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COLECCIÓN Los unos

Biblioteca Nacional
COLECCIÓN Los RAROS

Biblioteca Nacional

La colección Los raros se propone interrogar los libros clásicos argen-

tinos que ban corrido la suerte de la lenta omisión que trae el tiempo

y el olvido de los hombres. Ser clásico es lo contrario que ser raro, es

su espejo invertido, su destino dado vuelta. Toda política editorial en

el espacio público busca volver lo raro a lo clásico y hacer que lo raro

no se pierda ni se abandone en la memoria atenta del presente.


Las descentradas

y otras piezas teatrales

Salvadora Medina Onrubia

Estudio preliminar de Josefina Delgado

B
B! BLIOTECA
NACIONAL

m
COU-IE COLECCIÓN LOS ¡unos N° 14
Medina Onrubia. Salvadora

Las descentradas y otras piezas teatrales/ Salvadora Medina

Onrubia ; con colaboración de: Josefina Delgado - 1a ed. -

Buenos Aires : Colihue : Biblioteca Nacional, 2007.

256 p. ; 21 x 13 cm. (Los raros)

ISBN 978-950-563-913-7

1. Teatro argentino l. Delgado. Josefina ll. Titulo


CDD A862

OOLEODIÓN Los unos

Biblioteca Nacional

Director de la Biblioteca Nacional: Horacio González

Subdirector dela Biblioteca Nacional: Elsa Barber

Coordinación de pubiicaoiones de lla Biblioteca Nadonai: Sebastián

Soolnirk

Coordinación de lla colección: Cecilia Calandria y Juana

Coordinación de producción y de diseño: Alberto Delorenzini

Corrección: Esteban Benndla

Composición y armado: Sara Alfaro

Fotografia ¡de tapa: Pardo

lDiseño de tapa: Equipo de diseño de 51aBiblioteca Nacional

© ’2007, ¿Biblioteca Nacional

Derechos cedidos ¡para esta edición

por Georgina :Pesapor

Agüero 2502 - Cl225EID

Ciudad Autónoma de Buenos Aires

bibnal@red.‘bibnal.edu.ar

www.bibnal.edu..ar

ISBN 978-950-563-913-7

Prohibida :su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital. en
forma idéntica. extractada o modificada. en castellano o en cualquler otro idioma. sin
autorización expresa de los editores.

IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED lN ARGENTINA

Queda hecho el depósito -.que marca la ley 11.723


ÍNDICE

Estudio preliminar, de Josefina Deigado _ . . . . . . . . . 9

La solución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .. 31

Las descentradas . . . . . . _ . . . . . .. 63

Primer acto . . . . . . . . . . . . 65

Segundo acto 99

Tercer acto 115

un hombre y- su! vida 1417

Primer acto . .. . .. 1502

acto 178:

Tercer acto 2’06


Estudio preliminar

Josefina Delgado

¿No hemos convenido, muchas veces en que somos dos mujeres

extraordinarias? Bueno. Las otras deshacen sus dolores con lágrimas.

Yo los deshago con palabras.

SALVADORA MEDINA ONRUBIA, Las descentradas

Empiezo a comprender a las mujeres de antes y alas de ahora.

Las del pasado, privadas de la palabra, mujeres que buscaban refugio

en mudas intuiciones, y las de ahora, entregadas a la acción,

mujeres que copian a los hombres.

ANAÏS NIN, Diaria

Nadie quiere hablar de ella. Salvadora es una historia que

perturba. Una mujer de pelo rojo, de ideas a contramano

que no condice con la imagen de la abuela convencional.

Porque si alguna vez no fue abuela ahora lo es. Treinta

años después de su muerte solamente es abuela. A Copi,

su nieto adorado, tampoco se lo acepta fácilmente. Sus

novelas y piezas teatrales son quizá demasiado provocati-

vas para el establisbment.

Salvadora marca un camino: la escritura, la militancia.

Perteneció a una generación que podría ser llamada “de

las modernas” Mujeres nacidas a partir de las dos últi-

mas décadas del siglo XIX, que recogieron la experiencia

de la vanguardia feminista, algunas hebras de textos

dispersos en los misales anarquistas, y se enrolaron en la

búsqueda de un camino personal. Compartieron la deci-

sión. de no ajustarse a lo que se esperaba de ellas, y eligie-

ron hacerlo a través del arte, la escritura o la militancia


10 Las descentradas y otras piezas teatrales

política. Y sobre todo, buscaron una identidad incues-

tionable. En América, Magda Portal, Blanca Luz Brun,

Victoria Ocampo, Alfonsina Storni, Salvadora Medina

Onrubia, Tina Modotti. Ésta última aunque nació en

Italia, se convirtió en una mexicana por elección, antes

de luchar en la guerra civil española. Sus pares, los varo-

nes, les dedicaron algunos homenajes. Como el poema

de Raúl González Tuñón a Blanca Luz, el de Neruda a

Tina Modotti, o el comentario de José Carlos Mariátegui

a Magda Portal.

Ella, la autora de estas piezas teatrales, se llamaba

Salvadora Medina Onrubia, como si fuera una señora

española de rodete y vestido negro de seda con el cuello

cerrado hasta arriba. Cuando busqué su fotografía para

conocerla, se me apareció, en cambio, con el pelo —sé

que es rojo- como una corola, casi como en las fotos de

las divas de Hollywood. Hermosa mujer, la foto parece

una pintura.

Y a partir de la foto busqué los datos de su vida privada,

un retrato algo más dibujado que aquel papel de madre

cruel por la cual se mata el hijo mayor. Repito: pocos

quieren hablar de ella. Roberto Tálice, el crítico teatral que

escribió en Crítica, la reverencia. En una entrevista perso-

nal y en su libro 300.000 ejemplares por minuto, probable-

mente todavía con la discreción que se le debe a la esposa

del dueño del diario donde uno trabaja. Y al reverenciarla

la despoja de su verdad.

Salvadora Medina no solamente escribió teatro, sino

que tuvo estrenos, temporadas exitosas, tradujo a otros

dramaturgos. Leyendo una de sus obras, Almafuerte, se

me parece increíblemente actual, con un lenguaje tan flui-

do como pocos lo encuentran ala hora de escribir teatro.

Trabaja muy bien el lenguaje entrecortado del monólogo


Estudio preliminar 11

interior, uno de los artificios más difíciles de lograr.

¿Por qué contar su vida, sacar otra vez a la luz estas pie-

zas teatrales olvidadas, algunas publicadas en las revistitas

de teatro de la época, otras editadas por ella misma, que

para eso era rica, la esposa de un millonario dueño del

diario más innovador del siglo-XX en la Argentina? Quizás

para rastrear en los bordes, otra vez, la pregunta de si el

género define el pensamiento, la conducta, la creatividad.

Contracara de un gran seductor, como lo fue Natalio

Botana, ella “le sigue los pasos” pero con la voz propia

de una mujer.

Otra vez: ¿Por qué contar la historia? Cuando lo pri-

vado se hace público, según Hannah Arendt, el espacio

de aparición de la polis es tal que le exige a cada uno que

demuestre un “coraje original”, que consienta “en actuar

y hablar”, abandonar el abrigo privado para exponerse a

los otros y, con ellos, “estar dispuesto a correr el riesgo de

la revelación ”'. La primera condición política de la “revela-

ción”: “manifestar quién soy y no lo que soy. (. . .) En suma,

se trata de una apreciación política, puesto que es en la

red de las relaciones humanas donde se definirá lo que se

sustrae a lo común, lo que es extraordinario”

La historia de Salvadora pertenece al orden de lo que

Arendt llama un ejemplo actuado, ejemplo en el sentido

kantiano: no un caso, que ilustra un concepto abstracto,

sino un individuo o un acontecimiento que suscitan la

imaginación.

Para Arendt, el ejemplo está en el persona-je de su libro

Rabel Varbagen, biografia de una mujer judía en la sociedad-ale-

mana del romanticismo. Lo que me interesó, dice Arendt, “fue

narrar retroactivamentela vida de Rahel tal como ella misma

hubiera podido narrarla” Y Arendt se hace una pregunta

clave. El pudor de las mujeres, ¿atenta contra la creatividad?


12 Las descentradas y otras piezas teatrales

La vida como tesis

Según Lily Sosa de Newton, en su Diccionario de mujeres,

Salvadora Medina Onrubia nació en La Plata, provincia

de Buenos Aires, el 23 de marzo de 1894. Estudió en el

Colegio Americano, fue maestra en Entre Ríos entre 1910

y 1913, y allí comenzó a actuar en el periodismo en el

Diario de Gualeguay y en las revistas Fray Moe/Jo y PBT de

Buenos Aires. En 1914 se instaló en Buenos Aires con su

hijo Pitón y estrenó el drama Almafuerte en el teatro Apolo.

Posteriormente estrenó La solución, Lo que estaba escrito,

Las descentradas y Un hombre y su vida. Desde 1946 hasta

1951 dirigió el diario Critica, fundado por su marido, el uru-

guayo Natalio Botana. Publicó, además, La rueca milagrosa

y El misal de mi yoga (poesías), El libro humilde y doliente y

El vaso intacto (cuentos), Akasba (novela) y Critica y su ver-

dad, defensa de su derecho a la propiedad del diario Critica.

Murió en Buenos Aires el 21 de julio de 1972.

En la vida de Salvadora todavía hay misterios. Misterios

que importan dentro de la concepción de una sociedad

pacata en la que se insertó como esposa de Natalio. Si el

padre se casó con Teresa o ésta fue la mujer extraconyugal.

Si‘Teresa trabajó en el circo “Brasitas de fuego” o fue sola-

mente una modosa maestra sin título que se ganó la vida en

la escuelita rural de Carbó. Por qué en Gualeguay decían,

según Emma Barrandeguy,‘ “esas no son señoras”, al

referirse a Salvadora y a su hermana Mane. Por qué nadie

habla del hermanito Medina que fue criado pOr Teresa.

Otros misterios: ¿realmente Salvadora le dijo a su hijo

Carlos Natalio que BOtana no era su padre? ¿Qué clase de

1 Emma Barrandeguy, Salvadora Medina Onrubia, Buenos Aires,


Vinciguerra, 1990.
Estudio preliminar 13

vínculo unía a Teresa con el coronel Falcón, asesinado por

Simón Radowitzky, cuyo indulto consiguió Salvadora luego

de varios años de intentarlo?

Y la pregunta principal: ¿quién fue realmente Salvadora?

¿la del pelo rojo en forma de corola? ¿la abuela de Copi, a

quien ella le dio el sobrenombre? Porque la familia la vio —-y

algunos la ven todavía- como a una señora de Rolls Royce y

tapado de marta cibelina que jugaba a ser anarquista. Pero

este jugar, ¿no tiene acaso que ver con el pudor? El juego,

¿no encierra el deseo de ser? ¿y cuál es el verdadero ser?

Nadie puede negar, a pesar de todas- las resistencias,

que Salvadora es el oponente de Natalio Botana, en una

situación triangular donde el deseo se constituye en lo que

hay que arrebatarle al otro. Tanto Natalio como Salvadora

sgn los respectivos mediadores del deseo. Y a la vez, los

propietarios del objeto. El modelo de Salvadora es Natalio,

la libertad, el saber siempre cómo actuar. Pero la relación

entre el sujeto y su modelo instala un sentimiento desga-

rrador, que llega a convertirse en odio. Solamente el ser

que nos impide satisfacer un deseo que él mismo nos ha

sugerido es realmen-te objeto de odio. Y la ambivalencia de

Natalio consiste. precisamente en eso: sugerirle a Salvadora

que puede convertirse en una mujer diferente, apoyar su

parte sin pudor, la de la creación, y luego cerrarle el cami-

no) convirtiéndola en una VEStal, cuidadora de la llama del

hogar, frustrada, asesina, reveladora de verdades que no

pueden ser dichas. Y castigarla cuando el hijo, que es el

hijo de otro, muere.

Pero si Salvadora es un texto, una construcción que

llega a través de otros (y de sus propios textos, versiones

de sí misma), el texto de su vida, armada de hebras de

realidad, sugiere una tesis que sus literaturas van a desar-

mar: como en la tragedia griega: cuando la mujer pierde


14 Las descentradas y otras piezas teatrales

el pudor y entra en la polis, el carácter de su revelación

es tan fuerte que desata las furias y las convierte en sus

enemigas. Si a Clitemnestra no se le perdona el crimen

ni siquiera como madre que venga la muerte de su hija,

a Salvadora, que aceptó un hijo sin padre, no se le va a

perdonar que use de su propia verdad para defender su

derecho sobre el hijo.

Y tampoco se le va a perdonar que abandone la casa para

ocuparse de los hijos de las otras: léase Simón Radowitzky

o América Scarfó. Me pregunto: ¿tramar dos fugas desde

el penal de Rawson, donde Simón se pudría desde 1910,

es jugar a la militancia? Vuelvo a preguntarme: ¿rechazar

el indulto del general Uriburu y llamarlo “fantoche con

bigotes”, todo esto desde la cárcel donde ni siquiera con

la manta de piel de una millonaria puede uno librarse del

frío, es jugar a la militancia? ¿Entregar la vida y la razón

al éter para librarse del dolor del hijo suicidado, es jugar

a la maternidad?

Entonces la tesis propuesta por la vida se agranda y

recuerda las palabras de Hamlet: Dinamarca es una cárcel.

La sociedad argentina que alberga a Salvadora es una

cárcel. La cárcel de barrotes lustrosos donde el prisionero

tien-e libertad para jugar a ser. Pero no demasiado fuerte el

juego. Más adelante se transformará en un campo de con-

centración, cuando en las orillas aparezcan los cadáveres

con las muñecas y los tobillos atados con alambre. Pero ya

no estará Salvadora.

Para su vida de militante hay textos suyos y de otros que

organizan el recuerdo.

Primer acto: la manifestación anarquista por la libertad

de sus amigos Barrera y Antelo. Es su debut como ora-

dora de masas, la primera vez que se atreverá una mujer

a treparse a un balconcito de hierro forjado y dirigirle la


Estudio preliminar 15

palabra a una multitud. En una vieja fotografía se la ve, con

una blusa blanca y el moño negro en el cuello, lo que ella

misma llamaría al referirse a sus compañeros, “los corbatas

voladoras”, es decir, los anarquistas. Era el 5 de febrero de

1914, y al día siguiente La Protesta publicó sus palabras

y la noticia de la incorporación de “la señorita Medina

Onrubia” a la redacción del diario. Botana le contestó

desde Critica atribuyendo a su inocencia la exposición de

su nombre en un diario “subversivo” y ella no se queda

atrás: le recuerda que si un periodista es leal a sus ideas no

debe retacear su pluma para defenderlas.

Los recuerdes de Emma Barrandeguy, su biógrafa,

son ciertamente recuerdos construidos sobre los relatos

de Salvadora, pero permiten entender matices; de todos

modos, ella oyó los relatos antes de que Salvadora escriba

sus recuerdos, pero a su vez escribe con una Salvadora

muerta más de quince años antes:

Por sus referencias conocía sus discursos de barricada cuan-

do tenía veinte años, su curación de heridos en la Semana

Trágica, su disparada de la Chacarita cuando la policía

cargó en el entierro de un famoso compañero. No..conseguía

unir aquella imagen con la que tenía siempre ante mis ojos.

Pero había sabido de labios de hombres del diario, como

Apolinario Barrera y Artacho, el modo cómo organizó la

fuga de Radowitzky (el asesino del coronel Falcón) del penal

de Ushuaia, cómo pidió y obtuvo su indulto de Irigoyen. Y

sabía que con Radowitzky se carteaba pues en mis manos

estaba toda la correspondencia. También si algún antiguo

compañero pedía algo del diario, Salvadora se empeñaba en

dar curso rápido a eSa solicitud. De su anarquismo a ultranza

hacía justamente mofa don Natalio, que sabía bien con qué

tipo de mujer se las había, pero como era hombre para amis-
16 Las descentradas y otras piezas teatrales

tad de hombres y no de mujeres -a las que utilizaba como

artículo de lujo-, no tenía mayores argumentos frente a esa

Salvadora que le hacía pareja...

Y la versión de Salvadora:

No se debe haber olvidado Buenos Aires de la Semana trá-

gica de enero del 19, cuando en una huelga de la fábrica de

Vasena, cargaron los “cosacos”, que eran la asesina caballería

montada de añamembuyses bravos que atropellaban a quien

podían, y en el lugar quedaron seis obreros muertos [escribi-

rá muchos años después, casi treinta, Salvadora].

Yo decidi hablar en ese entierro y los compañeros me

subieron sobre los ataúdes, que estaban amontonados.

Había llevado conmigo a mi hijo Carlos Natalio, “Pitón”,

porque quería que él se fuera enterando de lo que era la

lucha social. En ese momento cargaron los “cos-ecos" sobre

todos los que estábamos en ese acto de postrer homenaje

a nuestros muertos y Marotta me agarró de una pierna y

me tiró junto con él en la fosa que estaba abierta. Pasaron

los caballos sobre nuestras cabezas llenándonos de tierra.

No sé cómo Marotta pudo salir y sacarme de la fosa, pero

ya tranquilizados salimos a la calle donde no sé tampoco

cómo se consiguió un coche con el que fuimos a México

2070, ya nuestra sede en ese entonces. Mi hijo se me había

perdido en el tumulto y al llegar lo encontramos. ¿Quién

lo había llevado allí? Era Antonio de Tomasso. gran amigo

de Marotta. De Tomasso había conseguido rescatarlo y

estaba esperándonos con él, porque sabía que allí iríamos.

Lo encontré dormido en un banco. Eva Vivé de García

Thomas, que era obstétrica de profesión, estaba allí con

su maletín, curando heridos pisoteados por los centauros

añamembuyses. No sé quién consiguió una sábana y Eva


Estudio preliminar 17

con su tijera de cortar ombligos, me puso a cortarla en tiras

y a hacer con ella, hilachas. Eran seis o siete los heridos.

Cuando todos estuvieron bien tranquilos con su inyección

salida del repleto maletín, Eva nos dio permiso para irnos

y salimos, De Tomasso, Marotta con el chico al hombro y

yo. Seguimos en el mismo coche hasta Retiro. De Tomasso,

gran amigo y admirador de Marotta —me dijo siempre que

éste era el dirigente gráfico más inteligente que había-,

quedó en el camino y Marotta y yo seguimos. Marotta me

acompañó hasta el tren que salía para Florida y me dejó en

él con el chico.

No sé cómo se las arreglarían él o su amigo De Tomasso

para avisar a Florida, donde vivíamos, que yo llegaba en

el tren. Porque cuando llegué a la estación me encontré a

Natalio, encuentro que me dio mucho más terror que la

carga de los añamembuyses. Yo, que llevaba dos hijos con-

migo, a Pitón de la mano y a la China en la barriga, no sabía

cómo disculparme con él. Cargó el chico en el hombro y

caminamos, ya con luz del día, las once cuadras que llevaban

de la estación a nuestra casa. Ese día es para mí “un día

sin huella”, porque dormí exhausta y cuando me desperté,

Natalio había salido temprano para el diario.

El segundo acto incluye una coda: un restaurante del

barrio de los teatros, ahí donde estaba Critica entonces,

en Sarmiento y Paraná, es el escenario de la comida con

la que los agasajan a Apolinario Barrera y a Salvadora

Medina. Ella está vestida de blanco y lleva cosida a

su vestido una estrella roja. De tela brillante. Alguien

la llama “la Venus roja” y ese nombre le queda para

siempre. Gobierna Alvear, termina el mes de junio y

el 25 de junio la policía había clausurado La Protesta.

No sólo eso: lo metieron preso a Barrera, el querido


18 Las descentradas y otras piezas teatrales

amigo. Salvadora fue a visitarlo a Orden Público y no

pudo reprimir un insulto ante el maltrato de un policía.

Entonces la dejaron “adentro”, dos días, y algunas ges-

tiones de Natalio consiguieron su salida, una carta del

socialista De Tomasso, y el diario se reabre.

Tercer acto: Cárcel del Buen Pastor, año 1931. Como

en su obra Las descentradas, una valiente mujer escribe

una carta. Está presa allí porque el dictador cerró el

diario Critica y metió presos al dueño y a su esposa. Él

había apoyado el derrocamiento del presidente constitu-

cional Hipólito Yrigoyen, lo había apoyado poniendo al

servicio de los conspiradores su diario y su pluma. Ella,

en cambio, con la intuición que le permitían sus ideales

anarquistas, sospechó de entrada de lo que todos llama-

ron “revolución” Y ahora está allí, y sus compañeros

escritores han escrito al presidente para pedirle la liber-

tad de Salvadora. Ella, probablemente sentada incómo-

damente en su camastro, escribe, bastante irónica:

En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me

ha encerrado me siento más grande y más fuerte que usted,

que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la

nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino

a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar a una

mujer ante los ojos de sus hijos... y eso que tengo la vaga

sospecha de que usted debió salir de algún hogar y debió

también tener una madre.

Pero yo sé bien que ante los verdaderos hombres y ante

todos los seres dignos de mi país y del mundo —en este inve-

rosímil asunto de los dos—, el degradado y el envilecido es

usted y que Ud., por enceguecido que esté, debe saber eso

tan bien como yo.

General Uriburu; guárdese sus magnanimidades junto a


Estudio preliminar 19

sus iras y sienta cómo, desde este rincón de miseria, le cruzo

la cara con todo mi desprecio.

Y cuando ya le queda poco tiempo de vida al diario, y

cuando ya Natalio ha muerto víctima de un accidente

cubierto de sospechas, el incidente con Eva Duarte, donde

Salvadora sale a defenderla de las agresiones de sus enemi-

gos. Y le escribe públicamente:

Nunca mires, Evita, a las miserias del suelo. Lucha y sirve

a tu ideal desde el lugar que el destino —que es el aspecto

exterior de las fuerzas que rigen y ordenan el mañana del

mundo- sabe por qué ha preparado para ti, porque no sirves

al azar. Sabe, Evita, que la jornada de servicio es corta y pre-

ciosa y que el derecho a servir exige y demanda las facultades

_íntegras de cada ser...

No te gastes mirando al suelo. Trabaja. Sirve. Da con ese

tu seguro don sereno y eficaz, de saber dar... Y ten por cier-

to que no estás sola, ni en el sentido de poder material, ni en

el otro, en el espiritual; que quien sirve con fe, amor y desin-

terés a un gran ideal de superación es, a su vez, servido.

La escritura como antítesis

Salvadora escribe siempre. Teatro, cuentos, poemas en

prosa, una novela, sus discursos, sus memorias, un prólogo

a los escritos de un torturado del treinta, la carta a Uriburu

prometiéndole una bofetada apenas lo tenga a tiro, la carta

a Eva Duarte. Salvadora estaba siempre en movimiento, iba

y venía. Al punto que resulta difícil organizar el sistema de

sus domicilios: Vicente López, Juncal, Olivos, Rodríguez

Peña, Don Torcuato. ¿Cuándo escribe, dónde escribe?


20 Las descentradas y otras piezas teatrales

Fortuitamente, deja en sus cuadernos fechas y lugares. Y en

el interior de sus textos las pis-tas que permiten entender las

instantáneas de su propia historia.

Las- contradicciones la marcaron: primero anarquista,

más tarde adepta a la teosofía, amiga de Krishnamurti y

lectora de Mabel Collins, llevaba en su cartera un fras-

quito de éter. Hacía interminables solitarios, tiraba las

cartas y siempre estaba acompañada de algún gato. Como

cuenta su biógrafa y amiga Emma Barrandeguy:

La estrellita de cinco puntas era su símbolo, el símbolo de la

fraternidad universal. Según ella lo había leído en libros orien-

talistas, era un pequeño hombrecito con los brazos abiertos,

por eso siempre dos puntas iban hacia abajo, una hacia arriba

y una a cada lado del pentágono central. Otras veces era el

emblema de los cinco continentes donde el hombre estable-

cía su reino implacable, pero vuelto hacia lo superior. Más

tarde la estrella campeó en las banderas de la izquierda de

los años 30. Pero ella detestaba la “izquierda”, quizá porque

se apropiaba de la demagogia, que era el cimiento de la vida

suya y de su marido y del diario que fundaron juntos...

La estrella de cinco puntas terminó siendo el blasón que

adornaba la puerta de su Rolls Royce, su auto propio, que

no compartía con nadie más.

Obra fragmentaria, insegura, a veces omnipotente,

reveladora de enormes baches culturales, sin embargo es

en los textos teatrales donde puede percibirse una voz

atractiva. Y también los retazos de sus experiencias, a veces

mal digeridas pero siempre introduciendo una visión del

mundo diferente.

Su obra Almafuerte se estrenó en 1913, en el teatro

Apolo, por la compañía Gómez Rosich. Posteriormente


Estudio preliminar 21

estrenó La solución, Lo que estaba escrito, Las descentradas

y Un bombre y su vida, obra sobre la guerra civil españo-

la. Tuvo éxito como traductora, principalmente de Noel

Coward, y también de obras francesas.

Las descentradas es posterior a la muerte de su hijo

Pitón, un suicidio del que fue acusada por su hijo Helvio.

Allí es posible ver de cerca sus heridas: una mujer que

se queda sola, por propia decisión, pero también porque

el marido no le perdona una falta menor. La aleja de sus

hijos, y esta especie de Nora del siglo XX percibe que su

postura es posible de entender si se pone a escribirla.

Y entonces Salvadora inventa algo que después será un

lugar común de la literatura contemporánea, la obra

dentro de la obra.

_En Un bombre y su vida sorprende cómo, apenas a un

m‘es- de declarada la guerra entre republicanos y falangistas,

Salvadora tiene una comprensión tan lúcida del problema

de las revoluciones. La obra se estrenó en el entonces teatro

“Maravillas” y el protagonista, Pedro López Lagar, resulta un

adecuado personaje, según las reseñas de la época. Aquí se

puede ver cómo Salvadora ha pensado en que la vida de hoy

puede ser en el futuro otra vida, con otra suerte pero cum-

pliendo ciclos. Eso pasa con Sonia, la heroína rusa de esta

obra, que primero es traicionada y termina reivindicando su

lucha en otra reencamación.

¿Qué som'os nosotros, Alvaro? Criaturas de un minuto, som-

bras de carne que nos desvanecemos. Si queremos ser algo

nuestro, ser yo, vibrar por nosotros, afirmarnos en nuestros

pies, gritar yo, elegir nuestros destinos. Nos destrozamos.

Yo elegí mi destino y'me destrocé. La ola nos tira a un lado

como muñecos rotos. Caemos a un lado y la vida sigue, qué

le importo yo a la vida, yo y mi pequeño mi mínimo lugar.


22 Las descentradas y otras piezas teatrales

Sin duda Salvadora Medina resulta una autora excéntrica

dentro del panorama teatral de estos años, pero sus tra-

ducciones hablan también del interés por un teatro que

pudiera iluminar los problemas de una sociedad moderna.

Como traductora de Noel Coward fue muy alabada, y

la pieza Amor; dulce amor, traducción de Vidas privadas,

estrenada en septiembre de 1936, con Paulina Singerman

y Esteban Serrador, fue considerada por César Tiempo

“una traducción ejemplar, realmente excepcional por su

fidelidad, y conserva el humor”

Dónde se escribe Salvadora

Toda esta novela biográfica que es la vida de Salvadora

—porque leída desde el presente el efecto de realidad se

transforma en efecto de ficción- ocurre entre los veinte

y los treinta, con un relampagueante epílogo en los cua-

renta, cuando el diario es expropiado por el gobierno

de Perón. Y aun-que Salvadora Medina viva muchos

años más, su novela concluye con la muerte de Natalio

Botana.

En esas décadas la Argentina vivió momentos de

esplendor.

Las visitas, por ejemplo, delos herederos de las coronas

italiana e inglesa: Umberto de Saboya en 1924, recibido

en el puerto por más de cien mil italianos, y el príncipe de

Gales, más tarde Eduardo VIII.

En el Times, el corresponsal inglés en Buenos Aires

describe una escena de un estilo belle ¿poque un poco tras-

nochado, pero todavía vigente en la estética retrasada de la

aristocracia argentina:
Estudio preliminar 23

Estallaron gritos penetrantes de “¡Viva el príncipe de

Gales!” El coche del príncipe, uno de los landós oficiales

muy poco usados, llevado por cuatro magníficos caballos

negros en arneses dorados, fue bombardeado con rosas,

narcisos y lirios, que bajaban implacables en lluvia tras

lluvia, arrojados por mujeres y muchachas inclinadas por

sobre el parapeto del edificio de inmigrantes. Los carruajes

entraron en calles donde millones de personas que habían

esperado con impaciencia casi explotaron de entusiasmo...

El avance por Florida, la Bond Street de la ciudad, fue a un

paso mucho menor que el de un hombre. El grupo acababa

de llegar a los salones de la Casa de Gobierno cuando una

masa de jóvenes entró al vestíbulo, abajo, y hubo que expul-

sarlos por la fuerza.

Pero hacia finales de la década de los veinte comienza a

sentirse la inquietud de las ideas: en América y en Europa

la influencia del comunismo soviético ha comenzado a

generar bandos y murallas defensivas. Son tiempos de

una creatividad cuestionadora, que va desde la crítica

social de Brecht con su Ópera de tres centavos hasta El

_.amante de Lady Cbaterley, de D. H. Lawrence con su

reconocimiento del deseo femenino, o Contrapunto de

Aldous Huxley, una novela burguesa donde el ojo inglés

de un aristócrata revé el concepto de ciencia contras-

tado con la idea de la felicidad, o el Romancero gitano

de García Lorca, donde por primera vez los marginales

adquieren entidad estética y poética. Todo esto es en

1928, y en Buenos Aires Jorge Luis Borges publica El

lenguaje de los argentinos.

Los nacionalistas de diversas corrientes auguraban

cambios y el advenimiento de épocas en las que surgirían

nuevos ideales. El desencanto político daba lugar a la


24 Las descentradas y otras piezas teatrales

esperanza cifrada en el Ejército Argentino, visto como un

lugar de reparación de todo lo corrompido por el mal ejer-

cicio de la política. Las conferencias de Leopoldo Lugones

que anunciaba “la hora de la espada” dieron alas a estas

fantasías, y un grupo de oficiales patrióticos planeaba el

derrocamiento del gobierno civil.

Esto finalmente ocurrió, como ya se sabe, el 6 de

septiembre de 1930, y Natalio Botana y su diario fueron

una de las columnas de sostén del movimiento. Luego

la historia se desenvolvió de modo tal que Salvadora

y Natalio tuvieron en ella un lugar central: la clausura

de Critica, la prisión de ambos, el indulto y el viaje a

Europa, que duró varios meses, hasta que las alianzas

partidarias declararon triunfador en las elecciones de

1933 al general Justo.

Los grandes hombres de la Argentina ahora eran los

generales, como en el siglo XIX pero sin grandes ejércitos.

El diario Critica fue también un pilar del gobierno de Justo,

aunque tuvo sus campañas propias: el apoyo a la República

española, firme aún en la derrota, ya que Botana financió

el barCO que trajo a Buenos Aires a artistas e intelectuales

exiliados y posteriormente la denuncia constante de los

movimientos nazis no sólo en la Argentina sino también en

los países limítrofes.

En 1941 un accidente de auto en Jujuy termina con la

vida de Natalio Botana, y Salvadora no vuelve a escribir tea-

tro. Al menos, su teatro no se representa. El duelo, ¿atenta

contra la creatividad? Tal vez la imposibilidad de seguir mos-

trando en la vida pública los jirones de su propia impaciencia

hizo que las ideas se terminaran, y Salvadora puso el ímpetu

en otras cosas. Entre ellas, el libro Critica y su verdad, donde

muestra el intrincado pleito por el cual trató de recuperar el

diario, las propiedades y su fortuna.


Estudio preliminar 25

El lugar de la escritura

Emma Barrandeguy califica la inserción de Salvadora

Medina en el campo literario uniéndola a Alfonsina Storni

y a Victoria Ocampo:

Como curiosidad cabe afirmar que estas tres escritoras

argentinas ignoraron, en ese momento de nuestro país, las

expresiones más notables del movimiento ultraísta, la posi-

ción antiacadémica de los escritores jóvenes, la polémica de

Florida y Boedo, las figuras señeras de Oliverio Girondo

y Macedonio Fernández en la formación intelectual de las

escritoras argentinas, y la existencia e impacto de los pocos

números de la revista Martin Fierro, que por esa época se

.editaba en Buenos Aires.

Hay un momento en el que a las tres las reúnen sus

libros: De Francesca a Beatrice, de Ocampo, se publica

en 1924, y también Amb-km: de Salvadora Medina. Al

año siguiente, Storni publica Ocre, probablemente su

libro más innóvador. De las tres, Salvadora es la única

que busca una salida espiritual en lo nuevo, en la pro-

puesta que viene de un pensamiento que, en el mundo

industrial, busca suavizar las aristas de una vida ya

incómoda y sin sentido. Las tres buscan nuevas ener-

gías espirituales. Más que las vanguardias, más que la

búsqueda en el territorio de la expresión, las empuja la

búsqueda de nuevos sentidos. Y esto .en un mundo que

no las apoyaba en absoluto.


26 Las descentradas y otras piezas teatrales

Escribe Victoria Ocampo:

En aquellos años la actitud de “la sociedad" argentina

frente a una mujer escritora no era precisamente indul-

gente. Lo que decía Jane Austen a mediados del siglo XIX

seguía en vigencia: “Una mujer, si tiene la desventura de

saber algo, deberá ocultado tan cuidadosamente como

pueda". Era escandaloso, tanto como manejar un auto por

las calles de Buenos Aires.

La experiencia de Victoria es Iibresca, la mirada de

Alfonsina es metonímica, propia de la vanguardia poéti-

ca, Salvadora en cambio tiene la audacia de mutarse en

otros: en su teatro elige representarse a sí misma pero

también el traidor (o el espía) de su obra Un b‘ombre y su

vida y la muchacha revolucionaria que alternativamente

elige ei suicidio o la victoria.

En la literatura como en su vida personal, Salvadora

Medina Onrubia vivió “descentrada” Del juicio de

sus allegados queda como sintesis esto que escribe su

hijo Helvio Botana en Los dientes del perro. Eli resu-

men, una piedra puesta sobre la persona-madre que fue

Salvadora.

Pobre Salvadora. No entendió que en la simplicidad d‘e una

semilla que germinal están todos los misterios de la= tierra.

Vivió por reacción, sin comprender que al hacerlo no se es

un reflejo dela realidad, sino delos demás. En verdad nunca

fue, apenas estuvo en este amable mundo sin comprenderlo

y por lo tanto sin amarlo'.

¿Quién se atreve a refutar el juicio de un hijo, cuando

este juicio viene envuelto solapadamente en la piedad?


Estudio preliminar 27

Solamente el intento de una historia distinta, otra histo-

ria, la que se estipula como un pacto entre los textos y

los datos posibles. Poder enfrentar la lectura de este su

teatro convierte esa posibilidad en un acuerdo mutuo

entre autor y lector.


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Estudio preliminar 29

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La solución

Comedia en un acto

(1921)
Estrenada en el Teatro Liceo, el 4 de agosto de 1921, por

la Compañía Pagano-Ducasse.

Reparto

DEA Lucía Barausse

MARÍA DATZING Obdulia Bouza

JORGE ABAUD Federico Mansilla

DOCTOR LITVER Enrique Vidal

AMAURY José Olivé

REYES N. Silva D’Hervil

MUCAMO Horacio Martínez

La acción en Buenos Aires. Epoca actual.


La solución 33

Presenta la escena “fumoir”, muy lujoso, en casa de Jorge. A

la derecba del espectador puertas practicables para las babi-

taciones interiores. Al foro a la derecba se ve el escritorio;

amplia biblioteca, mesa de trabajo con teléfono encima. Al

foro a la izquierda, el ball. En el primer término a la dere-

cba, magnifica mesa antigua rodeada de mullidos sillones.

A la izquierda sofá ancbo y bajo; almobadones, bibelots. ..

Al levantarse el telón la escena está sola; las puertas que dan

al ball y al escritorio, abiertas. Sobre la mesa antigua una

lámpara velada deja la escena en una penumbra discreta.

JORGE, DOCTOR LITVER, AMAURY, REYES.

MUCAMO que entra dos veces

Se los oye venir, bablando y riendo del comedor donde ban

terminado de cenar. Entran por la puerta de la biblioteca.

Jorge tiene puesto un saco de fumar gris corto. Los demás

de calle. Jorge es alto, afeitado, con las sienes ya grises,

Litver, viejito, suave, de cabello y bigotes blancos. Los

demás comunes. Figura Jorge atormentado, preocupado,

sin conseguir disimularlo aunque se violente. Sus violen-

cias, sus silencios deben ser completamente sentidos por el

actor, que debe guiarse en este papel más que de las aco-

taciones de su propia comprensión. Al entrar y segu'n las

necesidades de la escena se sientan en los sillones alrede-

dor dela mesa de la derecba, donde el mucamo sirve cafe' y

licores. Jorge, violento, se pasea, cambia de sitio. Al entrar

Jorge da luz y luego toma de sobre el escritorio la caja de

cigarros que pasa y deja sobre la mesa. Movimiento, cam-


34 Las descentradas y otras piezas teatrales

bios dejados a la pericia de los actores y a las necesidades

del momento. Entran:

yo digo que zi tú e cribieras como hablas serías el rey de


REYES (a Amauryfi terminando una conversación): Cuando
los cuentistasÏ.‘

AMAURY: Hombre, protesto. ..

