Charles Tilly
El analista de las tecnologías Howard Rheinggold toma la aventura filipina como la precursora
de lo que ha llamado “Smart Mobs”: gente que es capaz de actuar coordinadamente sin
conocerse. Los teléfonos móviles y los mensajes de texto comenzaban a ser serias alternativas
a las telecomunicaciones de línea fija, especialmente donde la pobreza, la agitación política o
la propia geografía impiden la creación de una infraestructura estatal. Rheingold va más allá y
afirma que las “smart mobs” conectadas por mensajes de texto están quitando el
protagonismo a los movimientos sociales convencionales del siglo XX. Tilly afirma que los
movimientos sociales están cambiando durante el comienzo del siglo XXI, pero señala cuatro
advertencias importantes:
Globalización
Desde el comienzo, los activistas han respondido a los medios de comunicación. La radio y la
televisión jugaron un papel importante durante el s. XX.
Existencia de circuitos políticos: no sólo redes de conexión entre activistas políticos, sino la
completa combinación de fronteras, controles, negociaciones políticas, medios de
comunicación y relaciones significativas. Los movimientos sociales construyen, crean y
transforman los circuitos políticos. En este sentido, los medios de comunicación marcan la
diferencia porque cada medio, con sus propios métodos, refuerza algunas relaciones, facilita
otras que serían difíciles sino y excluye un buen número de otros posibles vínculos (efectos
selectivos importantes). En lugar de determinismo de las comunicaciones, encontramos
participantes políticos activamente implicados en innovación organizativa.
En el medio plazo, este importante aspecto de la globalización está haciendo el mundo más
desigual. Tilly destaca que los organizadores de movimientos sociales internacionales han
incorporado ampliamente las tecnologías de comunicación digital en sus actuaciones.
Lance Bennett afirma (sin decir que sean hechos consumados) que los medios de
comunicación digitales están cambiando el activismo internacional de diversas e importantes
formas, lo cual les hace más vulnerables a los problemas de coordinación, control y
responsabilidad:
Tilly apuesta más por permanecer escéptico frente a un simple determinismo tecnológico, de
igual forma que defiende la no atribución de todo cambio en los movimientos sociales del
s.XXI a la globalización: la coincidencia no muestra causalidad. Las conexiones internacionales
vinculan a gente que sigue actuando principalmente dentro de los límites nacionales y que
continúa tomando en serio a los gobiernos de esos países, de forma que los estados siguen
siendo importantes actores.
De vuelta a Filipinas
El uso de teléfonos móviles y sms no fue decisivo durante la campaña contra Estrada, el
contexto global de la movilización se parece en gran medida a los movimientos sociales
anteriores.
Según Tilly, las organizaciones y cabecillas políticos que se habían opuesto desde hacía
tiempo a Estrada jugaron un papel importante para movilizar la generalizada desafección
popular hacia Estrada en una campaña sostenida.
En el plano internacional
En buena parte del mundo, mientras tanto, los movimientos sociales se estaban
internacionalizando. En los dos siglos de historia de los movimientos sociales, tanto
demandantes como objetos de demanda se han desplazado de lo local a lo regional, de ahí a
lo nacional y, por último, a lo internacional (Tilly, 2004). La construcción de un “nosotros”
internacional se ha convertido en un rasgo cada vez más reconocible en los movimientos
sociales del siglo XXI.
Tilly señala el aumento de actuaciones geográficamente dispersas como una táctica de los
activistas internacionales.
Los resultados de Imig y Tarrow muestran que a finales del s.XX, en Europa, la mayoría de las
de las demandas de movimientos sociales continuaban ocurriendo dentro de las fronteras de
los estados, con demandas dirigidas fundamentalmente hacia objetos dentro del mismo
estado. Las redes internacionales como Jubileo 2000 terminaron fragmentándose.
Tilly señala que ni las “Smart Mobs” ni las redes más débiles gozan de la suficiente capacidad
para sostener una labor política en defensa de sus programas, como ha demostrado ser un
acompañante necesario de los repertorios de los movimientos sociales en siglos pasados.
La activista y analista Neera Chandhoke muestra su preocupación ante una triple amenaza:
que las ONGIs eludan la responsabilidad democrática en el mismo grado que la OMC o el FMI,
que las organizaciones y activistas del norte dominen la producción internacional de demandas
en detrimento de organizaciones y gente de países más pobres y peor conectados, y que la
división entre los políticos expertos y la gente común se acentúe.
Tilly finaliza reflexionando sobre una posible división de los movimientos sociales: en un lado,
viejos estilos de acción y organización que apoyan la participación política continua en los
núcleos de toma de decisiones; en el otro, muestras espectaculares pero temporales de
conexión mundial, en gran medida mediada por organizaciones y dirigentes especializados.