas, conductas delictivas. Todos estos síntomas
pueden ser signos de depresión. Otro síntoma común de la depresión adolescente es una obsesión
que puede tomar la forma de pensamientos suicidas o temores acerca de la muerte. Planes para
cometer suicidio o intentos reales de suicidio. Frente a estas conductas tenemos que hacer un
diagnóstico minucioso.
En las depresiones “una pérdida de objeto se convierte en una pérdida del yo” (Freud, 1915).
Vicente en su corto trayecto de vida perdió 9 amigos. Salvo dos que murieron por
enfermedad el resto fueron suicidios o “accidentes” como resultado de una conducta suicida;
conducir alcoholizado y a alta velocidad. Su última depresión y abandono de trabajo y de proyectos
fue respuesta directa al “accidente” de su íntimo amigo. A partir de entonces su vida transita en un
deambular sin meta. Proyectos fantásticos que sólo quedan en eso o algunos que emprende pero
abortan antes de florecer. No puede sostener responsabilidades de ningún tipo, ni afectivas ni
laborales ni compromisos sociales que no sean en respuesta a que lo solicitan. Inteligente, con
cantidad de talentos y habilidades, simpático, afectivo pero con un discurso en donde predomina el
“todo me da lo mismo”, “que decidan por mi”, “yo me acoplo”. Puede pasar días encerrado, sin
bañarse, sin comer. Por momentos pasa de la depresión a la manía. ¿Qué sentido tiene para Vicente
investir un proyecto, realizarlo, apostar a un futuro, vincularse amorosamente, si en su corta vida
predominó la muerte de sus congéneres?
El suicidio en los adolescentes se asocia con la depresión al igual que con muchos otros
factores. Violencia, comportamiento imprudente que al límite pone en riesgo la vida; exceso de
alcohol, drogas, velocidad, etc. Aunque no existe un tipo específico de personalidad suicida, se debe
estar alerta ante los siguientes signos:
Retraimiento, urgencia por estar solo, aislamiento, mal humor, cambios significativos de
personalidad, amenaza de suicidio o algunos indicios que pueden ser donación de las pertenencias
más preciadas, despedidas de amigos y/o familiares.

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¡Nunca se debe ignorar una amenaza o un intento de suicidio!62
Las opciones terapéuticas para los adolescentes con depresión son similares a las de los
adultos e incluyen psicoterapia y medicamentos antidepresivos si fuera necesario.

Psicosis: violencia identificatoria

“El pensamiento, hecho de lazos ordena lo incomprensible


y lo inesperado bajo los efectos de una necesidad de orden
de lo viviente que en el hombre implica una necesidad de sentido.
Sentido siempre necesario de complejizarse, profundizarse, jamás cerrado;
a falta de ausencia de desconocido se detendría el pensamiento”.

H. Atlan, Con razón o sin ella.

La locura invoca un drama de dolor y sin razón. “Sin razón o con razón” nos enfrenta con un
discurso que se aleja de códigos compartidos. Testimonio de violencias padecidas precozmente, de
odio, sobre todo en el caso de la paranoia; de indiferencia o no deseo por ese hijo, en la
esquizofrenia; no aceptación de la diferencia. Terreno apto para la acción de desinvestidura, propia
de la pulsión de muerte.
Falla libidinal del discurso parental que evoca fisuras en la historia edípica de los padres, lo
cual les dificulta un proyecto identificatorio para ese hijo que con su sola presencia impone una
alteridad casi intolerable.
A veces en la clínica los relatos del paciente confirman la hipótesis de esa violencia parental
que, más que a la constitución de un yo, apunta a su demolición, presente en los enunciados
identificatorios con los que se dirigen al niño. El yo psicótico queda preso de un conflicto interno
entre el yo identificante y el yo identificado. La violencia pasa por la apropiación del otro a quien no
se le otorga el derecho de ser un diferente. (Aulagnier,1999)
Aun así, la carencia, el deseo de la madre, la opresión social o la locura de los otros no
determinan la psicosis. Estos factores son condiciones necesarias pero no suficientes. Y en el
intervalo entre lo necesario y lo suficiente se sitúa, no solo lo que no sabemos sino también lo que

62“El suicidio, las peleas, los accidentes en moto o automóvil y por imprudencias, como trepar paredes o bañarse en
lugares inadecuados, causan el 61,5% de las muertes entre los 15 y los 19 años y el 62% entre los 20 y 24 años. En los
más grandes los accidentes incluyen los laborales. El suicidio provoca el 24,2% entre los 15 y los 19 años y el 21,8%
entre los 20 y los 24 años.” (Estadística para Argentina de SAP y UNICEF, en La Nación del 19/11/2013).

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convierte a la psicosis en un destino en el que el sujeto tiene un rol propio, que no responde a un
determinismo lineal ni tampoco a una sumatoria azarosa de acontecimientos sino más a un trabajo
de metabolización, de reelaboración, de autoorganización psíquica. Esta propuesta es una opción
metapsicológica en tanto pone en evidencia los fundamentos que hacen a la constitución del
psiquismo: el lugar que ocupa la realidad histórica y material, el estatus del acontecimiento, el
compromiso con el tiempo y el valor que otorgamos al concepto de historia.
Para Freud, la diferencia entre la neurosis y la psicosis es la relación que el sujeto mantiene
con la realidad. La única realidad a la cual el sujeto toma como referencia, que puede afectarlo,
suscitarle su investimento, su odio, o su huida es la realidad humana, en la cual está presente la
manifestación del deseo de aquellos que ocupan este campo de realidad. “Tanto la neurosis como la
psicosis expresan la rebelión del ello contra el mundo exterior; expresan su displacer o, si se quiere, su
incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad […] en la neurosis se evita, al modo de una
huida, un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se lo reconstruye. […] La neurosis no
desmiente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella, la psicosis la desmiente y procura
sustituirla”. (Freud, 1924)
Lugar fundacional de esa realidad externa dependiente, en primera instancia, del discurso
libidinal de la madre que impone desde su historia edípica los primeros enunciados identificatorios
y de factores impuestos desde el medio familiar que le exigen al niño trabajos psíquicos que
exceden su capacidad de respuesta y de defensa contribuyendo a crear un campo intersubjetivo
propicio para una potencialidad psicótica. Tan importante como estos factores es el poder de la
interpretación y del trabajo de reorganización que efectúe la psique infantil para dotar a algunos de
estos acontecimientos -que quizá no tuvieron un valor psicotizante- con una fuerza que lleve a la
psicosis.
La madre del psicótico difícilmente pueda aceptar todo aquello que en su hijo le indique que
ha engendrado un nuevo ser y que ponga en evidencia lo que ella quisiera mantener reprimido: la
aceptación de un lenguaje fundamental o sea el respeto por las leyes de parentesco y la nominación
del afecto. Se le reconoce al padre la participación en la procreación pero se niega que el hijo es
fruto de un deseo compartido. Digamos que el psicótico es testimonio que no hubo deseo de hijo
por parte de los padres. Lo cual no implica que todo niño engendrado sin deseo sea psicótico.
Si en el discurso y el deseo de la madre no hay reconocimiento del padre, el niño queda
atascado en la relación dual.

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¿Y que lugar ocupa el padre real en el pasaje de la dualidad a la triangularidad? ¿Porqué ha
sido tan ambiguo el lugar que la teoría psicoanalítica le otorgó al padre y a su deseo que casi quedó
reducido a la respuesta que da la madre a través de su reconocimiento o su rechazo? La clínica
muestra la importancia que tiene en la configuración psíquica la manera en que el padre está
presente o no y de la manera que se comporta en la escena real, que es como él muestra su deseo
por ese niño.
La relación del padre con su hijo actualizará las marcas de la que tuvo-tiene con su propio
padre. En el padre el deseo de muerte reprimido, será reemplazado por el anhelo consciente de que
su hijo sea aquél a quien se le otorga el derecho de ejercer la función paterna en el futuro.
El niño ingresa al Edipo con una identificación primaria ya realizada, y ese yo especular,
constituye la matriz simbólica de las identificaciones posteriores.
La triangularidad edípica conmueve la omnipotencia narcisista propia de la relación dual. Y
convierte al drama edípico, con sus prescripciones y sujeciones, en figuración prototípica de las
relaciones humanas. El padre prohíbe el incesto del niño/a con la madre y pasa a ser rival y modelo.
Para que el padre sea reconocido como el que tiene el poder fálico no basta con que el niño
sepa que el padre tiene un pene sino que debe saber también que el padre es deseado por la madre.
De igual manera que la madre tiene que ser prohibida al deseo (en tanto que madre) pero ser
pensada como modelo del objeto futuro del deseo (en tanto que mujer).
Precisamente porque prohíbe el niño entra al Edipo con una rivalidad casi fraternal con el
padre. En contraposición al vínculo con la madre el rasgo específico y diferente del encuentro con el
padre es que no se produce en el registro de la necesidad.
El Edipo produce la diferencia y la diferenciación, entre el niño y la madre, diferencia sexual
entre los padres, diferencia entre el ello, yo y superyó.
En nuestra cultura el padre es el referente que hará que el discurso materno, sus exigencias
y sus prohibiciones no sean arbitrarias sino que responden a un discurso cultural que le delega el
derecho y el deber de transmitirlos; cuestión que no está presente en el discurso psicótico.
La represión, en la neurosis, prohíbe desear lo prohibido. En la psicosis, en cambio, prohíbe
pensar lo prohibido, o sea todo aquello que transgreda el lenguaje fundamental. Exceso de violencia
por parte del enunciado parental que encuentra eco en quien lo padece ya que para existir el yo
necesita sentir que ese otro de quien depende lo desea. Se enfrentará así con un vacío de deseo.
Este vacío lo llevaría a un desinvestimiento de sí mismo. Para evitarlo, el yo recurre al pensamiento

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delirante primario cuya función es interpretar la violencia y ligarla a una causa que le permita
preservar a la madre como soporte libidinal.
Ese cuento amoroso que todo niño quiere escuchar de sus padres, en los hijos psicóticos es
un cuento de desamor, de queja, de descalificación de la pareja. Experiencias comunes (el destete, el
control de esfínteres, la separación, la eventual enfermedad o el duelo) revestirán carácter
traumático, no a causa de la proyección del sujeto sino en razón de cómo fueron transmitidas por
los padres. Es frecuente también la ausencia de recuerdos por parte de los padres o la transmisión
de una “infancia feliz” pero dicha sin carga afectiva. El sujeto psicótico queda desposeído de toda
autonomía respecto a su pasado porque ni el yo puede autocrear sus propios enunciados
identificantes ni éstos están presentes en el discurso de la madre. La madre no lo reconoce en una
imagen narcisizante y valorizada, y tampoco le ofrece ni la imagen de cuerpo unificado ni de un
espacio de pensamiento propio.
El delirio es la última defensa que realiza el yo psicótico para dar sentido a la pregunta sobre
el nacimiento, el origen del cuerpo, el placer, el displacer, el deseo y preservar con desesperación el
funcionamiento de una instancia hasta tal punto desgarrada.
Aulagnier postula que en la psicosis el yo se ve confrontado con una triple negación y una
triple violencia: se le niega el derecho a reconocerse como poseedor de una función pensante
autónoma y el placer de crear pensamientos. Se le niega todo derecho a pretender verdaderos los
sentimientos experimentados y se le impone un relato histórico que carece de todo fundamento y
que oculta esa falta remplazándola por un enunciado falso. Este tercer momento redobla y
amplifica un pictograma en el que no predominaron experiencias de fusión y a un proceso primario
que no puede otorgar al deseo materno la causa de un estado de placer.63
La psicosis pone en evidencia la lucha del yo contra un desinvestimiento cuya intensidad
amenaza con la desaparición del conjunto de los espacios que necesita para relacionarse, nutrirse,
existir. Lo que está en riesgo es su propia desaparición.
Piera Aulagnier (1975) introdujo lo originario como proceso de metabolización de la
primera experiencia de encuentro con el pecho, anterior a lo primario y secundario de Freud.
Introducirlo fue para ella una necesidad de su clínica de la psicosis. Descubrió así una fase anterior
a la organización de los escenarios fantasmáticos. Porque éstos implican un grado de desarrollo del

