La INFLACIÓN en ARGENTINA
HUMBERTO ZAMBON ‐ ADRIANA GIULIANI
Universidad Nacional del Comahue
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Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio,
sin el permiso expreso de educo.
2
Universidad Nacional del Comahue
La INFLACIÓN en ARGENTINA
HUMBERTO ZAMBON ‐ ADRIANA GIULIANI
educo
Editorial de la Universidad Nacional del Comahue
Neuquén, 2009
3
Zambón, Humberto
La inflación en Argentina / Humberto Zambón y Adriana Giuliani.
1a ed. ‐ Neuquén : EDUCO ‐ Universidad Nacional del Comahue, 2009.
174 p. ; 24x17 cm.
ISBN 978‐987‐604‐145‐4
1. Política Económica. I. Giuliani, Adriana II. Título
Diseño de tapa: Enzo Dante CANALE
Impreso en Argentina ‐ Printed in Argentina
©‐ 2009 – Educo ‐ Editorial de la Universidad Nacional del Comahue
Buenos Aires 1400 – (8300) Neuquén – Argentina
educo@uncoma.edu.ar
4
INDICE
Nota preliminar..................................................................................... 7
Capítulo 1. El problema inflacionario................................................ 9
Capítulo 2. Distintos tipos de inflación............................................. 21
Capítulo 3. Explicaciones teóricas. El monetarismo........................ 33
Apéndice: Control simultáneo del tipo de cambio y la
tasa de interés................................................................ 47
Capítulo 4. El keynesianismo….......................................................... 53
Apéndice A: La síntesis neoclásica.................................. 70
Apéndice B: El análisis postkeynesiano a la oferta
agregada............................................................................. 74
Capítulo 5. Estructuralismo................................................................. 79
Apéndice: Variación de los precios en un modelo
neoestructuralista............................................................. 99
Capítulo 6. Inflación y políticas de estabilización en Argentina
(hasta 1989)......................................................................... 103
Apéndice............................................................................. 125
Capítulo 7. Los años ’90. La convertibilidad..................................... 127
Capítulo 8. Después de la convertibilidad........................................ 153
Bibliografía.............................................................................................. 169
5
6
NOTA PRELIMINAR
En los últimos años de la década de los ’80, como en casi toda la
segunda mitad del siglo XX, la preocupación central de los economistas
y del público en general era la inflación. En ese marco, y para satisfacer
un requerimiento docente, en 1989 se preparó un trabajo sobre el tema
que, pensado inicialmente como un apunte de clase, dio lugar a una
modesta publicación de la Facultad de Economía de la Universidad
Nacional del Comahue (Humberto Zambon y Ernesto Bilder: Inflación e
hiperinflación en la Argentina. Teorías y políticas de estabilización, Neuquén,
1990). La misma dio varias sorpresas. La primera fue una acogida
superior a la esperada, no sólo en el ámbito universitario local; la
segunda fue el otorgamiento, en 1992, de una mención especial por parte
del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación en el premio
“Economía. Producción 1988/1991”; la última fue que hasta ahora, a
pesar de los casi veinte años transcurridos y de que es prácticamente
inhallable, salvo en algunas bibliotecas universitarias, continúa siendo
consultada.
Esta última razón y la necesidad de tener bibliografía actualizada
en nuestros cursos nos llevó a preparar el presente trabajo.
Lamentablemente el profesor Ernesto Bilder, abocado a otros proyectos
académicos, no nos pudo acompañar en la tarea, que es la actualización
y continuación de aquel trabajo, al punto que hemos omitido referencias
al mismo en el presente texto, que hubieran sido muchísimas. De todas
formas, consideramos a Ernesto Bilder como coautor moral del mismo,
aunque totalmente liberado de los errores que pudiéramos haber
cometido.
Para los lectores queremos señalar que hemos tratado de escribir
un texto que pueda ser utilizado por los estudiantes universitarios y por
el público en general, interesado en el tema. Con este fin hemos evitado
en el cuerpo principal del trabajo la utilización de simbología
matemática y del léxico excesivamente técnico, limitándolo a alguna
nota aclaratoria y a los apéndices de cada capítulo, donde –en los casos
en que el instrumental matemático es recomendable para la deducción
7
teórica o para la precisión de ideas‐ lo hemos utilizado como
complemento de lo expuesto en el texto principal.
Los lectores que estén interesados en el fenómeno inflacionario y
las experiencias argentinas, sin entrar en el desarrollo de las teorías
económicas, pueden pasar sin problemas del capítulo dos al seis,
omitiendo los tres intermedios. Eso sí, esperamos que los estudiantes
universitarios –al menos los nuestros‐ no omitan nada: ni capítulos ni
apéndices.
Si este trabajo fuera de alguna utilidad para el estudiante y, en
especial, para el hombre interesado en la cosa pública –sujeto esencial de
la democracia participativa‐ nuestro esfuerzo estará recompensado.
Neuquén, diciembre de 2008.‐
8
CAPÍTULO 1
EL PROBLEMA INFLACIONARIO
Introducción
La inflación es un alza generalizada de precios. Ha sido y es uno de
los temas recurrentes de la teoría económica contemporánea. Inclusive en
América Latina en general, y en nuestro país en particular, ha sido
considerada durante muchos años como una “enfermedad endémica” y,
aún en las épocas en que se la ha declarado teórica y políticamente
superada y dada como oficialmente “muerta”, se la sigue viendo como un
espectro que amenaza permanentemente con reaparecer.
Algunos economistas la han considerado como un fenómeno
puramente monetario. Así, ha sido definida tradicionalmente como
“…un aumento en el nivel de precios, es decir, una depreciación en la
unidad monetaria”1. Otros, como Julio Olivera, con una perspectiva más
completa, han sostenido que “el proceso de inflación puede
contemplarse desde el ángulo teórico como una serie de desequilibrios
sucesivos que envuelven el dinero, los precios y otras variables”2.
Ampliando aún más el horizonte, puede verse al fenómeno dentro
de un marco socioeconómico, tal como lo hace Guillermo Vitelli: “La
inflación es indudablemente la manifestación de una crisis. Expresa
situaciones en las cuales no se ha aceptado socialmente una particular
distribución de los ingresos o en los que se intenta provocar una
movilización de recursos entre sectores. Su valor cuantitativo puede ser
considerado como un barómetro del grado de inestabilidad de las
relaciones económicas y sus simples cambios reflejan la profundización
o atenuación de conflictos sociales o la acentuación o permanencia de un
sector sobre el conjunto de la sociedad”3. Claro está que, como dice
Tobin, “la inflación deja que esta lucha continúe y ciega, imparcial y
1
Para las distintas definiciones de inflación puede consultarse a M. Bronfenbrenner y F. Holzman, “Una
visión panorámica de la teoría de la inflación” en H. Johnson y otros Panoramas contemporáneos de la teoría
de la inflación, tomo I, Alianza Editorial, Madrid, 1970.
2
Julio G. Olivera, “Inflación estructural y política monetaria” en Anales de la Academia Nacional de Ciencias
Económicas, serie 3, vol. X, Buenos Aires, 1965.
3
G. Vitelli, Cuarenta años de inflación en la Argentina 1945-1985, Ed. Hispamérica, Buenos Aires, 1988,
pag. 9.
9
apolíticamente reduce todos sus resultados. Hay métodos peores de
resolver las rivalidades y los conflictos sociales entre los grupos”4.
En la misma línea de pensamiento, un destacado economista
argentino, Marcelo Diamand5, ha insistido en que inflación en economía
es un concepto similar a fiebre en medicina. Está señalando a un síntoma
y no a una enfermedad. Y así como no tendría sentido que un médico
tratara de “curar la fiebre” sin preocuparse de las causas que la motivan,
en la teoría y política económica se debe partir del principio de que no
hay un solo tipo de inflación sino que es preciso en cada caso identificar
cuáles son los factores que generan los desequilibrios de la economía
real que la causan y, en función de ello, aplicar las medidas que
correspondan.
Desde el punto de vista formal, la inflación puede ser vista como
un corrimiento simultáneo y ascendente de la demanda y oferta
globales, en un continuo desequilibrio o, si se prefiere, en una sucesión
de equilibrios inestables. Gráficamente, si se representan los precios en
el eje de las ordenadas y el valor del producto en el de las abscisas, las
sucesivas demandas y ofertas globales en corrimiento hacia arriba, nos
dan los correspondientes equilibrios a precios crecientes:
P
O3
D3
O2
D2
O1
Y
4
Citado por Charles S. Maier, “Las políticas de la inflación en el siglo XX” en La política económica de la
inflación (Fred Hirsch y John Goldthorpe, comp), Fondo de Cultura Económica, México, 1983, pag. 56.
5
Marcelo Diamand, Doctrinas económicas, desarrollo e independencia, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1973.
10
Los riesgos de la inflación
Para muchos economistas, para los casos en que exista
desocupación de los factores de la producción, en especial en el sector
trabajo, una inflación moderada es buena: refleja el crecimiento
económico y disminuye las tasas de desocupación. Pero hay que tener
presente los peligros que la acompañan.
El proceso inflacionario genera mecanismos de defensa en los
agentes económicos: los empresarios tienden a aumentar los precios
cubriéndose de aumentos posteriores; los trabajadores piden aumento
nominal de sus sueldos para tratar de mantener su ingreso real mientras
que los receptores de intereses y rentas tratan de indexar los suyos. Es
decir, la inflación agudiza la lucha de las clases sociales por la
distribución del ingreso. Si no hay una fuerza externa al proceso
económico (acuerdo en la sociedad civil o intervención del estado) que
regule y controle esa distribución se corre el riesgo de que la inercia del
proceso lo vuelva acumulativo: a medida que aumenta la inflación, los
incrementos de precios de bienes y factores se ajustan en forma creciente
y a plazos cada vez menores, generado así una espiral inflacionaria que,
en el caso extremo, puede convertirse en hiperinflación.
La teoría cuantitativa de la moneda
Fue uno de los primeros desarrollos teóricos de la economía. Su
formulación inicial se debe a Juan Bodino (1568), quien enunció la
relación existente entre los precios y la cantidad de moneda, y fue
tomado y perfeccionado por el filósofo empirista inglés David Hume.
En una compraventa, el valor monetario de una transacción es el
resultado de multiplicar la cantidad t por el precio unitario p y es,
necesariamente, igual a la cantidad m de dinero que el comprador
entrega al vendedor: t.p= m. El razonamiento se puede extender al total
de operaciones de una firma o a todas las compraventas realizadas
durante cierto lapso por toda la sociedad. En este último caso hay que
tener presente que, con el mismo dinero, el vendedor en una operación
puede convertirse en comprador en otra. Es decir, el mismo stock de
dinero circula más de una vez; si el total de compraventas asciende a $
11
1.000, el pago puede hacerse con $ 1000 que circulan una sola vez, $ 500
que circulan en promedio dos veces, $ 250 que lo hacen cuatro veces, etc.
Entonces, la suma de operaciones (Σt.p) la escribimos como T.P mientras
que la expresión de la derecha (Σm) ahora corresponde al stock
monetario multiplicado por las veces que en promedio circula cada
unidad del mismo: M.V (donde V es la velocidad de circulación del
dinero):
Obsérvese que no se trata de una igualdad sino que es una
identidad: son dos caras de un mismo fenómeno (por eso el nombre de
compra‐venta, es compra o venta según el punto de vista de cada uno de
los actores). En consecuencia, la fórmula anterior no tiene poder
explicativo sino que es una tautología, pero es útil para visualizar el
problema:
Los precios varían directamente con las variaciones de la cantidad
de dinero, por la velocidad de circulación e inversamente a la cantidad
de bienes transados. En esta fórmula se puede ver claramente las
relaciones entre esas variables. Por ejemplo, suponiendo que V está
determinada por factores institucionales y se mantiene constante, si la
cantidad de dinero emitida (M) aumenta a mayor ritmo que la
producción de bienes, los precios van a subir. O que en una economía en
crecimiento (aumento de T), ante la conocida inflexibilidad de los
precios a bajar, M debería aumentar al mismo ritmo que T para que no
se produzca iliquidez.
También sirve para visualizar una hiperinflación: cuando los
precios aumentan rápidamente, el agente económico procura deshacerse
del dinero antes de que pierda valor adquisitivo, por lo que se
incrementa V también a ritmo creciente, lo que vuelve a influir sobre P,
generando un proceso amplificado y autosostenido.
La escuela keynesiana ha reemplazado a la velocidad de
circulación del dinero por su inversa, la tenencia promedio de moneda
12
(k): si en un lapso dado M circula dos veces significa que, en promedio,
los agentes económicos mantienen en su poder dinero por el equivalente
de la mitad del circulante. Es decir: k = 1/V. Conceptualmente son
distintas: k está asociada a la preferencia por la liquidez. Pero
formalmente –y a los efectos prácticos‐ la fórmula no se altera:
Este tema, el de la teoría cuantitativa de la moneda, lo
retomaremos más adelante y en más de una oportunidad.
Breve historia de la inflación
Si bien la historia de los procesos inflacionarios es antigua, el
fenómeno como problema generalizado corresponde al siglo XX. Recién
a partir de esa centuria la moneda dejó de ser dinero‐mercancía, con su
valor asociado al del bien aceptado como unidad de valor y patrón de
intercambio.
En la evolución de los pueblos, distintos bienes cumplieron la
función de bien‐patrón: granos, frutos, el ganado (precisamente del latin
pecu, que significa ganado, derivan las palabras castellanas relacionadas
con el dinero: peculio, peculado, pecuniario, etc.) y, fundamentalmente,
los metales preciosos. Por razones prácticas, estos fueron acuñados en
forma de monedas, con el peso del metal como referencia de su valor,
garantizados por el rey o la autoridad del caso (por cuya imagen
estampada se da el nombre de cara a un lado de la moneda; en el otro
lado se indicaba el lugar de acuñado, o ceca). El “dinero de papel”, que
aparece mucho después, con el desarrollo social y comercial, no
modifica la cuestión, ya que mientras exista la convertibilidad sin límites
es un mero símbolo del metal representado.
En estos casos, cuando existe dinero‐mercancía, el valor intrínseco
del bien‐patrón garantiza la estabilidad del sistema. Sólo podría haber
inflación si se presentara alguno de los siguientes casos:
1‐ Disminución de la cantidad del bien patrón incorporado en la
moneda sin modificar el valor nominal (por ejemplo, incorporando
menor peso en oro que el indicado).
13
2‐ Disminución del valor del bien patrón.
3‐ En el caso de la moneda de papel, o dinero símbolo, habría que
incluir el abandono momentáneo de la conversión con el bien‐patrón o
la expectativa social de que ese hecho podría ocurrir, generando
desconfianza en esa moneda, lo que se asocia a conmociones político‐
institucionales, como fueron la Revolución Francesa o la Guerra de
Secesión norteamericana.
El primer caso se dio durante los siglos III y IV, en plena
decadencia del imperio romano, convirtiéndose en la primera inflación
documentada de la historia. Esa inflación se debió a que el gasto para el
mantenimiento del imperio y sus enormes fronteras requerían cada vez
más recursos y, para obtenerlos, se recurrió a la disminución de la ley de
la moneda imperial (proporción del metal noble en la aleación). Así lo
hizo, por ejemplo, Septimio Severo, que redujo la ley del denario y, sin
cargos de conciencia, aconsejó a sus hijos: “enriqueced a los soldados y
podéis burlaros de los demás”6, consejo que ha mantenido vigencia en
civilizaciones y continentes diferentes. Casi un siglo después el
envilecimiento de la moneda romana había continuado, con el
consiguiente aumento de precios; en el año 301 el emperador
Diocleciano, decidido a terminar con la inflación, dictó el “edicto de
máximo”, fijando los precios máximos de comercialización y penando
con la muerte su incumplimiento; a pesar de esta pena hubo escasez y
los precios continuaron aumentando, cosa que también se ha repetido en
la historia cuando se pretende eliminar los síntomas sin atacar las causas
que los originan.
El segundo caso se dio en la Europa del siglo XVI. La causa fue el
aumento en la cantidad de metal precioso proveniente de América (el
circulante se quintuplicó en el viejo continente), primero por el saqueo
de las civilizaciones precolombinas y luego por la explotación de las
minas, principalmente del Alto Perú, con un costo de extracción mucho
menor. El crecimiento de la cantidad de moneda a un ritmo muy
superior que el de la oferta de los otros bienes y la disminución del valor
intrínseco del metal generaron una inflación que se inició en Sevilla y se
extendió a toda España y al resto de Europa. Cabe señalar que hubo un
6
Maurice Crouzet (director), Historia General de las Civilizaciones, Ed. Destino, Barcelona, 1974), Tomo II,
pag. 522.
14
nuevo pico inflacionario entre 1626 y 1642 que, por sus causas, fue
distinto al anterior: ocurrió que a partir de 1610 disminuyó la afluencia
de metal proveniente del nuevo mundo mientras que las cortes
españolas no disminuyeron el nivel del gasto por lo que, para
solventarlo, ordenaron que las monedas se remitiesen a las casas de
acuñación (cecas) para reacuñarlas con el mismo valor nominal pero con
menor contenido metálico. La consecuencia fue una inflación del primer
tipo, como la de la decadencia romana.
El tercer caso está relacionado con crisis institucionales o especu‐
lativas. Un ejemplo es el de John Law, nombre asociado a la
especulación y al negociado financiero. En 1716, inspirado por la
creación del Banco de Inglaterra de 1694, obtuvo en Francia la
autorización para crear el Banco General con posibilidad de emitir
billetes convertibles en metal noble; sin embargo, dos años después sus
billetes llevaban la inscripción de “curso forzoso”. Creó también la
Compañía de Occidente, emitiendo acciones de dudosa responsabilidad.
La especulación desatada en París generó inflación que terminó con la
experiencia de Law, volviéndose a la moneda convertible. También
nuestro país tuvo un episodio comparable con la proliferación bancaria
posterior a 1887 y la sobreemisión monetaria que crearon las condiciones
para nuestra primera gran crisis, la de 1890, cuando las bruscas subas
del precio del oro reflejaban la depreciación del signo monetario, con la
imposibilidad de pagar los vencimientos de la deuda externa con la
Banca Baring y que culminó con el cierre de la Bolsa de Buenos Aires y,
finalmente, con la renuncia del presidente Juarez Celman.
A pesar de las experiencias narradas, 1914 puede considerarse
como la fecha clave para dividir en dos épocas distintas la evolución de
la moneda; allí comienza el abandono paulatino pero definitivo del
dinero‐mercancía, para ser reemplazado por el dinero‐crédito. Durante
la primera guerra hubo una “suspensión provisoria” de la
convertibilidad, situación que se generalizó a raíz de la crisis de los años
’30 y con la segunda guerra mundial (en Argentina, por ejemplo, en 1931
se abandonó la convertibilidad del peso moneda nacional). Luego de la
segunda guerra, en Bretton Woods, se reordenó el sistema financiero
internacional pasando del patrón oro al llamado patrón cambio oro: de
hecho, el patrón monetario internacional fue el dólar, con las monedas
15
de los distintos países referidas al valor de la moneda norteamericana
con un sistema de cambio fijo; la moneda norteamericana, por su parte,
estaba ligada (y teóricamente era convertible) al oro con un valor fijo (35
dólares la onza de oro).
Estados Unidos durante la postguerra tuvo el privilegio de poder
emitir el dinero patrón mundial. El aumento del gasto público a una tasa
de aproximadamente del 10% anual, en gran parte en el exterior (guerra
de Vietnam, por ejemplo) llevó a que en 1971 la cuenta corriente de su
Balanza de Pagos se volviera negativa, lo que generó una especulación
por la inevitable devaluación del dólar. Finalmente, en ese año, Estados
Unidos decretó unilateralmente la inconvertibilidad del dólar.
La moneda de papel es un símbolo de una mercancía (el oro) y su
valor corresponde al valor del bien real que representa. Al declarar la
inconvertibilidad, el dinero pierde el valor intrínseco y adquiere el que
le otorga la confianza y la seguridad, que es lo que valoriza al crédito.
Por eso se habla de dinero‐crédito.
No es de extrañar, entonces, que a partir del siglo XX se haya
conocido el fenómeno de la inflación en toda su intensidad.
En base a la documentación existente podemos obtener un indicio
cuantitativo de fenómenos inflacionarios anteriores. Por ejemplo, según
papiros egipcios entre los años 255 y 294 los precios de algunos
productos aumentaron 20 veces, lo que equivale aproximadamente a
una tasa anual del 8%. Algunos autores han calculado que entre 1500 y
1600 el nivel general de precios en España se multiplicó por 4, lo que
implica una tasa de inflación promedio del 1,4% anual.
La comparación de estas magnitudes con las que se han
presentado a partir de 1914 muestra que se trata de dos fenómenos
distintos: el primero está asociado a la variación del valor intrínseco de
una mercancía patrón o a la correspondencia entre el contenido real y el
nominal del mismo en la moneda, mientras que el segundo muestra el
grado de confianza depositado en un símbolo crediticio, lo que le da
mayor posibilidad de variación.
16
Por ejemplo, la primera guerra mundial –con la convertibilidad
suspendida‐ fue acompañada por una elevación generalizada de los
precios internos7:
ÍNDICE DE PRECIOS 1913 1918 TASA ANUAL (%)
Estados Unidos 100 212 16%
Inglaterra 100 242 19%
Francia 100 357 29%
Italia 100 364 29.5%
En los países vencedores, con la paz volvió la confianza y la
estabilidad. En cambio, en muchos otros la crisis de la sociedad civil y del
estado se agravó, produciéndose cambios políticos como la disolución del
imperio Austro‐Húngaro, el derrocamiento de monarquías, como la del
Kaiser en Alemania, o revoluciones radicales como las de Rusia y
Hungría. La inestabilidad política y la falta de confianza en las
instituciones convirtió el aumento de precios en hiperinflación.
Así, en Alemania, que había tenido una inflación que para el
período de la guerra podría ser considerada como normal (promedio
anual del 20%), llegó en 1922 a una tasa anualizada del 4.000% que
subió, para octubre del año siguiente, al 30.000%. La devaluación y la
aguda recesión llevaron a miles de alemanes a perder su empleo. Andrés
Solimano8 señaló las características de la hiperinflación de la década de
los veinte, que se han repetido en procesos económicos similares:
a) Una desmonetización interna completa y un vuelco de los
portafolios hacia la moneda extranjera;
b) Un empeoramiento del déficit fiscal, principalmente por vía
de la caída de la recaudación real de los impuestos por el
rezago tributario, lo que, a su vez, elevaba el ritmo de la
expansión monetaria;
c) El acortamiento del plazo de los contratos y su indización al
tipo de cambio;
d) Una aceleración de la tasa de depreciación del tipo de cambio;
7
Paul Jonson, Tiempos Modernos, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1988.
8
Andrés Solimano, “La inflación y los costos de estabilizar: aspectos conceptúales, casos históricos y
experiencias recientes”, El Trimestre Económico, oct.-dic. 1989, pag. 765 y sig.
17
e) Caída de los índices de producción física, de los salarios
reales y un aumento del desempleo.
En el caso alemán el proceso se dio en un país relativamente rico y
poderoso, que había sido afectado por la primera guerra y por las
exigencias de reparaciones efectuadas por las potencias triunfantes.
Implicó la destrucción del sistema monetario, donde la moneda no
podía utilizarse como reserva de valor ni como instrumento de medida y
que, finalmente, no pudo cumplir con la misión de ser intermediaria del
intercambio. Durante su evolución se comprobó los efectos tremendos
de un frenético aumento de la velocidad de circulación del dinero sobre
el nivel general de precios con, inclusive, varias modificaciones diarias.
En el momento límite alcanzó una tasa de variación que, anualizada,
hubiera sido del 2.000.000.000.000%.
Para la misma época hubo hiperinflación en Hungría y en la
Unión Soviética donde, en plena guerra civil, la inflación llegó al 7.300%
anual (1922).
Después de la segunda guerra volvió a plantearse el problema
hiperinflacionario en los países con inestabilidad política y cambio
revolucionario de régimen, mientras que en los países centrales las
presiones inflacionarias se volvieron permanentes pero a tasas
moderadas (menos del 10% anual). En cambio, en América Latina se
presentó un fenómeno nuevo: un proceso casi continuo de inflación
elevada. En base a esto Charles Maier ha propuesto la clasificación de las
inflaciones contemporáneas en:
‐ Inflación progresiva: entre el 0 y 10% anual, como se dio en los
países centrales;
‐ Inflación latina, entre el 10 y el 1.000% anual, donde entran –en
algún momento de su historia entre 1950 y 1990‐ prácticamente todos los
países de Latinoamérica.
‐ Hiperinflación, con tasas superiores al 1.000% anual. Ejemplos
son Hungría (que en 1946 alcanzó la mayor conocida, con una tasa que,
si se la anualizara llegaría a un dígito seguido de 26 ceros), Grecia (1943‐
44), China (1949), etc.
Con el criterio propuesto por Maier, de clasificar como
hiperinflación cuando la tasa supera el 1.000% anual, equivalente a una
18
tasa mensual del 21,15%, América Latina habría tenido hiperinflación en
Bolivia (1985 con el 8200% anual), Nicaragua (1987 con el 1200%) y
nuestro país en diversas oportunidades.
Por su parte, Cagan ha propuesto como límite para considerar
hiperinflación a una tasa mensual superior al 50%, lo que equivale a
hablar de una tasa anual del 12.874%.
En la Argentina, en julio de 1975 (período conocido como “el
rodrigazo”) la inflación mensual alcanzó el 34,6% (tasa anualizada del
3.446%), con un pico en marzo de 1976 (tasa anualizada del 4.507%). A
principios de 1985, antes del lanzamiento del Plan Austral, la tasa
anualizada oscilaba en 1900%; luego de unos años de estabilidad, en julio
y agosto de 1988 la tasa anualizada volvió a superar los 1000% hasta que
entre mayo y julio de 1989 y en los primeros meses de 1990 se soportó
hiperinflación, cualquiera fuera el criterio que se tuviera en cuenta:
Tasa Mensual
Mayo 1989 78,5%
Junio 1989 114,5%
Julio 1989 196,6%
Enero 1990 79,2%
Febrero 1990 61,6%
Marzo 1990 95,5%
Fuente: INDEC
19
Peso moneda nacional ($m/n) desde el 5‐11‐1881 al 31.12‐1969
Peso Ley 18188 ($LEY 18188) –quitó 2 ceros al anterior): 1‐1‐70 al 31‐5‐83
Peso argentino ($a) –quitó 4 ceros al anterior): 1‐6‐83 al 14‐6‐85
Austral (A) –quitó 3 ceros al anterior‐ 15‐6‐85 al 31‐12‐91
Peso ($) –quitó 4 ceros al anterior‐ desde 1‐1‐92
9
Charles S. Maier, op. cit., pg. 57
20
CAPÍTULO 2
DISTINTOS TIPOS DE INFLACIÓN
La estructura económica y el desarrollo relativo de cada país, su
historia, las experiencias previas de los agentes económicos, la situación
de la economía mundial y la etapa de evolución en que ésta se
encuentra, entre otras circunstancias y factores, harán que cada proceso
inflacionario tenga características propias que permiten individualizarlo
y distinguirlo de los demás. Sin embargo, con cierto nivel de abstracción,
se pueden clasificar en función de los elementos esenciales en
“inflaciones tipo”, dejando de lado a los componentes secundarios o
accesorios que le otorgan connotaciones diferenciales.
Abba Lerner, en un artículo clásico10, propuso la distinción entre
inflación originada en los compradores y en los vendedores, criterio que
coincide con el de Samuelson y Solow sobre el origen de la inflación: por
tirón de demanda o por tirón de oferta11. Coincidentemente con esos
trabajos, la teoría económica contemporánea ha distinguido entre esos
dos tipos principales de inflación: la de demanda y la de costos u oferta.
La distinción es importante porque los fenómenos que las generan son
totalmente diferentes y, también, sus consecuencias socio‐económicas y
las políticas de estabilización a aplicar.
La inflación de demanda
Como su nombre lo indica, el desequilibrio se origina en un
impulso inicial dado por un aumento de la demanda global que se
autosostiene en el tiempo. Es decir, se inicia por un exceso en las
decisiones de compra respecto de la producción, ya sea por el consumo
o por decisiones de inversión de los agentes económicos; en general
corresponde a un aumento en la capacidad de compra por cambios en la
política crediticia (disminución de los encajes legales, por ejemplo),
10
Abba F. Lerner, “Recesión inflacionista y regulación de precios administrados”, transcripta en Lecturas de
Macroeconomía (M.G. Mueller, compilador), Ed. CECSA, Barcelona, 1971.
11
Paul A. Samuelson y Robert M. Solow, “Aspectos analíticos de la política anti-inflacionista”, American
Economic Review, mayo, 1960. Hay versión en castellano en Mueller, op.cit.
21
aumento del gasto público financiado con emisión monetaria (que
toman la forma de adelantos del Banco Central), etc.
Un aumento importante en el ingreso global de la sociedad (en
especial si se trata del ingreso de los sectores de menor poder
adquisitivo, que tienen poca o nula posibilidad de ahorro) se traduce en
un aumento de la demanda de bienes que se transforma en mayores
ventas –si hay existencias disponibles‐ y/o en aumento de precios en la
medida en que no se la pueda satisfacer inmediatamente. La incidencia
en uno u otro (cantidades vendidas o precios) en una economía cerrada
depende de la existencia o no de factores productivos desocupados: si
hay fábricas trabajando lejos de su plena capacidad y hay mano de obra
desocupada o semiocupada, la respuesta es casi inmediata y hay poca
incidencia en los precios; de lo contrario, existe un lapso entre la señal
(incremento de la demanda) y el aumento de la producción, por lo que
predomina el incremento de precios.
Como en la sociedad capitalista las decisiones de inversión
quedan en las manos individuales de los numerosos empresarios, el
aumento de la demanda será la señal para el incremento de la
producción y la realización de inversiones por lo que, mientras haya
condiciones para lograrlo, la oferta se adecuará a la nueva demanda,
pero siempre con un retraso. El aumento de la producción y la
realización de inversiones se refleja, a su vez, en el incremento en la
demanda de bienes intermedios y de bienes de capital. Es bueno tener
claro que, en el capitalismo, como no hay planificación central, los
empresarios requieren del crecimiento previo de la demanda para tomar
las decisiones de aumentar la producción y/o realizar inversiones.
En una burda aproximación gráfica, los desequilibrios generados
por el “empujón” de demanda generan los corrimientos hacia arriba de
demanda y oferta globales de la forma como se presenta más bajo.
Lo importante es visualizar cómo los incrementos de la demanda
global, seguidos por los aumentos de la oferta global, van generando
aumentos de precios y, también, aumentos en el producto, situación que
se mantiene mientras haya factores productivos ociosos. Obviamente, en
una situación de ocupación plena, al no existir posibilidades de ampliar
el nivel productivo, la incidencia es exclusivamente sobre los precios. La
inflación de demanda, al menos en sus momentos iniciales y mientras se
22
mantenga en tasas moderadas, está acompañada de un clima optimista
propio de situaciones de crecimiento general, donde los empresarios
logran ganancias y los trabajadores obtienen sin mayores dificultades
ocupación y mejoras salariales.
La relación causal es aproximadamente la siguiente: un ingreso
disponible en expansión se transforma en aumento de la demanda de
bienes, que da lugar a mayores ventas y aumentos de los precios, lo que
es percibido por los agentes económicos como la señal para ampliar la
producción y planificar nuevas inversiones: aumenta la ocupación de los
factores productivos y el producto bruto (PBI)12 se incrementa. Los
aumentos nominales de salarios y ganancias, con la mayor ocupación y
el aumento del producto generan un aumento del ingreso13, con lo que
se cierra un círculo autogenerado de aumento de precios y del producto
(mientras existan posibilidades reales de esto último).
En forma esquemática, en el gráfico se puede observar cómo, en el
proceso de inflación de demanda, las variables “aumentos de precios”
(es decir, nivel de inflación) y “crecimiento del PBI” se modifican en el
mismo sentido (es decir, mientras existe posibilidad técnica y recursos
12
Al PBI se lo define como total de bienes y servicios finales producidos durante determinado lapso, medido
a precios constantes.
13
El ingreso no es más que la otra cara del producto (PBI) por lo que, con una misma unidad de medida,
deben valer lo mismo. En el presente razonamiento el ingreso está medido en precios corrientes (valor
nominal) mientras que el producto a precios constantes.
23
disponibles, ambas crecen simultáneamente), mientras que las dos
tienen un comportamiento inverso a la variable “desocupación”: al
crecer los precios y el producto la desocupación disminuye o, lo que es
lo mismo, aumenta la ocupación.
La relación entre esta variable y la variación del producto se
denomina elasticidad ocupación/producto y mide las variaciones
porcentuales de la ocupación ante una variación de un punto porcentual
del producto:
eo/y =
En nuestro país, según datos oficiales del año 2006, esta
elasticidad era de 0,6. Cada punto porcentual de aumento del producto
era acompañado con un 0,6% en la ocupación.
Por otra parte, la relación entre la variación de los precios y la
desocupación se la conoce como curva de Phillips, en homenaje al
economista que la enunció por primera vez. A. W. Phillips estudió la
relación histórica que existió en Gran Bretaña entre la tasa de variación
de los salarios y el nivel de desempleo en el período comprendido entre
los años 1861 y 1957, cuyo resultado publicó en un artículo aparecido en
24
la revista Económica14 de noviembre de 1958. La relación entre ambas
variables puede enunciarse mediante una ecuación muy simple: w =
Constante – b.U, donde w es la tasa de variación de los salarios
nominales, U la tasa de desocupación y b un parámetro. La ecuación es
una recta de pendiente negativa (decreciente). En la realidad los datos
empíricos hasta 1970 dan una relación decreciente pero más complicada
que una relación de primer grado (recta); por ejemplo, los datos de la
economía de Estados Unidos en la década de los años 1960 se ajustan a
las predicciones de Phillips con una forma similar a la del gráfico
siguiente15:
Como los salarios son el principal componente del costo total, los
precios y los salarios tienden a aumentar en la misma proporción, por lo
que es factible intercambiar (ʺtrade‐offʺ) valores entre dos variables
claves de la economía: el nivel de inflación y el índice de desocupación;
bajar la desocupación tiene un costo: es un incremento inflacionario. Y a
la inversa, reducir o eliminar la inflación tiene –como costo‐ el precio de
la desocupación. De esta forma, Ricardo Carciofi reinterpreta la curva de
Phillips como “una medida del costo de reducción del desempleo,
expresada en términos de tasa de inflación”16, vinculando la cuestión a la
14
El artículo está traducido al castellano en Lecturas de Macroeconomía, Ed. CECSA, 1971. Una versión
crítica se puede encontrar en Milton Friedman “¿Desempleo versus inflación?” en Desequilibrio, Inflación,
Desempleo, Ed. Vincens Universidad, Barcelona, 1979.
15
Sachs y Larrain, Macroeconomía en la economía global, Ed. Pentice Hall Latinoamericna, México, 1994,
pag. 449.
16
Ricardo Carciofi, Salarios y política económica, IDES, Buenos Aires, 1986, pg. 57.