REYES: Va en buen sentido amigo... Nadie como tu arra

una anécdota, un chisme, un cuento o cualquier cosa

que haya inventado tu imaginación maravillosa.

AMAURY: Se acepta lo de maravillosa.

REYES: Eso no se protesta, ¿eh?

LITVER (senta'ndose; a Jorge): Amigo Jorge, eres un prín-

cipe para recibir a tus amigos. Todo en tu casa es

amable, tus vinos generosos, tus platos magníficos. Los

objetos de que te rodeas... Tus copas... oh, tus copas

son obras de arte de cristal fino y sonoro. Todo en tu

casa es bello; se habla de cosas llenas de sprit, nobles,

hermosas... (Arrellana'ndose plácidamente en el sillón.)

Tus sillones son todo un poema de hospitalidad; tus

cigarros. (Tomando uno que Jorge le ofrece.) Tus ciga-

rros no tienen rival... Jorge, eres un gran señor, a la

antigua usanza...

JORGE: Gracias viejito. Lo he notado a usted hoy comple-

tamente optimista.

LITVER: Sabes que lo soy siempre.

JORGE: Efectivamente, cuando se es como usted sereno

y bueno, todo le resulta a uno delicioso. Lo envidio.

(Mientras bablan entra el mucamo con el café y licores

que sirve.)

LITVER: Pues copiame. No es difícil. Mira: tengo seten-

ta años...

JORGE: En eso todavía no puedo copiarlo...


La solución 35

REYES (asombrándose): Ya...

AMAURY: Qué bien que guardaba el secreto, ¿eh?...

LITVER (imitando a Reyes): Ya... (A Amaury.) Bien ven

ustedes que no era un secreto. (Iorge mismo sirve el café

a Litver.)

JORGE: ¿Cuanta azúcar, viejito? . ..

LITVER: Dos. Bueno, atiéndeme. (Tomando su café.) Setenta

años. Soltero. Jamás una complicación en mi vida.

AMAURY: Es claro, soltero... (Riera)

LITVER (sigue): Trabajo, estudio, paz...

AMAURY: Es claro, soltero... (Rz'en otra vez.)

JORGE: Hoy eres enemigo de las mujeres querido Amaury,

¿algún desengaño?

AMAURY: Nunca. No hay desengaño donde no hay ilusión.

—Es una opinión simple nada más. Yo sigo tu escuela.

Es decir, tú y yo seguimos la del viejito Litver. Pas de

damas. En cambio Reyes, el inefable Reyes...

LITVER: Ya lo sé. Reyes va a casarse muy pronto con una

criatura encantadora. . .

REYES: Si ustedes tropezaran en su camino con una mujer

como mi novia, estoy seguro de. que cambiarían radical-

mente de opinión.

LITVER: No. Yo también tropecé con una criatura así tan

parecida... y no cambié de opinión, no, a fe. ..

REYES: ¡Bravo, doctor, bravo!

AMAURY: ¿Conque usted ha amado alguna vez, doctor?

Hoy está usted descubriendo todos sus secretos...

REYES: El champagne de Jorge.

LITVER (soñador, mirando el humo): Han pasado tantos

años... Antes no lo habría dicho. Ahora el frío de la

edad, uno se va alejando, se va alejando... Todo pasa.

Pero conservo su recuerdo vivo. Yo sé que me amaba.


'f”
Yo la amaba más aún. La amaba tanto que la “deje 7
36 Las descentradas y otras piezas teatrales

como dicen ustedes. Me fui a Europa y no volví hasta

que la supe casada.

AMAURY: Es una rara manera de amar, sí, sí.

REYES: No la quería usted mucho.

LITVER: Como ni lo sueñan ustedes, los jóvenes de hoy

prosaicos y vulgares.

JORGE: Muchas gracias.

LITVER: De nada. (Sigue) La amaba con tal veneración, con

tal ilusión que tuve miedo... ¿De qué, dirán ustedes?

REYES: A ver, a ver... Es interesante.

LITVER: Era tan rubia, tan frágil... parecía un Watteau...

Y habría sido mi mujer, y habríamos tenido niños que

berrearan por la noche... y habría engordado. .. Además,

habría andado por la casa en zapatillas y sucia.

JORGE: Doctor, sucia, no veo la necesidad.

LITVER: Sí, hijito, sucia. Las señoras también se ensucian.

Y si son “mamás”, calcula. No, no... habría dado gritos

destemplados a los sirvientes, y a mi también... y un

día, ella con sus puras mejillas marchitas ya, agriados,

cansados, nos. habríamos sentado en la mesa, uno en

frente del otro, mirándonos hoscamente, con los pensa-

mientos escondidos como dos enemigos...

AMAURY: Sí, sí, es un absurdo, absurdamente razonable.

LITVER: Y así, ella casó, tuvo hijos. Fue feliz y fue mi

amiga hasta su muerte sin sospechar jamás que era mi

ilusión... Y vivió siempre para mi princesita Watteau.

(Paura sentimental.)

AMAURY: Nos ha contagiado usted de romanticismo,

doctor...

REYES: Su historia por inverosímil es bella.

LITVER: ¡Y tanto! la vida es muy avara; ¿por qué no

embellecer lo poco que nos da? (Pausa) Oye, Reyes,

si la amas no te cases con ella. Si crees que tu vocación


La solución 37

es la de casado, busca una mujer que te guste, pero a la

que no ames, que sea sana, de dientes blancos —esto es

muy importante—, un poco tonta y otro poco egoísta,

y cásate, con todas las bendiciones, cásate... Pero con

tu amor no te cases, no profanes tu amor Reyes, no te

cases.

JORGE: Qué ideas más extraordinarias tiene usted maestro.

LITVER: ¿Ideas? No son ideas. Son simplemente teorías.

JORGE: Y ésta es una de sus teorías, de sus inagotables

teorías...

LITVER: Hijito, cuando se ha vivido lo que yo, ya no se

tienen de la vida más que teorías.

AMAURY: Yo sí que tengo alma de solterón, pero no de

solterón teórico como el doctor, de solterón práctico,

egoísta.

REYES: Éste se cree que es egoísta porque Vive solo y no

convida nunca a comer a los amigos. (Riera)

AMAURY: Prefiero que los amigos me conviden a mí. Es

más práctico.

REYES: Y si convidan como Jorge, según la frase predilecta

del doctor, “a la antigua usanza”

AMAURY: ¿Ves?, un ejemplo: ¿qué necesidad tiene Jorge de

una mujer en su casa?-

REYES: Mucha.

JORGE: ¡Ninguna!

REYES: Una mujer regula los actos de nuestra vida, nos da

el sentido de la responsabilidad, nos libra de torcer el

camino.

JORGE: Te equivocas. Nuestro egoísmo no piensa jamás en

la mujer. Si queremos: torcernos nos torcemos siempre,

y si hay una mujer en nuestra vida el error es más grave,

porque la destrozamos implacablemente... ¡Y es lo

bum-mol... (Suspira)
38 Las descentradas y otras piezas teatrales

REYES: Metafísica estás...

AMAURY: Y comes. (Kien)

REYES: Yo sigo sosteniendo que si hoy en tu mesa hubiera

habido una mujer joven, que supiera reír, si estuviera

aquí, moviéndose a nuestro lado. ..

AMAURY: Estás cursi, Reyes; el amor te ha puesto como a

todos horriblemente cursi.

LITVER: Hoy yo he almorzado entre mujenes solas. Seis,

siete... no sé cuántas. Alevosamente, me han convi-

dado. Un almuerzo espantoso. Como no había más

hombre que yo a pesar de mis setenta años, todas me

hablaban a la vez. Espantoso hijos, espantoso. ¿Quieren

oírme otra teoría?

REYES: Cómo no, a ver...

AMAURY: Qué libro soberbio escribiría yo robándole sus

teorías, doctor, algo a lo Oscar ‘Wilde.

LITVER: Te las regalo. Óyeme esta. Ahí va. Una mujer sola

es casi siempre «encantadora. Meu-chas mujeres juntas son

una pesadilla macabra. (Riera)

AMAURY: Acertadísimo. ¿Pero se puede saber dónde ha

almorzado usted?

LITVER: Es mi secreto. Un almuerzo extraordinario. Una

muchacha, bonitísima música, fumando. Una señora

cincuentona, sufragista, que todavía añora el amor, sus-

pira, y está mal que yo lo diga pero que me miraba con

cierta complacencia...

REYES y AMAURY: ¡B=ravo, doctor, bravo!

JORGE: ¿Conquista ha‘bemos viejito?

LITVER: No, hijo, no. Líbreme el Señor de tal conquista.

Una señora de negro, nueva, nadie me la presentó...

¿quién sería?

AMAURY: Como no sabemos donde ha comido usted.

LITVER: ¡Y lo más trágico, lo más espantoso... una poeti-


La solución 39

sa! Yo creo que era poetisa. Se sentó a mi lado y estuvo

empeñada toda la comida en hacerme malabarismos

con su propia psicología. Fugué al postre.

AMAURY: Doctor. Eso huele a léxico radical, malabarismos,

¿cómo?

LITVER: Con su propia psicología.

AMAURY: No entiendo.

REYES: Ni yo.

LITVER: Pues más simple. Es lo que hacen: todas las mujeres

que se sienten extraordinarias. Hablar de sí mismas...

AMAURY: Lo compadezco, doctor.

LITVER; Y que la de hoy no era bruta ia feísíma, dijo algu-

nas cosas bastante acertadas. Si hubiera podido: hablar

con ella sin mirarla...

REYES: El teléfono por ejemplo.

LITVER: Es una idea, ¿ves?

REYES: ¡Qué ley inexorable! ¿Se han. fijado: lio feas: que" son
las mujeres inteligentes?

AMAURY: Me he fijado. Y hasta he pensado que es una

defensa contra ellas que nos dïa la naturaleza. Calculent

el peligrito- social que entrañaría la que siendo bella

tuviera talento. Ni Lenine.

AMAURY: Felizmente n20: existe elï caso.

LITVER: Existe. También alrnorzó conmigo tel “caso” Fue

tan inteligente que no habló. Estuvo hermética —como

ella dice- toda la comida, y al postre fugó conmigo

horrorizada de sus propios invitados.

JORGE: Ya sé donde ha comido usted. En casa de María

Datzíng.

LITVER: Frente. a Dea.

AMAURY: Es extraordinario como. en cuatro o cinco meses

que lleva esta muchacha: en Buenos Aires, haya podido.

descubrir una cantidad tail de, gentes raras, fantásticas,


40 Las descentradas y otras piezas teatrales

desequilibradas, viejas, como las de que se rodea. ¡Qué

olfato para descubrir amistades!

REYES: Es cierto. ¡Qué amistades!

LITVER: Exactamente lo mismo pensaba yo esta mañana.

La casa de María, tan tranquila, tan silenciosa, se ha

convertido desde que llegó su hija en un cenáculo de

gentes extravagantes. La pobre está todavía asustada.

Hasta sufragistas.

REYES: ¡Qué horror, qué horror! ¿Será Dea sufragista?

LITVER: No. Es fumista. Yo le llamé la atención hoy sobre

eso y me contestó muy seria que está estudiando tipos.

AMAURY: Ayer vi a Dea por Florida. Venía sola.

REYES: También la vi yo. Sola y magníficamente vestida.

Llamaba la atención.

AMAURY: Iba vestida como siempre, m’hijo; no es por eso

por lo que llamaba la atención. Es, no sé qué cosa...

LITVER: ¿Quieren oírme otra teoría?

AMAURY: Encantados.

REYES: A ver...

JORGE: Empiece. Atendemos.

LITVER: Creo que ustedes se habrán dado cuenta de una

cosa rara que nos pasa en la calle con las mujeres. Por

ejemplo, en Florida. Pasa una, pasan mil. Jóvenes, bellas,

elegantes todas o casi todas... Y son el montón, son el

montón anónimo, la caravana femenina, amable, per-

fumada, que llena las aceras de luz y de sonrisas. Son

“ellas”, son las mujeres que pasan. Todas, una. Una,

todas. Y de repente, sin que la anuncie nada pasa una

entre todas... Una que no es más bonita que las otras,

ni más joven, ni más elegante, ni anda mejor, ni mira

mejor... Pero ésa es una, es sola, ésa arrastra todas las

miradas, todo lo imprecisado que nos sugiere la mujer...

Ésa, no las otras... una mujer entre las mujeres. Y de


La solución 41

ésas, de ésas que surgen del montón por algo inexplica-

ble, invisible, es Dea.

AMAURY: Dea... ¡Qué bien suena! Es un nombre armo-

nioso: Dea.

JORGE (violento, como hablando contra sí mismo): Dea sig-

nifica diosa... y algo de Diosa lleva Dea en ella.

LITVER: Efectivamente, suena bien... (Se toca el oído.)

Suena, suena...

AMAURY: Ayer la diosa y yo tomamos el té solos en Harrod’s,

¿qué me dicen?

REYES: ¿Te supo a ambrosía?

AMAURY: ¡Oh, no! La diosa rompió una taza que, prosai-

camente, me hicieron pagar bien cara.

JORGE (contem'éndose): ¿Ayer? ¿Con Dea?

AMAURY: Sí, pero déjenme contar... La encontré en Florida,

frente al Jockey, como a las seis. Venía sola, a pie. ¿Va

bien el cuento?

REYES: Bueno, ¿qué pasó?

AMAURY: Venía, como dices tú, magníficamente vestida.

Me fijé que tenía un aire... ¿cómo lo diré sin ofender-

la?... un aire...

LITVER: Dilo claro, un aire, ¿cómo?...

AMAURY: ¿No me mandará usted los padrinos, doctor?

LITVER: Descuida hombre, no.

AMAURY: Usaré una amplia perífrasis. Mira como una

reina y camina como una modi‘stilla. Eso le da cierto

aire canallesco... (Jorge sufre.) Calculen ustedes. Iba

sola. La saluvdé, es claro, sin detenerme, y me detuvo

ella. Simple saludo. Pregunta: “¿Se comprometería

usted convidándome a tomar el té?” Mi galantería

asegura que no. Que es un encanto, una felicidad,

etc. Caminamos hasta Harrod’s. Tomamos un té

infernal, con tostadas de utilería, mientras ella habló


42 Las descentradas y otras piezas teatrales

de diecisiete mil cosas diferentes, rió a gritos, rom-

pió una taza...

LITVER (con ternura): Muy de Dea. O marea hablando, o

como ella dice, se pone “hermética”. No tiene esa cria-

tura términos medios.

AMAURY: ¡Ayer no estaba hermética, no! Por fin me hizo

acompañarla a pie hasta su casa... A pie, a mí, hasta

su casa. ¿Han comprendido? Todavía estoy muerto.

¡Y cómo camina la diosa! ¡Parece un soldado de

infantería!

LITVER (con ternura): Reconozco a Dea, la reconozco...

JORGE: Sin embargo, no es nada correcto.

LITVER (defendz'éndola): Jamás entendió ella de correccio-

nes ni de incorrecciones. Llamó a Amaury como habría

llamado al gato o al vigilante... Tendría necesidad de

hablar con alguien. Hablar sola no es lo común. Amaury

no tiene importancia para ella.

AMAURY: Gracias.

LITVER: De nada, amigo. Ella es así. Toda impulsos. (Mira

fijo a Jorge.) Además, se ha educado esta criatura de

manera tan original.

JORGE (violento): No veo la originalidad. Como todas,

en un colegio, mejor que todas. Ha viajado. Se ha

instruido.

REYES: Bueno, ahora van a discutir hasta el método peda-

gógico usado con la señorita Dea y que, al parecer, no

ha dado muy buenos resultados.

LITVER: Una niña criada sin madre, siempre con su abuela,

débil viejita que la adoraba, que no supo poner freno a

su carácter jamás.

REYES: ¡Cómo la impresionó la muerte de la señora! Casi

se va detrás.

LITVER: Es que fue .su verdadera madre.


La solución 43

AMAURY: De eso me habló ayer. Me dijo que era desgra-

ciada, que estaba enferma... Qué sé yo lo que me dijo.

¡Qué nervios!

LITVER (triste): Y es verdad, la n'oto anormal hace tiempo;

sobreexcitada, con fiebre. Sufre más que si estuviera

enferma de verdad. Mal de mujer. Enfermedad de

mujer, incomprensible.

JORGE (brutal): Dea es un caso clavado de histerismo.

LITVER: Alto, amiguito, que yo soy su médico.

AMAURY: Qué raro es que Dea no se haya casado. A los

veinticinco años, linda, rica, libre.

REYES: Ésa es de las que gustan de administrar su libertad.

Se casará cuando quiera.

AMAURY: Sí. Y con quien menos lo pensemos. Pero, mirán-

dolo bien, ¿quién nos hubiera dicho que María Datzing

tenía una hija de veinticinco años?

JORGE: Ella no lo ocultaba.

AMAURY: Sí, pero yo me imaginaba una niña... Desde que

conozco a Dea veo a María bajo otro aspecto. Le des-

cubro arrugas. _

REYES: Lo que son las mujeres... Estoy seguro de que María

queriendo a su hija como todas las madres —no hay por

qué creer que sea una excepción—, vivió siempre lejos

de ella, para que su maternidad no la hiciera vieja.

AMAURY: Es que fue madre demasiado joven. ¿Qué edad

puede tener María?

LITVER: Cuarenta y dos. Justos.

REYES: ¡Y qué hermosa está aún! ¡Cómo se conserva!

LITVER: Las mujeres del carácter de María tardan mucho

en envejecer.

AMAURY: En cambio, Dea parece mayor que su madre.

REYES: No, hombre. Lo más, hermanas.

AMAURY: Dea es rara. Yo la miraba ayer. Es claro, no me


44 Las descentradas y otras piezas teatrales

dejaba hacer otra cosa. Hay momentos en que tiene

una cara marchita, torturada, y parece, sí, mayor que

su madre. Otros, si ríe, por ejemplo, parece una niña

impúber, una dulce criatura ingenua.

JORGE (sordamente): Ella cambia maravillosamente de

expresión.

LITVER (mirando el reloj): Son casi las diez y media,

¿eh? Cómo se pasa el tiempo hablando del prójimo.

(Movimiento escénico, se levantan todos con excla-

maciones.)

JORGE (aparta'ndose y apreta'ndose la frente con las manos):

Es raro... ¿Por qué se hablado de ellas?... ¡por qué se

ha hablado hoy sólo de ellas?...

AMAURY: ¡Yo ya debía estar en el teatro, qué barbaridad!

REYES: Yo ya tengo pereza de ir.

JORGE (llama el timbre): Voy a ponerme el saco en un

segundo. (En ese momento llama el teléfono, que Jorge

va a atender. Mientras, entra el mucamo, le piden algo,

sale y vuelve con los sombreros, abrigos y saco y som-

brero de Jorge. Hablan y gesticulan. La actitud de Jorge

debe dar idea exacta de la gravedad de lo que dicen, pero

sobrio, con pocos gestos.) Un momento. (Va basta el

aparato.) Hola, hola... Sí, soy yo, Jorge. Ah, ¿eres tú?

Sí, sí escucho. (Pausa larga.) Pero qué, ¿qué dices?...

Repite, repite. (Otra pausa.) Pero ella, ¿ella misma?. .. ¿a

ti?... Tienes razón... Sigue, sigue... No, no es posible;

no estoy solo ahora... Dentro de un cuarto de hora o

media hora, sí... Bueno, te espero... Ten valor... Sí, sí.

Hasta luego. (Cuelga el tubo. Se queda como petrificado

delante del aparato, apreta'ndose la frente con las manos,

qué ocultan su cara.)

LITVER (desde el otro extremo de la escena): JOrge, hijo, ¿qué

te pasa? ¿Te han dado una mala noticia? ¿Qué es?


La solución 45

JORGE (reaccionando): Nada. Algo sin importancia.

AMAURY: Te has quedado pálido.

JORGE: Sí, me duele la cabeza; es que no me siento bien.

(Al mucamo, que le ofrece el saco.) Lleva eso. No saldré.

Perdónenme, pero iré con ustedes.

AMAURY: Ya te notaba extraño yo. (Han ido todos basta la

puerta del ball.)

REYES: Si te sientes mal, podríamos quedarnos a hacerte

compañía.

JORGE: Oh, no; de ningún modo. Lo que necesito es des-

cansar. Vayan pronto, que es descompasadamente tarde.

Hace ya hora y media que empezó la función.

REYES (a Amaury): Yo no sé qué crónica llevarás a tu dia-

rio. Sí que eres fresco.

AMAURY: Qué cosa, ¿eh? Siempre me pasa lo mismo. Para

mí todas las obras empiezan a la mitad del segundo

acto, con el conflicto hecho. Me desconcertaría el día

que viera un primer acto, y no sabría cómo juzgar la

obra. Creería que estaba frente a una nueva escuela

dramática.

LITVER: Así anda hoy la crítica, amiguito... Vamos,

vamos...

JORGE ( con angustia): Usted se'queda un momento conmi-

go, doctor, por favor...

LITVER: Sí, hijito; sí, cómo no; sin favor. (A los otros.) Me

reuniré con ustedes en el teatro.

JORGE: Perdónenme, quiero consultarle algo.

REYES: No es nada. Adiós, Jorge; 'que te mejores.

AMAURY: Mañana vendré a verte.

JORGE: Hasta mañana, hasta mañana. (Salen)


46 Las descentradas y otras piezas teatrales

JORGE, DOCTOR LITVER

JORGE (abrazando. a Litver y escondiendo la cabeza en su

hombro): Doctor, doctor.

LITVER (rechaza'ndolo): Pero, hijo, ¿qué tienes? (Jorge, sin

contestar; va como un sona'mbulo basta el sofá, donde se

tira. Litver lo sigue.)

JORGE: No sé cómo he podido soportarlos; no sé. No han

hablado más que de cosas que me torturaban, que me

torturaban... Era, como si yo mismo se las sugiriese.

(Pausa, mirando a Litver.) Estoy pasando por el momen-

to más horrible de mi vida, doctor.

LITVER (deja su sombrero en una silla y conmovido se sienta

junto a Jorge): No te exaltes, hijo, no te exaltes. .. ¿Puede

tu viejo amigo, el amigo de tu madre, servirte de algo?

JORGE: No sé, no sé... no sé ni para qué le he dicho que

se quedase... (Serenándose con un esfuerzo enorme.)

Perdóneme. Fue un momento. He recibido un golpe,

no por lo esperado menos atroz. Ya pasó. Quedé atur-

dido, pero ya pasó, ya pasó. (Se levanta y pasea nervioso.

Litver lo mira largamente, va a e'l y le toma el pulso.)

LITVER: Qué horror de pulso, hijo... Y estás helado...

Verdaderamente, debes sentirte enfermo. Creí que fuera

un pretexto para quedarte solo.

JORGE: Las dos cosas, viejito, las dos cosas...

LITVER (va a tomarle otra vez el pulso): Déjame ver.

JORGE: No, no busque el mal en el pulso, viejito. El mal

está aquí... y aquí. (Se golpea la frente y el pecbo.) Es

que yo no sé dónde está el mal, es que ya es tarde para

darle remedio... Está metido en los huesos, en la san-

gre. (Se tira en el sofa’, con la cabeza entre los brazos.)

LITVER (severo): Serénate, Jorge. Sea lo que sea lo que te

suceda, no debes olvidar que eres un hombre.


La solución 47

JORGE: Y no lo olvido, no. Pero es tan horrible, tan enor-

me... Pesa sobre mí en este instante el problema más

arduo en que pueda naufragar la razón de un hombre...

Usted no sabe...

LITVER: No sé, pero sospecho, hijo. Soy lo bastante viejo,

he vivido lo bastante para no saber leer en el alma de

los seres que amo.

JORGE (con ansia): Qué, ¿qué sabe?

LITVER: Nada y todo. Pero hace tiempo que estoy viendo

llegar algo irremediable.

JORGE: Algo irremediable que ya no puede detenerse más.

(Pausa) ¡El problema! Hoy, ahora mismo, tengo que

darle solución.

LITVER: ¿Y quieres que yo te ayude a buscarla? (Jorge

asiente con la cabeza.- Litver le pasa suavemente la mano

por el cabello.) ¡Pobre niño, pobre niño! (Pausa) Es la

fatalidad, es la vida implacable que va tejiendo los hilos

con que nos ahoga.

JORGE (levanta la cabeza y babla con voz sorda): Hace

tiempo que no sé cómo vivo, créamelo, viejito... Llevo

gastadas todas mis fuerzas. En este instante me siento

débil como una mujer... Pero he sufrido como un hom-

bre, créamelo. Pasará este instante, tiene que pasar. (Se

levanta, anda, da una mano contra la otra, nerviosamen-

te.) Tengo que reunir ahora mismo todas mis energías,

todas mis fuerzas...

LITVER: Jorge, serénate. Piensa que, como has dicho, este

instante pasará; como todo, todo pasa... Y que, cuando

pasa, ya no es, ya no nos atormenta, ya no existe. Yo,

que miro la vida desde tan. lejos, que ya no tengo pasio-

nes, te lo digo... Hijo, serénate. Y, créeme tú ahora, ya

no puedo decirte más. (Jorge, volviendo a sentarse, lo

mira con una larga mirada de angustia interrogante.) La


48 Las descentradas y otras piezas teatrales

solución está. Pero hay que buscarla. Hay que buscarla

como un hombre, honrada y noblemente. ¿Me entien-

des, Jorge? Honrada y noblemente. Todo problema que

nos da la vida trae con él su solución. Para encontrarla

el único camino recto es la serenidad. La serenidad, que

es la sabiduría. (Pausa)

JORGE: Ella vendrá aquí ahora. Debo darle. esa solución.

LITVER: ¿Cuál “ella”?

JORGE: María.

LITVER (levanta'ndose y tomando su sombrero): Me voy.

JORGE ( con angustia): No se vaya, doctor.

LITVER (severo): Jorge, María no sabe o no quiere saber

que yo sé su secreto. ¿Crees que sería correcto que me

quedara?

JORGE: Tiene razón, viejito. Usted siempre tiene razón.

Pero vuelva...

LITVER: Vendré mañana temprano. Serénate. Sé fuerte con-

tigo mismo... contigo mismo... No se me ocurre decirte

más. Pobre hijo, hasta mañana. (Jorge queda sentado,

con la cabeza entre las manos y los codos en las rodillas.

Litver vuelve a acariciarle el cabello y sale. Desde la puer-

ta se vuelve, pero Jorge continúa inmóvil.)

JORGE, MUCAMO

Queda un momento inmóvil. Luego se levanta, como el que

despierta de una pesadilla, y llama el timbre. Queda de pie

toda la escena.

MUCAMO (entrando): ¿Llamaba el señor?

JORGE: Va a venir en seguida la señora. Haga como antes. A

esta hora no vendrá nadie, pero por si acaso, ya sabe.


La solución 49

MUCAMO: ¿Nada más?

JORGE: Nada más. Vaya. (Va el mucamo a retirar el servicio

del café.) No, no; deje eso. Vaya.

MUCAMO: Está bien, señor. (Sa-le. Queda Jorge pensativo, de

pie, en medio de la escena, basta que entra Maria.)

JORGE, MARIA

Entra Maria. Detrás de ella cierra el mucamo la puerta del

ball. Da la impresión de una mujer calmosa, suave, de poco

espiritu. Habla bajo, pausadamente, con gestos dulces. Viene

temblorosa, asustada, dolorida. Viste de negro, lujosa.

MARÍA (desde la puerta): Jorge, amigo mío... (Jorge se vuel-

ve bruscamente y va a recibirla con los braZOs abiertos. Le

toma los guantes y la cartera, lo pone todo en un sillón.

La trae cariñosamente basta el sofa', donde la sienta y se

sienta a su lado. Inclinándose, le besa la frente con grave

ternura. Ella lora suavemente.)

JORGE: ¡Pobre amiga! La fatalidad se ha desencadenado

contra nosotros... (Al besarla, ella lo ba recbazado con

suavidad; abora se retira de e'l con angustia.)

MARÍA: Jorge mío, mi Jorge... ¡qué castigo!

JORGE: Castigo. . . ¿de quéP. ..

MARIA: Tienes razón, ¿de qué? (Pausa)

JORGE: ¿Pero qué es lo que Dea te ha dicho? ¿Cómo fue?. ..

MARÍA: Fue... no sé cómo... Empezó con una confiden-

cia... Terminó... No sé cómo terminó. Yo huí... No

recuerdo nada... Ni lo que te dije por teléfono. Nada.

JORGE: Me lo dijiste todo. (Pausa)

MARÍA: Tengo que poner en orden mis ideas. Me duelen. (Se

toca la frente.) Estoy aturdida aún... (Pausa, transición.)


50 Las descentradas y otras piezas teatrales

Pero es un castigo. Yo quité a mi hija todo mi amor para

dártelo a ti... No amé más que a ti en el mundo, te amé

tanto, que hice dentro de mí, incompatibles, dos afectos

que no lo eran. Fui ciega. Alejé mi hija de mí...

JORGE: Tu madre te la reclamaba...

MARÍA: Nos reclamaba a las dos juntas. Yo no debía...

Me separé de ella por egoísmo, porque quería estar

sola contigo, sola para ti... ¡Es el castigo, el implacable

castigo!... (Pausa. Jorge sombrío.) Pero yo no ofendí

a nadie con amarte. Era libre hacía años. Libre. Te lo

di todo. No te pedí nada. Te amé generosamente...

¿Verdad, Jorge?

JORGE: Verdad.

MARÍA: Tú eras casi un niño. Yo era una mujer. Me parecía

innoble casarme contigo, atarte a mi vida... Mientras

me ame, pensaba... Y fue así, ¿verdad que fue así?...

JORGE: Verdad.

MARÍA: Y hace un año (mira a su alrededor), más de un año,

que no veía esto.

JORGE (con reproche): María...

MARÍA: Cuando sentí que se enfriaba tu afecto...

JORGE: Mi afecto no... '

MARÍA: Bueno, tu pasión; me fui silenciosamente de tu

vida... tan silenciosamente, que hasta ahora no nos

hemos dado cuenta de que ya no somos amantes...

Pasaron por ti otras mujeres... y hasta les tuve cari-

ño, porque .te daban el momento de dicha que yo ya

no podía...

JORGE: No me tortures, perdón...

MARÍA: ¿De qué?... yo ya soy vieja...

JORGE: No, no eres vieja. Sabes que mientes. Aún eres her-

mosa, muy hermosa. Pero fue la vida... Óyeme, cuando

dejaste de ser mi amante fue cuando empecé a quererte


La solución 51

de veras, a comprender lo que eras en mi vida. El fuego

pasó. Quedó lo más santo, lo más puro...

MARÍA: Lo sé, amigo mío.

JORGE: No he dejado un día de verte. En mis momentos

de dicha, o de dolor ¿dónde busqué otros ojos, otra voz

que la tuya?... Hubiera preferido la muerte mil veces

antes de darte una pena...

MARÍA: Y así me hacias feliz, de una dulce felicidad. Fue

por eso... Tu pasión tenía que pasar... Joven, te encon-

trarías con el ridículo de una vieja a tu lado, que sería

tu enemiga.

JORGE: No seas cruel... No digas eso.

MARÍA: Es la verdad. Así pude ser siempre tu dulce, tu

maternal amiga. Sabía que un día amarías, porque

era tu derecho, para hacer tu hogar, tu hogar honra-

do, tu hogar feliz... Y pensaba con afecto profundo

en la niña pura que más tarde compartiría‘tu vida...

Pensaba quererla como a una hija. (Hace el gesto de

arrancarse una idea.) Me sentía casi abuela de tu-s hijos

que vendrían... Y si tenía dolor, era un dolor tan dulce

que parecía una dicha.

JORGE (besa'ndole las manos): Santa mía, tú ennobleciste mi

vida... Gracias, gracias por lo que me dices... (Pausa)

MARÍA: ¡Me llamas santa! No. Para ti sí. Para ella no.

Para mi pobre Dea. Antes jamás quería ni pensar en

ella, porque tenía remordimientos... Ahora es una

maldición... La miro, y en vez de mi hija, de lo que

debe ser una hija, veo una criatura extraña, a la que

miro con asombro unas veces, con espanto otras, con

dolor siempre... (Con exaltación.) ¡Y es mi hija! ¡Y

la he llevado en mis entrañas!... ¡Y en mis entrañas

me castiga Dios! (Pausa) Pagué todos los pecados de

mi vida hoy en un solo instante, al ver esa criatura, esa


52 Las descentradas y otras piezas teatrales

mujer exaltada, loca... sollozar, gritarme su amor a ti,

a mi amante... Y es mi hija, es Dea, mi hija, la hija que

he llevado en mis entrañas... (Llora, desgarra'ndose

toda. Jorge ensimisma‘do.)

JORGE (dándose cuenta recién de que llora): María, no llores

así; me haces mal... María, por favor... (Va a besarla.

Ella lo rechaza en silencio y se serena algo.)

MARÍA: Sí, con lágrimas y con frases no hago nada. Y aquí

hay que hacer algo. No he venido a llorar, sino a buscar

contigo la manera...

JORGE: Lo que tú digas...

MARÍA: No, amigo, tú. Yo no puedo nada. Ni siquiera,

como hasta hoy, s‘er tu dulce amiga. Siento —perdóna-

me—, siento c'omo espanto de ti. Me pareces un hombre

nuevo... Amigo mío... (Mirándolo fijo, con espanto.)

Amante mío, a quien ama mi hija...

JORGE (como rechazando las palabras con las manos): No

digas eso, por piedad.

MARÍA: Lo espantoso es que yo no lo sospechaba siquiera...

JORGE: Era la ley que fueras 'tú la última en sospecharlo.

MARÍA: Fue demasiado. ¿Y sabes lo que ella me ha- dicho?

¿Lo sabes? . .. (La interroga e'l sólo con la mirada.) Me ha

dicho que tú la amas.

JORGE: Dea no ha podido decirte eso.

MARÍA: Me lo ha dicho. (Pausa, transición brusca.) Pero

eso yo sé que es mentira. Yo te conozco a ti más que a

mí misma, yo te conozco, yo te sé. Tú no eres capaz...

(Jorge la mira silencioso.) ¿Verdad, verdad que Dea

miente?

JORGE (esquivando): Dea no ha podido decirte que yo

la amo.

MARÍA: Gracias, amigo mío, gracias... Mira, yo estaba

segura de ti, y así y todo, sólo la duda era peor que la


La solución 53

muerte para mí. Con otra si, con otra cualquiera, con

la que tú elijas... Pero con mi hija no. Es la hija de

mi carne. Es mi hija. Sería monstruoso... se llamaría

incesto...

JORGE (corta'ndole la palabra, que ella no termina de pronun-

ciar): Calla... No lo digas.

MARÍA: Está loca. Dice que si tú sigues rechazándola se

va... Se va sola por el mundo... Yo no puedo hacer

nada. Se irá. Se irá. Se aturdirá. Se enfangará... ¡Si tú

oyeras con qué palabras lo dice! Se irá sola, ya sin mi

madre, a vagar por los caminos de la vida como una

sombra doliente. .. Porque te ama, Jorge, es verdad que

te ama... Te ama como yo no te he amado nunca.

JORGE (sordamente): Se curará. Volverá a amar. La ama-

rán... ¡¡Oh, cómo la amaránl!

MARÍA: No, no se curará.

JORGE: Sí. Tú, dulce mujer de paz, no entiendes eso. Dea

no es la mujer de un solo amor. (Pausa)

MARÍA: No sé... no sé... Pero yo no quiero que se vaya...

no puedo dejarla irse... ¡y así! . . . Enloquecería de remor-

dimientos. .. ¿Qué hago, Jorge, qué hago?...

JORGE (desgarra'ndose): Decírselo todo.

MARÍA (con espanto): ¡Oh, nol... ¡decírselo, no!

JORGE: ¿Por qué? Como tú, es mujer...

MARÍA: No es eso, no. Antes sí. Ahora ya no. Sería aún más

espantoso para todos. Iría igual a ti... No la conoces tú,

no la conoces.

JORGE: La conozco. Lo sé. Dea es la fatalidad. Es el destino.

Es la que marcha ciega donde la manda su instinto.

MARÍA: Y tú eres un hombre. Joven como ella. Eres huma-

no. Ella te ama. Es hermosa... Pero tú no verás eso.

¿Verdad que no lo verás?... Sólo verás a mi hija, sólo

pensarás que es mi hija.


54 Las descentradas y otras piezas teatrales

JORGE: Confía en mí, yo te... (Entra el mucamo por la puer-

ta de la biblioteca, sin llamar; y le corta la frase.)

MARÍA, JORGE, MUCAMO

MUCAMO (entrando por la biblioteca, cuya puerta cierra):

Señor, señor...

JORGE (levanta'ndose): ¿Qué hay?

MUCAMO: Está ahí la señorita Dea.

MARÍA: ¿Aquí?

JORGE: ¿Por qué la recibiste?... No sabes...