63 Vease La violencia de la Interpretación, Aulagnier, P. 1975

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aparato psíquico y una integridad de su funcionamiento que no están asegurados en la psicosis. De
ahí que la comprensión del discurso delirante no se reduzca a las fantasías que presente. Es
ingenuo creer que el inconsciente del psicótico se presenta a cielo abierto o que del pictograma64 se
puede tener un conocimiento directo, pero el analista puede entrever algunos de sus efectos e
intentar construir un modelo que al yo le resulte familiar tanto en los pacientes psicóticos como en
algunas experiencias de extrema angustia en un neurótico.65
Importa tener en cuenta tres puntos porque implican diferencias teóricas que modifican la
manera en que abordamos la psicosis: 1) El análisis que uno haga de los mecanismos de defensa
más precoces y las consecuencias de su abandono o su prolongación. 2) La importancia que se les
otorgue a los factores exteriores en la respuesta que tenga la psiquis a la frustración, la separación
y la castración, siempre presentes en un encuentro. 3) El rol que se le acuerde a los efectos
retroactivos al encuentro que a lo largo de la infancia se imponen al yo.
Nadie puede prever qué conflictos, qué duelos, qué sorpresas beneficiosas, impondrán al yo
los otros y la realidad, ni cuál será la manera en que el yo responda. El análisis da cuenta que es en
el curso de la infancia donde se produce esa abanico de respuestas de las que es posible disponer
para afrontar o para huir de las situaciones de violencias padecidas en esos primeros tiempos.
El aposteriori tiene un efecto organizador y promotor de lo nuevo en tanto actúa
retroactivamente sobre el pasado. El segundo acontecimiento determina la significación del
primero. El paciente reescribirá su historia en las sucesivas tentativas de puesta en sentido. Cada

64 Aulagnier,P (1975) La noción de pictograma retoma de manera original el concepto de pulsión y nos confronta con
las mismas dificultades que el pasaje de lo somático a lo psíquico.
Lo originario como primera inscripción psíquica está siempre presente (en sombras) recubierto por el funcionamiento
de los otros dos sistemas, pero jamás se dejará traducir adecuadamente por el pensamiento. La paradoja es que lo
originario es un impensable para el yo y, sin embargo, solo desde el yo es posible teorizar sobre él. Como comenta
Freud en el “Yo y el Ello” la consciencia es la única antorcha en la oscuridad, pues sólo desde la consciencia podemos
acceder a lo inconsciente.
65 Freud, (1937) en “Construcciones en el análisis” dice “Quizá las formaciones delirantes en que con regularidad

hallamos articuladas estas alucinaciones no sean tan independientes, como de ordinario suponíamos, de la pulsión
emergente de lo inconsciente y del retorno de lo reprimido. Y agrega ..” no sólo hay método en la locura, como ya lo
discernió el poeta, sino que esta también contiene un fragmento de verdad histórico-vivencial; lo cual nos lleva a
suponer que la creencia compulsiva que halla el delirio cobra su fuerza, justamente, de esa fuente infantil.” Reconocer
este núcleo de verdad lo invita a desarrollar el trabajo terapéutico. “Este trabajo consistiría en librar el fragmento de
verdad histórico-vivencial de sus desfiguraciones y apuntalamientos en el presente real-objetivo, y resituarlo en los
lugares del pasado a los que pertenece. En efecto, este traslado de la de la prehistoria olvidada al presente o a la
expectativa de futuro es un suceso regular también en el neurótico” … “Opino que tales empeños con psicóticos habran
de enseñarnos mucho de valioso, aunque el éxito terapéutico les sea denegado.”

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momento mutativo produce un movimiento de tipo recursivo que al modificar la historia da sentido
a otros recuerdos creando otros lazos.
Habría dos posiciones extremas. Algunos psicoanalistas no le dan ninguna importancia a la
realidad que el sujeto encuentra sino que consideran solamente el propio funcionamiento psíquico,
sus fallas, su constitución, como única medida de posibilidad para enfrentarse con la realidad.
Mientras que a otros psicoanalista poco les importa el potencial psíquico sino que piensan que es la
organización preexistente del “mundo” lo que viene a determinar su estructura. Ambas posiciones
son reduccionistas.
Es de la realidad de los acontecimientos encontrados de donde la psique toma en préstamo
los materiales para construir su mundo representacional y afectivo. Pero no es menos cierto que la
historia de un sujeto implica romper con cierto criterio de simetría entre un antes y un después.
Pensar el concepto de temporalidad es pensar que siempre hay un devenir, el antes no lo dice todo.
La historia se va construyendo de coherencias y acontecimientos. La coherencia es efecto de
referentes que pueden resistir el impacto desestructurante de algunos acontecimientos si, con el
trabajo de metabolización, se vuelven insignificantes. En el caso de una potencialidad psicótica,
esos mismos acontecimientos pueden poner en evidencia las perturbaciones ya padecidas por el yo
en un tiempo anterior. Pero también los acontecimientos pueden hacer surgir nuevas versiones de
esa historia.
¿Qué pasaría si… o que hubiera pasado si...? son preguntas del historiador, del físico, del
psicoanalista, cuando se enfrentan con un sistema no totalmente manipulable ni controlable. Son
preguntas que no remiten a una ignorancia contingente ni superable sino que definen la
singularidad de momentos de encrucijada en los cuales el comportamiento del sistema se hace
inestable pudiendo por lo tanto, frente a determinados hechos significativos, evolucionar de
acuerdo a una amplia gama de posibilidades. En esos momentos de máxima inestabilidad nuestro
conocimiento de algunos factores determinantes no nos permiten deducir un pronóstico.
En la psicosis hay empobrecimiento identificatorio, cierta inmovilidad que responde a la
fragilidad de un psiquismo al que se le ha cercenado el alimento psíquico, ese deseo de los padres
de pensar en “su Majestad el bebé”. Empobrecimiento que se refleja en la rigidez gestual y de
pensamiento, en la escasa movilidad de la construcción identificatoria. Estamos más ante la
presencia de lo imitativo, adaptativo que frente a un verdadero trabajo de identificación.

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ADOLESCENCIA: UNA CLÍNICA CONVULSIONADA
LUIS HORNSTEIN

El psicoanálisis es contemporáneo de sí mismo o no es más que una liturgia. Se alimenta de


otros saberes y de la realidad. Sólo así puede, como de hecho lo hace, enriquecer otros saberes.
Hace mucho que recurro a la teoría de la complejidad, que la pongo a prueba en mis escritos. Me
permite salir de las encerronas, por ejemplo entre determinismo y azar, entre causa y efecto, entre
sistemas abiertos y cerrados. En muy pocos casos el sujeto es un sistema cerrado, condenado a la
repetición. En general es un sistema abierto, a menos que lo cerremos o entornemos nosotros con
una teoría-práctica cerrada. Los encuentros, vínculos, traumas, realidad, duelos lo autoorganizan.
Un bucle autoorganizador reemplaza la linealidad causa-efecto por la recursividad. Los productos
son productores de aquello que los produce. La subjetividad está inmersa en lo socio-histórico
entramando prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología y prohibiciones. Es producto
de una interacción constante entre “lo biológico” y “lo social” a través de la cual se construye la
historia. Y no se trata de echar un vistazo a las otras teorías sino de esforzarse por entenderlas,
multidisciplinariamente. De ese modo evitamos los reduccionismos (sociologismo, biologicismo,
etc.) y el miedo al contagio. Buscamos, por supuesto, la articulación psicoanalítica.
El psiquismo –y puedo fundamentarlo- es un sistema abierto autoorganizador que consigue
transformar ruidos desorganizantes en información complejizante. Es un sistema complejo en tanto
convierte a los ruidos-traumas no en disgregación sino en complejización (Hornstein, 2006)66.
No hay una esencia humana. La subjetividad se construye en las relaciones sociales.
Tampoco existe la familia como totalidad autónoma y menos aún como unidad biológica-natural. La
familia es un universo de factores socioculturales. Esto es polémico. Porque quedan todavía
psicoanalistas para los cuales lo humano deriva. Dicen que deriva de necesidades o instintos
(postulados como primeras motivaciones psíquicas). Para ellos, no hay creatividad humana.
(Explícitas o implícitas, esas ideas suponen la naturalización y eternización de formas
históricamente transitorias de existencia.)
Por un lado las ideologías de la época soslayan la subjetividad. Por otro, los psicoanalistas
anticuados abogan por una subjetividad que es solipsismo. Ni lo uno ni lo otro. He postulado una

66Este no es, ni podría ser, un curso acelerado de “teoría de la complejidad”. Invito al lector a consultar las fuentes: Atlan, Morin,
Castoriadis, Varela. Incluso a los lectores que han conocido algunas nociones por mis escritos anteriores.

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subjetividad encarnada y socializada, biológica y simbólica. La escucha y la mirada se abren así a
una heterogeneidad de inscripciones y de memorias. Toman otro lugar fuerza y sentido,
representaciones y afectos. Los dilemas orden/desorden, permanencia/cambio, ser/devenir
demuestran ser falsos dilemas. No creemos en el advenimiento de lo nuevo aunque sea absurdo, por
mera apuesta voluntarista. Lo hemos logrado con el paciente.
Casi todos trabajamos con familias occidentales y sabemos poco de las otras familias. La
familia occidental es patriarcal y exogámica. ¿Sigue siendo tan patriarcal? ¿Hay muchos tipos de
familias occidentales y las reducimos a una? Nos esforzaremos por discriminar las formas
ideológicas que gobiernan la representación de la maternidad y de la paternidad.
Marx lo dijo así: “la esencia humana no es una abstracción inherente al individuo aislado, es en
su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Se opuso al presuponer una naturaleza dada e
inmutable, anterior a todo proceso cultural y social. El sujeto, en verdad, no tiene esencia. Es una
combinatoria de constantes y cambiantes condiciones históricas con su patrimonio cultural
específico.
Las condiciones de producción de subjetividad no es un dato que se tenga sino un dato que se
debe producir. Al modo del director de orquesta, pero sin partituras, la cultura orquesta prácticas,
discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología y prohibiciones.
Hay subjetivación cuando el ser puede acontecer, cuando las posibilidades se actualizan,
cuando no se es todavía lo que un día se será. La alteración es poder convertirse en otro (devenir
otro) sin dejar de ser uno mismo. No se pierden todas las cualidades, sino algunas.67 Y se adquieren
unas nuevas. La alteración es la forma viva de la subjetividad. Mientras que la alteridad, a diferencia
de la alteración, supone una relación entre dos seres. Es lo opuesto a la identidad (principio de
identidad), es aceptar lo diferente (principio de alteridad) (Hornstein, 2011).
Para Beck, la actual es una “sociedad de riesgo”. Hay tanta incertidumbre que se hace
imposible imaginar el futuro. Han estallado las normas tradicionales, y el adolescente no sabe a qué
atenerse. Se le exige ser exitoso en lo económico, estético, sexual, psicológico, profesional, social,
etc. En un mundo fascinado por el éxito, el rendimiento y la excelencia, hay tensiones fuertes entre
las metas y los logros. Si la persona se siente apta para el futuro, toma como desafío la búsqueda de
nuevos objetivos, de nuevos proyectos. Si el futuro la asusta, se repliega a la nostalgia.