25
ilusión monetaria de Keynes: los asalariados aceptan bajas en la
remuneración real por vía inflacionaria pero rechazan de plano
cualquier disminución nominal, lo que es comprensible ya que los
sindicatos negocian las remuneraciones pero no tienen capacidad para
determinar el nivel general de precios del sistema. El profesor Tobin,
citado por el propio Carciofi17, sostenía que “La curva de Phillips es en
cierto sentido la reencarnación dinámica de la idea original de Keynes
de ilusión monetaria en la oferta de trabajo. La curva de Phillips dice
que los incrementos en los salarios monetarios –y en general de otros
ingresos monetarios‐ son en grado significativo apreciados en sí mismos,
aún cuando ellos no resulten en ganancias equivalentes en los ingresos
totales”.
Después de la segunda guerra mundial los economistas lograron
perfeccionar sus herramientas y desarrollaron métodos econométricos
que les permitían manejar esas variables con sintonía fina: los técnicos
de la economía podían informar a los gobernantes cual sería el aumento
de precios que implicaría determinada disminución en la tasa de paro o
desocupación. Y, a la inversa, el costo de desocupación para disminuir la
inflación. Así, el profesor Saul Hymans de la Universidad de Michigan
estudió la curva de Phillips para Estados Unidos y concluyó que ʺde
acuerdo con esta relación empírica de intercambios, mantener una tasa
de desempleo del 4% conduce a una tasa de inflación del 3%. Si, por el
contrario, se mantuviese una tasa de desempleo del 6%, la inflación
correspondiente sería sólo del 1,7%ʺ18.
Hay que tener presente que la curva de Phillips es una
herramienta válida cuando existe inflación de demanda. A partir de los
años ’70 se desató en el mundo una inflación distinta, la de costos,
donde el aumento de la inflación fue acompañado de un aumento de la
desocupación, según veremos a continuación. En estas condiciones la
Curva de Phillips no funciona, cosa que trajo aparejado su desprestigio
en la teoría y en la política económica.
17
Id., pg. 58
18
Citado por Dornbusch y Fischer, Macroeconomía, Ed. McGraw-Hill, Calí, 1972, pag. 492.
26
Inflación de costos o de oferta
El empujón viene dado por el lado de los costos. El aumento de
costos se traduce en un aumento de los precios de los bienes, por lo que
disminuye el ingreso real de las familias: bajan las cantidades vendidas
lo que lleva a disminuir la producción e, inclusive, al cierre de empresas;
el resultado es un aumento de la desocupación. Los empleados, obreros
y demás agentes económicos reclaman por la pérdida del valor
adquisitivo de sus ingresos de forma que los aumentos nominales que
consiguen incrementan el ingreso global y la demanda pero, a su vez,
implican nuevos aumentos de los costos de producción que se trasladan
a los precios, dando lugar al ciclo inflacionario. En este proceso, la oferta
global (que traduce la evolución de los costos) mantiene la iniciativa.
Gráficamente sería así:
La inflación de costos se dio, por ejemplo, en la primera mitad de
los años ’70 con la llamada crisis del petróleo: con el nacimiento de la
OPEP el precio del petróleo, insumo básico para toda la sociedad
industrial, se cuadruplicó en poco tiempo, lo que se trasladó a todos los
costos de la economía.
Pasaba también en América Latina (y en nuestro país en
particular) con las reiteradas crisis cambiarias a partir de mediados de
27
los años ´50 y hasta los años ’90: el aumento del precio del dólar en
términos de la moneda local implicaba aumentos del precio de los
insumos importados y de las materias primas que se exportaban, lo que
se traducía en aumento de los costos y, por ende, de los precios de toda
la producción nacional o importada.
El proceso acumulativo: aumento de precios‐ disminución del PBI‐
aumento de la desocupación en Europa fue bautizado como estanflación,
neologismo que une estancamiento económico con inflación.
Cabe señalar que el aumento de la desocupación actúa como un
atenuante en los reclamos de aumentos de salario, ya que –cuando la
desocupación es alta, como pasó en Argentina a finales de los años ’90 y
principios del nuevo siglo‐ el objetivo principal es conservar el trabajo,
con cierta independencia de su retribución.
En una aproximación esquemática, podríamos decir que la
inflación de costos se comporta de la siguiente manera
INFLACIÓN DE COSTOS (O DE OFERTA)
Como puede verse en el gráfico anterior, el aumento de precios
(inflación) y las variaciones en la ocupación tienen signos contrarios
(aumento de precios con aumento del índice de desempleo), es decir, la
curva de Phillips tiene signo contrario a su enunciado primitivo: en este
caso tiene pendiente positiva.
28
La inflación a comienzos del siglo XXI
En la primera década del nuevo siglo se produjo una suba
inesperada en los precios de los productos primarios en general, en
especial el petróleo y sus derivados, generando una nueva crisis como la
de los años ’70, a lo que se han sumado los precios de las materias
primas, alimentos y, especialmente, las oleaginosas, iniciando un
proceso de inflación mundial.
El fenómeno obedecía a varias causas, entre las que se puede
destacar: la industrialización y el consecuente crecimiento del PBI de
países superpoblados, China e India, cuya mejor distribución del ingreso
ha elevado la demanda mundial de materias primas y bienes
alimenticios; la aparición de los biocombustibles –que tienden a
reemplazar al petróleo ante el horizonte temporal limitado de este
recurso‐ que incrementan la demanda de productos como el maíz y la
soja y, por último, la especulación. En el capitalismo globalizado existe
una enorme masa de recursos financieros que, en búsqueda de
oportunidades de rendimiento extraordinario y rápido, han pasado por
la especulación con distintas monedas, la inmobiliaria y, luego de la
crisis de este mercado, se han trasladado a los mercados a término de los
productos básicos.
Simultáneamente, una crisis especulativa que se inició en el sector
inmobiliario de Estados Unidos y se trasladó a países europeos afectó
profundamente a bancos y empresas financieras y de inversión en
general, desatando un período recesivo en la economía mundial y una
baja general de precios. De todas formas, los factores que influían en el
crecimiento de los precios de los alimentos y de las materias primas,
excepto los especulativos, continúan vigentes, en un proceso de
contradicción con los recesivos originados en la crisis especulativa. La
experiencia establecerá si este proceso de aumento de precios
correspondía a un cambio estructural de la economía mundial o se trató
de una mera coyuntura que no altera la tendencia secular al deterioro de
los términos de intercambio que, desde el último tercio del siglo XIX
afecta a los países exportadores de productos primarios.
Para los países importadores, el aumento de precios del petróleo,
los metales y demás materias primas industriales genera presiones
29
inflacionarias de costo (repitiendo el panorama de los años ’70); lo
mismo ocurre con el precio de los alimentos: al aumentar el costo de la
canasta alimentaria se traslada al precio de la mano de obra.
Para los países exportadores, si se trata de una economía de libre
mercado, se produce una traslación de ingresos a favor de los sectores
exportadores, que generalmente son muy concentrados y con mayor
propensión al ahorro, por lo que disminuye la demanda global y
aumenta el precio de los salarios, originando así una inflación con los
mismos efectos que la de costos, y que suele denominarse como inflación
importada.
Uno de los riesgos principales en estos países es la rápida
revaluación monetaria que genera daños irreparables en los otros
sectores productivos, que en la historia económica se conoce como “la
enfermedad holandesa”. Este nombre se origina en lo ocurrido en los
Países Bajos a mediados del siglo XVII, cuando los tulipanes se pusieron
de moda; en toda Europa cundió esa fiebre, al punto que durante 1636 el
precio de los bulbos se multiplicó por 20: un bulbo de tulipán valía lo
mismo que dos carruajes de lujo. El oro (originado en las exportaciones
de tulipanes) afluyó a Holanda generando inflación interna y abandono
de las demás actividades. Cuando la moda pasó, Holanda quedó en
crisis y le costó años recuperarse. En 1977, luego de la suba espectacular
del precio del petróleo y a raíz de los descubrimientos de hidrocarburos
en el Mar del Norte, volvió a presentarse en Holanda un problema
similar, ahora con la apreciación de su tipo de cambio que incrementó
las importaciones y volvió no competitivas a muchas de sus actividades
de exportación. A raíz de un artículo en The Economist se popularizó el
término antes de uso técnico de “enfermedad holandesa”.
El aumento de los precios de las exportaciones se traducen en
saldos favorables crecientes en la balanza comercial y, por lo tanto, en
entrada al país de divisas. El aumento de la oferta de moneda extranjera
hace bajar su precio (se aprecia el peso) por lo que muchas actividades
dejan de ser competitivas y ya no se exportan y muchas otras son
reemplazadas por productos importados, que son más baratos. En
Argentina se conoció los efectos de una moneda sobrevaluada en los
años ’90 y hasta el 2001: cierre de industrias, desocupación y
marginación social creciente.
30
Una forma de defensa de los países exportadores es la
nacionalización del comercio exterior: el estado se transforma en el
único exportador comprando los productos a un precio acorde a los
costos internos y a una ganancia normal y quedando el excedente
respecto del precio internacional en beneficio de toda la sociedad. En las
economías occidentales el antecedente de este procedimiento se remonta
a la crisis de los años ’30, con la creación del Canadian Wheat Board,
creado en 1935, y del Australian Wheat Board de 193919, ideados para la
defensa del productor agrario, evitando su competencia y la baja de
precios pero, después de la segunda guerra y ante una situación muy
similar a la actual, por el alto precio de los alimentos, actuó como
regulador entre los precios internacionales y los del mercado interno. En
la Argentina se constituyó el Instituto Argentino de Promoción del
Intercambio (IAPI) que nacionalizó el comercio externo y con la renta
agropecuaria se financió el desarrollo industrial de postguerra y la
política de redistribución de ingresos que caracterizó al primer gobierno
de Perón.
Otra forma de defensa es la imposición de altos aranceles a la
exportación (entre los que se incluyen a las denominadas “retenciones”)
que procuran aislar –aunque fuere parcialmente‐ el mercado interno de
las alzas de precios internacionales y buscan socializar parte de la renta
extraordinaria. Las retenciones son también el medio para evitar el
revalúo de la moneda interna, sosteniendo un tipo de cambio adecuado
para el desarrollo de los otros sectores productivos, evitando así a la
mencionada “enfermedad holandesa”.
19
Federico Bernal, “El regreso del IAPI”, Le Monde Diplomatique, mayo 2008.
31
32
CAPÍTULO 3
EXPLICACIONES TEÓRICAS: EL MONETARISMO
Antes de tratar las distintas explicaciones teóricas sobre la
inflación, es conveniente recordar que el objeto de toda ciencia,
obviamente la economía entre ellas, es formular modelos abstractos que
permitan comprender e interpretar una parcela de la realidad. Implica,
necesariamente, una simplificación de la misma, haciendo abstracción
de los factores que se suponen secundarios e incorporando supuestos
sobre comportamientos y relaciones que necesariamente influirán en los
resultados del modelo. Es claro que el proceso de eliminación de los
elementos accesorios o secundarios y la incorporación de supuestos
debe responder a la realidad social que se pretende explicar. Además,
un requisito elemental del modelo es su coherencia interna, es decir, que
no presente contradicciones que lo invaliden lógicamente.
Tenemos, entonces, dos niveles de exigencias:
a) de verdad interna o coherencia lógica;
b) de correspondencia y compatibilidad de los supuestos con la
realidad que se pretende explicar.
33
monetarismo en sus distintas variantes, pero a la que hay que agregar
también la denominada política de oferta, asociada al
neoconservadurismo en boga en las últimas décadas del siglo XX.
2‐ El keynesianismo, que revolucionó a la teoría económica a
fines de los años ’30 y que se convirtió en paradigma dominante de la
macroeconomía durante varias décadas.
3‐ El estructuralismo latinoamericano, que dio una visión distinta
de la problemática inflacionaria, poniendo el acento en la experiencia de
estos países.
Podría resultar extraño que entre los paradigmas no se incluya al
marxismo que, como es bien sabido, tiene el derecho a ser considerado
como una cosmovisión totalizadora. Lo que ocurre es que para Marx el
tema monetario no era más que un velo que dificultaba la comprensión
de las relaciones de la economía real, posición aceptable en la época del
patrón oro pero no a partir del siglo XX; sin embargo los economistas de
esta escuela poco han agregado a lo escrito en El Capital, excepto algunos
autores que han puesto el acento en los enfoques sociológicos del
problema, es decir, en los aspectos distributivos y de lucha de clases, así
como en la crisis del estado, de las que la inflación sería un síntoma,
aportes que han sido incorporados por los estructuralistas.
El monetarismo
En esta concepción subyace, como fundamento, la teoría
neoclásica del equilibrio general y el postulado que las fuerzas del
mercado, sin interferencias externas, aseguran el óptimo posible.
En su versión ortodoxa supone flexibilidad de precios y salarios y
transparencia y homogeneidad en los mercados. En este escenario, la
inflación es, en última instancia, la consecuencia de que el estado altere
las fuerzas del mercado, impidiendo así el logro del equilibrio general.
En líneas generales hay dos versiones de esta corriente20: 1) el
monetarismo de economía cerrada, basado en la teoría cuantitativa de la
20
Sobre el particular se puede consultar a Cortazar, Fowley y Tokman, Legados del monetarismo. Argentina y
Chile, OIT-Ed. Solar, Buenos Aires, 1984 y a Osvaldo Néstor Feinstein, “Neoestructuralismo y paradigmas de
política económica” en El Trimestre Económico Nº 201, enero-marzo 1984.
34
moneda y en el control de la oferta monetaria; y 2) el monetarismo de
economía abierta, fundado en el enfoque monetario de la balanza de
pagos.
Monetarismo de economía cerrada
El primer monetarismo se asienta sobre dos bases: el carácter
estrictamente monetario de la inflación y, en segundo lugar, en la
relación directa existente entre la cantidad de moneda y el nivel de
precios. Con respecto al primer aspecto, Milton Friedman decía que “la
inflación es siempre y en todos los lugares un fenómeno monetario”21. El
segundo fue sintetizado por J.S. Fleming al definir a la inflación como
“un aumento anormal del circulante”22.
La relación entre cantidad de circulante y nivel de precios surge
de la teoría cuantitativa de la moneda, cuyo enunciado vimos en el
capítulo primero:
Si en lugar de trabajar en valores absolutos lo hacemos con tasas
de variación, que indicaremos con los mismos símbolos pero en
minúsculas, tenemos23:
m + v = p + y
El monetarismo supone que la velocidad de circulación monetaria
‐V‐ es estable, ya que es el resultado de un conjunto de factores
institucionales, de forma tal que Friedman ha llegado a decir que “la
velocidad era considerablemente más estable que el multiplicador
21
Citado por Gustavo Maia Gomes, “Monetaristas, neoestructuralistas e inflación brasileña en 1985” en El
Trimestre Económico, Nº 210, abril-junio 1986.
22
J.S.Fleming, “Explicación económica de la inflación” en Hirch y Goldthorpe (Comp.), La economía política
de la inflación, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, pag. 50
23
Si a la fórmula M.V = P.Y se aplican logaritmos se obtiene
Si se deriva esa expresión con respecto al tiempo (t) se obtiene: + que
son las tasas de crecimiento, es decir: m + v = p + y
35
keynesiano”24. Si suponemos que V es constante, v = 0. Por lo tanto, la
fórmula anterior queda:
m = p + y ó p = m – y
Si se supone a “y” como un dato (valor conocido o parámetro
dado) para esta corriente equivalente al producto de ocupación plena la
expresión anterior corresponde gráficamente a una recta (con “p” en el
eje de las ordenadas y “m” en el de las abscisas), donde “‐y” es la
ordenada al origen y la pendiente es la unidad (ángulo de 45º).
Si “m” fuera menor que “y” se produciría iliquidez (y los precios
tenderían a bajar) mientras que si la relación fuera m>y se producirían
tensiones inflacionarias. Para mantener el equilibrio la masa monetaria
M debería crecer a la misma tasa que el producto real (m=y).
En esta versión del monetarismo, la más simple, la que maneja
normalmente el hombre de la calle y la prensa cotidiana, M es una
variable exógena o independiente; la receta de política estabilizadora es
precisamente esa: controlar la emisión monetaria, lo que en la jerga
popular argentina se resumía en “no dar vuelta a la manijita”, en una
clara referencia a los mimeógrafos manuales de la época.
24
Citado por García y Saieh, Dinero, precios y política monetaria, Macchi Hnos, Buenos Aires, 1985, pag.
106.
36
Una versión más elaborada25 presenta a M como una variable
endógena, dependiente de la existencia de un déficit presupuestario (D)
financiado por el Banco Central vía la expansión monetaria. A su vez, el
déficit estatal se origina en el aumento del gasto público (G), como
resultado directo del aumento de la presencia del sector público en las
sociedades modernas. Simbólicamente:
M = M(D) D = D(g)
donde g es la tasa de crecimiento del gasto público (dG/G).
Se argumenta que, así como existe una relación recíproca entre el
gasto en inversión (I) y el nivel del producto nacional (Y), vía efectos del
multiplicador y del principio de aceleración, existe una relación similar
tanto entre el gasto público (G) y el producto (Y) como entre los ingresos
públicos, fundamentalmente los impuestos (T), con el producto (Y).
Ante un crecimiento del producto ambos aumentan, pero el gasto
lo hace más rápidamente que los recursos. Es decir, tanto el gasto
público como los impuestos tienen elasticidad positiva respecto del
crecimiento del producto, pero mayor en el primer caso26:
eG/Y > eT/Y
En el caso de reducción del producto nacional (Y) los ingresos
fiscales caen mientras que el gasto público presenta inflexibilidad a la
baja o, inclusive, podría aumentar por la presencia de los mecanismos
automáticos de compensación del ciclo, como son los subsidios a
empresas, seguros contra la desocupación y otros gastos sociales.
Si denominamos “y” a la tasa de crecimiento del producto, en el
primer caso (cuando y>0) el gasto aumenta más que los ingresos; en el
segundo (y<0) los ingresos fiscales disminuyen mientras que el gasto
público se mantiene o aumenta. Siempre aumenta el déficit fiscal y, en
consecuencia, las necesidades de financiación entre las que, la más
sencilla y rápida, está la emisión monetaria vía créditos al estado por
parte del Banco Central.
Esta segunda versión del monetarismo, que en la Argentina
popularizó el ing. Álvaro Alsogaray en los años ‘60, es la que está detrás
25
En esto se sigue a Osvaldo Néstor Feinstein, op. cit.
26
Recordar que la elasticidad del gasto respecto del producto (eG/Y) se define como % de aumento de G
dividido el % de aumento de Y.
37
de los ajustes ortodoxos. La estrategia para la estabilización se
corresponde con la concepción global de la sociedad y es coherente con
la teoría del equilibrio general: se procura la liberación de los mercados,
reduciendo la regulación estatal y siguiendo una política de
privatizaciones de las empresas públicas fundada en la ineficiencia de
las mismas y en la carga deficitaria que representan para el tesoro
nacional; en el mercado monetario se postula la autonomía del Banco
Central para controlar la oferta monetaria evitando la financiación por
esta vía del déficit público. La reducción y eliminación del déficit fiscal
se debería lograr mediante la disminución de los gastos y aumento de
los recursos.
El monetarismo de economía abierta
(el enfoque monetario de la Balanza de Pagos)
Fue desarrollado en los años ’50 y ’60 por Jacques Polak del FMI y
posteriormente por Marcus Fleming (FMI) y por Harry Jonson y Robert
Mundell de la Universidad de Chicago27 (de ahí proviene el mote de
“Chicago’s boys” a los economistas que difundieron y aplicaron las
recetas monetaristas en América Latina).
El enfoque monetario de la balanza de pagos fue adoptado como
la base teórica de las recomendaciones de los organismos internacionales
de crédito, como el FMI y el Banco Mundial, y es el fundamento de las
políticas recomendadas por estos organismos a partir de los años ’70.
Puede ser considerada como una versión contemporánea del
equilibrio del comercio internacional que se debe a Hume (1752), David
Ricardo (1809) y Stuart Mill (1848), donde los movimientos del patrón
oro nivelaban los precios y hacían posible la división internacional del
trabajo. La idea central es la ley del precio único: en un sistema de libre
comercio (en un modelo simplificado, sin los costos de transporte,
aranceles, etc., aunque su inclusión no altera sensiblemente los
resultados) los precios internos tienden a igualarse con los externos.
Para los clásicos era la cantidad de oro lo que compensaba los saldos del
intercambio comercial y que –en función de la teoría cuantitativa de la
27
Paul Krugman y Maurice Obstfeld, Economía Internacional, McGraw-Hill, Madrid, 1996, pag. 625.
38
moneda‐ modificaba los precios de los países relacionados logrando su
equiparación. En la versión contemporánea es el tipo de cambio el
mecanismo que logra la equiparación.
Sea P el precio interno, expresado en $, P* el externo, en dólares, y
E el tipo de cambio ($/dólares), de tal forma que al multiplicar P* por E
el resultado está en pesos:
P = E.P*
El precio P de un bien transable es función del tipo de cambio y
del precio externo, es decir, aumenta si lo hacen E y/o P*.
Si a la igualdad la expresamos en tasas de crecimiento, indicadas
en letras minúsculas28, se obtiene
p= e + p*
Obsérvese que si el tipo de cambio fuera inamovible (e=0) la
inflación interna (p) tendería a igualarse con la externa (p*). Este criterio
estuvo detrás de la política económica experimentada en Argentina a
partir de diciembre de 1978, con el ministro Martínez de Hoz y en la de
la convertibilidad de los años ’90, con el ministro Cavallo. En el primer
caso se pautó una “tablita” con un ritmo de devaluación preanunciado y
decreciente hasta llegar a 0, para que la inflación interna convergiera
paulatinamente con la internacional. En el segundo caso se estableció
desde el inicio un cambio fijo y teóricamente inamovible (1 dl. = 1 $).
Para los bienes transables la relación es clara debido a la ley del precio
único, pero la duda se presenta con el comportamiento de los precios de
los bienes no transables, como los servicios o la construcción. La
respuesta teórica del monetarismo consiste en que en el primer
momento de la apertura económica es de esperar una transferencia de
ingresos a favor de esos sectores, lo que originaría un aumento de oferta
de manera que, finalmente, bajarían sus precios y también ellos
convergerían con los internacionales; la teoría del equilibrio general está
presente en ese razonamiento.
Cabe señalar que la relación P = E.P* es válida en un mundo ideal
de libre funcionamiento de los mercados y de un tipo de cambio
28
Ver nota 23 anterior.
39
absolutamente flexible. Cuando el tipo de cambio es fijo o es de flotación
sucia, debido a la intervención del estado, la relación anterior puede ser
de desigualdad.
Si ésta fuera P > E.P* significa que los precios internos son superiores
a los externos: hay dificultad para exportar y para competir con las
importaciones. El balance comercial tiende a ser negativo porque la
moneda local está sobrevaluada con respecto a la divisa de referencia (en
nuestro país, el dólar). Por el contrario, cuando es P < E.P*, la relación incide
como impulso a las exportaciones y como barrera para las importaciones; el
saldo comercial es positivo ya que la moneda local está subvaluada.
El segundo caso –tipo de cambio subvaluado que genera saldo
comercial favorable y efecto multiplicador en el producto‐ se presentó en
Japón después de la segunda guerra y es una de las causas del “milagro
japonés” entre 1950 y 197129, al igual que el crecimiento de Corea y
Taiwán entre 1960 y 1990, el de los “nuevos tigres asiáticos” entre 1970 y
1994 o el de China en el siglo XXI. Por el contrario, el tipo de cambio
sobrevaluado, al generar balanza comercial negativa produce recesión
económica (como ocurrió en Alemania e Inglaterra en el período de
entreguerras) o requiere endeudamiento externo creciente que termina
en crisis, como sucedió en Argentina entre 1979‐82 y,
fundamentalmente, entre 1991 y 2001.
Por esa razón es útil el concepto de “tipo de cambio real”, que
corresponde al ajuste del tipo de cambio vigente en función de los índices
de precios internos y externos. Mide la paridad adquisitiva de la moneda:
ER = E.P*/P
En esta fórmula se puede ver cómo un aumento de los precios
internos (inflación) erosiona al tipo de cambio real.
El monetarismo de economía abierta basa su análisis en la Balanza
de Pagos, que está constituida por la cuenta corriente (CC) y la cuenta de
capital (CDC). En la primera son fundamentales la balanza comercial
propiamente dicha ‐comercio internacional de mercaderías‐ y la
exportación e importación de los servicios reales, tales como fletes y
29
Sobre la experiencia histórica de las políticas cambiarias puede consultarse a Eduardo R. Conesa,
Macroeconomía y Política Macroeconómica, Ed. Macchi, Buenos Aires, 2002.
40
seguros; la suma de ambos, mercancías y servicios reales, tomando como
positivo las exportaciones y negativo a las importaciones, da como
resultado la balanza comercial ampliada, cuyo resultado simbolizaremos
como XN; también es importante –para los países deudores‐ los servicios
financieros r.D, donde r es la tasa de interés internacional y D la deuda
externa. Dejando de lado otros componentes menores de la cuenta
corriente, para un país deudor en el mercado internacional –como
Argentina‐ resulta:
CC = XN – r.D
Por su parte, la cuenta de capital (CDC) está formada por los
ingresos y egresos de capitales; a los primeros les asignaremos signo
positivo y a los segundos negativo.
El resultado de la Balanza de Pagos será la suma de los resultados
de sus dos componentes, la cuenta corriente (CC) y la cuenta de capital
(CDC) y se traduce en la variación de reservas de país (VR):
VR = CC + CDC
o, lo que es lo mismo, CC + (CDC – VR) = 0
Para que se cumpla la igualdad anterior, es decir, que la balanza
de pagos esté balanceada, la cuenta de capital menos la variación de
reservas debe ser del mismo importe pero con signo inverso al de la
cuenta corriente. Por ejemplo, un saldo negativo en la cuenta corriente se
debe equilibrar con el ingreso de capitales (préstamos o inversiones
directas) y, al contrario, un saldo positivo de la cuenta corriente implica
la generación de créditos en el exterior, equivalente a una salida de
capitales (cuenta de capital negativa).
Los componentes de la balanza comercial son dependientes del
tipo de cambio real: un tipo de cambio alto (moneda interna
subvaluada) fomenta las exportaciones y limita las importaciones; la
inversa para una moneda sobrevaluada: XN es función del tipo de
cambio real. En el caso de la cuenta de capital, su monto y su signo, con
movilidad de capitales, está determinada por las tasas de interés interna
e internacional (i, r, respectivamente). Es decir:
CC = CC (ER)
CDC = CDC (r, i)
41
Monetarismo y Política económica
Las principales herramientas de política económica con que
cuenta un país son las fiscales y las monetarias. Las primeras se basan en
el uso del gasto público y de los impuestos para incidir en el nivel del
producto nacional y de la ocupación. Es sabido, especialmente después
del desarrollo de Keynes en 1936, que las variaciones en el gasto (G)
tienen un efecto multiplicador en el nivel del producto (Y), razón por la
cual se utiliza como herramienta anticíclica; el mismo efecto tiene un
aumento en las exportaciones netas (exportaciones menos
importaciones) y –menor efecto y de signo contrario‐ las variaciones
impositivas (una disminución de los impuestos aumenta la renta
disponible por los agentes económicos, por lo que aumenta el gasto).
Por su parte, la política monetaria aumenta o disminuye el
ingreso nominal de la sociedad, impulsando o restringiendo el gasto.
Podemos agregar las políticas cambiarias (fijación del tipo de
cambio o intervención en su determinación) que tienen como objeto
impulsar o restringir el comercio exterior con su efecto multiplicador.
El caso de cambio flexible
Si hubiera movilidad perfecta de capital, los movimientos de éste
en el mercado libre determinan el tipo de cambio E.
Si se aplicara una política fiscal, como es el aumento del gasto (G),
según el análisis del monetarismo de economía abierta, por efecto del
multiplicador aumentan tanto el producto (Y) como la demanda de
dinero, lo que hace subir la tasa de interés “i”, lo que, a su vez, atrae a
los capitales externos. El incremento positivo de la cuenta capital del
Balance de Pagos como resultado del ingreso de capitales se compensa
con una disminución de la cuenta corriente, lo que tiene efecto
multiplicador negativo que tiende a neutralizar el multiplicador positivo
que tiene el aumento del gasto.
El aumento de “i” produce ingreso de capitales; este último
genera el aumento en el valor absoluto de la cuenta de capitales CDC
(i,r) y, al aumentar la oferta de divisas, hace disminuir el tipo de cambio
42
real ER y, en consecuencia, disminuye el saldo de la cuenta corriente CC
= CC(ER).
La disminución del saldo en cuenta corriente puede verse también
como la suma del aumento de importaciones originado por la expansión
del producto y la disminución de las exportaciones por el incremento de
la demanda interna y la caída en el tipo de cambio.
En forma similar operaría una disminución impositiva.
De acuerdo a este enfoque, con cambios flexibles la política fiscal
expansiva se compensa con la apreciación del tipo de cambio.
En el caso de un aumento de la carga impositiva (o disminución
del gasto público) los efectos serían los contrarios pero el resultado final
–la compensación‐ sería el mismo.
Por el contrario, una política monetaria –si los cambios fueran
flexibles‐ sí tendría resultados: el incremento de la cantidad de moneda
traería aparejada la disminución de la tasa de interés “i” y, por lo tanto,
la salida de capitales con incremento del tipo de cambio E, lo que
produce la mejoría de la cuenta corriente de la balanza de pagos y su
efecto multiplicador sobre el producto. El producto real crecerá siempre
y cuando existan recursos económicos ociosos; de lo contrario, el efecto
multiplicador se manifestará en el crecimiento del producto nominal
(aumento de precios) que, si persistiera, generaría inflación.
El caso de cambio fijo
El tipo de cambio fijo fue el instrumento cambiario mundial desde
la segunda guerra hasta la crisis de los años ’70. A partir de esa fecha se
generalizó el cambio flexible aunque, en general, la intervención estatal
ha llevado a una “flotación sucia”, con pautas o bandas cambiarias que
lo acercan, por sus características, al tipo de cambio fijo. Es lo que ocurre
en la Argentina a partir de la crisis del año 2001 y el abandono de la
convertibilidad que se mantuvo durante la década anterior, que
respondía al prototipo de cambio fijo con caja de convertibilidad.
Existe un tipo de cambio de equilibrio E = ER que hace que la
cuenta corriente esté saldada: CC = CC(ER) = 0.
Si el tipo de cambio estuviera sobrevaluado sería CC < 0; para
compensarlo se requiere el ingreso de capitales (endeudamiento), como
43
ocurrió en Argentina entre 1991 y 1999 o, de lo contrario, el estado debe
vender reservas para financiar el exceso de demanda de divisas,
contrayendo así la oferta monetaria, lo que lleva a la recesión. Por el
contrario, si el tipo de cambio estuviera subvaluado (CC > 0) el estado debe
adquirir el exceso de oferta de divisas, con lo que aumenta la oferta
monetaria, baja la tasa de interés interna y salen los capitales (CDC < 0). El
aumento de la cantidad de dinero produce presiones inflacionarias que
reducen el tipo de cambio real hasta llevarlo al punto de equilibrio
(recordar que ER = E.P*/P).
En este modelo, con cambio fijo, la política monetaria es inoperante: si
aumenta la oferta monetaria (M) baja la tasa de interés (i) y salen los
capitales; el Banco Central debe vender divisas con lo que disminuye la
oferta monetaria M. Si aplica una política monetaria restrictiva, sube “i”,
entran capitales y el Banco Central debe adquirir las divisas aumentando
la oferta monetaria.
Por el contrario, con cambio fijo y recursos desocupados, la política
fiscal se manifiesta como potente: sube el gasto público lo que, por efecto
multiplicador, hace subir el producto y la demanda de dinero, por lo que
sube la tasa de interés: entran capitales externos y el Banco Central –al
adquirir las divisas‐ eleva la oferta monetaria: es una política expansiva.
Podría objetarse que en los países periféricos y de alto riesgo, el
movimiento de capitales internacionales no actúa con el automatismo
supuesto en el modelo. La respuesta de este enfoque sería la siguiente: un
aumento de la oferta monetaria está acompañada por el incremento de la
demanda que en parte (según cual fuere la propensión marginal a
importar) se concreta en un aumento de las importaciones y el resto –
suponiendo una oferta inelástica‐ se va a transformar en aumento de
precios internos; ante las presiones inflacionarias los agentes económicos
buscan refugio para la conservación de valor en la moneda extranjera, de
forma tal que ambos (crecimiento de importaciones y búsqueda de
reserva de valor) se transforman en demanda de divisas que debe proveer
el Banco Central, con lo que se neutraliza la emisión monetaria inicial.
La conclusión es que la oferta de dinero, en las condiciones supuestas,
es una variable endógena del sistema: no existe posibilidad de política monetaria
autónoma, aunque el gobierno pueda tener la ilusión de poder manejar la oferta
monetaria por períodos relativamente cortos.
44
Si el desequilibrio fuera permanente, el exceso de oferta monetaria
llevaría a la disminución de las reservas y a la necesidad de una devaluación
para restablecer el equilibrio de precios. Si el proceso continuara, las
devaluaciones se sucederían creando un proceso inflacionario.
Exceso de oferta de divisas
El teorema que niega autonomía a la política monetaria en
condiciones de libre movilidad de capitales y tipo de cambio fijo se
presenta como de validez general, aunque tiene presente el caso de los
países periféricos hasta comienzos del siglo XXI: déficit en la cuenta
corriente de la balanza de pagos y, en consecuencia, condiciones
vendedoras para el banco central. Roberto Frenkel, en un importante
artículo30 demuestra que, cuando existe un exceso en la oferta de divisas
(como ocurre en los primeros años del siglo con los países exportadores
de petróleo, materias primas y alimentos) el banco central puede
simultáneamente controlar la tasa de interés y el tipo de cambio,
evitando así que la moneda nacional se aprecie, con las condiciones
negativas que esto tiene para la economía en su conjunto. Con esta
demostración niega la validez general al teorema, conocido también
como “el trilema” de una economía abierta.
Para Frenkel el banco central puede determinar el tipo de cambio
adquiriendo el excedente de oferta en el mercado cambiario emitiendo
dinero y, en un segundo acto, esterilizar el excedente monetario
colocando letras del banco central (o bonos del tesoro nacional) emitidos
en moneda local.
La sostenibilidad de esta política de intervención en el mercado
cambiario y esterilización del excedente monetario está condicionado
por las tasas de interés que cobra por sus reservas internacionales, las
tasas que debe pagar en el mercado local para la colocación de sus
valores, las variables que inciden en la demanda y oferta de la base
monetaria, por la evolución del tipo de cambio y por el grado de
endeudamiento del banco central. En principio, esta política es posible
por la existencia de pasivos no remunerados de la autoridad monetaria
30
Roberto Frenkel, “La sostenibilidad de la política de esterilización monetaria” en La Revista de la CEPAL,
diciembre de 2007.
45
(crecimiento de la base monetaria que depende del crecimiento del
producto nacional nominal) y es sostenible mientras que la relación
entre las variables citadas precedentemente hagan que la rentabilidad en
moneda local de las reservas internacionales sea mayor o igual al costo
de la esterilización.
La demostración de Frenkel y las condiciones de sostenibilidad y
permanencia de esta política se presentan en el apéndice.
Análisis crítico del monetarismo
Para ambos tipos de monetarismo, la inflación es una
manifestación de desequilibrio económico donde la presencia del estado
puede actuar como factor desencadenante. Las políticas estabilizadoras
recomendadas, entonces, tienen como fin primordial restablecer el
equilibrio, reduciendo el déficit fiscal.
