Artaud
The alternative to modern idea of subjectivity in the theatrical theory of
Antonin Artaud
Fernando Infante del Rosal
Departamento de Estética e Historia de la Filosofía.
Universidad de Sevilla
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La obra de Peter Weiss Marat-Sade (Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat representados
por el grupo teatral de la casa de salud de Charenton bajo la dirección del Señor de Sade), de 1963,
representante del llamado teatro-documento de esa década y dirigida por Peter Brook en 1964 –
llevada al cine por este último con guión de Adrian Mitchell en 1967–, se ha convertido en
símbolo de la integración (parcial) de los planteamientos de Artaud y Brecht.
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medio de solución histórica, sino una forma de recuperar al hombre por encima
de su cultura. Su valor no se reducía al de simple instrumento de restauración,
para Artaud el teatro era sobre todo la auténtica forma de existir en el mundo.
El teatro surgía como la nueva religión. En diferentes aspectos, las influencias
de Marx, Nietzsche y Freud son evidentes.
Artaud, tocado por una lucidez propia de su contexto, tomó el teatro
oriental, especialmente el balinés, como referente de la auténtica expresión
escénica. En la contraposición con el teatro occidental, este último aparecía
como un teatro del diálogo, del texto, que había perdido toda su fuerza física y
vital. La palabra misma, más allá de la escena, se había convertido en “un
callejón sin salida y un cementerio del espíritu”3. El lenguaje de la palabra en
Occidente había perdido su aspecto metafísico, por el que aparecía como una
fuerza activa, y había terminado trasluciendo sólo “ideas acabadas y muertas”;
por el contrario, el teatro balinés opera una alquimia mental que transforma el
estado espiritual en un gesto. Era necesario, pues, destruir el lenguaje para
alcanzar la vida, y eso era crear o recrear el teatro. Tal primacía del lenguaje
hablado se identificaba por otra parte con el factor psicológico como rasgo
determinante del teatro europeo: “El dominio del teatro, hay que decirlo, no es
psicológico, sino plástico y físico. Y no importa saber si el lenguaje físico del
teatro puede alcanzar los mismos objetivos psicológicos que el lenguaje de las
palabras, o si puede expresar tan bien como las palabras los sentimientos y las
pasiones; importa en cambio averiguar si en el dominio del pensamiento y la
inteligencia no hay actitudes que escapan al dominio de la palabra, y que los
gestos y todo el lenguaje del espacio alcanzan con mayor precisión. […] Todo
verdadero sentimiento es en realidad intraducible. Expresarlo es traicionarlo.
Pero traducirlo es disimularlo. La expresión verdadera oculta lo que manifiesta.
Opone el espíritu al vacío real de la naturaleza, y crea, como reacción, una
especie de lleno en el pensamiento. O, si se prefiere, en relación con la
manifestación-ilusión de la naturaleza, crea un vacío en el pensamiento. Todo
sentimiento poderoso produce en nosotros la idea del vacío. Y el lenguaje claro
que impide ese vacío impide asimismo la aparición de la poesía en el
pensamiento. Por eso una imagen, una alegoría, una figura que ocultan lo que
quisieran revelar significan más para el espíritu que las claridades de los
análisis de la palabra”4.
Para Artaud, en el teatro oriental también se produce identificación, pero una
identificación de carácter más físico, corporal y vital, no la identificación vacía
del teatro psicológico5; una identificación que es fomentada por un espacio
3
Artaud, A., El teatro y su doble, Barcelona, Edhasa, 1990, p. 55.
4
Ibíd., pp. 80-81.
5
«Artaud uses monologues as a means of informing audiences of the character's innermost
thoughts; also as a means of breaking audience-actor empathy. Count Cenci, for example, prays
at this juncture for the death of his sons, then begins to philosophize about the theatre and
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every day reality. In life, he declares, one speaks less and acts more; in the theatre, the opposite
is true. By breaking the usual spectator-actor rapport, Artaud shatters one illusion in order to
achieve an even greater sense of identification between actor and spectator a moment later».
