Karl Marx
Es una de las figuras intelectuales más importantes del S XIX, y para entender su pensamiento
hay que tener presente por qué figuras fue influenciado. Fundamentalmente por Hegel. El
sistema filosófico hegeliano puede ser resumido diciendo que para Hegel, la realidad en sus
múltiples manifestaciones (política, artística, religiosa, filosófica) está presidida por lo que él
llama Razón o Espíritu Universal. Esta realidad está en un constate devenir, por lo que la única
manera de comprenderla es acudiendo a la historia, porque es a través del acontecer histórico
donde se manifiesta esa Razón Universal que dirige el mundo. Cómo podemos explicar ese
devenir. Puede ser entendido como un proceso dialéctico cuya base es la oposición y el
enfrentamiento. Por lo que la lucha entre contrarios es la base esencial de la realidad. Este
proceso dialéctico se desarrolla en tres momentos: el primero es el afirmativo, un segundo
momento negativo y un tercer momento de superación, en donde la lucha entre los contrarios
se supera con la reconciliación de los dos momentos anteriores en una realidad más perfecta.
Este tercer momento, a su vez, se convertirá en otro primer momento, iniciándose así, de
nuevo el proceso dialéctico. Marx forma parte de la izquierda hegeliana, que estaba
compuesto por una serie de pensadores como Feuerbach, que emprenden una reforma radical
del hegelianismo.
El hombre: para entender el pensamiento de Marx, hay que tener en cuenta su concepción
antropológica. Para Marx, el hombre es ante todo un ser que tiene una serie de necesidades
materiales al igual que otros animales, el hombre satisface estas necesidades transformando la
naturaleza a través del trabajo. A diferencia del animal, que no es consciente de su actividad
transformadora, el hombre al ser consciente de su actividad transformadora, puede dirigirla a
su voluntad. Por lo tanto, se puede decir que, más que por el pensamiento, lo que distingue al
hombre del animal en su relación con la naturaleza, es el trabajo. Esta actividad
transformadora de la naturaleza no la realiza el hombre en solitario sino junto con otros
hombres; es en sociedad como los hombres realizan su actividad transformadora. A todo esto
es a lo que Marx llama producción social de la vida. Lo que permite explicar el devenir de la
historia de la humanidad es la evolución de la manera como los hombres en sociedad van
produciendo los medios para satisfacer sus necesidades materiales; si en la historia hay fases o
etapas, es porque hay cambios en las maneras de conseguir los medios de subsistencia. Los
cambios profundos en la historia entonces, no tienen su raíz en cambios ideológicos, sino en
cambios económicos.
El concepto de modo de producción es uno de los fundamentales del materialismo. Puede ser
definido como la forma o manera como los hombres de una determinada época histórica
producen socialmente los medios de subsistencia. Es, además, lo que define y caracteriza
esencialmente a cada época histórica y lo que permite explicar el cambio o devenir histórico.
En efecto, si Marx habla de cinco etapas históricas es porque según él hay cinco modos de
producción distintos. Pues que es lo fundamental de cada etapa, Marx lo llama Estructura o
infraestructura económica de la sociedad. Un modo de producción se compone de dos partes:
las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Las primeras, la califica como
“los huesos y músculos de la producción”, son el elemento material y el elemento humano que
interviene en la producción de algo. El elemento material son los medios de producción: la
materia prima, las herramientas y técnicas utilizadas, el capital invertido; el elemento humano
es la fuerza de trabajo, es decir, la energía humana invertida en el proceso de producción. Las
relaciones sociales de producción son las relaciones económicas que se establecen entre los
hombres según la posición que ocupan en el proceso de producción. Son, básicamente, las
relaciones que se dan entre quienes detentan la propiedad de los medios de producción y
entre quienes solamente poseen su fuerza de trabajo. Según la posición que el hombre ocupe
en el proceso de producción pertenecerá a una clase social o a otra. Por lo que la clase social
entonces puede ser definida como el grupo de individuos que desarrollan un mismo papel o
función u ocupan una misma posición en el proceso de producción. Hay básicamente, dos
clases sociales: la clase social dominante, la burguesía, y la clase social dominada, el
proletariado. Las relaciones sociales de producción son las relaciones entre ambas clases, y se
caracterizan por ser relaciones de oposición, ya que tienen intereses contrapuestos, pues se
trata de clases antagónicas. Este es el origen de la lucha de clases.
¿Por qué entre en crisis y cambia un determinado modo de producción? La respuesta de Marx
sería: un determinado modo de producción se rompe cuando se produce un desajuste entre
sus dos elementos componentes, es decir, entre las fuerzas productivas y las relaciones
sociales de producción, cuando se produce un desarrollo de las fuerzas productivas debido al
progreso tecnológico y científico, produciéndose de esta manera una revolución social que
hace desaparecer el modo de producción existente para sustituirlo por otro más acorde con
ese desarrollo de las fuerzas productivas. Es decir, las trasformaciones en las fuerzas
productivas exigen también transformaciones en las relaciones sociales de producción, en la
organización social del trabajo, adaptándose a las primeras. Así es como entiende Marx el paso
de una época histórica a otra. La historia de la humanidad puede dividirse en cuatro épocas: 1.
La sociedad primitiva o asiática, se caracterizaba por la propiedad colectiva de los medios de
producción. 2. La sociedad antigua o esclavista, caracterizada por la división en clases sociales
entre hombres libres y esclavos. 3. La sociedad feudal, en la que se distinguía la clase de los
señores feudales y la de los siervos. 4. La sociedad burguesa o capitalista, en la que se
distinguían la clase de la burguesía y a del proletariado. 5. La sociedad comunista,
caracterizada por la posesión colectiva de los medios de producción. Se trata de una sociedad
sin clases. Con la llegada de la sociedad comunista, acaba la prehistoria de la humanidad y se
da inicio a la verdadera y autentica historia del hombre.
Según Marx, llegará un momento en el cual esas relaciones sociales conflictivas desemboquen
en una revolución social cuya finalidad es la destrucción del modo de producción capitalista.
Inmediatamente después de la revolución social protagonizada por el proletariado como
sujeto histórico se establecerá, antes de llegar a una sociedad comunista, una etapa histórica
de carácter provisional y transitorio llamada la dictadura del proletariado, en la cual el
proletariado se constituye en clase social dominante y controla todo el poder política haciendo
uso del estado para la expropiación de las riquezas de la burguesía y para finalmente, disolver
el estado. La dictadura del proletariado tiene como finalidad preparar la llegada de la sociedad
comunista, en la que no haya propiedad privada, y queden abolidas las clases sociales.
Manifiesto comunista
La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases.
Opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, lucha que
terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de
las clases en pugna. La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la
sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas
clases. Sin embargo, la época burguesa se distingue por haber simplificado las contradicciones
de clase, ya que toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos
enemigos, la burguesía y el proletariado.