Se trata de una estrategia política que apunta a detener la escalada
inflacionaria frenando el desplazamiento de la demanda global; salvo en
los casos en que se tratara de una inflación producida por excesos de
demanda en una economía en situación de ocupación plena de sus
recursos productivos, sus efectos son claramente recesivos.
Las críticas al monetarismo se pueden resumir en dos grupos. Por
un lado la referida a la política aconsejada, que es siempre la misma, con
independencia del factor que en última instancia produce la inflación;
entonces, si se tratara de un proceso originado en un “tirón de oferta” y
no se eliminara la causa del mismo, las medidas restrictivas frenarían la
inflación con un alto costo social de desocupación y recesión, pero el
fenómeno volvería una y otra vez.
El segundo conjunto de críticas es más profundo y apunta al
propio fundamento teórico del monetarismo, al paradigma de la
economía liberal y a la teoría del equilibrio general. La resumía Keynes
hace más de setenta años: “existe el papagayo monetarista que
independientemente de lo que esté ocurriendo siempre dice lo mismo:
hay que esperar que funcione el mecanismo automático, y lo mismo lo viene
repitiendo por doscientos años”.31
31
Citado por Patricio Meller, “Keynesianismo y monetarismo: discrepancias metodológicas” en Desarrollo
Económico Nº 103, octubre-diciembre de 1983.
46
APÉNDICE:
CONTROL SIMULTÁNEO DEL TIPO DE CAMBIO
Y LA TASA DE INTERÉS
Del desarrollo teórico del enfoque monetario de la Balanza de
Pagos se deduce que en una economía abierta a los movimientos de
capitales el banco central no puede controlar simultáneamente la tasa de
interés y el tipo de cambio. Roberto Frenkel ha demostrado que esto no
es cierto en el caso de exceso de oferta de divisas internacionales (donde,
sin intervención estatal, la moneda local se apreciaría), por lo que este
teorema no tiene validez general.
En las condiciones descriptas, el banco central tiene autonomía –
dentro de determinados límites‐ para fijar su política monetaria
actuando en la fijación de la tasa de interés e interviniendo en el
mercado cambiario para fijar el tipo de cambio. Es decir, el banco central
puede adquirir el exceso de oferta de divisas para mantener un tipo de
cambio objetivo y, luego, esterilizar el exceso de oferta monetaria
mediante instrumento de crédito.
Sea R las reservas en divisas, E el tipo de cambio, P el pasivo del
banco, constituido por la base monetaria (B) y las letras o papeles de
esterilización monetaria (L). El balance resumido del banco central
expresado en pesos es:
Si C es el excedente de oferta en moneda extranjera que adquiere
el banco central para mantener o aumentar el tipo de cambio, es
evidente que C.E debe cubrirse con aumentos en el pasivo B + L.
47
Si r es la tasa de interés internacional que percibe el banco por su
reserva en divisas, i la tasa de interés local que se paga por las letras y e
la tasa de devaluación de la moneda local:
La política de regular el tipo de cambio y mantener el control en el
crecimiento de la oferta monetaria es sostenible mientras que el
crecimiento de las reservas en moneda local sea mayor que el
crecimiento del pasivo; es decir, mientras el resultado financiero del
banco central sea positivo:
d(R.E) ≥ dP
d(R.E) = E.dR + R.dE
donde el incremento de las reservas está dado por la compra de divisas
en el período más el rendimiento de las reservas preexistentes: dR = r.R +
C mientras que dE = E.e. Por su parte, el aumento del pasivo está dado
por C en moneda local más los intereses devengados por las letras:
dP = dB + dL = E.C + i.L
Si llamamos lR a la relación entre los pasivos remunerados del
banco central y el total de reservas:
La expresión anterior muestra que la tasa que paga el banco
central por la emisión de letras de esterilización monetaria debe ser
menor o igual a la expresión del segundo miembro.
48
Evidentemente, la tasa máxima que puede pagar el banco central
para esterilizar dinero es función decreciente de lR. Cuando IR = 1 (es
decir, cuando L = R.E) el valor máximo de i es r + e:
i max
i=r+e
1 lR
La autonomía del banco central para regular simultáneamente la
tasa de interés y el tipo de cambio proviene de la posibilidad de
aumentar sus pasivos no remunerados (la base monetaria) en función
del crecimiento de la demanda de dinero, que depende del crecimiento
del producto nominal: si “y” es la tasa de crecimiento del producto real y
“p” la del crecimiento de precios, la tasa de crecimiento del producto
nominal yN será yN = y + p. En consecuencia, la tasa de crecimiento de la
oferta de dinero que será absorbida por el aumento de la demanda de
dinero es:
= β.(y+p), donde β es la elasticidad de la base monetaria
respecto de las variaciones del producto nominal (yN).
La pregunta obvia es ¿Hasta qué punto puede aplicarse esta
política de esterilización monetaria sin que el aumento de lR la vuelva
impracticable? En otras palabras ¿Cuál es la condición de permanencia
de esta política?
La respuesta es: mientras lr no aumente de valor. Es decir,
mientras
49
Como L = P – B es dL = dP – dB donde dP = C.E + i.L ;
dB = B. β.(y+p) y d(R.E) = C.E + r.R.E + e.R.E. Entonces:
R.E.(C.E. + i.L – B. β .(y+p) – L.(C.E + r.R.E + e.R.E) ≤ 0
Sacando en el segundo término R.E como factor común y
simplificando:
C.E. + i.L – B. β (y+p) – L.(C/R + r + e) ≤ 0
C.E – L. ≤ B. β (y+p) + L.(r+e) – i.L
‐ β(y+p) – i + r + e
Sacando factor común en el primer miembro a :
‐ 1) β (y+p) – i + r + e
Como resulta que (
– 1) y por lo tanto:
La expresión de la derecha muestra el límite máximo de la
proporción de compras por parte del banco central para que la política
de control simultáneo de la tasa de interés y el tipo de cambio sea
duradero.
Si lo aplicáramos al caso argentino, partiremos de las cifras del
balance del banco central (en millones de pesos) y luego de realizar
algunas compensaciones:
50
BALANCE DEL BANCO CENTRAL
(en millones de pesos)
2007 2006 DIFERENCIA
Activo
Reservas internacionales 145.469 98.367 47.102
Títulos públicos 35.861 35.892 ‐31
Adelantos transitorios al gobierno 21.330 18.330 3.000
Créditos al sistema financiero 3.289 6.267 ‐2.978
Aportes a organizaciones internacionales 3.969 3.770 199
Derechos por operacions a término 1.007 195 812
Otros activos 3.787 3.593 194
214.712 166.414 48.298
Pasivo
Base monetaria 99.279 80.066 19.213
c/c en otras monedas 8.376 7.378 998
Dep gobierno nacional 5.565 4.697 868
Obligaciones con organismos internac. 9.538 4.398 5.140
Letras 57.285 42.092 15.193
Otros 4.374 4.114 260
184.417 142.745 41.672
Patrimonio neto 30.295 23.669 6.626
214.712 166.414 48.298
ANALISIS SINTÉTICO DE LAS DIFERENCIAS
Activo
Reservas internacionales 47.102 Base monetaria 19.213
Otras 1.196 Letras 15.193
Otras obligaciones 7.266
Patrimonio neto 6.626
48.298 48.298
Se puede apreciar en las cifras anteriores que lR descendió de 0,424
a 0,394, lo que muestra la sustentabilidad de la política aplicada.
El aumento de las reservas internacionales (48% en un año) se
explica por el aumento de la base monetaria (40%), de las letras de
esterilización monetaria (31%), de las utilidades del banco central (14%)
51
y del aumento de las obligaciones con los organismos internacionales
(15%).
Con los datos del balance de 2007 (el estado de activo y pasivo
anterior y de resultados, que no lo transcribimos) tenemos:
lR = 0,394; r = 0,057; i = 0,09; e = 0,06025; B/L = 1,733 y suponiendo
β = 1 y como metas: y = 0,09, p = 0,15 tenemos que
C/R = 0,2894. Es decir, para 2008 se podría incorporar hasta 42.093
millones de pesos en divisas sin afectar la sustentabilidad y durabilidad
de la política económica.
La tasa de interés máxima que se podría aplicar a las letras es: i ≤
(r + e)/lR , que, con los datos anteriores, es: i ≤ 0,303.
Cabe señalar que la cotización del dólar durante el año 2007 subió
2,65% pero, por efecto de la devaluación del dólar respecto de las demás
monedas internacionales, las reservas internacionales incrementaron su
valor en un 6,25%.
52
CAPÍTULO 4
EL KEYNESIANISMO
Keynes, en los años ’30, encabezó la revolución teórica frente a la
ortodoxia económica representada por el neoclasicismo dominante. En
ella participaron muchos economistas, particularmente el polaco
Michael Kalecki, que en parte se adelantó a los descubrimientos de
Keynes32, pero en la literatura especializada es conocida –con bastante
grado de justicia‐ como la “revolución keynesiana”.
La concepción clásica y la neoclásica se basan –a veces en forma
implícita‐ en la llamada Ley de Say. El hecho que por definición el
producto nacional (bienes y servicios finales producidos durante
determinado lapso, generalmente un año) coincida en su valor
monetario con el valor agregado por la producción en cada una de las
etapas (precio de venta menos costo de los insumos) y también sea igual
al ingreso nacional del mismo lapso (sueldos y jornales + ganancias +
intereses + rentas) hace que intuitivamente se deduzca que el gasto total
debe ser igual al ingreso que, por definición, es igual al producto de ese
lapso. Así, la demanda será siempre igual a la oferta global
Claro que en este razonamiento se han incorporado dos supuestos
adicionales: 1‐ que cada sujeto económico puede efectuar compras sólo
dentro del límite de su propia entrada monetaria, excluyendo el pago
diferido (uso del crédito); y 2‐ que no existe atesoramiento ni
desatesoramiento monetario, es decir, el ahorro de unos equivale al
gasto adicional de otros, pensando especialmente en la inversión;
además, no hay cambios en las existencias de mercancías.
J. B. Say en su Tratado de Economía Política, publicado en París en
1817, lo expresaba claramente: ʺEs digno señalar que tan pronto como
aparece un producto crea, desde ese instante, mercado para otros
productos por la plena capacidad de su valorʺ. ʺCuando el productor lo
ha terminado desea venderlo inmediatamente temiendo que, si lo
32
Véase Joan Robinson en el prólogo al libro de Kalecki, Estudios sobre la teoría de los ciclos económicos,
Ed. Ariel, Barcelona, 1970 y también George Feiwel: Michael Kalecki, contribuciones a la teoría de la
política económica, FCE, México 1981. Esta editorial ha publicado en castellano varios de los trabajos de
Kalecki.
53
retiene, pueda disminuir su valor. Igualmente desea utilizar el dinero
que obtenga, ya que éste también puede disminuir su valor. Pero la
única forma de emplear el dinero es comprar productos de una u otra
clase. Por consiguiente, el simple hecho de la creación de un producto
aumenta inmediatamente la demanda de otrosʺ33.
Con el supuesto de absoluta transparencia, competencia perfecta
en todos los mercados y los demás supuestos neoclásicos, el nivel de
precios de equilibrio (P) asegura una oferta global perfectamente elástica
hasta el punto de ocupación plena de todos los factores (Q), punto en
que se convierte, por esa razón (la de no existir recursos ociosos), en
totalmente inelástica. Por la Ley de Say, la demanda global coincidirá
con la oferta global en el único punto de equilibrio del sistema: el de la
ocupación plena:
Esta conclusión de la teoría neoclásica, según la cual la
desocupación involuntaria no existe, no es compatible con la experiencia
de los años ʹ30 ni con la realidad contemporánea. Por el contrario, era
evidente la sobreproducción (exceso de oferta) o sub‐consumo
(deficiencia de demanda), según la óptica del observador, mostrando
que la Ley de Say no se cumplía. La respuesta ortodoxa fue acusar a las
imperfecciones del mercado que impedían que el precio de los factores
productivos (por ejemplo el salario) llegara a su punto de equilibrio. La
receta de política neoclásica era clara: había que disminuir el precio
33
Citado por Ernesto Bilder, “La ley de Say: una exposición introductoria”, Universidad Nacional del Sur,
Bahía Blanca, 1971.
54
unitario del factor para aumentar la ocupación; si se la hubiera seguido
la consecuencia habría sido una disminución de la demanda global,
agravando la situación.
La revolución keynesiana cuestionó la Ley de Say, en forma
similar a la crítica que había hecho en el siglo anterior Carlos Marx:
existe, por ejemplo, la posibilidad de atesorar, retirando
momentáneamente poder de compra del mercado o expandir la
demanda mediante el crédito. Es decir, no hay razón alguna para que la
demanda global corte a la oferta global en el punto de ocupación plena
(en el gráfico siguiente, que la demanda sea DDʹ); podía estar por debajo
(D1Dʹ1) o por encima (D2Dʹ2); en el primer caso el punto de equilibrio
implicaba capacidad productiva ociosa (desocupación) y, en el segundo,
aumentos de precios por imposibilidad de incrementar la producción, es
decir, presiones inflacionarias por exceso de demanda.
Para Keynes la ocupación plena es un punto posible entre los
infinitos puntos de equilibrio factibles y, prima facie, no hay razón
alguna para suponer que las fuerzas económicas, dejadas a su libre
accionar, logren ese óptimo. Puede verse la diferencia de raíz que existe
entre esta concepción y la del liberalismo económico, para el que el
mercado con su ʺmano invisibleʺ es el asignador óptimo de recursos.
Obsérvese que en el esquema anterior, muy simplificado, la oferta
global a la izquierda del punto de ocupación plena presenta una
55
elasticidad infinita, por lo que todo aumento de la demanda global se
manifiesta en aumentos de la producción, sin alterar el nivel de precios;
a la derecha de ese punto la oferta se transforma en perpendicular al eje
de las abscisas (totalmente inelástica) y toda variación de la demanda es
absorbida por el efecto precios: de persistir el crecimiento de la demanda
se transforma en un proceso inflacionario. Con las palabras de Keynes,
en estas condiciones y si la demanda efectiva cambia en la misma
proporción que la cantidad de dinero, la teoría cuantitativa del dinero
puede enunciarse como sigue: “mientras haya desocupación, la
ocupación cambiará proporcionalmente a la cantidad de dinero; y cuando
se llegue a la ocupación plena, los precios variarán en la misma
proporción que la cantidad de dinero” (las cursivas son del original)34.
Keynes, en el capítulo 21 de la Teoría General hace un detallado
análisis sobre los precios y los niveles productivos, indicando que las
variaciones en los precios en un sistema económico se pueden dar
mucho antes del pleno empleo debido a:
“1‐ La demanda efectiva no cambiará en proporción exacta a la
cantidad de dinero”.
2‐ Desde el momento que los recursos no son homogéneos, habrá
rendimientos decrecientes y no constantes, a medida que la ocupación
aumente gradualmente.
3‐ Como los recursos no son intercambiables, algunos bienes
alcanzarán una condición de inelasticidad en la oferta a pesar de haber
recursos disponibles para la producción de otros bienes.
4‐ La unidad de salarios tenderá a subir antes de que se haya
alcanzado la ocupación plena.
5‐ Las remuneraciones de los factores que entran en el costo
marginal no cambiarán todas en la misma proporción”35.
Las condiciones 2 a 5 cuestionan la versión simplificada de la
teoría cuantitativa desde la perspectiva de las funciones de producción.
Teniendo en cuenta las mismas, la representación gráfica de la oferta
global sería:
34
J.M.Keynes, Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, F.C.E., México, 1958 pag. 284.
35
Id. pag. 284-285
56
En el segmento OA la oferta es altamente elástica y toda
modificación (corrimiento) de la demanda global dentro de ese intervalo
repercute fundamentalmente sobre las cantidades (y la ocupación), sin
afectar mayormente al precio; en AB los cambios de la demanda afectan
tanto a las cantidades como a los precios mientras que una demanda que
corte a la oferta global a la derecha de B implicará presiones infla‐
cionarias sin modificar el nivel productivo.
La primera de las observaciones expuestas anteriormente, que es
muy importante, se refiere al vínculo entre la cantidad de dinero y la
demanda efectiva: para Keynes, la demanda de dinero tiene dos
componentes, la transaccional y la especulativa (Md1 y Md2,
respectivamente) de tal forma que
Md = Md1(Y) + Md2(i)
donde “Y” es el ingreso e “i” simboliza la tasa de interés. Sólo en una
sociedad estática Md2 será igual a cero y entonces sí la versión
simplificada sería coherente. Si así no fuera, el desplazamiento de la
oferta monetaria conjuntamente con el nivel del producto nacional y la
preferencia por la liquidez determinarán la tasa de interés, lo que
condicionará la cuantía de las inversiones, la demanda efectiva y el
ritmo de acumulación del sistema económico.
Al dividir la demanda de dinero en Md1 y Md2, la relación
cuantitativa directa entre cantidad de dinero y nivel de precios queda
57
cuestionada. El profesor Rojo resume el papel de Md2 de la siguiente
forma: “El motivo de especulación pasa a ocupar el centro del cuadro
como responsable básico de la sensibilidad del interés y como pieza
fundamental en la transmisión de los efectos de las variaciones en la
cantidades de dinero al resto del sistema económico”36.
Como se puede ver, en Keynes el dinero es tratado como activo y
su rol relevante dentro del sistema económico permite valorizar la
política monetaria como alternativa frente a la política fiscal.
Siguiendo al propio Keynes, lo expuesto se podría formalizar
partiendo de la ecuación básica de la teoría cuantitativa del dinero de la
siguiente forma:
M . V = P . Q
donde M representa la cantidad de dinero, V la velocidad de circulación
del mismo, P el nivel general de precios y Q el total de transacciones.
Esto puede expresarse, como ya se vio, cambiando a V por su
equivalente donde k representa la tenencia promedio de dinero en el
lapso considerado, por lo que refleja la preferencia por la liquidez. La
identidad representa la demanda efectiva (D) vista desde el lado del
comprador (primer miembro) o del vendedor (P.Q):
La primera igualdad se puede escribir: M = D.k. Si se lo expresa
como tasas de variación37 (indicadas en minúscula y donde k’ es la tasa
de variación de k):
Dividiendo a ambos miembros por el primero (m) queda:
= 1
36
L. A .Rojo, Keynes y el pensamiento macroeconómico actual, Ed. Tecnos (Madrid, 1965) pg. 138.
37
Como se indicó anteriormente, se aplican logaritmos a la expresión en cuestión y se deriva con respecto al
tiempo.
58
preferencia por la liquidez con respecto a la moneda. En consecuencia,
se puede escribir:
ed/m + ek/m = 1
La expresión anterior significa que un aumento de la cantidad de
moneda no implica necesariamente aumento de la demanda efectiva por
el mismo monto, sino que depende de las elasticidades: será absorbida en
parte por la preferencia por la liquidez del público y la parte
complementaria por la demanda efectiva. Esta última absorberá el total
sólo si no cambia la cantidad líquida que el público desea mantener en su
poder (si su elasticidad es nula). El caso extremo opuesto será el de la
elasticidad de la preferencia de liquidez con respecto a la moneda igual a
la unidad, que es el caso de la ʺtrampa de la liquidezʺ tratada por Keynes.
El mismo tratamiento se puede hacer a la expresión
D = P.Q
obteniéndose:
ep/d + eq/d = 1
es decir, que las variaciones de la demanda efectiva repercutirán
exclusivamente en los precios, en la cantidad o en ambos, según la
elasticidad precio con respecto a la demanda efectiva sea
respectivamente uno, cero o un valor comprendido entre cero y uno.
Obviamente, depende de la forma de la oferta global y del punto donde
se produce la intersección con la demanda global, según vimos en el
gráfico anterior.
En el segmento OA toda variación de la demanda global influirá
exclusivamente en la cantidad (y ocupación); la elasticidad‐precio con
respecto a la demanda efectiva es nula. En AB ambas elasticidades son
positivas y menores que la unidad, mientras que demandas superiores a
la correspondiente al punto B implican elasticidad precio igual a la
unidad.
Por último, interesa saber como reaccionarán los precios ante
variaciones en la cantidad de la moneda (elasticidad precio con respecto
al dinero).
59
Como M.1/k = P.Q, siguiendo el mismo procedimiento resulta que
ek/m + ep/m + eq/m = 1
el efecto porcentual que tiene sobre los precios un aumento en la
cantidad de dinero depende de la elasticidad de la preferencia por la
liquidez con respecto al dinero, de la elasticidad precio‐dinero y de la
elasticidad de la cantidad demandada con respecto al dinero. La suma
de las tres elasticidades agota los efectos de una variación de la cantidad
de dinero (suman 1 = 100%).
Antes de Keynes el papel protagónico de la teoría correspondía a
la oferta global y a las funciones de producción; a partir de Keynes la
demanda global se convirtió en el tema central de la macroeconomía.
Las políticas económicas eficientes (fiscal o monetaria) implican actuar
sobre la demanda, acercándola al punto deseado de la ocupación plena.
Cabe recordar que, aunque en el modelo keynesiano hay lugar para una
política monetaria, como la realidad que tenía presente era de una
economía en recesión, con elevada desocupación y alta preferencia por
la liquidez, la política que se asocia a su modelo es la fiscal: aumento del
gasto o disminución de los impuestos para impulsar la demanda.
En resumen, para Keynes la inflación posible es la inflación de
demanda, consecuencia de la expansión de ésta cuando se está próximo
a la ocupación plena.
La síntesis neoclásica
La teoría keynesiana significó una revolución en el pensamiento
científico de la época, desplazando a la concepción neoclásica que se
fundaba en el análisis marginal de la utilidad y en supuestos muy
estrictos sobre el funcionamiento de los mercados y el comportamiento
de los sujetos económicos. A posteriori el mundo académico absorbió los
fundamentos de la nueva visión expuesta por Keynes y, con la
incorporación del instrumental teórico proveniente del desarrollo
anterior, elaboró una nueva versión formalizada y depurada que se
conoce como la “síntesis neoclásica”, que dominó al pensamiento
académico y tuvo gran influencia en la política económica desde la
60
segunda guerra mundial y hasta los años ’70, al punto de ser
considerada como sinónimo de la macroeconomía.
En este desarrollo el mercado de bienes y servicios (la economía
real) y el mercado monetario tienen un nexo en la tasa de interés.
Ambos, en conjunto, determinan la demanda agregada (relación entre
precios y cantidades de bienes y servicios: P e Y). Por otro lado, el sector
producción (utilizando la función de producción neoclásica) determina
la ocupación, el salario real y el total de bienes y servicios producidos;
este último, conjuntamente con los precios determinan la oferta
agregada (Y, P). La intersección de la demanda y oferta agregadas
establecen un valor único de equilibrio del sistema para cada una de las
variables. Hay que tener presente que se trata de un modelo donde
todas las variables están interrelacionadas y ninguna –por sí‐ es
determinante; partiendo de un equilibrio, la modificación de una
variable produce ajustes en todas las demás, hasta llegar trabajosamente
a un nuevo equilibrio.
El desarrollo en líneas generales de la síntesis neoclásica se puede
encontrar en cualquier libro de macroeconomía, desde el famoso de Paul
Samuelson publicado por primera vez en 1948 y actualizado
periódicamente (desde 1969 en conjunto con William Nordhaus) a los
textos habituales de las cátedras de macroeconomía. Una síntesis de la
misma se desarrolla en el Apéndice A del presente capítulo.
En este modelo, además de los factores que pueden influir en un
proceso inflacionario por el lado de la demanda, aparece la posibilidad
de inflación de oferta o costos: los aumentos permanentes del salario
nominal wn por encima del aumento de la productividad producirían
corrimientos hacia arriba de la oferta.
Por ejemplo, un proceso con déficit estatal permanente financiado
con emisión monetaria y la existencia de un sistema de indexación
salarial llevaría a un estado inflacionario.
El desarrollo postkeynesiano
El término abarca una gama muy amplia de economistas que han
recibido la influencia de Keynes y también de los economistas clásicos,
61
principalmente de David Ricardo, y de Carlos Marx. Esta influencia ha
sido directa o a través de Kalecki y Sraffa.
Una primera diferencia con la síntesis neoclásica se encuentra, por
el lado de la demanda, en el análisis de la función inversión: los post‐
keynesianos ponen énfasis en el principio del acelerador como más
importante que la tasa de interés para la determinación del nivel de
inversión; es decir, a la función podríamos escribirla de la siguiente
manera I = I(Y+,i‐): se considera así que las variaciones de Y son el
principal factor que influye en las decisiones de inversión.
Otra, y principal diferencia, se encuentra por el lado de la oferta
agregada. Fundamentalmente la diferencia radica en el rechazo que los
postkeynesianos hacen de la función de producción homogénea y lineal
y de las conclusiones que la teoría neoclásica deriva de ella para el
mercado laboral (en equilibrio, con flexibilidad laboral y sin
intervención externa, no hay desocupación involuntaria). Hay que tener
presente que en la ecuación homogénea y lineal no hay lugar para las
economías de escala: por ejemplo, si se duplicaran los insumos de los
factores de la producción, el total de la producción se duplicaría38.
La forma más simple de la función de producción postkeynesiana
a corto plazo (con K y el desarrollo técnico dado) es:
(1) ‐ Y = A.L
donde Y es el valor agregado por una etapa del proceso productivo o
por toda la economía en su conjunto. Como A = resulta que A es un
indicador de la productividad.
Si w es el salario real, w.L es el monto real pagado por salarios
mientras que el beneficio real total será: B = Y ‐ w.L, donde Y representa
el producto nacional. Igual que en los economistas clásicos y en Marx, el
beneficio se presenta como residuo del producto total menos los salarios.
El valor monetario del producto es P.Y, donde P es el nivel
promedio de precios, y ese monto (P.Y) es igual a la suma de salarios
más beneficios brutos. Por la fórmula (1) se puede reemplazar Y por su
equivalente A.L, por lo que se tiene
38
Por definición, una función F(L,K) es homogénea de grado h si F(aL,aK) = ahF(LK), donde “a” es un
parámetro. Si la función es lineal h = 1. En el ejemplo, a = 2 por lo que F(2L,2K) = 2.F(L,K)
62
(2)‐ P.A.L =
en la que es el salario monetario y B’ el beneficio expresado en forma
monetaria o nominal. La relación entre beneficio y salarios pagados se
puede expresar como un coeficiente µ tal que B’ = ( µ por lo que
(2) se puede escribir:
(3) P = .
La inclusión del coeficiente µ aplicado sobre el monto total de
salarios es similar al concepto de mark‐up o porcentaje de marcación
sobre los costos, que todos los empresarios conocen. Cabe señalar que la
inclusión del mark‐up como criterio de formación de precios implica
reconocer que en una economía monopólica u oligopólica los precios son
fijados por las empresas líderes en función de los costos y tratando de
maximizar sus beneficios, mientras que las empresas menores se guían
por esos precios. Para Kalecki el valor del µ puede servir como un índice
del grado de monopolización de esa economía39.
La fórmula (3) expresa que los precios se modifican en forma
directa según los cambios que se produzcan en el salario nominal ,
y en las variaciones del mark‐up (µ), mientras que lo hacen en forma
inversa a la productividad (A). Aumentos de salarios nominales por
encima del crecimiento de la productividad, con indexación de los
mismos, y con empresarios que no estén dispuestos a perder su
proporción de beneficios dentro del producto total, generarían un
equilibrio inestable con inflación.
En el análisis postkeynesiano de la inflación se pone énfasis en los
factores institucionales (marco legal, grado de intervención del estado en
la economía, fuerza de los sindicatos, etc.) y en las expectativas
inflacionarias, es decir, en el nivel esperado de precios futuros. En las
sociedades industriales contemporáneas los salarios son discutidos en
las convenciones colectivas de trabajo y tienen una duración
generalmente de un año; en ella los delegados obreros procuran obtener
39
M. Kalecki, Teoría de la dinámica económica, Fondo de Cultura Económica, México, 1956.
63
aumentos de sus retribuciones por encima de la inflación esperada (para
evitar el deterioro del salario real) mientras que los delegados patronales
están dispuestos a aceptar incrementos que puedan cumplirse con la
sola inflación: las expectativas inflacionarias, al trasladarse a los salarios
nominales y, por su intermedio, a los precios conforman un claro caso de
profecías autocumplidas.
Un punto clave en el desarrollo de los postkeynesianos está en la
afirmación que en la sociedad industrial actual los mercados de los
bienes manufacturados están altamente monopolizados u
oligopolizados, con empresas líderes que fijan sus precios en base a sus
costos más el margen de utilidad bruta (el mark‐up “µʺ); las demás
empresas productoras del ramo fijan el suyo en función de aquél: un
poco más bajo si son menos conocidas o si quieren pelear una porción
del mercado; en unos pocos casos un poco más alta, si quieren
diferenciarse apuntando a un sector de alto poder adquisitivo. Pero lo
cierto es que todos los precios se fijan en función de los de la empresa o
empresas líderes.
En consecuencia, en un sistema eficiente de control de precios no
es preciso controlar al universo de empresas productoras y
comercializadoras: bastaría hacerlo con las fijadoras de precios. Como
las empresas líderes que los establecen no son excesivamente
numerosas, es posible controlarlas en forma individual y
permanentemente, impidiendo subas de precios no justificadas y
verificando que el margen de ganancia bruta esté dentro de los límites
prefijados.
En general el control de precios no tiene buena aceptación ni entre
los especialistas ni en el público general. Esto se debe a experiencias
fallidas y a los formadores de opinión dispuestos a que así sea. Aunque
hay ejemplos en sentido contrario, como la experiencia del reconocido
economista norteamericano John Kenneth Galbraith40 que fue llamado
por el Presidente Roosvelt en 1941 para el control interno de los precios
ante el aumento de la demanda que implicaba el esfuerzo de la guerra y
la ocupación plena de la economía: logró que la inflación interna fuera
esos años inferior al 2% anual. Inclusive publicó un libro sobre la teoría
40
Ejemplo citado por A. Zaiat en un artículo de Página 12 del 3/5/08.
64
del control de precios (editado en 1952 y reeditado en 1980), que es poco
conocido.
Galbraith, en el homenaje que le tributó la Asociación Económica
Norteamericana en 1972, dijo que “hay muchas razones que aconsejan
que los economistas acepten lo inevitable de los controles de salarios y
precios. Ello ayudaría a que los políticos dejasen de suponer que los
controles son algo malo y antinatural y, por lo tanto, algo temporal que
debe abandonarse en cuanto parezca empezar a funcionar. Esta es una
actitud poco favorable para el desarrollo de una administración sensata.
También haría que los economistas considerasen la forma en que los
controles pueden funcionar y en que el efecto sobre la distribución del
ingreso se vuelva más equitativo. (…) La expectativa inflacionaria se
convirtió en una parte de los cálculos de las empresas y los sindicatos.
La crisis y la expectativa subsisten aún. Los controles son necesarios
hasta que desaparezcan estos factores”.41
Algunas digresiones en torno a la curva de Phillips
1‐ Como P = . (ver ecuación 3 más arriba)
si A y (1 + µ) fueran constantes, las variaciones porcentuales en los
salarios nominales serían iguales a las variaciones en los precios. Por
esta razón podemos reemplazar en la curva de Phillips y en el corto
plazo la variación de salarios por la variación de los precios.
2‐ En 1968 Milton Friedman efectuó una seria crítica a la curva de
Phillips en base a dos premisas que incorporó; por un lado, el concepto
de “expectativas adaptativas”, que implica sostener que los agentes
económicos tienden a extrapolar para el futuro la realidad inmediata;
por ejemplo, la inflación esperada para el próximo año depende de la
inflación actual: si denominamos P*t‐1 a la inflación del período “t‐1” y
con P*te a la inflación esperada para ese período, sería P*te = β.P*t‐1, donde
β es un parámetro; para el caso en que β = 1 resulta P*te = P*t‐1.
Por otra parte incluye el concepto de “tasa natural de
desocupación”, un, como el nivel de desocupación de equilibrio del
sistema económico, que permite que funcione sin tensiones.
41
Idem.
65
Friedman criticó la validez de la política económica basada en el
modelo construido sobre la curva de Phillips y que resume en “…si
elegimos un nivel de inflación cero, es decir, precios estables, tendremos
que resignarnos a una tasa elevada de desempleo. Si elegimos un nivel
bajo de desempleo tendremos que conformarnos con una tasa de
inflación elevada.”
Para él, la curva de Phillips (modificada) se la podrá escribir así:
P* ‐ b.P*e = a.(un – u)
Donde P* y P*e representan, respectivamente, la tasa de inflación
efectiva y la esperada; un y u representan la tasa natural y la efectiva de
desocupación; a y b son parámetros. Para Phillips b = 0: tasas positivas
de inflación darían niveles de desocupación menores a la tasa natural (u
< un). Para Friedman b=1 y, a largo plazo, tienden a igualarse P* = P*e.
Supongamos un comienzo sin inflación anterior: es razonable que no
existan expectativas inflacionarias (Pe=0); ante un crecimiento de precios
los agentes económicos se ven “sorprendidos” y funciona la relación
propuesta por Phillips pero, a medida que adaptan sus expectativas a la
experiencia P*e tiende a igualarse a P* y, como b=1, el segundo miembro
será cero (u = un): la curva de Phillips a largo plazo tiende a ser vertical.
Solamente con valores siempre crecientes de P* se podría mantener el
efecto “sorpresa” pero a corto plazo. A largo plazo el supuesto “trade
off” de Phillips entre inflación y desocupación no tendría efectividad y
podría contribuir a elevar el nivel de precios sin límites claros.
3‐ Friedman cuestionó la validez de la curva de Phillips en el
largo plazo. Luego, otros economistas, pertenecientes a la corriente
denominada de las “expectativas racionales”, objetaron el carácter
mecanicista que encierra el supuesto de las expectativas adaptativas y
llegaron a la conclusión que también en el corto plazo la curva sería
vertical. Claramente lo expone Joseph Ramos:
Este segundo tipo de expectativas –denominadas “racionales” (Lucas,
1972; Sargent y Wallace, 1975; McCallum, 1980)‐ no postula que las
expectativas del público sean acertadas; lo que sí supone es que no se
equivocarán sistemáticamente en una u otra dirección. En efecto, en la medida
que haya aprendizaje y los agentes ajusten “racionalmente” sus expectativas
66
(mirando al futuro y no solamente al pasado), la inflación esperada tenderá a
igualar a la efectiva, con lo que el excedente de demanda irá desapareciendo vía
mayor inflación, en tanto que la producción y el empleo retornarán a sus niveles
iniciales.42
4‐ No fue la crítica teórica lo que puso en duda el “trade off”
permanente entre inflación y desocupación. Fue la realidad, ya que a
comienzos de la década de los años ’70 se produjo la crisis del petróleo a
raíz del poder creciente de la OPEP (Organización de los Países
Exportadores de Petróleo) que hizo subir espectacularmente el precio
del crudo y dio lugar, en los países industrializados con una economía
fuertemente dependiente de este insumo, a una inflación de oferta con
las características de estancamiento y desocupación. Tanto con la
estanflación de los países desarrollados y las altas inflaciones
latinoamericanas de esa época (originadas en la crisis del modelo de
crecimiento mediante sustitución de importaciones) aparecieron altas
tasas de inflación con tasas de desocupación elevadas. Es decir, la curva
que relaciona tasa de inflación con tasa de desocupación ahora tenía
pendiente positiva.