67 Si se perdieran todas, si se abolieran los reparos identificatorios…

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Duelos, traumas y excesos

Los duelos masivos y los traumas hacen zozobrar vínculos, identidades y proyectos
(personales o colectivos). Sin proyectos, la vida no tiene sentido. Para que la trama cultural pueda
ser productora de un narcisismo trófico, que apuntale identidades, proyectos, ideales, se requieren
cambios colectivos y personales. El terrorismo de estado, la hiperinflación, el terror en todas sus
facetas, la corrupción y la fragilidad institucional no surgen por generación espontánea. Y son
excesos que exigen tramitación.
El recién nacido no es una tábula rasa, no es un palimpsesto. Recibe muchas “escrituras”,
con las que paulatinamente irá haciendo su propia “escritura”. Recibidos y dados, son voces,
caricias, gestos, afectos. No siempre será una lectura fácil, para él y para el futuro analista. Se va
desarrollando la crianza. Consiste en dar a un hijo raíces (para crecer) y luego alas (para volar). En
las primeras relaciones un bebé puede experimentar la seguridad o bien el terror y la inestabilidad.
En las posteriores un niño puede tener la experiencia de ser aceptado y respetado o rechazado.
Algunos niños experimentan un equilibrio entre protección y libertad. Otros, una sobreprotección
que los infantiliza.
Los otros van cambiando. Apenas nacidos, somos pura necesidad. Enseguida conocemos el
placer de ser abrazados. Después (ya adolescentes) tenemos relaciones amorosas y sexuales.
Después, el placer del trabajo y de otras actividades. Pero no pasamos automáticamente. No se trata
de una transición natural, sino de una transición regada por el lenguaje, la simbolización, la
creatividad, que los otros nos procuraron hasta que estuvimos en condiciones de procurárnoslos
por nosotros mismos (Hornstein, 2013a).
El adolescente busca reconocimiento y lo obtiente de dos modos. Por conformidad, siendo
como los demás, miméticamente. O por distinción, animándose a ser distinto y a lograr que los
demás valoren esa diferencia. Por supuesto, lo común es una mezcla de ambos modos. Ser como los
demás representa una garantía de aceptación social. Buscar el reconocimiento por distinción les
sirve para afirmarse y construir su identidad.
Los adolescentes perciben hoy mas que en otros tiempos la dificultad en realizar sus ideales.
Se les mueve el piso. Sienten incertidumbre sobre sus logros y vínculos. Idealistas, transgresores,
irreverentes, estimulantes, en busca de consolidar la identidad torean con las generaciones que van

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dejando atrás, las cuales son forzadas a reformular sus códigos. Inmaduros, irresponsables,
cambiantes, juguetones, reivindicadores, en última instancia practicantes deseosos de lograr cierta
estabilidad, aunque muchas veces estén al borde del colapso, la mayoría logrará sortear este
tránsito sin caer en el intento. (Lerner,2006)
Los adolescentes se rebelan. ¿Pero qué es rebelarse? Es rechazar costumbres, códigos e
ideales que encuentran a su paso. Es ir creándose los propios. Es vivir una inestabilidad. Se ríen
de todo y a la vez sufren de todo. Confrontan, son peleadores. Confrontan a los padres, a los
educadores, a la sociedad. Los padres por momentos tambalean ante esa descalificación que les
viene de afuera y a veces se suma a la inseguridad de adentro. Algunos ceden o insisten en
sostener una ilusoria omnipotencia que no hace mas que desacreditarlos ante la mirada de los
hijos. Los educadores lidian con la irreverencia, las transgresiones, los padeceres, pero también
con esa vitalidad estimulante. ¿Podrán posibilitarles el despliegue de la creatividad?
La indiferencia crece. El fenómeno es visible en la enseñanza donde el prestigio y la
autoridad del cuerpo docente prácticamente han desaparecido. Como si el Maestro fuera un
obsoleto personaje de los Grandes Relatos, el discurso del maestro ha sido desacralizado,
banalizado. Pero relatos sigue habiendo, y lo peor es que se disfrazan de naturalidad, y hasta
pretendiedo carecer de ideología. El colegio se parece a un desierto y muchos jóvenes vegetan sin
grandes motivaciones. Es que no se trata sólo del colegio ni sólo de los jóvenes.
Pensar la adolescencia es indagar sus códigos, propios de cada época, de cada generación, de
cada subcultura. ¿Cómo incluir los efectos de los cambios de lo histórico social en las
configuraciones subjetivas?
Estos jóvenes ya no habitan el mismo espacio, no se comunican de la misma manera, no
perciben el mismo mundo. Estos cambios se dan en la educación, el trabajo, las empresas, la salud,
el derecho y la política. Ocuparse de la juventud implica ocuparse de todo. Lo colectivo deja lugar a
lo conectivo. Es necesario trascender los marcos caducos que siguen formateando nuestras
conductas. No se trata de destruir nuestras instituciones sino de analizarlas, desde el psicoanálisis y
desde los distintos saberes. Y analizarlas es transfomarlas. Las constelaciones que vemos brillar -
nos enseñan los astrónomos- ya están muertas hace rato (Serres). A las instituciones les pasa algo
parecido.
Los adolescentes tienen que encontrar un modus vivendi. El modo de vivir es algo abstracto,
evasivo, difícil de definir. Pero a la vez es concreto como una herramienta. Se necesitan

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herramientas para tramitar las nuevas realidades, procurarse sus objetos amorosos, investir
nuevos espacios, apropiarse de otros modelos identificatorios. Multiplicidad de voces y espejos
en los que cada adolescente intenta encontrar su identidad. Herramientas que se toman y se
transforman o se deja. Lo que implica duelos.
Los padres recuerdan su sexualidad adolescente en un ámbito privado, íntimo, ligado al
amor, al deseo por otro y no por cualquier otro. A veces su recuerdo es demasiado rosado. Y ven
que la sexualidad actual ha perdido el valor de vínculo con otro como diferente, que el sexo es
“express”. No importa ante quién, ni para quién ni con quién. Ciertas conductas sexuales actuales
que se presentan como sinónimo de libertad, de igualdad de géneros o de diferencia generacional,
en el interior de nuestros consultorios las vemos como confusión y angustia, depresión,
aburrimiento, sentimiento de vacío, falta de proyectos, baja autoestima, poca capacidad para pensar
antes de actuar y un profundo sentimiento de soledad en compañía, envuelta por los oropeles del
ruido, del alcohol, de la droga, de la violencia que llevan a que esas transgresiones tan propias de la
adolescencia pasen el límite que hace de lo transformador una puesta en riesgo de la vida. (Rother
Hornstein, 2014)
Aceptar la diferencia generacional permite un diálogo y una confrontación productiva
propiciando a esa creatividad estimulante propia de los adolescentes para amortiguar ciertos
aspectos de la violencia del estallido juvenil.

Clínica del adolescente

La clínica del adolescente ha oscilado entre dos maniqueismos. O toma al adolescente como
un colmo de angustias y de duelos. O considera almibaradamente a la adolescencia un tiempo pleno
de vida.
Siempre el maniqueísmo es el resultado de pensar mal o pensar poco. De actuar poco. Hay
que mirar, escuchar, sentir y pensar al adolescente. Advertiremos entonces oscilaciones intensas de
la autoestima y del sentimiento de identidad; desesperanza; no construcción de la alteridad;
inhibiciones diversas; apatía; hipocondría; trastornos del sueño y del apetito; ausencia de
proyectos; crisis de ideales y valores; trastornos en la simbolización; identidades borrosas;

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impulsiones; adicciones; labilidad en los vínculos; trastornos psicosomáticos. ¿Datos sueltos?
Articulemos. Actuemos.
¿Con qué articularlos? Con nuestras herramientas teóricas: relación realidad-fantasía; teoría
del sujeto; series complementarias (historia lineal o recursiva); infancia: destino o potencialidad;
narcisismo patológico y trófico: consistencia, fronteras y valor del yo; relación verdad material-
verdad histórico vivencial-realidad psíquica (en la infancia y en la actualidad). Esforzándonos hasta
lograr articular. Articular constelaciones conceptuales con conceptos que antes estaban sueltos y a
la deriva.
El “último modelo” en un segundo pasa a ser obsoleto. Vivimos en la obsolescencia
acelerada. Hoy “se usa” el compromiso light. Algo falla en esta huída ante el sentimiento que
necesita drogas diversas, anabólicos, bebidas energizantes. ¿Por qué un joven empieza a consumir
droga? Porque la sociedad valoriza el vértigo y la excitación y porque los narcotraficantes tienen
mucho poder. Porque sus amigos han probado y él no se anima a ser diferente. Porque sus ídolos
consumen. Porque padece de un tedio insoportable. Porque los padres se atracan con ansiolíticos o
antidepresivos.
Hoy los adolescentes parecen buscar el desapego emocional. No se advierten en sus
relaciones compromisos profundos. Los celos y la posesividad están mal vistos. La sexualidad
pretende lograr un estado de indiferencia. ¿Para protegerse de las decepciones amorosas?
En los consultorios se asiste a otra cosa. La clínica del adolescente nos interpela, nos desvela.
Hasta que vamos encontrando respuestas suficientemente buenas. Y vamos estando en condiciones
de trabajar el desvalimiento. En ese, como en otro cualquiera, no se trata sólo de traumas infantiles
sino situaciones traumáticas deshistorizantes (angustia difusa, vacío psíquico, desesperanza)
(Hornstein, 2003).
El modelo con el cual pienso los conflictos adolescentes no es el de la lengua, sino de fuerzas.
Esas fuerzas son: las pulsiones, los ideales, la realidad, los traumas.68
Evito así dos peligros: una teoría traumática simplista (que elimina la recursividad en la
causalidad psíquica) y el idealismo de pensar el mundo fantasmático sin tener en cuenta las
reactualizaciones que sobre la realidad psíquica genera la realidad material.

68 Foucault, en el año ´77, dice: “la historicidad que nos arrastra no es lenguajera sino belicosa”. Y agrega: “El modelo con el cual pienso
la historia no es el modelo de la lengua sino el de la guerra”. En ese mismo año dice: “nadie puede ser más antiestructuralista que yo”.
Foucault había sido uno de los padres del estructuralismo.

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Si la clínica no es abordada desde el paradigma de la complejidad, es jibarizada.
Reconocemos, cuando los hay, los desequilibrios neuroquímicos. Pero la subjetividad resulta de la
acción conjunta de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y
humanos, las condiciones histórico-sociales y las vivencias.
Como Freud, nos nutrimos de la ciencia contemporánea, que no es la de la época de Freud.
Aquella creía que podía eliminar al observador. Nuestro método incluye iniciativa, invención, arte,
hasta devenir estrategia. Y al incluir excluye. Nada de programas y recetas. La estrategia está en
condiciones de lidiar con la incertidumbre. No teme la incertidumbre.
Un analista trabaja siempre con su disponibilidad afectiva y con su escucha. En la clínica del
adolescente se le solicita algo más: su potencialidad simbolizante, no sólo para recuperar lo
existente, sino para producir lo que nunca estuvo.69

El desvalimiento adolescente

Para hablar del desvalimiento del adolescente viene a cuento la respuesta que dio Román
Jakobson ante la pregunta de cómo él había decidido ser lingüista. Respondió “no es que yo he
decidido ser lingüista, sino que los demás hombres decidieron dejar de serlo”.
La historia comienza con el desvalimiento. ¿Qué dimensión puede tener sino traumática?
Todos fuimos desvalidos, es decir, sin recursos ¿de donde procedieron los recursos? Y en cuanto
ese acopio nos alejó del desvalimiento. Esa transformación del desvalimiento es indisociable de la
constitución del sujeto y su consideración no es posible aislada del edipo y sus grandes ejes:
identidad y diferencia, deseo y prohibición, yo y alteridad.
Predomina el desvalimiento cuando los otros no pudieron construir los objetos
transicionales. Su lugar, que debió ser ocupado por el lenguaje, la simbolización, la creatividad, se
verá invadido por las somatizaciones, las actuaciones o por la depresión vacía.
Veamos cómo logra el adolescente no estar demasiado a expensas de los vasallajes del
cuerpo, de la realidad, del sistema de valores y de las múltiples turbulencias.

69 Del miedo a las prótesis y de la implicación subjetiva me he ocupado en Las encrucijadas del psicoanálisis (FCE, 2013).

