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Algunas reflexiones sobre la formación docente

La acción educativa por su propia naturaleza está en constante evolución. Las


condiciones de sus elementos constitutivos, sujetos, objeto, métodos; así como
las sociales, científicas, tecnológicas se caracterizan por el acelerado cambio.
Cada vez se requiere de más opciones educativas, de nuevas estrategias
pedagógicas, de métodos innovadores, para no correr el riesgo de educar para
un mundo que no existe más.

Los diversos problemas que conforman los procesos educativos en sus múltiples
aspectos académicos, sociales, políticos, (rezagos, desequilibrios, inequidades,
obsolescencias etc.), exigen constante análisis y reflexión, constituyen serias
dificultades a confrontar. Aún falta superar la desvinculación teórica-práctica,
docencia-investigación, objeto-método; contexto del aula-contexto social; etc., el
sujeto de la educación, como protagonista del acontecer educativo necesita ser
estudiado inter y multidisciplinariamente para su mejor comprensión como sujeto
autoeducable.

En el contexto de la educación veracruzana, hay muchos problemas que superar


en lo concerniente a la formación y actualización de docentes. El
cuestionamiento a la actividad docente es fuerte.

En el contexto descrito, la formación del maestro constituye una de los temas


más discutidos. Diversos proyectos se desarrollan. En esta ocasión no nos
referiremos a ellos, como tampoco a la formación en general. Quisiéramos
reflexionar especialmente sobre la formación epistemológico-teórica.

Hace varios años ya, Bunge señalaba en su texto La Ciencia, su método y su


filosofía la carencia de una formación epistemológica en las universidades de
Latinoamérica. El núcleo fundamental del conocimiento era la transmisión del
saber, la acumulación informativa. No se confrontaba la cotidiana realidad desde
una perspectiva de cambio y transformación, salvo en los malogrados proyectos
de izquierda. Hoy se hace imprescindible dinamizar la capacidad pensante, de
apertura, de objetivación del propio sujeto, de repensar su saber, su realidad.

Se requiere superar la pasividad intelectual, el conformismo mental, el no querer


arriesgarse a pensar; el vencer la “inercia mental”, aún en contra de los
mecanismos establecidos por el sistema para mantener este statu quo.

Se hace necesaria una formación que ubique al sujeto ante su propia realidad
humana y social para confrontarla y actuar sobre ella con imaginación y
compromiso.

La formación teórica implica aproximarse críticamente al conocimiento


producido, manejar las diversas teorías, las corrientes de pensamiento, los
paradigmas, etc., que posibiliten el nivel de explicación, de comprensión de los
hechos, de los fenómenos, de la realidad. Es relacionarse con los corpus teóricos
y ser conscientes de su lógica de construcción y direccionalidad. Esto implica
volver a la filosofía y a la gnoseología.

Cuando surge esta conciencia que supone trascender el conocimiento


acumulado para escalar las rutas de la duda, de la interrogación, de la
problematización, del imaginar, del crear, se abre el espacio epistemológico, el
cual constituye un modo diferente de conocer la realidad en devenir. Desde su
carácter histórico emerge una significativa forma de abordarla, con posibilidades
de encontrar y generar proyectos viables que la transformen y respondan a sus
específicas incógnitas. Es el zarpar a lo utópico para enfrentar el futuro.

Por ello, debemos rechazar el abandono de la filosofía, y la consecuente


transformación de la epistemología en “metodología de la investigación”.

En el ámbito educativo, particularmente en docencia, la formación epistémico-


teórica significaría no quedarse aprisionado en los conceptos y teorías
conocidos, o permanecer en el nivel descriptivo, explicativo. El reto es confrontar
el complejo fenómeno educativo desde su específico entorno histórico-social,
con base teórica, pero a su vez, desde una perspectiva de problematización, de
reconstrucción, en la cual entra en juego la capacidad de pensar, imaginar, crear.

Se necesita reflexionar, profundizar en las condiciones específicas de los


procesos educativos en México y particularmente en Veracruz. Y en función de
dichas condiciones repensar el proceso educativo, su sentido, su función social
para ir construyendo programas, estrategias, métodos y tecnologías novedosas
que contribuyan a mejorar nuestra educación y por ende, nuestra sociedad. La
educación no es un fin en sí mismo, es (o debe ser) un instrumento de
transformación social.

La formación epistemológico-teórica que posibilite al docente trascender las


fronteras del conocimiento adquirido para insertarse en la vía de lo desconocido,
supone un contundente compromiso personal-social con la realidad, con el
propio desarrollo, con el de los estudiantes, con nuestra historia y con el futuro
de nuestros hijos.

Compromiso que se genera y se sustenta:

a) En el conocimiento profundo, articulado, de nuestra realidad humana, social,


educativa para contribuir en su cambio y transformación; realidad
intrínsecamente cambiante, dinámica; por lo mismo que es inacabada.

b) En la razón crítica, que no se detiene, ni se espanta ante lo complejo, lo


impactante. No se limita a lo dado, a lo establecido. Interroga, cuestiona,
confronta. Se abre a todo discurso, sin soslayarlo. Razón que desarrolla el
intelecto al hacer inteligible el propio pensamiento, la propia realidad.