MUCAMO: Si no la recibí, no. Ella entró. Dice que oyó su

voz... O si no, que esperará aquí hasta que usted vuelva.

La detuve con un pretexto, pero va a entrar...

MARÍA (enloquecida): Que no me vea, que no me vea...

JORGE (al mucamo): Entretenla un momento y que luego

pase. (A Maria.) Entra en mi cuarto, toma. (Le da los

guantes y la cartera.)

MUCAMO: Está bien. (Sale por la biblioteca. Entra Maria por

la puerta de la derecha.)

(Jorge solo, da varias vueltas por la escena, como un sonám-

bulo. Apaga la luz y sólo deja la lamparita veladaque hay

sobre la mesa antigua. Queda la escena, hasta el final, con la

misma luz tenue que hay al levantarse el telón. Va hasta la

mesa y bebe. Prende un cigarro y la espera de pie, afectando

indiferencia. Se nota en toda la escena que se esta' destrozan-

do, pero sobrio, con pocos gestos y voz fria.)


La solución 55

JORGE, DEA, MUCAMO

Entra Dea, seguida del mucamo, por la puerta del hall, que

queda abierta. Queda ella un poco aparte. Jorge habla al muca-

mo, sin mirarla.

JORGE: Mira, vete a acostar. Abriré yo mismo a la señorita.

No necesito nada; si acaso te llamaré. Pero acuéstate,

¿entiendes? .. .

MUCAMO: Está bien, señor; hasta mañana.

JORGE: Hasta mañana. (Sale el mucamo por la puerta de la

biblioteca. )

- JORGE y DEA

Jorge y Dea se miran un momento frente a frente, sin hablar:

Dea viste de negro. La fiebre y la angustia han adelgazado

aún ma's su cara pequeña y pálida, en la que sólo viven los

ojos, negros, hondos, torturados. Su boca, demasiado pin-

tada, sangra como una herida. Lleva desnudas las manos

blancas, un poco grandes, que subrayan sus gestos con movi-

mientos bruscos.

Esta escena, sobre todo en su parte final, no puede ence-

rrarse en acotaciones: queda librada al talento de los actores,

a los que sólo recomienda, la autora, sobriedad.

JORGE: ¡ ¡Usted, todavía usted! ! . ..

DEA: Todavía yo. Siempre yo. ¡Eternamente yo! .

JORGE: Se compromete usted estúpidamente.

DEA: Lo sé. No me importa. Comprometerse no tiene ya

importancia. Vengo a despedirme de usted. .. De ti. .. de

ti, cruel amigo mío. Vengo a decirte adiós.


56 Las descentradas y otras piezas teatrales

JORGE: ¿Por qué a mi casa?

DEA: ¿Y dónde iba a encontrarte si me huyes? No finjas

sorprenderte. Sabes que vendría a ti." Tú me huyes pero

yo tengo que ir a ti. Y tú tienes que oírme, debes oírme.

Toda esta angustia, todo este dolor míos, me dan sobre

ti este derecho.

JORGE (brutal): Te oigo, mujer. Si no me sorprendo. Más

esperaba yo de tu histerismo.

DEA: De mi histerismo. Sea si tú lo quieres... ¡De mi

histerismo! Sí. Tú me has hecho histérica, tú me has

hecho loca... Tú has deshecho todo lo que había en

mí... Tú, tú... ¿No ves cómo vivo? Vivo en el mundo

del absurdo, del desequilibrio, estoy descentrada...

Todo a mi alrededor es vago, gira, se mueve... Busco

aturdirme. Libros, gentes, ruido... Y nada. Estás aquí.

( Por los ojos.) Eres mi obsesión, mi enfermedad, mi fie-

bre... Sí, me has hecho histérica. .. pero has sido tú. De

todas las histéricas, más, mucho más de la mitad, lo son

como yo, por desesperación, por la brutalidad de los

hombres, por lo irreparable de la vida... No todas son

histéricas de histerismo, no... ¡son histéricas de dolor

como yo! . .. (Jorge la oye mirando al suelo, inmóvil, ella

sigue después de una pausa.) Vengo a que me escuches.

Tú te dices comprensivo, sensible y te cierras a mí...

Porque... ¿por qué?... Si hasta a lOs criminales se los

oye... si hasta a los animales que nos son fieles les toma-

mos afectos, no les haríamos daño... Y a mí que soy una

criatura humana, a mí que no te pido nada me torturas

así. .. No quieres ni escucha‘rme... Pero porque... ¿por

qué es esto, por qué? . .. (Pausa larga.) Si no l'o haces por

amor, ni por curiosidad, ni para entretener tu hastío,

hazlo siquiera por piedad... escúchame...


La solución 57

JORGE (senta'ndose en el sofá, con gesto de resignación): Te

escucho, mujer; te escucho... Yo escucho siempre...

(Dea se sienta a su lado, en el mismo lugar que antes

Maria. Habla. Sus manos toman inconscientemente un

gesto implorante.)

DEA: Y contéstame lealmente, que lo que más 'daño me

hace es tu silencio; no me trates piadosa o cortésmente,

no temas destrozarme... Yo, con esto, te doy todos los

derechos... hasta el de despreciarme, hasta el de bur-

larte de mí, hasta el de... No comprenderás jamás los

minutos mortales que pasé ayer esperándote. Toda la

tarde en la mesa de un café, sola, con el presentimiento

de que no vendrías... Salí loca. Volví hoy. Sé que reci-

biste a tiempo mi carta; te llamaba con mi voluntad...

Hoy me ahogaba. Se lo dije todo a mi madre... A esa

madre helada, que ni siquiera finge consolarme. .. Todo

me es hostil. Todo es malo para mí. Rodeada de tanta

gente, no tengo a nadie en el mundo... Sí, mi alma se

desborda de amargura; soy una histérica...

JORGE: Dea, yo quisiera...

DEA: Óyeme primero; habla tú después... Pero busca tu

alma para oírme. Recibe algo de mí, de mi espíritu,

de este “ego” mío, que con tal fuerza de destino va

hacia ti...

JORGE: No te comprendo.

DEA: Ya sé que no me comprendes... ¡Como me amarías

si me comprendieses! . .. (Pausa. Transia'ón.) Pero dime:

,¿eres frío, como si no- fueras humano, o es esto simple

poseP... ¿Es que te doy la sensación de una loca irres-

ponsable, o eres tú el histérico, y, sabiendo que respondo

a un solo gesto de tus ojos, juegas conmigo por sadismo

puro?... (Pausa. Ella espera, él sigue tumbado, mirando

el humo del cigarro.) Pero por qué no me miras... ¿por


58 Las descentradas y otras piezas teatrales

qué me escondes los ojos?... Mírame con odio, con

desprecio, con lástima, pero mirame. . . Al principio sólo

encontraba tu mirada. en todas partes... Recuerda...

demasiado. Ibas a buscarme, ibas... Porque tú eres el

que me ha hecho amarte así. .. (Se han oído gemidos den-

tro. Dea, exaltada, no se da: cuenta. Jorge, si)

JORGE: Yo era sólo tu amigo, Dea, amigo.

DEA: Mientes. Un amigo no mira como tú me mirabas.

Oye. Yo vengo aquí porque siento que tú me amas. Y

yo me equivoco. Te amo demasiado- para equivocarme.

Yo no comprendo pero siento... siento... Ante todo, te

siento sufrir.

JORGE (senta‘ndOse y tirando el cigarro la mira hostil):

¿D'ea,. con qué derecho. perturbas vida, con qué

derecho?'...

DEA: Con el derecho- de mi amor. El único que no puedes

negarme. QUe nadie podría negarme. Cuando se ama a

alguien por el solo “hecho” de amar, se tienen ya todos

los “derechos” Pero yo. note perturbo, Jorge... Yo ni

te pido siquiera que tú. me ames... Te pido sólo que. me

dejes busca-r tu alma... Estás vacío, triste, muerto. . .. Yo

lo siento... Déjame- probar: yo soy la vida...

JORGE: Es inútil, Dea; ya lo ves. Tú no sabes tocar a; mi

alma.

DEA: Lo veo, sí... pero es porque te amo demasiado. Si te

amara menos sería" más hábil para atraerte a mí. Te lo di

todo. No guardé armas para este combate absurdo de

pasiones. (Pausa) Yo fui siempre hábil, fuerte, serena,

no sentía jamás resistirme nada a mi voluntad podero-

sa. ¡Y eso me enloquece! . .. ¡Y no sé siquiera si esto es

el amor! ...

JORGE: ¿Qué es entonces?

DEA: ¿Lo sé yo acaso?. .. Yo pensaba... yo conocía el


La solución 59

amor... Como todas. Creía que amar sería una fiesta

florida para mi alma. Y ansiaba amar, amar de verdad.

¡Y hoy... hoy sólo sé que amar es la exacerbación del

sufrimiento! (Pausa) Si tú no me comprendes es porque

no has amado, porque no te han amado jamás. El amor

afina hasta al espíritu más duro, lo hace clarividente, lo

sensibiliza... Por eso, si tú hubieras amado alguna va,

yo no te sorprendería. Sabrías que cuando el amor entra

en un ainta es como una fuerza arrolladora y potente que

arrolla todas las demás pasiones... Orgullo, delicadeza,

dignidad. .. todo muere... Ya no queda en esa alma nada

más que amor... Mira (Rie dolorosamente.) ¡La

mujer superior, la súper hembra! .. .. Sólo soy una voz que

implora, dos brazos que se tien-den, un alma que arde y

vibra como ¡una llama... ¡Toda soy amor... nada más que

amor!... (Pausa larga.) Y hay momentos en que quisiera

huir de ti... Pero no. Mi obligación es luchar. No sé

contra qué, ni contra quién, pero debo luchar, tengo que

luchar. Si una vez en mi triste vida deseo algo, quiero algo,

siento algo... algo que hace vivir en mí las pasiones huma-

nas de todos los seres... crees tú que voy a dejarlo que se

vaya porq-ue sí, por cobardía; Oh, no... Si esto .es fuerza de

destino, el destino se cumplirá, pero yo debo ir hacia mi

destino... Mira: sufro horriblemente, trágicamente..... y si

tuviera en mis manos la paz y el descanso no los querría.

Amo “hasta el dolor que me viene de ti.

JORGE (sordamente): Literatura. Histerismo y literatura,

Dea. La más estupenda de las combinaciones.

DEA: Lo dices demasiado. Sea. Sea, si históricos son los

seres suprasenSibles como yo. Literatura. ¿De qué

vivimos los seres Civilizados sino de literatura? De

palabras, que son las que diferencian a-l hombre de la

bestia... Y son palabras, palabras hermosas, ardien-


60 Las descentradas y otras piezas teatrales

tes, fuertes, retorcidas de histerismo las que quiero

yo decirte. ¿Amas el arte? ¿La belleza?... ¡Yo querría

que las palabras de mi literatura fueran tan bellas que

entraran en tu carne como puñales, tan ardientes que

las sintieras quemando tu boca!

JORGE (con gesto de fatiga): Basta, Dea. Basta, pobre niña.

No te siento. No es mi culpa. No sé por qué, pero no te

siento. No estoy en situación espiritual de sentirte; me

cansas. Basta, Dea, basta. (Pausa. Ella se levanta y anda

algo. Vuelve y de pie frente a e'l habla.)

DEA: Tú amas a otra. Tienes el alma llena de otra. (Se inclina y

le toma las manos nerviosamente.) Mírame. Dime que amas

a otra. ¡Que tienes el alma llena del espejismo de otra, los

labios llenos del sabor de otra! . .. (Le grita.) ¡Dímelo! (Lo

suelta y suplica.) Dímelo. .. Que muchas veces la crueldad

es piadosa. Ten conmigo esa piedad cruel... Que al irme

de ti sepa al menos el porqué de tu hielo.

JORGE (sin poder contenerse): No amo a otra, Dea. Pero

basta, calla. (Queda ella suspensa. Bruscamente se quita

el sombrero, que pone en una silla. Se retira el cabello de

la frente con un movimiento maquinal. Su cabello es de

un rubio oscuro y ardiente. Se sienta al lado de él, envol-

viéndolo todo en su amor. Él sigue fito, lejano.)

DEA: Jorge, si no sientes mi alma... ¿no te dicen nada

mis labios y mis ojos y mis brazos y toda yo?... ¿No

me sientes en tu carne, en tu sangre, en tus nervios?...

Mírame. Soy hermosa. Me aman. Por las calles arrastro

el deseo. Antes, ¿sabes?, odiaba que me miraran; la más

leve palabra me ‘sublevaba. Ahora... Ahora busco las

miradas, provoco. Al que me dice algo, aunque sea bru-

tal, aunque sea sucio, me le volvería y le diría: “gracias”.

Porque todo ese deseo de la calle innoble y canalla me

dice que tú puedes también...


La solución 61

JORGE (brutal, casi gritando): ¡Cállate, mujer!

DEA: Tampoco... ¿tampoco?... Mírame. Yo llevo en mí

el amor. Tengo en la boca el gusto de la fruta... en mis

brazos toda la primavera... Mi cuerpo es puro... puro,

¿sabes?... mis ojos arden de pasión, mi boca tiene sed

de la tuya... (Pausa anhelante; él lejano.) ¿O quieres

sólo ternuraP... Eres un pobre y fatigado peregrino de

amor, que sólo ansía ternura... ¿quieres una hermana?

JORGE (hiriente): Tú, hermana...

DEA: Yo... hermana. Pura, casta... Que te dará la paz...

toda la paz... Pero mirame... (Se inclina y lo toca.) Mi

amor lo puede todo, mi amor lo sabe todo... (Él se pone

de pie bruscamente y la rechaza de una manera brutal.)

JORGE: Déjame. Vete. (Se levanta ella. Hablan de pie.)

DEA .(reaccz'onando): ¿Me rechazas, me escondes los ojos?

¿Por qué no me miras? ¿Es que te causo tanto horror?

¿Te soy tan instintivamente repulsiva?. .. ¿Pero por qué,

por qué?... (Extiende enloquecida hacia e'l sus manos

blancas. Sin mirarla él se pasea nerviosamente. Ella casi

agresiva.) O eres un buen burgués, al que espanta una

mujer así, que sabe ofrecerse, que sabe darse, que sabe

hacer como una diosa el presente de sí misma... ¿Te

desconcierta la mujer que sale al camino y ofrece al

hosco vagabundo, que nada pide, su alma y su carne,

como podía ofrecerle el pan y el aguaP... (Pausa. Él al

verla callada se detiene junto a la mesa.) O es que tienes

un alma pequeñita, pequeñita... (Con pasión.) No. .. eso

no. No puede ser. Yo no me puedo equivocar así. .. Yo

te sentí un minuto... Tu mano temblaba, ¿recuerdas?...

Pusiste en mi hombro tu cabeza... Rozaste mi cuello

con tus labios... Y me rechazaste de golpe como si te

hubieras quemado... Y desde entonces huyes de mí, y

no me miras... y me temes... (Dentro Maria vuelve a


62 Las descentradas y otras piezas teatrales

gemir, sólo la oye Jorge.) Y yo siento como si luchase

contra un fantasma... me dejaste esa angustia. Dime

qué fue... Te pido por ese instante en que me amaste,

que me lo digas... Dímelo... (Va a caer de rodillas ante

e'l, loca de angustia. Él la levanta.)

JORGE: Dea... no seas así... Dea...

DEA: Dame tus ojos. Déjame buscar en tus ojos la solu-

ción...

JORGE (brutal): Vete, Dea. La solución es simple. No te

amo. No me gustas. No te siento. Y no soy lo bastante

tonto, ni lo bastante miserable para engañarte, para

abusar de tu locura... Vete. ¿Me has comprendido?

Vete. (Va hasta la puerta del hall. Ella recibe el golpe,

tarda en reaccionar; se pone el sombrero y va a salir. Al

pasar al lado de e'l, dice simplemente con voz lejana.)

DEA: Adiós.

JORGE: Adiós. (Sale Dea. Se va. La siente él irse para

siempre de su vida. Entonces hay una brusca y poderosa

reacción en su instinto. Ruge más que grita.) ¡No...

no... mi Dea... no! . .. (Se vuelve ella y lo mira largo. Él,

agotado, jadea como el hombre que ha hecho un largo

camino. En ella, pálida, blanca, tre'mula, sólo viven los

ojos. Se miran fuera ya de su voluntad, cuando suena un

tiro dentro. Él vuelve en si. Reacciona. Ella, instintiva-

mente, va a entrar. Ante su asombro, e'l la detiene en un

abrazo supremo, que la rechaza.) No, tú, no. (Y ante los

ojos de ella.) La. matamos. Allí está la solución. ¡¡Ésa

es, Dea, ésa es!!...

TELON
Las descentradas

Comedia en tres actos

(1929)
Estrenada en el Teatro Ideal, por la compañía Artistas

Unidos, el 9 de marzo de 1929.

Reparto

(Por orden de aparición en escena)

ELVIRA ANCIZAR DE LÓPEZ TORRES G. Ferrandiz

GRACIA MEURER T. Serrador

SEÑORA DE MEURER B. Vidal

CHINITA B. Tapia

JORGE MEURER E. Roldán

JUAN CARLOS GUTIÉRREZ J. Casamayor

EL DOCTOR LÓPEZ TORRES L. Cerry

BAUDRIX C. Morales

RAMÍREZ E. Bulterini

BLANQUITA C. Pérez Molina

ADELINA L. Caviglia

MUCAMO DEL HOTEL E. Vidal

COMISARIO P. Laxalt

UN SEÑOR QUE NO HABLA D. Pagano

GLORIA BRENA L. Barausse

MUCAMA DE GLORIA M. Sapelli


65

Primer acto

Presenta la escena amplio hall amueblado con lujo de la casa

Meurer. Escalera para las habitaciones altas. En el recodo,

sofa' y sillones forman un rincón confortable. Al foro, izquier-

da, vestíbulo por el que se ve pasar gente que entra al salón.

A la derecha, puerta al comedor: Foro, derecha, salón.

(Al levantarse el telón, están en escena Elvira y Gracia.

Elvira, vestida de visita. Impecablemente elegante. Gracia,

de casa. Gracia tiene veinte años y es una criatura inma-

culada como su nombre. Elvira tiene treinta años. La edad

perfecta de la mujer; según algunos literatos con éxito entre

las señoras. Es alta y magnificamente pálida. Está Gracia

tumbada en un sillón, en cuyo brazo, casi a caballo, Elvira

le acaricia la frente y aparta'ndole los cabellos, la mira en los

ojos. Hablan.)

Escena I

GRACIA y ELVIRA

ELVIRA: Qué linda eres, Gracia. Qué frente tan blanca, qué

ojos tan claros tienes. Cuando te miro así, pienso en la

luz del sol, en el agua fresca, en todo lo bueno, en todo

lo puro... (La besa en la frente y se levanta.)

GRACIA (rechaza'ndola mimosamente): Loca, déjame. Soy

como las otras. Solamente que vos además de verme con

cariño, me ves con tu manía.

ELVIRA: ¿Con qué manía?


66 Las descentradas y otras piezas teatrales

GRACIA: Con la poética. (Rienda) ¿Ya no haces más

versos?...

ELVIRA (se pasa la mano por la frente, suspira y viene a

sentarse frente a Gracia): Ya no hago más versos, tesoro.

Hace muchos años. Me conformo con tener sobre mis

hombros toda la prosa de la vida... (Pausa. Transición.)

¿Te acuerdas. cuando vos ibas a la escuela, todos los

ditirambos que canté a San Martín y a Belgrano?

GRACIA: Qué no me voy a acordar... El corte que me daba

yo en la clase de declamación. La maestra me los pedía

para hacérselos copiar a las otras.

ELVIRA: Cómo pasan los años. Me parece que era ayer...

¿Te acordás de la escuela? Tenía un patio grande de

ladrillo lleno de naranjos. En el pueblo decían que

estaba asombrada. Que de noche en ella los fantasmas

arrastraban cadenas...

GRACIA: Y desde el oscurecer ya nadie pasaba por esa

vereda. Íbamos por la de enfrente y calladitos... Algo

había, che...

ELVIRA: Yo, después de cenar, me escapaba a mirar por las

ventanas. Horas. Nunca vi nada.

GRACIA: Hasta de chica has sido fantástica vos...

ELVIRA: Después la tiraron. Pobre vieja escuela. En nombre

del adelanto del pueblo, mataron tus fantasmas. Estaban

allí bien. Ellos nos enseñaban a soñar. (Suspira) Me da

pena acordarme de estas cosas, es tonto, ¿verdad? Pero

son tan hermosas las cosas lejanas que nos hicieron

sentir mucho. Cuando seas vieja como yo sabrás lo que

valen algunos recuerdos...

GRACIA: Vieja, vos. .. (Ric, cuenta con los dedos.) Hace dieci-

séis días que cumpliste treinta años. Y nadie te los da...

ELVIRA: Eso si es verdad. Nadie me los da... de lejos. Pero

mirándome cerquita del espejo como yo me miro“.


Las descentradas 67

No me hago ilusiones. Nuestra señora la vejez señaló

ya en mi cara, con su dedo fino, el lugar donde van a

marcarse las arrugas. (Ría) Me lo tapo con polvos...

Si yo tuviera ahora mi cara de rosa de los veinte años.

Tú tienes veinte años... Los gloriosos veinte años que

ya no vuelven... (Suspira) A tu edad me casé yo...

Veinte años...

GRACIA: Gran cosa. Diez años...

ELVIRA: No dirás eso cuando hayan pasado por ti. .. Cuando

seas como yo, una mujer casada... y cansada...

GRACIA: ¿Es un chiste?...

ELVIRA: Quizá. Cansada. Cansada. Sin una ilusión... Cómo

nos caen encima los años y la vida. Casarse, Gracia...

Cómo ansiamos casarnos las mujeres. Vivir, cambiar...

Y_nos casamos.

GRACIA: Ya empiezas, Elvirota. Cállate. No me desilusio-

nes. Todas las amigas casadas son iguales. La que te dice

cosas trágicas. La que te dice cochinadas. Todas.

ELVIRA: Yo no. Perdóname. Conserva tu ilusión, que es lo

único que te dará tu formal amor de niña pura. Además,

te digan lo que te digan, ríe... No hay palabras que pue-

dan matar la ilusión... La ilusión de amor, dura poco...

(Ante los ojos de Gracia.) o m-ucho, tesoro. Pero es

ciega, sorda, egoísta. Vive su vida intensamente. Nace y

muere brutalmente. Y como nadie puede matarla, nadie

tampoco puede hacerla revivir. Además, no eres tú de

las que fatalmente se desilusionan...

GRACIA: Oh, no... No pienso desilusionarme. Me has dicho

tantas veces que soy una muiercita vulgar...

ELVIRA: ¿Yo te he dicho eso?...

GRACIA: Sí. Sí... Nunca te acuerdas de lo que dices.

ELVIRA: Tienes razón... Pero no eres vulgar... No. No

sabe tu novio lo que se lleva... Hoy no se encuentran


68 Las descentradas y otras piezas teatrales

novias como tú. Estás hecha de la pasta delas felices...

(Suspt'm)

GRACIA: ¿Y vos?

ELVIRA: ¿Yo?... Yo soy de las otras.

GRACIA: Hay que respetar las manías... Vos, desgraciada...

Es gracioso. Como dice mamá, la suerte tuya no se ve

dos veces... Metida allá en el pueblo, pescarte nada

menos que un ministro.

ELVIRA: Entonces era sólo senador...

GRACIA: Y millonario... La plata, che, es una gran cosa...

ELVIRA: Y tanto... Eso no lo discuto.

GRACIA: Bueno, ¿y qué más querés?...

ELVIRA: Tenés razón, qué más quiero... Es que soy Chifla-

da; tendré que decir como Gloria...

GRACIA: Ya salió Gloria... ¿Qué dice, Gloria?

ELVIRA: Dice, que bendice su chifladura, que es en ella una

especie de vacuna.

GRACIA: ¿Vacuna?...

ELVIRA: Contra la locura completa...

GRACIA: Más loca de lo que es... Decime si no tiene razón

tu marido en no querer que seas amiga de Gloria.

ELVIRA: Mi marido tiene siempre razón en todo.

GRACIA: ¿Y entonceSP... ¿Por qué no le haces caso?...

ELVIRA: Por eso. Porque tiene demasiada razón. No hay

que abusar ni de la razón...

GRACIA: No, che, pero en lo de Gloria... Ya vez; nosotras

no somos ningunas ridículas. La recibimos siempre.

Pero cuando se escapó con los chicos, el bochinche del

pleito... fue horrible.

ELVIRA: Claro. Mientras tuvo hogar, marido, hijos... Pero,

sola, cuando una ley absurda le quitó sus hijos, cuando

necesitaba de todos... ¿Qué habría dicho la sociedad si

se la recibía?. ..
Las descentradas 69

GRACIA: ¿Lo dices con ironíaP...

ELVIRA: No. Con amargura. Mira, amor: cuando pasen

años, cuando tus ojos claros y limpios hayan llorado,

serás más comprensiva y más inteligente... Pobre

Gloria... Tenía ella la culpa...

GRACIA: Debía soportarlo como todas. No es motivo para

deshace-r un hogar, el que se sentía “incomprendida”;

además, fueron novelerías... Te acordás de cómo lo

quería. Todo lo hizo cuando se casó.

ELVIRA: Y fue eso. Vivir con un marido a quien no se ama...

pase. Es lo común. Pero vivir con uno a quien “ya” no

se ama...

GRACIA: A veces no te entiendo...

ELVIRA: Y que el buen Dios libre a tu corazoncito por

siempre de entenderme... que jamás enrede tu alma

en los hilos sutiles de la angustia... de Gloria... y de

tantas...

GRACIA: No, che... Yo estoy libre. Nunca fui novelera...

Además, como dijo tu marido, esas cosas no están en el

código... Y ella se fue de su casa.

ELVIRA: Dame un beso y hablemos de otra cosa. Hay doble-

ces en tu corazoncito que no quiero ver.

GRACIA: ¿Es malo que no quiera a GloriaP...

ELVIRA: Malo, no. Mezquinito... Hablemos de tu novio.

¿Cómo es? ¿Bueno mozo? Contame.

GRACIA: A mí me gusta... Es muy simpático...

ELVIRA: Y muy inteligente... Y eso que es periodista,

¿eh?... Y a pesar de ser periodista, tiene también

ingenio... Es amigo de Gloria, ¿eh? Te doy el dato...

Trabajan en e‘l mismo diario... Las cosas que le ha dicho

a mi mari-do... (Ría) Hizo temblar dos Ministerios con

un chiste...

GRACIA: Olvídate de eso. Ya no volverá a suceder.


70 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: ¿Por qué me voy a olvidar si me haci: muchísima

gracia? Yo admiro la insolencia en todas sus manifesta-

ciones.

GRACIA: ¡Qué cosa! Cuando Jorge lo trajo a casa, él ni se

sospechaba que éramos tan amigos...

ELVIRA: ¿Y de dónde lo sacó Jorge?

GRACIA: Vos sabés que Jorge ha escrito una obra de tea-

tro...

ELVIRA: Ese Jorge. Ya no le falta nada. Mirá si se iba a

quedar él sin su drama... ¿O es sainete?

GRACIA: Drama. Vos dirás que es malo, claro, pero fue mi

:Eelicidad. En cuanto se hicieron amigos, Juan Carlos

empezó a festejarme. Yo no te lo escribía porque como

tu marido...

.ELViIRA: ¿Y qué le importaba a mi marido?

GRACIA: Nada... Pero. ..

ELVIRA: Ya ves; lo que pensó, se lo cafló.

GRACIA: Pero no esta tarde.

Vendrá a buscarme. Le presentaremos a tu novio.

GRACIA: Ya verás; y los diarios de la oposición no se mete-

rán más con

ELVIRA: Gracia, tienes alma ¡de político. Ahora me explico

por ¡qué mi marido...

GRACIA: mui/novio que estas cosas de política no

influyen ¿para nada en la futura amistad de los hom-

bres.

ELVIRA: Los hombres .y la política son una cosa tan parti-

cuilar. ..

GRACIA: Yo sabías que iban a hacerse ami-gos. Por eso no

quise que me diera el anillo hasta que ustedes Vinie-

rran..... En ¡el día de mi compromiso quería tener cerca

toda mmi ¿gente querida... Te acordás de cuando vos te

comprometiste... Qué fiesta dio tu mamá...


Las descentradas 71

ELVIRA: Pobre mamá. . Fue su último día feliz. .. Ya estaba

tan enferma...

GRACIA: Bueno. No te entristezcas.

Escena"

ELVIRA, GRACIA, SEÑORA y CHMTA, que entra y

¡de mn mate

SEÑORA (en traje Je- cam, paquete)).:-Gra1cia, hijita, ¿todavía

sin vestir?

GRACIA: ¿“Y vos, mamá?

SEÑORA: Yo estaba ocupada arregiándolh y' disponiéndblb-

todo bien. No quiero- que cuando haya gente me estén:

llamando. . ¿Qué hacían: acá? .

GRACIA: Conversando.

SEÑORA: ¿Y no podían conversar" en: tu cuarto mientras te

vestías?

ELVIRA (con mimo): Señora... a mí me “'esgu-nnfiïan” l'as

escaleras.

GRACIA: Ya subo, mamita. Estoy cansada...

SEÑORA: Siempre estás cansada vos-.. (La‘mz'ras des-176mm:-

mente. Entra la cbz'm'ta con mate. Elvira se la arrebata

con grandes exclamacíone‘s.)

ELVIRA: Ay, mate. .. trae“, m’hijita. .. Qué delicia es. el mate. ..

Hace tres meses que no tomo más que té... ¡puah!...

nuestro mate. Nos hacemos elegantes... (Hablando al

mate.) Negri-to querido. Criollito de mi tierra-.. ’E-res lo

que más mie gusta en el mundo... Será porque-mii mari-I

do te odia...

SEÑORA: Déjalo en paz a tu marido... Hasta c’on el mate lo

criticas... Pobre López Tarres... Las ganas que tengo


72 Las descentradas y otras piezas teatrales

de verlo... Mirá que no encontrarlo anoche...

GRACIA: Y el apurón que se dio... (Ría)

ELVIRA: Hay que disculparlo. “Alguien” lo esperaba

impaciente. Salió de Mar del Plata una semana antes

que nosotros...

SEÑORA: Callate, ¿querés? Qué ganas de hablar de vicio...

ELVIRA: Sí, de vicio hablo...

SEÑORA: Claro que de vicio... No digo que sea un santo...

Tendrá sus cosas. Para eso es hombre. Las mujeres

inteligentes no miran nunca lo que hacen los hombres.

No lo saben.

ELVIRA (riendo): Ellos tienen sus derechos...

SEÑORA: Aunque yo no creo nada, hija, ¿sabes? Un hom-

bre tan serio, tan de respeto...

ELVIRA: ¿Serio?... No sé cómo se ríe... Y si no es de res-

peto, con su edad.

SEÑORA: Muy buena edad que tiene. También querrás

decir que es viejo.

ELVIRA: No me lleva más que veintiséis años. Casi nada.

SEÑORA: Preferirías un mocoso como el novio de ésta.

GRACIA: Mamá, un mocoso de treinta años...

SEÑORA: Veinte me llevaba tu padre, y bien feliz que

Una mujer debe poder respetar a su marido... Y deci-

me... Qué lo vas a respetar vos a tu novio... Diarero. Sin

juicio, derrochador... una monada el mozo. (A Elvira.)

Lo conocerás. Verás qué alhaja que se ha conseguido...

ELVIRA: Ya lo modificará usted cuando sea su yerno.

SEÑORA: Claro... Verás vos...

ELVIRA (riendo): No lo vaya a asustar todavía. (Entra la china

con mate.) Qué suegra va a ser usted. Así. (Un gesto gro-

sero. Rz’en las dos. La señora no oyó qué decían.)

SEÑORA: ¿Qué?... ¿De qué se ríen?

GRACIA: Nada, una pavada de ésta.


Las descentradas 73

SEÑORA: Como siempre... Se conoce que no tienen mucho

en qué pensar que eternamente se están riendo.

ELVIRA: Y para qué pensar...

GRACIA: Claro, che, se vive igual.

SEÑORA: Esperen ustedes que yo les falte, que no tengan

quien piense por ustedes... Vos (A Gracia. ), con el

marido que has elegido, vas a tener que aprender a usar

los sesos, mi hijita, hasta para comprarte unas chinelas.

ELVIRA (muy mimosa): No. .. Usted hará con ella como

conmigo... Verdad que me la va a prestar a Juana. Me

la deja, ¿quiere?

SEÑORA: Agarrala. .. Pero decime si no te da vergüenza. Ya

es la tercera cocinera perfecta que te doy. Y en cuanto

las tienes dos meses... Yo quisiera saber qué haces vos

con los sirvientes, que se enloquecen en tu casa.

ELVIRA: Y, nada... Yo qué sé...

SEÑORA: Es la última que te doy... Estoy cansada de ser

profesora de tus cocineras.

ELVIRA: No sea mala... déjemela, de verdad, ¿eh? Si usted

no tuviera cocineras para amaestrar y para rezongar con

ellas... -¿qué haría? Y si n'o me tuviera a mí para ense-

ñarme a vivir, ¿qué haría?

GRACIA (imita'r‘tdola): Y si no me tuviera a mí para decir-

me gansa, ¿qué haría?

SEÑORA: ¿Y qué querés que te diga, hija; que te diga

viva? . .. Mirá, cada vez que te miro y pienso en que te vas

a casar con ese atorrante, no sé qué te diría. Gansa sería

lo menos. Pero vos te das cuenta, Elvirita, de la elección

de la niña... Para eso la he criado... Lo que es a vos, no

tendré que enseñarte cocineras ni modistas, no.

GRACIA: Bueno, me enseña a mí, me lo haré yo.

SEÑORA: Para lo que vas a tener que cocinar, sabés suficien-

te, m’hijita, con cebar mate.


74 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: N o te aflijas, Gracita. Yo los voy a convidar a comer

todos los días. Y el bebé va a ser para mí, no para ella.

GRACIA: Loca...

ELVIRA: ¿Por qué locaP... ¿No pensás en un bebéP... Si

Dios me hubiera dado un bebé a mí...

SEÑORA: También te lo hubiera tenido que criar yo...

ELVIRA: Eso sí que no. (Con algo de amargura.) Por qué

no habré tenido un hijo yo... ¿Sabes? Si yo hubiera

tenido un chico... Hasta lo adoraría a mi marido. Me

parecería Rodolfo Valentino. Tenelo vos, Gracita,

por mí.

SEÑORA: Seguro que yo voy a dejar la criatura .en manos

de ustedes. Y después, gansa..- querría ver cómo le

mudarías los pañales; estoy segura de que le darías

la mamadera fría. Lo matarías. Es inútil, tendrán que

vivir conmigo.

ELVIRA: Su yerno va a vivir con usted... ¿Usted lo va a

tener aquí?

SEÑORA: Y qué te crees. Que voy a dejar que se lleve por

ahí la chica... mi hijita, mi hija es mía, ¿sabes?, y no voy

a dejar que me la lleve ningún atorrante, Tendré pacien-

cia, ya que a la niña se le ha ocurrido eso también, y le

aguantaré el marido. ¿Qué le voy a hacer? ¿No le tengo

a esas dos fieras que ladran toda la noche y muerden

al que se arrima? Espero que tu marido no morderá a

nadie ni ladrará de noche. Cuando me canse de ellos me

iré a la estancia, o me iré con vos, que bastante falta te

hago a vos también... ¿Pero vos te crees que me lo van

a agradecer?... Vivirán hablando mal de la suegra: ya el

joven me hace chistes.

ELVIRA (besa'ndola de golpe): Qué buena es usted. Cómo la

quiero. Viva mamita...

SEÑORA: Mirá, dejame tranquila hoy que no tengo ganas


Las descentradas 75

de fiestas. (Parla Chinita, que entra y sale con el mate.)

Mirá esto; como para estar tamquila. En cuanto vaya a

la estancia, se la dejo a la madre. ¿Has visto el mate que

ceba? Es lo único que hace. Cebar ese mate, meter los

dedos adentro de todos los postres y dejarse pellizcar

por el chauffeur.

ELVIRA: Ajá. Y eso hacés vos. ¿No tenés vergüenza? ¿Con

el chauffeur de la señora? Ni vergüenza ni gusto tenés.

Andá, salí a la vereda y mirá el mío, que te va a gustar

más. Vas a ver cómo cambiás. El mío es mejor. Tiene

hasta una escarapela argentina en el gorro. Andá, mira-

lo. (La chica sale con el mate, toda azorada.)

SEÑORA: Pero Elvira. Foméntame la disolución de esta

chica, ahora. (Gracia rie a carcajadas.) Y vos, gansa,

reíte. Mirá, andá a vestirte, que las horas se pasan y

todavía tu novio te va a abandonar si no te encuentra

elegante. Vieras las toilettes que se hace: por detrás,

por delante, cremitas, pinturitas, uñas pintadas, un

vestido diario, perfumes de odalisca... Y lo vas a ver

al novio: lo vas a ver, Elvirita, lo vas a ver. Parece un

boxeador, ¿sabés? Con unas manos así, y unos pies

así... y diarero; y que, como todos los diareros, será

mujeriego. Ya lo veo campaneándose a las bataclanas. ..