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A veces prevaleció un fracaso en su historia libidinal e identificatoria. A veces duelos,
traumas actuales, enfermedades orgánicas, sacuden momentáneamente el psiquismo. Estructurales
u ocasionales, son ambas situaciones que llevan al desvalimiento.
Observemos el nexo entre las dificultades en la actividad de representación, las
particularidades de los procesos de pensamiento, y ciertas modalidades de tramitación de los
afectos. La representación ya no es un dato sino el resultado de un trabajo. En el desvalimiento
predomina la descarga y la repetición de lo traumático (mas que la elaboración psíquica), la
tendencia al actuar y a la desorganización del yo. La ausencia y la pérdida constituyen las
condiciones fundantes no solo de la actividad de representación, sino también de la cualificación de
los afectos asociados a las representaciones. Las huellas afectivas preservan la memoria del otro en
el psiquismo. La presencia del otro interiorizado apaciguará los afectos de desvalimiento70.
La cómoda, para el psicoanalista que trabaja con adolescentes, es refugiarse en la técnica.71
El desafío, poner a prueba su singularidad y hacer sus opciones dentro de la diversidad actual del
psicoanálisis. ¿Acaso existe el psicoanalista “objetivo”, el receptáculo que recibe las identificaciones
proyectivas sin añadirles los elementos propios de su realidad psíquica? El analista es algo más que
el soporte de proyecciones y de afectos movilizados por la regresión del paciente. La
contratransferencia revelará al analista no sólo su “saber” sino también su capital libidinal y
relacional que remite a su propia historia. ¿Estará preparado? Su subjetividad es una caja de
resonancia historizante e historizada.

Yo ideal-ideal del yo: politeísmo de los ideales

Todos lo sabemos, el niño pierde la ilusión de una fusión perfecta con la madre. Y esa ilusión
de autosuficiencia deja paso a un sentimiento de inferioridad.
El niño amado era un yo ideal (su majestad). Será destronado cuando descubra que la madre
no lo ama incondicionalmente. El yo ideal deviene ideal del yo. Hoy en día nos encontramos no sólo
con ideales muy exigentes, sino con conflictos entre ideales contradictorios o (peor aún) con la falta
de ideales.

70 Véase Hornstein (2011).


71 Que será técnica perimida, obsoleta.

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El ideal del yo articula narcisismo y objetalidad, principio de placer y de realidad. El ideal del
yo implica proyecto, rodeo, temporalidad. El niño proyecta su ideal del yo sobre modelos sucesivos.
Frustraciones y gratificaciones dosificadas (raramente “óptimas”) lo impulsan a desprenderse de
tales satisfacciones y lograr tales otras. Cada momento histórico le proporciona gratificaciones
conservando la esperanza de recuperar la plenitud narcisista. Cuando se instaura el ideal del yo la
pulsión ya no persigue una descarga automática, y el placer ya no resulta de una simple baja de
tensión (Hornstein, 2000).
El yo abre un primer acceso al futuro debido a que ha podido reconocer y aceptar una
diferencia entre él mismo tal como se representa, él mismo tal como devendrá y él mismo tal como
se descubre deviniendo. Freud postula fases. El yo-ideal (fase animista). El narcisismo proyectado
sobre los padres, en que la omnipotencia se desplaza en beneficio del objeto (fase religiosa). Y un
momento en que el individuo acepta las exigencias de la realidad (fase científica).
El niño accede a los otros objetos gracias a ese gran mediador: la madre. El niño demanda
amor a ese protector omnipotente. Algunos apoyos le son dados incondicionalmente. Otros, con
condiciones, según su desempeño. En el primer caso, el niño entiende que tiene cierto valor, puesto
que sus padres lo aman contra viento y marea. Pero este amor incondicional no lo prepara para
provocar amor en personas que no sean sus padres.
Cuando cesa la fusión con la madre, esa separación lo hace depender de la mirada de la que
se espera aprobación y amor. Entonces se construye el yo y sus ideales de independencia,
autonomía, nutrido por el narcisismo, pero también su reverso: la angustia de ser alguien sin valor
y sin interés. Surge otra cadena causal que relaciona el juicio del otro, la diferenciación social, el
sentimiento de inferioridad, el desmoronamiento de la imagen idealizada de los padres, el odio, el
desprecio, la ambivalencia y la diferenciación.
Mencionamos “narcisismo”, concepto complejo, difícil. El narcisismo integra diversas
corrientes: la de la búsqueda de autonomía y autosuficiencia con respecto a los otros, la pretensión
de dominar y negar a los otros, el predominio de la fantasía sobre la realidad. Por un lado, la
indiscriminación entre el yo y el otro; por otro, la regulación de la autoestima así como el interés
exacerbado por la identidad (Hornstein, 2000).
Nos corresponde correlacionar lo histórico social y la constitución subjetiva mediante la
noción de narcisismo. El adolescente actual está sometido a los mensajes de los medios de

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comunicación masivos. Los adolescentes se repliegan a sus preocupaciones personales: la “mejora”
de su cuerpo y su subjetividad.
Hay un narcisismo patológico, claro, pero también un narcisismo trófico. El patológico a
veces se confunde con un exceso de amor propio, siendo todo lo contrario. El individuo carece de
amor propio. Realiza esfuerzos insaciables por sustituirlo por la admiración externa. Así
carenciado, el yo es amenazado por la desintegración, por la desvalorización o por una sensación de
vacío interior. El vivir se concentra (y se agota) en uno mismo. Mientras que en el narcisismo
trófico el interés irriga metas y actividades. Se diversifica. Las actividades conciernen a las
ambiciones, los ideales, el compromiso con los otros, y ya no importa casi mantener y promover la
identidad y la autoestima, ahora convertidas en productos colaterales de tales actividades.
Alcanzada cierta cohesión de la identidad y de la autoestima, la persona es más libre para orientar
su vida no por motivos narcisistas, sino por la realización de deseos y proyectos.
Gracias al narcisismo trófico, el yo mantiene la cohesión, la estabilidad (relativa) del
sentimiento de sí y la valoración del sentimiento de estima de sí. El narcisismo trófico nutre al
psiquismo: conforma al yo, los ideales, las ilusiones y los proyectos (Hornstein, 2000).
Decir que la sociedad actual “ya no tiene fundamento” quiere decir o que ocultamos sus
fundamentos o que no somos capaces de verlos. No existirá nunca una sociedad sin valores. Esos
valores no siempre son los de cada uno, pero están. Y conforman la sociedad y la subjetividad.
No hay tanto una crisis de valores como una crisis del sentido mismo de los valores y de la
aptitud para guiarnos. Tambalean los marcos morales heredados de las grandes confesiones
religiosas, pero también se desdibujan los valores laicos que pretendieron reemplazarlos (ciencia,
progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). Ya no existe un patrón fijo
sino que los valores fluctúan en un amplio mercado. Un laberinto que nos marea.
No es éste el lugar para desarrollar el tema de la globalización, pero sí para recordar que sus
efectos (inherentes o indeseados) deben ser estudiados multidisclinariamente. Constatamos que se
han debilitado los lazos sociales y que se ha borrado la dimensión de la vida pública. Las sociedades
contemporáneas cultivan dos discursos aparentemente contradictorios. Por un lado quisieran
revitalizar la moral. Por el otro exhiben su costado decadente. Aumentan la delincuencia, la
violencia, el narcotráfico, la drogadicción, los delitos financieros, la corrupción en la vida política y
económica.

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Foucault define la ética “como la elaboración de una forma de relación del individuo consigo
mismo que le permite constituirse en sujeto de una conducta moral”. No la define en relación con una
ley, que es lo propio de la moral. El sujeto moral debe ajustarse a una ley preexistente mientras que
el sujeto ético se constituye sólo por su relación con la ley a la que adhiere. En la ética así definida la
libertad retoma sus derechos, incluidos los de desobedecer cualquier ley, reglamento u orden que
fuera contrario a su ética.
La ética no le dice a un individuo lo que debe hacer, no le exige aprobar una visión del
mundo, a lo sumo, le indica en qué casos tiene el deber de decir no. La ética y la moral pueden
enfrentarse y permitir así a cada individuo el ejercicio de su libertad.
Las modificaciones en los modos como los hombres actúan como resultado de
acontecimientos históricos, cambios tecnológicos, modificaciones de las formas familiares, la
«cultura» incide en la valoración. ¿Cuáles son las metas, ideales o modelos de estas diferencias
culturales? ¿Qué códigos apoyan estos ideales?
Cuando el futuro se presenta amenazador e incierto, queda la retirada sobre el presente. A la
vez que pone el futuro entre paréntesis, el sistema procede a la “devaluación del pasado” por su
avidez de abandonar las tradiciones.

Sufrimientos

En los sufrimientos predominantes incide lo socio-cultural. Los valores personales son


instituidos en la infancia pero no de una vez y para siempre. No dejan de resignificarse a lo largo de
la vida. Y día por día son afectados por los valores colectivos. ¿Cómo? Tendremos que estudiarlos.
En tanto realidad y fantasía no coinciden, el sufrimiento es el precio de reconocer la
diferencia, en vez de negarla. El exceso de sufrimiento es la experiencia de un sujeto que está
enfrentado a la pérdida, al rechazo, a la decepción que le impone un otro investido. El sujeto apela a
la desinvestidura, que, si está al servicio de la pulsión de vida, preserva la posibilidad de un nuevo
soporte. Pero en su desesperación el sufriente puede desapegarse de la “causa” del sufrimiento y
tirar el bebé con el agua de la bañadera. Es decir, empobrecer sus relaciones.
¿Qué es “investir”? Para “Investir” como para “invertir” hay que apostar. No hay garantías. Y
el sufriente siente que tiene poco o que no tiene nada. Vivir es arriesgar. Y el sufriente siente que no

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puede arriesgar lo que tiene. Incluso, atemorizado, recurre a “desinvestir”: retira la inversión, el
entusiasmo, el interés. De los otros y de la realidad parecen venir sólo afrentas. La indiferencia se
convierte en un escudo (por suerte a veces es un escudo transitorio, un repliegue táctico para
retomar la lucha en mejores condiciones) (Hornstein, 2013b).
La tendencia regresiva de la pulsión de muerte apunta a un antes del deseo, a un estado de
quietud, al reposo de la actividad de representación. Aspira al Nirvana, a la desaparición de
cualquier objeto que pueda provocar el surgimiento del deseo.
¿Podemos hacer algo? ¿Tenemos márgenes de maniobra ante el sufrimiento? ¿O solo salidas
desesperadas como la anestesia de los fármacos, del alcohol y las drogas, la paz sepulcral de ciertas
corrientes “new age” para las cuales son descalificados nuestros afectos y compromisos? Lo he
desarrollado en otros lugares. Aquí sólo diré una frase: la vida es posible cuando uno puede
zambullirse en ella. (Espero que suene realista.)

El yo y su devenir

El yo no es un don ni un regalo. El yo va siendo. Zambulléndose en la complejidad de la vida.