Knapp, B. L., Antonin Artaud: Man of Vision, Athens, Ohio, Swallow Press, 1980, p. 116.
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Sobre este carácter gráfico escribían Derrida y Thévenin: «But to the extent that theater,
beyond signs, lines, and color, places at his disposition movement and words with all the
infinite modulations of the voice, of music and its rhythmical scansions, being far more
complete for him than any pictorial representation it meets all the requirements of the visual
arts. Which probably explains his apparent renunciation of drawing. Only apparent, because he
never ceased proposing for the spectator those various corporeal interweavings, those wavy
motions of forms and bright shapes of the fugitive and mobile tableaux which no sooner appear
than they disappear in the stage air, and whose fugacity and fragility compose their value».
Derrida, J. y Thévenin, P., The Secret Art of Antonin Artaud, trad. inglesa de. Mary Ann Caws,
Cambridge, MA, M.I.T. Press, 1998, p. 14.
7
Artaud, A., El teatro y su doble, op. cit., p. 75.
8
Ibíd., p. 87.
9
Ibíd., p. 116.
4
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10
Ibíd., p. 92.
11
Ibíd., p. 86.
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medicina china que sabe qué puntos debe punzar en el cuerpo humano para
regular las más sutiles funciones”12.
El espectador es sometido a violentas imágenes físicas que quebrantan su ser
y lo hipnotizan, arrastrándolo dentro de un torbellino de fuerzas superiores. El
espectador debe entrar inducido en un trance, como ante el baile giratorio e
infinito de los derviches. La merma de su situación psicológica se produce en
beneficio de una conciencia superior que lo une de forma mágica a las fuerzas
naturales. Y es el cuerpo –y las infravaloradas emociones sensibles– el camino
hacia esa identificación con las fuerzas vitales13. Ésta es la idea principal: la
identificación fomentada en el receptor debe ser fundamentalmente física, debe
resonar en todo su organismo, más allá de su capacidad emotiva, que es sólo
una parte de las acciones y afecciones del individuo. “La música –explica
Artaud con un sorprendente ejemplo– afecta a las serpientes no porque les
proporcione nociones espirituales, sino porque las serpientes son largas y se
enroscan largamente en la tierra, porque tocan la tierra con casi todos los
puntos del cuerpo, y porque las vibraciones musicales que se comunican a la
tierra las afectan como un masaje muy sutil y muy largo; y bien, propongo
tratar a los espectadores como trata el encantador a las serpientes, llevarlos por
medio del organismo a las nociones más sutiles”14. Las emociones sensibles
deben ser tratadas con más importancia que las emociones espirituales.
El público ha de abandonar su posición de voyeur, característica del teatro
psicológico, y ha de aparecer integrado en el espectáculo de las fuerzas puras.
De ahí que la escena y la sala deban fundirse y la representación deba
distribuirse a lo largo de los cuatro puntos cardinales, y tanto en la zona baja
como en las galerías superiores; no para incorporar al receptor a un mundo
fingido y borrado (no debe haber decorado como tal), “pues esta difusión de la
acción por un espacio inmenso, obligará a que la luz de una escena y las
distintas luces de una representación conmuevan tanto al público como a los
personajes”15. La ocupación de todo el espacio de la sala permite, como en la
tragedia griega, la recuperación de un espectador completo, frente al hombre
parcial y dividido del teatro burgués: “Y, así como no habrá sitio desocupado
en el espacio, tampoco habrá tregua ni vacío en la mente o la sensibilidad de
espectador. Es decir, que entre la vida y el teatro no habrá corte neto, ni
solución de continuidad”16. La identificación psicológica del antiguo teatro
12
Ibíd., pp. 89-90.