Y a esta soltando lágrimas...

GRACIA: Mamita... Cómo sos, mamita...

SEÑORA: Llorá ahora un poquito por adelantado... Anda...

marcha a vestirte, que va a llegar tu alhaja y todavía esta-

rásenveremos...

GRACIA (súbzbndo lentamente la escalera): Vení, mamita...

SEÑORA (la sigue): Ya voy, sí. (A Elvira.) Mirá, Elvirita,

date una vuelta por el comedor. Ve si está bien. Fijate en

ese mozo que me han mandado de la confitería. Parece

media aaonzado. ..
76 Las descentradas y otras piezas teatrales.

GRACIA (desde arriba): Mamá, lo has de haber azonzado

vos con tus recomendaciones, como a

SEÑORA: Callate, atrevida... (Entran. Sale Elvira riendo

para el comedor.)

Escena III

JORGE y JUAN CARLOS

(Entrar: por el vestíbulo de la calle.)

JORGE: Han de estar arriba. Voy, y de paso me embellezco

un poco yo también.

JUAN: He venido muy temprano, pero conste que es por

culpa tuya, Jorge:

JORGE: Mira. Entretenete fumando. De todos modos, sos

casi de la casa.

JUAN: Bueno. Fumaré (Jorge sube; Juan Carlos se sienta en

el sofá y fuma un cigarrillo.)

Escena IV

JUAN CARLOS, ELVIRA y CHINITA

(Entra Elvira del comedor; con el mate, seguida de la Chinita;

lo termina y se lo da.)

ELVIRA: Tomá, vieja. No me dés más. Está fierísimo tu

mate. Tiene razón la señora. Andá con todo arriba y

lo seguís allá. Le decís que todo está bien; que no es

tan zonzo el mozo como parece; que hay unos meren-

gues de C‘hantilly colosales. ¿Entendés? Colosales. Y

que ya te los has diezmado vos... Che, qué te resulta


Las descentradas 77

mejor: ¿los merengues o el chauffeur?

CI-IINITA: Niña Elvira... Pero niña Elvira...

ELVIRA: Bueno, andá, hacés bien; andá. .. comete los dulces

y amá, que eso es lo único que vos vas a sacar de la vida.

Pero deberías de elegi-r mi chauffeur, que es más buen

mozo. De ése vas a tener un chico chueco. Vas a ver.

CHINITA: Pero niña Elvira. No. sea mala usted también.

ELVIRA: Mirá, no me llorés. Yo te conozco a vos. Andá

mañana a casa. Vas. a ver qué te doy. Así le co‘queteás al

chauffeur y al vigilante.

CHINITA: Bueno, niña Elvira. ¿Qué es, niña Elvira?

ELVIRA (imita'ndola): ¿Qué .es, niña Elvira? Bueno, niña

.Elvira... Mañana verás. Ahora andate. Déjame en paz.

CI-IINITA: Sí, niña Elvira. Gracias, niña Elvira. (Sale feliz. Elvira

la-mira irse con una sonrisa triste, indefinible' suspira, se

mueve, ondula con un gesto intimo de fatiga, reacciona, se

pasa la mano por la frente con el gesto de tirar una idea, y se

adelanta silbando y marcando un paso de tango. Juan Carlos,

cuando, ya está cerca, se levanta; ella recién lo ve.)

JUAN: Qué bien silba usted, niña Elvira.

ELVIRA (sorprendie'ndose): Hola... Encantada, señor Juan

Carlos Gutiérrez.

JUAN: Encantado yo de que usted me conozca.

ELVIRA: N o. No lo conozco a usted. Fue un pálpito nomás.

En cambio, usted sabe cómo me llamo.

JUAN: He oído a ese pichón de entrerriana, encargada del

mate y receptor de los nervios de esta casa, que es usted

la niña Elvira.

ELVIRA: Entonces ya me conoce. (Senta'ndose) Me ocu-paré

de entretener-lo tiempo que puede variar de diez

minutos a diez horas: Las señoras se visten.

JUAN: Deploro, niña Elvira, que nadie me haya presen-

tado a usted.
78 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: No hace falta. Charlaremos mejor. Tengo un gran

interés en conocer a usted bien; y no hay cosa que estor-

be más para conocerse, que el conocerse.

JUAN: Niña Elvira. Creo que eso se llama paradoja.

ELVIRA: Sí. Bueno. Pero no me diga niña Elvira, que me

pone nerviosa.

JUAN: ¿Y cómo le digo?

ELVIRA: Elvira, nomás.

JUAN: Discúlpeme, Elvira, entonces. ¿Le molesta el ciga-

rro? (Va al cenicero y lo tira.)

ELVIRA: Al contrario, me encanta. ¿Ya lo ha enseñado la

señora a buscar el cenicero?

JUAN (senta'ndose): Y como usted ve, soy un discípulo

aprovechado.

ELVIRA: Lo felicito.

JUAN: ¿Por la suegra?

ELVIRA: Por todo.

JUAN: Tendré la crema de las suegras, ¿verdad?

ELVIRA: ¡Hola! ¿Usted también cultiva el placer de los

dioses?

JUAN: No sé. ¿Se puede saber cuál es?

ELVIRA: La ironía, precioso, la ironía...

JUAN: A veces la cultivo. Es mi Oficio.

ELVIRA: Su oficio es encantador; delicioso simplemente.

Magnífico. ..

JUAN: ¿Le parece? Pues yo mejor quisiera ser chacarero o

guarda de tranvía.

ELVIRA: Pues yo quisiera ser periodista.

JUAN: Hay gustos muy raros.

ELVIRA: El de comprometerse, por ejemplo.

JUAN: Sí que es un gusto raro. Bueno, todos pasamos en la

vida por un momento de esos.


Las descentradas 79

ELVIRA (mz'ra'ndole sonriente): Juan Carlos Gutiérrez. El

sempiterno bohemio, el que despreciaba a todas las

mujeres, el sonriente manfichista, el enamorado de

Vithi Delmon... (Declama.) Vithi, tu extraordinaria,

tu magnífica.

JUAN: ¿Cómo sabe?

ELVIRA: YO sé tantas cosas. Se casa como un burgués cual-

quiera y elige para casarse la más ingenua, la más dulce,

la más simple de las provincianitas.

JUAN: Eso prueba de que el aludido es un hombre de

talento.

ELVIRA: Si usted lo dice. Pero hay en la vida cosas descon-

certantes. (Ria)

JUAN: ¿De qué se ríe?

ELVIRA: De usted.

JUAN: Gracias.

ELVIRA: ¿Y usted qué me mira?

JUAN: Su cara me es familiar. Yo la conozco a usted.

ELVIRA: No.

JUAN: Sí, estoy seguro.

ELVIRA: Me habrá visto al pasar, pero no me conoce.

JUAN: Su risa, su voz...

ELVIRA: Eso sí, ya lo creo que sí. (Ria) Solamente la voz

y la risa.

JUAN: ¿Por qué me intriga?

ELVIRA: Yo no lo intrigo.

JUAN: Me hace sufrir, no recordar.

ELVIRA: Pobrecito. .. Sufre... ¿Y yo? Yo sufro el desencan-

to de su olvido...

JUAN: Dígame, por favor.

ELVIRA (duda y se decide): ¿Se acuerda, Juan Carlos, de un

complicadísimo asunto de un extravagante Ministerio,

donde había empréstitos raros, cartas autógrafas de


80 Las descentradas y otras piezas teatrales

ministros, doces y medios por ciento, contrabandos de

libreas y otros excesos? ¡Qué campañón que hizo su

diario! Con datos telefónicos de fuente insospechada.

JUAN: Usted. ¿Era usted? ¿Y quién es usted?

ELVIRA: Elvira.

JUAN: ¿Pero Elvira qué? Es claro, usted, al parecer, íntima

de esta casa, será también amiga de los López Torres, y

por ellos...

ELVIRA: Ha acertado usted.

JUAN: Pero interiorizarse tanto.

ELVIRA: Ahí está el secreto. Mire, hay cosas que me indig-

nan. Ésa fue una. A pesar de ser mujer, me permito el

lujo de tener ideas, ¿sabe? Yo tengo ideas boxeadoras.

JUAN: ¿Qué?

ELVIRA: Boxeadoras. Ideas que se dan directos y crosses y

swings con la vida.

JUAN: Es peligroso boxear con la vida.

ELVIRA: ¿Por el knock-out? No hay cuidado. En ese mi heroi-

co match, usted me ayudó maravillosamente. Muchas gra-

cias. (Se levanta, se pone delante de e'l y lo saluda; luego se

da vueltas para que e'l la mire.) Míreme, míreme bien. ¿Le

parezco un leader de probidades políticas? Bueno, yo soy

eso. Yo soy un leader cívico. Entonces, impedí que cierta

camarilla se embolsara millones... millones... Trabajé

como una especie de Maquiavelo de la rectitud. No podía

sola. Y pensé en usted, que ya había hecho esa formidable

campaña de ridículo contra López Torres.

JUAN: ¿Cómo sabía que era yo?

ELVIRA: ¿No le digo que yo sé demasiadas cosas?

JUAN : ¿Conque era usted? Hubo un tiempo en que pensé

mucho en usted.

ELVIRA: Por eso, en medio de las cosas prosaicas de que

hablábamos, medecía usted piropitos.


Las descentradas 81

JUAN: Mis excusas.

ELVIRA: Retírelas ligero. Me encantaban esos piropitos.

Oímos tantas estupideces en sociedad, que cuando nos

dedican una frase con ingenio, debemos agradeceria

aunque sea insolente.

JUAN: ¿Conque era usted? Pero si somos viejos amigos...

Qué sorpresa más grande.

ELVIRA: Y que dentro de un rato será mayor.

JUAN: ¿Por qué dentro de un rato?

ELVIRA: Verá. Yo no debía haberme descubierto. Usted

dirá que soy un monstruo.

JUAN: ¿Un monstruo...? No...

ELVIRA: Sí.

JUAN: En el peor de los casos, diré que es usted una mujer.

ELVIRA: Gracias, en nombre del sexo.

JUAN: Bueno. Ahora hablemos de los López Torres.

ELVIRA: ¿Mal?

JUAN: Por supuesto... Parece que la señora... Pero usted la

conoce... no vaya yo a...

ELVIRA: No, no la conozco...

JUAN: Como me dijo...

ELVIRA: 'Le juro que creo que es la única persona en el

mundo que yo no conozco. Despáchese a gusto, rico...

JUAN: Parece que es íntima de mi suegra... Mi novia la

adora... Tendré dos ‘suegras... Encantadoras las dos...

ELVIRA: Parecidas. ..

JUAN: Hombre... Se llama Elvira, como usred.

ELVIRA: Sí, es una casualidad.

JUAN: Además, la señora canta y declama en las reunio-

nes... Hágame el favor. . .

ELVIRA: Canta solamente. ..

JUAN: Hoy cantará...

ELVIRA: No cantará ya...


82 Las descentradas y otras piezas teatrales

JUAN: Es lo mismo. Esa pareja de vejestorios políticos me

amarga la vida. Es lo único desagradable de esta casa.

Calcule lo violento que estaré.

ELVIRA: Se arreglarán las cosas. Se estrecharán la mano.

JUAN: Y perderé el cliente.

ELVIRA: Consuélese. Yo, en cambio, le daré los datos para

otro “potin” delicioso. Esta vez es diplomático...

JUAN: ¿Y me hablará por teléfono como antes? No sabe cómo

extrañé sus charlas. Es usted una amiga encantadora.

ELVIRA: ¿Le gusta a usted ser amigo de mujeres?

JUAN: Inefablemente.

ELVIRA: Me lo explico. A mí no. Hablar con mujeres, me

opia, me estufa, me esgunfia.

JUAN: ¿Qué, qué? ¿Qué es eso?...

ELVIRA: Lunfardo puro. Un idioma encantador. Yo lo he

adoptado para mi uso personal.

JUAN: Es usted pintoresca. Alégrese, si le digo una cosa.

ELVIRA: ¿Qué cosa?

JUAN: Usted no me hacía, ni me hace, el efecto de una

mujer. Su voz me desconcertaba. Charlando, se me ocu-

rría que podía ser usted un muchacho. Un buen cama-

rada con quien podía tener deliciosas conversaciones de

sobremesa. Filosofar, alacranear. ..

ELVIRA: Eso último, seguro... A mí me encantaría ser un

muchacho. Saldríamos juntos. Conversaríamos. Yo fuma-

ría cigarrillos con las piernas cruzadas y tendría el divino

derecho de poder hacer todo lo que se me ocurriera.

JUAN: Qué equivocada está... Ahora es cuando lo tiene.

ELVIRA: ¿Ahora?... No. Ahora soy mujer... Calcule si qui-

siera ser su amiga, su camarada.

JUAN: Yo estaría encantado.

ELVIRA: Y me diría cursilerías. Se creería denigrado si no

me hacía el amor.
Las descentradas 83

JUAN: Yo no soy un tonto.

ELVIRA: Qué gracia... Pero es un hombre...

JUAN: Si estuviéramos en Norteamérica...

ELVIRA: ,Y fuéramos norteamericanos... Aunque eso de

las castas libertades norteamericanas, me hu'ele a bluff,

querido...

JUAN: ¿Es también una opinión personal?...

ELVIRA: Sí. Yo tengo muchas opiniones personales... Me

las reservo... Si las expusiera...

JUAN: La dejaría su novio.

ELVIRA: Yo no tengo novio.

JUAN: Y “palpito”, como usted dice, que si sigue con esas

opiniones, tampoco lo tendrá.

ELVIRA: Ni lo preciso.

JUAN:_No se dé corte. ¿Quién no necesita del amor?...

ELVIRA: Bobo.

JUAN: ¿Por qué, bobo? (Mirándole las manos.) Ah... Lleva

usted una alianza...

ELVIRA (mira'ndosela y desviando): No tiene importancia.

¿Trajo usted las suyas?...

JUAN: Seguramente.

ELVIRA: A verlas... (Él saca el estuche del bolsillo y se las

muestra. Mientras, se ve pasar gente a la sala. Hasta el

fin del acto, se ve por el foro movimiento de gentes, que

entran y salen, cada una a su tiempo.)

JUAN: Mire. ..

ELVIRA: Qué delgaditas... Qué monas son... Y el cin-

tillo es divino... ¿Ha visto? Cada día se usan más

delgaditas.

JUAN: También cada día es más frágil el vínculo...

ELVIRA: Está bien, ¿eh? Y' ha de ser por eso nomás que así

parecen tan bonitas...

JUAN: Pruébeselas. (Ella se las pone.)


84 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: Ay, me olvidaba... (Se las qui-ta.) En mi provincia

dicen que la que se prueba el anillo de una novia, le

quita la dicha...

JUAN: Son tonterías...

ELVIRA: Sí. .'. Pero a falta de creencias más firmes, yo creo

en esas tonterías... (Se las devuelve.) Guárdelas.

Escena V

ELVIRA, JUAN CARLOS y JORGE

JORGE (bajando): Estás. muy bien acompañado, che. Si sé

no me apuro tanto... Ya vienen Gracia y mamá. ¿Han

conversado mucho? ¿De quién hablaron mal?

ELVIRA: De vos.

JORGE: Y sos capaz nomás. (A Juan Carlos.) ¿Pero vos no

la conocías?

ELVIRA: Sí que me conocía. ..

JORGE: Si: me venía diciendo...

ELVIRA: Que le era muy desagradable sernos presentados.

JUAN: No... Cómo iba yo... (Jorge base un gesto de

asombro.)

ELVIRA: Preséntamelo, entonces. ..

JORGE: Claro. La señora Elvira Ancizar de López Torres...

Juan Carlos Gutiérrez. (Se dan la- mano. A Juan Carlos lo

aboga la ¿bata-ta” Elvira rie estrepitosamente.)

JUAN: Señora...

JORGE (azorado): ¿De qué te ríes?

ELVIRA: De Juan Carlos...

JORGE (seco): No. entiendo...

ELVIRA: Y te quedarás sin entender toda tu vida... Me voy

a la sala. (Sale corriendo, rie'ndose aún.)


Las descentradas 85

Escena VI

JUAN CARLOS y JORGE

JORGE: Tenías razón. Tras que era violento este momento,

te cortó con su risa. Es muy guaranga, che, ya lo verás.

(Pausa)

JUAN: Yo creía que era más vieja.

JORGE: No. ES joven. Y lo parece más. (Pausa) ¿En qué

piensas? (Pausa) Es. linda, ¿verdad? Pero antipátjca...

Se las da de extraordinaria. No habla más que locuras...

Dice cada cosa... A mí me revienta la tal Elvirita.

JUAN (después de una pausa larga): ¿Se lleva bien con el

marido?

JORGE: No sé. .. Pero si, él es muy serio y ella es muy loca...

En'fin, viven... (Pausa) Qué callado estás... Habla

algo. Ahí viene mamá.

Escena VII

JORGE, JUAN CARLOS y SEÑORA MEURER

SEÑORA (llegando a Juan Carlos, que se adelanta al pie de la

escalera): Buenas tardes. Ya baja Gracia. ¿Y Elvira?...

JORGE: En la sala, con gente...

SEÑORA: Bueno. Hasta luego... (entra a la sala.)

Escena VIII

JORGE, JUAN CARLOS y GRACIA

(Baja Gracia, radiante de juventud, algo tiesa 'y poco expresi-

va. Da» la mano a Juan Carlos.)


86 Las descentradas y otras piezas teatrales

GRACIA: Buenas, tardes. ¿Cómo está?

JUAN (con amor): Feliz. .. Y usted divina...

JORGE: Me voy a la sala. (Sale muy apurado.)

Escena IX

JUAN CARLOS y GRACIA

GRACIA (avergonzada): Qué: atropellado es Jorge...

JUAN: ES un buen chico. Sentémonos, querida, un

ratito aquí. (La trae basta el sofá, donde se sientan.)

Hace dos días que no te veo... Tengo que contarte

tantas cosas...

GRACIA (inquieta): Qué dirán en la sala.

JUAN: No hagas caso a los de la sala y dame tu manito pre-

ciosa. (Saca los anillos y se los pone. Le besa la mano.)

¿Te gustan?. ..

GRACIA (emocionada): Mucho. ..

JUAN: Ahora tú...

GRACIA (le pone el anillo muy emocionada. El la besa mucbo

en la cara): Juan Carlos, pueden vernos.

JUAN: Y qué tiene...

GRACIA ( con reproche): Sí... Qué tiene...

Escena x

JUAN CARLOS, GRACIA y ELVIRA

ELVIRA (entrando y casi sorprendie'ndolos): ¿Se puede?

Dice tu mamá que vayan... Disculpen. Me mandó

tres veces...

GRACIA (algo turbada, enseña'ndole la mana): Mirá, Elvira.

ELVIRA (la abraza y la besa): Amor... Te deseo toda la


Las descentradas 87

dicha... (Sin soltarla, da la mano a Juan Carlos.) Y usted

hágala todo lo feliz que ella se merece. Bueno, no hay

que emocionarse. (Los suelta.) Vamos a la sala a que los

cumplimente la turba. (Van saliendo. Ella palmea a Juan

Carlos en la espalda.) Hay que pasar el trago, amigazo.

(Salen)

Escena Xl

LÓPEZ TORRES y BAUDRIX

Entran de la calle López Torres y Baudrix. Se les ve dejar

sus sombreros en el ball. Baudrix, un tipo de ave negra

común. López Torres, viejo, calvo, de lentes. Frio, belado.

Da la impresión de que se siente vivir en un plano superior;

desde donde permite a las gentes dirigirse a e'l. Debe en este

momento dar la impresión de su carácter: biela y estolidez.

Mide las palabras, que e'l está seguro centuplican su interés

al pasar por sus labios.

LÓPEZ: Y no soy un chico ni un hombre vulgar, amigo. Soy

un hombre de talento. No sólo soy un político, soy un

gran psicólogo... Y la estudio... la analizo...

BAUDRIX: Pero podría equivocarse, mi doctor. Ya ve, me ha

dicho que no habla jamás... cuando la señora Elvira es...

LÓPEZ: ¿Querrá usted conocerla más que yo? Estos últi-

mos tiempos... En fin, yo no creo en las herméticas. La

tengo envuelta en una red.

BAUDRIX: Ya ve, y no encuentra nada.

LÓPEZ: Ella es sagaz, pero yo soy más inteligente que

ella... La desenmascararé. He visto mucho... gestos,

miradas, graves motivos íntimos. Pero necesitomás,

más... pruebas. Eso es lo que me hace recurrir a su


88 Las descentradas y otras piezas teatrales

amistad. Con mi posición, mi nombre... Me compren-

de, verdad, Baudrix. Usted, como procurador, puede

ponerse muy fácilmente al habla con esa gente...

BAUDRIX: No. No sabe doctor lo que son esas agencias.

Verdaderas cuevas de bandidos... Se expone...

LÓPEZ: No importa nada. Yo soy un hombre de acción

y cuando decido una cosa, debe ser. Tengo un plan

práctico, a la moderna, nada de contemplaciones... Se

la sigue... Se la sorprende... Método eminentemente

francés, eminentemente francés...

BAUDRIX: Eminentemente francés será el escándalo que

daremos, doctor; no se atropelle... Usted no debe olvi-

darse de su posición.

LOPEZ: Pero debo defenderla... Yo sabré hacer que nada

llegue a mi posición. (Van entrando a la sala. Mutis.)

Escena XII

RAMÍREZ y JORGE entran por el comedor

RAMÍREZ: Marea estar en la sala con tantas muchachas...

¡Qué amigas papas que había tenido Gracia! ¡Qué

suerte, che, tener hermanas!

JORGE: ¿Te fijaste en Blanquíta?

RAMÍREZ: Te gusta a vos, ¿eh? ¿Y Elvira? ¡Qué linda ha

vuelto! . ..

JORGE: ¿Linda? No sé lo que les gusta de Elvira. ¿Viste lo

que dijo a Adelina cuando la saludó? Ya van dos calores

que me hace pasar esta tarde. Ella cree que es muy origi-

nal eso... Te aseguro que tiemblo cuando viene sola.

RAMÍREZ: Me he fijado lo circunspecta que la pone el doc-

tor. La domina con la mirada.

JORGE: Como los domadores alas fieras.


Las descentradas ¿9

RAMÍREZ: ¡Cómo la quiere tu mamá!

JORGE: ¿Has visto? Mamá, tan seria, tan intransigente, se

encanta de verla fumar, le ríe las gracias y las palabritas.

¿Te das cuenta de las palabritas? Si fuera otra...

RAMÍREZ: Es que se perdona todo a quien se quiere; y tam-

bién ella con tu mamá, cómo es...

JORGE: De zalamera... Le conoce el genio... Se le hace la

nena chica...

Escena XIII

RAMÍREZ, JORGE, JUAN CARLOS, GRACIA

JUAN CARLOS (entrando con Gracia del brazo): Tengo dere-

cho a estar solo contigo. Ven, aprovechemos el viaje al

comedor. (Al ver a Jorge y Ramírez.) Nos caímos.

GRACIA: ¿Qué?

JUAN: Que haremos un poco de compañía a estos jóvenes

sabios, que han encontrado un rincón de paz.

GRACIA: Sentémonos aquí. (Se sientan.)

RAMÍREZ: ¿Estorbamos?

JUAN: Jamás. (A Jorge.) ¿Qué milagro que no estás hacien-

do el caballero de BlanquitaP...

JORGE: No me pude acercar...

JUAN: Ahora podés; andá a llevarla al comedor.

JORGE: Voy. (Se levanta.)

Escena XIV

Dic/.705, ELVIRA y BLANQUITA

ELVIRA (entrando con Blanca abrazada): Atención. Aquí

estamos nosotras. Jorge: te traigo este regalo. Pueden


90 Las descentradas y otras piezas teatrales

conversar un ratito. Yo les doy permiso. Ramírez: cam-

bie de asiento. (A Blanca.) Sentate vos acá. . . Ya está (La

sienta al lado de Jorge.)

BLANQUITA: Pero, Elvira...

ELVIRA: Pero... ¿qué? Si ustedes afilan, es justo que se

busquen, y que conversen; nosotros no los vamos a

criticar.

JORGE: Mientras estemos

ELVIRA (reventa dir umr manera inconveniente, cruzando las

piernas): ¡,U‘ff, qué opio la. sala.r Toda la: gente joven está

en el corned'or; Y tu mamá atmdíísima. Dei comedor a

la salia, de las salía al comedor. haciendo. cumplimientos.

BLANQUITA: Secundaria por Adeliníta.

ELVIRA- (a Gracia)? Me dijo que te llame; pero no vayas,

querida, no vayas. . ..

BLANQUITA:. Che, ¡,qué: lindos consejos que das! .

JORGE: De aquí a un rato nos vamos todos al comedor, y

nos. ubicamos cómodamente.

ELVIRA: En previsión de eso, yo esc0ndí en ‘un aparador

algo que destino a. nuestro consumo particular.

RAMÍREZ: Bravo, Elvirita. Elvirota, como dice Gracia.

JUAN: Es usted una gran mujer.

ELVIRA: No tanto... No tanto.

GRACIA: Qué bien se está aquí, ¿verdad?...

BLANQUITA: Yo me aburro en la sala...

ELVIRA: Y yo... ¿Quieren que les haga una confesión? Para

mí no hay nada más ridículo que una sala llena de visitas

de cumplido. Esas señoras tiesas mirándose de reojo

inquisitivamente... Queriéndose engañar las unas a las

otras... La “anfitriona” sufriendo y queriendo hacer que

simparicen. Armonizando las conversaciones... Y yo,

allí entre todas, siento la sensación de que me he vuelto

chica y juego otra ‘vez a las comadres. (Im'tando a las


Las descentradas 91

chicas.) ¿Cómo está, querida señora? ¿Están bien sus

cuarenta y nueve hijitos? ¿Y sus siete esposos que-se le

murieron el año pasado? Yo los sentí mucho, señora...

Pero me han dicho que a sus cuatro esposos nuevos les

gusta mucho el chocolate... (Otra voz.) A mí mi tía me

regaló un sombrero amarillo. (Om: voz.) Es una gran

desgracia, esta mañana se ha muerto mi hija mayor. El

perro de mi mamá le comió todo el pelo... y la cabeza.

(Otra voz.) Pero cante, señora... Y a cualquier vejes-

torio cursi se le ocurre cantar o declamar... ¿No, Juan

Carlos?...

JUAN: ¡Qué envenenada es usted!

ELVIRA: ¿Yo? No. Sólo soy un bicho antisociable y salvaje,

que tiene la desgracia de ver cosas raras que nadie ve.

Criando estoy entre toda esa gente tan bien educada,

siento impulsos de decir malas palabras, de tirar sillas

por el aire, de escandaiizarlas... ¡A Adelina! Las cosas

que le diría yo a Adelina...

GRACIA: No seas mala.

JORGE: Adelina es muy buena.

JUAN: Solterona, eso sí.

Pero se defiende de la vejez como un tigre...

JUAN: Como un tigre heroico. ..

JORGE (a Juan Carlos): .¿Te oonragiaste vos?...

JUAN: Parece...

RAMÍREZ: Cómo está de conservada...

ELVIRA: Cuando yo era así (Con la mano zm poco del suela),

ya andaba Adelínita desp-avaricia buscando novio. ..

GRACIA: Pero Elvira.

ELVIRA: Adelina es un símbolo. Espera su principe aqu

hace por lo menos. cuarenta años. Y el príncipe no

llega... Ella luce sus virtudes en visitas, ren fiestas, en

toda clase de piringundines. Y como esas muñecas de


92 Las descentradas y otras piezas teatrales

vidriera que nadie compra, se aja, se destiñe. Aparecen

las canas, se dibujan las arrugas y el príncipe empeña-

do en no llegar... Y Adelinita, practicando el heroico

deporte de la “caza a la cana”, saliendo con velo, senti-

mentalizando. ..

JUAN: Ese deporte nuevo. ¿Cómo dijo?

ELVIRA: ¿Qué? Ah... La caza a la cana. Todas las mujeres

lo practicamos alguna vez.

RAMÍREZ (pensativo): El príncipe llegará. Es muy rica

Adelinita. ..

ELVIRA: Llegará algún príncipe como ella, ajado, como

ella, desteñido, que mientras ella se marchitaba dentro

de sus virtudes, haya ido dejando pedacitos de su vida

por todos los caminos... Y fundarán un hogar modelo,

al que ella aportará su dinero y sus virtudes y él todo

lo que haya cosechado por esos caminos... Y hasta

tendrán un hijo, que tal vez tenga los huesos endebles,

pero que nacerá con una gran posición...

JUAN: Razona usted, señora, como un anarquista loco...

ELVIRA: ¿Yo? No. Los anarquistas son desmelenados que

miran con odio; yo me peino y no odio. Me río. Ellos

quieren destruir; yo no, si estas cosas se destruyeran,

quiero saber de qué me divertiría yo.

JUAN: Burlarse, ya es destruir.

JORGE: Mirá, te divertirás muy pronto, tapándote las arru-

gas y las canas como Adelina.

BLANQUITA: Con el deporte, che...

ELVIRA: Sí. Pronto tendré Con qué entretenerme...

¿Deporte?... No, lucha, la más intensa de todas las

luchas humanas.

JORGE: La lucha de la mujer contra la vejez.

ELVIRA: Que, como todas las luchas, tiene sus encantos.

JUAN: Me parecen unos encantos muy problemáticos...


Las descentradas 93

ELVIRA (empieza vagamente y se exalta a medida que habla):

Ser joven, ser bella, ser amada... Es nuestra única

misión... Lo único hermoso que nos da la vida. Y la

misma vida nos lo va quitando. Hoy una cana, mañana

una arruga. .. Oh, el triunfo de vencerlas. .. Por una hora,

por un minuto, pero vencerlas. .. Porque la belleza joven,

fresca y verdadera... (A Gracia.) Como la tuya, ya no es

belleza, porque es inconsciente. Si yo fuera hombre, me

enamoraría sólo de una mujer marchitándose, pintada

sabiamente, de manos pálidas, de ojos ardientes...

JORGE: De Adelina, por ejemplo...

ELVIRA (sin oírlo): ¡Oh! La mujer que lucha no por su

belleza, sino por lo que está detrás, que es el amor...

Y que pone en su brega todo el dolor de su alma, toda

la angustia de lo que se va con su juventud... Y el

vencimiento final, que llega implacable, la renuncia a

luchar... Es hermoso... es hermoso. (Se exalta.) A veces

yo veo por las calles una de esas mujeres que fueron

bellas, que llevan aún un destello tras de la máscara que

les puso el tiempo. Las miro con angustia y con ansia.

Así. seré yo, pienso... Y querría morir antes... Miro sus

ojos rojizos, su cara surcada... su boca, sus cabellos...

las manos huesudas, nudosas, como si se hubieran

deformado con el enorme esfuerzo de asirse a la juven-

tud y al amor... y pienso: cómo viven, cómo pueden

vivir aún... ( Transición.) Ramírez, deme un cigarrillo.

(Ramírez se lo a'a, y fuego.)

JORGE: Mirá que sos desequilibrada... Ves las cosas como

en las novelas, declamas, literatizas. ..

JUAN: Pobre Elvira. Es usted demasiado cerebral. La com-

padezco. Eso es un pecado.

ELVIRA: ¿Y usted compadece a los pecadores? (Encendiendo

el cigarrillo, a Ramírez.) Gracias. (Fuma)


94 Las descentradas y otras piezas teatrales

JUAN: A veces...

JORGE: Las mujeres se acostumbran a la vejez como a todo.

Si envejecieran en un día, me explico... Pregúntale a

Adelina si piensa esas cosas.

ELVIRA: ¡Ay! Dramaturgo, psicólogo, poeta, Jorgito. ¿No

te das cuenta de que la mujer de que yo hablo sóloper-

tenece a la literatura?

JORGE: Como siempre... ¡Tienes una manía divagatoria!

ELVIRA: Jorge: me esgunfias. Dicen que cada día nace un

Cuando vos naciste, hacía un mes que no nacía ninguno...

JORGE: ¿Qué decís?

JUAN (a Elvira): Baja usted de las ¡más altas cumbres al

llano, con una facilidad que asombra.

ELVIRA: Es la costumbre de los equilibrios, amigo. Yo soy

así, funambulesca...

Escena. XV

Dic/Jos y ADELINA

ADELINA (entrando): Muy bien, chicos. Qué bien están

aquí, ¿eh? ¿Por qué no me llamaron? (A Juan Carlos.)

¿Cómo está, Juan Carlos?

JUAN: Adelina. (Se estrecban la mano.)

ELVIRA: Estamos de lechuceo.

ADELINA: ¿De qué?

ELVIRA: De lechuceo. Es una moda nueva de Mar del

Plata...

ADELINA: Dice la señora que vayan. Gracita. Vamos...

ELVIRA: Quédese con nosotros un, ratito, Adelinita. Le ense-

ño el verbo. Venga. Mire. Yo lechuceo. Tú lechuceas. El

lechucea. Venga, va a ver qué lindo.


Las descentradas 95

ADELINA: No, hija. Vení vos. Hace más de una hora que ha

llegado tu e3poso. ¿Dónde estabas? (Es visible el biela

que cae sobre Elvira.)

GRACIA (levanta'na'ose): Vamos, Juan Carlos.

JUAN: Iré después.

JORGE (levantandose y saliendo: con Gracia y Blanquita): No

lo esperábamos tan temprano.

ADELINA: Está en el comedor.

BLANQUITA: ¿Venís, Elvira?

ELVIRA: Ya va. (Se queda" sentada. Tira el cigarrillo.)

Escena XVI

ELVIRA, JUAN CARLOS, RAMIREZ y ADELINA

ELVIRA: Siéntese, Adelina...

ADELINA: No, hija, vamos...

RAMÍREZ: Sí. Sí, vamos. (Se levantan. él y Juan Carlos.)

ADELINA: Elvirita, vení a recibir a tu marido. Hacele los

honores. Servile el té... Qué muchacha. Cómo sos de

desatenta. Y con la moneda de esposo que tenés. Capaz

que se resiente con vos. (A lor otros.) Yo; estoy encanta-

da con López Torres.

ELVIRA: Se lo regalo. ¿Lo acepta?

ADELINA (sonriente): Qué loca sos... Pero no es: por decir,

¿eh? Conversar con un hombre así, instruye, eleva el

espíritu. Un hombre tan recto, tan culito...

ELVIRA (con ironía angustiosa): Basta, Adelinita, por

favor... Le agradezco de todo corazón ese elogio con-

yugal, pero basta. ..

JUAN: Orfende usted la encantadora modestia dela señora.

ADELINA: ¿Modestia? Usted no la conoce. De consentida,

de feliz.
96 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: Adelinita. Sea buena y vaya usted a atenderme a

mi maridito, ¿eh? Le sirve el té, le da pastitas. .. Le dice

que ya voy... ¿Quiere?

ADELINA: Con muchísimo gusto, querida. Cómo no...

¿Qué caballero me acompaña?

RAMÍREZ (ofreciéndole el brazo): Mi brazo, Adelina, siem-

pre. En todas las ocasiones.

ADELINA (tomándolo): Gracias, Ramírez.

JUAN: Qué buena pareja hacéis... Irreprochable.

ADELINA (balagada): Sí, ¿eh? La estatura, nomás. (Ramirez

ecba una mirada de indignación a ]uan Carlos por detrás

de ella y salen.)

Escena XVII

JUAN CARLOS y ELVIRA

(Se hace un gran silencio. Juan Carlos enciende un cigarrillo.

Elvira piensa.)

JUAN (casi en broma): ¿Está “esgunfia”, Elvira?

ELVIRA (reaccionando, busca comprender): Ah, sí... mi pala-

bra. (Pausa) Estoy nerviosa, amigo... No sé. He habla-

do muchas tonterías, ¿verdad? Con mucha frecuencia

me pasa eso. Hablo, hablo, hablo. Peor sería que

llorara, ¿verdad? O que me diera algún patatús. (Pone

los brazos rígidos, con un gesto biste'rico.) Hoy tengo los

nervios como las cuerdas de una guitarra. (Se estremece

con una especie de gemido, levanta'ndose.)

JUAN (mirándola): Es usted desconcertante. Desconcertante

y pálida... Dos cualidades maravillosas en la mujer...

ELVIRA: No, Juan Carlos. Soy simplemente una pobre

mujer... Una pobre mujer absurda que vive de una


Las descentradas 97

manera absurda. Vamos. (Van saliendo.)

JUAN: Será usted quien me presente a su...

ELVIRA: Sí. Vamos a eso. En este día de la fiesta a la juven-

tud, a la esperanza y al amor... a su juventud, a su espe-

ranza y a su amor, voy a presentarle a mi señor y dueño.

(Rie con una risa tajante y falsa. Él la mira en los ojos

intensamente un minuto y corta su risa... Ella rompe el

encanto de la mirada y con voz de angustia, levantando la

cortina, le dice.) Pase usted primero.

TELON RÁPIDO
99

Segundo acto

Habitación de Juan Carlos, en un botel cualquiera. Sin lujo.

