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“Sócrates enloquecido», le llamaba Platón. «Sócrates sincero», así debía haberle llamado.

Sócrates renunciando al
Bien, a las fórmulas y a la Ciudad, convertido al fin en psicólogo únicamente. Pero Sócrates -incluso sublime- es
aún convencional: permanece siendo maestro, modelo edificante. Sólo Diógenes no propone nada; el fondo de su
actitud y la esencia del cinismo, está determinado por un horror testicular del ridículo de ser hombre” 1

Sin más, he ahí que seleccioné un texto dedicado al cínico Diógenes de Sínope,

aquel gran griego, aquel gran perro bípedo, más humano que muchos. Y es que el texto de

Cioran me cautiva porque me parecía casi inimaginable que alguien como él, tan proclive a

desmontar toda convención y toda norma, fuera capaz de admirar a alguien. Claro,

Diógenes enamora por su desprecio por la vida y por las convenciones, por su negativa al

lujo y a la zalamería, por tratar a todos por igual y por todo lo escrito sobre él, ya sea

leyenda o no. Casi podría decirse que Diógenes era un anticipo de lo que sería Cioran, un

primer plato de pureza, es decir, de filosofía sin artificios y sin divagaciones engañosas.

Tanto Diógenes como Cioran son cirujanos del alma (o del espíritu, llamémosle de mil

formas), hombres que practicaron el nudismo filosófico, mostrándonos al hombre tal

como es, desnudo, sin ropajes, tan ridículo como pestilente, tan efímero como glorioso,

tan megalómano como… Y claro, para adentrarse en una filosofía que va a desnudarte,

que te va a desmontar por completo, se necesita una gran fortaleza, pues parece que no

todos están preparados para escuchar sin remilgos ni eufemismos la verdad que se

esconde tras el Hombre y tras uno mismo.

1
El «perro celestial, en Breviario de Podredumbre (Una Tormenta de Lucidez), de E. M. Cioran. Suma de
letras, S.L., enero de 2001, págs. 140-144. Traducción de Fernando Savater.

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