Es decir, elaborando muchísimos duelos. El trayecto identificatorio asegura al yo un saber sobre el
yo futuro y sobre el futuro del yo. Cada vez más investir emblemas identificatorios depende de las
propuestas sociales y no del discurso de un único otro. Se ha modificado la economía libidinal
después de la declinación del Edipo.
Hago mi repaso y quizá el lector, simultáneamente, quiera hacer el suyo. Una y otra vez me
he preguntado tantas veces cómo se construye el yo… Cómo se articula historia identificatoria-
historia libidinal. Qué lugar le doy a las identificaciones primarias y secundarias. Cuál es el rol de la
madre como constructora de la subjetividad. Y si es histórica o innata la falla yoica. (Si la falla es
histórica, ¿cómo entendemos la intersubjetividad, en cuanto a la construcción tanto del yo, como
del superyó y de lo reprimido?). Me he preguntado y me he repreguntado. ¿Habré “vuelto a
pensar”?
El niño nace y comienzan una serie de identificaciones, una serie de elecciones de objeto…
Cuando la madre no se discrimina lo suficiente del yo de ese bebé que va surgiendo, el se torna yo
borroso. Una madre suficientemente buena permite crear una espacio transicional, con adentro,

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afuera, y en el medio un espacio de juego. Límites. Historia narcisista-historia identificatoria, ya que
la madre va proveyendo al niño identificaciones, va narcisizando, positiva o negativamente.
Lo traumático es inevitable, dados la complejidad de la historia libidinal e identificatoria y
sus bucles recursivos. Hacemos converger en la trama edípica todos los hilos que conciernen a la
identificación. Reubicando las instituciones del yo (la censura, las defensas, la prueba de realidad) y
las del superyó (los ideales, la conciencia moral y la autoobservación). La combinatoria de
bisexualidad y lazos edípicos atravesados por la ambivalencia permite comprender el juego
identificatorio (Lerner, 2006).
Al yo lo amenazan de todos lados. Lo amenazan desde el ello, desde el superyó, desde el
mundo exterior. Pero no lo avasallan (por más que Freud haya hablado de “vasallajes del yo”). La
oposición entre un yo-función, propenso a la adaptación, y un yo-representación, condenado al
desconocimiento, simplifica pero no resuelve la tarea de construir una metapsicología del yo. El yo
es defensivo e historizante. Freud defenderá hasta el último día la complejidad del yo, negada por
las dos cosmovisiones simplificantes72.
El yo es una construcción, una conquista. No existe al comienzo sino que deviene. El yo es
autoalteración, lo cual supone autoorganización a partir de las representaciones identificatorias. El
niño interioriza las imágenes y las propuestas que los otros tienen de él para construir a ese adulto
que será. Pero una subjetividad no es una unidad sino una multiplicidad. Todos sus diversos
aspectos son relativamente autónomos los unos respecto de los otros: el profesional, el familiar, el
amoroso, el político. Aunque, en la teoría y en la práctica nos cueste ubicar al yo en las categorías
tiempo e historia.

Adiós al peregrino

Por cuestiones de edad, algunos han oído hablar y otros hemos vivido los tiempos del
modernismo, que podríamos llamar tiempos utópicos en que se creía en la “victoria final”. La vida
parecía más simple, porque, como en un western, creíamos saber quiénes eran los malos. En la
postmodernidad se rechazan las certidumbres de la tradición y la costumbre, que habían tenido en

72 He desarrollado la metapsicología del yo en Las depresiones (Hornstein, Paidós, 2006).

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la modernidad un papel legitimante. Se han disuelto (o son disueltos) los marcos tradicionales de
sentido.
La modernidad construía en acero y hormigón; la posmodernidad construye en plástico
biodegradable. Un mundo construido con objetos duraderos fue reemplazado por productos
descartables destinados a una obsolescencia inmediata.
No hace falta ser creyente para sentir que “el hombre es un peregrino sobre la Tierra”. Para
los peregrinos la verdad es, como el horizonte, distante en el tiempo y el espacio. La distancia entre
el verdadero mundo y este mundo está constituida por la discordancia entre lo que debe alcanzarse
y lo que se ha logrado. La estrategia posmoderna evita los compromisos de largo plazo: no atarse al
lugar y controlar el futuro, sino negarse a hipotecarlo, amputando el presente en ambos extremos,
cercenarlo de la historia, abolir el tiempo y convertirlo en un presente continuo. El tiempo ya no es
un río, sino una serie de lagunas y estanques. Así como el peregrino fue la metáfora para la
estrategia de la vida moderna el paseante, el vagabundo, el turista y el jugador proponen las
metáforas de la estrategia posmoderna.
El paseante alterna entre extraños y es un extraño para ellos. El vagabundo no tiene un
itinerario anticipado: su trayectoria se arma por fragmentos. Cada lugar es una parada transitoria, y
sólo decide el rumbo cuando llega a una encrucijada. Como el vagabundo el turista está en
movimiento. Es un buscador de experiencias y novedades. A diferencia del vagabundo, el turista
tiene un hogar; en otra parte existe un sitio acogedor al cual es posible retornar. Para el jugador
nada es predecible ya que su mundo esta plagado de riesgos y de una sucesión de juegos. Las cuatro
estrategias de vida posmodernas comparten la tendencia a fragmentar las relaciones humanas;
todas atentan contra los deberes y obligaciones. Privilegian la “autonomía” en oposición a las
responsabilidades morales.

Bibliografia

Aulagnier, P (1982): “Condamné a investir”, Nouvelle Revue de Psychanalyse, No 25 (Trad. esp.:


“Condenado a investir”, Revista de psicoanálisis, 1984, 2-3).
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8- PRÁCTICA
MARÍA CRISTINA ROTHER HORNSTEIN

“Sabemos que el primer paso hacia el dominio intelectual


del mundo circundante en que vivimos es hallar universalidades,
reglas, leyes, que pongan orden en el caos.
Mediante ese trabajo simplificamos el mundo de los fenómenos,
pero no podemos evitar el falsearlo también,
en particular cuando se trata de procesos en desarrollo y trasmudación”.

S. Freud, “Análisis terminable e interminable”

Escuchar, interrogar, pensar

Un psicoanálisis apto para el siglo XXI tiene que pensar el pasado y el presente para
transformarlo, no para prolongarlo; retrabajar los fundamentos metapsicológicos y clínicos como
punto de partida y reelaborarlos con propuestas que abrevan en los cambios que exige el interjuego
con las distintas disciplinas y con la propia. Actualizarse en su práctica y en el uso de dispositivos
terapéuticos. Actualización versus esclerosis, redundancia, simplificación. En la introducción nos
referimos a la importancia de sostener las “fronteras interdisciplinarias” que posibiliten la
circulación de ideas, ensanchar el horizonte panorámico donde las mismas trasciendan y eviten que
el rigor científico se transforme en rigor mortis, esto es “cuando la pureza vela por el aislamiento y
eliminación de cualquier presunta impureza. Es cuando la tradición se convierte en prohibición de
cambio. [...] Es la señal de que la decadencia imparable del conocimiento ha comenzado”
(Wagensberg, 2014)
El obsevador para las ciencias clásicas, era un obstáculo en el trabajo de investigación. Para
las contemporáneas, es una variable a tener en cuenta. Como psicoanalistas hoy pocos dudarían de
que en el devenir del proceso analítico intervenimos implicados con nuestra subjetividad. Tanto en
su constitución como en el devenir, si el sujeto es pensado como sistema abierto, determinismo y azar

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se articulan con otras nociones que fueron antagónicas para la lógica clásica (realidad y representación,
orden y desorden, permanencia y cambio, determinismo y azar).73
No se trata de rechazar todo desarrollo determinista sino que a mayor complejidad se
requiere mayor información y es posible encontrar más respuestas ante las exigencias del mundo
exterior. Múltiples respuestas a una misma problemática es a lo que nos enfrenta la clínica y la
práctica actual.
Trabajamos con los vínculos, con la complejidad del entorno y con los conflictos puntuales,
ya que, como decía Freud en “Análisis terminable e interminable”, el paciente solamente será
tocado en aquellas interpretaciones que afecten a los conflictos eficaces en su interior en ese
momento. Los conflictos pulsionales latentes solo son posibles de reactualizarse en función del
vivenciar actual. Nos enfrentamos con obstáculos técnicos y teóricos, que exigen un ejercicio de
interrogación permanente y de aceptar la incertidumbre.
Cuando hablamos de complejidad, no se trata de una meta a la que intentamos llegar sino a
una forma de cuestionamiento, de indagación de interrogación.
Una serie de interrogantes guían mi trabajo:
¿Cómo pensamos y escuchamos a nuestros pacientes? ¿Cómo abordamos la clínica? ¿Cómo
articulamos la metapsicología, el método y las técnicas? ¿Qué efectos tienen las intervenciones, el
tipo de vínculo, el encuadre que proponemos, el contenido y la forma de las interpretaciones para el
trabajo de “recuerdo, repetición, reelaboración” y rehistorización que realiza el analizando? ¿Qué
interpretación hace el paciente de sus conflictos actuales y sus conflictos pasados y qué conciencia
tiene de la realidad compartida y de su realidad singular respecto de su problemática? ¿Cuáles son
los proyectos y los ideales que pone en juego y cuánto colaboramos en construirlos?
La complejidad con que abordamos estos interrogantes no es una opción técnica. Es una
posición epistemológica en la que se conjugan de múltiples maneras los distintos niveles del
cambio. Explorar sus articulaciones, construir itinerarios según las problemáticas particulares que
se presenten en cada indagación específica es lo que hacemos en la clínica. La complejidad así

73Maturana F ( 1993) En 1970 creó y desarrolló el concepto de autopoiesis, que explica el hecho de que los seres vivos
son sistemas cerrados, en tanto redes circulares de producciones moleculares en las que las moléculas producidas con
sus interacciones constituyen la misma red que las produjo y especifican sus límites. Al mismo tiempo, los seres vivos
se mantienen abiertos al flujo de materia y energía, en tanto sistemas moleculares. Así, los seres vivos son "máquinas",
que se distinguen de otras por su capacidad de autoproducirse. Desde entonces, Maturana ha desarrollado la Biología
del conocimiento.

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pensada es una elección que abarca tanto el plano cognitivo como el ético, el estético, el práctico y
el emocional. Una forma de pensar compleja supone que el método incluya iniciativa, invención
hasta devenir estrategia. La estrategia acepta la incertidumbre.
El proceso psicoanalítico es creación a partir del encuentro de dos sujetos. Dos historias que
intervienen en un diálogo que privilegia la singularidad del paciente. La transferencia y la
contratransferencia se articulan y se construyen en ese encuentro. Cada pareja terapéutica es única
y, más allá de la problemática del paciente y de la propuesta metapsicológica del psicoanalista,
ambas subjetividades sufrirán procesos de transformación reciproca en el camino que emprenden
conjuntamente.74
Castoriadis (1975) comenta que la paradoja profunda de la creación freudiana es que devela
y saca a la luz la imaginación creadora, como algo propio de la psique; al mismo tiempo, que,
atrapada en la metafísica socio-histórica dominante, permanece sometida a la ilusión de que, algún
día, podría proporcionar la “teoría” exhaustiva de esta psique. El psicoanálisis no es una simple
teoría de su objeto, sino justamente es la propia actividad psíquica en cuanto capacidad de pensarse
y transformarse como sujeto lo que deviene objeto de estudio para el psicoanalista, es el hacer del
analista, un hacer que es hacer con otro singular y diferente. Y que no es “pasar al acto” y mucho
menos normatizar al analizando. Sí, hay un deseo de curar, de proponer que el paciente acceda a
una historicidad, de enfatizar la idea de proceso y de proyecto, que es justamente, el acceso del
paciente a su autonomía. Entendiendo por autónomo todo sistema que articula la legalidad interna
y la interdependencia con su entorno.
La vida de las personas es una trayectoria de logros, de conquistas, de fracasos, de pérdidas,
de deseos incumplidos, de cosas abandonadas a mitad de camino, que quedan como asignaturas
pendientes. Sueños, ilusiones, vacilaciones, proyectos que tuvieron un fin, otros frustrados, anhelos,
deseos, inhibiciones y miedos que paralizaron.
Esas vidas y la clínica son un desafío en nuestra práctica.
¿Con qué conceptos metapsicológicos enfrentaremos ese desafío?
El cuerpo sensorial y su relación con el otro.

74Cada vez que hago una derivación pienso en qué colega puede hacer buena pareja terapeutica con la persona que
busca un tratamiento. Imagino el encuentro, el tipo de vínculo, de empatía. Cuestiones que no se limitan sólo a la
profesionalidad ni la formación teórica el terapeuta.