Cama en el rincón de la izquierda. Mesa cbica al centro. A

los pies de la cama, amplio sillón que desentona con el con-

junto. Puerta al corredor, al foro, derecha. Sobre los muebles,

frascos de farmacia.

(Juan Carlos, en saco fumoir; sin cuello, “desbabillé”, está

tumbado en la cama con un libro. Un mucamo muy gallego,

da desconcertados plumerazos sin ton ni son, y canturrea.)

Escena l

JUAN CARLOS y MUCAMO; después, ELVIRA

MUCAMO (canturreando bajo, mientras sacude): “El querer

delos casados / Anda por los alzadeiros / Si así facen

los casados / Qué no farán los solteros...”

JUAN (incorporándose): Cállate, por caridad... me enlo-


queces...

MUCAMO: Bueno, bueno... (Sigue sacudiendo.)

JUAN: Y no levantes más polvo... Me mareas, me ahogas...

Vete...

MUCAMO: Ya termino, ya...

JUAN: ¿Qué hora es?

MUCAMO: Son casi las doce. ¿Comerá usted ya?

JUAN: Un momento. Pero pOn la mesa. (Sale el mucamo. En la

puerta se cruza con Elvira, que entra con una enorme braza-

da de flores. Trae un traje de mañana claro, elegantisimo.)


100 Las descentradas y otras piezas teatrales

MUCAMO: Buenos días, señora.

ELVIRA: Buen día, amigo. ¿Qué tal? (Entra)

Escena II'

ELVIRA y JUAN CARLOS

ELVIRA: Hola, encanto, ya levantado... ¿Se halla bien?

JUAN (viniendo bacia ella): Perfectamente. Y viéndola a

usted, figúrese. ¿Es para mí todo esto?... (Le toma las

flores y las deja sobre la mesa.)

ELVIRA: Sí, pobrecito. Encerrado aquí con su fiebre, no ha

visto llegar la primavera. Está todo espléndido. Hasta

las mujeres. ¿No se ha fijado cómo embellecen las

mujeres cuando llega la primavera? ¿No hay floreros

por aquí?

JUAN: No poseo esos poéticos adminículos.

ELVIRA: Pídalos, entonces...

JUAN: ¿A quién?

ELVIRA: Al mozo, hombre... (Juan Carlos llama. Mientras,

Elvira se quita el sombrero, los guantes. Se peina un poco.

Maneja las cosas como en su casa. Habla mientras. se arre-

gla.) Hace un Calor. He venido desde casa andando y me

he fatigado. ¿Vino el médico ya?

JUAN: Sí.

ELVIRA: ¿Y...?

JUAN: Se ha despedido. Ya estoy bien, desgraciadamente...

ELVIRA: Hombre, si estar sano es una desgracia...

JUAN: Y de las graves. Máxime si se tiene una enfermera

como la mía.

ELVIRA (con un saludo): Se agradece...


Las descentradas 101

Escena lll

Dichos y MUCAMO

(Entra el mucamo con mantel, bandeja, platos, que pone

sobre la mesa.)

MUCAMO (a Juan Carlos): ¿Ha llamado usted?

JUAN: Sí. Consígase por ahí dos o tres floreros para esto.

ELVIRA: Prontito, ¿eh?

MUCAMO: Bien. ¿Comerá aquí la señora?

JUAN: Por supuesto.

MUCAMO: Podremos adornar la mesa con un ramo de flo-

res. Abajo hay unos jarrones espléndidos. ..

JUAN: Pues, tráelos. (Sale el mucamo. Elvira lleva las flores

de la mesa a la cama y se pone a arreglarlas.)

Escena IV

ELVIRA y JUAN CARLOS

ELVIRA: Cuánto me alegro de verlo levantado. Ahora sí que

serán lindos nuestros paseos...

JUAN: El primer día iremos al Tigre. ¡Cómo estará ya aque-

llo! A ver si ha perdido la mano para el volante.

ELVIRA: N o, verá. Manejaré yo sola. Usted estará débil para

eso. Iremos ligero. Me sacaré el sombrero y todo el aire

me dará en la cara. ¡Qué dicha!

JUAN: Y almorzaremos allá...

ELVIRA: Seguro. Ya me he acostumbrado a almorzar con

usted. Con su enfermedad, nos hemos hecho más ami-

gos que antes. Ya somos casi hermanitos. (Él la mira

fijamente, sonriendo.) Lo que me da tristeza es tener

que mentir tanto... Qué ridícula es 1a Vida, ¿eh?... Y


102 Las descentradas y otras piezas teatrales

somos nosotros mismos los que la hacemos ridícula. Y

después nos lamentamos... Mire que tener que ocultar

nuestra amistad como un pecado...

JUAN: Eso lo hace doblemente interesante. Usted no quiere

convencerse de que el pecado es lo único que hace atra-

yente la vida. Para la mujer, sobre todo, no hay mayor

voluptuosidad que la de comprometerse. ..

ELVIRA: Es cierto, ¿eh? Todos los días que vengo aquí, lo

pienso: me comprometo. Bueno, esto no sería interesan-

te si yo estuviera apasiOnada por usted, si fuéramos una

especie de seres novelescos. .. pero, comprometerse por

salir en auto, por almorzar, por charlar con un simple

amigo ra quien puede verse tranquilamente todos los

días. Eso es una cosa extra-ordinaria. Y yo amo las cOsa-s

texteraordï'marias. Bueno. están los fl-oreros.

Escena V

ELVIRA, JUAN CARLOS y 'MUCAMO

MUCAMO (entrando): Traigo cuatro floreros.

JUAN: ¿Esos eran los jarrones espléndida?“

MUCAMO: Son muy preciosos.

ELVIRA (riendo): Traiga. .. :póngalos acá.

MUCAMO '(ponz'e'ndolos a-‘l lado de la cama): Cuidado, que

tienen agua. (Elvira arregla las flores en los jarrones,-

mientras, Juan Carlos la mira largamente, intensamente.

El mucamo pone la mesa.) He traído la lista.

ELVIRA: No hace falta. Para el señor, pollo y agua mineral

como siempre. ¿Comería espárragos?

JUAN: Comería palos de escoba. M'e muero de hambre.

ELVIRA: No exagere. No será t‘an'to. (Al mucamo.) Espárragos

también; y para mí lo mismo.


Las descentradas 103

JUAN: Fruta y café... y ya está. ¡Ah!, y te conseguis cham-

pagne. Bien frappé, ¿eh?

ELVIRA: ¿Champagne? ¿A qué se debe?...

JUAN: Un gusto... Festejo mi salud...

ELVIRA: Una genial idea. (Al moza.) Pero todo rápido, rápi-

do, que tengo que irme en seguida.

MUCAMO: Bien, bien, me apuro. (Sale)

JUAN: ¿Cómo? ¿Hoy no leemos?

ELVIRA: No. Tengo que hacer unas compr-as. Hijo, con: su

enfermedad se me han dado vuelta Las costumbres. Hay

que normalizarlas. Ya se acabaron los: almuerzos.

JUAN: ¿Y el del Tigre?

ELVIRA: Ése será sólo una escapada. Estoy llamando la aten-

ción de todos. He agotado hasta mi inventiva. (Mientras

babla, pone un florero sobre el'mantely reparte los demás

por el cuarto.) Esto- queda magnífico.

JUAN: Usted y las flores convierten mi; cuarto en un verda-

dero paraíso.

ELVIRA: Lo noto esta maña-na desusadamente galante.

¿Qué le pasa?

JUAN: A mí nada. Pero...

ELVIRA: Pero ¿qué?...

JUAN: ¿Qué día vamos al Tigre? (Mientras hablan, Elvira

se limpia las manos con una toalla yse sientan a l'a mesa

frente a frente.)

ELVIRA: La semana que Viene.

JUAN: ¿Tanto?

ELVIRA: Y... no le he dicho que no puedo. Y eso que tengo

un verdadero deseo de manejar...

MUCAMO (entrando con lasfuentes): Ya» está aquí la comida.

(Sirve la mesa entrando y saliendo varias. veces, según las

indicaciones. Sale.)

ELVIRA (siguiendo la conversación, mientras sirve ella misma):


104 Las descentradas y otras piezas teatrales

Ya ve. Otro secreto. Esa habilidad con la que podría

darme tanta importancia, si no me la hubiera enseñado

usted. Tendré que hacer la comedia de que me enseñe,

Juan...

JUAN: ¿Ve? Para todo hay que hacer comedias en el

mundo.

ELVIRA: Y aunque no queramos. Es la ley. Toda nuestra

Vida es sólo un tejido de pequeñas comedias... Dulces,

amargas, risueñas, ridículas... Es claro, más ridículas

que otras. Dígame si no es ridículo este secreto de

nuestra amistad... El haber ocultado como un crimen

el que yo lo cuidara. .. El que hubiera venido a verlo al

saber lo enfermo que estaba... Era una cosa pura, era

una cosa buena.

JUAN: No. Era malo.

MUCAMO (entrando): Aquí está el pollo. Parece de oro...

(Lo deja y sale. Empiezan a comet; violentos.)

ELVIRA (mirando a Juan Carlos, que no come casi): ¿Y esa

era el hambre?

JUAN: Es que no puedo comer. Le dije que era malo...

ELVIRA: ¿Por qué malo?...

JUAN: Ríase. Ríase todo lo que quiera.

ELVIRA: Pero ¿de qué quiere que me ría?

JUAN: De mí. Me pasa una cosa muy rara, vieja. Creo que

me he enamorado de usted. (Ella se queda mirándolo

con un aire de extrañeza un poco exagerado.)

ELVIRA: Muy bien. ¿Y qué más?

JUAN: Y que sufro de veras al pensar en que estos días de

dicha se han terminado... Que la estoy mirando y que

el alma se me sube a la boca, que tengo que decírselo...

Que no duermo, que no vivo, pensando en usted. Que

esta es otra enfermedad.

ELVIRA (con una risa violenta y fingida): Esos son roman-


Las descentradas 105

ticismos de la fiebre y del encierro. Se le disiparán

con el aire.

JUAN: No se ría. N o es cosa de risa. Hemos jugado con algo

demasiado grave. ¿Por qué vino?

ELVIRA: Está usted haciendo un soberbio papelón indigno

de usted. Con sentimentalismos a mí... Es gracioso.

JUAN: No son sentimentalismos. Es la vida. Yo no soy una

salamandra, soy un hombre... y usted es una mujer...

ELVIRA: Sí, ¿eh?... No lo sabía...

JUAN: No se haga la graciosa. Escúcheme.

ELVIRA: No me gusta escuchar tonterías...

JUAN: Elvira, por favor...

ELVIRA: Qué feo, qué feo... qué cursi...

JUAN: Óyeme. .. Eres divina, eres única... ¿Por qué escon-

des tu alma?. .. (Ella queda mirándolo silenciosa.) Siento

en la frente tus manos frescas que templaban mi fiebre.

Veo tus ojos. Oigo tu risa. Te veo luego a mi lado como

mi amigo... Eres la mujer completa, única, que puede

serlo todo...

MUCAMO (entrando): Fíjense ustedes en las manzanas...

Huelen como las manzanas de mi pueblo. Y pare-

cen pintadas. (Las pone en la mesa. Elvira, con la

interrupción, se hace dueña de si y vuelve a reir. Juan

Carlos se fastidia.)

JUAN: Bueno, déjalas ahí y hasta que yo llame no vengas

con el café.

MUCMVIO: Está bien. Está bien. (Sale entre extrañado y pica-

resco, cerrando la puerta. No hablan un momento. Elvira

sirve y empieza a comer. Juan Carlos se levanta y: viene a

sentarse junto a ella.)

JUAN: Hablemos. Y no se ría, que es fingido. Escúcheme.

Usted no es una chica tonta. Usted sabía que esto tenía

que llegar.
106 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: Lo sabía. ¿Y qué?

JUAN: Y que usted ha jugado conmigo, o...

ELVIRA: Con quien he jugado ha sido consigo misma...

Pero esto, esto es estúpido, ridículo...

JUAN: No. Es bueno. Es lo único bueno de todo.

ELVIRA: Hasta que lo evoquemos es una infamia. Y yo no

he sabido evitarlo. Y ahora se ha roto nuestra franca

amistad que me hacía tan feliz... (Se le llenan los ojos

de lágrimas.)

JUAN: No quiero ver en tus ojos lágrimas. No, Elvira, no.

Nuestra amistad era sólo una comedia, como todo...

ELVIRA: No. Nunca podrá saber usted lo que era su amis-

tad. Para mí tan sola... tan extraña a todo lo que me

rodea... Y no he sabido defenderla...

JUAN: ¿Y nuestro amor? ¿No es nada para ti?

ELVIRA (hostil): Nada.

JUAN: Tienes razón. Eres una coqueta como las demás.

Peor que las otras. Coqueteas más refinadamente...

Coqueteas fríamente, cerebralmente... Pero gustas

como todas de pasearte por el borde del abismo. Eres

una titiritera sentimental. Nada más.

ELVIRA (en la misma actitud dolorida): Tal vez tenga razón.

Soy peor que las otras. Soy también más desgraciada

que las otras.

JUAN: Perdóname, Elvira. No te pongas así. No sé lo que

digo. No sé lo que tengo...

ELVIRA: ¿Por qué me tutea?

JUAN: No seas vulgar. No juegues al Viejo juego. Escúchame.

Piensa que antes de todo soy tu amigo.

ELVIRA: Ya no.

JUAN: Sí. Ante todo amigo... Y te quiero. He llegado a

quererte brutalmente.

ELVIRA: Y yo tengo la culpa.


Las descentradas 107

JUAN: Inconscientemente, pero la tienes.

ELVIRA: Inconscientemente, no... Óigame usted ahora...

Usted ha hecho mucho bien a mi alma. No sabe cuán-

to... Nunca, por más que piense, sabrá lo que era mi

soledad. La desesperación de mi soledad... La angustia

de. cerrar mi alma a todo... de atar mis palabras, mis

gestos, mi voz... Y usted me dio la paz, la serenidad, el

equilibrio que había buscado tanto tiempo en vano...

Nuestros. paseos, nuestras conversaciones, eran tanto

para mí, obligada a callar siempre, a hablar nimiedades,

a olvidarme de que podía pensar... En esos momentos,

yo era otra mujer... Me llenaba de oxígeno el pecho

y el alma... Respiraba... Y después, muchas veces,

cerrando los ojos te evocaba y encontraba en mí fuerzas

para soportarlo todo. Era tan puro mi afecto... O yo me

hacía la ilusión de que lo era... (El le toma una mano,-

ella la deja abandonada, inerte.) Por eso en este momen-

to me haces tanto daño. A veces yo veía con terror en

que esto iba a llegar. En que era una cosa irremediable

que llegase... Muchas veces pienso que tantas mujeres

habrán caído por eso... Solamente por poder sentirse

un minuto seres libres y conscientes. .. Yo, como tantas,

pagaré el precio de mis cortos momentos de alegría... Y

es vrmejor... mejor que así sea... Tal vez...

JUAN: ¿Ves? Tú también lo quieres... me quieres.

ELVIRA: No. Yo no quiero a nadie. Pero estoy tan sola, tan

sola...

JUAN: Yo te adoro, Elvira. Te lo juro.

ELVIRA: De una cosa noble y buena haremos una cosa, infa-

me... Yo no quiero perderte... Y es humano. No puede

irse contra la vida...

JUAN: Por qué irfiame. ¿Por qué?...

ELVIRA: Tú lo sabes... Gracia, él...


108 Las descentradas y otras piezas teatrales

JUAN: No pensemos en eso. No... Vivamos este minuto...

¿Ves? Me tuteas. .. Qué dulce es el tú en tu boca... Hay

palabras que sólo con él pueden decirse... Como “te

amo” Dímelo... Pero no me mires así... No pienses.

Piensa sólo en nosotros... Más tarde, más tarde... sufri-

remos. Pero ahora... Ahora yo no puedo hacer más que

quererte. He visto un rincón de tu alma. Quiero que

me la des toda. Que te me des toda. Déjame besarte...

Elvira mía. Amor mío... Mi Elvira... (Va a besarla. Ella,

inerte, como entontecida, mira al vacio. Pero la puerta

se abre violentamente y entran López Torres, Baudrix,

el comisario y otro señor. El mozo, asustado, se queda

en la puerta.)

Escena VI

ELVIRA, JUAN CARLOS, BAUDRIX, LÓPEZ TORRES, un señor

que no habla, COMISARIO y MUCAMO

(Elvira y Juan Carlos, se levantan sorprendidos. Ella queda

de pie, junto a la mesa, temblorosa. El, domina'ndose con un

enorme esfuerzo, se adelanta.)

JUAN: ¿Qué significa esto? ¿Con qué derecho?

Comisario: En nombre de la ley.

JUAN: Comprendo. (A López Torres.) Estoy a su disposi-

ción, señor, en todos los terrenos.

LÓPEZ: Gracias, joven. No se trata de eso por el momento.

Odio los escándalos.

JUAN: Pues mayor que éste...

LÓPEZ: Éste quedará entre nosotros. No pasará nada. El

señor... (Por el comisario.) levantará un acta que firma-

rán como testigos los señores. Esto es perfectamente


Las descentradas 109

legal. Ese acta servirá para un divorcio discreto. Y

desde este momento la señora queda en libertad para

ponerme en ridículo con usted... o con quien le parez-

ca mejor.

JUAN: Es una manera ultramoderna de arreglar las cosas.

BAUDRIX: Pero perfectamente legal.

ELVIRA (adelanta'ndose, a López Torres): No sabía que

leyeras a Maupassant. Y que te impresionaras hasta pla-

giarlo. Pero podías haber tenido un gesto más original.

Espiarme, seguirme, traer policía. Es digno de ti, pobre

imbécil.

LÓPEZ: Digno de usted, señora.

ELVIRA: ¿Qué sabes tú de lo que es digno de mí? ¿Me

conoces, acaso?

LÓPEZ: Desgraciadamente, demasiado.

ELVIRA: Si me conocieras, no me obsequiarías con esta

escena de pochade. Me habrías dicho, Simplemente,

que querías librarte de mí... o librarme de ti... (El

comisario ba puesto sus ba'rtulos sobre la mesa y se dis-

pone a escribir.) Habríamos hecho entre los dos ese acta

tranquilamente.

JUAN: Pero eso no es posible. Le juro por mi honor, señor,

que entre Elvira y yo existe sólo una simple amistad.

LÓPEZ: Eso me tiene a mí sin cuidado.

JUAN: Es que usted no puede levantar un acta falsa.

ELVIRA: Déjalo. Que escriban lo que quieran. Yo lo fir-

maré. Firmaré todo... ¿Que lo engaño? Bueno, que lo

escriban. No me importa gritarlo a los cuatro Vientos si

eso me libra de él.

LÓPEZ: Señora...

ELVIRA: Sí. ¡Porque lo odio... lo odio! Engañarlo... Como

usted me engaña a mí, no... Todavía no... Pero eScrÍba,

sí. .. Escriba que lo engaño, que toda yo soy una mentira


110 Las descentradas y otras piezas teatrales

para él. Que toda yo soy odio y mentira. Que mis pala-

bras, mis gestos, mi vida... Todo, todo es una mentira...

Oh, lo engaño, sí. .. ¡Lo engaño con el alma, con el pensa-

miento, con el deseo, que es como engañamos las pobres,

las desgraciadas mujeres honradas que no tenemos en la

vida ni siquiera el valor de nuestros pecadosi...

JUAN: Serénese, Elvira, cálmese...

ELVIRA: Oh, amigo mío... Si estoy muy serena.. . Si casi me

siento feliz... Si la tortura de todos los días. tenía que

terminar de cualquier modo. .. No lo veré más... Podré

ser “yo”... ¿Qué me importa lo otro?

JUAN: Pero usted debe defenderse.

ELVIRA: ¿Yo? Jamás.

LÓPEZ: La señora es doblemente infame. Ha elegido

para... sus inocentes entretenimientos al novio de su

mejor amiga...

ELVIRA (recordando con angustia): Gracia...

JUAN: Qué horror...

ELVIRA: Gracia no debe saberlo. (A López Torres.) Y usted

no lo dirá.

LÓPEZ: Lo sabrá todo el mundo. Un divorcio es cosa

pública.

ELVIRA: Oh, es que yo no lo permitirá. Es que ante ella me

defenderá... se lo diré todo... Y ella me creerá a mí. A

mí sola... (Pausa larga. Elvira jadea. El bombre escribe.)

LÓPEZ: Hablando pueden conciliarse las. cosas. Usted firma

el acta en la que no se nombra al señor para nada... O

se le da un nombre cualquiera. Yo me comprometo a

que Gracia no sepa nada jamás. Podrá efectuarse el

matrimonio. En cambio, usted renuncia a defenderse.

No vuelve a mi casa. Yo le enviaré. aquí todas sus

cosas... y su dinero.

ELVIRA: Acepto. ¿Dónde firmo?


Las descentradas 111

COMISARIO: Aquí. (Elvira toma la pluma.)

JUAN: Lea eso primero.

ELVIRA: ¿Para qué? Es lo mismo. (Firma. Firman también

los testigos y el comisario, que guarda los papeles.)

JUAN (a López Torres, mientras firman): Señor: creía a usted

solamente un ser ridículo. Me he equivocado. Es usted

un perfecto canalla, un cobarde, un sinvergüenza. (Va

a darle una bofetada, pero antes de que los otros se acer-

quen, Elvira se lo impide sujeta'ndolo de los brazos.)

ELVIRA: Déjalo, Juan Carlos. No lo toques tú. Que se

vaya.

JUAN: Donde lo encuentre le daré de patadas. Ahora por

usted.

ELVIRA: Después sí. Haz lo que quieras. Ahora piensa en

Gracia...

JUAN: Tienes razón.

COMISARIO: Buenas tardes. Disculpen.

LÓPEZ: Que sean ustedes muy felices. Adiós.

BAUDRIX: Buenas tardes. Mis excusas, señora... (Salen

todos, menos el mucamo.)

Escena VII

ELVIRA, JUAN CARLOS y MUCAMO

MUCAMO: Señor... Yo no tuve tiempo de avisarles. Subía

para eso, pero se adelantaron. ¿Puedo servirles en

algo? (Elvira ba ido a tirarse al sillón de los pies de la

cama, donde queda como anonadada. Juan Carlos se

pasea por la babitación.)

JUAN: Sí. Llévate eso y trae el café. Y cállate.

MUCAMO: Bien. Bien. Cuenten conmigo para lo: que

quieran.
112 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA (tristemente): Gracias, amigo.

MUCAMO: De nada, de nada. (A Juan Carlos.) Y... ¿traigo

el champagne también?

JUAN: Sí, tráelo. Trae todo lo que quieras. (Sale, cerrando

la puerta. Hasta que vuelve, ellos continúan en la misma

actitud. Ella, en el sillón. El, pasea'ndose.)

MUCAMO (entrando): Aquí está todo. (Deja cafe' y cbampag-

ne sobre la mesa y sale, cerrando la puerta. Se arriman los

dos a la mesa en silencio. Ella va a servir, pero le tiemblan

las manos.)

ELVIRA: N o puedo. Sirva usted. Es ridículo, pero estoy tem-

blando. (Sirve e'l y toman el cafe' en silencio.) Perdóneme,

Juan Carlos, esta escena estúpida.

JUAN: Hemos caído en una hábil trampa. Ya pasó... ¿Qué

vamos a hacer ahoraP...

ELVIRA: Yo qué sé.

JUAN: Óyeme tranquila. Vas a divorciarte. No sabes la dura

prueba que te espera. Necesitarás de todo tu valor.

ELVIRA: Es lo de menos...

JUAN: ¿Y despuéSP...

ELVIRA: Después... Dios dirá.

JUAN (tomándole las manos y aproxima'ndose a ella):

¿Quieres quedarte aquí?

ELVIRA: ¿Y Gracia?

JUAN: Tienes razón. Yo te llevaré al campo con mi madre.

Es muy buena, muy viejita. Tiene sus ideas, pero tú

te la conquistarás. Y cuando termine tu divorcio, me

casaré contigo...

ELVIRA: ¿Qué?...

JUAN: Si tú quieres. Hace un momento te juré que te

quería. Vi tus ojos. Hubiera hecho de ti mi querida. El

destino hace que puedas ser mi novia.

ELVIRA: ¿Y Gracia?
Las descentradas 113

JUAN: Con tiempo.

ELVIRA: Sufrirá.

JUAN: No. O muy poco. Es una chica. Además... También

sufrirás tú. A ella, otro la hará más feliz...

ELVIRA: Pero tú la quieres...

JUAN: En este momento te quiero a ti sola. Además, es

irremediable. No la humillemos nombrándola, pobre

amorcito. .. (Pausa larga. Los dos piensan.)

ELVIRA: Tenemos que tranquilizarnos antes de decidir

nada. Yo me iré ahora a casa de Gloria.

JUAN: Gloria, tienes razón...

ELVIRA: Hace tiempo que no la veo. Tengo tan dejado todo.

JUAN: Yo puedo ir primero a...

ELVIRA: No. No hace falta. Iré a su casa y le diré: aquí

estoy. Y ella me abrirá los brazos sin preguntarme más.

Gloria no es como las demás personas. Es ella.

JUAN: Como tú. (Le besa la mano.) Mi novia... Ahora eres

mi novia aunque no lo quieras... (Le saca el am'llo de

casamiento, lo mira... Luego se saca el de él y pone los

dos sobre la mesa.) ¿Te acuerdas cuando te probaste el

anillo de Gracia?. ..

ELVIRA: Oh, sí... ¡Quién nos hubiera dicho!...

JUAN: Bueno... no te entristezcas. .. Olvida... Luego iremos

los dos a casa de Gloria. Pero primero vamos a tomar

champagne. (Se levanta, descaro/Ja la botella y sirve.

Mz'entms habla. . .) Eres una novia que me ha regalado la

primavera. Toma. Brindemos a lo Imprevisto, señor del

mundo, y a nuestra dicha... Bebe... Y ahora bésame.

¿Ves? (La besa.) Novia de la primavera. Novia florida...

(Vuelve a besarla. . .)

TELÓN
115

Tercer acto

Saloncito de casa de Gloria Brena, donde vive Elvira.

Artístico desorden. Un gran piano. Sofás anchos y muelles,

sillones, almohadones, flores, mesitas de fumar; cigarrillós,

libros. Ventana al foro, izquierda. Puerta al lado izquierdo,

para la calle; a la derecha, para las habitaciones.

(Gloria, tirada en un sofá, corrige pruebas de imprenta.

Elvira, mira la calle, de pie, tras la ventana.)

Escena l

GLORIA y ELVIRA

GLORIA (termina de corregir y tira las pruebas sobre una

mesita): ¡Uff... porfin! ¿Qué miras, Elvira?

ELVIRA: Llover. Llueve de una manera magnífica. .. (Suspira)

Cuando llueve, me siento otra mujer.

GLORIA: Y te pones tonta.

ELVIRA: Tonta, romántica y vagabunda. Me gusta salir,

rodar en tren, pensar en cosas vagas, tener un poco

de frío... Lloviendo he descubierto los rincones más

lindos de Buenos Aires... He andado tanto. (Viene

lentamente, basta sentarse frente a Gloria.) Y luego,

meterse en un cafetín oscuro y siniestro a tomar café

bien caliente...

GLORIA: Es un placer barato.

ELVIRA: Y original.

GLORIA: Que hoy no puedes tener...


116 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: Lo malo será que ese cuervo reumático de Baudrix

no vendrá hoy...

GLORIA: Y Juan Carlos dijo que sería hoy sin falta...

ELVIRA: Ya verás como la noticia la trae él primero. En

cuanto firme el juez estará aquí. (Ha tomado las pruebas

a'e Gloria y las mira.) Qué cosa rara es una prueba” de

imprenta, ¿verdad?... Cuántas cosas sugiere... Esto...

Esto será tu novela... “Las cerebrales”

GLORIA: Ya no se llamará así. Ahora se llamará “Las des-

centradas”

ELVIRA: “Las descentradas” Novela por Gloria Brena.

Gloria... Tienes un nombre simbólico. ¿Te esperará tu

tocaya por algún recodo?...

GLORIA: Quizá... O no. Tengo demasiado talento para que

la gloria venga a mí. ..

ELVIRA: Hombre. No creo que sea el talento precisamente

lo que estorbe.

GLORIA: Estorbar, no estorba, pero sobra. Todo lo que hay

aquí de talento, está demás. Lo verás... Mi tocaya es

el premio del genio; pero para llegar a ella, el genio no

basta. Hay que trabajar. Ella ama los obreros rudos que

se le sacrifican... que sangran por ella. Es una vampiresa.

Por eso, siempre, el que triunfa es el más trabajador, no

el más inteligente... Es sueño Vago, inerte, ¡qué hermoso

es!... ¡Si yo pudiera de un modo rápido y magnífico

fijar lo que vive en mí muchas veces! Al escribirlo, entre

las líneas negras, rectas, iguales, se va el calor del alma,

queda la forma fría... Y huye el sueño. Y no puede asirse

el sueño para atarlo al papel... ESto. .. (Por las pruebas.)

tal vez sea tonto, mediocre, pero aquí... (La frente.) era

bello... ¡Oh, bello! . .. Era sangre de mi alma...

ELVIRA: ¿Por qué no crees nunca en lo que haceSP... Estás

enferma de no tener confianza en ti misma...


Las descentradas 117

GLORIA: Como todos los audaces...

ELVIRA: Déjame leerla... Si me dejaras...

GLORIA: Ya la leerás. Cuando sea libro... cuando no sea ya

mía... Y te encontrarás un poco en ella.

ELVIRA: Supongo que no 'te habrás metido conmigo...

GLORIA: Un poco contigo, un poco conmigo. Mi heroína

es hermana nuestra... En ella estamos nosotras, todas

nosotras... Las que no pensamos, las que no sentimos,

las que no vivimos como las demás. Las que entre la

gente burguesa somos ovejas negras y entre las ovejas

negras somos inmaculadas. ..

ELVIRA: Será original... Has visto que en la novela, en

el teatro, no vernos más que tipos vulgares, palabras

vulgares, conflictos vulgares... Cómo he buscado en

toda nuestra literatura un ¡tipo nuevo, un ser vivo, una

mujer... ¡Y qué infructuosa búsqueda! ¡Muñecos,

muñecos, muñecos! . ..

GLORIA: ¡Tonta! Hay que hacer eso... Ya ves, nosotras...

si nos “literatizaran”, por ejemplo, mi caso, el tuyo...

todos los críticos en coro unánime se burlarían del

autor, lo insultarían. Dirían que no había lógica en el

asunto, que eran arbitrarios los personajes, inverosímil

su psicología, folletinescos los recursos. Sabe Dios lo

que dirían. Ya verás lo que me dicen a mí de mi libro.

Y me tendrá sin cuidado. Yo escribo para mí misma, no

para los demás...

ELVIRA: Todos empiezan escribiendo para sí mismos y

terminan escribiendo para los demás. ¡Está tan lleno

de sueños el principio de todos los caminos! Sueña una

con dominar a la vida, con ser algo, con tantas cosas...

Hasta sueña con vivir espléndidamente para la humani-

dad y termina viviendo ferozmente para sí misma. "Se van

dejando atrás los sueños, se va uno enfangando. ..


118 Las descentradas y otras piezas teatrales

GLORIA: Es que los sueños también estorban. Todo estorba

si lo que buscamos es ser felices... (Pausa. Hosca.) Hay

que arrancarse una a una todas esas cosas estúpidas con

las que no se debía nacer... Sueños brillantes, talento,

M ambición, generosidad, ansia de vida... todo, todo

lo que puede hacernos nobles y redimirnos... todo.

Cortarlo de raíz, arrancarlo, volverse una “bestia pintada

y adornada. Nada más...

ELVIRA: No tanto, Gloria...

GLORIA: Sí, tanto. Así, crudamente. ¿Por qué tenerle

miedo a las palabras? Yo lo que digo lo he sentido. en

carne mía... ( Transición.) Bueno, hablemos del libro...

Escúchame... Allí divido a la mujer en tres categorías:

las sufragistas, que tú aborreces. ..

ELVIRA: Yo no las aborrezco.

GLORIA: Bueno, de las que te ríes.

ELVIRA: Reírse es de muy mal gusto. Me sonrío. ..

GLORIA: Luego la mujer femenina, la del crochet simbó-

lico... Claro, bajo el punto de vista social y entre las

mujeres honradas.

ELVIRA: Honrada es una palabra que puede estirarse

mucho...

GLORIA: Como todo en la vida... Sólo dejo fuera a las

pobres caídas, a las pobres hermanitas, a 'las que puso

su destino a un margen de la vida.

ELVIRA: Hay con ellas una subcategoría.

GLORIA: Déjalas. Esas no pesan. Esas son muertas. Bueno,

las gentes no ven más que dos categorías de mujeres: la

que se llama mujer de hogar, porque no cabe en otra

definición, aunque las otras manejen su hogar mejor

que ellas, y esas feas marimachos... Entiende que en

todo hay infinitas gradaciones. ..

ELVIRA: Me he fijado.
Las descentradas 119

GLORIA: Pero no te has. fijado, ni nadie se ha fijado en

la tercera categoría, de la que nosotras somos dignas

representantes... Aquí no hay gradaciones, no... Somos

muy pocas las descentradas. Y lo ocultamos como un

pecado... Y somos tan descentradas, que caemos en

cualquiera de las otras categorías.

ELVIRA: Hasta en la subcategoría. ..

GLORIA: Hasta en esa. Con extraordinaria facilidad.

ELVIRA: Entonces, quedarse descentrada ya es un centro.

GLORIA: Y claro... Somos las que sufrimos, las rebeldes

a nuestra condición estúpida de muñecas de bazar...

Entiéndeme bien. No de mujer. No queremos los

derechos de los hombres. Que se los guarden... Saber

ser mujer es admirable. Y nosotras sólo queremos ser

mujeres en toda nuestra espléndida feminidad. Los

derechos. que queremos .son sólo los que nos dé nuestro

talento...

Escena ll

ELVIRA, GLORIA y MUCAMA

MUCAMA (entrando): El señor Baudrix pregunta por la

señora Elvira.

ELVIRA: Por fin. Que pase. (Sale la mucama.) Y mira lo que

conseguimos. Para esto nos sirve a nosotras el talento.

GLORIA: Pero sal a recibirlo. Trae tu libertad.

ELVIRA (sin moverse): Te juro que no siento la menor emo-

ción... Mi libertad la sentí desde que entré en tu casa

hospitalaria... Más de un año ya. Esta libertad legal no

me turba... \
120 Las descentradas y otras piezas teatrales

Escena lll

GLORIA, ELVIRA y BAUDRIX

BAUDRIX (entrando, a'a la mano a las señoras, que no se

mueven): Buenas tardes, señoras...

ELVIRA: Salud, Baudrix. Siéntese.

GLORIA: Buenas tardes, prosaico portador de una libertad

que no emociona. A ver; dónde está esa libertad.

BAUDRIX (senta'na'ose): No sé.si aún firmó el juez.

ELVIRA: Entonces...

BAUDRIX: No fui a los tribunales. Me trae otro asunto más

serio, más...

ELVIRA: ¿Más qué?... (Alarmada)

Baudrix: Nada grave. Hay que escuchar con paciencia un

momento. Usted, señora Elvira...

ELVIRA: Sí, pero ya sabe que no puedo con las reticencias.

BAUDRIX: Abreviaré. Abreviaré... Usted sabe que en este

asunto su esposo...

ELVIRA: ¿Cómo?

GLORIA: Su ex esposo.

BAUDRIX: Disculpe. La costumbre. El doctor López Torres

no ha economizado ni tiempo ni dinero. Se ha hecho

todo hábil, discretamente, sin el escándalo que parecía

inevitable, sin ofender a usted en lo más mínimo.

ELVIRA: N o me explico a qué viene todo esto...

GLORIA: López Torres ha evitado el escándalo por su situa-

ción política, que le ha interesado siempre más que su

actuación conyugal.

BAUDRIX: Exacto, señora, exactísimo.

GLORIA: Y en las vinculaciones íntimas, que duelen más

que el escándalo social, que siempre es lejano.

ELVIRA: Y que a mí no me interesaba...

GLORIA: Ha sido brutal, implacable...


Las descentradas 121

ELVIRA: Pero, ¿a qué viene todo esto?. ..

GLORIA: No sé...

BAUDRIX: Atiéndame, señOra. Su esposo, que llegará de

provincias esta noche, me encarga, cerca de usted, una

comisión delicada.

ELVIRA (poniéndose de pie bruscamente): ¿Qué quiere

todavía?

BAUDRIX: No se altere, señora. Es una simple proposición

que honra a su digno ex cónyuge.

GLORIA (riendo): Qué gracioso...

BAUDRIX: ¿Qué es lo gracioso, señora?

GLORIA: Nada, siga.

BAUDRIX (sacando una carta de su cartera): En fin, leeré a

usted, señora, para que pueda darse cuenta mejor, unos

párrafos de la carta...

GLORIA: Siéntate.

ELVIRA (sin sentarse): Estoy bien así.

BAUDRIX (se pone las gafas. Lee): “Verá usted, amigo mío,

en el día, si le es posible, a la señora Elvira Ancizar y le

dirá de mi parte” (Elvira suspira y se pasa la mano por

la frente.) ¿Qué hay, señora?