Estos obreros son considerados como mercancía, por lo que están sujetos a las fluctuaciones
del mercado. Este se convierte en un apéndice de la máquina, se le exige operaciones sencillas,
por tanto, lo que cuesta un obrero se reduce a los menos de subsistencia indispensable para
vivir y perpetuar su linaje. El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Al principio
la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica, más
tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués individual que los
explota directamente, rompiendo e incendiando maquinas. En esta etapa, los obreros forman
una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. La industria en su
desarrollo, no sólo acrecienta el número de trabajadores, sino que los concentra en masas
considerables adquiriendo mayor conciencia de sí misma. Los obreros empiezan a formar
coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan
hasta formar asociaciones permanentes para choques eventuales. El verdadero resultado de
estas luchas no es el éxito inmediato, sino la union cada vez más fuerte y extensa entre ellos.
La burguesía es la que arrastra al movimiento político a los trabajadores, ya que vive en lucha
permanente y se ve forzada a apelar a su ayuda, de tal manera que proporciona ella misma los
elementos de su propia educación. Además, el progreso de la industria precipita a sus filas
capas enteras de la clase dominante, aportando así a la educación del proletariado.
Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de
desintegración de la clase dominante adquiere un carácter violento, en donde algunas
fracciones de esa clase se adhieren a la clase revolucionaria. La lucha del proletariado es en
primer lugar, nacional. Debe acabar con su propia burguesía. El primer paso de la revolución
obrera es la elevación del proletariado a clase dominante. El proletariado se valdrá de su
dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital. Esto no
podría cumplirse más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las
relaciones de producción. Mediante la revolución se convierte así en clase dominante y como
tal, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, las condiciones para la existencia
del antagonismo de clase y las clases, por lo tanto, su propia dominación como clase.
Surgiendo así una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición
del libre desenvolvimiento de todos.
Shapin
La revolución científica
Introducción
La Revolución Científica nunca existió, y este libro trata de ella. Hace algún tiempo los
historiadores anunciaron la existencia real de un acontecimiento coherente, turbulento y
culminante que, esencialmente e irrevocablemente, cambió lo que se sabía del mundo natural
y la manera en que se conseguía el conocimiento correcto de ese mundo. Fue el momento en
que el mundo se hizo moderno y ocurrió en algún momento del período que va desde finales
del siglo XVI hasta comienzos del siglo XVIII. Esta concepción de la revolución científica se ha
hecho tradicional.
La organización básica de este libro del libro es la siguiente, los tres capítulos tratan
sucesivamente de lo que se conoce del mundo natural, de cómo se consiguió ese
conocimiento y de la cuestión de los propósitos a los que servía ese conocimiento. Qué, cómo
y para qué. Llamaré la atención especialmente sobre cuatro aspectos interrelacionados de los
cambios que tuvieron lugar en el conocimiento del mundo natural y en los medios de
conseguir dicho conocimiento. Primero, la mecanización de la naturaleza: el uso creciente de
metáforas mecánicas para interpretar fenómenos y procesos naturales; segundo, la
despersonalización del conocimiento de la naturaleza: la separación reciente entre los sujetos
humanos y los objetos naturales de conocimiento, que se manifiesta especialmente en la
distinción que se estableció entre la experiencia humana mundana y las concepciones de lo
que la naturaleza es realmente; tercero, el intento de mecanizar la construcción del
conocimiento mediante el control o eliminación de los efectos de las pasiones e intereses
humanos; y cuarto, la aspiraciones usar l conocimiento natural reformado resultante para
conseguir fines morales, sociales y políticos. Los dos primeros temas se introducen en el
capítulo 1; el tercero se aborda principalmente en los capítulos 2 y 3; y el cuarto se trata casi
exclusivamente en el capítulo 3.
Capítulo 1
Entre finales de 1610 y mediados de 1611, el filósofo natural y matemático italiano Galileo
Galilei apuntó el recientemente inventado telescopio al sol y observó unas manchas oscuras
que estaban aparentemente situadas en su superficie. Fue su interpretación particular de estas
manchas solares, lo que se consideró como un serio desafío a todo el edificio de la filosofía
natural tradicional transmitida desde Aristóteles, con las modificaciones de la Edad Media y el
Renacimiento. Las opiniones de Galileo sobre las manchas cuestionaron profundamente la
distinción aristotélica fundamental entre la física de los cielos y la de la tierra. El pensamiento
ortodoxo, consideraba que la naturaleza y los principios físicos de los cuerpos celestes diferían
en carácter de los que prevalecían en la tierra. La tierra, y la región que se extendía entre la
tierra y la luna, estaban sometidas a procesos de cambio y corrupción. Pero el sol, las estrellas
y los planetas obedecían a principios físicos muy diferentes, no había cambio ni imperfección,
se movían continuamente en círculo ya que era el más perfecto. Dentro de este marco, era
inconcebible que el sol pudiera tener manchas o imperfecciones. En la época, esta
argumentación se identificó como una nueva manera de pensar acerca del mundo natural y
acerca de cómo se debería conseguir un conocimiento fiable de dicho mundo. Galileo estaba
adoptando una postura contraria a la creencia tradicionalmente aceptada acerca de la
estructura fundamental de la naturaleza, y que la doctrina ortodoxa no se debería dar por
supuesta en el razonamiento físico, sino que se debería someter a los descubrimientos de la
observación fiable y el razonamiento matemáticamente disciplinado. Galileo pensaba que no
existían dos tipos de conocimiento de la naturaleza, sino un único conocimiento universal.
Además, la semejanza entre cuerpos celestes y terrestres implicaba que el estudio de las
propiedades y movimientos de los cuerpos terrestres ordinarios podían proporcionar un
conocimiento universal de la naturaleza. Los filósofos naturales modernos sostenían, además,
que los efectos terrestres artificialmente producidos por los seres humanos podían servir
legítimamente como símbolos de las características de los objetos naturales.
En 1620, el filósofo inglés Sir Francis Bacon publicó un texto titulado “La gran restauración”. El
titulo mismo prometía una renovación de la autoridad antigua, mientras que el frontispicio es
una de las más vívidas afirmaciones iconográficas del nuevo optimismo que existía acerca de
las posibilidades y la extensión del conocimiento científico. Un barco que representa el
conocimiento cruza navegando las Columnas de Hércules: el estrecho de Gibraltar, que solía
simbolizar los límites del conocimiento humano. Bacon explicó más tarde que el mundo
moderno había asistido la realización de la profecía bíblica, cuando “la exploración del mundo
mediante la navegación y el comercio, y el progreso de la ciencia, se producirá en la misma
época”. La renovación del conocimiento de la naturaleza siguió a la ampliación del mundo
natural aún desconocido.