5‐ Con respecto al primer supuesto de Friedman, el de la
existencia de una tasa natural de desocupación, cabe aclarar que la
definición que hace de ella resulta algo confusa, ya que sostiene que
“…no se refiere a un mínimo irreductible de desempleo. Se refiere, en
cambio, a aquella tasa de desempleo que es consistente con las
condiciones reales existentes en el mercado de trabajo. Se puede
disminuir eliminando los obstáculos del mercado de trabajo por
reducción de fricciones, se puede aumentar introduciendo obstáculos
adicionales”43. Este concepto difiere del desempleo friccional de Keynes
y se aproxima más a lo que algunos autores denominaron desempleo
estructural y que fuera estudiado empíricamente, entre otros, por Arthur
Okun, quien verificó en 1962 –para la economía norteamericana‐ una
regularidad estadística inversa entre la tasa de desempleo estructural y
la del crecimiento del producto (relación de 1% a 2,5%) y que se conoce
como Ley de Okun.
42
Joseph Ramos, “La macroeconomía keynesiana vista desde el Sur”, Revista de la CEPAL Nº 38 (agosto de
1989).
43
Milton Friedman, “¿Desempleo versus desocupación?”, op. cit.
67
6‐ Los análisis contemporáneos de la desocupación y el
reconocimiento de que en las economías modernas existe, para cada
momento histórico, un número de desempleados que no puede ser
alterado fácilmente hace recordar a los estudios de Carlos Marx que,
cien años antes que Friedman, había llegado a una conclusión similar,
semiolvidada por la economía académica de inspiración neoclásica, para
la que el equilibrio con ocupación plena es la situación normal.
Marx enuncia “la ley de la población” del sistema capitalista en el
capítulo XXIII del tomo primero de El Capital, en la que predice la
existencia permanente de una superpoblación obrera como producto
necesario de la acumulación o del crecimiento de la riqueza, fenómeno
que denomina ejército de reserva industrial, contingente de obreros
desocupados que garantiza un nivel de salarios acorde con lo que en ese
momento histórico se considere nivel de subsistencia. Ese ejército de
reserva se modifica con el ciclo: El curso característico de la industria
moderna, la línea –interrumpida sólo por pequeñas oscilaciones‐ de un ciclo
decenal de períodos de animación media, producción a todo vapor, crisis y
estancamiento, descansa en la constante formación, absorción más o menos
intensa y reanimación del ejército industrial de reserva o superpoblación
obrera44.
Este mercado laboral con excedente relativo permanente de oferta
garantiza, en el análisis de Marx, la disciplina laboral y que los salarios
se mantengan en lo que socialmente se considere, para cada lugar y
momento, como el nivel de subsistencia. Si, de todas formas, el proceso
de acumulación productiva hiciera disminuir excesivamente al ejército
de reserva, tenderían a subir los salarios reales y aparecería el incentivo
a introducir innovaciones tecnológicas que ahorren mano de obra: el
progreso técnico aparece así como una variable endógena del sistema.
7‐ La oferta agregada es la relación de precios y cantidades
ofrecidas que se puede expresar como P = F(Y); excepto cuando existe
abundante dotación de factores desocupados –cuando la pendiente es
cero‐, se trata de una curva creciente hacia la derecha hasta el punto de
ocupación plena en que se convierte en perpendicular al eje de las
abscisas. En un sistema capitalista, las decisiones de producción y de
44
Carlos Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica, I, pag. 535.
68
inversión se toman en función de la demanda efectiva por lo que –como
regla general‐ los aumentos de demanda se visualizan como aumentos
de precios y cantidades producidas (corrimiento a la derecha de la
intersección entre demanda y oferta agregadas, sobre esta última curva).
Si, a raíz de esos cambios y causada por otro u otros factores que
determinan la oferta y la demanda agregadas, se producen corrimientos
hacia arriba de ambas curvas, se genera el fenómeno dinámico de la
inflación y, mientras predomine la demanda, se cumple la regla general
de aumentos de precios con incrementos de producto y ocupación, que
es lo enunciado por Phillips.
Cuando el desequilibrio se origina en variaciones de alguna de las
variables que explican el corrimiento hacia arriba de la oferta agregada
(precio de las materias primas, del salario nominal, del margen de
utilidad, etc.), el nuevo equilibrio se logra sobre la curva de demanda
agregada, es decir, con mayor precio y menor producto (y ocupación). Si
las fuerzas que llevaron al desequilibrio se mantienen, implica un
proceso de inflación de costos, acompañada del fenómeno de la
estanflación. Se trata de un fenómeno radicalmente distinto al anterior.
En resumen y según este criterio, las relaciones establecidas por la
curva de Phillips no implicarían una ley general de la economía sino una
ley particular válida exclusivamente cuando existe inflación de
demanda.
69
APÉNDICE “A”
LA SÍNTESIS NEOCLÁSICA
Una presentación formalizada de la síntesis neoclásica podría ser
la siguiente45:
A ‐ Mercado de bienes.
4‐ Demanda de dinero: Md = Md1 (Y+) + Md2 (i‐)
Siguiendo a Keynes, la demanda de dinero es la suma de la
demanda de transacciones que depende positivamente (+) del producto
45
Ver David Anisi, Modelos económicos. Una introducción a la macroeconomía postkeynesiana, Alianza
Editorial, Madrid, 1984.
70
(Y) y de la demanda por motivo especulación, que es función (inversa ‐)
de la tasa de interés, ya que a medida que el interés es mayor se
incrementan los costos de oportunidad por el hecho de mantener
efectivo disponible (disminuye la demanda de dinero).
5‐ Por su parte, la oferta real de dinero es Ms/P, donde Ms es la
oferta nominal de dinero, que depende de la decisión política de la
autoridad monetaria; se trata de una variable instrumental. El nivel de
precios P es una variable endógena del modelo, aunque inicialmente –
mientras se trabaja con valores reales‐ se la considere transitoriamente
como un parámetro dado.
En equilibrio debe ser: Md =
Tenemos así 5 ecuaciones con 6 variables (Y, C, I, Md, P, i,) y tres
variables instrumentales: Ms que representa a la política monetaria y G y
T a la política fiscal. Como hay una variable más que el número de
ecuaciones, significa que el sistema presenta un grado de libertad: a cada
valor que se le asigne a P resulta un valor para Y (y para las demás
variables) o, inversamente, cada valor de Y determina a P y al resto. La
relación unívoca entre los valores de P e Y conforman la ecuación de la
demanda agregada. La representación gráfica de la demanda agregada
sería, tomando a P en el eje de las ordenadas y a Y en el de las abscisas,
decreciente, ya que disminución de precio tendría el mismo efecto que
aumento de la cantidad de dinero, de acuerdo a como definimos la
oferta real de dinero y, por lo tanto, otorga mayor poder de compra
(aumento de Y); a la inversa si se tratara de subas de P.
C‐ Oferta agregada.
1‐ La función de producción Y = F(K,L)
Se trata de una función de producción neoclásica, homogénea, de
grado uno, continua y derivable, del tipo de la función Cobb‐Douglas: Y
= A. Lα. Κ1−α , en la que A es un parámetro y α una constante tal que
0<α<1. L y K son, respectivamente, fuerza laboral y capital ocupados. A
corto plazo, K es un dato inamovible (parámetro); a mediano plazo se
necesita como dato el capital inicial (K0) y los valores siguientes se
obtienen sumando al capital al inicio del período la inversión neta
71
(Inversión bruta menos las necesidades de reposición de capital). Se
puede verificar que la derivada primera de Y con respecto a L (y con
respecto a K) es positiva mientras que la derivada segunda es negativa:
Y es una función creciente pero a ritmo decreciente.
2‐ La productividad marginal del trabajo δY/δL = f(K,L) = w
Donde w es el salario real (y “r” la retribución del capital). Tal
como se vio en el párrafo anterior f(K,L) = δY/δL es una función positiva
y decreciente.
Como el beneficio del empresario (B) en términos reales es el valor
agregado de la producción menos el costo de sus factores:
B=Y – w.L – r.K, el beneficio será máximo cuando δB/δL = 0 y (por
lo que δY/δL = w) y δΒ/δK = 0; en ese punto δY/δK = r. Es decir, el valor
de L y de K que igualan, respectivamente, la productividad marginal con
la retribución unitaria del factor.
3‐ Inclusión del precio: como el salario real es w = wn/P, donde wn
es el salario nominal, podemos escribir: P = wn/w.
El salario nominal en las sociedades contemporáneas resulta de la
intervención del estado o de las negociaciones colectivas entre las partes
involucradas. Para el modelo lo consideraremos un dato o variable
instrumental.
Tenemos, por el lado de la oferta y con una función de producción
dada, 3 ecuaciones con 4 variables: Y, P, L, w, además de una variable
instrumental (wn) y un dato paramétrico (K). Presenta un grado de
libertad (pares de valores de “P” e “Y” que conforman la oferta
agregada). Representada en los ejes P,Y es una función creciente ya que
los aumentos de P equivalen a una disminución de w (ecuación 3) y por
lo tanto un aumento del valor de Y para logar que δY/δL = w.
Un esquema simplificado podría ser el de la página siguiente46:
Reuniendo ambos sistemas quedan 8 ecuaciones con 8 variables
(P, Y, Md, i, C, I, L, w), por lo que el sistema queda determinado: hay un
solo valor para cada una de las variables involucradas. Hay también
cuatro variables instrumentales (que en el esquema se presentan con
fondo gris): Ms, G, T, wn y K0; la tres primeras actúan sobre la demanda
46
En la parte de la demanda agregada se siguió el desarrollo de Humberto Zambon, Introducción al
pensamiento económico, Ediciones Macchi, Buenos Aires, 2001, Cap- VII.
72
agregada (Ms sobre la política monetaria y las otras dos pertenecen a la
política fiscal) mientras que las dos últimas –el salario nominal y el
monto del capital a corto plazo‐ intervienen en los valores de la oferta
agregada y en la distribución del ingreso, con importancia –en el modelo
neoclásico‐ en la determinación de la ocupación (L).
73
APÉNDICE “B”
EL ANÁLISIS DE LA OFERTA AGREGADA
SEGÚN LOS POSTKEYNESIANOS
La función de producción más simple es:
Y = A.L (1)
(con un valor del capital K0 dado) y donde A es un parámetro que
representa la productividad del trabajo (A = Y/L).
En términos reales, si w es el salario real, wn el salario nominal, el
beneficio (B) es la diferencia entre el producto (valor agregado) y el
salario real total:
B = Y – L.w (2)
Reemplazando Y por su igual (1):
B = A.L – L.w
B = L (A – w)
En forma gráfica, puede representarse en el par de ejes Y,L como: A
= Y/L = tg.α, w/L = tg.Ω y B/L = tg.α ‐ tg.Ω.
El desarrollo anterior muestra la compatibilidad de la función de
producción (1) con la teoría de distribución de los clásicos, donde el
beneficio es considerado como un residuo.
Para llegar a una expresión de la oferta de bienes a valores
corrientes compatible con la función de producción, los postkenesianos
consideran que el valor monetario del producto resulta de aplicar al
74
costo monetario un mark‐up (µ). De acuerdo a la función de producción
(1), el costo de la producción total será L. wn (wn es el salario nominal por
hora y L el total de horas trabajadas) y el valor monetario del total del
producto (P.Y, donde P es el precio unitario) será el costo más el
porcentaje µ sobre ese costo:
P.Y = L. wn. (1 + µ)
Como Y = A.L P.A.L = L. wn. (1 + µ)
Pasando al segundo miembro A.L (dividiendo):
para Y ≤ Y*, en la que Y* indica el nivel del producto para la ocupación plena.
La ecuación (3) podría ser considerada una primera aproximación a la
oferta agregada. En este caso, si consideramos al salario nominal (wn) y al
mark‐up (µ) como dados, el segundo miembro de la ecuación (3) está dado por
parámetros, es decir, la representación gráfica (con P en las ordenadas) sería
una recta totalmente horizontal hasta el punto que refleja el producto
correspondiente a la ocupación plena. El nivel del producto y de la ocupación
resultan de la intersección de esta curva con la demanda agregada. Se trataría
de un regreso a la oferta elemental del keynesianismo:
75
Como se dijo en el texto principal, la inclusión del mark‐up como
criterio de formación de precios implica reconocer que en una economía
monopólica u oligopólica los precios son fijados por las empresas líderes
en función de los costos y tratando de maximizar sus beneficios,
mientras que las empresas menores se guían por esos precios.
Una presentación más elaborada incluye una versión de la curva
de Phillips, que para algunos autores fue la ecuación faltante de la
macroeconomía convencional.
Se puede verificar empíricamente que en el mundo
contemporáneo el salario real depende de factores institucionales
(legales, grado de intervención gubernamental, fuerza de la acción
sindical) que se representan con “z”, y , en forma inversa, de la tasa de
desocupación “u”, según resulta de las investigaciones iniciadas por
Phillips47.
En estas condiciones se puede escribir:
wn/P = f(z+, u‐)
(como siempre, el signo “+” ó “‐“ al pie de la variable significan relación
directa o inversa con la función).
Si L* es el total de la población activa, u es: u = (L* ‐ L) / L* = 1 – L/L*
wn / P = f.[(1‐L/L*)‐,z+]
wn = P. f.[(1‐L/L*)‐,z+]
(4) wn = Pe. f.[(1‐L/L*)‐,z+]
47
Ver a Oliver Blanchard y Daniel Pérez Enri, Macroeconomía, Ed. Prentice Hall, Buenos Aires, 2000.
76
Por la fórmula (3) anterior:
P = wn (1 + µ) / A
reemplazando a wn por su equivalente (4):
P = (1/A). Pe. f.[(1‐L/L*)‐,z+] (1 + µ)
Como, por la función de producción, Y = A.L resulta que L = Y/A.
Reemplazando
P = (1/A). Pe. f {[1‐Y/(A.L)‐],z+}.(1 + µ)
que es una curva de oferta postkeynesiana que relaciona P con nivel de
producto Y. Obsérvese que cuando Y aumenta, (1‐Y/AL) disminuye, por
lo que, por la relación inversa, los precios aumentan. Esto explica el
carácter creciente de la oferta agregada sin necesidad de la función de
producción neoclásica.
Esta ecuación tiene la ventaja que incluye, como parámetros,
datos que explican el comportamiento de la economía y de los agentes
económicos con mayor precisión: incorpora a las expectativas Pe+ (los
empresarios que fijan los precios tratándose de adelantar a los
acontecimientos económicos), la productividad del trabajo A‐, el nivel de
ocupación L+ y el mark‐up µ+, lo que ofrece nuevos campos de acción
para la política económica antiinflacionaria.
77
A partir de los años ’70, a raíz de la crisis del petróleo, se puso de
manifiesto la importancia que tienen algunas materias primas y
productos energéticos en la economía y en la generación de inflación.
Podemos incluir la incidencia de sus precios en la función oferta de la
siguiente manera48:
P = wn (1 + µ) / A + θ Pm
donde θ Pm representa la incidencia del precio de las materias primas en
el precio unitario final de la producción final.
Si hacemos pm = Pm/P, la expresión anterior queda como
P = [wn (1 + µ)] / [(1 ‐ θ pm).A]
o, reemplazando wn por su equivalente, la función oferta agregada sería:
P = Pe. f.{[(1‐Y/(A.L)]‐,z+]} (1 + µ) / [(1 ‐ θ pm).A ]
Como se puede ver en la ecuación anterior, los aumentos en los
precios de los insumos (como puede ser el petróleo) producen
corrimientos hacia arriba de la curva de oferta agregada, pudiendo ser el
“envión” que genera inflación de oferta.
48
Dornbusch y Fischer, op. cit, pag. 259 y sig.
78
CAPÍTULO 5
ESTRUCTURALISMO
Bajo el nombre de Estructuralismo se conoce a una corriente del
pensamiento económico latinoamericano que se inicia en los años ’50 y
tuvo su auge en esa y en la siguiente década, con epicentro en la CEPAL
(Comisión Económica Para América Latina) y con enorme influencia en
toda la región. Está asociada a figuras de relieve como Raúl Prebisch,
Celso Furtado, Osvaldo Sunkel y a los que podría agregarse Aldo Ferrer,
Oscar Braun, etc., lo que ha llevado a algunos autores a pensar que se
trataba de una revolución comparable a la keynesiana. Así, Dudle Seers
dice sobre el estructuralismo que “la escuela podría adquirir, en la
década de los sesenta, un interés internacional sólo comparable al que
tuvo la economía keynesiana en el decenio de los treinta”49.
Luego de un eclipse en los años ’70, reapareció con fuerza y, sin
conformar una escuela de pensamiento, bajo el nombre genérico de
“neoestructuralismo” ha vuelto a tener presencia en el pensamiento
económico del subcontinente50. En el primer período del estructuralismo
es evidente el peso de la teoría keynesiana, mientras que en el
neoestructuralismo se observan influencias de distintos aportes teóricos,
por ejemplo del postkeynesianismo y del neomarxismo.
La característica distintiva de esta corriente ha sido la polémica
oposición al monetarismo y a las políticas que se derivan de él, producto
de una visión totalmente diferente de la realidad latinoamericana.
Uno de los primeros trabajos básicos del estructuralismo es el de
Sunkel51, en el que plantea que la inflación no puede ser analizada como
un fenómeno particular, puramente económico, sino que es preciso verla
dentro del marco social, político e institucional de cada país; la inflación
49
D. Seers, “La teoría de la inflación y el crecimiento de las economías sub-desarrolladas: la experiencia
latinoamericana” (apéndice), publicado inicialmente en Oxford Economic Papers Nº 2, junio de 1962, y
reproducido en El Trimestre Económico, XXX, 1963.
50
En la actualidad (2008) en la Universidad Nacional de Córdoba existe una cátedra libre de pensamiento
económico latinoamericano que organiza encuentros sobre la vigencia del pensamiento estructuralista (se
puede consultar: www.elgermen.com.ar)
51
Osvaldo Sunkel, “La inflación chilena: un enfoque heterodoxo” en El Trimestre Económico, oct-dic. de
1958.
79
no es sino una manifestación de los problemas básicos del desarrollo que
se da en la estructura del sistema productivo.
Para Sunkel es necesario distinguir entre las presiones
inflacionarias, que son las que generan o retroalimentan la inflación, de
los mecanismos de propagación que son, fundamentalmente, las luchas
sociales en las que los agentes económicos procuran aumentar o, al
menos, mantener su participación en la distribución del producto; es la
lucha individual o colectiva para defenderse de los efectos
redistributivos de la inflación.
En forma esquemática:
Oferta de alimentos.
Poder de compra
de las
Básicas
Presiones exportaciones.
80
Las presiones circunstanciales, al contrario de las anteriores, que
son originadas en problemas estructurales y cuyos efectos son
permanentes, se deben a hechos fortuitos como pueden ser terremotos,
sequías prolongadas, guerras, crisis de los mercados internacionales, etc.
En general escapan, al menos en parte, a las posibilidades de previsión y
de modificación mediante políticas económicas internas.
Por último, las presiones acumulativas son originadas por la
misma inflación y, más que una causa última (como ocurre con las
presiones básicas) actúan como amplificadores y propagadores de ella.
Por ejemplo, ante un aumento de los precios de los artículos de primera
necesidad la autoridad política suele actuar estableciendo precios
máximos por períodos prolongados, lo que puede implicar señales
distorsionadas para los agentes económicos que podrían llevar al desvío
de inversiones a otros sectores, lo que –a su vez‐ produciría
inflexibilidad de la oferta de aquellos productos, creación de mercado
negro y, finalmente, la convalidación del aumento de precios. El control
de precios es posible y, muchas veces, imprescindible, pero se trata de
un problema delicado y que requiere sintonía muy fina de las
herramientas económicas.
Un ejemplo puede aclarar conceptos. Desde su origen, el
capitalismo se ha caracterizado por la migración interna del campo hacia
las ciudades, por lo que el agro debió aumentar su producción para
satisfacer las necesidades alimenticias crecientes generadas por la
urbanización o, si aquel no se realizó al ritmo adecuado, a la
importación de alimentos. En América Latina ese fenómeno se presentó
recién en el siglo XX; en particular en algunos países de la región andina
la agricultura tradicional, con minifundio y escasez de capital, no logró
aumentar su producción al ritmo adecuado. Se produjeron así aumentos
en los precios de los alimentos con disminución del ingreso real de los
trabajadores, que presionaron por aumentos de salarios nominales que
incidieron en los costos de producción y, en consecuencia, en el aumento
de precios en toda la economía, lo cual sirvió de base a nueva presión
por aumentos salariales, desatando así la espiral inflacionaria. La
estructura productiva del agro actuó como presión inflacionaria básica,
haciendo que la lucha de los trabajadores por el mantenimiento del nivel
81
salarial real y –por el lado de los empresarios‐ del nivel de ganancias,
actúen como mecanismos de propagación.
La limitación externa
Entre las presiones inflacionarias básicas definidas por Sunkel ha
tenido mucha importancia para América Latina la limitación externa,
que fue estudiada inicialmente por Dudley Seers.
El modelo de Seers parte del supuesto que en el proceso moderno
de urbanización aparecen nuevas necesidades que son satisfechas por
productos manufacturados, lo que lleva a que proporciones crecientes
del producto global sean destinadas a demandar estos bienes. Esto
significa que el gasto en manufactura (G) tiene una tasa de crecimiento
mayor que el ingreso nacional (Y); pero en los países dependientes todo
o parte de la manufactura depende de la importación (M), por lo que
estas deben crecer a un ritmo equivalente al crecimiento del gasto en
manufactura, es decir a un ritmo mayor que el crecimiento del producto.
Para mantener el equilibrio en la balanza comercial (exportaciones
igual a importaciones, en símbolos X = M) será necesario que las
exportaciones también crezcan a una tasa superior que el producto.
Por otro lado, la población tiene un nivel mínimo de necesidades
que, en una sociedad cambiante como es la contemporánea, es creciente
como resultado de un conjunto de factores como son el proceso de
urbanización, el aumento del nivel educativo, el efecto demostrativo de
los medios masivos de comunicación social, etc. Si denominamos I al
nivel mínimo per cápita, H a la población total, existirá un nivel Y’ que
corresponderá al ingreso mínimo requerido para satisfacer las
necesidades mínimas de la población (Y’=H.I), donde, evidentemente, Y’
debe ser igual o menor que el ingreso nacional Y.
El nivel I podríamos asimilarlo al ingreso de subsistencia de los
economistas clásicos, pero como factor no determinado por razones
biológicas sino de carácter socio‐históricas como hizo Marx. Los
adelantos tecnológicos, cuando se masifican en su producción, son
adoptados como requerimientos necesarios por la sociedad (piénsese en
la heladera y en el televisor).
82
En el modelo de Seers el nivel I’ es, entonces, una variable
creciente cuya tasa de variación es el resultado de sumar la tasa de
crecimiento del nivel I más la tasa de crecimiento de la población
(usando letras minúsculas para indicar tasas de variación sería: y’=h+i).
Como la tasa de crecimiento de las exportaciones (x) debe ser
mayor que la tasa de a la que crece el producto nacional (y), resulta que
aquellas deben modificarse a un ritmo superior que el ingreso mínimo
(y’), es decir:
x > h + i
Las exportaciones deben crecer a una tasa mayor que la de la
población sumada a la tasa de crecimiento de las expectativas de
mejoramiento individual de la misma. Las posibilidades de desarrollo
armonioso de estas sociedades están condicionadas por este crecimiento
mínimo de las exportaciones que, para los países latinoamericanos son,
fundamentalmente, los productos primarios52.
Podría darse el caso, que Seers analiza, de un proceso de
sustitución de importaciones que implica que el crecimiento de las
importaciones es menor al aumento del producto y, por lo tanto, podría
darse que las exportaciones crecieran menos que el producto (x<y). Esta
situación, que puede aparecer como sencilla en los comienzos del
período de “sustitución fácil”, se vuelve más y más difícil a medida que
se va avanzando en etapas sucesivas de sustitución, apareciendo
obstáculos, de los cuales el principal es el tamaño del mercado interno.
Allí aparece nuevamente la limitación externa.
El requerimiento de una tasa mínima de crecimiento de la
capacidad de compra externa, creada fundamentalmente por el monto
de las exportaciones, está afectada por factores adicionales tales como
inflexibilidades en la producción primaria, caída en los términos de
intercambio, políticas de protección del mercado en los países centrales,
52
En forma simbólica, el modelo de Seers se puede expresar de la siguiente forma: como el gasto en
manufacturas G crece a mayor ritmo que el producto Y, significa que . Una proporción m de G es
importada (si fuera la totalidad de la manufactura m valdría 1): M = m.G. Derivando con respecto al tiempo,
se obtiene y como, a largo plazo, M=X se puede escribir que . Por otro lado, como Y’ = H.I
(Y’≤Y), aplicando logaritmos y derivando con respecto al tiempo se deduce que la tasa de crecimiento de las
exportaciones (x) debe ser mayor que la tasa de crecimiento de Y’. Es decir x≥h+i..
83
etc., de forma tal que se torna imposible de lograr. Esta limitación se
manifiesta de dos formas: a corto plazo, produciendo la devaluación de
la moneda, que se ha convertido durante mucho tiempo en la principal
de las presiones inflacionarias básicas; a mediano plazo muestra la
dificultad de un desarrollo económico armonioso, con un escenario muy
pesimista: aunque Seers no lo explicite, se puede interpretar como un
anticipo del estancamiento con crisis social de América Latina a partir de
la década de los años ’80.
Gráficamente se puede mostrar en forma simplificada el problema
de la limitación externa. En el eje de las abscisas se muestra el nivel del
producto Y mientras que en el eje de las ordenadas a las importaciones
M y a las exportaciones X. Suponiendo que las importaciones se
relacionan con el producto mediante una función lineal:
M = m.Y
mientras que las exportaciones se comportan como un parámetro. El
equilibrio externo requiere que M = X
En el primer gráfico se ve el crecimiento del producto (de Y0 a Y1 e
Y2) como consecuencia del aumento de las exportaciones de X0 a X1 y X2,
respectivamente. Podría entenderse como un modelo del “crecimiento
84
hacia afuera” que en Argentina se dio a partir de la segunda mitad del
siglo XIX y hasta 1930. En el segundo gráfico se muestra el crecimiento
del producto sin un crecimiento paralelo de las exportaciones sino
mediante el endeudamiento externo (como ocurrió en la segunda mitad
de los años ’70 y en los ’90). Por último, en el tercero, se muestra el
proceso de sustitución de importaciones, que se caracteriza por la
disminución de la relación M/Y; el cambio cualitativo de las
importaciones va permitiendo el crecimiento del producto al
profundizarse el proceso industrializador, manteniendo invariable la
suma dineraria de las importaciones; lo que se modifica –
disminuyéndola‐ es la pendiente de la recta M =m.Y.
85
El modelo de Braun‐Joy
Siguiendo con la tesis de Seers sobre la limitación externa, Braun y
Joy desarrollaron un modelo que muestra la inflación con este origen,
53
53
Oscar Braun y Leonard Joy, “Un modelo de estancamiento económico. Estudio de caso sobre la economía
argentina”, publicado originalmente en The Economic Journal Nº 312, diciembre de 1968 y reproducido en
Desarrollo Económico, enero-marzo de 1981, como homenaje a Oscar Braun, fallecido trágicamente ese año.
86
c) No hay problemas de colocación en el mercado externo; es
decir, la oferta nacional es relativamente pequeña para el mercado
mundial.
d) Para el mercado interno se trata de productos de primera
necesidad, de forma tal que la elasticidad precio de la demanda interna
es muy baja.
Para el otro sector se supone una industrialización sustitutiva
donde existen sólo dos insumos: los productos importados (materias
primas y productos intermedios) y el trabajo. Su producción está
destinada exclusivamente al mercado interno.
Finalmente se supone que, existiendo ocupación plena, se produce
un estrangulamiento en la balanza de pagos, lo que lleva a una
devaluación del 100% en el tipo de cambio; aumentan los precios del
agro en la misma proporción, lo que desvía la demanda interna
disminuyendo las compras de bienes del sector industrial; el aumento
del costo de vida lleva a una presión para el aumento de los salarios,
presentándose para el segundo sector un aumento de costos por dos
razones: el aumento de los insumos importados (debido a la
devaluación) y el aumento salarial. Aumentan los precios de los
productos industriales a pesar de la disminución de su demanda,
disminuyendo la inversión y el nivel de ocupación productiva, lo que
precipita la espiral precios‐salarios con recesión creciente.
El resultado final es una traslación de ingresos a favor del primer
sector (los autores calcularon que una devaluación del 100% produciría
en Argentina una inflación del orden del 30%) con fuerte recesión, hasta
que el equilibrio se restablece por la disminución de importaciones
debido a la menor producción.
Logrado el equilibrio, comenzará un nuevo período expansivo
con aumento del producto, la ocupación, las inversiones y las
importaciones hasta la crisis siguiente. Es el “pare y arranque”, el “stop
and go” característico de la economía argentina a partir de 1952, fecha
de la primera inflación producida por estrangulamiento externo.
87
88
En la presentación esquemática del modelo se utiliza el diagrama
de flujos habitual en informática. Comienza en el ángulo superior
izquierdo, en un proceso de crecimiento: aumenta la inversión, el
producto (Y) y las importaciones (M=m.Y). Como las exportaciones (X)
crecen a menor ritmo que las importaciones, el crecimiento es posible
siempre que sea M<X (flujo circular en el extremo superior izquierdo);
en caso contrario, el crecimiento requiere endeudamiento para superar
la balanza comercial negativa. Si no existiera posibilidad de más
endeudamiento se produce la crisis de la Balanza de Pagos con su
correspondiente devaluación, suba del precio de los productos
primarios y el de los insumos importados que repercuten sobre los
precios finales: aumento del costo de vida y aumento de salarios. Se
genera inflación de costos, que reduce los ingresos del estado y la
demanda global: disminuye el producto y, como consecuencia, las
importaciones. Mientras no se restablezca el equilibrio continuarán las
devaluaciones periódicas, con mayor inflación, recesión y desocupación
(flujo circular en el extremo inferior derecho). Cuando la disminución de
las importaciones –consecuencia de la recesión‐ restablece el saldo
positivo en la balanza comercial, comienza un nuevo ciclo con aumento
de las inversiones, el producto y las importaciones. Hasta la crisis
externa siguiente54.
Este modelo sirve para explicar el proceso de crisis de la
industrialización por sustitución de importaciones y los sucesivos “pare
y arranque”, acompañado por la inflación de costos que caracterizó a la
economía argentina. Pero es muy simplificado; para un análisis de la
realidad histórica argentina con menor nivel de abstracción y, en
especial para entender la realidad actual, hay que tener en cuenta:
1‐ El supuesto estancamiento de la producción primaria ha sido
superado por la mecanización del campo y por la revolución tecnológica
producida por los agroquímicos y los híbridos, que elevó
sustancialmente la productividad del sector y permitió extender la
frontera agraria. A grandes rasgos la evolución de la producción de
cereales y oleaginosas fue:
54
Tomado de H. Zambon, Introducción al pensamiento económico, Ed. Macchi, Buenos Aires, 2001 pg. 219.
89
1900 a 1970: 20 millones de toneladas anuales
1970 a 1980: 25 millones
1980 a 1990: 35 millones
1990 a 2000: 45 millones
2007/08 (est.): 96 millones de toneladas
Cabe señalar que la superficie sembrada en la última década se
incrementó en un 40%.
2‐ Antes de la implementación del modelo de industrialización
por sustitución de importaciones, se había desarrollado una incipiente
industria de productos agropecuarios que tuvo como destino, en gran
parte, la exportación. Y, a partir de los años ’60, comenzó también la
exportación de productos de origen industrial, especialmente a los otros
países de América Latina. En 1989, fecha en que la crisis económica dio
lugar al modelo neoliberal de apertura económica y convertibilidad
monetaria, según veremos más adelante, la composición relativa de las
exportaciones argentinas se parecía mucho a la actual:
1989 Promedio 2003/06
Productos primarios 20.4% 19.8%
Manufacturas de origen agropecuario (MOA) 42.2% 33.4%
Manufacturas de origen industrial (MOI) 37.4% 29.5%
Combustibles y energía 17.3%
Total 100% 100%
3‐ Las innovaciones tecnológicas en el agro y, a partir de la crisis
del año 2001 y la devaluación (que llevó el tipo de cambio de $ 1 a $ 3
por dólar), sumado al incremento de los precios internacionales de los
productos primarios, dio lugar a un crecimiento muy importante de las
exportaciones argentinas:
Exportaciones argentinas (en millones de dólares corrientes):
1989 9.579
1990 12.353
2000 26.341
2006 46.456
La crítica habitual que se le hizo al estructuralismo desde la
ortodoxia fue la falta de propuestas concretas de políticas
90
estabilizadoras. En realidad, el estructuralismo ponía el acento sobre las
causas básicas que generaban inflación, como un síntoma de
desequilibrios del sistema económico. Por ello, las políticas que
resultaban de su análisis eran de largo plazo y de profundos cambios,
más que respuestas a los problemas de coyuntura.
El neoestructuralismo
El estructuralismo latinoamericano sufrió un ocaso en los años ’70,
a raíz de las políticas monetaristas –en un principio aparentemente
exitosas‐ que venían aplicando los gobiernos militares instalados en el
continente (Brasil desde 1964, Chile desde 1973, Argentina a partir de
1976 y Uruguay, con un gobierno cívico‐militar en la misma época) hasta
que en la década de los ’80 se produjo una vuelta en la historia y, ante el
fracaso del monetarismo y la reaparición de las presiones inflacionarias,
surgió también un nuevo estructuralismo.
El neoestructuralismo reitera el carácter no monetario de la
inflación, destacando el aspecto inercial del fenómeno. Gustavo Maia
Gomes dice que “la idea básica es que en un ambiente crónicamente
inflacionario los agentes económicos desarrollan un comportamiento
fuertemente defensivo en la formación de los precios, lo cual, en
condiciones normales, consiste en el intento de restablecer el máximo
anterior de ingreso real en ocasiones de cada reajuste periódico de
precios. Cuando todos adoptan esta estrategia de recomposición
periódica de sus máximos, la tasa de inflación existente en el sistema
tiende a perpetuarse: la tendencia inflacionaria se torna igual a la
inflación pasada”55.
Utilizando la terminología de Sunkel, se podría decir que los
mecanismos de propagación mantienen el crecimiento sostenido de los
precios. Pero este proceso inercial se ve afectado por perturbaciones
periódicas que acelera o retrasan el ritmo inflacionario; en base a ello,
Bresser Pereyra y Nakamo56 distinguen a los factores que aparecen en
todo proceso inflacionario en:
55
Gustavo Maia Gomes, op. cit.
56
Luis Carlos Bresser Pereyra y Yoshiaki Nakamo, “Factores aceleradores, mantenedores y sancionadores de
la inflación” en El Trimestre Económico Nº 207, julio-set. 1985.
91
Mantenedores (mecanismos de propagación)
Aceleradores
Factores de la inflación
Sancionadores
Los factores aceleradores son aquellos que modifican en más o en
menos el ritmo inercial de la inflación; son los cambios en el “mark‐up”,
las variaciones salariales por encima de los aumentos en la
productividad, las alteraciones en los tipos de cambio, etc.