ELVIRA: Nada. Siga, Baudrix.

BAUDRIX: “Que como no ha habido hijos de la unión, como

el divorcio y fallos probatorios le son desfavorables ter-

minantemente, no tengo por qué ayudarla pecuniaria-

mente y si intento algo en ese sentido, es porque a pesar

de lo pasado guardo por ella un afecto leal y quisiera

verla a cubierto de la miseria.” (Pausa. Gloria y Elvira

se miran comprendie'ndose.)

ELVIRA: Siga, pues.

BAUDRIX: “Si ella se presta a Vivir en Europa, entiéndalo

bien, en Europa, sea en la capital que ella elija”

GLORIA: ¿No podría ser en África?


122 Las descentradas y otras piezas teatrales
l
1

l
BAUDRIX (tontamente): No sé. Se consultaría.
l
á
ELVIRA (con reproche): Gloria... Siga, Baudrix.
l
BAUDRIX: “Le asignará mensualmente una cantidad que

puede fijarse en quinientos o seiscientos pesos moneda

nacional. Pero es indispensable que salga de Buenos l

Aires en veinticuatro horas.” l

GLORIA: Estorbas . . . (Recalcan'a'o) 3


l
ELVIRA: Callate. (A Baudrix.) Siga.
l
BAUDRIX: “Procure hacerle presente la formalidad de este l
l
contrato y su conveniencia. El capricho de: permanecer

en Buenos Aires puede traerle graves e irnprevistas

consecuencias...”

ELVIRA: ¿Amenazas? (Pau-sa.) Siga.

BAUDRIX: Nada más. Siguen formalidades. ¿Qué contesto?

Esta noche, o lo más tarde mañana, tengo que: verlo...

(Elvira, nerviosa, va hacia la ventana y vuelve. Gloria

cambia de sitio. Pausa-larga.)

ELVIRA: Baudrix: dígale a mi marido que le ahorro todo; lo

que a eso debía contestarle. ..

GLORIA»: Y dígale de mi parte que es un hipócrita y un

‘3 cínico. Oh, la hipocresía de los hombres graves,» de los


rectos...

ELVIRA: Cállate, Gloria... (A Baudrix.) No acepto.

Amargó mi juventud, torció mi vida. No protesto. Al

casarme con él le di ese derecho. No busco tampoco

justificar hechos pasados. No me importan. Pero le

niego el derecho de desterrarme. Rechazo con asco

su vergonzante limosna. Si me hace falta trabajará y

que ni él ni sus secuaces, ¿entiende?, se pongan en

mi camino... Y sea usted el primero en anunciar a

su dig-nísimo amigo que me casará. En seguidas Ya

ve. No lo avergonzaré trabajando. (Ante el gesto de

Baudrix.) Me parece que tengo derecho a mi parte de


Las descentradas 123

felicidad en la vida. Ni una palabra más. No acepto.

Buenas tardes. (Sale)

Escena W

BAUDRIX y GLORIA

BAUDRIX: ¿Que se ha dicho?

GLORIA: Y qué tiene eso de partÍCular...

BAUDRIX: ¿Pero quiénï?..... ¿El joven aquelP... Esto compli-

ca (el asunto.

GLORIA: Lo simplifica, señor. (Llama. Pausa violenta...

Baudrix se levanta.)

BAUDRIX: Bueno, señora, presente mis respetos a la señora

Elvira y dígale que lamento... Que est-oy siempre a su

disposición. . .

Escena "V

GLORIA, BAUDRIX y MUCAMA

GLORIA: Acompaña al señor.

BAUDRIX (dándole la mano): Adiós, señora Gloria.

GLORIA: Hasta siempre. (Sale Baudrix ¡con la .mucama.)

Escena VI

GLORIA y ELVIRA

GLORIA (limpia'ndose la mano): Ave negra, qué asco me das

tú y el otro, y el otro y todos...

ELVIRA (entrando): ¿Se file ese bicho?

GLORIA: Sí.- Ven.’VaInos a hablar mal de él.


124 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA (senta'ndose): ¿Te has dado cuenta, Gloria...?

GLORIA: Sí. Y no te creas... Sería una solución... Claro; sin

Juan Carlos...

ELVIRA: Jamás tomaría yo nada de él, jamás...

GLORIA: O lo tomarías. ¿No .lo tomabas antes? Con un

poco de sofistería, ya estarías convencida de que es su

obligación. ..

ELVIRA: Siempre he dicho que no.

GLORIA: Pero ustedes las mujer-es...

ELVIRA: ¿Ustedes?...

GLORIA: Sí, ustedes. Cambian de opinión con la misma faci-

lidad que los hombres. La única. diferencia que hay es

que creen apasionadamente en la opinión del momento,

lo que es una ventaja para ellos que no tienen que sufrir

ni siquiera el dolor de cambiar...

ELVIRA: Qué escéptica estás hoy, che.

Escena Vll

GLORIA, ELVIRA y MUCAMA

MUCAMA (entrando con una carta): De parte del niño Juan

Carlos.

ELVIRA: Trae. (La lee despacio.)

MUCAMA: ¿Hay contestación?

ELVIRA: No. Que está bien. (Sale la mucama.)

Escena VIII

GLORIA y ELVIRA

ELVIRA (vuelve a leer y sonríe): Qué loco es. ..

GLORIA (con ironía).- ¿Piensas aprendértela de memoria?


Las descentradas 125

(Elvira sigue leyendo.) ¿Y se puede saber qué te diceP. ..

ELVIRA (después de un momento): Dice que ya firmó el

juez,'que se queda a esperar un documento que debe--

mos llevar en la valija cuando tomemos el vapor para

Montevideo... (Sonriendo a lo que ba leido.) Hay tam-

bién un ditirambo a Montevideo y a sus leyes...

GLORIA: ¿A Montevideo, dice?... Enseñame la carta, ¿que-

rés?

ELVIRA: No.

GLORIA: ¿Por qué? ¿Temés que le plagie el estilo?

ELVIRA: (doblando la carta y metie'ndosela en el seno): No,

riquísima, pero vos te divertís de tus lindas narices.

GLORIA (después de una pausa): Me voy... y con programa

de tranvía hasta la imprenta, yo que no amo los vaga-

bundeos llovidos como vos...

ELVIRA: Quedate, no salgas.

GLORIA (sin moverse): Tengo que ir. (Pausa larga. Piensan.)

ELVIRA (suspirando): Qué feliz soy, Gloria... Tú no puedes

comprenderlo... Quién me hubiera dicho que en el

último recodo, a la edad en que todas las mujeres cum-

plieron ya su destino, me aguardaba a mí la felicidad

impensada, enorme, única...

GLORIA: ¿Y si la felicidad fuera sólo una palabra?

ELVIRA: No. Existe, existe...

GLORIA: Pero no es para ti. Es de “ellas”. De las otras. ¿Tú

crees que puede alguna vez ser nuestra? No es para las

inteligentes, para las capaces de ir solas por la Vida, para

las rebeldes. Es para las otras, es el patrimonio de ellas,

el de las esclavas, el de las vulgares...

ELVIRA: ¿Pero crees tú que yo seguiré siendo “descentrada”?

(Ríe dulcemente.) Tendré el supremo talento de saber ser

insignificante. Y seré feliz. Juan Carlos es pobre. Haré su

comida, plancharé sus pantalones. Hasta engordaré.


126 Las descentradas y otras piezas teatrales

GLORIA: Eso es muy importante.

ELVIRA: Y tendré hijos, hijos, 'juntaré en mi regazo dos

o tres cabecitas rubias y morenas. ¡Cómo los querré!

Toda la dicha que me darán mis hijos, Gloria... No

pensaré ya en nada, no seré ya nada.

GLORIA: Pero, ¿lo amas así?

ELVIRA: ¿Y no lo has comprendido? Ni sé yo cómo. Como

una criatura ingenua. Con romanticismos de colegiala.

Y tengo hasta miedo de que él comprenda que en mí ha

nacido como un alma nueva. No puedo decírselo. O me

le muestro como antes, fría, cín‘ica, o ante su palabrerío

de niño amante me turbo. Amar así a mi edad, con toda

una vida detrás, encaneciendo. Yo, que siempre he teni-

do un pudor salvaje de mi sentimentalismo, que hubiera

preferido mostrarme desnuda a dejar ver un rincón de

mi espíritu... Y no sé, no sé. La lluvia, la dicha que se

acerca, -y tengo una angustia, algo que me ahoga. Eso

me hace hablar, perdóname, Gloria...

GLORIA: ¿Perdonar qué? Si no me abres a mí tu alma...

ELVIRA: Tienes razón. Si yo no te hubiera tenido a- ti...

(Pausa larga. Piensan.) A veces yo he Visto por la calle

gentes que van andando con una expresión de dicha

casi tonta. Ya sé lo que es. Ahora yo me sorprendo a

veces con esa expresión. Sonriendo a mi ensueño. ..

GLORIA: A las cabecitas rubias y morenas. (Otra pausa.

Quedan ensimismadas.) Los hijos. Es la única verdad de

la vida. Yo me defiendo de su recuerdo, quiero echar-

me u'n candado en el alma, quiero tener valor. Y me

aturdo y me rodeo de todos estos muñecos que forjo,

que son algo hijos míos también. ( Por los papeles.) Y de

repente todo se desvanece. Veo sus caritas, los oigo reír,

y extiende los brazos y no hallo más que vacío; y ellos

allá, criados allá, no llegarán a comprenderme jamás...


Las descentradas 127

Oh, y yo misma no sé lo que quiero. A veces pienso que

fui una loca corriendo tras un fantasma; que la verdad

estaba allí, en aquella angustia que no era mayor que

ésta... Y quiero llenar mi vida con esto, pobre ilusión

de desesperada... Pero no, no es posible; estoy sola,

todo está vacío. En estos días, contigo, revivo yo los días

de mi divorcio... Será por eso...

ELVIRA: No hables así, Gloria, por favor. Me tienes a mí.

Reharás tu vida como yo...

GLORIA (con voz desgarrada): No. Tú no tienes hijos. A ti

no te han quitado tus hijos.

ELVIRA: Sí. Pero no sabes la pobre criatura desesperada

que he sido. No puede haber mayor angustia, mayor

desesperanza. A veces pienso en las cosas que hacía y

decía cuando era “buena” y siento vergüenza y piedad

de mí misma. He estado loca. Han sido cosas de las

que no puede decirse una ni. a sí misma. Era vergüenza,

era horror, era odio... El odio que enloquece... Si no

hubiera tenido un alma honrada, me habría encanalla-

do. Así, me “descentré” como dices tú.

GLORIA: Es que descentradas sólo pueden serlo las muy

desgraciadas. Tan desgraciadas que hasta tienen talento

para comprender lo desgraciadas. que son...

Escena lx

GLORIA, ELVIRA y MUCAMA

MUCAMA (entrando): Dos señoras preguntan porlaseñora

Elvira.

ELVIRA: ¿Quién?

MUCAMA: No han venido nunca.

ELVIRA (angustiada): ¿Quiénes serán, GloriaP...


128 Las descentradas y otras piezas teatrales

MUCAMA: ¿Las hago pasar?

GLORIA: No. Espera. Voy yo. (Salen Gloria y mucama.)

Escena 'X

(Elvira, ansiosa, espera... Entran, primero Gracia y luego

Gloria con Adelina. Esta escena del encuentro de las dos

mujeres es intensa y debe sentirse.)

Escena XI

ELVIRA, GRACIA, GLORIA y ADELINA

GRACIA (entrando): ¡Elvira, .Elvirota!

ELVIRA (se queda fria, reacciona y le abre los brazos): ¡Gracia!

(Gracia llora sacudie'ndose entera. Elvira le qui-ta el som-

brero.) ¿Qué tienes? No llores así...

GRACIA (serenándose): Por fin, por fin te veo. Elvirota. ..

ADELINA (abrazatambién a Elvira, sin dejar de bacer puc/seras):

¿Cómo estás, Elvira? Tanto tiempo, ¿no?

ELVIRA: Bien, Adelina, muy bien... Pero siéntense. Gracia,

no llores, chiquita. (Se sientan juntas en el sofá.)

GRACIA: Tengo tanto, tanto que contarte... Pero, ¿por qué

te escondiste así?

ELVIRA: Y qué iba a hacer...

GRACIA: Mostrarte, defenderte, Venir al lado de quien te

quiere...

GLORIA: Yo la quiero mucho.

GRACIA: Sí, Gloria, perdón. Usted es muy buena. Pero

nosotras éramos como su familia.-

GLORIA: ¿Y tu mamá?

GRACIA: Mamá... no sé. Su mayor ofensa fue tu desapari-

ción. Ahora no te nombra. En casa nadie te nombra. Es


Las descentradas 129

como una conjura. Ni Juan Carlos. Hasta él me pidió

que nunca pronunciara tu nombre.

ADELINA: Ya ves lo que son los hombres, hija; él, tan

amigo tuyo, por Dios que parecía no ver más que por

tus ojos.

ELVIRA (recibe el golpe, reacciona. Habla con voz belada

como toda ella): ¿Siempre sigues con Juan Carlos?

GRACIA: Siempre. (Vuelve a besarla.) Elvira mía, querida;

¡cuánta falta me hacías! . .. Tú no te imaginas cómo

hemos sufrido todos por ti... Mamá hasta se enfermó.

Ella al principio decía... y yo también: “No es posible;

si Elvira hubiera tenido algo lo habríamos Visto. Estamos

con ella todos los momentos, no tenemos un amigo que

no sea común... y ella es incapaz de ocultar nada”

ELVIRA: Yo soy un monstruo de hipocresía, Gracia.

GRACIA: ¿Por qué dices eso?

ELVIRA (bace un gesto vago): ¿Quieres ser buena y contar-

me qué y cómo lo supieron ustedes?

GRACIA: Mirá. Llegó esa noche tu marido y se encerró con

mamá. Mamá salió llorando y nos dijo... no sé cómo...

ELVIRA: No me ofendes, tesoro. Dilo.

GRACIA: Que a vos te habían encontrado por ahí... con

un hombre...

ADELINA: Con un hombre soltero que era tu...

ELVIRA: Amante.

GRACIA: Eso. Que habías firmado un acta. Que no te vería-

mos más, pues te ibas a Montevideo a divorciarte. ..

ELVIRA: ¿No les dijo López Torres quién era... mi amante?. ..

GRACIA: No. Tal vez a mamá.

GLORIA: ¿Y Juan Carlos qué opinaba?

GRACIA: Oh, todo se me ju'ntó en ese tiempo, Juan Carlos

estaba enfermo y después se fue al campo más de tres

meses... Ahora casi siempre está en el campo...


130 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: Óyeme, Gracia. Vas a decirle a tu mamá que yo

no quiero justificarme, ni lo busco. Que te agradezco

tanto que hayas venido a verme... Y que Elvira, no

ésta, sino la chica aquella que ella tanto quiso... que

le juro por mi madre muerta que yo era inocente. Que

eso fue una infamia de López Torres... y que el hom-

bre con quien me encontraron era sólo un amigo, sólo

un amigo... Recuérdalo, Gracia.

GLORIA: Y entonces por qué...

ELVIRA: Tal vez algún día sepas quién era ese hombre

y te explicarás muchas cosas. (Antes de terminar

esta frase, Adelina, que ba estado baciendo pucberos

y dando suspiros desde que llegó, estalla en un llanto

de jipios.)

GLORIA (atendiéndola): ¿Qué le pasa? ¿Qué tiene?...

ELVIRA: ¿Qué hay?

GLORIA: Nada. Adelina, que-ha perdido una ilusión nove-

lesca.

ADELINA: No... no puedo más. Esto me da mucha

pena... ay, ay...

ELVIRA (con un gesto, a Gloria): Llevátela...

GLORIA: Venga, Adelina, le voy a dar agua con azahar y

verá de paso qué lindo comedorcito tenemos... ven-ga.

(Salen despacio las dos: Adelina y Gloria.)

Escena XII

GRACIA y ELVIRA

ELVIRA: Esta Adeliñita, siempre tan sensible...

GRACIA: Pobre, es buena... No te imaginas cómo te ha

defendido. Cómo hemos hablado las dos de vos. Antes

no te quería mucho, pero después...


Las descentradas 131

ELVIRA: Es que tiene como todas las solteronas la fruición

del pecado. Como el pecado no las quiere a ellas, ellas

Viven del pecado de las otras.

GRACIA: Pero Adelina es una santa, querida, ella no te ha

condenado jamás.

ELVIRA: Ya lo sé. Es la misma cosa. Las que lo condenan

es porque quieren vivirlo también. Es cuestión de

temperamentos. Sin embargo, se lo agradezco, se lo

agradezco mucho. ..

GRACIA: Qué cambiada te noto...

ELVIRA: ¿Más Vieja?...

GRACIA: No. Más grave, más seria... Otra...

ELVIRA: No lo sabes bien. Aquella loca fue una cosa ficticia

que murió. Yo era muy desgraciada, hijita mía.

GRACIA: Yo te comprendo, Elvira. ¿Te acuerdas que

siempre me decías que cuando hubiese sufrido sería

más comprensivaP... Ahora que he sufrido tanto...

ELVIRA (sonriendo): Tus penas... dulces penas de niña...

GRACIA: No. Ya, penas de mujer... ¡Y cómo me has hecho

falta!... Yo sola,‘teniendo que sufrir sola, sin vos, sin

tu consuelo...

ELVIRA: ¿Juan Carlos?...

GRACIA: Va a dejarme, Elvira; va a dejarme... Ya me ha

dejado dos o tres veces... Se va, vuelve... Y yo sufro,

me humillo, suplico... Ahora, hace tres meses no sé

nada de él. Busca darme pretextos para que yo lo

deje... Y yo lo quiero, lo quiero desesperadamente...

(Llora)

ELVIRA: Qué horror...

GRACIA: Cuando tu asunto, yo ya estaba pronta... nos fal-

taban dos semanas para casarnos, ¿recuerdas? Pero no

es eso... Lo que la gente diga, ya ni me importar... Es

que lo quiero...
132 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: ¿Se lo dices?...

GRACIA: Oh, sí...

ELVIRA: ¿Y él...?

GRACIA: ¿El? Yo qué sé... Cuando se fue me decía...

júrame que pase lo que pase creerás siempre que

fuiste mi único amor... Lo más bueno y puro que

pude tener en la vida... Me deja y me quiere. Me

tiene que querer...

ELVIRA: Te tiene que querer...

Escena XIII

ELVIRA, GRACIA, GLORIA y ADELINA

GLORIA (desde la puerta): Estamos de vuelta.

GRACIA: Que no oiga Adelinita. ..

ELVIRA: Así que Jorge. ..

GRACIA: Figúrate. El dramaturgo de moda...

GLORIA: Me contaba Adelinita cómo nos encontraron.

Ayer Blanquita nos había visto.

ELVIRA: Pues lo disimuló bien.

GLORIA: ¿Te das cuenta? Anoche se lo dijo a Adelina y ella

esta mañana se fue al diario a preguntar por mí. Allí le

dijeron que Vivías conmigo...

ELVIRA (alarmada): ¿Quién . .?

GLORIA (tranquilizándola con un gesto): No sé...

ADELINA: Un señor muy simpático. De lentes...

GRACIA: Juan Carlos debía saberlo...

ELVIRA: No. Tal vez...

ADELINA: Es muy tarde, Gracita. Debíamos irnos...

GRACIA (se pone el sombrero, se levanta): Bueno...

GLORIA: ¿Quieres polvos?

GRACIA: No. Así voy bien... (A Elvira.) Mira, Elvira. Yo


Las descentradas 133

estoy segura que mamá vendrá mañana a verte... Estoy

segura... Y querrá que te vengas con nosotras...

ADELINA: Yo también volveré. ¡Qué Chiche de casita!

Tan amorosa... Parece de novios. ¿No? (Van salien-

do. Se despiden de Gloria en la puerta.) Hasta la vista,

Gloria...

GLORIA (por la casa): Está a su disposición. Hasta siempre.

(Se dan la mano.)

GRACIA (besa a Gloria): Gracias por todo, Gloria.

ELVIRA: Yo bajo. (Salen las tres.)

Escena XIV

(Gloria, sola, queda de pie, pensativa, y luego entra a las

habitaciones.)

Escena XV

ELVIRA sola

ELVIRA (entra, se sienta, saca la carta del pecbo y la lee):

Pobre Juan Carlos... Pobre niño mío... (La rompe en

pedacitos y se queda pensativa mirándolos.)

Escena XVI

ELVIRA y GLORIA

GLORIA (entra con impermeable y un gorrito oscuro.

Elegante. Se pone a arreglar sus pruebas): ¿Qué me

dices? Jamás me habría esperado yo esta visita...

ELVIRA: Ni yo. al principio sí... oh, cómo la esperé...

GLORIA: Te has quedado triste. Bueno, me voy. (Va a salir.)


134 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA: No. Deja las pruebas. No vayas a la imprenta...

GLORIA (senta'ndose): Bueno. No voy...

ELVIRA: No te sientes... Vas a ir ahora, en seguida, a casa

de Baudrix. Le dices que haré todo lo que ellos digan.

Que me iré. Pero que quiero salir esta misma noche

para Montevideo y allí esperar el primer vapor que pase

para Europa. Irás en seguida, ¿verdad? (Gloria la mira

fijamente.) Habla, contéstame. ¿Por qué me miras así?

GLORIA: Pero... ¿Te has vuelto loca? ¿Sabes lo que has

dicho? v(Elvira niega y afirma solamente con el gesto.)

¿Qué vas a hacer?. ..

ELVIRA: Nada. Voy a regalar Juan Carlos a Gracia.

GLORIA: .¿‘Qure' est-ás diciendo?

ELVIRA: Algo bien claro. Que quiero irme. Una vez más

he ¡cambiado de rumbo en la vida. (Pausa. Gloria sigue

mirándola.) Les dices que vivirá donde ellos quieran, en

cualquier parte... o donde tú quieras... Porque tú ven-

dr'ás conmigo. ¿Verdad, Gloria, que no me dejaráSP...

Mira. Yo salgo esta noche y me escondo allí. Tú levantas

nuestra casita y te vienes a "buscarme. ¿Qué hacemos

aquí? Lejos nos curarernms...” Quiz-á podamos vivir...

Le dices a Baudrix que quieres venir cónmigo. Que yo

pido eso. Y querrán, querrán.

GLORIA: Es que no iré. ..

ELVIRA: Gloria, sí. ..

GLORIA: No. Estás loca. Recién me decias que querías a

Juan Carlos con toda el alma, que ibas :a ser dichosa,

que ibas a tener hijos.

ELVIRA: ¡Yo digo tantas cosas! . .. Seráesa una de mis tantas

cosas...

GLORIA: Ha sido Gracia, Gracia. ¿Por qué la recibí? ¿A

qué vino aquí» esa criatura estúpida? Nos dejaron, nos

despreciaron y ahora... Y tú... "tú caes ante su habilidad


Las descentradas 135

hipócrita... (ante un gesto de protesta de Elvira.) Sí, te

conoce, te conoce... Sabe lo que eres de‘impulsiva y de

loca. Tiene la habilidad de todas las gentes estúpidas

para defender su vida. ..

ELVIRA: Callate. No hables así de Gracia... Bueno. Tú no

la conoces... Y yo la quiero... Le enseñe a leer, a tocar

el piano. De chiquita rompió mis muñecas. . .. y de mujer

mis trajes y mis joyas... qué de raro tiene que de casi

Vieja le dé mi dicha. . .. Así, simplemente, como se da un

lazo... Tómalo, es tuyo... te pertenece por derecho de

amor, por derecho de juventud, por derecho de pure-—-

za...

GLORIA (mira'ndola fijamente, casi espantada, como la mira

durante toda la escena): Has caído ciega...

ELVIRA: No. Me han. arrancado una venda de los ojos...

Aunque tú tuvieras razón... (Pausa) Pero ve, apúrate,

q'ue pueda yo serenarme antes de que él llegue.

GLORIA: No iré jamás. ¿“Pero- note das cuenta de lo- trágico,

de lo espantoso que es estos? Después de haber salido

triunfadora y digna de todo el oprobio que quisieron

echar sobre ti... Esto no puede ser hijo más que de tu

afán por los grandes: gestos. Por el gusto de epatar con

un gesto imprevisto; rompiste tu; vida, hoy que por acaso

puedes rehacerla.... Toda cosa en lavida te hace sentirte

actriz. . . Representar tragedias... .

ELVIRA (después de una pausa): ¿Tragedias, dijiste? Las

tragedias yo no las creo buenas más que para ser leídas.

Representadas se riïd'i'culizan.

GLORIA: Lo que tú quieres es vivirlas.

ELVIRA: No. Vivirlas. es- de muy mal gusto. Ser heroína

de un drama... ¡qué horror! Prefiero seguir siendo

heroína de pochade.. (Toma de encima de la mesa la caja

de cigarrillos y, ante los ojos atónicos de Gloria, enciende


136 Las descentradas y otras piezas teatrales

uno.) Haré de esto un amable y elegante tropiezo...

Aunque dentro... no sabes... (Se domina.) Si te dijera

que dentro llevo la tragedia más sorda, más enorme...

Si te lo dijera, me pondría en, ridículo ante mí misma

y por eso no te lo digo. ¿Pumas? (Le pasa la caja de

cigarrillos.)

GLORIA (recbaza'ndola): No fumo.

ELVIRA: Haces mal. Son admirables estos cigarrillos.

(Fuma en silencio. De repente tira con rabia el cigarrillo

y se levanta.) Bueno. A mí ya estos cigarrillos de mujer

me dan náuseas. Son demasiado vagos. Las cosas

vagas son estúpidas y ya no las siento. Cualquier día

me encontrarán por la calle fumando toscanos; creo

que no hay nada peor. Después, volveré a las pastillas

de menta. Es el símbolo de la vida. En cigarrillos, en

amor, en filosofía... La serpiente que se muerde la

cola... (Dice esto, pasea'ndose mientras Gloria la mira

compasivamente. Se para luego al lado de ella.) ¿Irás?

¿Verdad que irás?

GLORIA: No iré.

ELVIRA: Bueno. Iré yo.

GLORIA: Pero piensa en lo que haces. Digas lo que digas,

esa criatura no vale tu sacrificio.

ELVIRA (volviendo a sentarse al lado de Gloria): Si casi lo sé. ..

GLORIA: ¿Ves? Y ella no lo haría por ti...

ELVIRA: Tampoco se le ocurriría. ¿Qué sabe ella de

estos malabarismos sentimentales? Su visita de esta

tarde vale en ella más que en mí el más absurdo de

los renunciamientos... Nadie da más de lo que es

capaz de dar...

GLORIA: Piensa en las consecuencias de esta nueva

locura...

ELVIRA: ¿Vas o no?


Las descentradas 137

GLORIA: En la humillación; en la situación moral en que

te colocas...

ELVIRA: ¿Vas o no?

GLORIA: No eres tú sola; ¿y él? Dispones de las vidas y de

las almas como si estuvieras jugando al ajedrez.

ELVIRA: Eso. El ajedrez. Estoy encerrada en un jaque mate

sentimental. Jugué mal.

GLORIA: Jugaste admirablemente. Y al final de la partida

das una patada al tablero.

ELVIRA: ¿Vas o no?

GLORIA: De un hombre no puede disponerse como de una

torre o de un alfil...

ELVIRA: Verás cuán fácilmente dispongo yo de él... Lo conoz-

co como a mi piano. Sé donde falla. Sé cómo arrancar su

más noble sonido... Juan Carlos quiere a Gracia.

GLORIA: ¿Estás loca?

ELVIRA: Es un caso... y bien vulgar por cierto. Nos quiere

a las dos. Es claro; a mí más. Se casará conmigo...

GLORIA: ¿Ves?

ELVIRA: Y siempre tendrá el recuerdo de la otra, la novia,

la sólo de él... ¿Crees tú que el encanto de una criatura

pura que entrega su Vida puede deshacerse con una

palabra? Ya ves; no dejó de verla y me lo ocultó como

un pecado... Y yo, que jamás conocí la lealtad, quería

ahora toda la lealtad... Yo, que nunca tuve amor, que-

ría ahora todo el amor... Ya siempre vería “eso” detrás

de sus ojos... No me mires así... A mi edad ya no se

muere nadie de amor. Se ama más, pero con más sabi-

duría. .. No habrá tragedia... Y la lejana triunfará. Pon

en tu novela que cuando hay dos mujeres en la vida de

un hombre, triunfa siempre la vencida, la lejana, la ya

imposible... la que puede vestirse de ilusión... ¿Ves? Al

dárselo lo conservo...
138 Las descentradas y otras piezas teatrales

GLORIA: Y aún quieres disfrazar tu sacrificio...

ELVIRA: No creas jamás en los que se sacrifican. Detrás

del más santo sacrificio se oculta siempre el más brutal

egoísmo; como detrás del más brutal egoísmo puede

estar el más bello sacrificio... Te parecerá una paradoja,

pero es así. Detrás de las más absurdas paradojas brilla

la verdad que Ciega.

GLORIA: Callate. Pareces un Viejo filósofo cínico y sucio. Te

emborrachas de palabras.

ELVIRA: ¿No hemos convenido muchas veces en que somos

dos mujeres extraordinarias? Bueno. Las otras deshacen

sus dolores con lágrimas. Yo los deshago con palabras.

En mí, una paradoja equivale a un sollozo. Una frase

hiriente vale una de esas tibias gotitas de agua amarga.

Es más estético. Ya que somos desgraciadas, que nos

quede siquiera el consuelo de ser originales. Dame otro

cigarrillo.

GLORIA (tira'ndole la caja): Toma, Hedda Gabbler...

(Elvira enciende un cigarrillo. Gloria la mira.) Siempre

que veo, pongo por caso, en el teatro, que es el reino

de los gestos, una situación de éstas, así, bellamente

terminada, sonrío... Y al caer el telón, pienso: ahora

empieza el drama...

ELVIRA: ¿Ves cómo me das la razón? Empezaría el drama si

yo me casara con Juan Carlos... ¿No lo comprendes?...

Como el otro...

GLORIA (bruscamente se levanta): Iré. Saldrás esta noche.

ELVIRA (queriendo abrazarla): Gracias.

GLORIA (recbaza'ndola): Déjame. Hasta luego. (Sale. Elvira

queda de pie, agotada. Deja caer el cigarrillo y se sienta

con un suspiro de enorme fatiga.)


Las descentradas 139

Escena XVII

JUAN CARLOs y ELVIRA

(Casi cruza'ndose con Gloria, entra Juan Carlos.)

JUAN (bullanguero, feliz, la abraza, la besuquea): Elvira,

podemos irnos mañana, por fin... (Ella está belada y

bostil.) ¿No estás contenta? Ya no seré más tu novio...

ELVIRA (recbaza'ndolo sin brusquedad, lo besa en la frente y

lo acaricia como a un perrito. . .): Qué niño eres... Siempre

serás mi novio de juguete.

JUAN (casi arrodillado en los almobadones, delante de ella,

le toma las manos y con ellas se acaricia la cara y babla

mimosamente...): ¿No te enloqueces de alegría? Por

fin, después de esperar tanto...

ELVIRA: ¿Pero sigues creyendo seriamente en que voy a

casarme contigo? (Él la mira extraviado por sus pala-

bras.) Ya he encontrado la solución para mi Vida. Mi

marido me dará tres mil pesos mensuales. Me voy a

París. ¡Estoy tan contenta! Era un remordimiento dema-

siado grande para mí el sacrificarte.

JUAN: ¿Por qué bromeas en este momento?

ELVIRA: Pero si no es broma, tontito, te lo juro... (Pausa. Él

se levanta y la mira asustado. Ella sigue.) No es tan malo

el pobre López Torres; ya vez cómo piensa aún en mí.

Ha sido tan delicado...

JUAN: Pero tú olvidas... ¿Has vuelto a verlo?

ELVIRA: ¿Tendría nada de raro que lo Viera? Después de

todo es mi marido...

JUAN: Callate. No sigas hablando... (Pausa. la mira y

ella esquiva.) ¿Pero por qué quieres ponerme así a prue-

ba?... ¿Eres tú la que has hablado así?... Mi Elvira, mi

amor, mi novia...
140 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELVIRA (sin mirarlo): Tontito... ¿Qué harías tú con una

novia como yo?...

JUAN: Pero mírame. (La toma de los dos brazos y la obliga

a mirarlo. Ella sostiene la mirada. Él la rechaza brusca-

mente y la deja sentada en el sofá, mientras se pasea.) Tus

ojos... Ya están tus ojos como antes. Pero, ¿qué es lo

que ha pasado por ti?

ELVIRA: ¿Qué tenían antes mis ojos?

JUAN: No sé. Mirabas como ahora... Sí, sí... (Mirándola)

Son esos tus viejos ojos. (Ella rie.) Por favor. No te

rías así. (Pausa) ¿Quieres volver a repetir eso que me

has dicho?

ELVIRA: De qué manera trágica tomas las cosas, hijo... Tú,

como una solución, me ofreciste casarte conmigo en la

ofuscación de un momento trágico. Yo casi acepté.

JUAN: Aceptaste.

ELVIRA: Conforme. No tenía otro remedio. Hoy en el ofre-

cimiento de mi marido...

JUAN: Y si él no...

ELVIRA: Me casaría contigo. (Rie.) Eras mi carta de la


reserva...

JUAN: Pero prefieres el dinero. Y al tomarlo te colocas más

bajo que una...

ELVIRA: No digas palabras irreprochables de las que más

tarde tendrás que arrepentirte.

JUAN: De lo que tendré que arrepentirme es de... No, no

es posible...

ELVIRA: Me porto honradamente no sacrificándote, no

haciendo de ti un muñeco...

JUAN: Pero yo no puedo estar loco... no... no... Óyeme. Sí.

Al principio sí, talvez... Pero luego... Tú sabes cómo te

amo. Cómo te has adueñado de mí y de mi vida. .. para

traicionarme. ..
Las descentradas 141

ELVIRA: Yo no te traiciono, bien lo sabes. No te he enga-

ñado jamás.

JUAN: No me has hecho juramentos de amor, pero me

amas. Mi instinto no puede equivocarse...

ELVIRA: Ésa es la palabra: instinto. El solo impulso que a

mí te atrae, ¿ves?

JUAN: Mientes, infame. Yo te he tratado como a la

imagen de un altar. Temblando de deseo ante ti, no

he tomado ni la punta de tus dedos. Y yo sabía que

podía tomarte entera con sólo quererlo; que tus ojos

que me huían lo que querían era esconder la pasión,

que tus cálidas manos temblaban por mí, que eras

dulce y buena porque el amor te había tornado al

fin en la hembra sometida... Y yo sentía eso con

orgullo sereno, y te respetaba porque tu turbación

en mis brazos era para mí más dulce que el rubor de

una virgen... Y te amaba, y te comprendía, y cada

día te me tornabas más sagrada, más dolorosamente

sagrada...

ELVIRA: Hola... Mi profesor de manfichismo... El

amigo de Vithi, al que me atrajo sólo su escepticis-

mo, su cinismo elegante; el hombre de los diálogos

cortantes e hirientes soñaba conmigo estas cosas...

(Rie.) conmigo... Y yo que pensé que lo que te

hacía querer esto era sólo el buscar una postura

cómoda en la vida... Cómo iba a imaginarme que

me acechaba todo este romanticismo de claro de

luna... Es inútil; ya no puede creerse ni en vuestro

cinismo... ¡Los hombres! (Rie.) Cuanto más des-

hecho por la vida, más desengañado de todo, más

incrédulo, más cínico parezca un hombre, más a

flor de piel lleva la ingenuidad... En ustedes jamás

muere el niño...
142 Las descentradas y otras piezas teatrales

JUAN: Tienes razón mil veces... Sí. El hombre jamás llega

a enfangarse del todo... No tiene la voluptuosidad de

la infamia como la hembra... que al descubrir hasta

qué bajos abismos puede descender el alma humana,

se goza en llegar hasta el fin, en revolcarse en su propia

ignominia... Y de ésas eres tú, y caerás alma y cuerpo

hasta lo más bajo, porque eres la enamorada del mal,

la sacerdotisa de todas las traiciones y yo no lo Vi, sólo

porque no quise verlo, que tú ni el trabajo de ocultarlo

te tomabas... Y yo disfracé tu infamia con mis sueños

más puros...

ELVIRA: ¿También soy responsable de tu ceguera?

JUAN: Sí. Llevas la mentira en los ojos y en los labios.

Haces perjuro al que se acerca a ti... Y te amé... y te

esperé como a la que llegaría ungida de azahares...

Soñé para ti un rinconcito cálido de hogar; la mesa

de mi madre... Tú, bajo nuestra vieja lámpara de

pantalla rosa, cosiendo los pañales de los hijos que

me darían tus entrañas... Envejecer juntos en mi

Vieja casa, bajo el parral soleado... Hasta que mori-

ríamos en la misma almohada... Y no sé qué sueño

era más intenso, si éste o el otro... el de tus ojos y

el de tus labios... El de que fueras mía, mi amante

de fuego... Y al verte sola, desvalida, entregada a

mí, tenía hasta miedo de que mi deseo de hombre

rompiera el encanto... Y mientras tú me traicionabas

y me vendías y me encontrabas niño, yo, a fuerza

de ser hombre, dominaba y ahogaba mi pasión para

mejor amarte... (Su voz se quiebra casi en sollozos. Se

sienta y esconde la cara entre las manos. Pausa larga.