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El fondo representacional (modalidad de inscripción arcaica de experiencias vivenciales)
nunca conscientes pero con efectos en la clínica.
La realidad psíquica, producto de lo visto y de lo oído, de lo fantaseado e interpretado una y
más veces.
El discurso parental y social; la realidad histórico social.
Las diversas instancias en conflicto conteniendo cada una un mundo propio de objetos y
relaciones específicas.
La metapsicología del yo historizado e historizante; identificado e identificante, pensado/
pensante como lo propone P. Aulagnier.
El conflicto identificatorio presente en toda patología (aunque más evidente cuando vacilan
la identidad y la autoestima).
El factor cuantitativo, juego de fuerzas siempre presente en todo conflicto, factor
minimizado por algunas teorías.
El trabajo de metabolización del psiquismo en tanto operador simbólico que reorganiza
permanentemente su conformación narcisista, objetal e identificatoria.

Las entrevistas preliminares


Primer encuentro con alguien que consulta porque sufre en busca de ayuda.
Como analistas tenemos el derecho y el deber de saber sí quien nos consulta es analizable
para uno. Y el paciente, el de decidir si quiere emprender la aventura analítica con uno. Esta
enfoque pone en juego la ética del psicoanalista. Ética que como dice Bleichmar,S. (2011) está
presente en el inicio de todo análisis y en la forma en la cual se concreta lo contractual. Las razones
por las que un analista pude o no decidir si quiere comprometerse a trabajar con el entrevistado
pueden ser variadas. La problemática del paciente lo toca en lo personal, la ideología que pone de
manifiesto es vivida por el analista como incompatible e interfiere con la propia, dificultades con
horarios, honorarios.... o un sin fin de razones personales. Lo fundamental es que el criterio de
analizabilidad no puede estar limitado a un diagnóstico psicopatológico. Sería una simplificación
reducir la historia de una vida a una nosografía. No pueden ser tratados de la misma manera
quienes padecen predominantemente de síntomas fóbicos, de una anorexia, de una neurosis
obsesiva, de problemáticas con el cuerpo, de antiguos duelos no elaborados, de un delirio, no sólo

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porque se trata de modalidades diferentes de sufrimiento psíquico sino también porque sea cual
sea el sufrimiento siempre se inscribe en una historia singular. La motivación que nos guía es la de
iluminar el conflicto inconsciente que está en la base de todo sufrimiento con la finalidad de
modificar en lo posible objetivos elegidos acorde a la singularidad de la problemática y de la
historia de quien consulta y siempre al servicio de eros: más placer de pensar, de investir, de amar,
de trabajar, de existir. Es en el escenario de la transferencia que se constituye en el proceso
analítico en donde podemos desplegar todas las herramientas con las que contamos para acceder a
esas metas y objetivos que nos proponemos. La forma en que el analista piensa la tópica, las
pulsiones, las identificaciones, el narcisismo, la historia, condicionan la práctica.
En las entrevistas preliminares tengo en cuenta la interpretación que hace el consultante de
sus conflictos actuales y pasados y cuáles fueron sus formas de resolverlos hasta el momento. Si se
siente involucrado en ellos o si tiende a proyectar su padecer en otro. Cuánto y qué de su propia
historia sigue produciéndole sufrimiento. Cuáles son sus proyectos, sus ideales. Cómo transitó y
resolvió sus crisis vitales. Cuánta curiosidad tiene por indagar en sus procesos psíquicos.
Todas estas cuestiones posibilitan tener una primera impresión de cuales son sus
problemáticas principales más allá del motivo manifiesto que refiere y nos posibilita proponerle al
paciente, desde nuestro criterio, un proyecto de trabajo, un proyecto terapeútico.

¿Como interviene el analista en el proceso analitico?

El objetivo del análisis no es el deseo de saber ni de curar del analista, no es esto lo que hace
posible la situación analítica sino concretamente el deseo de transformación.
El analista está implicado en el análisis de sus pacientes de una manera distinta a la de
cualquier otro profesional en relación con el objeto de estudio en tanto que su saber y el trabajo con
los otros no lo deja abandonar esa autotransformación que comenzó en su propio análisis. El
psicoanálisis da cuenta de esa transformación;
Freud decía: “donde Ello era yo debo devenir”, agreguemos:
donde cuerpo biológico era cuerpo erógeno debe devenir.
donde cuerpo era psiquis debe devenir,
donde superyó era yo debe devenir,

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donde realidad social era realidad psíquica debe devenir,

Winnicott insiste en que el analista no debe interpretar de manera intrusiva, por el contrario
pone énfasis en la comprensión creadora. Ni interpretación a ultranza ni silencio mortífero, decía
Aulagnier polemizando con sus colegas lacanianos. Es que esperar el momento de revelación de
una verdad implica arriesgarse a una descompensación no fácil de revertir.
Freud (1918) advierte que “la cura psicoanalítica no puede producir un ímpetu subvirtiente
instantáneo y una equiparación a un desarrollo normal, sino sólo eliminar los obstáculos y hacer
transitable el camino para que los influjos de la vida lleguen a imprimir al desarrollo mejores
orientaciones”.
Navegar en el proceso analítico supone la asociación libre y la “teorización flotante” del
analista, esa presencia de nuestro capital teórico resultante de una historia personal, analítica,
teórica y práctica. La “teorización flotante”75 acompaña la asociación libre del paciente. Esta no es
una obligación que el paciente debe cumplir sino es un derecho que todo paciente tiene a decir todo
lo que piensa aún cuando lo que diga lo considere molesto o lesionante para el analista. De ahi que
consideremos el espacio analítico como un ámbito privilegiado en el cual se puede expresar todo lo
que se piensa sin restricciones que impliquen -en un paciente neurótico- un pasaje al acto en el
interior del diálogo. Por ejemplo expresar ciertas emociones violentas en la relación con el analista
y con su cuerpo.
Se ha hablado hasta el hartazgo de pacientes no analizables, incapaces de asociación libre. Es
cierto que a veces es tan débil que parece inexistente. Cuando la palabra no es comunicación sino
acto, cuando el sufrimiento es grito de dolor y no sólo displacer, cuando la angustia no es sólo señal
sino pedido de auxilio. Entonces el analista es para el paciente una parte de sí mismo, o un intruso o
un extraño. Nos invade el desconcierto y salimos del desconcierto creando algo nuevo, proponiendo
estrategias y no programas. En suma revisando la metapsicología heredada76 y advirtiendo
que no estaba todo dicho en cuanto a recursos técnicos.
La tarea analítica no se sostiene en interpretaciones prefabricadas por el conocimiento que
uno tenga de la (o las) teorías. Tampoco se basa en confundir el inconsciente del paciente con el

75 P.Aulagnier,(1984) la piensa como un subterráneo trabajo de ligazón que relaciona lo que oímos en nuestros
encuentros clínicos y articula nuestro capital teórico, nuestras reflexiones, nuestros interrogantes.
76 De nada sirve la herencia si no hacemos lo posible por sacarle sus frutos, esto es volverla productiva.

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propio. Se trata, en cambio, de pensar y escuchar con placer los padeceres y los placeres de cada
paciente. Desde ahí tratamos de combatir lo mortífero de la repetición intentando modificar la
economía psíquica, la fuerza con que los sujetos abordan algunos conflictos con los que lidian
denodadamente. Buscamos encontrar formas creativas de resolución. No es fácil. No es fácil pasar
del conflicto neurótico a un conflicto humano. Esto requiere estar abiertos a lo desconocido, a lo
impredecible y soslayar lo mortífero del fatalismo, del determinismo a ultranza que convierte la
infancia en destino y desatiende el aquí y ahora como potencialidad transformadora. Construir
itinerarios según las problemáticas particulares que se presenten en cada indagación específica, es
lo que pretende un abordaje complejo. La complejidad no se opone a simplicidad, sino a
simplificación.
Implementar estrategias77 es estar en condiciones de modificarlas en función de la marcha
del análisis. Respetar ciertas legalidades no es someterse a rituales que congelen la dinámica del
proceso y del vínculo. Estrategias que no se limitan a la interpretación y que ayudan para que el
sujeto pueda incrementar su lucidez autorreflexiva sobre su mundo, su historia, su
deseo.(Castoriadis,1975)
Las intervenciones analíticas actúan como los restos diurnos del sueño: activando,
movilizando, posibilitando ligaduras entre representaciones y afectos; hilando huellas mnémicas,
recuerdos, fragmentos de memoria del pasado infantil que se actualizan a partir de la vida cotidiana
o de la situación transferencial compartida abriendo un espacio a la resignificación. Ciertas
intervenciones serían como tejer al crochet. Tiramos de un hilo, destejemos, para que el paciente
pueda retejer y armar otra trama.
Nuestra clínica es proteica78 Los pacientes no están todos cortados por la misma tijera,
aunque nosotros pretendamos trabajar con la misma tijera. Particularmente el trabajo con niños,
púberes, adolescentes, crisis vitales, patologías del narcisismo, requiere de nosotros técnicas
“heterodoxas”, intervenciones de “urgencia” y a veces hasta prótesis. Es un juego, un juego adulto,

77 Me refiero a diferentes formas de facilitarle al paciente la palabra, la reflexión. Interrogar, acotar, referir historias de
otros por supuesto anónimas. Esto último facilita el trabajo con adolescentes, el uso de la tercera persona. Es como
decirle “a otros también les pasa”, “a todos nos pasa”, “no sos el o la única”. En relación a variaciones del dispositivo,
entrevistas con los padres si de adolescentes o jóvenes se trata, con familiares o amigos significativos, que pueden ser
conjuntas o sin la presencia del paciente. El espacio analítico es abierto a todos los vínculos que aporten al paciente si
fuera necesario para resolver conflictos. Requieren siempre la conformidad del paciente.
78 Decimos que algo es proteico cuando cambia de formas o de ideas con facilidad es un texto en el que se combinan la

argumentación, la exposición y la narración

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un “juego desarrollado” en términos de Freud. Apelamos a diferentes recursos, en función del
paciente y de su problemática con plasticidad y tolerancia a la incertidumbre.
La cuestión pasa por acompañar al paciente en sus tiempos y en lo que es capaz de
comprender de lo que le decimos, permitirle elaborar e integrar dentro de un proceso de regresión-
progresión, pasar de lo más superficial a lo más profundo, para evitar resistencias inabordables,
quebrantos psicóticos, psicosomáticos y psicopáticos.
Intentamos que el paciente se apropie de sus experiencias íntimas, de las vivencias infantiles
y de los deseos más arcaicos, los que se expresan a través de las palabras más convencionales. Y el
intento es posible en tanto las palabras quedan cargadas del afecto con que fueron inscriptas.79
La invitación a pensarse es un trabajo activo que el analista propone para que así lo sea en
su analizando. El analista escucha, contiene, interroga, oferta un potencial sublimatorio,
cuestionador, interrogante, oferta identificantes de los cuales el analizando se apropia o no,
metabolizándolos de acuerdo a su organización psíquica singular. Si insisto en la cuestión de la
singularidad para la elección de dichas herramientas es porque no se trata de interpretación o
silencio, o interrogación, o acción, sino de los efectos que suponemos en cada analizando cuando
echamos mano de diferentes acciones. Aun cuando no podemos anticipar la respuesta, evaluamos
para nuestras intervenciones en función de lo que conocemos de la historia de ese sujeto, de la
manera en que fue anticipado, pensado, investido, por sus figuras identificatorias primordiales. Nos
parece más productivo que pensar en una estructura psicopatológica predominante, que termina
por congelar, al paciente y al analista, en “lo que se quería demostrar”.
En patologías graves (y a veces en pacientes neuróticos) el transcurrir de un análisis tiene
momentos en los que no cabe ninguna interpretación. Momentos límites de profunda angustia,
desolación, extrañeza, en que la palabra –como dije antes- no es comunicación, sino acto, grito de
dolor, de muerte; límite que puede expresarse por un hilo asociativo que se corta, por un “extraño”
silencio, por una vivencia de vacío o una híperpresencia afectiva con irrupción de ira o de pasión,
un súbito desinterés por continuar la tarea, etc. Expresiones afectivas todas ellas, referidas a