13
Marcuse escribía por esos mismos años –entre 1934 y 1938– contra la primacía de la razón
y el habla sobre los sentidos: «Detrás de la separación ontológica y gnoseológica entre el mundo
de los sentidos y el mundo de las ideas, entre sensibilidad y razón, entre lo necesario y lo bello
se oculta no sólo el rechazo, sino también, en alguna medida, la defensa de una reprobable
forma histórica de la existencia». “El carácter afirmativo de la cultura”, Cultura y sociedad,
Buenos Aires, Sur, 1970, p. 48.
14
Artaud, A., El teatro y su doble, op. cit., pp. 90-91
15
Ibíd., p. 110.
16
Ibíd., p. 143.
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extraía una parte del sujeto y lo anulaba como fuerza activa capaz de
transformarse y transformar el mundo. La identificación dividía al sujeto, lo
convertía en una pieza abstracta, excesivamente interiorizada, sin sentido en el
mundo, porque sólo tomaba de él una parte de sus emociones; desgajado de la
vida y sumido en la infructuosa dicotomía entre la realidad y la ficción,
contradicción inoperante y mortuoria. Para Artaud, el teatro psicológico no era
la negación absoluta del teatro, sino su perversión, y la identificación, la
perversión de la genuina idea de concentración 17. La identificación que
proponía era, por el contrario, una integración global del sujeto como un todo
en un juego de tensiones y acciones más generales, una participación más allá
del arte y de la cultura similar a las experiencias del totemismo 18. El Teatro de la
crueldad debía recuperar al hombre físico, al hombre que se desenvuelve en el
mundo, el que actúa también en el ámbito de la exterioridad, no sólo en el
inoperante espacio de los movimientos interiores de las pasiones.
Si Diderot reclamaba la importancia –y la suficiencia– de la exterioridad del
intérprete, Artaud la solicitaba igualmente para el espectador 19. La intención del
primero era colocar a la imaginación en el punto más alto y, para eso, debía
demostrar que no era la subjetividad de la vida cotidiana la que se ponía en
juego en el arte, que la emoción del arte y la emoción de la vida no se
diferenciaban por el grado de intensidad, sino que eran sustancialmente
distintas. A Artaud le mueve más la recuperación del hombre en su escisión
entre lo físico y lo espiritual y, para eso, es necesario usar lo sensible como
herramienta de destrucción20.
Para Artaud, el arte occidental ha impuesto el ideal de un espíritu separado
de la fuerza que sólo asiste a ella en una forma desinteresada y, por tanto,
perezosa: “A nuestra idea inerte y desinteresada del arte, una cultura auténtica
opone su concepción mágica y violentamente egoísta, es decir, interesada”21. La
identificación dramática del teatro psicológico responde a esa exigencia de un
arte que ha perdido su conexión con la autenticidad y la vida y que condena a
17
También Brecht concebía esa concentración como opuesta a la adherente identificación:
“para distraer a su espectador distraído, el teatro, primero, ha de concentrarle”. Brecht. B.,
Escritos sobre teatro, Barcelona, Alba, 2004, p. 66.
18
No obstante, hay quienes ven en determinados recursos usados por Artaud un juego
alternado de identificación y desidentificación: «Artaud uses monologues as a means of
informing audiences of the character's innermost thoughts; also as a means of breaking
audience-actor empathy. Count Cenci, for example, prays at this juncture for the death of his
sons, then begins to philosophize about the theatre and everyday reality. In life, he declares, one
speaks less and acts more; in the theatre, the opposite is true. By breaking the usual spectator-
actor rapport, Artaud shatters one illusion in order to achieve an even greater sense of
identification between actor and spectator a moment later». Knapp, B. L., Antonin Artaud: Man
of Vision, op. cit., p. 116.
19
Véase Diderot, D., La paradoja del comediante, Madrid, Ediciones del Dragón, 1986.
20
Sobre la idea de destrucción en sus primeros escritos trata el artículo de Kimberly
Jannarone "Exercises in Exorcism: The Paradoxes of Form in Artaud's Early Works", en French
Forum 29, no. 2, 2004.