Muchas de las investigaciones físicas y astronómicas que Galileo emprendió a comienzos del
siglo XVII tenían el propósito de prestar credibilidad a un nuevo modelo físico del cosmos que
el canónigo polaco Nicolás Copérnico había publicado en 1543. Hasta mediados del siglo XVI,
en el Occidente latino, ningún estudioso había cuestionado seria y sistemáticamente el sistema
de Claudio Ptolomeo, en el cual la tierra inmóvil está situada en el centro y los planetas, así
como la Luna y el sol, son transportados, mediante esferas físicamente reales, en órbitas
circulares alrededor de la Tierra. Más allá estaba la esfera que transportaba las estrellas fijas y
después la esfera cuya rotación causaba el movimiento circular de todo el sistema celeste. El
sistema geocéntrico de Ptolomeo incorporaba ideas griegas acerca de la naturaleza de la
materia. Cada uno de los cuatro elementos, tenía su lugar natural y cuando estaba en ese lugar
permanecía en reposo. Los cuerpos celestes están hechos de un quinto elemento, que es una
clase de materia incorruptible, sometida a principios físicos diferentes. Así pues, el cosmos
gira alrededor de la Tierra y, en este sentido, la cosmología precopernicana es literalmente
antropocéntrica. Cada uno de los elementos tenía un movimiento natural. Los cuerpos se
mueven naturalmente para realizar sus naturalezas, para transformar lo potencia en actual,
por lo que la física tradicional tenía un carácter antropomórfico, ya que el carácter básico de
las categorías que se utilizaba para explicar el movimiento era apreciablemente similar al de
las que se utilizaban para explicar el movimiento de los humanos. Por esta razón, se puede
considerar, de manera general, que las ideas tradicionales de la materia son animistas, en la
medida que atribuyen características propias del alma a los procesos naturales.
Los filósofos naturales que, a finales del XVI y XVII, abrazaron y desarrollaron las ideas de
Copérnico, atacaron los aspectos fundamentales del antropocentrismo. La tierra ya no estaba
en el centro del universo, se convirtió simplemente en uno de los planetas que giraban
alrededor del sol. Si el sentido común atestiguaba la estabilidad de la tierra, la nueva
astronomía hablaba de un doble movimiento de ésta, diario alrededor de su eje y anual
alrededor del sol, que ahora permanecía estático. En este sentido, se consideraba que la
experiencia común era solo una apariencia, por lo que se necesitaba una física que, yendo más
allá del sentido común, pudiera explicar por qué ocurría lo mismo en una tierra en
movimiento.
La máquina natural
El marco teórico que los filósofos naturales modernos preferían, era uno que hacía de las
características de la máquina el modelo explícito de la naturaleza. La idea misma de interpretar
la naturaleza como si fuera una máquina y de utilizar el conocimiento derivado de las
máquinas para interpretar la estructura física de la naturaleza, equivalía a una violación de una
de las distinciones más básicas de la filosofía aristotélica. Se trata del contraste entre lo natural
y lo artificial. En el siglo XVII estaba muy extendida la convicción de que los humanos sólo
pueden conocer con seguridad lo que ellos mismos construyen con sus manos o modelan con
su mente. De todos los instrumentos mecánicos cuyas características pueden servir como
modelo del mundo natural, el reloj es el que más atrajo a muchos filósofos naturales de
comienzos de la edad moderna. Practicar la filosofía mecánica suponía, por consiguiente,
separarse radicalmente de los que atribuían finalidad, intención o sensibilidad a las entidades
naturales.
Los problemas planteados por los fenómenos de las bombas aspirantes constituyeron un
punto central en la distinción entre las filosofías de la naturaleza nuevas y viejas, mecanicistas
y aristotélicas. La explicación mecánica no atribuí a los fluidos nada parecido a una capacidad
de aborrecer, sino que con una simple equivalencia mecánica que está presente en la
naturaleza. Dentro de la bomba hay una columna de agua, fuera una columna de aire
atmosférico. La columna de agua alcanza su altura de reposo cuando su peso es igual al del
aire atmosférico que empuja contra su base. La idea misma de que el aire tiene peso es un
desafía a las creencias basadas en la noción de lugar natural.
Según Boyle, la filosofía mecánica sólo tenía dos grandes principios: materia y movimiento. No
había principios que fueran más primarios, más simples, amplios y comprensibles. Todos los
efectos naturales que concernían a una práctica correctamente concebida de la filosofía
natural se debían explicar mediante las propiedades irreductibles de la materia y sus estados
de movimiento: esto era lo que convertía la explicación de la naturaleza en algo semejante a la
de las máquinas. En el discurso sobre la materia y el movimiento no intervenía nada oculto. La
explicación mecánica de la naturaleza recibió entonces la forma, el tamaño, la disposición y el
movimiento de los constituyentes materiales de las cosas. Así Descartes prefería explicar
detalladamente cómo el tamaño, la forma, el movimiento y los modos de interacción de las
porciones imperceptibles de materia podían producir toda la diversidad de los efectos físico.
Los filósofos mecanicistas y los partidarios de la filosofía corpuscular se proponían dar una
explicación plausible de las propiedades observadas de los cuerpos (dulzor, frialdad, color,
etc.) pero pretendían hacerlo hablando de un reino de corpúsculos que no sólo no se podían
observar, sino que además carecían de esas propiedades. Dicha explicación refería a una
realidad última que tenía muchas propiedades que era cualitativamente diferentes de las que
se deban en la experiencia común. Es costumbre referirse a la distinción en cuestión como la
distinción entre cualidades primarias y secundarias. Las cualidades primarias son las que
realmente pertenecen al objeto en sí mismo, las secundarias como la rojez, dulzura etc., se
derivan de las primarias. Toda la diversidad de los objetos naturales que se experimentan se
deben explicar mediante las cualidades primitivas y mecánicamente simples que pertenecen
necesariamente a todos los cuerpos en tanto cuerpos.
Capítulo 2
La lectura del libro de la naturaleza
Los cuerpos tradicionales de conocimiento, así como las formas tradicionales de conseguir y
validar el conocimiento, no servían. Se los desacreditó y ridiculizó de tal modo que resultaron
tergiversados. Es así que como para Bacon las filosofías tradicionales eran inútiles por lo que
solo quedaba empezar todo de nuevo, análogamente a lo que pensaba Descartes. No
obstante, el cambio histórico no se produce así, sino que la mayoría de las revoluciones
introducen cambios que son menso drásticos de lo que ellas mismas proclaman. Es así como la
nueva astronomía de Copérnico preserva el supuesto aristotélico de la perfección del
movimiento circular. En realidad, muchos filósofos mecanicistas proclamaron su rechazo a la
vieja teleología pero, en realidad, en algunas de sus prácticas explicativas preservaban un
papel importante para las explicaciones en términos de finalidad. Por lo que podemos afirmar
que la revolución científica era solo parcialmente algo nuevo.
