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LA NECESIDAD ESTÉTICA DE LA CIENCIA

Laura Daniela Valbuena Alvarado


Universidad Industrial de Santander
Facultad de Ciencias Humanas
Historia de la filosofía III: Moderna

Introducción

La estructura del presente trabajo tiene origen en las líneas históricas que muestran la ciencia,
hasta llegar al hilo conductor del problema del trabajo: la ausencia de la visión estética en las
ciencias. Como punto de partida, se hace necesario un recuento epistemológico-histórico de la
ciencia, a partir de la bifurcación de su historia, lo cual se acostumbra a pasar por alto. En segun-
da instancia, se hace una exposición y descripción de las problemáticas epistémicas a las que
reaccionó el romanticismo, específicamente, Schiller. Finalmente, el acápite final transita entre
una conclusión y una solución, se asemeja a un tipo de manifiesto contra la educación de la cien-
cia en la actualidad. En base a esto, el propósito es retomar ciertas posturas del romanticismo,
plasmadas en Las cartas para la educación estética del hombre, para critica el modelo de ciencia
actual .No obstante, el fin no es presentar una nueva forma de estetización del conocimiento –tal
como lo manifestó Hegel contra los románticos—sino, presentar el principio de educación estéti-
ca como parte fundamental en el camino hacia la razón, sin que por ello deba ser necesario.

En base a lo anterior, es menester aclarar ciertas implicaciones que se tomaron en consideración


a lo largo del trabajo. Inicialmente, la visión del problema comprende a las ciencias, pero, debido
a la super-especialización que ha sufrido el conocimiento en los últimos años, se hará desde las
llamadas ciencias de la naturaleza o más conocida como la física. De esta forma, se toman varias
de las implicaciones que trae el seguimiento del método científico en la actualidad, lo cual vierte
el problema hacia la forma que se enseña la educación científica.

Precisamente, son las Cartas para educación estética del hombre el manifiesto del alemán desde
las cuales se llega a la crítica hacia la ciencia en el sistema de contemplación de la naturaleza. En
otras palabras, la comprensión de la naturaleza, que en la actualidad es una mera predicción de
fenómenos, no da cuenta de la importancia de la sensibilidad. Por ello, las circunstancias que
envuelven las ambiciones del mundo científico se basan en el enfoque de la historia de las cien-
cias como una realidad sin valor.
Historia de las ciencias

Es preciso recordar que aunque la ciencia también tiene su categoría histórica, ésta se trata con el
mismo principio que se le concede a cualquier otra categoría: sin mayor interés social. No obs-
tante, de acuerdo a Nicol (1965), es posible diferenciarla desde dos concepciones:

Hay dos maneras básicas de concebir la historia de la ciencia. […] La primera es historia externa,
es una simple crónica de los descubrimientos que han ido acumulando e integrando con el tiempo
las ciencias particulares. En esta modalidad, el concepto de la ciencia suele permanecer implícito,
como supuesto cuya evidencia se da por descontada. Según este concepto, la ciencia es intempo-
ral, porque ella es la verdad; y como la verdad no es susceptible de evolución, el curso histórico
de la ciencia consiste solamente en una eliminación del error y en una progresiva ampliación del
campo. Cada ciencia particular tiene, pues, su propia crónica, independiente de las otras.
La segunda modalidad puede llamarse historia interna, porque se funda en el hecho de que la
ciencia misma es una realidad histórica; es decir, en ella se produce una transformación que no
está determinada por la sola denuncia de los errores. (p. 27)

A pesar de que la concepción histórica de Nicol es del siglo pasado, el panorama del conoci-
miento científico actual no se aleja mucho, por el contrario, ahora mismo se encuentran latentes
las observaciones de las teorías nacientes en el siglo XX. Claramente, el inicio de la contempo-
raneidad fue una época de revolución científica, no precisamente porque la ciencia se haya libe-
rado sus cadenas y resurja como el ave fénix, sino porque ahora es evidente el dominio científico
en el ámbito del conocimiento.

En base a lo anterior, es correcto conceder a la historia de las ciencias el primer enfoque dado
por Nicol, debido a que la Academia de las Ciencias quiere abarcar de manera absoluta la con-
cepción de la realidad: ―La historia de la ciencia ha demostrado que es conveniente concebir a la
ciencia de esta manera, porque aun las mejores teorías científicas han terminado por ser reempla-
zadas por otras a las que se las ha considerado más eficaces o abarcativas‖ (Klimovsky, p.131).

