Una de las situaciones de los países subdesarrollados es la de una carrera trágica entre
crecimiento demográfico y progresión económica, resultan determinantes los
matrimonios precoces, la escasa frecuencia del celibato o el índice elevado de la
natalidad ilegítima, es decir, el conjunto de las costumbres matrimoniales y sexuales.
Actualmente, los índices de natalidad no disminuyen; y hasta en algunos casos
aumentan.
Los problemas del subempleo, no son mera consecuencia de los factores demográficos,
sin embargo es el trasfondo constituido por estos, que por falta de una política de
desarrollo global, el tiempo no puede sino darles una agudeza mayor. En las ciudades
surgen: el paro stricto sensu (trabajadores que han perdido su empleo), el subempleo
crónico (masa de los hombres que se presentan en vano en el mercado del trabajo), el
subempleo intermitente (trabajadores ocasionales) siendo las dos últimas características
de los países subdesarrollados, primera se presenta en ellos de modo más acentuado.
La mayoría de los hombres viven por debajo del nivel normal de subsistencia; no saben
a qué aplicar su fuerza de trabajo: una masa enorme queda sin emplearse o trabaja en
tareas inútiles. El rasgo más llamativo de las economías de los países subdesarrollados
es su fragilidad. Ya evocamos lo precario de su economía alimenticia. Pero es la
economía toda la que es muy vulnerable; primero las exportaciones están constituidas
casi exclusivamente por productos primarios (agrícolas o mineros) en número muy
reducido, en general uno o dos productos tan sólo, no representando los demás otra por
lo tanto o la economía está muy expuesta a las fluctuaciones de los precios mundiales.
Las economías de los países subdesarrollados están en gran parte orientadas desde el
exterior. Las potencias dominadoras justificaban este hecho en el siglo xix con la
concepción de una división internacional del trabajo, entre países productores de
materias primas — agrícolas o mineras — por una parte, y países productores de objetos
manufacturados por la otra.
El ingreso en el mundo del trabajo moderno (trátese de una empresa agrícola, de unas
obras de construcción o de una fábrica), significa ante todo la inserción en una red de
relaciones totalmente nuevas: salariado, remuneración monetaria. La dificultad de
adaptarse a ella se nos presenta a nosotros con unos contornos mucho más claros en el
ámbito del trabajo industrial. El salariado agrícola reviste formas más diversas a la vez
que más flexibles. Las remuneraciones en especie predominan a menudo en él sobre los
salarios propiamente dichos.
La mano de obra es, pues, esencialmente inestable. Cuándo se puede contar con una
mano de obra fija? Cuando los trabajadores ya no consideran que su empleo en la
industria es algo interino, cuando aceptan las exigencias de la colectividad que
representa la fábrica..., cuando el medio industrial les proporciona mejores
satisfacciones personales que el pueblo o la sociedad rural. A la inestabilidad de los
trabajadores responde su escasa especialización, la mediocridad de su calidad
profesional. Ambas realidades se condicionan recíprocamente.
La adaptación al trabajo puede ser la forma más rica y más libre de una adaptación a las
civilizaciones modernas. La formación profesional racional, organizada, constituye sin
duda el medio más humano, y más certero, de facilitar esta adaptación.
Los trabajadores que emigraron, al retornar a su pueblo, pasan por ricos, Y los
trabajadores que han hallado en la ciudad un empleo estable pasan por ser ricos
también.
En la mayoría de los países subdesarrollados, los cuadros, aun suponiendo que fueran de
buena calidad, eran numéricamente insuficientes; por eso la fuerza considerable que
constituía la mano de obra asalariada (y sobre todo la mano de obra temporal) se le iba a
menudo, como lo muestra la frecuencia de las huelgas incontroladas y de las huelgas
espontáneas.