La constitución de la experiencia
Por tanto, la recomendación de los modernos era clara: adquiere la experiencia por ti mismo;
no prestes oídos a las palabras ni a la autoridad tradicional, sólo a las cosas. Pero ¿qué clase de
experiencia se debía buscar? ¿Cuál era la manera fiable de conseguirla? ¿Cuál era el
procedimiento adecuado para inferir generalizaciones acerca del orden natural? En estas
cuestiones la práctica de la filosofía natural moderna divergía de forma considerable. En la
filosofía natural escolástica, la experiencia se refería a un enunciado universal de hecho. Para
Aristóteles, los fenómenos naturales estaban dados: era enunciados que describían el
comportamiento de los objetos naturales y podían derivarse de diversas fuentes: la opinión
común o la de los expertos. La experiencia que intervenía en esta práctica raramente era una
experiencia especialmente adquirida o que se haya obtenido laboriosamente, su cualidad de
accesible y común era precisamente lo que requería esta tendencia filosófica. Esta preferencia
por la experiencia entendida como lo que ocurre en el mundo, constituyo un base importante
de la práctica de modernos como Galileo, Pascal, Descartes y Hobbes.
Por lo que a lo largo de todo el siglo XVII, las tradiciones aristotélicas de la filosofía natural, así
como las concepciones de la experiencia asociada con ellas, siguieron siendo vigorosas. Sin
embargo, muchos otros filósofos del siglo XVII, especialmente en Inglaterra, desarrollaron un
enfoque nuevo, y bastante diferente, de la experiencia y del papel que debía desempeñar en la
filosofía natural. Bacon esgrimió un argumento, que ejerció una poderosa influencia, según el
cual la condición de una filosofía natural adecuada es que tenga como fundamento una
historia natural laboriosamente complicada: un catálogo, compilación y cotejo de todos los
efectos que se pueden observar en la naturaleza. El registro de hechos relevante para la
historia natural debía contener varias clases: las entidades naturales, los efectos que ocurren
naturalmente, incluyendo los que se producen en el curso ordinario de la naturaleza como
productos artificiales del trabajo humano, como un ensayo experimental. Primero, la historia
natural (el registro de los efectos), luego la filosofía natural (el conocimiento fiable de la
estructura causal que produce dichos efectos en la naturaleza). Para que la experiencia
constituya los fundamente de una filosofía de la naturaleza verdadera y útil, tiene que ser una
experiencia específica, real y genuina. Consistía en reunir experiencia auténtica en cantidades
suficientes como para fundamentar las investigaciones del modo plausible de funcionamiento
de la naturaleza.
Los hechos empíricos debían ser enunciados no de lo que ocurre en la naturaleza sino de lo
que realmente ocurrió en la naturaleza. Precisamente porque se pretendía que el registro de
hechos proporcionara los fundamentos seguros de la filosofía natural, los hechos involucrados
no debían estar idealizados o coloreados por expectativas teóricas, sino que debían ser
establecidos y representados exactamente como se presentaban, por ejemplo, no se trataba
de describir cómo caen las piedras, sino cómo esta piedra, que tiene una forma y un tamaño
determinado, cayó un día determinado. El método lo era todo, era lo que hacía posible el
conocimiento del mundo natural, aunque las reglas del método variaran. Para Bacon, el
método procede desde el conocimiento acumulativo de particulares (hechos experimentales y
observacionales) al conocimiento causal y a las verdades generales; esto es, se trata de un
procedimiento inductivo y empíricamente fundamentado. Bacon proclamó que su método
inductivo representaba la inversión de la práctica natural filosófica. Este método de
razonamiento, que va desde principios generales establecidos a la explicación de particulares
se llama deducción. El progreso del conocimiento no dependía únicamente de que se
concediera a los sentidos un papel más importante, sino además de una cuidadosa corrección
de los sentidos por medio de la razón, quizá mediante el uso de instrumentos mecánicos y,
ciertamente, mediante procedimientos prácticos que permitieran evaluar la información que
proporcionaba la experiencia sensible. Para que la experiencia pudiera desempeñar su papel
de fundamento de una filosofía natural reformada y ordenada, debía ser controlada, vigilada y
disciplinada. En realidad, la relación que existe entre cualquier método y las prácticas
concretas en el siglo XVII es profundamente problemática, ya que no alcanzaron un éxito total
en sus propósitos. La metodología puede que haya sido calificada de un mito, pero los mitos
pueden ejercer funciones importantes.
Capítulo 3
Para que servía el conocimiento
Los filósofos naturales de comienzos de la edad moderna, como grupo estaban motivados en
parte por un deseo de producir y difundir el conocimiento verdadero. Sin embargo, si se
quiere abordar la cuestión de los cambios en la filosofía natural o explicar los diferentes
versiones de la misma, el motivo de la búsqueda de la verdad no sirve para nada. Es necesario
buscar los propósitos que distinguían un tipo de práctica de otro. En la mayoría de los casos,
las reformas prácticas y metodológicas iban destinadas a curar los males de la filosofía natural
y a rectificar su tristemente célebre desorden. Así, el primer propósito que debía cumplir una
reforma de la filosofía natural era la cura de su propio cuerpo.
Era frecuente atribuir la responsabilidad del carácter de disputa continua que tenía la filosofía
natural tradicional al papel dominante que tenía en ella los estudiosos que trabajaban en la
universidad y a los procedimientos tradicionalmente utilizados por los estudiosos para
establecer y justificar el conocimiento. Se veía a menudo al estudioso discutidor como una
figura ridícula e inútil para la sociedad civil.
Desde el período medieval hasta el siglo XVII incluido, muchos filósofos naturales,
probablemente la mayoría, era clérigos o trabajaban en instituciones controladas por la iglesia.
Sin embargo, a comienzos de la edad moderna se estaba desarrollando otras fuentes de apoyo
del conocimiento de la naturaleza y de interés en dicho conocimiento, las cuales estaban
relativamente desligadas de preocupaciones que fueran formalmente religiosas. Una corriente
estaba asociada con las cortes de los príncipes. En ellas los soberano ofrecían a los
matemáticos, astrónomos, etc., un apoyo que resultó ser vital para la estructura de varias
carreras científicas importantes. Por ejemplo, Galileo sabía muy bien lo valioso que era, para
sus mecenas florentinos y para su propia carrera, llamar a las lunas de Júpiter que acababa de
descubrir las estrellas mediceas, en honor a los Médicis, la familia gobernante de Toscana. La
astronomía podía proporcionar a los Médicis un poderoso conjunto nuevo de emblemas que
asociaran su autoridad con fuentes celestes y divinas. Además, desde la antigüedad, los
gobiernos siempre han sido muy conscientes de los posibles usos militares y económicos de las
ciencias matemáticas. La astronomía, que estuvo siempre asociada con las artes de la
navegación y el control político a largo plazo, adquirió una importancia aún mayor en la época
de la expansión europea en el Nuevo Mundo.