79Freud, 1930 [1929] en El malestar en la cultura dice: “ Desde que hemos superado el error de creer que el olvido
habitual en nosotros implica una destrucción de la huella mnémica, vale decir su aniquilamiento, nos inclinamos a
suponer lo opuesto, a saber, que en la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que una vez se formó, que todo se
conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en circunstancias apropiadas, por ejemplo en virtud de
una regresión de suficiente alcance”

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fantasías que no consiguieron engarzarse en la organización edípica y en la dialéctica de la
castración (imágenes narcisistas).
Las intervenciones que estas situaciones requieren no son extra analíticas sino bien
analíticas. Hay que preservar el investimiento de la relación analítica y suelen servir de válvula de
escape a los movimientos pulsionales al borde del estallido. Estas intervenciones se traducen por
palabras de aliento, de reconocimiento del sufrimiento, palabras que testimonian de nuestra
presencia frente al sentimiento de soledad desesperada que vive el sujeto, que valorizan su
discurso, pero a veces dejan pasar nuestra irritación, fatiga, agresividad, enojo. Estas
intervenciones, contrariamente a la interpretación, no dependen directamente de la palabra del
paciente sino de nuestra manera de reaccionar, de sentir, de dar lugar o rechazar, las
manifestaciones de la transferencia.
Son importantes en el desarrollo de un análisis esas verbalizaciones, esos tiempos de espera
y esas figuraciones, que sustituyen a una interpretación que no pudo ser formulada por diferentes
razones. Y hasta posibilitan que en un segundo momento una interpretación pueda hacerse.
Intentamos acceder a lo reprimido, a lo represor, a que el paciente reconozca que hay un
inconsciente multideterminado que desconocía, y que a veces lleva la delantera en sus padeceres,
cuestión que no siempre está dispuesto a aceptar. Como analistas tendremos que lidiar con las
resistencias. Para eso estamos. Será una puerta a la elaboración.
Hasta cierto punto elegimos, según las vicisitudes de nuestros propios análisis y la amplitud
de nuestras lecturas. Elegimos no ser un psicoanalista robotizado, sordomudo, invasivo. Debemos
repensar a qué llamamos “neutralidad psicoanalítica”, repensar si la anulación subjetiva del
terapeuta es realizable en la práctica. A la vez, debemos cuidarnos de que no irrumpan
masivamente, con el paraguas de la transferencia, valores personales, violencias y abusos de poder.
Toda intervención requiere una “neutralidad benevolente”, una escucha comprensiva que invite a
un diálogo y no a un monólogo que nada tenga que ver con las necesidades del analizando.
Para ello proponemos un método aceptando que para el despliegue de su dramática el
paciente hace y dice lo que puede. Igualmente nuestra tarea es ayudarlo a entender lo que es, lo que
fue, lo que pudo ser, lo que no fue. Encontrarse con los logros y los fracasos, con las vacilaciones, los
deseos incumplidos, los sueños realizados, con las miserias y traiciones consigo mismo, con lo
otros.

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El analista está implicado en el análisis de manera diferente a como está el juez, el médico, el
físico. No sólo su saber se modifica en la experiencia sino que se modifica a sí mismo,
automodificación que comienza con el análisis personal. El objetivo de esta transformación fue
indicado por Freud: “donde Ello era Yo debe devenir”.
En “Construcciones en análisis”(1937) atribuyó al psicoanalista la función de “historiador”,
coparticipando en la reescritura de una historia cuyo capítulo esencial fue borrado por la amnesia
infantil. Historia que será resignificada por la elaboración y reconstrucción que paciente y analista
logran en el contexto transferencial. Previene contra el riesgo de la sugestión y advierte que “el
único reproche que podría hacérsele al analista es el de no concederle la palabra del paciente”.
Los obstáculos en la cura provienen del paciente pero también del analista. Freud
(“Inhibición, síntoma y angustia”,1926) enfatizó los primeros al considerar las cinco resistencias.
1- Resistencias del yo:
a- de represión, contrainvestiduras que se manifiestan como alteraciones y formaciones
reactivas del yo.
b- de transferencia reanimada por el vínculo con el analista.
c- por el beneficio secundario de la enfermedad.
2- la resistencia del ello: compulsión de repetición, viscosidad libidinal que impide
abandonar fijaciones
3- la resistencia del superyó: “es la más oscura pero no la más débil, parece brotar del
sentimiento de culpa inconsciente y la necesidad de castigo”.

¿Y cuales son los obstáculos que provienen de los analistas?


1- Resistencias del yo
a- La transferencia puede convertirse en una resistencia para el analista, así como la
angustia ante lo reprimido no es patrimonio exclusivo del paciente.
b- Remitir los afectos contratransferenciales a la pura proyección del analizando es
reduccionista.
c- Acompañar el beneficio secundario de la enfermedad en el paciente puede conducir a los
análisis interminables. ¿Cómo beneficia el padecer del analizando al analista? El riesgo es la
alienación del paciente. O sea iatrogenia.
2- Resistencias del ello

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Aferrarse a un modelo único de análisis en nombre de un psicoanálisis clásico es cómodo
porque nos exime de estudiar otros modelos y ponerlos a prueba. También es tranquilizador
porque evita la angustia de la duda. Pero perdemos la libertad de pensar. Se niega la singularidad
del paciente. ¿Temor a lo desconocido? ¿A obstáculos, desafíos, afectos contratranferenciales en los
que predomina el displacer, el no saber, el no entender, a veces la desesperanza, el odio, la
irritabilidad? Algunos pacientes nos confrontan con el aburrimiento. ¿Es suyo o es nuestro? No se
comportan como el “buen y leal neurótico”. Nos exprimen. Nos obligan a interrogarnos, a enfrentar
la novedad y a veces a admitir que el paciente, inanalizable para uno, puede ser analizable para
otro.
3- Resistencia del superyó del analista.
No tener en cuenta la dimensión libidinal atenta contra el placer propio de la tarea analítica.

Metas y finalidades del psicoanálisis 80

La finalidad del psicoanálisis es terapéutica, creativa y ética en su intento de proveer al


paciente de instrumentos para que amplíe su autonomía.81
Es terapéutica porque la cura no sólo busca recuperar lo inconsciente reprimido y represor.
Es cierto que desde ese inconsciente -que lleva las huellas de la historia libidinal e identificatoria
remodeladas por el proceso primario y el secundario- proponemos nuevos sentidos, nuevas
significaciones, diferentes formas de procesar y aliviar el sufrimiento, de hacer consciente lo
inconsciente, de resolver fijaciones, de liberar al sujeto de inhibiciones, síntomas, angustias, de
llenar lagunas mnémicas, de modificar la economía psíquica y los términos del conflicto. Pero es un
trabajo de simbolización historizante para ayudar al paciente a desplegar su propio proyecto de
vida apropiándose y reconstruyendo los sentidos de esos fragmentos de su pasado libidinal y
ponerlos al servicio de su proyecto identificatorio actual. Finalidades, todas ellas, que buscan mayor
libertad en el pensar, sentir, hacer, mayor derecho a gozar. Estar abierto a lo desconocido, a lo
impredecible.

80 Freud, (1905) “Hay muchas variedades de psicoterapia, y muchos caminos para aplicarla. Todos son buenos si llevan
a la meta de la curación”.
81 Un sistema es autónomo cuando articula la legalidad interna y la interdependencia con su entorno

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Es creativa porque no todo está en el pasado y promueve en el paciente un trabajo de
historización y autoorganización permanente al confrontarlo con el principio de realidad psíquica.
No sólo irá reconociendo lo inconsciente, sino también que en el espacio del yo eso inconsciente
está vigente manifestando sus efectos en cada experiencia vital (inconsciente productivo).
Y es ética porque, aunque nuestra contratransferencia no pueda ser abolida por decreto,
aunque en cada análisis esté implicada nuestra subjetividad, tramitamos esos afectos, no nos
entregamos a ellos. Para intervenir desde la palabra y el afecto, para no ser intrusivos con
interpretaciones prefabricadas ni estar ausentes ante ciertas resistencias o reacción terapeútica
negativa, frecuentes en pacientes que han sufrido traumatismos, heridas narcisistas precoces, que
nos obligan a hacer un trabajo de elaboración paralela, para no quedar paralizados por la
desesperanza al mismo tiempo que evitamos no quedar atrapados en una impostada neutralidad.
Y es también ética cuando nos diferenciamos de las terapias que apelan sólo a la sugestión y
proponen un campo de ilusión y de apaciguamiento, perdiendo de vista la singularidad del paciente
y la diversidad de sentidos. De las que aplican técnicas que infantilizan en nombre de un
psicoanálisis que no discrimina que el saber teórico no sólo corresponde a los contenidos sino a los
modos en que se enuncian. La terapia sugestiva y la moral pretenden suprimir los síntomas sin
interrogarlos. La sugestiva apelando al poder que emana de la transferencia. La moral inculcando
ideas consideradas superiores para educar, modificar creencias y así transformar el conjunto de la
personalidad. Ha llegado la hora de hacer el duelo por la ilusión de certeza. Rehusarle el saber al
paciente pero rehusarnos al saber como analistas. (Laplanche, 1988).
Apelamos a diferentes recursos, diseñamos estrategias en función del paciente y de su
problemática con plasticidad y tolerancia a la incertidumbre. Nuestro abordaje apela a la invención.
No es la resolución de un programa.82 Pero no por ello descuidamos el análisis de lo preconsciente
por considerarlo superficial (Green, 1972). Lo preconsciente es un tránsito para poner en palabras
las representaciones-cosa, los afectos reprimidos para “procurar a los procesos inconscientes una
tramitación y un olvido. [. . . ] El preconsciente es el que consuma ese trabajo, y la psicoterapia no
puede emprender otro camino que el de someter al Icc. al imperio del 83Prcc.” Y así lograr un trabajo
analítico compartido. En cambio los kleinianos intentan abordar “el inconsciente” sin mediación. Lo
cual tiene dos grandes desventajas. “Por un lado provoca un forzamiento continuo de las

82 El programa es fijo y tiene soluciones predecibles, aun cuando su resolución implique complicación.
83 Freud, S. 1900-01.

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interpretaciones, que conduce al paciente, tras un período de resistencia, a un vínculo terapéutico
caracterizado por un self falso o a su erotización masoquista [. . . ]. Además, la plétora de
interpretaciones representa una alimentación intelectual forzada que a mi juicio puede llevar a un
hambre interpretativa mórbida o a una anorexia casi total hacia el discurso del analista. “[. . . ] Por el
contrario acompañar al paciente en sus tiempos y en lo que es capaz de comprender de lo que le
decimos, permitirle elaborar e integrar dentro de un proceso de regresión-progresión, y así pasar de lo
más superficial a lo más profundo, evita bloques de resistencia prematuros y duraderos o –a la
inversa- quebrantos psicóticos, psicosomáticos y psicopáticos.”84

Los múltiples dispositivos

Establecer reglas de juego no rígidas preservando la singularidad de cada paciente evita


arbitrariedades en el trabajo con los analizandos. Reglas de juego, legalidades que se modifican
acorde a las diferentes estrategias a plantear con cada analizando y en diferentes momentos del
devenir de su proceso terapéutico.
Algunos analistas consideran encuadre el número de sesiones, el tiempo de cada una, los
honorarios, las interrupciones programadas, “el estuche”. “La matriz activa” (Green, 2003), en
cambio, refiere al método, lo propio del psicoanálisis (asociación libre, teorización flotante, en el
seno de la transferencia-contratransferencia). Definir el psicoanálisis por el número de sesiones
¿no es una minucia?
En el encuadre están presentes lo tópico, lo económico y lo dinámico. La metapsicología no
es un teoricismo. El juego de fuerzas en el despliegue pulsional y afectivo entre los conflictos intra e
intersistémicos posibilita el montaje de un escenario donde cobran vida los personajes del yo y los
personajes reales del paciente. Aparecen, se entrecruzan, a veces se instalan por largo tiempo y
trabajar con ellos permite procesar las situaciones de máximo sufrimiento como un juego en el que
participan todos los personajes de la novela familiar del analizando. Padres, hermanos, parejas,
amigos, colegas, algunos circunstanciales que tan sólo evocan un encuentro pero que también

