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ANALIZANDO EL LEGALISMO

Por: Dr. Félix Muñoz

Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os


obligan a que os circuncidéis, solamente para no
padecer persecución a causa de la cruz de
Cristo. Porque ni aun los mismos que se circuncidan
guardan la ley; pero quieren que vosotros os
circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne - Gal 6:12-
13 (RVR).

Los judaizantes querían ser bien vistos en la carne consiguiendo un gran


grupo de seguidores. Podían hacerlo insistiendo en la circuncisión. La gente
está a menudo bien dispuesta a observar ritos y ceremonias, siempre que no se
les pida que cambien sus costumbres.

En la actualidad es cosa común conseguir grandes multitudes como


miembros de iglesias rebajando las normas. Pablo detecta la insinceridad de
esos falsos maestros, y los acusa de tratar de evitar la persecución a causa de
la cruz de Cristo. La cruz significa la condenación de la carne y de sus esfuerzos
por agradar a Dios. La cruz anuncia la muerte de la naturaleza carnal y de sus
más nobles esfuerzos. La cruz significa separación del mal.

Por ello, los hombres odian el glorioso mensaje de la cruz, y persiguen a


aquellos que lo predican. Los legalistas no estaban interesados en guardar la
ley. Lo que querían era una manera fácil de conseguir convertidos, de modo
que pudiesen gloriarse de una gran lista de seguidores. «Era un intento de
ganar a otros a aquello que estaba por sí mismo en quiebra; porque ni siquiera
los que estaban circuncidados podían guardar la ley».

Al terminar un estudio de Gálatas, se podría llegar a la conclusión de que


Pablo derrotó de tal manera a los maestros del legalismo que esta cuestión
debió dejar de perturbar a la iglesia para siempre. ¡La historia y la experiencia
demuestran lo contrario! El legalismo ha llegado a ser una parte tan importante
de la Cristiandad que la mayoría de sus componentes creen que realmente es
legítimo.

Sí, los legalistas siguen con nosotros. ¿De qué otra forma podemos llamar a
los profesos ministros de Cristo que enseñan, por ejemplo, que se necesita de
la confirmación, del bautismo o de la membrecía eclesial para la salvación; que
la ley es la regla de conducta del creyente; que somos salvos por la fe pero
preservados por las obras? ¿Qué es esto sino el judaísmo introducido en el
cristianismo, cuando se nos pide que aceptemos un sacerdocio de ordenación
humana con unas vestimentas distintivas, con edificios modelados en base del
templo, con sus altares tallados y elaborados rituales, y con un calendario
eclesial con su Cuaresma, sus fiestas y sus ayunos? ¿Y qué tenemos sino la
herejía de Galacia cuando se advierte a los creyentes acerca de que han de
guardar el sábado si han de salvarse al final? Los modernos
predicadores del legalismo están haciendo enormes penetraciones
entre los que profesan fe en Cristo, y por eso debería advertirse a cada
creyente contra tales enseñanzas, e instruirlo acerca de cómo
responder a las mismas.

Los profetas del sábado en general empiezan predicando el evangelio de la


salvación por la fe en Cristo. Usan amados himnos evangélicos para seducir a
los incautos, y parecen poner mucho énfasis en las Escrituras. Pero ante todo
ponen a sus seguidores bajo la Ley de Moisés, especialmente el mandamiento
acerca del sábado. (El sábado es el séptimo día de la semana).

¿Cómo osan hacer esto, a la luz de la clara enseñanza de Pablo de que el


cristiano ha muerto a la ley? ¿Cómo esquivan las claras declaraciones de
Gálatas? La respuesta es que hacen una acusada distinción entre la ley moral y
la ley ceremonial. La ley moral es los Diez Mandamientos. La ley ceremonial
cubre las otras reglas dadas por Dios, como las tocantes a alimentos impuros, a
la lepra, a las ofrendas a Dios, y así. La ley moral, dicen ellos, nunca ha sido
revocada. Es una expresión de la verdad eterna de Dios. Cometer idolatría,
asesinato o adulterio será siempre contrario a la ley de Dios. En cambio, la ley
ceremonial ha sido anulada en Cristo. Por ello, llegan a la conclusión de que
cuando Pablo enseña que el cristiano está muerto a la ley, se está refiriendo a
la ley ceremonial, y no a los Diez Mandamientos.

