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EL CONTROL CONSTITUCIONAL

De lo dicho, surge una lógica conclusión: el control constitucional es el instituto sistémico destinado
a buscar, del modo más eficaz, el cumplimiento cabal de la Constitución. De allí que se discuta a
quién le corresponde esa tarea y a través de qué instrumentos, sin que ello signifique que este
planteamiento instrumental del control se entienda como disociado de una teoría —como la que
plantea Aragón Reyes (2002, pp. 120-121) — que lo concibe como parte del concepto mismo de
Constitución13. En esta línea argumentativa, resulta clave lo que señala Diego Valadés, citado por
Canosa Usera (2013, p. 253): «por definición, controlar el poder es un acto de poder». En ese
sentido, es tautológico afirmar que controlar el cumplimiento de la Constitución es un acto de
poder.

III. Control concentrado


El texto constitucional peruano establece en su artículo 201 que el Tribunal Constitucional es el
órgano de control de control de la constitución[5], siendo considerado -en la práctica- como el
máximo intérprete de la misma debido a la intensa labor que viene desarrollando en la actualidad
dirimiendo controversias en las cuales estén en juegos derechos fundamentales o pronunciándose
sobre la constitucionalidad de normas legales de inferior rango como leyes ordinarias, decretos
legislativos, decretos, reglamentos, entre otros.[6]

Es así que su labor se ve precisada en el artículo siguiente donde se contempla que resuelve en
instancia única la acción de inconstitucionalidad, función que nos importa en el presente caso[7].
Debido a que la acción de inconstitucionalidad implica cuestionar seriamente la constitucionalidad
de una norma legal y su consecuente retiro del ordenamiento jurídico, la facultad para iniciar la
mencionada acción está limitada por la propia Constitución, es decir, sólo podrán hacerlo los
facultados por la Carta misma[8]. El Tribunal no actúa de oficio a manera de vigilante de la
constitucionalidad, sólo actúa cuando los órganos y sujetos expresamente indicados en el artículo
203 de la Constitución inician un proceso ante este órgano colegiado.

El Tribunal Constitucional emite una sentencia, la cual no tiene efectos retroactivos, lo cual supone
que los efectos generados por la norma son válidos en el período de tiempo que estuvo vigente,
desde su publicación hasta la sentencia que declara su inconstitucionalidad. Dicha sentencia es
publicada en el Diario Oficial de la nación (en este caso el diario El Peruano), haciendo que la norma
quede sin efecto al día siguiente de la publicación. La excepción a la irretroactividad de las
sentencias del Tribunal Constitucional es lo referido a la materia tributaria. Según lo dispuesto por
el artículo 74 de la Carta fundamental[9], no surten efectos las normas tributarias dictadas en
violación de lo que establece dicho artículo. De esta manera, de acuerdo al artículo 81 del Código
Procesal Constitucional: “cuando se declare la inconstitucionalidad de normas tributarias por
violación del Artículo 74 de la Constitución, el Tribunal debe determinar de manera expresa en la
sentencia los efectos de su decisión en el tiempo. Asimismo, resuelve lo pertinente respecto de las
situaciones jurídicas producidas mientras estuvo en vigencia”. Es así que en materia tributaria, de
declararse la inconstitucionalidad de una norma, la retroactividad surge como una posibilidad.

De acuerdo a lo expresado, podemos concluir que el control concentrado está reconocido y


regulado por la misma Constitución Política del Perú. Adicionalmente, en el año 2004 se dictó una
ley que significó una codificación a las normas destinadas a iniciar procesos ante el Tribunal
Constitucional. La Ley 28237 o Código Procesal Constitucional contiene todo lo referente al aspecto
procesal (competencia, legitimidad, prescripción, etc.) de la justicia constitucional concentrada en
materia de garantías constitucionales, tanto las referidas a la defensa de los derechos
fundamentales como a la defensa del principio de supremacía constitucional.
IV. Control difuso
El texto constitucional peruano reconoce en su artículo 138 la segunda forma de control
constitucional, donde se señala que: “En todo proceso, de existir incompatibilidad entre una
norma constitucional y una norma legal, los jueces prefieren la primera. Igualmente, prefieren la
norma legal sobre toda otra norma de rango inferior”.