El análisis del mark‐up, o tratamiento de la fijación de precios por
vías no marginales, tema ligado a la crítica de los supuestos neoclásicos
del equilibrio de la empresa, tiene gran importancia en el estudio del
proceso inflacionario. En estos casos ya no es el libre juego de la oferta y
la demanda ni la flexibilidad de los precios quienes determinan los
equilibrios, sino que el escenario varía totalmente: precios administrados
por productores oligopólicos o monopólicos, precios fijados en las
distintas etapas de comercialización con múltiples criterios, posibilidad
de control de precios por el estado, etc., cambian el mundo de la política
económica.
En 1939 Hall y Hitch en un trabajo clásico publicado en Oxford
(Inglaterra) estudiaron 38 empresas líderes y llegaron a la conclusión de
que las mismas no tenían como objetivo maximizar el beneficio en el
corto plazo, igualando costos e ingresos marginales, como suponía la
teoría microeconómica, y constataron, además, que el oligopolio es la
estructura dominante en la industria. Otros estudios empíricos probaron
con los años que la mayoría de las curvas de costos no tenían la forma de
“U”, que el tipo de información necesaria para fijar los precios por vía
marginal no estaba disponible en las empresas –en particular lo referido
a la curva de demanda continua y derivable‐ y, además, que las
expectativas sobre alteraciones en las condiciones de mercado no podían
ser cubiertas con las técnicas usadas habitualmente por la
microeconomía.
La forma de establecer el precio de venta por mercancía o servicio
ha sido descripto por diversos autores, entre los que tienen relevancia
M. Kalecki, P. S. Labini y, entre los estructuralistas posteriores, Lance
92
Taylor57. La más usual de las técnicas es la determinación del precio en
base al costo variable medio:
P = V. (1 + m)
donde V es el costo variable medio y m el porcentaje de marcación
(expresado en tanto por uno) sobre el costo variable, de forma tal que
m.V es el monto que cubre la proporción unitaria de los costos fijos más
el beneficio. La pregunta obvia es ¿cómo se fija el valor de m? La
respuesta implica entrar en un importante capítulo debatido en la teoría
contemporánea, que escapa a los objetivos del presente trabajo, por lo
que nos limitaremos a fijar un criterio tradicional: el de distribuir el
costo fijo (CF) en un cierto valor de producción (Xn) considerado como
normal o standard para la empresa (el costo fijo medio será CF/Xn) más
un margen de ganancia conocido como “target rate of return pricing”,
que parte de fijar un beneficio B en base a la inversión de capital
requerido (K), de forma tal que la tasa de beneficio que se fija como
objetivo es r=B/K. Ambos componentes dan: m.V = (CF+r.K)/Xn, que
sirve como tasa guía para determinar los precios de venta.
Kalecki ha insistido que la magnitud de m es un indicador del
grado de monopolización de un mercado en particular.
Durante un proceso inflacionario todos los formadores de precios
tratan de ganar la carrera a la desvalorización monetaria, de manera tal
que a las fórmulas de mark‐up ya vistas le agregan un importante
componente de aumento de precios por el riesgo de deterioro monetario,
que llamaremos π. Joseph Ramos58 señala que “…como es costoso fijar
precios todos los días, las empresas lo hacen para un determinado
intervalo (en todo caso, modificable). En ese lapso es posible que varíen
sus costos y, ciertamente, el valor real de sus ingresos… según el ritmo
inflacionario imperante”, por lo que, agregamos nosotros, es posible
cubrir la expectativa inflacionaria para el intervalo que los separa de la
57
M.Kalecki, Teoría de la dinámica económica, Fondo de Cultura Económica, México, 1956; Paolo Sylos
Labini: Oligopolio y progreso técnico, Oikos-Tau, Barcelona, 1966; Lance Taylor, Structuralist
macroeconomic, Basic Books, Nueva York, 1983
58
Joseph Ramos, “La macroeconomía keynesiana vista desde el sur”, Revista de la CEPAL, Nº 38, agosto de
1989.
93
próxima remarcación, incorporando ese coeficiente π. Así, la
determinación del precio queda:
Px = V.(1 + m + π)
Cuando se está frente a una cadena de intermediación que separa
al oferente inicial (productor) del demandante final (consumidor), de
forma tal que el proceso productivo no se limita a la oferta‐demanda, O‐
D, sino a una serie de O‐D‐O‐D‐O‐D…, donde cada intermediario sube
los precios incluyendo un coeficiente por la expectativa inflacionaria, el
proceso actúa sumando presiones a la inflación, empujando a los precios
con independencia de la demanda y generando una inestabilidad
crónica.
Cabe señalar que esta determinación de precios vía el mark‐up
logra el equilibrio por el lado de las cantidades, es decir, tiene efectos
recesivos. Inclusive cada oferente, para salvar sus beneficios o mejorar
posiciones, puede subir los precios a niveles que reduzcan drásticamente
las cantidades vendidas, siguiendo así una clásica conducta oligopólica.
El factor sancionador es la cantidad de dinero. Existe una clara
correspondencia entre la cantidad de dinero en circulación y el nivel de
precios; es más, los análisis estadísticos muestran una alta correlación
entre ambos, con un coeficiente cercano a la unidad. Pero esto sólo
indica relación y no causalidad.
El monetarismo supone una relación causal:
Cantidad de dinero Precios
En cambio el estructuralismo plantea una relación inversa: es la
inflación la que origina el déficit fiscal (al afectar el valor real de las
recaudaciones del estado, que se calculan con un retraso temporal,
mientras que sus erogaciones se realizan a valor corriente) y, para
cubrirlo, da lugar al aumento de la cantidad de dinero vía emisión
monetaria.
En un proceso inflacionario, si no variara la cantidad de moneda,
el total real M/P disminuiría afectando la liquidez del sistema
económico: la emisión, en estas condiciones, vendría a sancionar el
proceso existente, evitando que una crisis de iliquidez se superponga a
la inestabilidad en los precios.
94
Existen pruebas estadísticas indirectas que parecen avalar la
relación causal postulada por el estructuralismo: por ejemplo, en
Argentina, entre el 1 de diciembre de 1989 y la primera semana de
marzo siguiente, la base monetaria aumentó el 117% mientras que los
precios un 637%; con esos datos es difícil suponer que sea el aumento de
la oferta monetaria (que varió con atraso y a menor ritmo que los
precios) el origen de la inflación.
El deterioro de la recaudación impositiva como causante del
déficit fiscal se conoce en la literatura económica como el “efecto Olivera
–Tanzi”59 que, en forma muy resumida, puede exponerse de la siguiente
forma: aunque se parta de un presupuesto equilibrado, existe un lapso
entre el momento del cálculo impositivo y la recaudación, (lapso que
varía en los distintos tributos: es mayor en el caso del impuesto a las
ganancias y al patrimonio neto, de aproximadamente 4,5 meses, y es
menor en el IVA y, menor aún, en el impuesto a los combustibles y
otros) de forma tal que en una economía inflacionaria el estado cobra los
impuestos al valor nominal mientras que los gastos están actualizados
por la desvalorización monetaria: el déficit fiscal es inevitable y está
determinado por la proporción que los gastos representan del total del
ingreso nacional, por la tasa mensual de inflación y por el lapso que
media entre el cálculo impositivo y la percepción del mismo.
Por eso, con el fin de disminuir el efecto Olivera‐Tanzi, en los
años de alta inflación en Argentina se estableció la indexación de
algunos tributos al día de pago.
Un modelo neoestructuralista
A la tasa de variación de los precios para el período t la
simbolizamos como pt, que es un promedio ponderado de la variación de
los precios de los distintos sectores. Suponemos la existencia de
solamente dos sectores bien diferenciados:
59
El llamado efecto “Olivera-Tanzi” fue expuesto por Julio Olivera en “Inflación y rezagos fiscales” en la
Revista de Ciencias Económicas del Colegio de Graduados (Buenos Aires, abril de 1972) y por Vito Tanzi
“Inflación, rezagos en la recaudación y valor real de los ingresos tributarios” en Ensayos Económicos (Revista
del BCRA) Nº 2, Buenos Aires, junio de 1977. Puede consultarse también a Jorge M. Comper y Jorge M.
Streeb, “Influencia de la estabilización de precios sobre la recaudación tributaria” en Ensayos Económicos Nº
38, octubre de 1987.
95
1‐ Un sector agroexportador que produce para el mercado
internacional (donde no existen problemas de colocación) y también
para el mercado interno. Al precio unitario de sus productos lo
simbolizaremos como Pa y a la variación de los mismos como pa. El
primero está determinado por el precio internacional convertido en
moneda local.
2‐ Un sector manufacturero que produce en un mercado
oligopólico y, por lo tanto, con precios fijados en base al costo medio y el
mark‐up, con precios fijos que ajustan vía cantidades. Los costos del
sector se pueden reducir al costo salarial, más el costo de los materiales
importados más las tarifas de los servicios públicos. El precio será Pi y la
tasa de variación pi.
Si pt es el índice general de precios, de lo expuesto resulta que
pt = a1.pa + a2.pi
Donde a1 y a2 son los coeficientes de ponderación, tal que a1 + a2 = 1.
De acuerdo a la ley del precio único:
Pa = e.P*a (1 ‐ Τ)
siendo e el tipo de cambio, P*a el precio unitario internacional medido en
dólares y Τ la tasa de impuestos y retenciones a la exportación. Pa es el
precio que realmente recibe el productor por su exportación, por lo que
será el precio unitario en el mercado interno de sus productos. Las
variaciones del precio del sector agropecuario dependerá de las
modificaciones que sufran sus componentes:
pa = e’ + p*a + (1 ‐ Τ)’
donde e’ es la tasa de variación del tipo de cambio, p*a la tasa de
variación de los precios internacionales y (1 ‐ Τ)’ la tasa de variación de
la proporción no gravada de las exportaciones agropecuarias. En esa
fórmula se puede verificar el impacto de la inflación externa (p*a) así
como el efecto de las retenciones móviles a las exportaciones (T), que
fueran establecidas a principios del año 2008 y eliminadas por decisión
del Congreso, como elemento estabilizador de los precios internos.
Si suponemos Τ constante la fórmula anterior se reduce a:
96
pa = e’ + p*a
Por su parte, el precio del producto del sector 2 será:
Pi = (c1.w + c2.M.e + c3.S).(1 + m)
En los que w es el salario unitario, M.e el costo en pesos de los
insumos importados, S la tasa de los servicios públicos y m el mark‐up
aplicable sobre los costos medios. Los distintos c indican las cantidades
(medidas en sus respectivas unidades, por ejemplo, el costo salarial en
horas de trabajo requeridos por unidad de producto) en que cada uno de
los componentes de los costos participa en el costo medio unitario.
Como se desarrolla en el apéndice a este capítulo, la variación de
los precios de los productos manufactureros va a depender de las
variaciones en: los salarios (w’), el tipo de cambio (e’), los precios
externos de los insumos (M’), los servicios públicos (S’), que son precios
administrados por el estado, y la tasa de mark‐up (m’).
Si excluimos las causas importadas para la variación de precios
(hacemos p*a=0 y M’=0) podemos observar que en una economía
inflacionaria se crean mecanismos de indexación que hacen que las
distintas tasas tienden a variar al mismo ritmo, mientras que el mark‐up
tiende a ser constante (m’ = 0). En estas condiciones y como tendencia:
pt = e’ = w’ = S’ = pt‐1
que es el efecto inercial de la inflación. La inflación pasada tiende a ser
igual a la actual, excepto que se produzcan cambios en los precios
relativos clave que alteren esa tendencia.
Por lo tanto, se podría escribir:
pt = pt‐1 + z
donde z representa a las modificaciones en los factores aceleradores de
la inflación. Es decir, z depende de los cambios que se produzcan en las
tasas de variación de las variables clave: tipo de cambio, salarios, precios
administrados de los servicios o precios internacionales de las
exportaciones y de los insumos.
La política de estabilización que se podría deducir de este modelo
ha sido denominada “heterodoxa” y consiste en un “shock” que lleve las
97
expectativas inflacionarias a cero, es decir, que elimine el aspecto inercial
del fenómeno (hace pt‐1 = 0 en la determinación de pt) conjuntamente con
un congelamiento o control de las variables clave para anclar en forma
permanente al valor de pt. En Brasil se aplicó con el “plan cruzado”
mientras que en la Argentina se ensayó en 1985 con el “Plan Austral” y
también, hasta cierto punto, en 1991 con la convertibilidad.
Dornbusch y De Pablo60 han propuesto completar la fórmula
anterior de la siguiente forma:
pt = pt‐1 + z + α
donde α representa la brecha monetaria. Indicaría el efecto que produce
la existencia de “demasiado dinero tras demasiados pocos bienes” o, en
la terminología de Bresser Pereyra y Nakamo, el efecto de los factores
sancionadores en la tasa de inflación.
En resumen, el estructuralismo de los años ’60 y el
neoestructuralismo encuentran la causa de la inflación en la existencia
de desequilibrios no monetarios, por lo que una política de
estabilización no podría limitarse a los fenómenos monetarios sino que
debe partir de una interpretación global del sistema económico. En su
desarrollo teórico han puesto énfasis en la formación de precios por vías
no marginales y en el carácter inercial de la inflación.
El neoestructuralismo latinoamericano –al igual que su
antecedente teórico‐ se presenta cuestionando la estrategia económica
ortodoxa sustentada por el sistema financiero internacional. Sin
embargo, su oposición parece más leve, pretendiendo complementar las
medidas restrictivas tradicionales con políticas generalmente rechazadas
por el liberalismo, tal como el control de precios y salarios. Aunque en
los años ’90, ante el avance del “pensamiento único neoliberal”, estas
diferencias han tendido a diluirse.
60
Dornbusch, Rudiger y de Pablo, Juan Carlos, Deuda externa e inestabilidad macro-económica argentina,
Sudamericana, Buenos Aires, 1988.
98
APÉNDICE
VARIACIÓN DE LOS PRECIOS EN UN MODELO
NEOESTRUCTURALISTA
En el modelo desarrollado hay dos sectores: 1) el agrícola,
básicamente exportador, cuyos precios Pa (y su tasa de variación pa) se
forman, de acuerdo a la ley del precio único, en base a los precios
efectivamente cobrados por la exportación y 2) un sector manufacturero
cuya producción está destinada básicamente al mercado interno, con Pi y
pi como precio unitario promedio y tasa de variación, respectivamente.
Tal como se expusiera en el texto principal (que repetimos para
mayor claridad) la tasa de variación general de precios será: pt = a1.pa +
a2.pi
Donde a1 y a2 son los coeficientes de ponderación, tal que a1 + a2 = 1.
Para el sector 1, de acuerdo a la ley del precio único:
Pa = e.P*a (1 ‐ Τ)
siendo e el tipo de cambio, P*a el precio unitario internacional medido en
dólares y Τ la tasa de impuestos y retenciones a la exportación. Pa es el
precio que realmente recibe el productor por su exportación, por lo que
será el precio unitario en el mercado interno de sus productos. Si
aplicamos logaritmos y diferenciamos, de la expresión anterior se
obtiene:
pa = e’ + p*a + (1 ‐ Τ)’
donde e’ es la tasa de variación del tipo de cambio, p*a la tasa de
variación de los precios internacionales y (1 ‐ Τ)’ la tasa de variación de
la proporción no gravada de las exportaciones agropecuarias. Si
suponemos Τ constante la fórmula anterior se reduce a:
pa = e’ + p*a
Por su parte, el precio del producto del sector 2 será:
Pi = (c1.w + c2.M.e + c3.S).(1 + m)
99
En el que w es el salario unitario, M.e el costo en pesos de los
insumos importados, S la tasa de los servicios públicos y m el mark‐up
aplicable sobre los costos medios. Los distintos c indican las cantidades
(medidas en sus respectivas unidades; por ejemplo, el costo salarial en
horas de trabajo requeridos por unidad de producto) en que cada uno de
los componentes de los costos participa en el costo medio unitario.
Si aplicamos logaritmos y diferenciamos, tenemos:
pi = [1/(c1.w+c2.M.e+c3.S)].( c1.dw + c2.M.de + c2.e.dM + c3.dS) + [1/(1+m)].dm
pi = [1/(c1.w+c2.M.e+c3.S)].(c1.w.w’+c2.M.e.e’+c2.e.M.M’+ c3.S.S’) + [m/(1+m)].m’
donde las variables w’, e’, M’, S’, m’ representan las tasas de variación
de las respectivas variables w, e, M, S, m.
Llamando n a la ponderación de los costos, tal que:
0 < ni < 1 y Σ ni = 1
Entonces podemos reemplazar en la fórmula anterior:
pi = n1.w’ + n2.(e’+M’)+ n3.S’) + [m/(1+m)].m’
Cabe señalar que w’ es la tasa de variación del costo salarial en el
costo unitario del producto; es decir, incluye todos los costos sociales
además del salario nominal pero, por otra parte, es neto de eventuales
aumentos de la productividad. Si llamamos v’ a la tasa de variación
salarial y q’ a la tasa de incremento de la productividad, es w’=v’‐q’.
Reemplazando en la fórmula de variación de precios pt = a1.pa +
a2.pi los valores hallados para pa y pi tenemos:
pt = a1. (e’ + p*a) + a2. [n1.w’ + n2.(e’+M’)+ n3.S’) + [m/(1+m)].m’]
Para el caso en que no se produzcan modificaciones en los precios
externos (donde p*a y M’ sean cero), la expresión anterior se reduce a:
pt = (a1 + a2.n2) e’ + a2.n1.w’ + a2. n3.S’ + a2.[m/(1+m)].m’
100
En una economía inflacionaria se crean mecanismos de
indexación que hacen que las distintas tasas tienden a variar al mismo
ritmo, mientras que el mark‐up tiende a ser constante (m’ = 0). En estas
condiciones y como tendencia:
pt = e’ = w’ = S’ = pt‐1
que es el efecto inercial de la inflación. La inflación pasada tiende a ser
igual a la actual, excepto que se produzcan cambios en los precios
relativos clave que alteren esa tendencia.
Por lo tanto, se podría escribir:
pt = pt‐1 + z
donde z representa a las modificaciones en los factores aceleradores de
la inflación. Es decir, z depende de los cambios que se produzcan en las
tasas de variación de las variables clave, lo que se expresa como las
derivadas respecto del tiempo de las mismas:
z = z(dw’/dt, de’/dt, dS’/dt, dm’/dt)
101
102
CAPÍTULO 6
INFLACIÓN Y POLÍTICAS DE ESTABILIZACIÓN
EN ARGENTINA (HASTA 1989)
El aumento sostenido de precios forma parte de la realidad
económica argentina desde mediados de los años ’40, con varios
períodos de elevada inflación a tasas superiores al 100% anual y también
con intervalos de estabilidad relativa –algunos bastante prolongados‐
según puede apreciarse en la serie de variación del índice de precios al
consumidor del Cuadro 1 del apéndice del presente capítulo.
Como puede verse en ese cuadro, en estos sesenta años hubo
alguno de ellos con leve deflación de precios. También existieron
períodos con situaciones hiperinflacionarias, particularmente en los años
1989 y 1990, cuando los índices anuales de variación de precios
superaron el 1.000%.
En el Cuadro 2 del apéndice se presentan las tasas mensuales de
variación de precios para aquellos meses en que hubo hiperinflación,
según el criterio de Maier (tasa anual superior al 1000%, o sea mensual
mayor al 21,15%) o, más restrictivo, de Cagan (tasa superior al 50%):
La columna “tasa anual” corresponde a la tasa mensual
anualizada, es decir, la que hubiera correspondido a un año si en todos
los meses se hubiera repetido la misma tasa de inflación.
La inflación se inicia en 1945 y al comienzo tuvo las características
de una inflación de demanda que acompañó al crecimiento industrial
verificado durante el primer gobierno de Perón. En 1952 se produjo la
primera crisis de la balanza de pagos, como consecuencia de una mala
cosecha en la pampa húmeda y el agotamiento de las reservas externas.
También en ese año tuvo lugar la primera experiencia de política
estabilizadora en el país (el ministro de economía era Gómez Morales),
basada en incentivos al agro con el fin de aumentar las exportaciones
tradicionales, y medidas para facilitar el ingreso de capitales extranjeros,
acompañadas de medidas fiscales y monetarias ortodoxas.
El resultado fue una rápida contención de la inflación (de una tasa
de 38% en 1952 pasó al 4,5% al año siguiente) pero con una interrupción
103
en el proceso de crecimiento económico, al punto que el nivel alcanzado
en el producto per cápita en 1951 recién volvería a obtenerse en 1955:
PRODUCTO BRUTO INTERNO POR HABITANTE (1951 = 100)
1951 100
1952 93
1953 96
1954 98
1955 103
Tenemos, entonces, un primer período en la historia del fenómeno
inflacionario que abarca hasta 1952, con inflación de demanda a tasas
moderadas.
Desde 1952 y hasta 1975 se presenta un segundo período. Dice al
respecto Guillermo Vitelli, en la obra que ya hemos citado, que la
historia económica muestra un punto de inflexión notorio en 1975; hasta
ese año las alteraciones de precios nunca habían inducido efectos
inerciales de largo plazo a tasas superiores al 60%, aunque cabe acotar
que en 1959 la inflación alcanzó una tasa anual del 113,7%, que luego
bajó a niveles equivalentes a los del promedio de la década (la tasa
promedio de esos años fue el 21,3% anual).
Un tercer período se puede fijar entre 1975 y 1985. Durante esos
diez años la inflación superó el 100% anual, excepto en 1980, que fue del
87,6% debido a un fuerte atraso cambiario; a partir del año siguiente
recuperó su ritmo anterior, en forma acelerada, hasta llegar en 1984 al
688% anual y durante el primer semestre del año siguiente a orillar la
hiperinflación (tasa anualizada de 1.530,7%).
Un cuarto período se inició en el segundo semestre de 1985, que
comenzó con la contención inflacionaria consecuencia del éxito inicial
del Plan Austral pero que, con tasas crecientes en el nivel de precios,
derivaron en 1989 y 1990 en estallidos hiperinflacionarios.
El plan de convertibilidad aplicado durante los años ’90 conforma
el quinto período, que finaliza con la crisis del 2001. A partir de
entonces, con el abandono del modelo neoliberal con ancla monetaria
(convertibilidad) y hasta nuestros días corresponde, en esta
caracterización por períodos, una nueva etapa (la sexta).
104
Los planes de estabilización
Teóricamente podríamos clasificar a las políticas de estabilización
en cuatro grandes grupos, cruzando los criterios de ortodoxia o
heterodoxia con el de gradualidad o de shock:
POLÍTICAS ORTODOXAS POLÍTICAS HETERODOXAS
GRADUALES
DE SHOCK
A su vez, a las políticas ortodoxas (basadas en el monetarismo)
podríamos clasificarlas según su fundamento teórico en: de economía
cerrada (cuya principal herramienta es el control de la oferta monetaria)
o de economía abierta (donde se invierte la relación causal entre dinero
y precios).
De todas formas, las medidas concretas muchas veces, aunque
exista un criterio dominante, reúnen elementos que corresponden a otro
tipo de política, por lo que se hace difícil encontrar ejemplos con total
pureza conceptual.
Un caso de ortodoxia monetarista casi químicamente pura fue el
conjunto de medidas tomadas entre 1961 y 1963, de total control
monetario. El resultado fue altamente recesivo, sin alcanzar los objetivos
de eliminar los aumentos de precios, lo que parece demostrar el carácter
estructural de la inflación61:
TASAS DE VARIACIÓN DEL P.B.I.
P.B.I. TOTAL P.B.I. INDUSTRIAL
1962/61 ‐1,9% ‐4,5%
1963/62 ‐3,6% ‐4,6%
1963/61 ‐5,5% ‐9,0%
mientras los índices de precios en 1962 y 1963 ascendían al 28% y 24%,
respectivamente.
El efecto negativo sobre el nivel del ingreso nacional y el nivel de
ocupación ha sido una constante de las políticas monetaristas no sólo en
nuestro país. Es la consecuencia de aplicar una terapia adecuada para
61
Juan Carlos de Pablo, Política antiinflacionaria en la Argentina, 1967-1970, Amorrortu Ed., Buenos Aires,
1970, pag. 18
105
situaciones de exceso de demanda en aquellos casos en que la inflación
es un síntoma de desequilibrios por el lado de la oferta. Una de las
primeras experiencias en este sentido, después de la segunda guerra fue
la de Italia. Charles Maier resume sus efectos así: “Italia recurrió a una
política de contracción monetaria en vez de una política fiscal severa. El
resultado incluyó una recesión que aumentó el desempleo en el sur y
trasladó efectivamente la carga de la estabilización a las clases
populares”62. Lo mismo indican, con sus particularidades, las reiteradas
experiencias latinoamericanas.
Escapa al objetivo de este trabajo desarrollar una historia de las
políticas de estabilización implementadas en nuestro país, que no podría
separarse de la política global y que implicaría una verdadera historia
económica de los últimos sesenta años.
De todas formas es necesario tener presente el carácter pendular
del proceso: a partir de la caída del gobierno peronista en 1955 se
observa en la política económica argentina un cambio cíclico que,
partiendo de posiciones intervencionistas y reguladoras va hacia
modelos liberales o neoclásicos. Es que al conflicto de clases clásico,
entre capitalistas y asalariados, se ha sumado una pelea entre industria y
campo; el segundo, productor de bienes agroexportables, siempre ha
abogado por el libre comercio mientras que la primera, cuyo destino
principal es el mercado interno, reclama presencia estatal y protección
para crecer.
Si bien en cada momento del ciclo las bases económicas y la
situación política del país, así como el contexto internacional, no son los
mismos, puede señalarse ciertas regularidades en estos movimientos,
que nos permiten sintetizar la dialéctica de oposición de las medidas de
la siguiente manera63:
a) Se prioriza el mercado interno o se jerarquiza la exportación;
b) Se practican políticas redistributivas ‐de bienestar social‐ o se
abandonan estas cuestiones, posponiéndolas para un futuro impreciso;
c) Se implementan políticas de regularización de precios, control
de producción, precios “sostén” para ciertos bienes, subvenciones, etc. o
62
Charles Maier, op.cit., pg. 78
63
Ernesto Bilder, “La actual coyuntura económica argentina” en Nueva Sociedad, Caracas, nov.-dic. de 1980.
106
se deja librado a las “fuerzas del mercado” la tarea de fijar las mismas y
por su intermedio se asignan los recursos;
d) Se concibe a la inflación como un fenómeno estructural
asociado al crecimiento o, por el contrario, se sustenta una posición
monetarista o “de demanda”, tendiente a disminuir la masa monetaria
(o su expansión) por la vía de restricciones crediticias y de otros
controles de la Banca Central;
e) Se permiten las discusiones sectoriales, los aumentos salariales
y otros logros sindicales o se congela todo aumento de salarios,
controlando de manera centralizada su movimiento;
f) Se adopta una actitud cautelosa frente al sistema financiero
internacional o se priorizan las buenas relaciones con la banca mundial;
g) Se practican políticas de defensa de la industria nacional,
manteniendo altas tarifas aduaneras, o se disminuyen y tienden a
eliminarse, con miras a “anular a los sectores ineficientes”;
h) Se opera en un mercado de cambios controlado con
restricciones en ciertos bienes, tipo de cambio múltiple, retenciones,
restricción a la compra de divisas, etc. o se tiende a liberar la tenencia y
compra‐venta de moneda extranjera;
i) Se ofrece dinero barato al mercado, con tasas de interés que
suelen ser negativas para estimular así a determinadas áreas
económicas, o se posibilitan altas tasas de interés que sujetan la inflación
y tienden a estimular el ahorro;
j) El Estado busca acercarse al pleno empleo de la fuerza de
trabajo, utilizando distintos medios de política económica (déficit fiscal,
inversiones directas, etc.) o deja que las fuerzas del mercado determinen
el nivel de ocupación.
Algunos elementos ideológicos han acompañado la marcha de
ambos modelos. Para los primeros, los intervencionistas, se enfatiza el
rol corrector del estado ante las falencias o fracasos de un sistema
autorregulado basado en el libre mercado y se resaltan valores como la
“justicia social”, la solidaridad y la igualdad. En los liberales se ha
jerarquizado la “eficiencia económica” y el papel del mercado como el
óptimo asignador de recursos. Hasta fines de los años 1980, como regla
general, los modelos liberales estuvieron acompañados de regímenes
políticamente represivos y han funcionado en un contexto de grandes
107
restricciones a la democracia tradicional, mientras que los
intervencionistas han estado más asociados a sistemas democráticos de
alianzas o pactos de clases y con tendencia a las soluciones negociadas
de la cuestión social. A partir de 1989 se rompió esa regla y los gobiernos
elegidos democráticamente hasta principios de este siglo (dos gobiernos
de Menem y el de De la Rúa) aplicaron intensivamente el modelo liberal
hasta su crisis final.
Aquí nos ocuparemos, muy brevemente, de los principales
esfuerzos estabilizadores efectuados dentro del carácter pendular de la
política global señalado precedentemente.
El plan de Krieger Vasena
La política aplicada por el gobierno militar de Onganía a partir de
1967, con el ministerio de economía en manos de Krieger Vasena, partió
del diagnóstico64 que la inflación argentina era originada por el lado de
los costos y que influían importantes factores psicológicos o, lo que hoy
llamaríamos, expectativas inflacionarias. Para combatirla propuso
medidas novedosas junto a algunas ortodoxas:
1‐ Devaluación del 37% (llevó el dólar de $ 255 a $ 350),
imperfectamente compensada con el fin de evitar traslaciones nocivas
del ingreso y, al mismo tiempo, lograr los objetivos buscados:
esencialmente fomentar la exportación y asegurar la estabilidad en el
tipo de cambio futuro (con un peso subvaluado se procuraba evitar
ajustes del tipo de cambio). Con fin compensatorio se estableció:
a) Un impuesto de $ 80 por dólar a la tenencia de divisas,
evitando así que los bancos y otras entidades financieras se quedaran
con la ganancia de la devaluación;
b) Un derecho a la exportación (retenciones) de los productos
tradicionales del 16 al 25%, según el producto, para compensar el
ingreso del sector agroexportador;
c) Eliminación de los reintegros a las exportaciones no
tradicionales, que se compensaba con la devaluación y reducía el déficit
fiscal.
64
Ver a Juan Carlos de Pablo, op. cit.
108
2‐ Eliminación de las paritarias. Se estableció una actualización
de los salarios en función de la antigüedad en la vigencia del convenio
colectivo respectivo y se dejó de lado la libre discusión de los salarios.
Aquí se aplicó con toda rigidez el disciplinamiento de la clase
trabajadora adoptado por el gobierno militar, con el fin de evitar los
efectos de las variaciones salariales en el proceso inflacionario.
3‐ Se procuraron acuerdos de precios con las empresas líderes,
con el fin de evitar el congelamiento de precios.
4‐ Política monetaria pasiva. En el acuerdo suscripto con el FMI
en 1967 se preveía un déficit fiscal decreciente cubierto con créditos del
Banco Central, así como un aumento del grado de monetización debido
al ingreso del capital extranjero.
La idea global era la modernización. Se preveía un redimensio‐
namiento del sector público con un aumento de la actividad privada que
fuera paulatinamente absorbiendo los excedentes ocupacionales del
primero (excedentes crecientes por la mayor eficiencia que traería
aparejada la modernización del aparato estatal), mientras que la
disminución del déficit fiscal se lograría vía la reformulación impositiva.
El proyecto de crecimiento económico tuvo como motor, en un
primer momento, al mercado externo, con el aliento a las exportaciones
no tradicionales que, a mediano y largo plazo, se esperaba iban a
modificar sustancialmente la composición del total exportado, según lo
planteado por la teoría estructuralista. Sin embargo, para las autoridades
políticas sus efectos aparecían como muy lentos, por lo que, a partir de
1968, se recurrió a medidas de desarrollo industrial y fomento de las
inversiones internas.
En 1969 cambió radicalmente el panorama político y terminó con
este proyecto “desarrollista”. El cordobazo y cuasi rebeliones en todo el
país, pero particularmente en el interior, mostraron la resistencia y
oposición creciente en la sociedad civil a la dictadura militar. Se
produjeron corridas bancarias y crisis de la balanza de pagos; la deuda
externa, que en 1967 era de 3.300 millones de dólares, superó en 1971 los
5.000 millones. A Krieger Vasena lo sucedió primero Dagnino Pastore,
que intentó medidas de restricción monetaria, y luego Moyano Llerena
que ordenó una fuerte devaluación, posiblemente con la intención de
109
constituir un “colchón” en la cotización de las divisas, tratando de
recrear las condiciones del plan de estabilización de 1967.
Pero las condiciones socio‐políticas eran muy distintas. Si se
observan las tasas anuales de inflación de este período (1966‐72), se
puede verificar la disminución a partir de un máximo en 1966 (29,94%)
hasta un mínimo en 1969 (del 6,64%); en este año, el año del cordobazo, se
produce el cambio de la tendencia, que se vuelve rápidamente creciente
(1970: 11,44%, 71: 51,98%, 72: 64,15%).
Según Marcelo Diamand “entre 1970 y comienzos de 1971 la
inflación argentina tuvo el raro privilegio de contar con tres motores
autónomos”65 que fueron: la fuerte devaluación ordenada por Moyano
Llerena, un cambio en la política salarial tendiente a aumentar el salario
real con el fin de acallar y controlar la protesta popular y, por último, un
fuerte aumento en el precio de la carne originado en las características
propias del ciclo ganadero.
El precio de la carne vacuna tiene gran incidencia en el índice del
costo de vida debido a la importancia que representa su consumo dentro
de la dieta normal argentina; esa importancia era mucho mayor en el
período estudiado, ya que posteriormente se ha dado una disminución
continua del consumo. La característica es que el vacuno es tanto el bien
final o mercancía como el bien de producción, por lo que, cuando
empieza el ciclo expansivo en la demanda de carne, los productores
tienden a aumentar la inversión en el rubro, reteniendo vientres, lo que
implica reducción de la oferta; exactamente lo contrario ocurre cuando
bajan los precios de la carne y, por lo tanto, los stocks deseados de
ganado hembra. Es decir, la oferta se presenta en forma contraria a lo
esperado para una curva normal. El precio de la carne influye
fuertemente en el índice de precios utilizado para actualizar los salarios
y otras variables económicas, razón por la que tiene gran fuerza de
“arrastre” en la inflación global.
Además, la limitación externa como fuente de presión
inflacionaria estuvo presente durante los últimos años del gobierno
militar iniciado por Onganía.
65
Marcelo Diamand, op. cit., pg. 190
110
Laura Randall66 sostiene que a partir de 1964 (con el gobierno de
Illia y luego con el plan de Krieger Vasena), el estado intentó romper el
ciclo de alternancia de políticas que favorecían los intereses del agro o
de la industria, pero la democracia restringida de Illia fue derrocada por
una visión política mezquina que procuró impedir el triunfo electoral
del peronismo. Y luego vino el fracaso del plan de Krieger Vasena, con
sus componentes heterodoxos. Es que en las sociedades contemporáneas
se requiere un mínimo de participación popular y de libertad para hacer
factible un plan de modernización, crecimiento y estabilidad. De lo
contrario, los factores socio‐políticos adquieren importancia creciente y
pueden llevarlo al fracaso, con independencia de la solidez técnico‐
económica del mismo.