84 Green,(1972)“Análisis de superficie, análisis en profundidad”, en De locuras privadas.

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posibilitan desplegar afectos de distinto orden prototípicos para esa persona en la vida y que nos
ayudan a encontrarnos con lo reprimido.
Desde este modelo de escenas vivas intentamos acercarnos al método. Pero el paciente hace
y dice lo que puede.
La complejidad refiere a un modelo de subjetividad que lleva a conceptos tales como
proceso, devenir, historicidad, temporalidad, determinismo y azar. Volvamos a pensarlos.
Revitalizarán nuestra práctica.
Proceso es la transformación permanente en función de las relaciones entre lo intrapsíquico
y lo intersubjetivo, posible en un ámbito en que se intenta privilegiar la palabra en vez de la acción
y en el cual se juega la transferencia en intima articulación con la contratransferencia, referentes
indiscutibles del psicoanálisis freudiano.
Devenir: el yo deviene, el sujeto deviene en una temporalidad que articula pasado- presente-
futuro
El encuadre así entendido es sostén del proceso. Las alteraciones, las disrupciones son como
las formaciones del inconsciente. Puntas de iceberg, indicadores de algo subterráneo que al igual
que al sueño o al acto fallido les damos la bienvenida. Exigencia de trabajo como la pulsión.
En vez de aplicaciones, preguntas. ¿Qué efectos tienen las intervenciones, el tipo de vínculo,
el encuadre que proponemos, el contenido y la forma de las interpretaciones. ¿Estructurantes o
desestructurantes? ¿Cómo se articulan específicamente con las características del analizando?
¿Cuál es el modelo identificatorio que le ofrecemos al analizando?
Porque si las técnicas que implementamos no van a favor de los cambios, van en contra. Es
decir, consolidan la patología.
Freud (1913) se opone a la mecanización de la técnica, dada “la extraordinaria diversidad de
las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza
de los factores determinantes”.
Todo lo dicho induce a pensar en técnicas psicoanalíticas en vez de una técnica. Cada
psicoanalista puede desplegar varias en función de cada paciente. La diversidad y la complejidad
actuales lleva a que ningún psicoanalista pueda proporcionar un panorama global de las técnicas,
Me adhiero a quienes piensan que el analista debe poder desplegar una gama amplia de
estilos y de herramientas para no quedar encerrado en la repetición, con cada analizando, de su

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propio estilo caracterológico, disfrazado, mediante racionalizaciones intelectualizadas, de ideal
teórico. Se suele hacer pasar como virtud lo que es ignorancia o pobreza de recursos.
Ni teoricismo sin propuestas técnicas, ni pragmatismo sin fundamentos teóricos. La
mutación de las reglas debe ser siempre sometida a la prueba de la metapsicología así como ésta
debe ser sometida a la prueba de la clínica.

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ANEXOS

1-Notas sobre la actividad de representació n y el proceso originario

La cuestión de la representación es central para pensar lo psíquico. Representación en el


pensamiento de Freud es expresión psíquica de la pulsión. Su naturaleza es una “indeterminable
puesta en imágenes de las pulsiones” Como bien lo explica en sus trabajos metapsicológicos la
pulsión sólo se puede representar en la psique por medio de una “delegación por representación”.
Si esa primera delegación es el afecto y en particular el displacer, el afecto induciría la “finalidad”
del proceso de representación.
La psique es en si misma la aptitud de crear una imagen, de producir representaciones.
Cuestión que Freud propone en la Interpretación de los sueños. El inconsciente crea en pleno
sentido del término. “Esta aptitud de representación de sí, y de innovación, es premisa de toda
transformación social y renovación cultural”. (Elliot, 1992)
“Pero, al mismo tiempo, esta producción de imágenes tiene que ligarse a una pulsión, en un
momento en que nada garantiza esa relación. Acaso este sea el punto de condensación y
acumulación para todos los misterios del ’nexo’ entre el alma y el cuerpo”. (Castoriadis, 1975) Para
este autor al igual que para Aulagnier el término “representación” no denota un nexo orgánico
entre imágenes y cosas, ideas y mundo de objetos sino que tiene firmes raíces en las necesidades
del cuerpo capturadas por los sentidos.

Las instancias se afanan para preservar su mundo. La preservación de esa imagen de ser que
cada instancia construye para sí tiene más valor que la imagen del “ser real”. Se trata aquí del
dominio del placer de “representación” sobre el placer de órgano. ¿Omnipotencia del pensamiento?
¿omnipotencia real del pensamiento inconsciente?. Para el inconsciente no se trata de transformar
la realidad exterior de la que no tiene ningún conocimiento sino de transformar la representación
para hacerla “placentera”. Castoriadis insiste en que lo específicamente psíquico es la capacidad de
imaginación, el flujo representativo.
Piera Aulagnier propuso una reformulación metapsicológica a partir de su experiencia con
pacientes psicóticos al teorizar sobre el proceso originario y su forma de representación, el
pictograma. Lo originario como proceso de metabolización de la primera experiencia de encuentro

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con el pecho, anterior a lo primario y secundario freudiano fue una necesidad de la clínica de la
psicosis para pensar una fase anterior a la organización de los escenarios fantasmáticos en la
medida en que estos presuponen ya un grado de desarrollo del psíquismo y una integridad de su
funcionamiento que no están asegurados en la psicosis.85 No es que el proceso originario sea
privativo de la psicosis. Por lo contrario el concepto de lo "originario" es un modo de representar
del psiquismo, testimonio de la perennidad de una actividad de representación que utiliza un
pictograma que ignora la "imagen de palabra" y posee como material exclusivo la "imagen de cosa
corporal". La actividad de representación es el equivalente psíquico del trabajo de metabolización
aplicable a la totalidad del trabajo psíquico. La erogenización de la zona y de la actividad sensorial a
través del discurso deseante de la madre posibilita en el psiquismo infantil la representación de lo
vivenciado en cada instante. Pone en juego lo pulsional, el lenguaje, el concepto de series
complementarias y modifica el concepto de apuntalamiento para darle a lo biológico fuerza de
préstamo en el sentido de una necesidad de dependencia ineludible.
Lo originario, es la primera posibilidad del aparato de figurarse las experiencias de
encuentro. Primerísimas inscripciones que formaran un fondo representativo excluido del
conocimiento (memorizado-memorizante) por parte del yo pero productor de efectos. La noción de
pictograma retoma de manera original el concepto de pulsión y nos confronta con las mismas
dificultades que el pasaje de lo somático a lo psíquico.
Lo originario como primera inscripción psíquica esta siempre presente (en sombras)
recubierto por el funcionamiento de los otros dos sistemas, pero jamás se dejará traducir
adecuadamente por el pensamiento. La paradoja es que lo originario es un impensable par el yo y,
sin embargo, solo desde el yo es posible teorizar sobre él. Como comenta Freud en el “Yo y el Ello”
la consciencia es la única antorcha en la oscuridad. Refiriéndose a que sólo desde la consciencia
podemos acceder a lo inconsciente.
Para esta primera forma de representación la psiquis toma en préstamo el modelo corporal.
Cada experiencia de encuentro "boca-pecho" es registrada por el psiquismo en términos de afecto
sea placer o displacer, o sea en un registro económico, experiencia que se inscribe como pictograma
de unión o de rechazo.

85Freud en “Introducción al Narcisismo” (1914) dice “Así como las neurosis de transferencia nos posibilitaron rastrear
las mociones pulsionales libidinosas, la dementia praecox y la paranois nos permitirán inteligir la psicología del yo. De
nuevo tendremos que colegir la simplicidad aparente de lo normal desde las desfiguraciones y exageraciones e lo
patológico”.

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Lo originario se inscribe en una problemática mas general que es la temporalidad y la
historia en psicoanálisis. Problemática esencial que no hay que confundirla con una teoría del
desarrollo lo que sería una simplificación. Lo originario no es un estado previo a lo primario y a lo
secundario de Freud. El postulado relacional que le da especificidad es que “todo existente es
autoengendrado por la actividad del sistema que lo representa”.
El proceso originario rechaza fuera de sí toda información sensorial displacentera o que le
produce un exceso de sufrimiento, y, conjuntamente se automutila de la zona corporal que es
fuente y asiento de la excitación y única creadora del objeto. Un "pecho malo" es indisociable de una
"boca mala", ambos sufren simultaneamente el rechazo.
En términos psicoanalíticos, el "tomar en sí" y el "rechazar fuera de sí" pueden traducirse
desde un primer momento en otro binomio: el investimiento o el desinvestimiento de la
experiencia de encuentro.
En esta fase, la representación pictográfica del "tomar" y del "rechazar" es la única
representación posible de toda experiencia sensorial: lo percibido por la vista, el oído, el gusto lo
será por la psique como una fuente de placer autoengendrado por ella, o, como una fuente de
sufrimiento que debe rechazar. Así la psique se automutila de aquello que, en su propia
representación, pone en escena al órgano y a la zona que son fuente y sede del sufrimiento.
Para la autora la especificidad de nuestro campo de estudio es la posibilidad de dilucidar de
que manera una parte de los estímulos externos e internos son metabolizados en "informaciones
libidinales" cuya tarea es conducir a una "ganancia de placer erógeno-narcisista".
Toda creación de la actividad psíquica se presenta ante la psique como reflejo,
representación de si misma. "Imagen" que es simultáneamente para la psique representación del
agente productor y de la actividad que produce. Si se acepta que en esta fase el mundo -lo "exterior
a la psique"- no existe fuera de la representación pictográfica que lo originario representa, se
deduce que la psique encuentra al mundo como un fragmento de superficie especular en la que ella
mira su propio reflejo. De lo "exterior a sí" solamente conoce en un principio lo que puede
presentarse como imagen de sí, y el sí-mismo se presenta ante sí mismo por la actividad y el poder
que tiene el fragmento "exterior a sí" .(experiencia precursora de la teoría del espejo de Lacan).
Este termino en la acepción que le da Aulagnier se asemeja al de complementariedad. En la
problemática puesta en juego lo que pertenece al campo de la actividad de representación,

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evidencia que representante y representación del mundo son complementarios entre sí, siendo
cada uno de ellos condición de existencia para el otro.
Lo representado en esta actividad se define como objeto-zona complementario, zona
sensorial, objeto causante de excitación (representación de dos placeres). Cuando el bebé mama
inscribe ese encuentro con la madre -que lo amamanta con placer- como una imagen en donde
queda fusionado el objeto (madre que amamanta) con la boca. Si por el contrario en ese encuentro
predomina el displacer, la experiencia queda representada como pictograma de rechazo y la boca
queda afectada en su función de deglutir, tragar, ingerir.
A partir de lo originario se establece una relación indisociable entre el espacio psíquico y el
espacio de la realidad. La reacción somática que acompaña al estado de privación que sufre el
infante desde el comienzo de la vida se transforma para la psiquis en una señal que la autoinforma
de la falta de un aporte erógeno sensorial. La privación de alimento le envía a la psiquis una
información que es metabolizada por ésta en una representación pulsional que da cuenta de la
privación de un aporte erógeno y no sólo de una necesidad alimenticia. A partir de aquí el objeto de
placer ausente queda representado como presente y define así el pictograma de unión, objeto-zona-
complementaria. Si el displacer generado por la privación del "pecho" es muy grande, o si el
sufrimiento corporal es intenso, la psiquis hará lo posible por desinvestir esa primera
representación, desinvestimiento que da lugar a una representación de rechazo, es lo que se llama
"pictograma de rechazo".
Es posible pensar que en este tiempo la realidad exterior, juega para el infans el papel que en
tiempos posteriores tendrá todo aquello que su cuerpo sufriente le muestre.

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