A diferencia del anterior sistema, este nos ofrece más acceso a la justicia constitucional debido a
que un ciudadano no estaría limitado por el artículo 203 de la Constitución. En este sentido, si un
particular inicia un proceso judicial y considera que una norma contraviene lo dispuesto en la
constitución, podrá solicitar que se inaplique la norma. De igual forma, el juez puede optar por
inaplicarla sin la solicitud de alguna de las partes, lo cual quiere decir que el control difuso en sede
judicial es a pedido de parte o de oficio.

El control difuso en sede judicial tiene su propio procedimiento debido a que las sentencias
expedidas por los jueces pueden ser elevadas en consulta para su respectiva observación ante la
Sala Constitucional y Social de la Corte Suprema para que se pronuncie sobre el tema. Todo esto se
encuentra contenido en la Ley Orgánica del Poder Judicial.[10]

Adicionalmente al control difuso en sede judicial, podría hablarse de control difuso en sede
administrativa de acuerdo a lo que dispuso el Tribunal Constitucional en la sentencia recaída en el
expediente No 3741-2004-AA/TC, que constituye un precedente de observancia obligatoria. En esta
sentencia, el Tribunal constitucional establece que si bien es cierto que la Administración Pública
está sometida al principio de legalidad, ésta tiene la facultad y el deber de preferir la Constitución e
inaplicar una disposición infraconstitucional que la vulnera manifiestamente. En este sentido, el
ejercicio del control administrativo difuso se realiza a pedido de parte y de oficio cuando se trate de
la aplicación de una disposición que vaya en contra de la interpretación que de ella haya realizado
el propio Tribunal Constitucional.[11]

El argumento ofrecido por el Tribunal Constitucional para sustentar la aplicación del control difuso
en sede administrativa (Tribunales administrativos u órganos colegiados que dirimen controversias)
se basa en la redacción del artículo 138 del texto constitucional. Dado que no existe una prohibición
explícita ni otra norma que disponga lo contrario, es razonable reconocer esta facultad a la
Administración Pública cuando ejerce función jurisdiccional dentro de su propio ámbito. Dicha
interpretación contribuye también a que el Tribunal Constitucional pueda también hacer uso del
control difuso cuando resuelve en última instancia procesos constitucionales (Hábeas Corpus,
amparo, entre otros).[12]

Podemos concluir que el control difuso en el Perú, al igual que el control concentrado, está
reconocido en la Constitución Política. Dado que su reconocimiento no establece prohibición
alguna, el Tribunal Constitucional, como máximo intérprete de la Constitución, estableció en el año
2006 que la Administración Pública tiene el deber de observar y cumplir lo dispuesto en la Carta
Magna. De esta forma, se reconoce también la aplicación del control difuso en sede administrativa.

V. Control legislativo
Este tipo de control de la constitucionalidad es distinto a los comentados anteriormente.
Ciertamente, este tipo constituye más un procedimiento o formalismo vinculado a la dación de
normas legales que a un tipo diseñado específicamente para analizar la constitucionalidad de una
norma.

Este procedimiento de control está recogido en los artículos 90 y 91 del Reglamento del Congreso
de la República donde se contemplan procedimientos de control sobre la legislación delegada
(cuando se trata de decretos legislativos) y sobre decretos de urgencia respectivamente.

Como bien sabemos, los decretos legislativos son una forma distinta de dictarse normas con rango
de ley. Lo característico de esta forma es que el propio Congreso de la República dicta una ley
autoritativa en donde establece un marco de delegación de facultades para el Poder Ejecutivo. Es
con dichas facultades determinadas por ley, que el Ejecutivo puede dictar normas con fuerza de ley
sobre materias que competen exclusivamente al Congreso de la República. De igual forma, la
constitución reconoce en su artículo 118 inciso 19 que es facultad del Presidente de la República el
dictar medidas extraordinarias, mediante Decretos de Urgencia (los cuales tienen fuerza de ley), en
materia económica y financiera cuando así lo requiera el interés nacional.

