Lo poco que
sabemos de este lugar es que abunda el riesgo de sumergirnos en la
rayada. Yo encaro este riesgo con valor, pero sin dejar de considerarlo
como lo que es, y, por tanto, me mantendré alerta en todo momento por si
es preciso retirarse. Tú haz como veas. Fíjate que yo me he armado bien
contra el peligro: uso esta lengua ajena como yelmo; echo mano de la
cuerda-huida por si acaso. No deberías bajar aquí si no vas bien
equipado.
Por cierto, como está muy oscuro no te veo bien, pero si eres mi yo del
futuro, que está volviendo ya, no tienes permiso para reescribirme.
Puedes cambiar alguna palabra a tu regreso, pero mucho cuidado con
reorientarme, porque el andamio entero puede venirse abajo. Son cosas
del andamio. Lo digo porque yo mismo he corregido algún exceso de
referencias a videojuegos mientras venía, y no quiero que me hagas lo
mismo, porque al final se lía. En serio, no me reescribas.
Por otro lado, si no eres yo (de veras sigues aquí?), puede que te estés
preguntando qué es el andamio, o a qué me refiero exactamente. Vale, un
andamio es como un boceto del camino, con la intención de ser recorrido
más o menos en bruto. La gracia es que no sé donde voy a terminar
mientras voy hablando, así que puedo sorprenderme a mí mismo y no me
aburro – porque, en serio, si ya es aburrido hablar solo, imagínate
estar repitiendo algo que ya te sabes. Bueno, esa es la gracia para mí,
la gracia para ti es que te identificas con mis torpezas, te sientes
partícipe del momento y todo eso tan de este siglo. Como el trap, la
democratización del arte: “mola porque yo también podría hacerlo”. Es la
tumba de los reyes-filósofos – y yo, que pensaba que nunca iba a superar
el luto, me estoy calzando para bailar.