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MEDIEVAL

Egica, el antepenúltimo Rey Godo


Egica, Reyes Godos 23/03/2018

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El partido de Chindasvinto, encabezado por Ervigio, había
triunfado y deshecho la obra de Wamba. Ervigio, temiendo la
revancha del bando rival, intentó poner a salvo a su familia
de las condenaciones lanzadas por el XIII Concilio Toledano,
pero aún con miedo y consciente de la poca protección que
proporcionaban los anatemas conciliares, buscó la
conciliación entre las dos familias rivales, casando a su hija
Cixilona con el magnate Egica, al que designó su sucesor la
víspera de su fallecimiento, no sin haberle hecho jurar antes
que protegería a su familia.
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Wamba no sobrevivió mucho a Ervigio, aunque sí lo
suficiente para ordenar a su sobrino Egica que se alejase de
la Reina Cixilona, hija de quien le traicionó. Egica convocó
el XV Concilio de Toledo en 688, al que solicitó con humildad
que le liberase del juramento que hizo a Ervigio de proteger
a su familia, pues al ser nombrado Rey, juró hacer justicia, y
los despojados por el anterior Monarca clamaban para que
se les devolvieran los honores y bienes de los que fueron
injustamente desposeídos.

Egica, el antepenúltimo Rey Godo


¿Cuál de los dos juramentos le ligaba con más fuerza? El
Concilio dictaminó que la justicia era el primer deber de los
Reyes y ante ella debían calmarse los intereses privados y
familiares. Egica, desligado del juramento hecho a Ervigio,
pudo vengarse de la familia de éste y de algunos nobles que
tomaron parte en la conjura contra Wamba. El
enfrentamiento entre los familiares de Chindasvinto y de
Wamba aceleró la descomposición de la Monarquía visigoda,
puesto que la facción triunfante sólo pensaba en aniquilar a
la contraria y en protegerse a sí misma ante la posibilidad
de un cambio dinástico.
Egica trató en vanó trató de desmontar el poder de los
nobles. En el 693 tuvo conocimiento de una conspiración
para asesinar a sus hijos, a él y a algunos de sus
principales. Sisberto, sucesor de Julián en la sede
metropolitana de Toledo a la muerte de éste, junto con otros
nobles, era el instigador de la trama. Al parecer, lograron
apoderarse de Toledo y acuñar moneda; una de éstas
llevaba el nombre de Suniefredo, con la intención de los
conspiradores de colocar a éste en el Trono, aunque la
revuelta pudo ser sofocada. Sisberto fue excomulgado,
desposeído de sus bienes y desterrado. Los demás
implicados sufrieron prisión y la confiscación de sus bienes.
Sería una época cuando Egica inició una brutal represión
contra la nobleza. Los bienes confiscados pasaron a su
propiedad, que en parte fueron entregados a sus familiares,
a la Iglesia o a personas que le eran fieles. De aquí deriva el
gran interés de Egica por obtener de los Concilios defensas
canónicas que salvaguardaran de sus enemigos los bienes
con los que acrecentó la fortuna de su familia.

Una epidemia de peste bubónica se declaró en la


Septimania, dejando tras de sí una estela de muerte y
desolación. La peste, mitigada en su virulencia, pasó a
España, que seguía padeciendo hambrunas a consecuencia
de las malas cosechas. A esta calamidad se le unió la
implacable persecución contra los judíos, a los que se les
acusaba de tramar una sublevación general contra la
Monarquía visigoda contando con la colaboración de sus
correligionarios del Norte de África. Esta información era
totalmente falsa y muy probablemente una invención de
Egica. Lo más probable es que los motivos de Egica
provinieran no tanto de su fanatismo religioso como de su
ambición personal. También hay que tener en cuenta los
motivos económicos, pues las monedas de oro acuñadas
durante los Reinados de Egica y Witiza eran de “oro pálido”
oelectrum, y más parecían de plata que de oro. De esta
manera Egica, con la aprobación de los Obispos, dispuso
que a todos los judíos no conversos les fueran confiscados
sus bienes, que fueran convertidos en esclavos y
dispersados por todo el territorio y entregados a personas
que se comprometieran a no dejarles practicar sus ritos.
Los hijos de los judíos que cumplieran los siete años eran
separados de sus padres y entregados a familias cristianas
para ser educados. Los judíos de la Septimania, debido a la
gran mortandad que la peste produjo en la población no
fueron incluidos en estas leyes.
Egica también intentó realzar el carácter sagrado de la
Monarquía poniendo de manifiesto su origen divino, como
paso necesario para poder intervenir en los asuntos
internos de la Iglesia y poner coto al latrocinio de algunos
Obispos. La Iglesia pagó a muy alto precio, viéndose
impotente ante el fruto de su propia obra, pues, habiendo
ayudado a la creación de un Estado artificial, se puso de
parte de la nobleza cuando ésta se rebeló contra la
Monarquía. Esta actitud acarreó a la Iglesia una importante
pérdida de autoridad moral.

Hay noticias confusas, transmitidas por la Crónica


de Alfonso III, del siglo IX, sobre tres expediciones contra
los francos, que terminaron fracasando. También nos han
llegado noticias del rechazo de un intento de desembarco
de la flota bizantina, que seguramente huiría de Cartago en
698 tras la toma de la ciudad por los árabes. La derrota que
sufrió la flota bizantina se debió a Teodomiro de Orihuela,
Gobernador de la zona, que tras la invasión islámica pactó
una especie de autonomía para su antiguo distrito
gubernativo.
Buscando fortalecer su posición personal y la de su familia,
Egica asoció al Trono a su hijo Witiza en el 694-695, pasando
éste a gobernar la Provincia de Galicia fijando su residencia
en Tuy. Una facción nobiliaria intrigó para poner en el Trono
a Teodofredo, al parecer hijo de Recesvinto. Egica tuvo
conocimiento de estos hechos y le hizo sacar los ojos,
incapacitándole para reinar. El ciego Teodofredo se retiró a
Córdoba con su hijo Rodrigo, que fue el último Rey visigodo.

La Iglesia, agradecida por las mercedes derramadas sobre


ella, dispuso que se ofrecieran misas diarias en todo el
Reino por la salvación y el bienestar del Rey y su familia.
Egica falleció en el 702, de muerte natural.
Autor: José Alberto Cepas Palanca para revistadehistoria.es

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