Los modernos de finales del siglo XX están acostumbrados a oír hablar de la inevitable
oposición entre ciencia y religión. En necesario matizar cuidadosamente o incluso rechazar la
idea de que los cambios en la filosofía natural que tuvieron lugar a comienzos de la edad
moderna, amenazaron la religión o estaban animados por impulsos irreligiosos. Al hablar de
los propósitos del cambiante conocimiento de la naturaleza que se produjo en el siglo XVII,
resulta obligado discutir cómo se utilizó para apoyar y difundir objetivos que, en términos
generales, se pueden considerar religiosos. La justificación de la nueva práctica mediante
proclamaciones de su utilidad para la religión fue, en todos los contextos europeos, un recurso
importante para conseguir legitimidad cultural. Esta era una época profundamente religiosa, y
las instituciones religiosas, en todos los países europeos, ejercían un poder enorme. Por lo que
ninguna tendencia cultural nueva que fuera considerada como una amenazada a la religión
podía abrigar la esperanza de institucionalizarse.
El carácter mecánico de la nueva filosofía es el que parece estar más seriamente reñido con la
creencia religiosa. Sin embargo, fue precisamente la concepción mecanicista de la naturaleza
la que generó algunos de los argumentos que resultaron más eficientes y persuasivos para
mostrar que la nueva práctica era la más fiel servidora a la religión. La metáfora mecánica,
además, planteaba cuestiones relativas a la evidencia aparente de la presencia de inteligencia
y propósito en la naturaleza. En este sentido, Boyle y Newton se oponían a una concepción
que consideraba a dios como el señor ausente del mundo, una deidad que había creado el
mundo y luego no intervenía en sus problemas. Sostenían que los milagros que se relataban en
el Antiguo Testamento implicaban la intercesión activa momentánea de Dios en el mundo, lo
que se llamaba, su providencia extraordinaria. Newton parecía ofrecer una prueba científica de
la intervención divina en la naturaleza. Sus cálculos mostraban que el sistema solar tenía una
tendencia que, en el transcurso del tiempo, le conduciría a la destrucción. Por lo que requería
reformas periódicas del orden del sistema solar. Sostenía que la existencia continuada del
sistema era una prueba de que dichas reformas ya se había ejecutado.
Javier Echeverría
La revolución tecnocientífica
Introducción
La revolución científica se inició en las últimas décadas del siglo XVI y se desarrolló a lo
largo del siglo XVII. Sus impulsores (Copérnico, Galileo, Descartes, Leibniz, etc.)
cambiaron radicalmente la concepción europea del mundo, rompiendo con los moldes
aristotélicos-escolásticos que habían predominado durante el medioevo. Y se produjo
en algunos países europeos (Italia, Holanda, Gran Bretaña, Francia, Alemania),
propagándose poco a poco al resto de Europa y al Norte de América. Afectó solo a
algunas disciplinas (astronomía, matemáticas, física, medicina). Posteriormente, la
matematización del conocimiento y la metodología experimental fueron llegando a las
demás ciencias. Para impulsar esta nueva filosofía natural, inspirada en el programa
baconiano, se crearon nuevas instituciones.
La primera revolución industrial se produjo en Gran Bretaña. La ciencia sólo tuvo una
influencia indirecta en el desarrollo industrial. Ambas revoluciones, la científica y la
industrial, han sido constitutivas de la Era Moderna. Durante la segunda revolución
industrial, la alianza entre la industria, la tecnología y la ciencia se consolidó en algunos
países, generando dos nuevas profesiones, la del científico y la del ingeniero. A lo largo
del siglo XIX la ciencia y la tecnología interactuaron estrechamente. Los científicos
comenzaron a mostrar que sus conocimientos podían ser muy útiles para la industria y
para la guerra. Los países que promovieron la colaboración entre la ciencia, la
tecnología y la industria, se convirtieron en grandes potencias a lo largo del siglo XIX.
Estas dos nuevas revoluciones no tiene su origen en Europa, sino en EEUU de América,
que han pasado a convertirse en una potencia hegemónica en todo el mundo, ya que
la tecnociencia es una condición de posibilidad de poder económico y militar, razón
por la cual los países más poderosos son los que tienen un alto nivel de desarrollo
tecnocientífico e informacional. La curiosidad y la búsqueda de conocimiento pudieron
estar en la base de la ciencia moderna. En cambio, la lucha por el poder es el motor de
la tecnociencia contemporánea. Y puesto que la ciencia ha cambiado, convirtiéndose
en tecnociencia, la filosofía de la ciencia ha de modificar considerablemente sus
planteamientos, deviniendo filosofía de la tecnociencia.
Capítulo 1
Ciencia, macrociencia y tecnociencias
Solla Price se interesó por el tamaño y la forma de la ciencia. Estudió la ciencia como a
una entidad mesurable, calculando el personal científico, los gastos a escala nacional e
internacional, etc. A dichas magnitudes se les llama actualmente indicadores del
desarrollo científico. Estos le permitieron afirmar que la ciencia había crecido
exponencialmente en tamaño durante el siglo XX, con respecto al número de
científicos, las publicaciones, las novedades y la financiación de la actividad científica.
Ese crecimiento vertiginoso le llevó a proponer la hipótesis de que la ciencia había
entrado en una nueva fase, la Gran Ciencia o macrociencia (Big Science). Por una parte,
existía la pequeña ciencia (siglos XVII, XVIII, XIX) y por otro la Gran Ciencia (siglo XX).
Ambas se distinguen por su ritmo de crecimiento, muy lento en el primer caso, muy
rápido en el segundo.
La noción de macrociencia había sido sugerida por Alvin Weinberg, quien había
propuesto un criterio económico para definirla: para que un proyecto sea considerado
como macrocientífico es preciso que su realización requiera una parte significativa del
producto interno bruto (PBI) de un país. Para Bruce Hevly, en cambio, los altos
presupuesto y los grandes instrumentos son indicadores del cambio pero la
macrociencia se caracteriza desde el principio por: a) la concentración de los recursos
en un número muy limitado de centros de investigación. B) la especialización de la
fuerza de trabajo en los laboratorios. c) el desarrollo de proyectos relevantes desde el
punto de vista social y político, que contribuyen a incrementar el poder militar, el
potencial industrial, la salud y el prestigio de un país. d) la relación entre ciencia y
tecnología ha tomado nuevas formas que han influido en la naturaleza de ambas. e) la
macrociencia requiere la interacción entre científicos, ingenieros y militares. Para
Robert Smith entre sus características principales está la politización, la
burocratización, el alto riesgo y la pérdida de autonomía. En resumen, todos
coinciden a la hora de usar el término macrociencia para aludir a una nueva etapa del
desarrollo de la ciencia, pero difieren a la hora de definirlo. A lo largo del siglo XX no
sólo han cambiado el tamaño y el ritmo de crecimiento de la ciencia, sino algo mucho
más profundo, a saber: la estructura de la actividad tecnocientífica. La caracterización
y los modelos cuantitativos son indicadores de dicho cambio, pero no son su causa. La
emergencia de la macrociencia implicó un cambio profundo en la práctica científica.
Por ello mantendremos también la tesis de que a lo largo del siglo XX se ha producido
una profunda revolución en la ciencia y la tecnología: una revolución tecnocientífica.