Elvira se domina con un esfuerza sobre/rumano.)

ELVIRA: Hacías mal. Ya lo ves. Ahora es demasiado tarde...


Las descentradas 143

JUAN (mira'ndola con borrar): Tarde... Nunca es tarde con

una mujer como tú. Pero me repugnas. Aunque

despertara en este momento como de un sueño, ya

habría sentido cl horror de ti... En un relámpago de

razón te has Visto tal como eres... Y había qUerido

endiosarte en mi alma, y jamás mujer alguna fue

más completamente amada que tú... (Se exalta.)

No eres capaz de comprenderlo, de comprender

siquiera todo lo que he sacrificado ante tus pies

innobles.

ELVIRA (lucba contra el vencimiento que la invade...

Él la mira jadeante. Por fin se domina. Como él va a

bablar, ella lo ataja con un ultimo esfuerzo): No sigas.

Ahórrate decirlo... Que me sacrificaste a Gracia, a

la-que amabas...

JUAN: No pensaba eso, pero debía pensarlo y odiarte por

ello mil veces... Peor que sacrificarla; sin valor para

darle el golpe decisivo, he torturado sin piedad su

pobre corazoncito confiado; la he hecho llorar lágrimas

que tú, traidora de todos los afectos, no podrás jamás

comprender... A ella, que te quiere, que te defiende,

que llora por ti, que cree en ti... Eres una infame, una

histérica vulgar... Y yo te daba mi vida; a ti... a ti...

Y soñaba en un hogar... hogar, tú... otro como el que

formaste...

ELVIRA: Fórmalo con Gracia... Y a no me haces falta. Te

devuelvo a ella... Elia coserá pañales, zurcirá calceti-

nes, te obsequiará con valses sentimentales en la luna

de miel; más tarde con berridos de niños“... Cásate

con. Gracia.

JUAN (como sugestionado): Cumpliría con mi deber...

ELVIRA: ¿Ves? Y con la conciencia tranquila serías más feliz

aún... Serían los dos inefablemente felices... Gracia...


144 Las descentradas y otras piezas teatrales

JUAN (reaccionando): Cállate. No la nombres que la man-

chas, que la profanas. (Pausa. Se miran largamente.

Elvira se aprieta la cabeza con las dos manos y babla

como fastidiada.)

ELVIRA: Hazme un favor, vete. Me han horripilado siempre

las cosas ridículas. Esta escena supera todo lo ridícu-

lo. .. Vete... Mañana, pasado, cuando reflexiones, vuel-

ve a darme las gracias...

JUAN (la mira largamente con ojos de odio): Mañana sólo

serás para mí un mal recuerdo. No quiero volverte a

ver jamás. Pero, gracias, por haberte desenmascarado

a tiempo. Adiós. (Medio mutis. Ella queda en la misma

postura, escucba'ndolo con toda el alma. Al sentirlo que

vuelve, disimula con un esfuerzo enorme. Toma un libro y

se pone a leer indiferente. Él la mira ansioso y luego sale

con un gesto de odio. Pausa.)

ELVIRA (ella escucha. Cuando siente que se ba ido del todo,

se levanta, tiende los brazos bacia la puerta y anda unos

pasos gimiendo): ¡Ciego! ¡Ciego!... (Y cae de rodillas

llorando. Oscurece y ella sigue en la misma postura.

Entra Gloria.)

Escena XIX

ELVIRA y GLORIA

GLORIA: Elvira... (La levanta; ella va a hablar) No me

digas nada... Lo vi. .. qué has hecho... ¿Qué has hecho,

Elvira? Y nos vamos. Puedes salir esta noche...

ELVIRA: Ha sido demasiado... Era lo único que tuve en la

vida...

GLORIA: Ya olvidarás... Nos iremos lejos...

ELVIRA: Hasta de tus hijos...


Las descentradas 145

GLORIA: Nunca estarán más lejos que ahora... Hay que

huir... Nos han vencido, nos han vencido las gentes

vulgares, las gentes felices, esas que tienen el secreto de

la vida...

ELVIRA (sollozando): Pero nosotras... nosotras también

lloramos. . . (Lloran abrazadas.)

TELÓN
Un hombre y su vida

Bajo la advocación del

momento encendido de España

Comedia en tres actos y cinco cuadros

(1936)
149

Acción

Primer acto.

París, 1906.

Dos cuadros. Ambos bohardillas en el Barrio Latino.

Segundo acto.

París, 1930.

Saloncito íntimo de la Embajada de España en Francia.

Tercer acto.

Granada, 1936.

I. Cuarto de Banderas del cuartel convertido en Comando

Revolucionario. II. Cuarto de castigos del cuartel.

Nota: Los personajes básicos de esta comedia son perfecta-

mente imaginarios.

Buenos Aires, julio 28 - agosto 17 de 1936.


150

Primer acto

Dos cuadros

Reparto

(por orden de aparición)

MARCELO RENOIR

DEMETRIO KNORIN

SONIA IVANOFF

ÁLVARO DE IRATCHE

WLADIMIR ILENKO

LOE ZAMENEFF

ELSA COHEN

SIMON POLINSKY

Ropas de época. Todos estudiantes pobres, menos Ilenko y

Polinsky, que son obreros.


Un hombre y su vida 151

1906

El pasado del hombre

Cuadro primero

La bobardilla en que vive el estudiante de leyes Marcelo

Renoir: Mucbos libros y papeles muy desordenados. Una

cama pobre. Mesa. Pocas sillas. Estufa encendida donde a su

tiempo bacen cafe'. Debe ser una de esas estufas de bierro,

redondas, que se ponen en medio de la babitación y de las

que-sale un caño que va a romper la pared y en el que ponen

cosas a secar: Sobre la estufa acostumbran a cocinar. Ambiente

bobemio pero no al estilo de Múrge‘r. Allí se siente trabajo,

inteligencia, esperanza. Hay una ventana por la que se ve el

cielo. Es alta nocbe.

Al levantarse el telón, Marcelo, tirado en la cama, fuma su

pipa. Demetrio Knorin esta' literalmente derrumbado sobre

una silla y también fuma, pero un cigarrillo. Hablan.

Escena |

DEMETRIO y MARCELO

DEMETRIO: No me explico cómo no han llegado ya. Aquí

puede llegarse sin peligro.

MARCELO: No habrá podido alcanzarles el aviso.

DEMETRIO: Aunque no fuera a todos. Sonia lo reci-

bió. (Pausa larga.) Una traición estúpida. ¡A todos!

¿Cuántos hemos quedado libres?... Ocho, diez...


152 Las descentradas y otras piezas teatrales

(Pausa) Nuestro trabajo de años..., nuestro dolor de

años... Cuando llegábamos a... Tú sabes. Tú que nos

has comprendido; tú que has seguido el sacrificio áspe-

ro de nuestras vidas, que has llegado a compartirlo.

(Pausa) Años trabajando, estudiando, luchando sin

nada más que ideal, sin nada más que voluntad, sin

nada más que sacrificio... llenos de miseria, persegui-

dos, diezmados... (Pausa) Y cuando nos empezamos

a rehacer del último desastre, cuando hemos consegui-

do restablecer todas nuestras comunicaciones; cuando

nuestras claves están otra vez organizadas, en vísperas

de un'o de nuestros congresos más importantes; en

el preciso momento en que cerramos el círculo, en ese

mismo... ¿Entiendes bien, Marcelo; lo has entendido

bien, lo has Visto bien?

MARCELO: Lo he visto. Lo he entendido bien. ( Pausa.)

DEMETRIO: Y la horrible vergüenza; la humillación sin

nombre de que haya sido uno de los nuestros, un her-

mano... (Golpea con el puño en la mesa y llora con un

sollozo de bestia berida. Marcelo se levanta, se arrima a

e'l, y comprensivo, le acaricia la espalda. Luego va bacia

la ventana y fuma mirando las nubes. Entran en silencio,

como qui'en entra a la habitación de un muerto, Sonia

I vanofi‘ y Alvaro I ratcbe. Se sientan juntos, siempre están

juntos. En ratos se toman las manos. Un gran amor los

tiene como embrujados. Sonia es frágil, rubia, bellisima,

con los cabellos cortos. Vestida como una estudiante rusa

del Barrio Latino en 1906. Sin ninguna coqueterúz, pero

bay en ella elegancia. Al entrar se quita su boina y su

saquito y queda con falda y blusa azules, con un moñito

blanco en el cuello. Alvaro se quita- el sobretodo. Alvaro

figura ser un estudiante español. Moreno, apuesto, ele-

gante. Sin' quererlo se- destaca de los otros. Un momento


Un hombre y su vida 153

después de que entren, Demetrio alza la cabeza y los mira

como interrogando.)

Escena Il

Dicbos. SONIA y ÁLVARO

SONIA: Nada.

DEMETRIO: ¿Leo?

SONIA: Viene. Y Wladimir.

MARCELO: ¿Illitch?

SONIA (sonriendo): No. Ilenko. Illitch ya alcanzó Ginebra.

DEMETRIO: ¿Solo?

SONIA: No. Los cinco. Ellos tenían pasaportes y unos

francos.

DEMETRIO: Serafina Goppner está en la cárcel con

los otros.

SONIA: Conseguimos verla hoy.

DEMETRIO (ansioso): ¿Algo?

SONIA: Nada. Entre guardias y monjas. Sólo que ya hay

gente camino a Rusia...

DEMETRIO: Al horror de la Ojrana... (Se le estrangula otra

vez la voz.)

ÁLVARO: No te exaltes de ese modo, Demetrio Knorin.

SONIA: Lo importante es que Wladimir Illitch pueda llegar al

Congreso. Que llegue a Estocolmo, aunque llegue solo.

ÁLVARO: Llegará.

MARCELO: Llegaron todos a Tammefords.

SONIA: Y a Rusia. ¡Qué cruzada magnífical... Ese año de

1905 quedará en la historia de la humanidad.

DEMETRIO: Nos aplastaron. ¿Recuerdas cómo salimos?

SONIA: Pero con la esperanza siempre en marcha. Sabiendo

ya lo que podíamos y cómo conseguirlo.


154 Las descentradas y otras piezas teatrales

DEMETRIO: Valía la enseñanza lo que la pagamos.

MARCELO: En la lucha social los grandes derrumbamientos

son mucho más útiles que los pequeños triunfos.

DEMETRIO: Lo que aprendimos en esa revolución de 1905,

que ellos creen abogada en sangre y que es nuestro más

firme cimiento. Nuestra piedra angular.

SONIA: El muchacho georgiano, aquel moreno, delgado,

con mucho pelo, el que en Tammefords se sentaba a la

derecha de Wladimir Illitch y hablaba tanto con él...

El que sostenía que un revolucionario debe trabajar a la

vez con muchos nombres diferentes...

DEMETRIO: Vissarionovitch. José Vissarionovitch. Con los

bolcheviques trabaja como Ivanovitch.

ÁLVARO: Con ese nombre va a Estocolmo como delegado

de Tiflis.

SONIA: Illitch va con el nom-bre de Lenin.

DEMETRIO: Ése es el mismo Koba que en la cárcel de Bakú,

en 1903, organizó las clases de marxismo y las discu-

siones organizadas. Éramos un. hacinamiento dantesco

de presos de todas claSes. (Pausa) Hablaba mucho con

Illitch el año pasado sobre el trabajo revolucionario en

las cárceles. Creo que se ocupa en este momento de

organizarlo.

SONIA: Ése tiene algo en la cabeza. ¿Se acuerdan d'e cómo

nos previno contra los mencheviques? Y en contra de

haberles. dejado a ellos con sus pequeños burgueses la

organización del movimiento... Vimos el resultado. No

haremos nunca nada si contamos con la burguesía.

ÁLVARO: ¿Es ése entonces el que escribe en georgiano!

El Stalin autor del folleto... Sin embargo, a pesar de sus

opiniones algo se ha conseguido.

DEMETRIO: Sí. Una parodia suntuosa que como siempre ha

pagado el pueblo. U-n parlamento de opereta, la edición


Un hombre y su vida 155

de lujo de una Constitución, y la organización de un

liberalismo con más de cien mil presos políticos.

SONIA: ¿'Ves?... Toda esa ficción nos da la pauta de su

derrumbe, y de que tienen conciencia de que se derrum-

ban. (Pausa)

MARCELO: Esa reacción brutal con la que creen defender-

se, aguzando a sus bestias «ciegas y feroces...

DEMETRIO: Que a veces no son tan ciegas... Dan el

golpe certero.

SONIA: ¡Como el oso, sabe extender su garra peluda por

sobre Europa!

DEMETRIO: Éste no ha sido un golpe ciego, no... (Pausa)

Ha sido un golpe maestro. A nuestro trabajo. A nuestra

fe. A nuestra moral. .. (Pausa. )

SONIA: El maldito Isvolsky.

MARCELO: Rouvier.

SONIA: Detrás de Rouvier está Isvolsky.

DEMETRIO: Por eso Rouvier se encarniza con nosotros peor

que el más despiadado de nuestros amos del Kremlin.

MARCELO: Ro'uvie-r es un miserable que en Rusia habría

dejado hace mucho tiempo de encarnizarse.

DEMETRIO: Ono. ¿No conservarnos a Isvolsky? Y ése sí

que es un peligro, presente y futuro.

MARCELO: Rouvi'er ha dado a la corona del zar —a Isvolsky-

tanto dinero que ahora es esclavo de ella. Y de sus osci-

laciones. Si el rub‘lo baja... Siempre el dinero empapado

en la sangre de los que sufren.

SONIA: Inter-és y dolor. Ese es sel nudo. (Pausa) Interés.

(Como buscando las palabras.) La estadística fría, el

marxismo puro, la lucha del cerebro; y adosada a :ella,

como carne a piel, la angustia lacerante de la injusticia

social... La emoción que muerde, más quemante aún

que la idea.
156 Las descentradas y otras piezas teatrales

ÁLVARO: Sonia, ¡qué cosa bella has dicho!...

DE METRIO: ¿Bella? No sé. Pero simple y clara. (Mientras

bablan entra silenciosamente Wladimir Ilenko que se

sienta. Es un obrero.)

Escena III

Dicbos. WLADIMIR ILENKO

SONIA: Tan simple y tan clara... Rusia, que tiene en su tie-

rra, allí, a flor de su suelo, toda la riqueza del mundo,

que no está esperando más que la tomen, extenuada

de miseria mendiga oro en Europa. (Pausa) Cada día

me renueva el valor para la lucha pensar en cuando yo

vi en mi Rusia, regiones enteras..., regiones mayo-res

que Francia, en las que los campesinos duermen todo

el invierno para engañar el hambre. En las que para

arrancarle al suelo fértil un poco de trigo o unas pata-

tas, atan a sus mujeres al arado de madera... Donde,

para tener un poco de calor, los hombres buscan dor-

mir al cobijo de sus pobres bestias, tan hambrientas

como ellos. Donde este, este mismo invierno de 1906,

y el pasado, y el otro, han tenido que dejar sin techo

sus pobres isbas para alimentar con esa paja reseca

a las bestias que les daban calor. Yo he visto eso. Y

se sacudió mi conciencia para siempre. Yo lo vi...

(Pausa)

WLADIMIR: Y en las ciudades... Al que busca salir de la más

abyecta miseria..., al que tiene una idea, un libro...

SONIA: Un obrero con un libro (A Alvaro), es para ellos lo

que el trapo rojo para los toros de tu país. Al que le sos-

pechan una idea escondida, ¡oh..., cómo es perseguido

hasta el infinito de la crueldad humana! . .. (Pausa)


Un hombre y su vida 157

Pobre mi país de hombres místicos y santos y claros,

donde el bruto peludo domina con su látigo. ¡Por qué,

por qué digo yo! . .. Por el histerismo de una mujer som-

bría; por la imbecilidad de un hombre débil acorralado

entre borrachos y prosti. ..

ÁLVARO: Sonia...

SONIA (como despertando): ¿Qué?

DEMETRIO: Sigue, Sonia Ivanoff. Aquí no estamos en

Rusia. (Pausa)

SONIA: ...Pero allí hay también tantos como nosotros...

que son nosotros mismos... Que, como nosotros,

están dando cada día, en sacrificio cruento y sin fin,

más que su sangre y más que su Vida, para que los

que vengan detrás encuentren un poco de pan y un

poco de luz...

WLADIMIR: Todos sabemos que no hay en nuestro lote más

que sacrificio.

SONIA: Nuestra Rusia agonizante en su miseria y en su

roña. Con las manos de sus hijos encadenadas para

que no se alcen pidiendo pan, para que no le arran-

quen a la tierra un pedazo de pan... Con el cerebro

de sus hijos encadenado para que en él no se geste

una sola idea... Con las bocas de sus hijos encade-

nadas para que de ellas no surja una sola palabra de

esperanza...

DEMETRIO: Rusia mendiga oro en Europa para comprar

mordazas, para comprar cadenas y sables, y látigos... y

vino para sus borrachos y oropeles para sus prostitutas.

SONIA: Pero son ciegos que no ven. ¿Adónde van? ¡A

dónde nos. llevan a todos! . ..

WLADIMIR (después de una pausa): El día llegará. Todo

aquello está podrido, carcomido, y tiene que caer. No

sé cuándo. Ni cómo. Pero caerá.


158 Las descentradas y otras piezas teatrales

MARCELO: Europa ya no tiene fuerzas para sostenerlo. Al

primer...

DEMETRIO: Sí, caerá. Nuestros esfuerzos, nuestro tesón,

nuestro trabajo no serán vanos. No está encendida en

vano nuestra llama. Cada uno de nosotros es como...

(Se calla, porque esas palabras le traen el recuerdo de la

traición. )

WLADIMIR: ¡Siempre hay detrás del que cae tantas manos

prontas a levantar su antorcha!

DEMETRIO: El que cae. Caer no es nada. Eso también entra

en el lote de sacrificio que hemos elegido. Pero cuando

en uno de los nuestros prende la traición. (Pausa)

WLADIMIR: Tú sabes cómo la cobramos. Ya ha pagado.

(Todos lo miran con sorpresa. Hay un silencio

angustiosa.)

DEMETRIO: Bien. Ya ni ese nombre ni ese recuerdo deben

pasar jamás por nuestras mentes. Pertenecen al pasado.

Pesan y...

SONIA (reaccionando): Pero... ¿ya está. .., Villadimir Ilenko?

WLADIMIR (asiente con la cabeza): Hace una hora. (Pausa)

SONIA: ¿Y Elsa?

WLADIMIR: La trae Zameneff. (Pausa) Se lo dejamos de

recuerdo a Rouvier con una carta en el bolsillo.

SONIA: ¿Elsa lo sabe?

WLADIMIR: Lo ha visto. (Pausa)

DEMETRIO: ¿Confesó?

WLADIMIR: No. (Pausa larga.)

SONIA: ¿Y si no hubiera sido él? ¿Si lo hubieran juzgado

demasiado pronto?...

WLADIMIR: No había tiempo que perder en investigacio-

nes. Teníamos que huir rápidamente.

DEMETRIO: La traición salió de nuestro grupo.

ÁLVARO: Las claves estaban repartidas por el mundo. Las


Uh hombre y su vida 159

direcciones están en más de mil lugares.

DEMETRIO: La traición salió de nuestro grupo, repito.

Entre mil, fuimos nosotros los traidores. Aparecieron

en manos de Rouvier. Rouvier es un ministro de Francia

y nosotros somos el grupo fijo de París.

WLADIMIR: Desde aquí salieron los informes para Rusia y

para Inglaterra. (Pausa) No pudimos sacarle cómo fue.

(Pausa) Negó hasta el final. (Pausa) Teníamos sólo dos

sobres, el de él y el de Sonia.

SONIA: Hace un mes entregamos, los dos, los sobres con

los sellos intactos.

WLADIMIR: Pero tú no sabías lo que había en tu sobre. Y él

tenía todas las claves en la memoria...

DEMETRIO: Su maldita memoria y' su alcohol...

WLABIMIR: Era capaz de retenerlo todo. Si no hubiera

bebido...

DEMETRIO: Yo siempre lo temí. Borracho era imposible...

(Pausa)

WLADIMIR: Polinsky trae los pasaportes y dice que

va a conseguir dinero. (Entra Elsa, seguida de Leo

Zameneff. Els-a es también joven, bella y pobre. Trae

los ojos muy abiertos y da la impresión de caminar

en sueños. Hay un movimiento en escena librado a

la pericia de los actores. Sonia se levanta a recibir

a Elsa; los bombres se agrupan, pero contenidos,

silenciosos.)

Escena IV

Dic/90s. ELSA y LEO ZAMENEFF

ELSA (a Sonia): No era él. (Pausa. Se sientan las dos juntas.)

Ya está hecho. Y no era él.


160 Las descentradas y otras piezas teatrales

MARCELO: Voy a hacerte café, Elsa. (Nervioso, va a la estufa

y maniobra para ¡nacer café. Sonia mira a Elsa largamente,

con piedad, con comprensión desgarrante. En ella, un

proceso mental trabaja.)

ZAMENEFF: Bueno. No perdamos tiempo. Pongámonos de

acuerdo, porque debemos separarnos en seguida. Hay

que huir esta misma noche. Cada uno que se fije bien

en mis instrucciones y que se las grabe. Nada escrito.

(Pausa)

ELSA: Créeme tú, Sonia... No era él...

SONIA: Yo no quiero café, Marcelo; quiero té.

MARCELO: No tengo té. No esperaba tener recepción.

WLADIMIR (amargamente): ¡Qué recepción!

SONIA: Tú nunca tienes té. Ni dinero. Álvaro, baja por un

poco de té.

DEMETRIO: Pero si tenemos que...

SONIA: Hazlo por mí, baja.

DEMETRIO: Además, me parece una imprudencia.

ÁLVARO: Vuelvo en seguida. (Empieza a ponerse el sobreto-_

do, que ya no se quita más en este cuadro.)

MARCELO: Álvaro es una cosa seria comprando té. No sé

de dónde saca por unos centavos y en unos paquetitos

ridiculos, un té... bueno. Un té que muchas veces nos

compensa del hambre...

SONIA: Se lo venden unos compatriotas suyos. Se lo

dan, creo...

DEMETRIO (irónico): Españoles expertos en té... Es la mane-

ra que tenéis de hacerlo. Que tienes tú... Porque él...

MARCELO: Buena gente esos españoles.

SONIA: Son los mismos que nos regalaron las plumas de

la cama... (Pausa) Y tantas otras cosas... Yo no los

conozco. (Pausa. Transición.) Creo que se asustan un

poco de mí.
Un hombre y su vida 161

ÁLVARO: No. Al contrario. Ya los conocerán. (Besa a Sonia.

Ella tiene para e'l una sonrisa triste, enigmática.) Hasta

enseguida.

SONIA: Pronto, querido...

(Sale Álvaro.)

Escena V

Dichos, menos ÁLVARO

DEMETRIO: No puedes negar que eres mujer. ¡Qué mujer eres!

ZAMENEFF: La señora necesita un té especial. Habla de

almohadones. Y los minutos urgen.

SONIA: No importa. Yo se lo diré todo a Álvaro. No hace

falta, que él esté aquí. Estoy yo. El es más útil yendo por

mi té. (A Zamenefi‘.) Explicate. Explicate sin él.

ZAMENEFF: Está todo arreglado. A Elsa la guardarán los

judíos de Polinsky.

ELSA: Yo soy judía también. Me llamo Elsa Cohen.

DEMETRIO: Entonces siempre tendrás dónde refugiarte. En

todas partes hay judíos.

ELSA: Donde hay tristeza y hay miseria, hay judíos, Demetrio

Knorin.

SONIA: Y donde hay crueldad hay rusos, Demetrio

Knorin.

ZAMENEFF (ignorando este incidente): Cada uno viajará

con el nombre que indica su pasaporte. Aislados unos

de otros. Todos los pasaportes son para Ginebra. Nos

encontraremos allí, en la primera semana de diciembre.

Poneos en contacto con el viejo Ilk'a, el librero. Él ten-

drá instrucciones.

DEMETRIO: Hay que volver a empezarlo todo...


162 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELSA (reaccionando): No me qUedo aquí. No quiero que

me tiren a un lado. Quiero trabajar. Demostraré...

Pagaré esa traición trabajando... Venceré... Prqbaré...

Tengo derecho.

DEMETRIO (interrumpiéndola): Tienes que quedarte. No

hay pasaporte para ti.

SONIA: Marcelo, ¿y ese café? (Acercándose a él.)

MARCELO: Ya está. Ya está. (Le da la taza. Zameneffi con las

manos en los bolsillos, mira‘a Demetrio.)

SONIA (acercándose a Elsa): Querida. Verás cómo se te

quita el frío con esto caliente. Toma. Ven, Marcelo. Elsa

está helada. (Marcelo se acerca.) Quédate con ella. (A

Elsa.) Tú déjame a mí. (Sonia va donde están Demetrio

y Zamenefi’. Marcelo se queda con Elsa, a la que atiende

con cariño y con piedad, la lleva al lado del fuego, saca una

manta de la cama y se la pone en las piernas. Pero no habla

con ella. Elsa sigue en estado como de sona'mbula. Sonia

se aproxima a Demetrio y lo besa.) Ruso cruel. Vamos a

hablar los tres. Leo Zameneff, dame tu revólver.

ZAMENEFF: ¿Qué? . ¿Para . .?

SONIA: El mío se lo pasé esta mañana a Serafina, y necesito

uno si voy a viajar.

DEMETRIO: Álvaro. ..

SONIA: Deja a Álvaro. Quiero uno para mí. Tú tienes dos.

ZAMENEFF (dándoselo): Tres.

SONIA (tomándolo): No son demasiados. ¡Cómo pesa!

DEMETRIO: Es claro. El tuyo era un juguete... español.

SONIA: Por eso pude .pasárselo a Serafina.

ZAMENEFF: ¿Te cabe en la cartera?

SONIA (guardándolo en la cartera): Sí. Y me es ligero como

una flor. Pero, óyeme tú, Demetrio. Eres injusto con

Elsa. Eres un ruso cruel. ¿Tú crees en mi?

DEMETRIO: Como en mí mismo, Sonia.


Un hombre y su vida 163

SONIA: ¿Y si a mí me hubiera pasado lo que a Elsa?

(Demetrio, sin contestarle, la abraza un momento.) Vas

a ser para Elsa lo que hubieras sido para mi. ¿Y tú,

ZameneffP... Sé que a ti no tengo que pedirtelo. .Pero

tengo que pedirte otra cosa. (Él la interroga con la mira-

da.) No plantees a Illitch esa cuestión en el congreso.

No es el momento. Habrá tiempo después. Se aprove-

charán los mencheviques para plantearnos un cisma. Y

no hay que darles fuerza. Tú sabes que él no es orador,

y que en los congresos...

ZAMENEFF (la mira sonriendo, le acaricia el hombro y se

dirige a Demetrio): Hay que darle a Elsa la oportunidad,

Demetrio.

SONIA (mira largamente a Zamenefií dándose cuenta de que

él no quiere tocar el tema y se dirige también a Demetrio):

Y hay que olvidar. Son tus palabras mismas. Nada que

pese, nada que ensucie debe tener cabida en nuestras

mentes. Debemos trabajar con el alma ligera.

WLADIMIR (aproxima'ndose al grupo, cuya conversación ¡9a

seguido): Ya lo hemos olvidado todo, Sonia.

DEMETRIO: Pero no hay pasaportes para ella.

SONIA (yendo bacia Elsa): Ya está arreglado, Elsa. Yo te doy

mi pasaporte. Álvaro —ya lo habíamos pensado- puede

hacerme llegar con él hasta. .. Hasta Bayona.

DEMETRIO: ¿Qué dices,_Sonia Ivanoff?

SONIA: Que Álvaro tiene en Bayona una her-mana casada

con un granjero.

ZAMENEFF: ¿En Bayona?

SONIA: No es nada importante. Y yo necesito descansar

unos días. Allí Álvaro tiene recursos para arreglarme un

pasaporte; y es mejor, y tú lo aca-bas de decir, que no lle-

guemos todos juntos a Ginebra. ¿Hay alguna dificultad

en que llegue la última?


164 Las descentradas y otras piezas teatrales

DEMETRIO: Tú sacas siempre tu razón, Sonia.

SONIA: ¿No será que la tengo? Entonces, ¿convenido?

ZAMENEFF: Convenido, Sonia Ivanoff.

SONIA: Y Elsa va con ustedes.

DEMETRIO: Convenido, Sonia Ivanoff.

ELSA: Sonia..., ¿qué hago yo sin ti?

ZAMENEFF: Dos semanas y estaremos todos juntos.

SONIA: En mí no piensen; yo me arreglo.

DEMETRIO: ¡Y cómo te arreglas!

(Entran Álvaro y Polinsky.)

Escena VI

Dichos: ÁLVARO y POLINSKY. Polinsky es un obrero

SONIA: ¿Ya?

ÁLVARO: En la escalera encontré a Polinsky. (Va a la estufa

y se dedica a bacer el te' de Sonia.)

POLINSKY: Salud. (Sacando cosas de su bolsillo.) Ya

está todo. Los pasaportes. Completos. (Da las

pasaportes a Zameneff.) Y el dinero. Mil francos

para cada uno.

DEMETRIO: Uno. Dos. Tres. Cinto. ¿Cinco mil francos?

POLINSKY (dando el dinero a Zamenefi): Más. Cuenta,

Zameneff.

DEMETRIO: Tus judíos. ..

POLINSKY (orgulloso): Mis judíos. ..

DEMETRIO: No me lo explico. Nunca te han fallado. Y no

son de los nuestros...

POLINSKY: Pero ellos también tiene su problema y

defienden. ..

ELSA: Nosotros (Señala a Polinsky.) tenemos dos proble-


Un hombre y su vida 165

mas. Defendemos más que ustedes, Demetrio. Tenemos

nuestro ideal social y nuestra angustia racial...


POLINSKY: Mis amigos sufrieron en Rusia.

DEMETRIO: ¿Por qué los judíos siempre traen a discusión

su problema, apartándolo ¡del otro? Está englobado en

el problema humano.

POLINSKY: Para éstos, no. Éstos no captan el problema

humano.

DEMETRIO: El mínimo judío, hasta ese que se bautiza, ha

captado ya algo.

ELSA: Ha captado sólo su problema racial. . ., se defiende.

ZAMENEFF: Eso es detritus social.

DEMETRIO: Es la resaca de los grandes oleajes. En todos

los profundos movimientos humanos aparecen siempre

estos. detritus sociales. (Pausa. Con hostilidad.) Que

hasta eso puede utilizarse es uno de los postulados de

Wladimir Illitch... Ese postulado nutre el gusano que

roerá las raíces de nuestra obra. Hay que.

ZAMENEFF: Estáis viendo la obra de un borracho. Sólo

los puros...

SONIA: Plantea a Illitch esta cuestión fuera del congreso,

Zameneff.

POLINSKY: Entre nosotros...

DEMETRIO: Vosotros... ¿Qué?... Sois una raza cómo...

POLINSKY (violento): No, Demetrio... No...

ZAMENEFF: Sois la raza de las pequeñas debilidades y las

grandes fuerzas.

WLADIMIR: De los pequeños dogmatismos y de la enor-

me fe.

ELSA: En nosotros el dolor de los siglos ha trabajado. Y nos

ha hecho así. Las cualidades comunes a los humanos

—malas y buenas- se han afirmado.

POLINSKY: Por eso hicimos el cristianismo. Y haremos...


166 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELSA: Hace dos mil años ya veníamos nosotros desde el

fondo de los siglos con nuestro dolor a cuestas.

ÁLVARO (acercándose a Sonia, con la taza de té): Tu té,

Sonia.

SONIA (estremecida): No. Nos vamos ya.

ÁLVARO: ¿Y para eso he ido a buscarte y te he hecho té?. ..

SONIA: Déjalo en la mesa. Luego...

ZAMENEFF (dando dinero a Sonia): Tu parte, Sonia.

SONIA (recbaza'n-doselo con suavidad pero con firmeza): No.

A quien os hace falta ahora es a vosotros. Yo me arre-

glaré. (Se pone el tapado, para salir; y la boina, con su

pincbe. Ante el gesto de Zamenefif y en un tono casi de

broma.) Simón tiene sus judíos, pero ÁIVaro tiene sus

españoles. (Se aparta y va bacia Elsa. Zameneff guarda

el dinero.)

ZAMENEFF: Sin embargo, mira que nos vamos y...

ÁLVARO (Álvaro se da cuenta del asunto, la mira un poco

asombrado, pero pone sin comentario-s el té sobre la

mesa): Bebe tu té, Sonia. Hace frío.

SONIA: No quiero té. Adiós, Elsa. (Se besan.)

ELSA: Pero... ¿no te veré antes?. ..

SONIA: Ya no. Trabaja, Elsa; ten fe.

ELSA: No fue él, Sonia; no fue éL

SONIA: 'Lo reivindicarás seguida. Yo te... Lo santi-

ficarás.

ELSA: Sí. Sí. Tú me crees, ¿verdad? No fue él..

SONIA (abraza a Elsa): Te creo. No fue él. Te creo, Elsa.

Te creo.

(Se oscurece la escena para dar lugar al cambio. del segun-

.do cuadro.)
Un hombre y su vida 167

Cuadro Segundo

El cuarto pobrisimo que Sonia compar-te con Álvaro. Una

cama ancha y .limpia, con grandes almobadones blanquisi-

mos. La cama esta' colocada cerca de la puerta, pero en“ forma

tal que ellos sentados en ella den frente al público. Una vieja

cómoda. Un mueble con cajones. Mucbos libros y revistas,

pero todo ordenado. Una mesa de trabajo, donde —lujo insó-

lito- bay un vaso con rosas. La estufa encendida da una vaga

luz rojiza. La escena está un momento sola y. oscura. Se oye

lar-llave en la cerradura y entran Sonia y Álvaro; Él cierra y

aún en la oscuridad y al lado de la puerta, la abraza" y la: besa.

Se quita el sobretodo.

- Escena única.

SONIA y ALVARO

ÁLVARO: ¿Tienes frío? Estás helada. (Vuelve a besarla.)

Mi cosita frágil. Mi cosita valiente. (Vuelve a besarla.

La suelta y va bacia la lámpara de leerosén, que prende.

Mientras ella, con un gesto de infinito cansancio, se quita

el saco y la boina y los tira con la cartera sobre la cama.

Se queda mirando a Álvaro, fria, larga, enigmáticamente.

Él, al dar la luz, se cruza con esa mirada.)

SONIA: Álvaro. El traidor eres tú: (Él se queda también

inmóvil junto a la mesa. Pausa. Va a decir algo.) No.

No me digas nada. No me- mientas'más, Álvaro. No me

mientas más. (Se miran largamente, e'l se acerca a ella, la

toma de los brazos. Ya cerca, se- miran a los ojosy luego

de un momento se abrazan y se besan desesperadamente.

Luego, e’l, solta'ndola, humilde)

ÁLVARO: ¿Por qué no me entregaste?

SONIA: Ya estaba hecho... Ya- habia pasado todo.


168 Las descentradas y otras piezas teatrales

ÁLVARO: Pero... ¿cómo?. ..

SONIA: No lo sé. Fue hace un minuto. Lo vi en los ojos

de Elsa... Fue como una comprensión, como una cla-

ridad en mí. (Pausa larga.) Soy una miserable. Soy la

ínfima de las traidoras. La miserable de las miserables.

Te quiero. ¡No te entregué porque te quiero! Cada

pedazo de tu carne es mío... Tú... muerto. Y yo te

habría visto como Elsa a... ¡No! Yo con los ojos de

Elsa mirándote habría visto muerta tu carne mía. . ., tu

carne muerta... (Pausa) Yo sentía (Señala la cama.)

aquí, aquí..., yo cuántas veces sentía que algo se me

escapaba..., que algo tuyo no era mío... y mi amor

aullaba de angustia... Era eso. Era eso... ¡Hoy supe,

por fin, lo que era!

ÁLVARO: ¡Sonia..., no! Nada se te escapaba... No hay

hombre que sea de una mujer como yo lo soy tuyo.

SONIA (asiente con la cabeza): Si. Era tu traición que estaba

bajo mi boca. Yo besaba tu traición...

ÁLVARO (se yergue y adquiere algo como grandeza): No soy

un traidor, Sonia.

SONIA: Un espía. Y yo... Yo jamás te pregunté nada... Desde

el primer día te quise como una bestia inmunda... Y ni

siquiera sé tu nombre. . .; qué nombre te ha dado mi boca

cuando te besaba. . ., qué nombre. . ., otro nombre...

ÁLVARO: Mi nombre es el que tus labios nombran... Álvaro

Iratche. Me llamo don Álvaro de Iratche y Fuencarral,

marqués de Vizcaya, duque de Torrelodones, muchas

veces grande de España. Desciendo de Jacobo I de

Inglaterra y mi estirpe es más vieja que la de mi rey..