La experiencia a partir de 1976
El fracaso del régimen militar iniciado en 1966 culminó en
elecciones libres que dieron el triunfo por elevado margen al peronismo;
primero Cámpora, luego de un breve interinato de Lastiri el mismo
Perón y, a su muerte, María Estela Martínez de Perón, se sucedieron en
el gobierno. Inicialmente, y con éxito, se procuró el control inflacionario
mediante una política de concertación entre los sectores sociales
mientras que se atacaba la limitación externa con control de cambios y
fomento a las exportaciones no tradicionales; se aplicó una política
industrialista que de hecho implicó una traslación de ingresos a favor de
los sectores industriales, repitiendo en cierta medida las experiencias del
primer gobierno de Perón. Sin embargo, en un contexto internacional
diferente, las contradicciones internas del propio gobierno y la falta de
coherencia política generaron las condiciones para una crisis externa en
1975, con una fuerte devaluación conocida popularmente como “el
rodrigazo” y, a partir de ese momento, una encarnizada lucha por la
distribución del ingreso que llevó al país al borde de la hiperinflación.
Elocuentemente lo dice Adolfo Canitrot: “Como hecho histórico, este
tema del ascenso plebiscitario del peronismo, de su trayectoria
66
Laura Randall, Historia económica de la Argentina en el siglo XX, Amorrortu, Buenos Aires, 1978
111
autodestructiva y de su derrumbe final en menos de tres años, es de una
fuerza dramática incontestable”67.
El gobierno instalado en 1976 fue un exponente claro del
liberalismo económico. Partiendo del axioma que el mercado es el más
eficiente asignador de recursos, diagnosticó que las dificultades de la
economía argentina señalaban como causas a: 1) la distorsión en los
precios internos creados por la intervención estatal y el exceso
proteccionista ‐situaciones que habían discriminado contra el sector
agropecuario, poseedor de las ventajas comparativas a nivel
internacional‐ y habían posibilitado el desarrollo de un sector industrial
oligopólico e ineficiente; 2) La existencia de empresas públicas
inopeantes y deficitarias; 3) Un sistema social excesivo y costoso; 4) Un
mercado de trabajo distorsionado por las prácticas monopólicas del
sindicalismo único.
Las medidas iniciales tomadas correspondieron a ese diagnóstico
y a una política global a largo plazo que tenía como objetivos, como lo
señalara Canitrot68, el disciplinamiento social no sólo para la clase obrera
sino para todos los sectores sociales (los 30.000 desaparecidos durante
ese gobierno representan un balance trágico del período) y crear las
condiciones para conformar una sociedad basada en los principios de la
libertad económica. Las principales disposiciones fueron: congelamiento
inicial de los salarios por el término de sesenta días (luego se autorizó
aumentos nominales a un ritmo inferior que el incremento de los
precios), lo que trajo aparejado un nivel real del salario inferior en un
40% al promedio 1970/75; eliminación de las retenciones a las
exportaciones agropecuarias, lo que (al igual que en 1955) produjo una
fuerte traslación de ingresos hacia el sector agropecuario69; anuncio de
un programa de reducción arancelaria progresiva a la importación, con
el fin de lograr la apertura económica; eliminación de los subsidios a las
exportaciones no tradicionales, terminando con la política industrialista
anterior; reforma financiera, que implicaba la liberación de los mercados
67
Adolfo Canitrot, La disciplina como objetivo de la política económica, Estudios CEDES, Vol. 2, Nº 6,
Buenos Aires, 1979.
68
Adolfo Canitrot, Teoría y práctica del liberalismo. Política antiinflacionario y apertura económica en la
Argentina, 1976-1984, Estudios del CEDES, vol 3 Nº 10 (Buenos Aires, 1980)
69
No en vano el único ministro civil del gobierno instalado en 1976 era el de Economía, José Martínez de
Hoz, apellido ligado a los grandes terratenientes y descendiente de uno de los fundadores de la Sociedad
Rural.
112
cambiarios y financieros; financiación del déficit estatal mediante la
colocación de títulos públicos; reducción del gasto público y del déficit
estatal mediante la privatización de empresas públicas; incremento de
las tarifas de los servicios públicos; la reducción de los servicios sociales
y la eliminación de los créditos de fomento o subsidiados (por ejemplo, a
la vivienda).
Si bien en un comienzo no hubo una política específica de
reestabilización, con las medidas adoptadas y la manifestación de fuerza
que implicó el golpe militar, se produjo una baja en las tasas de
inflación, que habían sido del 50% mensual, y se mantuvieron alrededor
del 7 al 8%. Como el ritmo de aumento de los precios no disminuía, a
pesar de las medidas de liberación económica y del atraso salarial, el
tema de la inflación y la consecuente política estabilizadora de corto
plazo fue tomando el carácter de prioritario. Primero se ensayó
(segundo trimestre de 1977) una tregua de tres meses en los precios;
luego, a fin de ese año, una política ortodoxa de contracción severa de la
oferta monetaria; a continuación (mayo de 1978), manteniendo la
política monetaria, se procuró la desindexación de la economía mediante
el atraso cambiario y de las tarifas públicas. Como ninguno de esos
ensayos dio resultado (las tasas de inflación para 1977 y 1978 fueron del
160,4 y 169,4%, respectivamente), en diciembre de 1978 se decidió
aplicar una política novedosa: la correspondiente al monetarismo de
economía abierta, con una devaluación preanunciada y a ritmo
decreciente (“la tablita”), que tratáramos teóricamente en el capítulo
correspondiente, y que duró hasta febrero de 1981.
Los resultados de esta política fueron calamitosos. El ritmo de
devaluación (preanunciada) del peso fue inferior al aumento interno de
los precios, lo que llevó a una creciente sobrevaluación de nuestra
moneda, al crecimiento de las importaciones y a la paulatina
desaparición de la industria local; se facilitó también el desarrollo de
enormes negocios financieros: con tasas de interés positivas en moneda
local y la constante revalorización de la moneda, fue posible el ingreso
de capitales a corto plazo que obtenían rendimientos, medidos en
moneda fuerte, muy superiores al normal, lo que trajo aparejado el
ingreso permanente de capitales que financiaron el déficit de la balanza
comercial y el déficit estatal (el objetivo de reducción de los gastos
113
estatales no sólo no fue cumplido sino que el gasto total se vio
incrementado debido a la incidencia creciente de defensa y seguridad).
Este ingreso de capitales a corto plazo permitió el control inicial de la
inflación pero el resultado final fue la crisis económica y una deuda
externa que pasó de 8.000 millones de dólares en 1976 a 33.671 en 1981 y
a 42.000 en 198370.
En este período reapareció el fenómeno de la fuga de capitales. En
octubre de 1980 se anunció que Viola reemplazaría a Videla en la
presidencia del gobierno militar, por lo que fue público y notorio que se
avecinaba un cambio en la política económica; la respuesta de los
agentes económicos fue la fuga de capitales a un nivel nunca antes visto:
entre el último trimestre de 1980 y el primero de 1981 el Banco Central
perdió 6.000 millones de dólares de sus reservas71. La fuga total de
capitales entre 1978 y 1985 fue calculada por Dornbusch y de Pablo en
24.300 millones mientras que la Banca Morgan lo estimaba en 26.000
millones72, lo que representaba el 60% de la deuda externa de ese
momento.
En febrero de 1981 las presiones políticas y económicas llevaron a
que el ministro Martínez de Hoz ordenara una devaluación del 10% en
lugar del 2% anunciado. Fue el acta de defunción del ensayo
estabilizador basado en la concepción monetarista de economía abierta.
Una experiencia con componentes heterodoxos: El Plan Austral
En 1983 terminó la experiencia de un gobierno militar totalmente
desprestigiado y sin apoyo, tanto interno como externo, debido a su
fracaso económico, a la política de terrorismo de estado aplicada y a la
derrota militar en Malvinas. Para entender la historia económica
posterior a su caída es conveniente iniciar con un balance de situación al
momento de traslado del gobierno:
1‐ La deuda externa era de 42.000 millones de dólares, que
representaba el 64% del P.B.I., mientras que sus intereses equivalían al
70
Miguel Teubal, Crisis y deuda externa, Ed. IDES, Buenos Aires, 1985, pag. 27.
71
Ver Dornbusch y De Pablo, Deuda externa e inestabilidad macroeconómica en la Argentina, Ed.
Sudamericana, Buenos Aires, 1988.
72
“Le Monde Diplomatique, año 5 Nº 21
114
6% y las exportaciones al 8,6%. Los servicios de deuda para el año
siguiente significaban el 18,4% del PBI, es decir, más de dos veces el total
de exportaciones73. Todo ello en un marco de restricción crediticia
internacional consecuencia de la crisis de la deuda externa iniciada en
1982 con la moratoria de México, por lo que todo pago de servicios debía
hacerse vía excedente de la balanza comercial, lo que implicaba una
exportación del ingreso generado internamente.
2‐ Una importante proporción de la deuda externa era pública,
debido en gran parte a las medidas tomadas en 1982 por el Ministerio de
Economía y el Banco Central (el presidente era Domingo Cavallo) que,
vía un seguro del tipo de cambio, llevó a la “estatización” de la deuda
privada. Esto implicaba que el estado debía asegurar superávit de caja
equivalente a los pagos de los servicios externos, lo que encarecía el
crédito y reducía la actividad interna por el conocido efecto
multiplicador del gasto público. Sin embargo, la mayoría de la opinión
pública no vio esto como efecto del fracaso de la política liberal o como
consecuencia de las medidas tomadas por el gobierno militar destinadas
a favorecer a determinados intereses privados, sino que lo observaba
como un “síntoma de la ineficiencia pública y la voracidad fiscal”74.
Esta situación hacía recordar a la de Alemania luego de la primera
guerra mundial. Los analistas coinciden que la hiperinflación alemana se
ha debido fundamentalmente al peso de las indemnizaciones de guerra,
que representaban casi el 10% del PBI, con un fuerte y politizado
movimiento sindical que presionaba continuamente por mayores salarios
reales; para salir de la hiperinflación, en 1924 se puso en marcha el Plan
Davies, que logró el reciclaje de las indemnizaciones y colaboró en el
acceso de Alemania al mercado internacional, permitiendo superar la
restricción externa y encaminarse hacia la estabilidad económica. En
Argentina (y en gran parte de América Latina) el peso de los servicios de
la deuda externa era relativamente similar a las indemnizaciones que se
pretendía cobrar de Alemania pero no existió ningún plan Davies, por lo
que el continente sufrió lo que ahora se conoce como la “década perdida”.
73
Teubal, op. cit, pg. 27
74
Pablo Gerchnoff y Carlos Bozzalla, “Posibilidades y límites de un programa de estabilización heterodoxo:
el caso argentino”, en El Trimestre Económico, número especial, setiembre de 1985.
115
Las presiones inflacionarias llevaron a una continua elevación de
la tasa de aumento de los precios, que alcanzó el 688% en 1984 y, para el
primer semestre de 1985, el 1.530,7% anualizado. En estas condiciones se
lanzó el Plan Austral (junio de 1985).
Si se parte de la fórmula neoestructuralista expuesta precedentemente:
pt = pt‐1 + z + α
se puede ver el plan como un intento estabilizador basado en 1)
eliminación del efecto inercial de la inflación (modificación de las
expectativas, haciendo como si pt‐1 fuera igual a cero); 2) control de las
presiones inflacionarias básicas (tipo de cambio, costo salarial, mark up)
haciendo z = 0; 3) administrando la cantidad de dinero y evitando así el
aumento inflacionario de la oferta monetaria (α = 0), lo que permite
calificarlo como un plan heterodoxo.
En cuanto al primer aspecto, se aprobó un cambio de la unidad
monetaria, reemplazando al peso argentino por el austral, con un valor
nominal superior al dólar (el tipo de cambio se fijó en 1 dólar = 0,80
australes), lo que tuvo un enorme impacto en la psicología social (¡la
moneda argentina valía más que el dólar, moneda internacional!),
demostrando así la profundidad de la ilusión monetaria en la sociedad.
Se estableció el desagio de las obligaciones monetarias a vencer,
eliminando el componente inflacionario implícito y evitando así la
redistribución injusta de ingresos que implican los cambios violentos en
la tasa de inflación. La tasa de interés regulada se bajó del 30% mensual
al 4% y, quizá lo más importante, se presentó un paquete de medidas
coherentes y compatibles que generaron credibilidad pública.
Con respecto al segundo, se ordenó el congelamiento de precios,
salarios, tipo de cambio y tarifas de los servicios públicos, previo un
reajuste de estas últimas y un aumento de salarios equivalente al 90% de
la inflación del mes anterior (mayo de 1985).
Para el tercero, se anunciaron medidas ortodoxas para bajar el
déficit fiscal al 2,5% del producto bruto y se asumió el compromiso de
no cubrirlo con emisión monetaria.
Los resultados iniciales del Plan Austral superaron inclusive las
expectativas más optimistas:
116
1‐ La tasa de crecimiento de los precios minoristas disminuyó del
1.530,7% anual para el primer semestre al 44.4% anual en el segundo.
2‐ Aumentaron los ingresos genuinos del estado (la recaudación
tributaria, eliminadas las distorsiones que genera el fenómeno
inflacionario, aumentó un 35% en términos reales) disminuyendo el
déficit fiscal. El siguiente cuadro es elocuente al respecto:
RECAUDACIÓN TRIBUTARIA Y DÉFICIT DEL SECTOR PÚBLICO (% DEL PBI)
Fuente: Ensayos Económicos Nº 38, octubre de 1987
3‐ El control inflacionario se logró sin recesión. Por el contrario,
el reemplazo de impuestos inflacionarios por tributos legales llevó a una
traslación de ingresos a favor de los sectores más pobres, que tienen una
propensión marginal a consumir mayor que el promedio de la
población; además, la disminución del riesgo inflacionario implicó un
aumento del salario real75 y, por último, se reconstituyó el crédito al
consumo y el crédito bancario. Todo ello trajo aparejado un aumento de
la demanda que se manifestó en el incremento de los índices de
producción: (1º trimestre de 1984 = 100).
75
El tema fue estudiado por Roberto Frenkel y José María Fanelli, “El plan Austral: un año y medio después”
en El Trimestre Económico, setiembre de 1987.
117
AÑOS 1985 1986
TRIMESTRES 2 3 4 1 2 3
Poder adquisitivo del 128,6 139,6 134,0 137,1 124,6 ‐
salario
Actividad global (PBI) 96,6 94,2 98,3 100,2 101,8 104,1
Actividad industrial 92,1 85,8 96,9 101,0 101,4 107,4
Fuente: Gerchunoff y Bozzalla, op.cit
118
función de los precios externos y el tipo de cambio; por el contrario, una
proporción importante de los alimentos está destinada exclusivamente
al mercado interno, por lo que es de precios flexibles (determinados por
la oferta y demanda), los que resultan sensibles a las variaciones
estacionales de la oferta y al crecimiento de la demanda. Algo similar
ocurre con los servicios, influyendo en el costo de vida y en los costos de
los demás productos.
2‐ El desequilibrio del sector público. Además de la limitación
que significaba la existencia de una abultada deuda pública externa, el
carácter estructural de este desequilibrio se manifestaba en la
incapacidad de incrementar los recursos, ya que el gasto global estaba a
niveles comparables internacionalmente y una disminución drástica
hubiera tenido efectos negativos en el nivel de actividad. De todas
formas, se reconocía su ineficiencia e irracional distribución, lo que
tornaba imperiosa su racionalización más que su disminución. El
siguiente cuadro muestra las dificultades de recaudación en algunos
rubros fundamentales:
RECAUDACIÓN DE ALGUNOS IMPUESTOS (EN % DEL P.B.I.)
119
estado, produciendo una triangulación de fondos78. Para evitar el
crecimiento de la oferta monetaria se incrementaron lo encajes
bancarios, por lo que el Banco Central debió remunerar los fondos que
los bancos no podían prestar, aumentando así el déficit “cuasi fiscal”.
Estas medidas, especialmente las dos últimas permitieron ganar tiempo
pero generaron nuevos desequilibrios para el futuro (aumento del déficit
e incremento de la tasa real de interés, que afectaba a la inversión).
3‐ Inversión insuficiente para generar un desarrollo genuino. El
crecimiento del producto se logró con mayor productividad y aumento
de la jornada laboral (horas extras) más que con un aumento real de la
ocupación o con incremento del nivel de inversión. La proporción de la
inversión respecto del PBI, que tradicionalmente oscilaba en el 20%, bajó
en la década de los ’80 a niveles que variaban entre el 10% y el 15%:
RELACIÓN INVERSIÓN/PBI EN LA ARGENTINA
Promedio 60/69 18,4%
Promedio 70/79 21,7%
Promedio 80/87 15,2%
1983 14,2%
1984 12,4%
1985 10,3%
1986 11,6%
1987 13,3%
Fuente: B.I.D. “Progreso económico y social en América Latina. Informe 1988”
Las causas que explican esta reducción en la inversión bruta hay
que buscarlas en la necesidad de exportar ahorro para afrontar los
servicios de la deuda externa y, especialmente en los últimos años del
plan, en la fuga de capitales y en la utilización de la moneda extranjera
como reserva de valor. La especulación cambiaria se agravó a fines de
1986.
4‐ El mercado laboral. En Argentina la oferta laboral posee una
fuerte organización sindical y es muy solidaria como clase, además de
78
Ver Walter Graciano, Las siete plagas de la Argentina, Ed. Norma, Buenos Aires, 2001 pag. 33 y
siguientes.
120
estar protegida legalmente. En estas condiciones, los aumentos salariales
que hubieran correspondido al incremento de productividad en la
industria se extendían de inmediato a otros sectores, como el público
(presionando sobre el equilibrio fiscal) y los servicios, aumentando los
costos. En este caso no son aplicables –bajo ningún concepto‐ los
modelos de mercados laborales del tipo lewisiano (por W. Arthur Lewis,
quien desarrolló la teoría de un país en crecimiento con dos sectores,
uno moderno, en vías de industrialización, y el otro tradicional, que
actúa como oferente en cantidades ilimitadas de mano de obra, lo que
permite cubrir las necesidades de crecimiento del primero) y que suele
estar presente en las explicaciones teóricas que se dan en los países
desarrollados sobre nuestras economías.
El aumento de la demanda laboral hizo posible el incremento de
los reclamos por un mejoramiento en la distribución del ingreso, lo que,
unido a una estrategia opositora de la dirigencia sindical al gobierno de
Alfonsín, dio lugar –especialmente después del tercer trimestre de 1986‐
a una ola de conflictos laborales.
5‐ El sobredimensionamiento del sistema financiero, que
encarecía el crédito y, por el sistema de garantías públicas y el
mantenimiento de encajes remunerados, afectaba el equilibrio fiscal.
6‐ El carácter cerrado y oligopólico de la industria y el comercio
nacional. La existencia de inflación permite esconder ineficiencias y, en
consecuencia, en los sectores líderes no hay verdadero interés en lograr
la estabilidad.
Es decir, los intereses y las conductas racionales de los agentes
económicos conducía a la inercia inflacionaria. Esto lo probó Joseph
Ramos con un modelo muy simple de la teoría de las decisiones79:
supóngase que la autoridad política ha establecido una tasa de inflación
objetivo (P‐meta) y que el empresario se enfrenta a sólo dos posibles
opciones en su decisión: aumentar los precios según la tasa objetivo (P’ =
P‐meta) o hacerlo por encima (P’ > P‐meta); los resultados
macroeconómicos también pueden ser dos: que la tasa inflacionaria
cumpla con las expectativas del plan (P’ = P‐meta) o que la supere (P’ >
79
Joseph Ramos, “La macroeconomía keynesiana vista desde el Sur” en Revista de la CEPAL Nº 38, agosto
de 1989.
121
P‐meta); de la combinación de ambos resultará ganancia (+), pérdida (‐)
o equilibrio para la empresa (0). La matriz de decisiones es:
RESULTADO MACROECONÓMICO
P’ = P‐Meta P’ > P‐meta
Decisión de la empresa P’ = P‐meta 0 ‐
productora
P’ > P‐meta + 0
La decisión de fijar sus precios según la meta inflacionaria no
implicará ganancia ni pérdida si ésta se cumple, pero resultará en
pérdidas si la tasa de inflación es mayor que la meta; por el contrario,
fijar precios por encima de la meta significará, en el peor de los casos, ni
pérdidas ni ganancias, pero existe la posibilidad de ganancias si se
cumple con la meta inflacionaria. La conducta “óptima” para la empresa
es adelantarse en sus precios a la inflación esperada. Como esta es la
conducta de precios óptima para todas la empresas, la suma de
conductas lleva a un estado de inflación con recesión.
El Plan Primavera
En agosto de 1988 se realizó un acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional (FMI), que otorgó un crédito de 500 millones de dólares
conjuntamente con el anuncio de una serie de medidas que se
conocieron como el “Plan Primavera”:
‐ Acuerdo de precios con las 400 empresas líderes nucleadas en la
U.I.A., que preveía un congelamiento de precios al 1 de agosto, con
aumentos del 1,5% el día 15 y el 3,5% en el mes de setiembre;
‐ El desdoblamiento del mercado cambiario en comercial (1 dólar
= 12 australes) y financiero (1 dólar = 14,30 australes), liquidándose las
exportaciones industriales un 50% en cada uno de ellos y manteniéndose
los reintegros, mientras que las importaciones se liquidarían en el
mercado financiero;
‐ Racionalización administrativa, previéndose la disminución en
30.000 agentes públicos.
122
El objetivo fundamental de estas medidas era terminar con la
presión de la demanda sobre la divisa extranjera, generando reservas
suficientes para regular el mercado y creando expectativas de
estabilidad; también se dejaron de pagar los servicios de la deuda
externa y se tomaron medidas de fomento a las exportaciones.
En un principio disminuyó la tasa de crecimiento de los precios
(setiembre de 1988 a enero de 1989) pero continuó la demanda de
divisas y la fuga de capitales: según La Nación (3/3/89) solamente en
enero se depositaron en Montevideo 500 millones de dólares
provenientes de Argentina.
Entre agosto de 1988 y enero de 1989 el Banco Central vendió
1.738 millones de dólares para sostener su cotización. Pero en febrero fue
evidente que las reservas monetarias no permitirían continuar con este
plan, lo que dio lugar a una corrida bancaria (6/2/89). Se decretó un
feriado bancario y cambiario y al mercado de divisas se lo dividió en
comercial (con una cotización un 25% superior a la anterior) y libre,
determinado por la oferta y la demanda. Se proyectaba así establecer
cotizaciones diferenciadas para cada uno de los productos transables en
base a las proporciones en que se autorizaba liquidar las divisas en cada
uno de los dos mercados. A esta medida sobrevino la “disparada” del
dólar, que pasó de 17 a 25 australes y, para fin de febrero, a 35. En marzo
el aumento llegó al 72%, en abril al 66% y en mayo al 198%.
El 1 de abril renunció el ministro Sourrouille, dando por
terminada la experiencia estabilizadora. Le sucedieron Juan Carlos
Pugliese, quién intentó la libre flotación del dólar, que continuó
aumentando de precio (“hablé con el corazón y me contestaron con el
bolsillo” fue una frase del ministro que pasó a la historia) y luego Jesús
Rodríguez que restableció el control de cambios.
La alta inflación desembocó en hiperinflación. A la situación
crítica de la Balanza de Pagos se sumaba la puja distributiva y la
incertidumbre política: en las elecciones del 14 de mayo triunfó el
peronismo (Carlos Menem) con un impreciso programa de otorgar un
“salariazo” y un discurso nacionalista que generaron incertidumbre en
los principales actores económicos. En julio los precios subieron el 197%
(en parte debido a la actualización de las tarifas de gas, electricidad y
teléfono que estaban muy rezagadas y fueron actualizadas en un 700%)
123
mientras que los salarios nominales aumentaron entre el 110 y el 160%.
La cotización del dólar subió entre febrero y agosto un 3.639,7%,
mientras que los salarios reales cayeron un 30%80. Se agudizó la crisis
social y hubo saqueos a supermercados, especialmente en el Gran
Buenos Aires y en Rosario, produciéndose algunas muertes. Poco
después, en plena hiperinflación y caos social, se anunció el traspaso
anticipado del poder del presidente Alfonsín al presidente electo, Carlos
Menem, lo que se hizo el 9 de julio de 1989.
80
Mario Rapoport, Tiempo de crisis, vientos de cambio. Argentina y el poder global, Grupo Editorial Norma,
Buenos Aires, 2002, pag. 318-319.
124
APÉNDICE
125
126
CAPÍTULO 7
LOS AÑOS ´90. LA CONVERTIBILIDAD
Los años ’90, inclusive hasta mediados de la primera década del
siglo XXI, estuvieron caracterizados por el predominio de lo que se
llamó “el pensamiento único”, paradigma dominante que reconoce
como antecedentes directos al liberalismo económico del siglo XIX y,
como principal figura del siglo XX, a Friedrich von Hayek, que en 1944
publicó La ruta de la servidumbre; este pensamiento único fue el
fundamento teórico de una ola de reformas en América Latina.
Un hito fundamental de ese cambio fue la caída del Muro de
Berlín, en 1989, que proyectó la idea del fracaso del llamado “socialismo
real” y la consecuente conclusión de que lo único que funcionaba era la
economía de mercados y precios; esto generó a una pléyade de
intelectuales como Francis Fukuyama, que sostenía el absurdo “fin de la
historia”, ya que el liberalismo económico y las democracias
representativas al estilo occidental eran la única forma factible de
organizar las sociedades.
Conforme con estas ideas, en 1989 el economista John
Williamson81 impuso el nombre de “Consenso de Washington” al
conjunto de políticas económicas que lograban el acuerdo del gobierno
norteamericano, de los organismos multilaterales (como el F.M.I.) y de
figuras académicas identificadas con la ortodoxia económica. Sus
principios generalmente aceptados pueden resumirse en los siguientes
puntos:
1‐ La disciplina fiscal. Un déficit fiscal que supere el 1‐2% del PBI
representa la fuente primaria de trastornos macroeconómicos que se
manifiesta en los procesos inflacionarios, déficit en la balanza de pagos y
fuga de capitales.
2‐ El problema central de la economía es la inflación.
3‐ La reducción y el control del gasto público es la principal arma
para lograr el equilibrio fiscal.
81
El trabajo de Williamson se tituló Latin American Adjustment. How much has happened? y sus ideas fueron
tomadas en el informe del Banco Mundial de 1991 (World Development Report 1991).
127
4‐ Necesidad de una reforma tributaria (que es la alternativa a la
reducción del gasto para paliar el déficit fiscal) con una base tributaria
amplia pero con tasas tributarias marginales moderadas (esto último es
uno de los principios de la escuela de la “Economía de Oferta” que,
aplicaron, por ejemplo, los presidentes Reagan y, más recientemente,
Bush en Estados Unidos).
5‐ Tasas de interés determinadas por el mercado; considera
importante la existencia de tasas positivas para incentivar el ahorro y
evitar la fuga de capitales.
6‐ Tipo de cambio determinado por el mercado. Se recomienda
un tipo de cambio competitivo para promover el crecimiento de las
exportaciones y evitar el déficit en la cuenta corriente.
7‐ La liberación de las importaciones es un elemento esencial de
la política económica, ya que la política proteccionista a la industria local
produce distorsiones y termina por empobrecer a la economía local.
8‐ La inversión directa extranjera aporta el capital necesario para
el desarrollo y permite la adquisición de los conocimientos modernos
para la producción de bienes y servicios. Una actitud restrictiva a la
inversión extranjera se ve como una insensatez.
9‐ Privatizaciones. Se entiende que la empresa privada se
administra más eficientemente que la estatal.
10‐ Desregulación, considerada como la forma de promover la
competencia.
En la Argentina de los ’90 se aplicaron fielmente estos principios
(excepto el 6, que aconsejaba un tipo de cambio competitivo) y fue
tomado como ejemplo mundial por los organismos internacionales y los
promotores de esta política. Para el país significó el mayor experimento
neoliberal de su historia, más pronunciado aún que el implementado
por la dictadura militar que gobernó al país entre 1976 y 1983 a través
del entonces Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. Por
primera vez se efectuó una privatización masiva de empresas y servicios
públicos y se desreguló, bajo la idea de apoyar la competencia, vastos
sectores de la actividad económica. Términos y conceptos como
128
globalización, relaciones “carnales” con los Estados Unidos82, apertura
real y financiera y reforma del Estado, se popularizaron en el país83.
El referente político es Carlos Saúl Menem, presidente peronista
electo en 1989 sobre el fracaso de la conducción económica de su
antecesor, el Dr. Raúl Alfonsín, de la Unión Cívica Radical. Reelecto en
1995 por cuatro años más, llegó en su segundo mandato al fin del siglo,
gracias a la reforma de la Constitución que él mismo impulsó. El
personaje clave del período fue el Ministro de Economía Domingo
Cavallo, un economista que difundía su carácter de graduado en
Harvard y llenó el espacio de las ideas de la época en base al “camino
único” del neoliberalismo, convenciendo a gran parte de la opinión
pública (que venía de múltiples fracasos que culminaron en la
hiperinflación) de que no había otra opción y que la ruta emprendida no
concebía retorno.
El menemismo significó el giro a la derecha de un partido
originariamente populista y la configuración de una inédita alianza
entre sectores populares tradicionalmente ligados al peronismo, muchos
de ellos pobres y marginados, y altos estratos de la sociedad argentina
beneficiados por la experiencia neoliberal. La clase media fue fluctuando
en sus posiciones, basándose, como es habitual, en su propia situación
económica. Durante el primer mandato, se vio beneficiada por la
dolarización y la apertura del sector externo que le posibilitó adquirir
múltiples productos del mundo que pasaron a tener precios accesibles
para sus ingresos y sentirse parte de la gran sociedad de consumo.
Muchos pudieron viajar al exterior disfrutando de la paridad peso‐dólar.
Cuando la política neoliberal impulsó los índices de desempleo a niveles
desconocidos en el país y los afectó como estrato social, se fueron
cambiando de bando y apoyaron a fuerzas opositoras.
El menemismo desarrolló un sistema de gobierno en el que las
prebendas y/o la corrupción y los gastos suntuarios fueron permanentes.
Las grandes privatizaciones del sector público posibilitaron estos pagos
y alentaron a un ejército de fieles al poder a ganar fortunas, con el
82
Expresión creada por el excanciller Dr. Guido di Tella para cambiar la tradicional política de desconfianza
por otra de total identificación.
83
Esta sección y las siguientes tienen como base el trabajo de Bilder, Ernesto y Giuliani, Adriana, “Diez años
de neoliberalismo en la Argentina”, Revista de la Facultad Nº 12, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
Universidad Nacional del Comahue, General Roca, Río Negro, 2006.
129
postulado de que el Estado era ineficiente y había que venderlo todo.
Fue mucho más que un partido en el poder, ya que con su estilo
individualista y de proclamar la cultura del no compromiso, inundó
toda la sociedad. La corrupción, los frenéticos viajes al exterior del
Presidente y su séquito, el manejo arbitrario de los fondos públicos, la
modificación del número de miembros de la Corte Suprema de Justicia ‐
lo que le permitió tener influencia en sus decisiones‐, crearon una
sensación de impunidad y la idea de que todo era válido. Estar cerca del
poder representaba una posibilidad de sumarse a la “gran fiesta” y
llevarse una cuota del dinero público sin más esfuerzo que la lealtad.
Cuando la Convertibilidad mostraba signos de fracaso, en 1999,
Menem perdió las elecciones en manos de la coalición opositora (UCR‐
Frepaso) pero el presidente electo (De la Rúa) se empecinó en continuar
con el plan, incluso al final de su mandato con el mismo ministro,
Cavallo, hasta que la crisis económica terminó con el plan y con el
gobierno. A continuación veremos los antecedentes, las principales
características del período y un análisis crítico del mismo.
Los primeros tiempos del gobierno de Menem
La asunción anticipada de Menem llevó al ministerio de economía
a funcionarios de la empresa Bunge y Born, que le habían acercado un
conjunto de ideas de cómo encaminar la economía nacional, por lo que
se habló del “Plan BB”. El primero de ellos fue Miguel Roig, que anunció
medidas de estabilización que incluyeron la devaluación del dólar
(llevado a 650 australes por unidad) y fuertes aumentos de tarifas de los
servicios públicos y de los combustibles. A su repentina muerte le
sucedió el ing. Néstor Rapanelli, funcionario de la misma empresa, que
negoció un sistema de precios administrados con las 350 empresas
líderes con el fin de frenar el aumento explosivo del costo de vida, que
en julio llegaría al 196,6% mensual.
Luego de tres meses de relativa estabilidad, el dólar libre comenzó
a subir, mostrando la desconfianza que generaba el modelo y la
posibilidad de un nuevo estallido hiperinflacionario. En diciembre la
divisa norteamericana superó los 1.300 australes y hubo aumentos de
tarifas que en algunos casos superaron el 70%. La situación parecía fuera
130
de control y el ing. Rapanelli fue sustituido por un ex funcionario de La
Rioja, de confianza del presidente, Erman González.
Las últimas semanas de 1989 fueron de profunda incertidumbre
económico‐financiera, que puede ejemplificarse con la evolución de la
tasa de interés, que pasó de un promedio del 15% al comienzo del mes
de diciembre al 600% en sus días finales. Otro parámetro, que muestra
las dificultades en el funcionamiento de una economía sin referencias de
precios, lo da el número de quiebras: superaron por el valor de su pasivo
en un 151% a las registradas en el mes precedente.
El desconcierto y la incertidumbre alcanzaron, lógicamente, a
técnicos y economistas. Los liberales, como Juan y Roberto Aleman,
Roque Fernández, Ricardo López Murphy y Miguel Broda venían
pidiendo la liberación del precio del dólar y el ajuste fiscal mientras que
un funcionario del gobierno (Eduardo Curia) planteó la posibilidad de la
“dolarización” de la economía en su versión extrema, con el reemplazo
de la moneda nacional por el dólar norteamericano.
Entre el 18 de diciembre de 1989 y la primera semana de enero de
1990 se tomaron medidas de estabilización, tratando de frenar el
desorden reinante y buscar un nuevo punto de partida, que se conocen
como “Plan Bonex 89”: se ordenó el canje compulsivo de los depósitos
en plazo fijo y caja de ahorro al 28‐12‐89 así como los títulos de la deuda
pública interna, por títulos en dólares a 10 años (los Bonex). Entre las
pocas excepciones estaban los importes necesarios para pagar sueldos y
cargas sociales y los depósitos pequeños.
Según estimaciones del diario Clarín (5‐6‐90), la cifra canjeada
alcanzó a los 2.850 millones de dólares, que pasaron a engrosar la deuda
externa.
Con esta audaz medida (cuestionada ante la Justicia por muchos
de los afectados) se terminó con el déficit cuasi fiscal generado por el
pago del Banco Central por las inmovilizaciones bancarias, así como por
los servicios de la deuda interna.
La medida implicó una importante reducción de la oferta
monetaria (implicó una disminución del 60% de la base monetaria84) lo
que causó iliquidez y una profunda recesión. Por otro lado, la medida
84
Mario Rapoport, op.cit., pag. 301
131
obligó a empresas y particulares a vender los dólares acumulados en las
cajas de seguridad o a repatriar los capitales previamente fugados para
poder atender sus obligaciones, por lo que la cotización del dólar tuvo
una caída inicial del 33% en un solo día.