Tras la emergencia de la macrociencia, la progresiva empresarialización e
informatización de la actividad investigadora generó a su vez un nuevo cambio
cualitativo, que se ha manifestado sobre todo en el último cuarto del siglo XX. Por ello
diremos que la macrociencia fue un preludio de la tecnociencia, o si se quiere una fase
de transición. Filosóficamente hablando, el gran cambio experimentado por la ciencia
en el siglo XX se analiza mejor si hablamos de tecnociencia. Por esta razón
consideraremos a la macrociencia como la primera modalidad de tecnociencia.
Capítulo 2
Caracterización de la tecnociencia
Se caracteriza por: a) la financiación privada de la investigación. La macrociencia surgió
en EEUU en la época de la segunda Guerra Mundial y el principal factor que suscito su
emergencia fue una nueva política del Gobierno Federal, más intervencionista en
asuntos científicos. Esa política se mantuvo estable hasta la mitad de los años 60,
llegando a su apogeo con la administración Kennedy. A partir de ese momento, y
coincidiendo con el fracaso en la guerra de Vietnam, se produjo un profundo
movimiento de desconfianza hacia la ciencia por parte de la sociedad norteamericana,
que tuvo reflejo directo en los presupuestos públicos. La situación comenzó a cambiar
con la Presidencia Ford, pero sobre todo con la Administración Reagan. En los años 80
se estableció un nuevo contrato social con la ciencia, que puede ser considerado como
la base para la emergencia de la tecnociencia. Desde el punto de vista presupuestario,
se produjo un rápido crecimiento de la financiación privada en I+D. La prioridad
política pasó a ser el desarrollo tecnológico y la presencia de la iniciativa privada como
motor del mismo. A partir de los años 80 la financiación privada de I+D superó a la
pública, y desde entonces ha seguido crecimiento. Por lo tanto, diremos que la
tecnociencia propiamente dicha emerge en los 80 en EEUU y supuso una importante
reestructuración del sistema norteamericano de ciencia y tecnología. La Bolsa
comenzó a interesarse por invertir en ciencia y tecnología. Proliferaron pequeñas
empresas de I+D, sobre todo en el ámbito de las nuevas tecnologías (TIC.
Biotecnologías). Muchas de ellas recurrieron a entidades financieras de investigación,
que no estaban orientados únicamente a la investigación básica y el desarrollo
tecnológico, sino ante todo a la innovación. A partir de los 80, el tamaño de las
empresas de i+d, que habían pasado a ser de I+D+i, dejó de ser lo fundamental (I+D+i,
tiene que ver con tres sistemas de valores: epistémicos, técnicos y económicos, que
hacen referencia a la investigación, desarrollo e innovación). Lo importante era su
capacidad de innovación y penetración en el mercado de las nuevas tecnologías. La
mayoría de estas pequeñas empresas fueron absorbidas por las grandes
corporaciones. El tamaño de los proyectos, de los equipos e instrumentos no es
relevante en el caso de las empresas tecnocientíficas. Es una de las razones por las que
distinguimos entre macro y tecnociencia. Desde una perspectiva axiológica, cabe decir
que con la llegada de la tecnociencia los valores más característicos del capitalismo
entraron en el núcleo mismo de la actividad científico-tecnológica, ya que las empresas
de I+D+i no tenían como objetico la generación de conocimiento, sino la innovación
tecnológica y su capitalización en el mercado. Muchas empresas tecnocientíficas se
convirtieron en multinacionales, por lo que comenzaron a ser más sensibles a los
valores culturales, ecológicos y sociales, cuya adecuada satisfacción era necesaria para
lograr mayores cotas de penetración en los mercados internacionales. Así mismo
adquirieron gran peso los valores jurídicos, en la medida en que había que asegurar la
propiedad del conocimiento, la gestión de patentes y las licencias de uso de los
artefactos tecnológicos.
b) Mediación entre ciencia y tecnología. Las relaciones entre estas dos proceden de la
sociedad industrial y se vieron considerablemente reforzadas con la emergencia de la
macrociencia. En el caso de la tecnociencia, la interdependencia entre ciencia y
tecnología es prácticamente total. Si los tecnocientíficos pretenden producir nuevos
conocimientos y emprender acciones científicas para ello, dichas acciones son
literalmente inviables sin apoyo tecnológico. Se produce una simbiosis porque ambas
actividades se benefician entre ellas. Por ser tecnología, la tecnociencia no sólo busca
conocimientos verdaderos, sino también, conocimientos útiles. La tecnociencia
incorpora a su núcleo axiológico buena parte de los valores técnicos (utilidad,
eficiencia, eficacia, funcionalidad, aplicabilidad, etc.) y aunque sigue manteniendo los
valores epistémico, el segundo subsistema de valores tiene un peso tan considerable
como el primero. En la ciencia predominan los epistémicos, en la tecnociencia los
técnicos.
Tomas Kuhn
Las primeras etapas del desarrollo de la mayoría de las ciencias se han caracterizado
por una competencia continua entre algunos modos de ver la naturaleza. La
investigación efectiva difícilmente comienza antes de que la comunidad científica
considere haber obtenido respuestas firmes a preguntas como las siguientes: ¿Cuáles
son las entidades fundamentales de que se compone el universo? ¿Cómo interactúan
éstas entre sí y con los sentidos? ¿Qué preguntas se pueden plantear legítimamente
acerca de tales entidades y qué técnicas se pueden emplear para buscar soluciones? Al
menos en las ciencias maduras las respuestas a este tipo de preguntas se hallan
firmemente engastadas en la iniciación educativa que prepara y califica a los
estudiantes para practicar la profesión. Dichas respuestas llegan a atenazar
profundamente la mente de los científicos. El hecho de que lo hagan contribuye en
gran medida a explicar la peculiar eficiencia de la actividad investigadora normal. Al
examinar la ciencia normal en los capítulos 2, 3, 4, habremos de describir finalmente
esa investigación como un intento esforzado y entregado por forzar a la naturaleza a
entrar en los compartimientos conceptuales suministrados por la educación
profesional. Así, es frecuente que la ciencia normal suprime novedades fundamentales
por ser subversivas con el paradigma con la cual funciona. En ocasiones por ejemplo,
un problema normal, esto es, un problema que habría de resolverse mediante las
reglas y procedimientos conocidos, resiste el reiterado asalto de los miembros más
capaces, de manera que la ciencia normal se extravía una y otra vez, y cuando la
profesión ya no puede hurtarse durante más tiempo a las anomalías, entonces
comienza las investigaciones extraordinarias, que finalmente llevan a la profesión a un
nuevo conjunto compromisos, a una nueva base sobre la cual practicar la ciencia. Esto
se conoce como revolución científica, cuya naturaleza será analizada en los capítulos 9
y 10. Todas ellas exigieron el rechazo por parte de la comunidad de una teoría
científica en su día reverenciada en favor de otra incompatible con ella. Además de
transformar la imaginación científica como una transformación del mundo en el seno
del cual se lleva a cabo el trabajo científico. Para estas personas, la nueva teoría
entraña un cambio en las reglas que regían la práctica de la ciencia normal anterior,
por lo que resulta inevitable un cuestionamiento a todo el trabajo científico anterior.