Por cuanto la ley moral sigue en vigor, los cristianos están obligados a
cumplirla, insisten ellos. Esto significa que han de guardar el sábado, que no
deben trabajar aquel día. Mantienen que uno de los papas de la Iglesia Católica
Romana ordenó el cambio de la observancia del sábado al domingo, en una
total violación de las Escrituras. Este razonamiento parece muy lógico y
atractivo. ¡Pero el rasgo que lo condena es que es totalmente contrario a
la palabra de Dios!

Observemos los siguientes puntos:


1. En 2 Corintios 3:7–11, los Diez Mandamientos son claramente declarados
como «lo que perece» (RVR) para el creyente en Cristo. En el versículo 7, la ley
es descrita como «el ministerio de muerte grabado con letras en piedras». Sólo
podía referirse a la ley moral, no a la ceremonial. Sólo los Diez Mandamientos
fueron grabados en piedras por el dedo de Dios (Éx. 31:18). En el versículo 11
leemos que el ministerio de muerte, aunque glorioso, perece. Nada podría ser
más decisivo que esto. El sábado no es vinculante para el cristiano.

2. A ningún gentil se le mandó jamás guardar el sábado. La ley fue dada sólo a
la nación de Israel (Éx. 31:13). Aunque Dios mismo reposó el séptimo día, no
mandó a nadie más que lo hiciese, hasta que dio la ley a los hijos de Israel.

3. Los cristianos no pasaron del sábado al primer día de la semana por ningún
decreto de ningún papa. Separamos el Día del Señor en una forma especial
para el culto y servicio porque el Señor Jesús resucitó de los muertos en aquel
día, como prueba de que la obra de la redención había sido consumada (Jn.
20:1). También era en aquel día que los primeros discípulos se reunían para
partir el pan, anunciando la muerte del Señor (Hch. 20:7), y fue el día señalado
por Dios para que los cristianos separasen sus ofrendas según el Señor les
hubiese prosperado (1 Co. 16:1, 2). Además, el Espíritu Santo fue enviado del
cielo en el primer día de la semana. Los cristianos no «guardan» el Día del
Señor como un medio para conseguir la santidad ni por temor al castigo; lo
separan por amante devoción a Aquel que se dio a Sí mismo por ellos.

4. Pablo no distingue entre la ley moral y la ceremonial. Más bien, insiste en


que la ley es una unidad total, y que hay una maldición sobre los que tratan de
alcanzar la justicia mediante ella, pero no llegan a cumplirla en su totalidad.

5. Nueve de los Diez Mandamientos son repetidos en el NT como instrucción


moral para los hijos de Dios. Tratan acerca de cosas que son inherentemente
buenas o malas. El único mandamiento que se omite es la ley del sábado. La
observancia de un día no es inherentemente buena o mala. No hay instrucción
alguna a los cristianos acerca de guardar el sábado. Al contrario, ¡la Escritura
afirma de manera inequívoca que el cristiano no puede ser condenado por no
guardarlo! (Col. 2:16).

6. La pena para observar el Sábado en el AT era la muerte (Éx. 35:2). Pero los
que insisten en que los creyentes guarden el sábado en la actualidad no aplican
la pena a los culpables. De este modo deshonran la ley y destruyen su
autoridad al no insistir en que se cumplan sus demandas. En realidad están
diciendo: «Ésta es la ley de Dios, pero no pasará nada si la quebrantas».

7. Cristo, no la ley, es la regla de vida del creyente. Deberíamos andar como Él


anduvo. Esta es una norma aún más alta que la que fue establecida por la ley
(Mt. 5:17–48). Somos capacitados para vivir vidas santas mediante el Espíritu
Santo. Queremos vivir vidas santas porque amamos a Cristo. La justicia exigida
por la ley es cumplida por los que no andan conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu (Ro. 8:4). Así, la enseñanza de que los creyentes han de guardar el
sábado es directamente contraria a la Escritura (Col. 2:16), y es sencillamente
«otro evangelio», sobre el que la palabra de Dios pronuncia una maldición (Gá.
1:7, 9).

¡Que cada uno reciba sabiduría de Dios para discernir la mala doctrina del
legalismo en cualquier manera en que pueda aparecer! Que nunca busquemos
la justificación ni la santificación por medio de ceremonias ni de esfuerzos
humanos, sino dependamos total y únicamente en el Señor para cada
necesidad. Recordemos siempre que el legalismo es un insulto a Dios porque
pone la sombra por la Realidad el ceremonialismo en lugar de Cristo.

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