De todas formas los índices de inflación se mantuvieron altos y
recién en abril de ese año se notó una breve disminución, aunque
siempre por encima del 10% mensual.
El estado se lanzó a reconstituir sus reservas monetarias (pasaron
de 3.400 millones de dólares a comienzos del año 1990 a 6.200 millones
en diciembre) por lo que aumentó la base monetaria, generando
desconfianza en los actores económicos y alimentando la inflación. Ante
la persistencia de ésta, se anunció una serie de medidas
complementarias que fueron conocidas como “Plan Erman II”, que
incluían fundamentalmente la racionalización del estado y las
privatizaciones, las que intensificaron la recesión pero no menguaron la
inflación.
Durante el año 1990 los precios al consumidor subieron un 1.344%
mientras que el tipo de cambio subió un 287%. El evidente atraso
cambiario desató una especulación que implicó mayor inestabilidad e
inflación. Finalmente, en enero de 1991 el ministro González renunció.
Lo reemplazó Domingo Cavallo, quien ordenó una devaluación del
orden del 80%. La evolución de la cotización del dólar es una clara
muestra de la inflación sufrida en la segunda mitad de los años ’80 y
comienzos de los ’90: de un valor inicial en 1985 de 0,80 australes por
dólar, cuando asumió Menem (9‐7‐89) se cotizaba a 250 australes y, a
partir de enero de 1991, a 8.000/10.000 australes por unidad monetaria
norteamericana.
La Ley de Convertibilidad
Se puso en vigencia el 1 de abril de 1991. Se fijó como permanente
la cotización del dólar a 10.000 australes y se establecieron las siguientes
reglas de funcionamiento:
132
1‐ Las reservas monetarias (oro y divisas en poder del Banco
Central) serían no inferiores a la Base Monetaria85.
2‐ La independencia total del Banco Central. Con estrictas
limitaciones a las posibilidades de dar adelantos transitorios al gobierno
y a las entidades financieras.
3‐ Prohibición de toda actualización monetaria y de mayores
costos.
4‐ Libre cambio y tenencia de moneda interna y externa. Es decir,
se implantaba un sistema similar al de la Caja de Conversión propia de
la época del patrón oro, que en nuestro país rigió hasta la creación del
Banco Central.
Estas medidas fueron complementadas con un marco de
liberación de la economía, en especial con una amplia apertura externa
donde las importaciones cumplirían una finalidad de evitar la suba de
los precios internos.
El 1º de enero de 1992 el peso sustituyó al austral, en la relación 1
$ = 10.000 australes (un peso = un dólar).
La convertibilidad implicó la renuncia del Estado a utilizar tanto
la política cambiaria como la de importantes herramientas de la política
monetaria, limitando su intervención en este aspecto a la fijación de los
encajes y a reglamentaciones de funcionamiento.
El objetivo fue establecer un “ancla” cambiaria a los precios,
generar confianza en las posibilidades del plan y eliminar toda inercia
inflacionaria.
A pesar del arrastre en el acomodamiento de los precios internos
que influyó en los índices de costo de vida, la inflación disminuyó
drásticamente y en los primeros años, 1991 a 1994, hubo crecimiento
económico y aumento del bienestar general, basado en el ingreso de
capitales extranjeros a corto plazo, en la expansión monetaria (por la
regla de aumento de la base monetaria en función del incremento de las
reservas) y en el aumento del crédito bancario: el coeficiente de liquidez
del país86 pasó del 5,4% en 1990 al 17% en 1994.
85
La Base Monetaria se define como la circulación monetaria (moneda en poder del público o en poder de los
bancos) más los depósitos de los bancos en el Banco Central. Aproximadamente equivale al pasivo del Banco
Central.
86
El índice de liquidez se define como la proporción del total de recursos monetarios (M3 ampliado) con
respecto al PBI. Hay que tener en cuenta que M1 está compuesto por el dinero en efectivo en poder del público
133
Sin embargo, el cambio de 1 dólar = 10.000 australes era muy
ajustado al momento de establecerse la convertibilidad. Por ejemplo,
Eduardo R. Conesa ha sostenido que para un programa de ancla
monetaria exitoso se hubiera precisado un “colchón” cambiario, que él
ha estimado en una relación 1 dólar = 20.000 australes87. Lo cierto es que
la inercia inflacionaria y el acomodamiento de precios internos
rápidamente llevaron al atraso cambiario (sobrevalorización de nuestra
moneda).
En 1991 la única economía importante que tenía un sistema
similar al de la caja de conversión era Hong Kong –en ese momento
dependiente del Reino Unido‐ y se trataba de una economía con alto
grado de apertura. Las demás experiencias correspondían a estados
pequeños, casi todos colonias, como Bermudas, Brunei, Islas Caimán,
Islas Feroe, Islas Malvinas y Gibraltar.
Alfredo Calcagno cita un estudio de John Williamson de 1995:
“…hay tres razones sensatas por las cuales un país puede querer
adoptar un sistema de caja de conversión: que se trate de una economía
pequeña o abierta; que no haya otra forma de restaurar la confianza en
la política económica y que un país quiera usar su tipo de cambio como
un ancla nominal. En el primer caso, no hay razón por la cual una caja
de conversión no pudiera convertirse en un régimen monetario
permanente. Pero en la segunda (y tal vez en la tercera) circunstancia,
una caja de conversión es un arreglo antinatural y, por consiguiente,
probablemente temporal”88.
Después de los años de hiperinflación, en Argentina se cumplía la
segunda condición y, posiblemente –por decisión política del gobierno,
luego de sucesivos fracasos‐ la tercera, pero nunca la primera y
fundamental. Sin embargo, aquí la convertibilidad no fue sólo una
política de estabilización a corto y mediano plazo sino que, impulsado
por el éxito inicial, se trató de fundar una política permanente de
desarrollo económico basado en las recomendaciones del Consenso de
más depósitos a la vista; M2 se define como M1 más depósitos en caja de ahorro; M3 como M2 más plazo fijo y
aceptaciones bancarias; el M3 ampliado incorpora también a los depósitos en moneda extranjera.
87
Eduardo Conesa, Macroeconomía y política macroeconómica, Macchi Hnos., Buenos Aires, 2002, pag.
403.
88
Alfredo Calcagno, “El régimen de convertibilidad el sistema bancario en la Argentina” Revista de la
CEPAL 61, abril de 1997 (nota en pag. 85) citando a Wilamson: “What role for currency boards? Policy
Análisis in Internacional Economics Nº 40, Washington, sept. 1995
134
Washington y que llevaba a la práctica las enseñanzas del más duro
monetarismo, que añoraba la época del patrón oro. Esta
incompatibilidad de largo plazo (“arreglo antinatural”, según
Williamson) más profundos errores en su implementación, que veremos
a continuación y que agravaron el cuadro, llevaron al fracaso del plan y
a la crisis de principios del nuevo siglo.
El neoliberalismo, la convertibilidad y sus consecuencias
1- El tipo de cambio fijo, conjuntamente con la apertura externa,
produjeron un aluvión de importaciones89 que barrieron con la industria
nacional y transformaron a las empresas productoras en importadoras.
Por un lado, el atraso cambiario que fue profundizándose a lo largo de
toda la década afectó la competitividad del sector fabril frente al
exterior, dado el incremento de los costos de producción en dólares. Por
el otro, las rebajas de aranceles y la eliminación de los cupos para
regular el ingreso de bienes importados ‐con la sola excepción de los
automóviles‐ dejaron sin protección a la producción industrial argentina.
Los fabricantes de algunos bienes durables de consumo comenzaron a
importar piezas importantes para poder competir en el nuevo contexto,
generalizándose de a poco la tendencia hacia la armaduría, lo que
disminuyó de manera creciente el valor que se agregaba internamente.
Ello fue especialmente notorio en el caso de las filiales de empresas
trasnacionales en el rubro de la electrónica, cuyas plantas locales
llegaron a ser meros depósitos para embalar los productos provenientes
del exterior. El cierre de fábricas y los constantes despidos de
trabajadores reflejaron la progresiva contracción del sector.
2- Las exportaciones y la rentabilidad de vastos sectores de la
actividad económica, en especial toda la agro‐industria de las economías
regionales, fueron duramente afectadas por la pérdida de
competitividad. La falta de apoyo estatal y las serias dificultades para
obtener financiamiento accesible provocaron un cambio en el tradicional
perfil productivo de las regiones. Las pequeñas y medianas unidades
económicas fueron incapaces de reconvertirse para lograr inserción en el
89
Las importaciones pasaron de 6.400 millones de dólares en 1990 a 25.100 millones en 1994.
135
nuevo contexto y para afrontar las exigencias de los mercados externos.
El proceso exportador fue capitalizado por grandes conglomerados que
accedieron a modernas tecnologías de producción, gracias a la
posibilidad de tomar créditos en el sistema bancario internacional.
3- La sobrevalorización cambiaria produjo un abultado déficit
del balance turístico ya que a los sectores medios les resultaba más
económico salir al exterior que pagar los elevados costos internos. A lo
largo de los diez años de vigencia de la convertibilidad, el déficit externo
fue una constante, verificándose desde 1993 el saldo negativo de la
cuenta corriente de la balanza de pagos. La fijación del tipo de cambio y
la apertura externa consolidaron la estrategia del crecimiento basado en
el ingreso de capitales, los que una vez finalizada la etapa de las
privatizaciones se tornaron principalmente especulativos. Al déficit de la
balanza comercial se agregó el pago de dividendos y patentes y el monto
creciente de intereses que devengaban los préstamos. La situación se
hizo insostenible cuando el “riesgo país” encareció la tasa de interés a
aplicar sobre la deuda.
4- El Estado fue asociado a la ineficiencia, mientras que el
mercado fue elevado a la solución única a las cuestiones de organización
de la sociedad. La reducción del sector público a la mínima expresión
dejó en la calle a miles de trabajadores, que previamente habían tenido
una ocupación clásica, con seguridad de empleo, vacaciones, obra social,
etc. Nadie de la actividad privada demandó esta fuerza de trabajo en
general poco especializada. La protesta social en este contexto tomó
nuevas formas: una de las mayores explosiones se produjo en la zona
petrolera de la norpatagónica provincia del Neuquén. Las ciudades de
Cutral‐Có y Plaza Huincul fueron directamente afectadas por la
privatización de la entonces empresa petrolera estatal Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF). Al principio las indemnizaciones a los
despedidos calmaron a la comarca; pero, pasado el tiempo, los
habitantes de estas ciudades se convirtieron en desocupados sin destino,
lo que los motivó a salir a las calles y a cortar rutas. Ellos ya no eran
obreros sino gente sin trabajo; su reclamo no podía llevarse a cabo en la
fábrica o en la empresa; era ahora en la vía pública. Nacía el gran
movimiento de marginados del sistema que debió ser atenuado con
136
subsidios estatales. Los denominados “piquetes” se transformaron en
una forma de protesta habitual.
5- La disminución del aparato estatal no implicó una baja del
gasto; por el contrario, el déficit y su necesidad de financiamiento llevó a
la emisión de deuda más grande de la historia argentina, emisión que se
efectuó interna y externamente complicando en el tiempo la solución.
Tradicionalmente la Argentina se financiaba emitiendo dinero, lo cual
constituyó uno de los motivos de la alta inflación de la segunda mitad
del siglo XX. En la década del noventa se financió con títulos y
préstamos. En julio de 1989, cuando asumió la presidencia Carlos
Menem, la deuda era de 65.300 millones de dólares; diez años más tarde,
cuando dejó la presidencia desacreditado por la crítica política que le
impediría su tercera postulación, llegaba casi 145.000 millones, o sea un
122% mayor. En ningún período de la historia económica del siglo se
constató una expansión del endeudamiento de esta magnitud. Los
valores se hacen más dramáticos cuando se recuerda que en estos años
el tesoro público recibió los fondos de la venta de los mejores activos de
la Argentina, aquellos que la picardía popular denomina “las joyas de la
abuela”. Cuando cambió la situación mundial con posterioridad al 11 de
setiembre de 2001 y se cortó el apoyo externo, el derrumbe fue durísimo.
6- El clásico problema de la década fue el crecimiento
permanente del desempleo. Pese a que luego de su segundo triunfo
electoral en 1995, el dúo Menem‐Cavallo prometió “pulverizarlo”, como
es normal, la desocupación creció con el ciclo recesivo. A este tipo de
paro se le sumó el producido por la incorporación del cambio
tecnológico dada la importación de equipos del período. Se fue
configurando así una masa de desocupados que, al igual que el “ejército
de reserva industrial” disciplinó a todos los trabajadores y flexibilizó de
hecho el mercado laboral. Las privatizaciones debilitaron a los sindicatos
del sector público, hasta ese entonces decisivos en las disputas
eventuales y generaron un vacío en la protesta contestataria del modelo.
El siguiente gráfico muestra los datos recogidos por la Encuesta
Permanente de Hogares de mayo de cada año:
137
EVOLUCIÓN DEL DESEMPLEO (EN %)
Fuente INDEC
7- La política neoliberal agravó la inequitativa distribución del
ingreso. La Argentina, que durante décadas fue una excepción en
América Latina en este aspecto, fue generando una concentración cada
vez más pronunciada y achicando su clase media, con la consecuente
frustración de amplios sectores. En el momento de implementarse la
convertibilidad, el 10% de la población más pobre estaba contenido 14,4
veces en el 10% más rico. Diez años más tarde, la relación había
ascendido a 24. Indudablemente, la política tributaria regresiva puesta
en práctica en esta etapa acentuó la brecha. La recaudación impositiva,
que aumentó de manera considerable en los primeros años del decenio,
se basó en los impuestos indirectos mucho más que en los que gravan en
forma directa la capacidad contributiva, como son el impuesto a las
ganancias y sobre los bienes personales, en los que es más difícil
controlar la evasión. Como ejemplo mencionemos que en 1991 la
alícuota del gravamen sobre el consumo, el Impuesto al Valor Agregado
(IVA), era del 13% y en 1995 fue llevado al 21%. Oscar Altimir y Luis
Becaría señalan que “desde mediados de los años 70, la sociedad
138
argentina viene sufriendo un deterioro distributivo casi continuo (...)”90
Más allá de las alternativas cíclicas y de episodios particulares, cabe
distinguir cuatro etapas:
la segunda mitad de los años 70, cuando se intentaron
reformas liberalizadoras y se adoptó una política anti‐inflacionaria
ortodoxa, que implicó represión salarial y lento crecimiento y que, en
definitiva, no logró controlar la inflación;
la década de los ochenta, que transcurrió en medio de
profundos desequilibrios macroeconómicos y gran inestabilidad hasta
desembocar en la hiperinflación;
la salida de la hiperinflación a principios de los noventa y la
consolidación de la estabilidad de precios, bajo el régimen de
convertibilidad;
el despliegue a lo largo de los noventa de un nuevo estilo de
funcionamiento de la economía, caracterizado por un elevado ritmo de
crecimiento, pero también por una considerable vulnerabilidad externa,
causante de amplias fluctuaciones del nivel de actividad.
En cada uno de los capítulos mencionados hubo acontecimientos
políticos significativos. En los setenta, el intento del Rodrigazo y el
sangriento golpe militar, en los ochenta la derrota del peronismo en una
elección sin proscripciones y el fracaso económico del radicalismo, para
finalmente desembocar en la década menemista con el inesperado
cambio de alianzas y la gran entrada en el proyecto neoliberal.
8- La gigantesca deuda que el país fue sumando durante los
noventa tiene características diferenciales con situaciones de elevado
endeudamiento del pasado. En esta oportunidad, uno de los principales
motivos del endeudamiento fue la creación de las Administradoras de
Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) que pasaron a percibir los
aportes obligatorios de la mayoría de los trabajadores mientras que el
pago de las jubilaciones y pensiones otorgadas (y las que se otorgaran en
el futuro a los nuevos jubilados del sistema público de reparto) quedaba
en manos del estado: esto generó un profundo déficit que se cubrió con
títulos de deuda que en gran parte se colocaron obligatoriamente en las
AFJP. Es decir, se generó una triangulación mediante la cual los fondos
90
O. Altimir y L. Beccaria, “El persistente deterioro de la distribución de ingreso en la Argentina”, Desarrollo
Económico, vol.40 N°160, enero-marzo de 2001, pag. 614.
139
que antes eran del estado volvían a éste previo una comisión (de hasta el
33% de los aportes del trabajador) que enriquecía a los intermediarios
financieros, muchas veces de capital extranjero. En realidad, el
fundamento liberal de su creación era que el Estado había sido un
pésimo administrador de los aportes obligatorios de los trabajadores,
por lo tanto había que quitarle esta condición dando este dinero a los
privados, pero al ser obligados a comprar títulos, de hecho se volvía a la
dependencia del Estado. Otro argumento de peso para crear las AFJP
fue contar con un operador institucional en el mercado accionario que, al
igual que en el primer mundo, posibilitara la financiación de las
empresas por vía de la emisión de títulos. Es obvio que esto resultó
inexacto; la Bolsa de Buenos Aires no sintió en su operatoria cambios
significativos por la presencia de estas entidades.
Otra fuente de financiación interna fue la venta de títulos públicos
a los ciudadanos del país, compras que se estimularon con gran
publicidad y la intervención del Banco Nación. También, se pidieron
fondos al sistema financiero internacional y se colocaron títulos en
países del “primer mundo”. Recordemos que hace más de un siglo, la
Argentina ya vendía sus títulos ferroviarios en los mercados
londinenses. Todos estos fondos constituyen la mayoría de la deuda del
país y fueron declarados en default a principios de este siglo.
9- La apertura de la economía tuvo un doble carácter, ya que a la
tradicional de la libre importación de bienes se le sumó la liberalización
financiera a un nivel nunca instrumentado en el país. Esto,
conjuntamente con la garantía cambiaria que significó el “uno a uno”,
dio lugar a la entrada de capitales especulativos y a la salida de fondos
de residentes argentinos. Cuando los temores crecieron, se produjo la
gran fuga que terminó con la convertibilidad. Cabe recordar que otros
países que emprendieron senderos de liberalización, como el caso de
Chile en su segundo programa, reglamentaron el mercado de capitales
para impedir la entrada de fondos especulativos de corto plazo.
Esta visible y grave falla del modelo se debió, según Alfredo
Calcagno, más a razones prácticas que teóricas:
“La fuerte entrada de capitales era entonces indispensable para
consolidar la convertibilidad, al permitir tanto el incremento de las
reservas internacionales como la rápida recuperación del crecimiento;
140
esta última era crucial para incrementar la recaudación impositiva. El
uso del tipo de cambio nominal como ancla cambiaria no pudo evitar
cierta inercia inflacionaria (principalmente de bienes y servicios no
transables), que en un marco de expansión crediticia y recuperación del
gasto dio lugar a un creciente desequilibrio en la cuenta corriente del
balance de pagos. A partir de ese momento, el gobierno se encontró en
una situación en la que no podía seguir creciendo sin un flujo creciente
de capitales externos y no conseguía mantener el equilibrio fiscal sin un
crecimiento sostenido. No se podía entonces dar el lujo de filtrar los
capitales”91.
10- La reforma bancaria que permitió los depósitos en dólares,
para darle la opción al público que operara en pesos o en la divisa
norteamericana, fue en definitiva uno de los errores más graves del
modelo. Como es sabido, los bancos operan con los depósitos por vía del
multiplicador del dinero para aumentar su capacidad de préstamos. Lo
contradictorio fue que se creaba dinero bancario sin capacidad de
reproducirlo, dado que se trataba de una divisa extranjera. Por otro lado,
la institución que debe actuar como prestamista de última instancia, el
Banco Central, tampoco podía asumir dicho rol con los dólares inflados
en la operatoria expansiva.
Figuraba en el pensamiento del gobierno que la decisiva presencia de
sucursales de Bancos extranjeros, muchos de ellos radicados durante la
década neoliberal, garantizaba los depósitos ante una eventual emergencia.
Digamos que en la crisis ningún banco internacional asumió alguna
responsabilidad frente a los ahorristas argentinos. Otros planes de
convertibilidad, muy mencionados en la Argentina durante los años noventa,
como el establecido por Hong Kong, prohibían los depósitos en moneda
norteamericana, hecho que impone una mínima racionalidad económica.
11- Una de las medidas con la cual se insistió durante toda la
década fue bajar los costos a través de la desregulación o flexibilización
laboral, tal como lo recomendaban al unísono todos los grandes
organismos económicos internacionales. Entre 1990 y 1998 se votaron
veintinueve leyes de desregulación laboral y cuarenta y seis decretos del
91
Alfredo Calcagno, op. cit., pag. 87
141
mismo tipo. Los efectos sobre la competitividad del país frente a las
importaciones o la disminución del desempleo fueron casi nulos.92
12- Con el tiempo se fue configurando la lista de grandes
beneficiarios del modelo neoliberal. Entre ellos, el capital financiero se
situó en el primer lugar; luego, las empresas adquirentes de servicios de
tipo monopólico (telefonía, luz, electricidad, agua, etc.) y en general los
oferentes de productos no transables que no tenían la competencia de los
importados. En la lista también se ubicaron las concesionarias de la
explotación de caminos y puentes, una de las más descabelladas entregas
de la época, y las AFJP que entraron en escena cuando también se
privatizó el Sistema de Seguridad Social. Como caso especial debe
considerarse la venta de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), símbolo
histórico de las empresas públicas argentinas, adquirida por la española
Repsol. Los ingresos por la vía de la venta de activos públicos generaron
una situación de mejora de los ingresos estatales que, conjuntamente con
la coyuntura favorable de la economía norteamericana, dieron al primer
mandato del menemismo una situación de aparente éxito. Un capítulo de
esta historia lo da el apoyo masivo del sistema financiero internacional a
la Argentina que respondía a la doctrina de la libertad de mercados.
Evolución y desenlace
La evolución del PBI durante la década de los noventa es una
muestra de la total precariedad del modelo y de las marcadas
fluctuaciones del ingreso que provocaron la elevación de la
desocupación.
Cabe reiterar que la hiperinflación de 1989 había causado un
descenso del PBI, de modo que la década comenzó con un valor
negativo. Desde este momento y hasta 1994 fue la edad dorada del
menemismo y la gloria de la convertibilidad del ministro Cavallo, con
altas tasa de crecimiento. En 1995 se produjo la primera crisis, que
mostró la fragilidad del modelo, a partir de la caída de México; el PBI
disminuyó un 2,8% en ese año. La situación volvió a mostrar números
92
Véase E. Conesa, “El FMI y los errores económicos de 1991-2001”, Diario La Nación, 6/9/04.
142
positivos hasta 1998, donde nuevamente comenzó un ciclo recesivo que
se prolongaría hasta principios de 2003 y que significó el fin de la
experiencia.
CUADRO Nº2: EVOLUCIÓN DEL PBI (VARIACIÓN EN % ANUAL).
Fuente: INDEC
En diciembre de 1994 México, que tenía un modelo similar al
argentino, con una política neoliberal, tipo de cambio fijo y déficit en
cuenta corriente de la balanza de pagos, entró en crisis. La desconfianza
se extendió –por simple comparación‐ a la Argentina93 (lo que fue
conocido como el “efecto tequila”), produciendo una demanda de
dólares y el retiro de los depósitos en plazo fijo o su conversión en
depósitos en dólares. Los resultados fueron un aumento de las tasas de
interés pagadas en los depósitos (del 8 al 20% en los plazos fijos en pesos
y del 6 al 11% en dólares) y, consecuentemente, en las tasas activas
cobradas por sus préstamos, por lo que éstos se volvieron imposibles de
cubrir: en noviembre de 1995 el 21,6% de los préstamos estaba en
situación irregular, lo que significaba el 112,4% del patrimonio neto de
las entidades bancarias.
93
Para un análisis completo de la crisis de 1995 se puede consultar a Alfredo E. Calcagno, op. cit. que aquí
seguimos.
143
La propaganda del gobierno era que la moneda argentina estaba
plenamente respaldada (reservas no inferiores al total de la base
monetaria) por lo que era imposible una corrida hacia el dólar. Sin
embargo, como dice Calcagno, no fue el dinero lo que se convirtió en
dólares sino los depósitos en plazo fijo (M3)94, importes que no estaban
garantizados por las reservas del Banco Central (los depósitos en plazo
fijo bajaron 6.500 millones en total).
El gobierno tomó una serie de medidas para paliar la crisis:
1‐ El 1 de marzo modificó por decreto la Carta Orgánica del
Banco Central, autorizándolo a otorgar “adelantos por iliquidez
transitoria”. La ayuda alcanzó los 3.500 millones.
2‐ Se redujo el encaje obligatorio a menos de la mitad (del 43 al
20% en cuenta corriente y caja de ahorro y del 3 al 1% en plazo fijo).
3‐ Se ignoraron las maniobras que practicaron los bancos para
impedir o demorar los retiros de los depósitos en plazo fijo.
4‐ Se obtuvieron ayudas de los organismos internacionales y el
gobierno emitió bonos para respaldar la pérdida de reservas. La deuda
externa aumentó en 7.500 millones de dólares más 1.000 millones
ingresados por las privatizaciones.
Superado el “efecto tequila”, entre 1998 y 2000 se agudizaron
algunos elementos fuera de control público que aceleraron la crisis
posterior. Entre ellos se pueden mencionar:
Caída del precio de las exportaciones ante un nuevo ciclo
depresivo de la mayoría de las commodities. Uno de sus lógicos efectos
fue el deterioro de la relación de precios de intercambio del comercio
internacional.
Baja de las exportaciones al Brasil, favorecidas por el abandono
del plan Real y la ventaja cambiaria resultante para ese país, situación que
se agravó por el traslado de empresas argentinas que buscaban menores
costos y mercados mayores. Todo este ambiente adverso debilitó el
mercado regional constituido durante el gobierno de Alfonsín.
Escalada del dólar frente a otras divisas del sistema
internacional, con la consecuente pérdida de competitividad para la
Argentina, atada a su tipo de cambio fijo.
94
El M3 ampliado aproximadamente representaba tres veces la base monetaria.
144
La inestabilidad y la desconfianza fueron los justificativos para
la salida de los capitales del país, con el consecuente debilitamiento del
sistema financiero.
Los siguientes datos resumen el empeoramiento de la situación
económica argentina entre 1998 y 1999:
Deterioro de la relación de precios de intercambio (en %) 11,1
Caída del precio de las exportaciones (en %) 20,0
Caída de las exportaciones a Brasil (en %) 30,0
Devaluación del real brasileño respecto al peso argentino (%) 18,4
Aumento del dólar con respecto al euro (en %) 10,0
Salida neta de capitales (% del PBI) 1,4
Aumento de los intereses pagados por el sector público (% PBI) 1,0
Fuente: CEPAL (Tomado de Fanelli, José María, 2002)
Sin embargo, todavía en 1998 las organizaciones internacionales y
los países centrales exponían a la convertibilidad argentina como el
ejemplo a seguir; en octubre Menem disertó en la asamblea anual del
FMI, cosa que ningún otro presidente argentino había hecho. En ese año
se recibió un préstamo de 3.000 millones de dólares del FMI y meses
después el ministro Fernández anunció la imposibilidad de cumplir con
los compromisos contraídos; sin embargo llegó una misión técnica del
Fondo y continuaron los créditos internacionales (un total de 5.700
millones).
En 1999 asumió como presidente De la Rúa, en momentos en que
la deuda externa llegaba a 140 mil millones de dólares y el déficit
público alcanzaba los 4.500 millones anuales. Sin embargo se resolvió
continuar con la convertibilidad.
Como en el año 2000 no se pudieron pagar los intereses por la
deuda externa, el FMI dio un crédito condicionado a la aceptación de un
programa que incluía despidos y cese de las subvenciones sociales, en
momentos en que la pobreza alcanzaba al 50% de la población. Como la
situación empeoraba, a comienzos del año 2001 renunció el ministro
Machinea y asumió Ricardo López Murphy, que propuso la
instrumentación del plan del FMI, con una disminución de 2.000
millones de pesos del gasto y reforma del estado. Falto de apoyo,
145
renunció a los cuatro días y, en su lugar, volvió el ministro Domingo
Cavallo. Se anunció la meta del “déficit cero” con un recorte del 13% de
sueldos y de las jubilaciones y pensiones superiores a los $ 500.
Mientras tanto la tasa de interés en plazo fijo llegaba al 20%, se
profundizaba la huida de capitales y era evidente el colapso financiero
del país. En diciembre del 2001, la situación de liquidez de varios bancos
se tornó insostenible, tras lo que Cavallo implementó el programa de
restricciones conocido como el “corralito”. Este fue el comienzo del final,
ya que antes de que terminara el año, duras protestas populares (que
terminaron con la declaración del estado de sitio y una treintena de
muertos) forzaron las dimisiones de Cavallo y De la Rúa.95 Fue el fin del
plan de convertibilidad.
Experiencias comparables
Resulta llamativo el paralelismo entre el caso argentino y las
políticas económicas impulsadas por Fernando Enrique Cardoso como
ministro de economía y luego Presidente del Brasil. En 1994 los riesgos
de la hiperinflación bordeaban al país vecino ya que en 1993 la escalada
de precios había alcanzado el 2.477%. En los primeros meses del año
siguiente la inflación subía a un peligroso 40% mensual y amenazaba
con superar las cifras del `93. En su carácter de ministro de economía
lanzó el denominado “Plan Real” con notables semejanzas con nuestra
“convertibilidad”, hecho que coordinaba las políticas monetarias de los
principales socios del Mercosur.
El plan Cardoso pretendía combinar el liberalismo económico con
ciertas políticas social‐demócratas, como la de crear un fondo social de
urgencia para apoyar a los estratos de la población más afectados por la
crisis. Por otra parte, se modificaban las leyes laborales, bloqueándose su
aumento. Sin embargo, la medida más importante fue la fijación de una
paridad fija de la nueva moneda, el “real”, con la divisa patrón, el dólar,
con el clásico objetivo de ganar la confianza de la población. Se trataba
de terminar con la indexación de los contratos y así suprimir la
“inflación inercial”, la misma que había mencionado el Plan Austral. El
95
Véase J.M, Fanelli, “Crecimiento, inestabilidad y crisis de la convertibilidad en Argentina”, Revista de la
Cepal Nº 77, Agosto 2002.
146
éxito inicial acompañó estas medidas, circunstancia que permitió a
Cardoso ganar las elecciones presidenciales en 1994 y lograr ser reelecto
en 1998, gracias a la reforma de la constitución estableciendo el mandato
en cuatro años y aceptando una reelección (obsérvese la similitud con el
caso argentino).
Desde 1998, se comenzó a evidenciar un mediocre
comportamiento de la economía: baja tasa de crecimiento, 2,41%
promedio anual entre 1994 y 2003, crecimiento de la deuda externa y se
sintieron los efectos de las turbulencias financieras internacionales,
reflejo de las crisis de México, Asia y Rusia. Para los sectores asalariados
del Brasil, la década de los noventa fue de continua pérdida de
participación en el PBI, bajando del 45% en 1992 al 36% a comienzos del
nuevo siglo. La sobrevaluación del real, a causa del tipo de cambio fijo,
ocasionaba estragos a la exportación del Brasil: había significado dejar
un superávit comercial de 13.299 millones de dólares en 1993 para pasar
a un déficit de 3.466 millones en 1995 y valores crecientes hasta 1998. La
deuda del país creció de 148.000 millones de dólares en 1994 a 241.000 en
1998, la mayor parte de ésta, dolarizada.
En enero de 1999, previa fuga de capitales, Cardoso abandonó el
Plan Real, generando una devaluación inicial del 40%. Esta medida no
fue acompañada por una alta inflación y, en general con apoyo externo,
Brasil pasó a un cambio flotante sin necesidad de caer en el default. No
obstante, la necesidad del cambio político se expresó con el arribo a la
presidencia de Lula da Silva.
Entre 1973 y 1982, Chile también implementó un plan económico
semejante a la convertibilidad, el cual, como era de esperar, llevó al país
trasandino a desindustrializarse, a altísimas cifras de desempleo y al
crecimiento del endeudamiento externo.
En un interesante trabajo, Guillermo Vitelli observó la similitud
del plan de convertibilidad de la década de los noventa con otras cinco
experiencias análogas en diferentes períodos de la historia económica
argentina: la primera fue instrumentada entre 1822 y 1826 por el Banco
de Descuentos (o de Buenos Aires); la segunda que rigió entre 1867 y
1873 fue implementada por el Banco de la Provincia de Buenos Aires; la
tercera operó por primera vez a nivel nacional y tuvo vigencia entre
diciembre de 1883 y enero de 1885; la cuarta funcionó entre 1899 y 1914
147
y la quinta, entre agosto de 1927 y diciembre de 1929. La sexta y última
fue la que comenzó en 1991 y culminó luego de la crisis de diciembre de
2001. En todos los casos, al asegurar rentabilidades financieras
superiores a las que podían obtenerse en los circuitos internacionales, en
sus comienzos captaron fondos extranjeros o capitales nacionales
radicados en el exterior, que posibilitaron temporalmente su vigencia.
De allí que las reservas y el circulante fueran suficientes durante algún
tiempo y que se registrara una ilusoria reactivación económica. Pero en
cada tentativa, o bien por incapacidad de hacer frente a los intereses de
los capitales que ingresaron o por desequilibrios externos, el flujo de
capitales se revirtió.
En Argentina, una vez agotados los activos estatales, y ante los
recurrentes déficits de la balanza comercial, el único recurso para
sostener la paridad cambiaria fija fue siempre la toma de deuda con el
exterior. Basta recordar que dos de los tres períodos de mayor
endeudamiento del país (1863‐1890 y la década del noventa)
coincidieron con convertibilidades de la moneda. De esta manera, el
pago de cuantiosos intereses para expandir o incluso sostener el
circulante, se volvió un severo condicionamiento inherente al propio
funcionamiento del sistema, el que a su vez quedaba expuesto a los
fluctuantes mercados internacionales. Fue así como una de las
experiencias de tipo de cambio fijo de la Argentina fue suspendida al no
resistir el shock externo ocasionado por la primera guerra mundial en
1914 y otra, luego del crack de Wall Street de 1929. Las convertibilidades
sólo persisten en épocas prósperas, pero no poseen la capacidad para
actuar anticíclicamente.
Los ensayos de fijación del tipo de cambio de la Argentina
concluyeron sin excepción con fugas de capitales, retiros masivos y
devaluación de la moneda local. La salida de la última convertibilidad
fue más traumática que en todos los casos anteriores: pérdida del valor
del peso cercana al 360%, declaración de default, tasa negativa del 11%
en el PBI y desempleo del 22%, entre otros indicadores inéditos. En
mayor o en menor magnitud, el colapso fue una constante y
curiosamente, como marca Vitelli, “la fuga fue repetidamente llevada a
cabo por los grandes grupos económicos del momento y siempre con la
148
acción complaciente de los funcionarios y políticos: sólo se tomaron
medidas meses después de iniciada la fuga.”96
Podemos concluir que las prácticas de aperturas financieras con
cambios fijos fueron desde hace tiempo una política económica cargada
de problemas irresolubles. A mediados de los noventa una parte ínfima
de los 182 miembros del FMI‐Banco Mundial practicaban esta política y
ninguno era un país de relativa importancia. Brasil la tuvo vigente un
quinquenio aproximadamente y salió de ella al descontar sus grandes
perjuicios para el país. Esto hace menos comprensible la absurda
continuidad de los gobiernos argentinos con la convertibilidad que nos
arrastraría a la peor crisis del siglo.