Habría que destacar en este tópico, la importancia de la reflexión, como núcleo


fundamental de la razón crítica. Si bien sabemos que la reflexión implica un
retorno consciente del sujeto (siempre grupal, no individual) sobre sí mismo,
sobre su pensamiento, su acción, su práctica; para el caso que nos ocupa, la
asumimos como el acucioso y penetrante análisis de la práctica educativa, del
propio quehacer académico, desde su carácter socio-histórico, para cambiarlos,
recrearlos. En este sentido, la reflexión es la base sustentante de la construcción
y reconstrucción del conocimiento.

Este enfoque es viable en tanto el sujeto cognoscente logre desprenderse de


prejuicios, de dogmatismo, de esquemas inflexibles. Un entorno que no
desmitifica no sirve, ni a la educación ni a la sociedad. Como decía Bachelard,
“la esencia misma de la reflexión es comprender que no se había comprendido”,
entendiendo que hay una política deliberada que fomenta la incomprensión.

c) En la “activación y creación”, orientadas a impulsar un abordaje crítico de todo.


Sería buscar nuevas formas de razonar los problemas educativos, que incidan
en una lógica de construcción-reconstrucción, de tránsito de lo teórico a lo
creativo, para generar nuevas configuraciones que dinamicen la práctica.

d) En los valores. El complejo proceso de formación está profundamente


atravesado por valores intelectuales, sociales, éticos. No podía estar ausente de
sentido y proyección axiológicos. El pensamiento se desarrolla con el ejercicio
de la reflexión, del análisis, de la crítica, del diálogo, proceso que forja las
actitudes de apertura, de flexibilidad, de pluralismo, de tolerancia, de respeto,
etc.

Esta formación exige disciplina, esfuerzo, dedicación, constancia, paciencia,


honestidad, etc., pero, sobre todo, crítica, valentía y desparpajo. La
desestabilización de las propias estructuras cognitivas es una condición para el
aprendizaje. No es fácil ni mucho menos, enfrentar la vida en serio y, por
consiguiente, de un modo crítico y vigilante en función de una lógica rigurosa y
de una argumentación clara y racional. Sin embargo, eso es lo que ahora
debemos hacer, más que en ninguna otra época histórica.

Todo esto, producirá muchas veces desconcierto, incomodidad, hasta angustia.


Generará conflictos en el yo, tensión, lucha con el propio pensar; puede ser un
proceso difícil, poco comprendido; y sin embargo, es necesario para generar
experiencias que ayuden en la formación de un docente comprometido; un
intelectual transformador: capaz de analizar intereses y contradicciones variados
dentro de la sociedad, hasta articular las posibilidades emancipatorias,
insertando la enseñanza y el aprendizaje directamente en la esfera política.

De este modo, los valores orientadores de los programas educativos tendrían


que traducirse en principios, procedimientos, prácticas con coherencia ética, la
cual se opone a todo intento de adoctrinamiento, de apariencia neutral, o de
infundados relativismos; así como a toda actitud de indiferencia, de conformismo,
ante una realidad cuya situación de injusticia social, de inequidad, son
desafiantes.

En este aspecto, asumimos los aportes de Freire, quien sustenta el diálogo como
la base esencial la acción didáctica. Y conceptuado no como una simple
conversación. Es un encuentro entre los sujetos cognoscentes para
problematizar en el caso de la educación, el quehacer académico, docente, la
práctica educativa, pedagógica, desde el escenario histórico, social, político, en
el que están inmersos y desde su articulación con los proyectos sociales amplios.

Debatir las adquisiciones científicas, tecnológicas, culturales; los contenidos


curriculares respectivos, los procedimientos, las técnicas que se utilizan. Indagar
la lógica, la intencionalidad ética desde las que han sido construidos; pero no
quedarse en ese nivel; ir más allá. Dejar a la mente, a la imaginación generar
sus creaciones.

Una actividad básica en el marco del diálogo desmitificador, consiste en la


elaboración de ensayos, de artículos, de diversos trabajos, con una exhaustiva
discusión y corrección de los mismos, por parte de los maestros; quienes
brindarán constante asesoría. Es uno de los ejercicios más beneficiosos y
efectivos para el desarrollo cognitivo

A nivel de contenido, para la formación epistemológico-teórica no podrían faltar


algunas disciplinas humanísticas: teoría social, filosofía de la educación, teoría
educativa, epistemología, política, ética; con el fin de proporcionar un acervo que
facilite el diálogo y la costumbre crítica.

Un aspecto sumamente importante en esta formación, es el referido a la práctica


de valores de cooperación, de solidaridad, de creatividad, de tolerancia, etc. para
afirmar y fortalecer el compromiso del docente como intelectual transformador.

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