La piedra en el zapato del racionalismo

El boceto de la modernidad que plantea Schiller no difiere demasiado con los alcances epistemo-
lógicos más recientes. Por ello, los problemas en que se centra el alemán responden a la ambi-
ción moderna por la racionalidad humana, traducido en la ausencia de sensibilidad del hombre
ante la naturaleza. Ahora bien, el papel de la naturaleza en las ciencia actual es casi nulo y se
basa en un intento de adivinar su comportamiento, es decir, quien logre predecir su proceder, se
hace poseedor de la verdad1.

1
En este sentido, la ambición del hombre por ir delante de la naturaleza es la dominación a la que se refería Descar-
tes en su Discurso sobre el método: que el hombre pueda ser dueño de la naturaleza al poderla predecir.
Por tanto, en esta cruzada es donde se juega el regreso de la estética, pues como lo explica Schi-
ller (1969) con matices kantianos:

La naturaleza puede afectar nuestros órganos muy intensa y reiteradamente; mas toda su diversi-
dad se pierde para nosotros porque no buscamos en ella nada que no hayamos puesto, porque no
le permitimos moverse contra nosotros, sino que más bien actuamos contra ella con una razón que
se anticipa impacientemente. Viene luego uno, al cabo de siglos, que se aproxima a ella con sen-
tidos serenos, honrados y alerta, y que, por eso, choca con una cantidad de fenómenos que hemos
pasado por alto en nuestra prevención; entonces nos maravillamos de que tantos ojos no hayan
notado nada a plena luz. Esa presurosa tendencia de la armonía antes que se hayan reunido las no-
tas que deben integrarla, esa violenta usurpación del pensamiento en una esfera en que no debe
mandar incondicionalmente, es la causa de la esterilidad de tantas mentes pensadores para la labor
de la ciencia, y es difícil decidir si es la sensibilidad, que no toma forma alguna, o la razón, que
no espera contenido alguno, lo que ha perjudicado más la ampliación de nuestros conocimientos.
(p.81)

Así, la inquietud que manifiesta el romántico alemán responde al afán contemporáneo por antici-
parse al curso natural de los fenómenos. Con lo cual, surge un vaivén de teorías que explican la
naturaleza, con el único fin de lograr un modelo sin fallos que abarque todo tipo de fenómenos,
mas no ―le permitimos moverse contra nosotros‖.

En este sentido, ese carácter de contraposición a la naturaleza, que se rige bajo la norma de la
razón lógica, le da al hombre una visión histórica de la ciencia de tipo acumulativa (la misma que
se planteó desde Nicol, quien igualmente la propone como destructiva). De manera que, aquellos
cambios significativos en los modelos teóricos sobre la naturaleza, quiebran las líneas académi-
cas que determinan como válida una explicación predictiva que se satisfaga en la mayor cantidad
de fenómenos y ―entonces nos maravillamos de que tantos ojos no hayan notado nada a plena
luz‖. Situación análoga a la que describe Bunge (1982) desde academia de las ciencias:

Cuando, en la organización de un campo de las matemáticas, se emplea un nuevo concepto (como


los de conjunto, estructura, y función) puede que de ello se siga una reorganización interna y a la
vez global: la primera, en relación con teorías determinadas, la segunda con familias enteras (ca-
tegorías) de teorías. (p.30)

De otra forma, las juicios que reprocha Schiller hacia el racionalismo no se quedan en amones-
tas, sino que propone una alianza con la sensibilidad. Lo cual, no implica ceder ante el raciona-
lismo para encajar de alguna manera los principios pertenecientes a la estética en éste, o un mé-
todo de estetización de la racionalidad. Por el contrario, el sistema propuesto por Schiller man-
tiene en su unicidad a las dos partes –racionalismo y sensibilidad—, al proponer en un punto de
unión entre ellas: la belleza. Así pues, la educación estética de Schiller postula la belleza como el
instrumento de disolución de los contrarios e instrucción en el camino de la educación estética.
Entonces, al ser la única herramienta capaz de unir las dicotomías, se muestra a totalidad cuando
concurre la destrucción de ese antagonismo.
La belleza como instrumento para la ciencia