Por esta razón nunca o rara vez se limita a ser un mero añadido a lo que ya se conocía,
pues su asimilación exige la reconstrucción de la teoría previa y la reevaluación de los
hechos anteriores, que rara vez lleva a cabo una sola persona y de la noche a la
mañana.
La ciencia normal significa la investigación basada firmemente en uno o más logros científicos
pasados, que la comunidad científica particular reconoce como el fundamento de su práctica
ulterior. Estos logros se recogen en los libros de textos científicos y sirven para definir los
problemas métodos legítimos de investigación para las sucesivas generaciones de científicos.
Eran capaces de hacer tales cosas porque compartían dos características: sus realizaciones
carecían de precedentes, siendo capaces de atraer a un grupo duradero de partidarios
alejándolos de los modos rivales de actividad científica, y segundo, eran o bastante abiertos
como para dejarle al grupo de profesionales de la ciencia todo tipo de problemas por resolver.
Me referiré con el término paradigma a los logros que comparten estas dos características.
Estos paradigmas preparan fundamentalmente al estudiante para convertirse en miembro de
la comunidad científica particular en la que habrá de trabajar más adelante. Puesto que en ella
se encuentra con personas que aprendieron los fundamentos de su campo con los mismos
modelos concretos, su práctica subsiguiente rara vez despertará discrepancias expresas sobre
cuestiones fundamentales. Dicho compromisos y consenso que produce, son prerrequisitos de
la ciencia normal. Sin embargo, puede haber un tipo de investigación científica sin paradigma,
pero la adquisición de un paradigma y del tipo de investigación más esotérico que éste permite
es un signo de maduración.
Un ejemplo del modo en que se desarrolla una ciencia antes de adquirir su primer paradigma
universalmente aceptado. No hay periodo alguno entre la remota antigüedad y el final del
siglo XVII que exhiba un punto de vista único, aceptado por todos, acerca de la naturaleza de la
luz. En lugar de ello, nos encontramos un diferente número de escuelas y subescuelas rivales.
Cada una de las escuelas correspondientes se apoyaba en su relación con alguna metafísica
concreta y todas ellas hacían hincapié en el conjunto particular de fenómenos ópticos que su
propia teoría explicaba mejor, distinguiéndolos como observaciones paradigmáticas. En
diferentes momentos todas estas escuelas hicieron contribuciones significativas al cuerpo de
conceptos, fenómenos y técnicas de los que Newton extrajo el primer paradigma de la óptica
física aceptando de manera casi uniforme. Al ser incapaz de dar por supuesto un cuerpo
común de creencias, cada autor de óptica física se veía obligado a construir de nuevo su campo
desde sus fundamentos, en ausencia de un conjunto normal de métodos o de fenómenos que
todo autor de óptica se viese obligado a emplear y explicar. La situación antes bosquejadas son
históricamente típicas. No es de extrañar, por tanto, que en los primeros estadios de
desarrollo de una ciencia, distintas personas describan e interpreten de modos diferentes el
mismo rango de fenómenos. Su desaparición está normalmente provocada por el triunfo de
una de las escuelas preparadigmáticas. El paradigma hizo la tarea mucho más efectiva porque
la confianza en que se hallaban en la vía correcta animó a los científicos a emprender tipos de
trabajo más precisos, esotéricos y costosos. Libres de la preocupación por todos y cada uno de
los fenómenos eléctricos, el grupo unido de los electricistas podría examinar con mucho más
detalle ciertos fenómenos selectos, volviendo más efectiva y eficaz la investigación.
Los paradigmas alcanzan su posición porque tienen más éxito que sus competidores a la hora
de resolver unos cuantos problemas que el grupo de científicos practicantes considera
urgente. El éxito de un paradigma en sus momentos iniciales consiste en gran medida en una
promesa de éxito. La ciencia normal consiste en la actualización de dicha promesa,
actualización que se logra extendiendo el conocimiento de aquellos hechos que el paradigma
exhibe como especialmente reveladores, aumentando la medida en que esos hechos encajan
con las predicciones del paradigma, así como articulando más aún el paradigma mismo. Dicha
empresa parece ser un intento de meter a la fuerza a la naturaleza en los compartimientos
prefabricados por el paradigma. Los objetivos de la ciencia normal no son la exigencia del
descubrimiento de nuevos fenómenos, y en realidad los que no encajan en esos
compartimentos frecuentemente ni siquiera se ven. Estas tres clases de problemas: la
determinación de los hechos significativos, el encaje de los hechos con la teoría y la
articulación de la teoría, agotan la producción bibliográfica de la ciencia normal. Por lo que los
problemas abordados incluso por los mejores científicos, caen usualmente en una de las tres
categorías bosquejadas.
Tal vez el rasgo más sorprendentes de los problemas de la investigación normal, sea en cuán
escasa medida pretenden producir novedades importantes, sean conceptualmente o
fenoménicas. Pero si el objetivo de la ciencia normal no son las novedades sustantivas
importantes, entonces ¿por qué se abordan tales problemas? Para los científicos al menos, los
resultados obtenidos en la investigación normal son significativos porque aumentan la
amplitud y la precisión con que se puede aplicar el paradigma. No obstante, esta respuesta no
explica el entusiasmo y devoción de los científicos en la investigación normal. Resolver un
problema de investigación normal exige la solución de todo tipo de rompecabezas complejos
tanto instrumentalmente como conceptualmente y matemáticos. Los rompecabezas
constituyen esa categoría especial de problemas que pueden servir para poner a prueba el
ingenia y la habilidad de dar con la solución. Un criterio para juzgar un rompecabezas es que
exista con seguridad una solución. Para contar como rompecabezas, un problema ha de
caracterizarse por más de una solución segura. Tienen que existir también reglas que limiten la
naturaleza de las soluciones aceptables y de los pasos mediante los que han de obtenerse. La
existencia de esta poderosa red de compromisos conceptuales, teóricos, instrumentales y
metodológicos es la fuente principal de la metáfora que relaciona la ciencia normal con la
resolución de rompecabezas, puesto que suministra reglas que dicen a quienes practican una
especialidad madura, cómo es el mundo y cómo es su ciencia, podrá concentrarse con
tranquilidad en los problemas esotéricos que para él definen estas reglas y conocimientos
existentes. Los paradigmas pueden ser previos, más coercitivos y más completos que cualquier
conjunto de reglas d investigación que se pudiera extraer de ellos. Los paradigmas podrían
determinar la ciencia normal sin la intervención de reglas detectables. Algunas de las razones
para creer que los paradigmas operan de estas maneras, se basa en la naturaleza de la
educación científica. Los científicos nunca aprenden conceptos, leyes y teorías por sí mismos,
en abstracto. Por el contrario se encuentran desde el principio en una unidad histórica y
pedagógicamente previa que las muestra en sus aplicaciones. Las reglas explicitas, cuando
existe, son normalmente algo común a un grupo científico muy amplio, cosa que no tiene por
qué ocurrir con los paradigmas. Por ejemplo, la comunidad formada por todos los físicos,
aprende hoy, las leyes de la mecánica cuántica y la mayoría de ellos emplean dichas leyes en
algún momento de su investigación o enseñanza. Sin embargo, no todos aprenden las mismas
aplicaciones de tales leyes.