21
Artaud, A., El teatro y su doble, op. cit. p. 12.
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la cultura a un panteón: “Lo que nos ha hecho perder la cultura es nuestra idea
occidental del arte y el provecho que de ella obtenemos. ¡Arte y cultura no
pueden ir de acuerdo, contrariamente al uso que de ellos se hace
universalmente!”22. Esta visión es simétricamente opuesta a la idea de Adorno
de “la caída del arte en la cultura”23.
Al igual que Brecht, Artaud no extirpa el divertimento del teatro como
muchas veces se ha entendido: el teatro debe entretener y debe emocionar, pero,
como las fiestas populares, a partir de una participación inmediata en el poder
transfigurador de la Naturaleza. El receptor debe ser arrastrado por una acción
colectiva, no individual, porque lo colectivo es más originario y auténtico; por
eso el espectáculo debe ser un espectáculo de masas, con preocupaciones de
masas, no de individuos. La diversión debe recuperar su dimensión colectiva
por encima del solipsismo de la ficción moderna, de la novela y el teatro
burgués. La fiesta debe desplazar a la ficción, la voluntad de acción de la fiesta a
la inactividad de lo fingido. El teatro ha de ser ilusionista como lo es el sueño,
no menos consistente para Artaud que lo que entendemos como realidad: “El
teatro sólo podrá ser nuevamente el mismo, ser un medio de auténtica ilusión,
cuando proporcione al espectador verdaderos precipitados de sueños, donde su
gusto por el crimen, sus obsesiones eróticas, su salvajismo, sus quimeras, su
sentido utópico de la vida y de las cosas y hasta su canibalismo desborden en
un plano no fingido e ilusorio, sino interior”24. Es decir, la ficción debe existir,
pero no esa ficción dramática y psicológica que mantiene al espectador en el
nivel de la ilusión, sino la que hace que su interior estalle y se integre en la
devastación de lo natural, la que fomenta su auténtica participación en el
mundo. En el fondo, Artaud dirige su crítica contra la catarsis homeopática de
Aristóteles, contra la liberación de las pasiones en un juego inocuo y terminal,
en un infecundo coït avec rien25.
El espectador no debe identificarse con los personajes, sino con el espectáculo
mismo, y esa identificación se produce porque el espectáculo es el que
interpreta –como lo hace un pianista– al receptor, el que sabe activar cada parte
de su corporalidad: “Para forjar otra vez la cadena, la cadena de un ritmo en
que el espectador busca en el espectáculo su propia realidad, es necesario
permitir que ese espectador se identifique con el espectáculo, y en cada
respiración, y en cada tiempo. No basta con que a ese espectador lo encadene la
magia del espectáculo; ésta no lo encadenará si no sabemos dónde apoderarnos
22
Ibíd., p. 11.
23
«El contenido –dice Adorno– puede arrastrar en su caída a lo que es más que él. El arte y
las obras de arte son caducos porque, no sólo en tanto que heterónomos y dependientes, sino
hasta en la formación de su autonomía (que ratifica el establecimiento social del espíritu aislado
por la división del trabajo), son no sólo arte, sino también algo ajeno, contrapunto del arte. Con
el propio concepto de arte está mezclado el fermento que lo suprime». Adorno, Th. W., Teoría
estética, Madrid, Akal, 2004, p. 13.
24
Artaud, A., El teatro y su doble, op. cit. p. 104.
25
Cfr. Jankélévitch, V., La Musique et l’Ineffable, París, Seuil, 1983.
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26
Artaud, A., El teatro y su doble, op. cit., p. 155.
27
Ibíd., p. 149.
28
Artaud concede la mayor importancia dentro de este trabajo físico del actor a la
respiración. Para él, la respiración está en relación inversa a la importancia de la expresión
exterior: cuanto más sobria la expresión, más profunda la respiración. En esto coincide con
Vigotsky, para quien todo movimiento y toda emoción tienen su respiración propia.
29
Ibíd., p. 140.
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