Es preciso resaltar que, no es una instrumentalización de la belleza lo que se plantea, sino que se
hace preciso hablar desde el lenguaje científico para concurrir a un mismo punto, por ello se hace
menester clasificarla así aun cuando no deba ser tomada en la literalidad que requiere la analogía.
Por consiguiente, la noción de Schiller plantea:

(…) llamar a la belleza nuestra segunda creadora. Pues, aunque hace simplemente posible en no-
sotros la humanidad y deja a nuestro libre albedrío el cuidado de realizarla, tiene esto de común
con nuestra creadora originaría, la naturaleza, que solo nos dio igualmente la capacidad para la
humanidad, pero dejó el uso de la misma a la propia determinación nuestra de voluntad. (Schi-
ller, p.119)

Tal como Leibniz presentaba: la belleza es cuando se acaba, de aquí que el sentido de las obras
filosóficas en el sentido estético es estar inacabadas. Pero, por el contrario, el afán de cada una de
las teorías científica es lo absoluto, una gran teoría final o unificadora que explique todos los
fenómeno de la naturaleza. Ha de ser tan completa que el principio de falsabilidad, propuesto por
Popper, no ha de ser necesario. De aquí proviene el constante juicio de los epistemólogos sobre
las teorías que explican una mayor cantidad de fenómenos. En síntesis, la pretensión absolutista
de la ciencia ocasiona la pérdida de la belleza aun cuando:

La belleza se configura como sinónimo de verdad en un replanteamiento profundo de una hen-


díadis tradicional.
Para el pensamiento griego (y para toda la tradición posterior que a este respecto puede muy bien
ser calificada de «clásica») la belleza coincidía con la verdad porque, en cierto modo, la verdad
era la que producía la belleza; en cambio, para los románticos es la belleza la que produce la ver-
dad. La belleza no participa de la verdad, sino que es su artífice. (Eco, 2010, pp.312-313)

En efecto, ya que el afán científico moderno es la verdad, la propuesta de Schiller corrobora que
no es simplemente una manera de estetizar el conocimiento, sino que la estética es un camino
mucho más completo que la mera creación de hipótesis, juicio al que se niegan la mayoría de los
epistemólogos por ser el punto de encuentro entre la filosofía y la ciencia moderna, pero que da
los pilares para una coalición entre racionalismo y sensibilidad:

La creación de una hipótesis es un acto artístico, pero su puesta a prueba es un problema de lógi-
ca. Imaginar una hipótesis no es sinónimo de probarla y éste es un hecho que muchas veces olvi-
dan ciertos filósofos […] Por consiguiente, la imaginación y la capacidad de modelizar ocupan en
el método científico un terreno muchísimo más amplio que los métodos inductivos. (Klimovsky,
p. 133)

En suma, los métodos de creación en los que interviene la sensibilidad y capacidad propia del
científico, abarcan mucho más terreno del que los científicos se niegan a asumir: ―Es ahora la vía
estética la única transitable para una interpretación del sentido oculto de la naturaleza; y también
para su expresión‖ (Canterla, 1997, p.56). En conclusión, no se le concede un carácter negativo a
las nociones epistémicas o de teorías del conocimiento que rigen a la academia de las ciencias,
sino una tentativa de vislumbrar el problema que trae, puesto que la belleza resulta ser el perfecto
artífice de la verdad. Para finalizar, es clave recordar la segunda visión que hace Nicol de la his-
toria de la ciencia: ―la ciencia misma como una realidad histórica‖. Y, precisamente, es la vía
estética en la racionalidad la que permite congregar la academia de las ciencias más allá de un
simple método absolutista.

Referencias bibliográficas

Bunge, M. (1982). Filosofía de la física (Trad. José Luis García Molina). Barcelona, España:
Ariel.

Canterla, C. (1997). Naturaleza y símbolo en la estética romántica. Cuadernos de Ilustración y


Romanticismo, Universidad de Cádiz, Vol. 4, pp. 53-58.

Eco, H. (2010). Historia de la belleza (Trad. María Pons Irazazábal). Barcelona, España: Debol-
sillo.

Klimovsky, G. (1997). Las desventuras del conocimiento científico: Una introducción a la epis-
temología. Buenos Aires, Argentina: A-Z editora S.A.

Nicol, E. (1965). Los principios de la ciencia. México, D.F., México: Fondo de Cultura Econó-
mica.

Schiller, J. C. F., (1969). Cartas sobre la educación estética del hombre (Trad. Vicente Romano
García). Madrid, España: Aguilar, S.A. de Ediciones.

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