Otras interpretaciones del fracaso
El fracaso de esta experiencia neoliberal ha tenido variadas
lecturas, algunas de las cuales se han enunciado previamente, pero
también hubo otras interpretaciones:
a) Los integrantes de la escuela neoliberal sostuvieron que el
derrumbe se debió a la falta de profundización de medidas de
liberalización y ajuste, que fueron frenadas por razones políticas como,
por ejemplo, la tardanza en flexibilizar el mercado laboral. Se
mencionaba una segunda serie de medidas que complementarían a las
grandes privatizaciones y desregulaciones, tales como las
descentralizaciones, la mencionada necesidad de levantar toda
restricción legal en el mercado del trabajo, etc. Este argumento es
endeble, ya que nunca habrá límites para las reformas de las reformas y,
por lo tanto, será imposible evaluar los resultados.97
b) La culpa sería del gobierno y la sociedad argentina y no del
sistema de convertibildad, como sostuvo Rudiger Dornbusch en junio de
2001. En particular se criticaba el descontrol de los gastos
descentralizados del país, en referencia a las provincias y municipios
que, con sus déficit y en algunos casos con emisiones de cuasi‐dinero,
96
Sobre el tema, consultar G.Vitelli, “Las seis convertibilidades de la moneda argentina; la reiteración de una
misma historia”, XIX Jornadas de Historia Económica, San Martín de los Andes, Argentina, 13-14-15 de
octubre de 2004.
97
Cfr. Fischer Stanley, “Argentina needs to continue fiscal and structural reforms, Fischer advises”, en IMF
Survey, Vol. 30, Nº 13, July 2, 2001.
149
debilitaron el plan de convertibilidad. En realidad, la mala situación
creada por la economía recesiva no daba posibilidades a municipios y
provincias para financiar sus gastos poco flexibles a los ajustes. En esa
línea de pensamiento Michael Mussa, director del Departamento de
Investigación del FMI (1991‐2001) sostuvo que: “La falla crítica y
evitable de la política económica argentina, que fue la causa
fundamental del desastre, es la incapacidad crónica de las autoridades
argentinas de mantener una política fiscal responsable… El gobierno
argentino actúa como un alcohólico crónico: una vez que empieza a
disfrutar de los placeres políticos del gasto financiado mediante déficit,
sigue haciéndolo hasta alcanzar una situación equivalente a estar
totalmente ebrio”98.
Sin embargo, a fines de julio del 2004, en un procedimiento
inédito, el F.M.I. a través de una comisión externa al organismo hizo un
cierto “mea‐culpa” del colapso argentino. Entre otros considerandos, la
institución internacional sostuvo que:
Se subestimó la importancia del crecimiento de la deuda
pública.
“Hubo debilidad en la supervisión y demasiada paciencia
cuando se vio que las políticas ya no servían.”.99
Demorar la resolución de una crisis puede elevar los
perjuicios de la misma.
c) En general, muchos de los consultores de las finanzas
internacionales han asociado la crisis y la caída al desordenado
crecimiento de la deuda argentina, simplificando en una sola causa la
situación vivida. En particular, un punto que surgió en el debate
posterior fue el elevado costo que trajo a las finanzas públicas la
privatización del sistema jubilatorio, ya que se calcula que
aproximadamente un 40% del endeudamiento público contraído se
debió al desfinanciamiento del sistema generado por la creación de las
AFJP. Para Roberto Lavagna, éste fue uno de los errores capitales que
impulsaron el déficit público hasta niveles inmanejables.
98
Citado en “Historia de la economía argentina del siglo XX”, dirigido por Alfredo Zaiat, Página 12, 2008,
pag. 999.
99
Diario La Nación, 30/7/04.
150
d) Joseph Stiglitz, quien luego de abandonar las filas de FMI se
convirtió en uno de sus principales críticos, interpreta la reciente historia
económica de América Latina desde otro ángulo. Según su perspectiva,
es posible detectar un nexo causal entre las políticas emanadas del
“Consenso de Washington” y los fracasos: las propias reformas
aumentaron la exposición de los países al riesgo, a la vez que socavaron
su capacidad de hacerle frente.
El aumento repentino del ingreso de fondos ante la liberalización
del mercado de capitales generó la ilusión de un éxito aparente durante
los primeros años del decenio; sin embargo, luego quedó demostrado
que estos flujos son altamente volátiles y pro‐cíclicos: “entran en un país
cuando todo marcha bien, y salen cuando las cosas andan mal”.100 La
falla que les imputa a los gobiernos de la región es no haber
reglamentado lo suficiente el sector financiero para atenuar la
especulación y obligarlos a orientarse hacia actividades productivas.
Este error, conjuntamente con los problemas derivados del alto
endeudamiento externo, trajo aparejadas la inestabilidad
macroeconómica y la consecuencia de tener que asumir la mayor parte
del peso del alza de las tasas de interés internacionales.
Las privatizaciones y la liberalización del comercio también
aportaron su cuota al provocar una destrucción masiva de puestos de
empleo. Se recomendó entonces flexibilizar el mercado laboral,
argumentando que la baja de los salarios induciría a los empresarios a
contratar nuevos trabajadores. Nada de ello ocurrió y, a pesar de que el
crecimiento del sector informal amortiguó los efectos de esta inexacta
prescripción, el desempleo en la Argentina se mantuvo en niveles de dos
dígitos desde 1995.
En definitiva, para Stiglitz, las políticas neoliberales, al centrar su
preocupación en la reducción del déficit presupuestario y la inflación,
desentendiéndose del consecuente aumento de la pobreza y la
desigualdad, no hicieron más que empeorar las cosas. Cuando la caída
de los ingresos redujo la recaudación fiscal y cuando el alza de las tasas
de interés sobre los préstamos contraídos incrementó los gastos, la
100
Véase J.Stiglitz, “El rumbo de las reformas. Hacia una nueva agenda para América Latina”, Revista de la
Cepal Nº 80, Agosto de 2003.
151
política impuesta desde el FMI fue el recorte presupuestario y el
aumento de los impuestos, agravando la recesión en un país tras otro.
El fracaso de la experiencia neoliberal de los noventa y sus
consecuencias políticas no fueron sólo patrimonio de la Argentina; en
México, por primera vez en su historia un presidente del PRI ‐Salinas de
Gortari‐ tuvo que auto exilarse en Europa y en Perú, la autoridad del
período ‐Fujimori‐ concluyó refugiado en Japón.
El fracaso de la convertibilidad corresponde al fracaso de la
experiencia neoliberal. La ortodoxia económica, mediante los principios
del “Consenso de Washington”, aseguró una vez más que la libertad de
los mercados internos y externos conduciría hacia el bienestar general,
tanto de los países como de sus habitantes. Repetían así lo dicho por los
clásicos, que habían proclamado la coincidencia entre el interés
individual y el colectivo. Sin embargo, las fallas de mercado, el
monopolio u oligopolio, la concentración de la riqueza, el crecimiento
desmesurado de la especulación financiera, la dependencia externa, la
depredación de la naturaleza, probaron lo contrario. La crisis mundial
del 2008 parece anunciar el fin de una época.
152
CAPÍTULO 8
DESPUÉS DE LA CRISIS DE LA CONVERTIBILIDAD
El fin de la convertibilidad
En Argentina el nuevo siglo se inició con una profunda crisis
como consecuencia del fracaso de la convertibilidad. No fue sólo una
crisis económica sino que abarcó a la sociedad toda, en sus relaciones,
valores y creencias. Es que el neoliberalismo, fundamento teórico de esta
experiencia, caló muy hondo en la conciencia colectiva del pueblo y, con
él, sus principios individualistas ajenos a la responsabilidad social,
incluyendo la fe ciega en el mercado, en la libertad de empresa y en el
rechazo a toda intervención estatal. La superficialidad e indiferencia
postmoderna, que descree de la historia, de la política y del hombre, son
su herencia colectiva.
Es necesario entender bien qué fue la convertibilidad y cuáles
fueron sus consecuencias, en especial para analizar y comprender el
proceso posterior. Por eso parece conveniente insistir, en forma
resumida y corriendo el riesgo de caer en el error de la repetición, en lo
ocurrido en la década 1991‐2001:
Tal como se vio en el capítulo anterior, básicamente el modelo
consistió en mantener el control del tipo de cambio 1$ = 1 dólar, como
ancla para los precios internos, con apertura externa indiscriminada
(inclusive con gravámenes a la importación menores a los permitidos
por la Organización Mundial del Comercio) y con el compromiso de
mantener reservas internacionales no inferiores a la base monetaria.
El atraso cambiario, que ya existía en 1991, se acentuó con los
acomodamientos de precios posteriores y los resabios de una inercia
inflacionaria, lo que produjo el deterioro de los salarios reales y, a la vez,
una carga salarial en dólares imposible de sostener por los industriales,
ya que le quitaba competitividad a sus productos. El siguiente cuadro es
ilustrativo al respecto101:
101
Schavarzer, Jorge, Implementación de un modelo económico, AZ Editora, Buenos Aires, 1998, página 174.
153
AÑO INDICE DE SALARIO REAL COSTO LABORAL
(1985=100) EN DÓLARES
102
Trabajo de la UNSAM dirigido por Ruby Daniel Hernandez y comentado en Clarín, 16-5-04
154
Sus consecuencias:
a) A pesar de las privatizaciones, que dejaron al país
prácticamente sin empresas públicas, para poder financiar el déficit en
cuenta corriente del balance de pagos hubo un constante aumento del
endeudamiento externo (en los diez años la deuda pasó de 61 mil
millones de dólares a 146 mil millones);
b) La extranjerización de la economía, como puede verse en los
siguientes datos:
PRINCIPALES 200 EMPRESAS INDUSTRIALES
1994 1998
Cantidad Ventas Cantidad Ventas
Nacionales 131 (65.5%) 25.318 69 (34.5%) 17.821
(56.6%) (30.3%)
Extranjeras 69 (34.5%) 19.433 131 (65.5%) 41.021
(43.4%) (69.7%)
Fuente: Río Negro (Suplemento económico), 27‐8‐2000
c) El carácter cíclico de la economía, en función de la entrada y
salida del capital externo. Como la base monetaria dependía del nivel de
las reservas, la entrada de capitales por encima del déficit en cuenta
corriente implicaba expansión monetaria, mientras que la disminución
de reservas resultaba en contracción de la masa monetaria y,
consecuentemente, recesión en la economía real. En 1994 se produjo la
primera de las crisis de los años ’90, en Turquía, que no tuvo mayores
efectos en nuestro país por la ayuda masiva del FMI. Se agravó con la
crisis mexicana de 1995103, como vimos en el capítulo anterior, que logró
superarse, pero luego se sucedieron la ola de crisis monetarias y
consecuentes devaluaciones en los países orientales (1997), Rusia (1998)
y Brasil (1999)104 hasta que en el año 2001 el FMI, con el acuerdo del
Tesoro de Estados Unidos, le negó la financiación a Argentina y fue el
comienzo del fin de la convertibilidad.
103
Iniciada en diciembre de 1994, pero sus efectos se sintieron a partir de 1995.
104
Para el análisis de las sucesivas crisis de los años ’90 se puede consultar a Paul Krugman, El retorno de la
economía de la depresión, Crítica, Barcelona, 2000.
155
A partir del segundo semestre del año 1998 hubo un aumento del
valor internacional del dólar, lo que afectó los términos de intercambio
de los productos argentinos, y se restringieron los flujos de capital, lo
que produjo recesión; al año siguiente la situación se agravó por la
devaluación de Brasil, llevando a un déficit fiscal consolidado
(incluyendo provincias y PAMI) del 4,7% del PBI. La recesión se
intensificó en el año siguiente por el aumento de los impuestos y la suba
de intereses en Estados Unidos, hasta que en el 2001 la recesión se
convirtió en depresión: bajó el PBI y aumentó el déficit fiscal, que llegó
al 8% del PBI. En ese año se fugaron 20 mil millones de dólares y se
perdió el 45% de las reservas105.
El último día de noviembre de 2001 el ministro Cavallo estableció
restricciones al retiro de fondos bancarios (el “corralito”) pero la
situación se deterioró en forma creciente, con disturbios populares el 20
y 21 de diciembre, muertos y la renuncia del gobierno. Se declaró
oficialmente la suspensión de pagos de la deuda externa y al iniciar
enero del 2002 el nuevo presidente (Eduardo Duhalde) y el ministro de
economía (Jorge Remes Lenicov) anunciaron una devaluación y la
pesificación de la economía (las deudas en dólares se devolverían a 1,40
pesos por unidad de dólar más el CER, Coeficiente de Estabilización de
Referencia).
El abandono oficial de la convertibilidad no fue una medida de
política económica discutida y tomada racionalmente, sino simplemente
la implosión del sistema y la aceptación oficial de esa situación.
El fin de la convertibilidad genera una serie de paradojas e
interrogantes que habría que explicar. Posiblemente las dos más
importantes son 1‐ ¿Por qué el nuevo gobierno –encabezado por el
presidente De la Rúa‐ que asumió a fines de 1999, cuando la crisis era
palpable, se empecinó en mantener la convertibilidad?; 2‐ ¿Por qué los
economistas consultados y escuchados en el “establishment” no
alertaron sobre el fracaso?
1‐ En noviembre de 1998, un año y un mes antes de que asumiera
el nuevo presidente, Julio Nudler, en un esclarecedor artículo
105
La Nación, 11-8-2002. Según el entonces ministro Lavagna, la fuga de capitales entre marzo y diciembre
de 2001 fue de 19.000 millones de dólares (diarios, 2-5-2002)
156
periodístico se anticipó a lo que iba a ocurrir y dio una respuesta
coherente a la primera de las preguntas106:
“Para los críticos, si la Alianza sigue acomodando demasiado su
discurso a la actual relación de fuerzas, producto de una década
neoliberal, terminará haciendo lo contrario de lo que se propuso hacer.
Ser sólo un gobierno más honesto no alcanza.
La primera reacción es reivindicativa. Es la de los que dicen que la
crisis les dio la razón, que los mercados no estabilizan solos, que se
requiere más Estado, que las recetas del Fondo estaban mal. Pero en la
propia Alianza hay quienes reaccionan de modo inverso, cerrando filas
en pro de la diferenciación argentina y el reclamo de más ajuste fiscal.
Ricardo López Murphy es el exponente más destacado de esta actitud. Si
se acepta que el peso está sobrevaluado –como lo demostraría el déficit
comercial y el hecho de que cada vez que crece la economía las
importaciones aumentan el triple de rápido y las exportaciones se
rezagan peligrosamente, la receta es devaluar. Sin embargo, ningún
economista podría asegurarle a un flamante presidente en diciembre de
1999 que su mandato de cuatro años le alcanzaría para recoger los frutos
de la valiente decisión de acabar con el retraso cambiario. Lo seguro es
que el tránsito será traumático(...). Por lo tanto, sin que medie un
desastre que rompa la convertibilidad, el sucesor de Menem preferirá
escuchar al economista que le diga (y que tal vez crea) que se puede
seguir como hasta ahora”.
Hoy resulta claro que no existió el valor político para tomar las
medidas necesarias y que hubo una fuerte presión, tanto de los intereses
concretos como de los consejos de los economistas liberales para no
hacerlo.
2‐ La teoría económica ortodoxa se aferró a la convertibilidad
como el único modelo posible; sus economistas entendieron –
posiblemente con razón‐ que su fracaso implicaba el fin de la
credibilidad de la teoría neoliberal en la que se habían formado, en la
que creían como única verdad y a cuya enseñanza se dedicaban.
Por ejemplo, en 1999 la Secretaría de Recursos Naturales y
Desarrollo Sustentable (a cargo de María Julia Alsogaray) pidió los tres
106
Jorge Nudler, “El discurso o la verdad” en Página 12, 7-11-98
157
escenarios posibles para 2012 (el probable, el optimista y el pesimista) a
FIEL (Ricardo López Murphy), al CEMA (Roque Fernández y Pedro
Pou), a la Fundación Mediterránea (Domingo Cavallo) y a FLACSO. En
todas las respuestas se mantendría el aumento de las exportaciones, la
convertibilidad con el cambio 1 a 1 y el PBI crecería a un promedio del
3,3%. Para el CEMA si se “profundizan las reformas estructurales”
podría lograrse un crecimiento del 6%. Aseguraba que “…el proceso de
entrada de capitales se mantendrá a lo largo de los años, tal como vino
sucediendo en la década de los noventa. Esta hipótesis es independiente
de cada uno de los escenarios”107.
Los economistas del CEMA (el centro de pensamiento ortodoxo)
estaban convencidos de que el déficit comercial era algo positivo, ya que
implicaba la financiación por parte del mundo de nuestra economía, y
que la inversa (superávit comercial) implicaría que un país de bajo nivel
de ahorro –como el nuestro‐ exportara capitales. Algo similar sostuvo
Juan Carlos De Pablo en una conferencia dictada en la ciudad de
Neuquén, sin pensar en la fragilidad del sistema ni en el efecto
multiplicador de las exportaciones.
En pleno 2001, año final de la experiencia, seguían convencidos
del carácter transitorio de los problemas que la aquejaban y predecían su
mantenimiento futuro. En el año siguiente, producida la salida del
modelo, pasaron a los pronósticos negativos, augurando hiperinflación
y fracaso, posición que mantuvieron en los años siguientes, ante el
crecimiento de la economía con relativa estabilidad, incorporando
calificativos como “veranito” (término que remite a una situación
anormal y corta), “amesetamiento” (refiriéndose al fin de las altas tasas
de crecimiento) y, en especial, a raíz de la renegociación unilateral de la
deuda externa, auguraban el aislamiento del país respecto del mundo y,
lógicamente, el fin del crecimiento.
El periodista Roberto Novarro, en un interesante trabajo, rastreó
las opiniones de los principales consultores económicos que, “en el 2001
nos dibujaban el paraíso y fue un infierno. En el 2002 anticipaban la
hecatombe y tampoco acertaron”108:
107
Jorge Nudler, “La bola de cristal”, Página 12, 14-12-02.
108
Revista Veintitrés, 2-1-03
158
2001 2002
Miguel Angel Broda “Se renovará gradualmente En el mejor escenario el
el flujo de capitales… se dólar a $ 5 y la inflación
reflejará en una baja del mayor al 175%. En el
riesgo país. El PBI crecerá peor, dólar a $ 20 e
(4º Trim 2001) al 6,5%” (El inflación al 1.100% anual
PBI bajó 5%) (La Nación, abril de 2002)
Jorge Ávila “Escenario propicio para “No habrá ni moneda ni
una fuerte recuperación. bancos por dos
Enero ha sido el piso de la generaciones; esto
caída. A partir de febrero termina en una
debería verse una hiperinflación”
importante recuperación (CitiEconómica.com
(ÁmbitoFinanciero, 19‐1‐01) 31‐5‐02)
Martín Redrado “El riesgo del default fue
eliminado con el blindaje
financiero”
(BAE, 19‐2‐01)
Abel Viglione “El blindaje… genera
condiciones para
recuperación económica”
(El Cronista, 12‐2‐01)
Manuel Solanet “Argentina va camino a la El sistema financiero se
recuperación” va a quedar con pocos o
(Ámbito Financiero, 2‐2‐01) ningún depósito” (El
Cronista, (22‐4‐ 2002)
Daniel Artana “El alivio llegará a fin de
año”(Ámbito Financiero, 19‐
9‐01)
Domingo Cavallo “Los depósitos están
seguros. Invito a la gente a
poner otra vez la plata en
los bancos” (Clarín, 23‐8‐
01.)
No fue un problema exclusivo de los economistas locales. Especia‐
listas muy conocidos elogiaban la convertibilidad argentina y la
159
mostraban como ejemplo; luego, ante el fracaso, sostuvieron que la
culpa no era de la convertibilidad sino de los argentinos. Por ejemplo,
cuando la crisis era inevitable, Paul O’Neill, Secretario de Tesoro de
USA, dijo a The Economist que los argentinos no deberían pedir ayuda
afuera: “Han entrado y salido de crisis desde hace setenta años. No
tienen una sola industria de exportación que valga la pena mencionar. Y
parece que les gusta. Nadie los obligó a ser lo que son”109.
Luego del fracaso, R. Dornbusch sostuvo que “la verdad es que
Argentina está en bancarrota. Bancarrota económica, política y social.
Sus instituciones son disfuncionales, su gobierno está desacreditado, su
cohesión social colapsada. Habiendo caído tan profundamente no es una
sorpresa que la reconstrucción, más que un rápido apoyo financiero,
debe ser la respuesta. Argentina se parece a las economías europeas de
los años 1920, no es un país con problemas de liquidez que necesite un
año duro para pararse otra vez sobre sus pies, como Corea, México o
Brasil... Dado que la política argentina se encuentra sobrecargada,
deberá ceder temporalmente su soberanía sobre todos los tópicos
financieros...”110. Fiel a esa idea, Dornbusch y Ricardo Caballero
(economista de origen chileno, del MIT) en marzo de 2002 propusieron
“una comisión de estabilización extranjera que conduzca el Banco
Central (lo que implicaba una) receta de que se renuncie a la soberanía
financiera y económica de la Argentina por unos años”. En ese plan se
preveía el apoyo financiero mundial “a condición de que Argentina
acepte reformas radicales y control y supervisión extranjera del gasto
fiscal, emisión de dinero y administración de impuestos”111.
También junto a Robert Barro y el argentino Guillermo Calvo,
Dornbusch argumentó a favor de la dolarización en Argentina,
propuesta por los ideólogos conservadores Schuler y Hanke112.
Todo esto ratifica lo que dijera el historiador Eric Hobsbawn: “El
éxito de los pronosticadores de los últimos treinta o cuarenta años, con
independencia de sus aptitudes profesionales como profetas, ha sido tan
espectacularmente bajo que sólo los gobiernos y los institutos de
109
Citado por Mariano Grondona en La Nación, 27-7-01
110
Citado por Ricardo Mazzorín, “La crisis de una hija dilecta del Consenso de Washington” en La Ciudad
Futura Nº 51 (otoño 2002), pág. 13.
111
A. Zaiat, “Historia de la economía argentina del siglo XX”, op. cit., pag. 999.
112
Idem.
160
investigación económica siguen confiando en ellos, o aparentan
hacerlo”113.
La economía después de la crisis
El año 2001 finalizó con la declaración del default (en los hechos,
desde mediados del año 2001 Argentina no recibía financiación externa
voluntaria) mientras que el año siguiente comenzó con la eliminación de
la convertibilidad (el 1 a 1) autorizando al Poder Ejecutivo a intervenir
en la fijación del tipo de cambio; se establecieron las retenciones a las
exportaciones tradicionales, con el fin de evitar que el sector
agropecuario aumentara su renta en función de la devaluación; se
aprobó la pesificación de los depósitos y deudas en dólares (a razón de $
1,40 más el Coeficiente de Estabilización de Referencia –CER‐) y se
suspendió por 180 días hábiles los concursos preventivos y las
ejecuciones prendarias e hipotecarias.
Inicialmente se mantuvo el “corralito” para todos los depósitos,
pero rápidamente se lo liberó para las cuentas corrientes y cajas de
ahorro, manteniéndola para los demás (situación que se conoció
popularmente como “el corralón”) hasta fin de ese año. Cabe señalar que
recién en el año 2007 la Corte Suprema declaró la constitucionalidad de
la pesificación, dada la emergencia económica, con lo que se dio fin a
múltiples juicios y a la incertidumbre pertinente.
Existe un antecedente poco conocido de la pesificación. Cuando
asumió como presidente Arturo Illia, con Eugenio Blanco como ministro
de economía, la deuda externa era de 3.800 millones con el 50% de
vencimiento a dos años. Se estableció un régimen de control de cambios
y se ordenó la pesificación de los depósitos en dólares (que era un monto
relativamente chico, 200 millones, pero los Bancos no tenían cómo
devolverlo); por decreto se estableció la devolución en pesos al cambio
vigente (14‐4‐64). Según el presidente del Banco Central (Felix Gilberto
Elizalde) “los depósitos en moneda extranjera no eran tales depósitos en
moneda extranjera. La gente los había constituido con pesos argentinos
contabilizados en los libros de los bancos en moneda extranjera. No nos
113
Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX, Ed. Crítica, Barcelona, 1996, pag. 15.
161
engañemos: no eran dólares que habían entrado y estaban
depositados”114.
La normalización económica implicó un fuerte aumento de la
deuda pública debido a: 1‐ El elevado endeudamiento provincial y la
existencia de “cuasi monedas” con las que habían intentado sobrevivir;
el estado nacional se hizo cargo de ambas mediante la emisión de deuda
garantizada (BOGAR) con nuevos plazos y menores tasas de interés (en
total 12.200 millones de dólares); 2‐ La situación económica y financiera
por la pesificación asimétrica y la devolución en bonos de los depósitos a
plazo fijo que permitieron el levantamiento del “corralón”; 3) en ese año
la Corte Suprema decretó la inconstitucionalidad de la baja del 13% en
sueldos y jubilaciones aprobados durante el gobierno de De la Rúa. A
partir de enero se incorporó ese monto a los haberes y los importes
retroactivos se pagaron en bonos de deuda. En total esta normalización
implicó un incremento de la deuda pública en 28.500 millones de
dólares.
La principal carga para la economía argentina era la deuda
pública, que a fines de 2001 superaba los 145.000 millones de dólares (en
su mayor parte en moneda extranjera, de los que 32.362 millones
correspondía a organismos internacionales que continuaron en situación
regular) por lo que, sumados a la nueva deuda de 28.500 millones, se
llegó a 173 mil millones, cifra superior al PBI de ese momento. En 2005
se aprobó una propuesta de canje de la deuda anterior al 31 de
diciembre de 2001 en default (casi 82 mil millones elegibles) de los que
aceptaron el 76,15%: se canjearon 62.318 millones más los intereses
vencidos por una nueva deuda de 35.261 millones, a nuevos plazos y
mejores tasas de interés, en gran parte en moneda nacional.
Con la flotación sucia para el mantenimiento del tipo de cambio,
al principio la cotización del dólar llegó a $ 4, pero luego bajó a $ 3 y se
mantuvo alrededor de ese valor, lo que implicaba (en relación a los
precios internos y externos) una subvaluación del peso, por lo que el
Banco Central debió actuar como comprador de divisas para sostener
ese tipo de cambio. Los precios internos, que venían de tres años de
deflación como consecuencia de la caída de la actividad económica,
114
“La primer pesificación argentina” en La Nación (Enfoques) 27-1-02.
162
tuvieron un reacomodamiento inicial (en el 2002 el costo de vida subió el
40,95%) y en los años siguientes aumentaron a una tasa aproximada del
10% anual).
El producto bruto venía decayendo desde 1999 (ese año varió ‐
3,4%) y continuó negativo en 2000 y 2001 (‐0,8% y ‐4,4%,
respectivamente) hasta que en 2002, con la crisis de la convertibilidad, el
cambio de reglas de juego y la lógica incertidumbre respecto del futuro,
el PBI cayó estrepitosamente (‐10,9%). Las consecuencias sociales de este
derrumbe se pueden ver en el momento más crítico (mayo de 2002) con
los datos laborales: desocupación del 21,5% y subocupación del 14.2%,
casi 36% de la población activa con problemas de trabajo.
La inequidad en la distribución del ingreso, con la concentración
del mismo, fue el resultado inexorable del modelo económico y de su
crisis, como puede verse en el siguiente cuadro de distribución:
1974 2002
Proporción del ingreso percibida por:
El 10% de la población con mayor ingreso 21% 38%
El 50% de la población con ingreso medio 55% 50%
El 40% de la población con menor ingreso 24% 12%
Fuente: INDEC
A partir del año 2003 la situación comenzó a modificarse. Con la
devaluación del peso las actividades de exportación (agricultura,
agroindustria, energía, manufacturas en general, etc.) tuvieron un
importante aumento de sus ingresos que las convirtió en rentables,
mientras que el nuevo tipo de cambio actuó como barrera a las
importaciones, por lo que se puso en marcha el aumento de la
producción de bienes manufacturados destinados parcial o totalmente al
mercado interno, reapareciendo algunas fábricas que, por la apertura
indiscriminada y el peso sobrevaluado, habían cerrado en la década
anterior.
Lo importante fue el mantenimiento del tipo de cambio en el
tiempo (1 dólar = $3/ $3,20), lo que implicó compras masivas de divisas
por parte del estado que, aunque en gran parte fueron “esterilizadas”
163
por la venta de bonos públicos, significó un aumento del circulante
monetario. Cabe señalar que como el dólar se venía devaluando con
respecto a las otras monedas (euro, yen, así como respecto a las monedas
de Brasil y Chile), el mantenimiento del cambio peso/dólar representó
una leve pero continua devaluación permanente del peso, manteniendo
(hasta cierto punto) la competitividad de las exportaciones (hay que
tener presente que menos del 10% de las exportaciones argentinas son a
Estados Unidos). Los efectos de esta política en la balanza de pagos se
puede observar en el cuadro 4 y, especialmente, haciendo la
comparación con el cuadro 3.
Con la creciente puesta en marcha del proceso productivo bajó
abruptamente la precariedad laboral (se llegó a menos del 10% tanto en
el índice de desocupación como de subocupación a principios del 2007),
con aumentos de las remuneraciones y de las ganancias empresarias.
Hay que sumar actualizaciones en los montos de las jubilaciones y en la
cantidad de beneficiarios, inclusive con la ampliación del número de
beneficiarios al incorporar a quienes cumplían con la edad pero no
tenían aportes realizados. El crecimiento implicó la creación de tres
millones de puestos de trabajo en cinco años, fenómeno nunca visto en
nuestro país. Según la consultora Orlando Ferreres y Asociados, la
participación del trabajo en el PBI pasó del 34,3% en el 2003 al 41,6% de
un producto sensiblemente superior en el 2007.
Las condiciones para la presencia de las presiones inflacionarias
de demanda estaban dadas. En un principio la existencia de factores
desocupados permitió el crecimiento de la producción con poca
incidencia de los precios pero, a medida que la capacidad productiva
ociosa disminuía y bajaba la desocupación (en especial del personal con
alguna calificación y conocimientos técnicos), la presión sobre los
precios aumentó.
Existió otro factor importante en la inflación argentina que se hizo
sentir a partir del 2007: la inflación externa; es decir, el aumento de
precios en el exterior de los productos que se exportan y que repercute
en el mercado interno, como consecuencia de la conocida ley económica
del precio único.
En realidad, el precio en dólares de los cereales venía creciendo
desde el año 2004, crecimiento que se intensificó a partir del 2007 y hasta
164
el tercer trimestre del 2008. Según la FAO (Organización para la
Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas) el precio de los
cereales a mediados del 2008 era un 57% mayor que en el 2007 y el
precio del total de alimentos en dos años creció un 80%. El valor
promedio de los precios de las materias primas exportadas por
Argentina (sin tener en cuenta petróleo y gas, incluye trigo, maíz, soja,
carne, etc.) entre 2001 y diciembre de 2007 se triplicó en dólares.
¿Por qué se produjo esa suba en el precio internacional de los
productos de exportación? Hubo tres razones fundamentales, que ya
fueron mencionadas en el Capítulo 2:
a) El crecimiento económico sorprendente de los países asiáticos,
en especial China y –en menor medida‐ India, que son los más poblados
del mundo y que ha generado un aumento en el nivel de alimentación
de sus pueblos y, en consecuencia, un elevado crecimiento de la
demanda de alimentos.
b) Los biocombustibles: el etanol se elabora a partir del maíz,
caña de azúcar, remolacha azucarera y/o trigo. El biodiesel a partir de la
soja y de los aceites de girasol, palma, canola, etc., implica un importante
aumento de la demanda. Se calcula que ya insume un 10% de la
producción de maíz.
c) La especulación. El mundo globalizado se caracteriza por
haber generado una enorme masa financiera, en permanente
crecimiento, que busca las ganancias rápidas: dio lugar a especulaciones
contra monedas, con las sucesivas crisis regionales; luego la burbuja
inmobiliaria, con los préstamos hipotecarios, que elevó en forma
desproporcionada los precios de los inmuebles y que terminó
explotando en el año 2007 y, finalmente, se había volcado a la
especulación con los precios a futuro de las materias primas. Esta última
burbuja también terminó explotando.
Es decir, en 2007 y la primera mitad del 2008 habían dos factores
básicos distintos que presionaban en el nivel de precios: 1) la inflación
de demanda, por el crecimiento del ingreso, 2) la inflación importada,
por el crecimiento de los precios internacionales de nuestras
exportaciones.
La crisis especulativa por los créditos inmobiliarios de Estados
Unidos (y algunos países de Europa) terminó afectando a la economía
165
real. En el último trimestre de 2008 los precios de las materias primas
(particularmente el petróleo, que es el que proporcionalmente más había
subido) se desplomaron.
La preocupación de la economía dejó de ser la inflación. El tema,
en el mundo y en el país, esperamos que por un período corto, no es la
suba de precios sino la recesión y cómo combatirla.
166
Cuadro 4 PRINCIPALES RUBROS DE LA BALANZA DE PAGOS DURANTE LA CONVERTIBILIDAD
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
Exportación 11.978 12.399 13.269 16.023 21.162 24.043 26.431 26.434 23.309 26.341 26.543
Importación 11.835 13.795 15.633 20.162 18.804 22.283 28.554 29.531 24.103 23.889 19.158
Saldo 143 ‐1.396 ‐2.364 ‐4.139 2.358 1.760 ‐2.123 ‐3.097 ‐794 2.452 7.385
Serv. reales ‐791 ‐2.554 ‐3.323 ‐3.786 ‐3.458 ‐3.582 ‐4.449 ‐4.516 ‐4.152
‐4.284 ‐3.863
Serv. Financ. ‐3.962 ‐2.472 ‐2.995 ‐3.694 ‐4.662 ‐5.502 ‐6.223 ‐7.417 ‐7.472
‐7.522 ‐7.727
Nec. de Fin. ‐4.610 ‐6.422 ‐8.682 ‐11.619 ‐5.762 ‐7.324 ‐12.795 ‐15.030 ‐12.418
‐9.354 ‐4.205
Cta. Capital 2.984 9.219 13.565 12.735 7.149 12.462 16.607 18.392 13.959 8.732 ‐5.442
Deuda externa 61.334 62.766 72.209 85.656 98.547 109.759 124.382 138.844 144.657 146.172
Ingresos por
privatizaciones 2.194 1.787 523 733 1.171 375 306 96 2.579
167
CUADRO 4
BALANZA DE PAGOS EN LA POSCONVERTIBILIDAD
2002 2003 2004 2005 2006 2007
Exportación de merc. 25651 29.939 34.576 40.387 46.546 55.780
Importación de merc. 8473 13.134 21.311 27.300 32.588 42.525
Saldo 17.178 16.805 13.265 13.087 13.958 13.255
Serv. Reales ‐1460 ‐1.193 ‐1.331 ‐1.002 ‐531 ‐526
Serv. Financ. ‐7491 ‐7.975 ‐9.282 ‐7.304 ‐6.161 ‐5.931
Transferencias 540 504 484 446 446 315
Cuenta corriente 8.767 8.141 3.136 5.227 7.712 7.113
Cta. Capital ‐11404 ‐3.203 1.518 3.424 ‐5.437 5.713
Errores y omisiones ‐1878 ‐1.356 589 168 1.255 273
Variación de las
reservas ‐4.515 3.582 5.243 8.819 3.530 13.099
168
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