Ambas formas de dictar normas están subordinadas a que se dé cuenta al Congreso de la República
para su evaluación. Una vez realizado el informe por parte del Ejecutivo, éste es evaluado por la
Comisión de Constitución y Reglamento, la cual emitirá un dictamen o un informe al pleno sobre la
constitucionalidad de los mencionados decretos, sugiriendo su derogación o modificación por el
Congreso de la República.

Ciertamente, y a manera de comentario adicional, este tipo de control procedimental no es del todo
efectivo debido -en gran parte- al sistema de gobierno peruano y al parlamento mismo. Como bien
sabemos, son tres los sistemas de gobierno reconocidos en el Derecho Comparado: el régimen
presidencial, el parlamentario y el semipresidencial. Cada uno de ellos tiene sus especiales
características, encuentra su origen y funciona en determinadas realidades. En el Perú, si bien rige
un régimen presidencialista, este esta marcado de figuras propias de el régimen parlamentarista,
llegando a la conclusión que nuestro régimen es uno presidencial con rasgos de parlamentarismo.
A esto debemos añadir que nuestra la historia peruana enseña que el caudillismo y el militarismo
han marcado profundamente la cultura política peruana. En este sentido, si bien existen
instituciones como los ministros, el voto de confianza, voto de censura, refrendo ministerial, etc.,
no es un control determinante al poder presidencial. Un ejemplo sencillo de esto es el refrendo
presidencial ya que la oposición de un ministro no significa que el presidente vea impedido su actuar
pues puede destituir al ministro de turno y sustituirlo por uno que comparta su visión política.[13]

En resumen, el presidente de la República –en el Perú- tiene mucho poder, sumado a esto, está el
hecho de ser líder político de su partido. Otro ejemplo sencillo que contribuye a esto es la propia
Constitución Política vigente, debido a que en su capítulo IV donde regula lo respectivo al Poder
Ejecutivo, desarrollado en su articulado lo referido “sólo” al Presidente de la República.

Otro hecho importante es que en tiempos de elecciones, los partidos políticos buscan ganar escaños
a efectos de ser mayoría en el Congreso. Supongamos que el partido político del Presidente elegido
gana una gran cantidad de escaños, esto significará que el Presidente tendrá un respaldo en el
Congreso ya que sus colegas del partido apoyarán su visión política mediante la delegación de
facultades. Cabe la posibilidad que el panorama sea contradictorio y que el partido no gane muchos
escaños, de igual forma se buscará tener alianzas parlamentarias con el objetivo de apoyar al
Presidente.

Estadísticamente, se sabe que el Poder Ejecutivo es el que más legisla en el Perú, curiosamente esto
se da mediante Decretos Legislativos y Decretos de Urgencia. El monopolio legislativo del Congreso
ha dejado de ser tal, pasando a desempeñar una función de control en lugar de una legislativa.
Empero, teniendo en cuenta todo lo mencionado, no es posible hablar de un control en todo el
sentido de la palabra debido al enorme poder político que posee el Presidente de la República.
Hablar de control parlamentario o legislativo es utópico puesto que si se cuenta con el apoyo de
muchos congresistas, el mencionado control no prosperará. Sin embargo, jurídicamente hablando,
esto constituye una herramienta de control de la constitucionalidad más recogida en nuestro
ordenamiento, es una salida más plasmada en nuestras normas. Determinar su efectividad,
depende en el fondo, de la situación política que viva el país.
La soberanía es el poder absoluto de un Estado que emana del pueblo o de la voluntad general y
que se ejerce a través de las instituciones de dicho Estado sin influencias, mandatos o consignas de
otros estados, organizaciones o de cualquier elemento ajeno. Soberano significa tener ese poder
absoluto de decisión perpétuo, supremo, sin límites, no divisible e imprescriptible.

Un Estado se dice soberano porque dicta leyes de acuerdo con la voluntad popular y para beneficio
de esa mayoría. Dichas disposiciones no pueden ser objetadas por otros, sean estados u
organizaciones internacionales, puesto que se entiende que ellas no violan la soberanía de otros
estados. El Estado dicta leyes en nombre de su pueblo para protegerlo, manteniendo invariable su
poder sobre el territorio que lo comprende y su independencia respecto de los demás.

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