Los rasgos comunes característicos de todos los descubrimientos de los que surgen nuevos
tipos de fenómenos incluyen: la conciencia previa de la anomalía. El surgimiento gradual y
simultaneo del reconocimiento tanto observacional como conceptual, y el consiguiente
cambio de categorías y procedimientos paradigmáticos acompañados frecuentemente por
alguna oposición. Existen pruebas de que estas mismas características forman parte incluso de
la naturaleza del propio proceso perceptivo. En un experimento psicológico Bruner Y Postman
pedían a los sujetos experimentales que identificaran una serie de cartas de la baraja tras una
exposición breve y controlada. Muchas de las cartas eran normales, pero algunas era
anómalas. Tras cada exposición se le preguntaba al sujeto qué había visto. Las cartas
anormales casi siempre se identificaban como normales. Sin ser conscientes de dificultad
alguna, se hacía encajar la carta inmediatamente en una de las categorías conceptuales
dispuestas por la experiencia anterior. Con un ligero aumento en la exposición a las cartas
anómalas, los sujetos comenzaron a dudar y a mostrar conciencia de la anomalía. Los sujetos
que fracasaron experimentaban a menudo una angustia aguda. En ocasiones también los
científicos se conducen de este modo. Este experimento ofrece un esquema simple del
proceso de descubrimiento científico. También en la ciencia la novedad surge contra un
trasfondo compuesto de expectativas, por lo que se tiende a experimentar lo previsto y usual.
No obstante, una mayor familiaridad produce la conciencia de que algo está mal. Esta
conciencia de anomalía inaugura un periodo en el que las categorías conceptuales se ajustan
hasta que lo inicialmente anómalo se convierta en lo previsto.
Crisis
Una vez asimilados los descubrimientos, los científicos fueron capaces de explicar un abanico
más amplio de fenómenos naturales o de explicar con mayor precisión algunos de los
fenómenos ya conocidos. Estas ganancias se consiguieron al precio de rechazar algunas
creencias o procedimientos previamente establecidos, a la vez que se sustituían esos
componentes del paradigma anterior por otros distintos. Una vez que ha alcanzado la
condición de paradigma, una teoría científica sólo se considera inválida si hay disponible un
candidato alternativo para ocupar ese lugar. La decisión de rechazar un paradigma conlleva
siempre simultáneamente la decisión de aceptar otro, y el juicio que lleva a tal decisión
entraña la comparación de ambos paradigmas con la naturaleza y entre sí.
Cuando, debido a alguna razón, se considera que una anomalía es algo más que otro
rompecabezas de la ciencia normal, ha comenzado la transición hacia la crisis y la ciencia
extraordinaria. La profesión comienza a considerar de manera más generalizada que la
anomalía e realmente tal. Un número creciente de las personas más eminentes del campo le
presta cada vez más atención. Si continua resistiéndose, cosa que usualmente no ocurre,
muchos de ellos llegarán a considerar su resolución como el objeto de su disciplina. Los
ataques anteriores al problema resistente habrán seguido muy al pie de la letra las reglas del
paradigma, pero con la persistente resistencia un número cada vez mayor de los ataques habrá
implicado algunas articulaciones pequeñas o no tan pequeñas del paradigma, por lo que hacen
cada vez más borrosas las reglas de la ciencia normal. Por lo que, toda crisis comienza con el
desdibujamiento de un paradigma y la consiguiente relajación de las normas de la
investigación normal. Además, toda crisis se cierra de tres maneras posibles. En ocasiones, la
ciencia normal termina demostrando ser capaz de manejar el problema que ha provocado la
crisis. En otras ocasiones, los científicos pueden llegar a la conclusión de que no se hallará una
solución en el estado actual de su campo, por lo que el problema se etiqueta y se archiva para
una futura generación con herramientas más desarrolladas. O bien, una crisis puede terminar
con el surgimiento de un nuevo candidato a paradigma y con la consiguiente batalla por su
aceptación. La transición de un paradigma en crisis a otro nuevo del que puede surgir una
nueva tradición de ciencia normal dista de ser un proceso acumulativo. Más bien, es una
reconstrucción del campo a partir de nuevos fundamentos, que cambia algunas de las
generalizaciones teóricas más elementales del campo, así como muchos de sus métodos y
aplicaciones ejemplares. Por lo que, una vez consumada la transición, la profesión habrá
cambiado su visión del campo, métodos y objetivos. Además, particularmente en periodos de
crisis manifiesta, los científicos se entregan al análisis filosófico como instrumento para
desbloquear los enigmas de su campo. Por el contrario, en general los científicos no precisan ni
desean ser filósofos. Casi siempre, las personas que han logrado estos inventos fundamentales
de un paradigma nuevo, o bien han sido muy jóvenes, o bien han llegado muy recientemente
al campo cuyo paradigma transforman. Se trata de personas que al estar escasamente
comprometidas por la práctica anterior con las reglas tradicionales de la ciencia normal, son
proclives a darse cuenta de que tales reglas ya no definen un juego que se pueda practicar. La
transición resultante es una revolución científica.
Cuando cambian los paradigmas, el propio mundo cambia con ellos, adoptan nuevos
instrumentos, miran a lugares nuevos. Se pone en evidencia entonces la contingencia de los
paradigmas y con ello, la de una visión de mundo particular. Lo que ve una persona depende
tanto de a qué mira como también de qué le ha enseñado a ver su propia experiencia visual y
conceptual.
El progreso
El término ciencia se limita a aquellos campos que progresan de manera obvia. Sólo durante
los periodos de ciencia normal el progreso parece obvio y seguro. El progreso científico no es
de un tipo diferente del progreso en otros terrenos, pero el hecho de que la mayor parte del
tiempo no haya escuelas rivales que pongan en tela de juicio los objetivos y normas de los
demás, hace mucho más fácil de ver el progreso de una comunidad científica normal. Así pues,
en su estado normal, una comunidad científica es un instrumento inmensamente eficiente
para resolver problemas o rompecabezas definidos por su paradigma. Además, el resultado de
resolver esos problemas ha de ser inevitablemente un progreso. Las revoluciones se cierran
con la victoria total de uno de los dos campos opuestos. Para ellos al menos, el resultado de la
revolución ha de ser el progreso. En la revolución científica entonces hay tanto pérdidas como
ganancias, y los científicos tienden a mostrar una peculiar ceguera hacia las primeras. Todo
este proceso puede haberse producido, tal como suponemos ahora que ocurrió con la
evolución biológica, sin recurso a una meta establecida, a una verdad científica fija y
permanente, de la que cada estadio del desarrollo del conocimiento científico constituye una
imagen mejor.