Tengo millones..., millones. Soy capitán del ejército

español y sirvo al servicio de Inteligencia Internacional.

Ya sabes quién soy, Sonia. (Pausa) Pero yo no sé quién

eres tú. Ni cómo te llamas. Ni de dónde has llegado


Un hombre y su vida 169

aquí. Sólo sé que no he sido tu primer amante... No he

sido tu primer amante y soy español, Sonia... (Ella va

a bablar. Él se lo impide con un gesto.) Óyeme, Sonia.

¿Quieres dejarlo todo, borrarlo todo, y casarte conmi-

go? ¿Ser la señora de mi linaje y la madre demís hijos?

(Pausa larga.)

SONIA: Tú me amas así. ¡Ah, yo sabía que tú me amabas

asi!... Yo lo sabía. Yo sabia que tú me amabas así.

(Pausa. ) Cuando nos encontramos en la Rotonda.

ÁLVARO: Yo iba por las claves y te encontré a ti. . ., ¡a Ti!

SONIA: Yo te amé así en el primer minuto.

ÁLVARO (repite): Yo te amé así en el primer minuto. (Se

besan. Besa'ndose y sin saltarse, se sientan en la cama.)

Tu carne mía, tus ojos míos. Y te iba descubriendo en

cada beso. Cada beso tuyo me abría un mundo nuevo.

A cada palabra tuya iban surgiendo en mi alma cosas

insospechadas que yo ni sabía que tenía dentro. Eres

como una cosa de ensueño y de maravilla, Sonia. Eres

un milagro que afirma mi fe en Dios. Eres mi premio,

Sonia. (Pausa) Tú, mi mujer...; tú, la mujer que yo

necesito. La mujer que yo merezco... Con tu belleza,

con tu cultura... (Sonriendo, ya olvidado de todo.) Hasta

con ese tu don de lenguas que te hace hablar todos los

idiomas conocidos. Y con tu música..., ¿cómo cantas

así, Sonia? ¿Tú sabes cómo cantas? (Ella sonríe, sonríe.)

Las mujeres de mi clase... tú no las conoces... (Ella

sonríe desde muy lejos, desde muy arriba, y le acaricia la

frente.) Ya las verás. Son puras, buenas cristianas. Pero

qué lejos de ti, Sonia... ¡qué lejos! Son como adornos,

como flores, como animalitos de lujo...

SONIA (siempre con su sonrisa indesafiable): No todas serán así.

ÁLVARO: Sí. Todas, Cosita. ¿Dónde aprendiste tú, todo lo

que sabes?
17o Las descentradas y otras piezas teatrales

SONIA: Era mi pobre arma. ¡Qué pobre arma. . ., qué inútil!

ÁLVARO: No, Sonia. No inútil... ¡Qué compañera serás tú

en mi vida! Lo eres todo. Lo tienes todo... Y tu belleza,

Sonia... ¿Qué es este milagro de tu belleza en ti? ¿Tus

tobillos y tus muñecas y tus cabellos, y el arco de tu

boca... y tus ojos alucinados en tu cara tan pálida...

y tus manos... tú sabes lo que son tus manos?... Y el

color y la finura de tu piel. .. y tus senos. . ., la suavidad

de tus senos..., tus senos de flor... Eres un milagro...

Eres mi milagro... (La besa. La suelta. Pausa larga.) Por

fin. ¡Por fin ya lo sabesl... (Pausa) Todas estas noches

en que tú dormias quietecita a mi lado... pensaba

en esto..., pensaba en ti... Lo que ha pasado. por mi

cabeza, Sonia... ¿Cómo decírtelo? Hace un mes debía

haberme ido... (Es visible el estremecimiento de ella.)

No podía irme sin ti... ¿Pero cómo decirteP...

SONIA: Más historias. Otros españoles..., te es tan fácil...

ÁLVARO (otra vez en solemne): No, Sonia. Jamás. Te lo

juro. Toda la verdad. No habría pasado yo jamás por

esa puerta sin decirte toda la verdad. Toda la verdad...

y desde hoy para siempre. Te lo juro. Tu intuición me

ha ahorrado... (Inclina la cabeza, que esconde en el

regazo de ella, poniéndose casi de rodillas. Ella lo mira

largamente, le acaricia el cabello. Le alza la cara con las

manos y lo mira en los ojos. Él mirándola con adoración.)

Sonia, no hay duquesa, no hay princesa... ¡qué reina del

mundo hay en ti!... Sin estos harapos que me queman

el alma cuando te veo ponértelos. En los más magnificos

salones de la tierra, alhajada con las joyas reales de mi

casa... Y con las sedas, y con las pieles... (Sueña) Y con

tu cara, y con tus manos y con tu voz... Yo pondré. el

mundo a tus pies, Sonia...

SONIA (sonriendo siempre desde muy lejos y desde muy


Un hombre y su vida 171

arriba): Me amas como yo quería que tú me amases...

Me amas... (Le aparta los cabellos de la frente y lo mira

en los ojos.) Me amas. —Y sueñas—. Sueñas y no com-

prendes nada. Yo soy- mucho menos inteligente que tu

y lo comprendo todo. Y eres fuerte por eso. Porque no

comprendes. (Pausa.) Yo soy débil porque comprendo

demasiado. ( Pausa.)

ÁLVARO (se levanta, la besa largamente, con los ojos cerra-

dos. Vuelve a sentarse a su lado): No. No eres débil. Lo

que has hecho esta noche...

SONIA (sin oírlo, como transportada): Y no eres traidor. Eres

puro. Crees. ¡Crees! Tú tienes tus ideales. Yo tengo los

míos. Sólo que tú no comprendes. Falta algo que un día

llegará a ti... (Casi gritando, en asombro.) Álvaro, somos

puros. Ni tú, ni yo somos traidores... Nos amamos. Nos

amamos, Álvaro... Nos amamos con un amor que ha-

sido como un privilegio que nos dieron algunos dioses

viejos... Algún dios de aquellos que forjó la humanidad

cuando era más clara y más simple y más fuerte... Nos

amamos por sobre todo..., lejos de todo... ¡Qué tiene

que ver con nada, con ninguna miseria de la tierra, este

amor nuestro! .

ÁLVARO: Sonia. . .

SONIA: Este amor nuestro vivo y sagrado y erguido por

sobre la crueldad horrible de nuestras vidas encon-

tradas... De nuestras vidas cruzadas que vienen y van

de puntos y a puntos tan lejanos, tan opuestos..., con

distancias de siglos, con lejanías de astros... Nuestras

vidas cruzadas...

ÁLVARO: Y nos encontramos en el centro de la cruz. Es

como un símbolo... (Pausa larga.) Pero ahora estamos

juntos para la eternidad.

SONIA: Para la eternidad. (Pausa.)


172 Las descentradas y otras piezas teatrales

ÁLVARO: Te imaginas ahora lo que ha sido mi vida con-

tigo... Mi Cosita... Sin poderte dar nada, nada...

¡Mi pobrecita!... Haber tenido a tu lado a veces un

poquito de hambre, un poquito de frío... ¡El frío que

has tenido esta nochel... Y haberte visto barriendo

y fregando todo esto... y has guisado mi comida, y

con tus manos benditas (Se las besa.) has lavado mis

ropas... Tú... ¡Tú, Sonia, has hecho esol... Y nuestro

único lujo eran esas rosas..., mis rosas enc'arnadas de

cada mañana en tu mesa. ¡Y cómo me las reprochabas

por caras! (Con enorme ternura.) ¡Si supieras lo que

esas rosas significaban para mí! Eran lo único que

podía darte, a ti, que ta-nto- dabas... Pero tú no sueñas

lo que te daré yo ahora... Tú, Cosita, no sabes lo bella

que puede ser la vida..., lo que puede dar el dinero.

Lo que es ser el Señor de todo, poder rodear‘se de

todas las cosas bellas que la ennoblecen, que la hacen

digna de vivirse...

SONIA (mira'ndose las manos): Y las manos en las que el

dinero quema. . ., que están ya quemadas...

ÁLVARO (riendo): El dinero no quema nunca, Cosita... Ya

sabrás cómo se usa. . .; tienes el instinto...

SONIA: No comprendes... No comprendes... Por esoeres

fuerte, y por eso has triunfado. Y triunfarás siempre...

Pero... ¿será triunfo el tuyo?...

ÁLVARO: Los dos hemos triunfado sobre la vida...

SONIA (después de mirarlo un rato resignadamente): Sin pie-

dad entregaste a los míos que te habían abierto sus vidas

como a un hermano. . ., sus vidas heroicas. .. Eres. fuerte.

Yo no pude entregarte a ti... Soy débil... ¿Por amor?...

¿Por piedadP... Te veo tan desvalido, Álvaro... No te

defienden tu dinero, ni tu señorío, ni tu inteligencia...

Te defiende de mí tu incomprensión. Y tu pureza.


Un hombre y su vida 173

Porque eres puro, Álvaro... Eres puro porque eres

inconsciente. ..

ÁLVARO:'Sonia, ¿qué dices?... A veces no te entiendo...

SONIA: No me entiendes porque pensamos en idiomas dife-

rentes... Y lejanos... en siglos, en edades...

ÁLVARO: Sonia, no divagues... Escúchame a mí.

SONIA: Avergonzars‘e de lo que es más sagrado que lo

más sagrado de uno mismo... Pero... ¿me avergüenzo

yo de mi amor por ti, Álvaro?... No lo sé... Si tuviera

palabras... ¿Por qué nunca encuentro palabras en

ningún idioma para decir bien las cosas que me sacu-

denP... ¡Qué tormento el no encontrar palabrasl...

(Pausa.) Mi amor por ti... Grábate en la mente,

Álvaro, mis palabras de esta noche. Nacen cada día

sobre la tierra miles y miles de pobres seres a los que

nunca toca la gracia del amor. Este amor nuestro de

carne, de alma y de espíritu. Esta emoción nuestra

que ha sido una durante meses..., nuestras lágrimas

de ternura y nuestra- compenetración intelectual...

y nuestra vibración una por lo bello... ¡y más que

eso..., más!... nuestro deslumbramiento carnal que

era como una enorme luz cegadora que nos hacía ver

el infinito... Eso... Todo eso para lo que los pobres

idiomas humanos no han inventado todavía palabras,

hay que pagarlo... Fue mío..., fue mío. .., sabré pagar-

lo. Lo pagaré... Lo pagaré...

ÁLVARO: Más que eso..., mucho más que eso es mi amor

por ti, Sonia... Mi mujer..., mi mujer...

SONIA: He mirado los ojos de Elsa... Sé lo que significa lo

que tú has hecho... Y te amo desesperadamente. . ., más

desesperadamente aún porque te he encontrado en mi

conciencia... ( Pausa.) Los ojos de Elsa. .. (Va a decir un

nombre y salta la palabra.) ..-.muerto en 1a vileza, en la


174 Las descentradas y otras piezas teatrales

horrible injusticia, muerto... y su nombre y su memoria

borrados sin piedad... Y su pobre cuerpo de santo deja-

do tirado como una befa en un camastro de alquiler...

¿ves?... Su nombre... No me atrevo a nombrar yo su-

nombre...

ÁLVARO: Olvida. Como los tuyos enseñan a olvidar...,

como los míos enseñan a olvidar. Desde hoy olvidare-

mos los dos totalmente este pasado horrible.

SONIA: ¡Ah!... Sí. Lo olvidaré todo. ¡Cómo no olvidar-

lo!... (Se pone de pie, exaltada.) Pero qué importan tu

traición y mi vileza... La bestialidad de nuestra carne

o nuestro amor de dioses triunfantes..., qué importan

los ojos de Elsa... Qué importa un hombre puro, carne

de sacrificio, muerto e infamado por.los suyos... Qué

importan los míos..., mis hermanos... que yo vendí,

huyendo por Europa como alimañas hambrientas y

acosadas... Qué importan aquellos por los que nos

sacrificamos, aquellos que agonizan de todas las ham-

bres allí... en nuestro infierno lejano... Qué le importa

nada a la vida que marcha... No somos nosotros...

¿Qué somos nosotros, ÁlvarOP... Criaturas de un minu-

to, sombras de carne que nos desvanecemos... Nos

lleva la vida como el turbión lleva las hojas secas... Si

queremos ser algo..., algo nuestro. Ser Yo... Vibrar

por nosotros. Afirmarnos en nuestros pies, gritar...

YO... Elegir nuestros destinos... Nos destrozamos. Yo

elegí mi destino... y me destrocé... La ola nos tira a

un lado como muñecos rotos... Caemos a un lado y la

vida sigue. Qué le importo a la vida yo y mi pequeña,

mi mínima tragedia... He caido... Vendrán otras...

y otras... Más fuertes... van naciendo cada dia... El

ejército es interminable... Ellas caerán también... y

vendrán otras... y otras... Y tú..., ¿qué eres tú contra


Un hombre ly su vida 175

la vida y contra la verdad y contra la evolución en

marchaP... Ni yo la ayudo, ni tú la impides, ni los míos

la hacen ni los tuyos la deshacen... Vosotros sois el

pasado. Nosotros somos el porvenir... Sin ti... Sin mí,

se salvará mi Rusia. .., se salvará toda mi humanidad...

Tus ojos verán. . ., sí. .., tus ojos verán, Álvaro, el triunfo

de las huestes en marcha de la vida nueva... Llegarán

pisoteando dolor y traiciones y fealdad y miseria... y

también belleza y también lealtad... pisoteando mi san-

gre y pisoteando tu's rosas..., pisoteando vencimientos

y pisoteando triunfos... Llegarán. Y la vida será un día

como el canto al infinito de una humanidad plena“,

de una humanidad superada que comprenda..., que

comprenda... Ésa es la clave. Comprender. La huma-

nidad que comprenda será la dueña. de esta tierra de

todosl... Qué importamos tú y yo, y los tuyos -y los

míos... y nosotros dos, vencidos por este amor más

fuerte que nosotros mismos y que nuestra razón... (Él

la toma en sus brazos. Pausa. Ella jadea un poco. Él la

besa fervientemente, con los ojos cerrados. Besa'ndose

otra vez, se sientan.)

ÁLVARO: Sí... Sí..., eso... Tienes razón..., pero no diva-

gues, Cosita, no divagues... No perdamos tiempo...

Escúchame ahora a mi. Hoy es la última vez que habla-

mos de esto. (Ella afirma con el gesto.) Será el secreto

de nuestros años. (Está amaneciendo. Entra luz de alba

en. la habitación. La lámpara palidece.) Este día que se

anuncia será el día en que empezará la vida nueva.

SONIA: ¿Será vida?

ÁLVARO: Estarás siempre, siemjv e, a mi lado.

SONIA: Estaré siemprc, sicmprc a tu lado... Qué será, no

sé... Pero si es vida estaré siempre, siempre a tu lado.

Llegue lo que llegue. para ti... Hagas lo que hagas...


176 Las descentradas y otras piezas teatrales

Cumplas lo que Cumplas... Escúchame bien, Álvaro...

Grábate esto también...

ÁLVARO: Si te estoy escuchando, Cosita...

SONIA: Grábatelo en la mente, Alvaro... Siempre mi alma

estará en tu alma, mi beso en tu beso, mis ojos delan-

te de tus ojos... Mi cara frente a tu cara... Mírame.

Mírame más... Y algún día tú también comprenderás. ..

Llegará a ti algo... Dentro de ti algo madurará... Y

comprenderás. El secreto está sólo en comprender...

Tú comprenderás. Grábatelo, Álvaro: COMPRENDERÁS.

Mírame bien mi cara, Álvaro... Mírame. Un día com-

prenderás. .. (Se miran. Se besan mucbo. Tanto, que e'l se

levanta con las manos en los ojos y tambaleante y ella se

queda sentada en la cama como agotada. Un rayo de sol

nuevo entra por la ventana y da en ella.)

ÁLVARO: Bueno. Ahora yo..., ¿eh? Atiéndeme ahora...

(Ella lo mira y asiente. Él señala el mueble de cajones.)

Hace un mes que tengo allí tu pasaporte y el mío...

Nuestro pasaporte de marido y mujer... Para Inglaterra

y para España... Y libras. Una cantidad fabulosa de

libras. Están ahí en el cajón. Sin llave siquiera... ¡Y no

las has encontradol... Ahora verás. (Va bacia el cajón,

que abre. Mientras babla, busca y se vuelve con todo en

la mano, al oírla a ella hablar. El juego de esta escena

queda muy librado a la comprensión que de ella tengan

los actores. Mientras e'l va para el mueble, ella saca de la

cartera el revólver que le dia Zameneff. Antes de usarlo

lo mira largamente.) Saldremos en seguida, esta misma

mañana, para Inglaterra. ¿Hay algo aquí —algo muy

tuyo- que quieras llevarte, además del recuerdOP. .. Allí

compraremos. ..

SONIA: Yo nunca he mirado en tus cajones, Álvaro... Tú

miraste en el mío... (Mientras dice esto levanta lenta-


Un hombre y su vida 177

mente el revólver basta su sien y se da el tiro. Cae atrave-

sada sobre la cama.)

ÁLVARO (al volverse para enseñarle lo que ba sacado del

cajón y decirle: “Mira, libras”, ve lo que ella va a bacer;

pero no tiene tiempo de nada.)

EL TELÓN CAE RÁPIDO


178

Segundo acto

Reparto

(por orden de aparición)

ERIC FITZ MAURICE

PAco ILARAZ

CONDE CIANo ORSI

CLAUDEL

Dos PAREJITAS JÓVENES

ELENA DE IRATCHE

AMELIE BRISSON

BEATRIZ DE ARDANAZ

CONDESA IVERNOIS

ÁLVARO DE IRATCHE

Gran mundo. Fracs. Magníficas toilettes.


Un hombre y su vida 179

1930

La vida del hombre

Presenta la escena un saloncito pequeño de la Embajada

de España en. París, en el año 1930, durante una nocbe de

recepción.

Allí se refugian los que quieren apartarse del movimiento

de los salones. Se oye lejana, y durante casi todo el acto,

música de concierto y rumor de fiesta. A intervalos se oye

clara la voz del sumiller que anuncia invitados. Sillones y

sofa's.muy mullidos y confortables. A la derecba del espec-

tador; una mesa, en la que bay una bandeja con wbisky,

soda, vasos y un. plato con sandwicbes, y cajas con cigarros y

cigarrillos. Puertas de entrada al fondo y a la izquierda del

espectador.

Escena l

ERIC FITZ MAURICE, PACO ILARAZ, CONDE CIANo ORSI y

RENÉ CLAUDEL

Eric Fitz Maurice es un bombre de pasados cuarenta años. Sus

cabellos oscuros platean en las sienes. En la cara tostada, los

ojos muy azules y los dientes muy blancos le dan un aire exó-

tico de ingle's llegado de países de sol. Paco Ilaraz es también

un bombre de más de cuarenta años. Tipo español acusado.

Distinguidzszmo. Ciano Orsi es el canciller de la Embajada de

Italia en París. Rene' Claudel, un francés ya viejo, distinguido,

vagamente relacionado con la diplomacia.


180 Las descentradas y otras piezas teatrales

Esta'n bebiendo. Ciano Orsi y Claudel, sentados con sus

vasos. Fitz Maurice y Paco I laraz, de pie, se sirven.

ILARAZ: Whisky de Escocia... Para ti irlandés. Y los clási-

cos, ingleses e inofensivos sandwiches de pepino.

FITZ MAURICE: Se impone Inglaterra. Tú, Paco Ilaraz,

sevillano castizo, en la Embajada de España en París

me ofreces. ..

ILARAZ: ¿Sandwiches de pepinOP... ¿Qué quieres)...

Estamos cada día más snobs los españoles. Si te gusta

la manzanilla “tapeá”, pues tendrás que irla a buscar

secretamente a mi casa.

FITZ MAURICE: ¿Vives siempre en París?

ILARAZ: A veces en Niza. Viajo.

FITZ MAURICE: Nunca olvidaré tu famosa Visita. ..

ILARAZ: Iba detrás de una inglesilla rubia. Feucha ella...

Casada. Pero me daba suerte. Desbanqué a su lado dos

ruletas. .. En Shanghai me falló... (Pausa.) Es desconsoa

lador recordar esas cosas... Nos envejecen...

CIANO: A usted, no, don Paco. O, por lo menos, las damas

no se dan cuenta de ello.

FITZ MAURICE: ¿Tienes siempre la misma suerte con las

mujeres?

CIANO: Más. Una suerte irritante. Es el hombre que entien-

de más de intrigas de señoras, de guantes de señoras, y

de dificultades de señoras que yo he conocido.

CLAUDEL: Sirve de guía a las primavera, de confidente a las

verano y de consuelo a las otoño...

ILARAZ: Ése es el secreto de mi muy discutible suerte

con ellas.

La voz del sumiller anuncia dentro: Sus Excelencias los señores

Embajadores de Inglaterra en Francia, lord y lady Tyrrell.


Un hombre y su vida 181

CIANO (a Fitz Maurice): Su embajador. (Pequeña pausa.)

¿Cuánto tiempo hace que fue usted primer secretario

de su embajada en Par :3

FITZ MAURICE: Durante It guerra. Hasta el 18. Y estamos

en 1930.

CLAUDEL: Cortó usted, bruscamente, una carrera magnífi-

ca. Fue pena...

FITZ MAURICE: Creí poder servir mejora Inglaterra en sus

colonias que en sus salones. (Entran dos parejitas jóve-

nes, que vienen en gran tren de diversión. Han bebido

algo. Ríen tontamente. Se-sorprenden de ver ocupado el

saloncito.)

_ Escena Il

Dicbo. Dos parejitas jóvenes

NIÑA 1a (a los que vienen detra's): Por lo menos hay whisky,

vengan.

NIÑA 2‘ (a ]oven 2“): Son señores mayores, que están

fumando.

NIÑA 1-“: Pero tienen Whisky, vengan. (]oven y Niña prime-

ros sirven wbis/ey:)

JOVEN 2°: ¿Ustedes permiten?

CLAUDEL: Estamos en edad de permitirlo todo.

ILARAZ: Y de comprenderlo, Los “señores mayores” com-

prenden todos los derechos de la juventud y os desalo-

jarán el saloncito.

NIÑA 2a (muy turbada): No. No es eso... (Se ríen todos.)

Es que... Es que...

JOVEN 2°: Anda, bebe, que no lo a‘rreglas. ..

CIANO (irónico): Encantadora juventud. ..

(Se oye: un foxtrot.)


182 Las descentradas y otras piezas teatrales

JOVEN 1° (al oírlo): Vamos, vamos, es mejor que bailemos.

NIÑA 2°: Es- que quiero descansar un minuto. Estoy sacudi-

da como una coctelera.

NIÑA 1“: Y hemos encontrado aquí whisky... Y no está

mamita para obligarme a tomar sorbetes.

JOVEN 1°: Y que éste es el segundo nido de whisky que.

descubres. ..

JOVEN 2°: Es el instinto que te empuja. (La empuja e'l. Más

risas. Van saliendo entre risas.)

.JOVEN 1°: Ustedes disculpen. (Salen)

CLAUDEL: Nosotros lo disculpamos todo.

Escena Ill

Dichos, menos las parejitas

CIANO: Florida juventud... Lástima de azotes.

CLAUDEL: No es éste uno de los males menores que ha

dejado la guerra...

FITZ MAURICE: Destruyó todos nuestros valores morales.

No ha tenido tiempo aún, Europa, de forjarse otros.

CLAUDEL: Son un espectáculo doloroso si se piensa que

dejamos el porvenir en manos de estas criaturas que no

aspiran a nada más que a sacar placer y más placer de

sus Vidas inútiles.

ILARAZ: ¡Hombre! Habláis como si estos cuatro inofensi-

vos niños que han pasado tonteando por aquí fueran

a sumir al globo terráqueo en el caos peripatético...

Pobrecillos. .., dejadlos vivir a su gusto.

CIANO: Es que son ellos los representantes diplomáticos

dignísimos de toda una generación. Que, a su vez, pro-

ducirá —figúrese usted- qué generaciones... (Pausa.)

ILARAZ: Pero éstos no son el mundo. Son..., vamos..., los


Un hombre y su vida 183

jóvenes que encontramos en los grandes: hoteles, en los

salones, 'en las playas... Las clases...

CLAUDEL: Lo dicho.» Las clases dirigentes.

ILARAZ: Surgirán otras clases dirigentes. Hay otra genera-

ción de criaturas de esta edad, a las que la posguerra

—que ha aflojado en éstas y en sus padres todos los

resortes morales- ha dado un sentido heroico de la vida.

(Ríe como recordando algo.) Tan heroico, que a veces es

un poco.ridículo. Niñas que van a las universidades y

a las conferencias con gafas y con unos zapatones de

sport a-tortolantes. Y que trajinan todo el dia con libros

y con apuntes... Y se empolvan la nariz con polvo de

biblioteca. Y muchachos con gabanes muy raros, que

estudian libros asombrosos, que nosotros o no cono-

cimos o no nos atrevimos con ellos. (Pausa. Vuelve. a

reírse.) Se aprestan con toda esa ciencia para dirigir

ellos solitos elmundo.

CIANO: Ese es el peligro mayor. El ojo de nuestro Duce ya

lo ha previsto.

CLAUDEL: La burguesía se arma. Y lo que es peor, las cla-

ses bajas...

ILARAZ: Ni toda la decadencia está arriba, ni toda la fuerza

está abajo. (Pausa.) Mis sobrinos, que tienen un título,

títulos muy altos y muchas pesetas. ¡Y las que van a

tener! . .. Pues ya ve usted, el niño quetiene veinte años,

no fuma, no bebe, duerme en una tarima .de madera

para forjar voluntad, estudia las veinticuatro horas. del

día, y el pico... Y la niña, que es un ángel moreno, que

tiene dieciocho años, estudia, la pobrecilla, el docto-

rado de Economía Política en la Facultad de Ciencias

Económicas... ¡Con lo bonitísima que esl.

CLAUDEL: Vivimos en la época de las exageraciones- De

los ensayos. (Pausa.) Se está planteando en la vida una


184 Las descentradas y otras piezas teatrales

nueva escala de jerarquías... La de las jerarquías men-

tales y morales. ( Pausa.) Pero el señor consejero tiene

razón. (Pausa.) En esto radica, precisamente, el peli-

gro. En la convulsión que traen todos los profundos

cambios sociales. Llegará un día en que la generación

de los zapatitos se enfrentará con la generación de los

zapatones. ( Pausa.) Tendrán que encontrarse, inevita-

blemente, la generación que no pide más que placer

con la generación que no pide más que sacrificio.

ILARAZ: Y estos niños tontos, bien pueden convertirse de

pronto en fieras para defender su derecho a la tontería.

La voz del sumiller anuncia dentro: Sus Excelencias los

señores de Iratche, duques de Torrelodones.

CLAUDEL: ¿He oído bien? De Iratche y Elena. No los hacía

en París. (Fitz Maurice e Ilaraz se miran. Es visible la

emoción de Fitz Maurice.)

ILARAZ: Están aquí hace una semana.

FITZ MAURICE: ¿Pero no es Iratche actualmente Embajador

de España en Estados Unidos?

CLAUDEL: Lo era hasta hace unos meses. Ahora es Alejandro

Padilla el embajador.

ILARAZ: Su Majestad lo ha llamado urgentemente a España.

CLAUDEL: ¿Irá a Ginebra?

ILARAZ: No lo creo. Nuestra situación no es muy clara en

este momento. Y desaparecido Primo de Rivera...

CIANO: Éste era el hombre que .vosotros necesitábais. Éste

no habría caído.

ILARAZ (con tristeza): ¡Pobre Miguel! ¿Por qué se meteria

él en estos trances de la políticaP... Con lo tranquilo

que él podría vivir... Era un buen hombre. Y amaba

a España... (Pausa.) Vaya... Que hasta a Jesucristo lo


Un hombre y su vida 185

crucificaron por meterse a Redentor. (Pausa.) Iratche se

le habría impuesto a Alfonso. Ése puede imponérsele

porque es su primo.

CIANO: Por alianza, creo.

ILARAZ: Si. Elena es también rama del tronco borbónico.

CLAUDEL: ¡Bellos ojos de mujer! . .. Me parece verla duran-

te la guerra con sus velos blancos... (A Fitz Maurice.)

¿La recuerda así? Usted la ayudaba... (A Ilaraz.)

Ustedes dos, cuando ella organizó su gran servicio de

auxilio con la Cruz Roja Española.

La voz del sumiller anuncia dentro: Infanta doña Eulalia

de España, doña María Mercedes de Borbón.

ILARAZ (poniéndose de pie): Me siento patriota. Voy a besar

la mano de doña Eulalia, la extraordinaria... ¿Qué

nueva fantasía la habrá llevado a quebrar su retiro

recoleto?

CIANO: Hombre... Ver a Iratche. Si la montaña no va a la

montaña... (Levantándose. A Ilaraz.) Lo acompaño. No

quiero ser el último en besar las divinas manos de Elena

de Iratche. (Salen .)

Escena IV

FITZ MAURICE y CLAUDEL

CLAUDEL (mirando salir a Ciano Orsi): ¡Las bellas manos

de doña Elena!... Qué pretexto tan gentil para muchos

revuelos políticos. ( Pausa.) Están preparándose la coro-

nación de un emperador negro... Y creo que Ciano

Orsi aspira a irse de embajador a la negrería, a darle

lecciones de maquiavelismo al nieto de Salomón, su


186 Las descentradas y otras piezas teatrales

futura majestad don Haile Selassie. Toda esta'semana ha

sido sólo un largo besaman’os internacional.

FITZ MAURICE: ¿Está Iratche en misión oficial?

CLAUDEL: No, hombre, no. La hermosa doña Elena renue-

va su guardarropa.

FITZ MAURICE: Comprendo. Hay: baile de potencias.

(Pausa.)

CLAUDEL: Ese hombre es un genio. Lo creo el cerebro más

completo de Europa. ¡Y qué voluntad! ¡Y qué capa-

cidad de trabajo! Disciplinrado, duro, seco, frío, como

necesita serlo un conductor de pueblos.

FITZ MAURICE: Un español de la. vieja cepa que un día se

apoderó del mundo. Algo. al estilo" del viejo duque de

Alba, de quien creo desciende también. (Pausa. ) Y ni el

más encarnizado de sus enemigos podría acusarle de...

CLAUDEL: El pued-e salvar a España.

FITZ MAURICE: Si España lo. deja salvarla. ( Pausa.) Tuvo un

momento en sus manos el equilibrio de Europa. (Estas

u'ltimas palabras se pierden entre el bullicio que bacen

otra vez las parejitas, que ent-ran- con Ciano Orsi, ellas con

sus salidas de baile y- ellos con: sus sobretodos.)

Escena V

Dic/Jos. CIANO. y las dos parejitas

CIANO (irónico y señala'ndoles el whisky): Otra copita no os

vendrá mal, sobre todo si vais a conducir el automóvil.

CLAUDEL: ¿Se preparan para un paseíto?

NIÑA 1“: Nos escapa-mos. del concierto. Pero volvemos en

seguida.

NIÑA 1": Si usted encuentra a mi mamá...

CIANO: Vayan tranquilitos. No la: encontrará.


Un hombre y su vida 187

CLAUDEL: Y divertiros mucho, preciosidades.

NIÑA 1° (tira'ndole un beso): Usted es un viejito tesoro.

NIÑA 2": Pero más tesoro es don Paco Ilaraz. (Le toca la

cara a Ciano.) Y usted también es muy bonito. (Los

cbicos saludan también y salen los cuatro entre las risas

de siempre.)

FITZ MAURICE (mira'ndolos irse): ¡Y que este fenómeno se

repita en todos los paísesi...

CIANO (a Fitz Maurice).- Me envía por usted su embajador.

(Se levanta Fitz Maurice.)

CLAUDEL (levanta'ndose también): Y yo me iré a correr una

aventura por el mundo.

CIANO: ¿Siente usted la música española?

CLAUDEL: M-e devuelve mis veinte años. (Salen. Queda

un momento la escena sola. Entran Elena de Iratcbe y

Mile. Brisson.)

Escena Vl

ELENA DE IRATCHE y MLLE. BRISSON

Elena de I ratcbe tiene cuarenta años. Elegantísima. Lleva en

el pecbo un gran camafeo. Cabe-llo y ojos oscuros. Una madu-

rez plena, realizada. Es una mujer bellisima, pero bay en su

boca un gesto de cansancio y en sus ojos un fondo velado

de angustia. Mademoiselle Brisson es mucho ma's joven que

ella. Discretamente elegante. No demasiado bonita. Entran

bablando.

ELENA: ¡Me ha dado una alegría tan grande encontrarla

aqui!

MLLE. BRISSON: Me telefoneó la embajadora que vendría

esta noche. Dos alegrías: y que tal vez viniera Fitz


188 Las descentradas y otras piezas teatrales

Maurice, que ha llegado ayer desde la India... ¡Mis dos

grandes amigos!... (Elena palidece un poco y tarda en

reaccionar.)

ELENA: A París... ¿Por qué directamente a París?

(Senta'ndose.)

MLLE. BRISSON (un poco sorprendida): No lo sé. En ver-

dad... (Se sienta.)

ELENA (reaccionando ya): Con qué placer he leído su últi-

mo libro. Cómo le agradecí que me recordara. Es un

orgullo para nuestro sexo que sea usted mujer. Todas

nosotras debiéramos reverenciarla. Usted nos paga el

derecho de ser seres inútiles.

MLLE. BRISSON: ¿Inútil usted, doña Elena de Iratche?

Usted, cuya sola presencia da luz... Usted, que enjuga

tantas lágrimas y' alivia tantos corazones. (Elena le bace

un gesto de su'plica para que se calle. Pausa. Se miran

silenciosas. Mlle. Brisson toma las manos de Elena y va

a besa'rselas, pero Elena lo evita y se besan en la cara.

Pausa.) Usted no ha escrito nunca un libro. ¡Pero cuán-

tos libros sin usted no se hubieran escrito!

Escena VIl

Dicbos y BEATRIZ DE ARDANAZ con la CONDESA IVERNOIS

Beatriz no tiene treinta años. Es española, elegante, bella

y atolondrada. La condesa Ivernois tendrá, posiblemente,

cincuenta años, pero lucha por ocultarlos. Después de eso, su

aspecto no demuestra que le dé otra inquietud la vida.

BEATRIZ: ¡Elena, mi querida!

ELENA (levantándose): ¡Beatriz, tú!... (Se besan.)

BEATRIZ (presentando): Esta es la condesa de Ivernois. Y


Un hombre y su vida 189

ésta es mi Elena. La embajadora... más embajadora de

los cuatro continentes. (Se da cuenta de loque ba dicho

y se atolondra.) Perdóneme, Amelie... Ésta es Amelie

Brisson. Nuestra gran escritora. La más buena y la más

querida de todas las mujeres inteligentes de Francia

y de los cinco continentes. He dicho. (Se sienta. Las

otras se sientan también.)

ELENA: No cambias, Beatriz.

BEATRIZ: No. Ni lo quiera Dios. (Entran Iratcbe, Paco Ilaraz

y Ciano Orsi.)

Escena VIII

Dicbos. IRATCHE, PACO ILARAZ y CIANo-ORSI

Iratche, alto, seco. Impecable en su frac. Con monóculo.

Los veinticuatro años que ban pasado por él lo ban como

endurecido. El cabello le blanquea en las sienes. Durante

esta conversación deben los caballeros fumar, beber, ofrecer

cigarrillos a las señoras y mantener en escena un movimien-

to discreto.

BEATRIZ (viéndolos entrar): ¡Iratche! ¿Pero es de verdad

que usted va a dedicamos un minuto?

ILARAZ: Enterados de que estaban aquí reunidos el ingenio,

la belleza, el talento, la elegancia..., hemos venido a

disfrutarlos.

BEATRIZ: Y habéis hecho muy bien. Sois unos caballeros de

muy buen gusto. (A Ilaraz.) ¿Qué secreto se traía usted

con Fitz MauriceP... ¡Y la prestancia novelesca que se

nos ha traído el de la‘India! ¡Y qué cosas más raras le

contó a Amelie! ¡Y qué tristes! Yo que lo quería tanto a

Gandhi... No hay derecho a tirarle a una sus ídolos.


190 Las descentrads y otras piezas teatrales

MLLE. BRISSON: Si alguien no los tira, se caen solos, queri-

d-a. Todas caminamos sobre ídolos rotos.

CONDESA: Este señor Gandhi es una verdadera epidemia.

En todas partes se oye hablar de él.

ELENA: En el barco, cuando veníamos, un judio ale-

mán, pequeñito, se disfrazó de Gandhi. Fue el éxito

de la travesía.

IRATCHE: A propósito de judíos alemanes. Ciano Orsi me

ha presentado hoy a un muchacho que me interesa pro-

fundamente. Es el leader del movimiento antisemita en

Alemania. Y es curioso. Tiene un nombre judío: Hitler.

(A Elena.) Recuérdame que mañana almorzará con

nosotros. (A Ilaraz.) Ven tú también al “Meurice”

ILARAZ: Conozco al tipo. Dime, ¿estás tú al tanto de que es

también el leader del movimiento anticatólico?

IRATCHE (sonriendo): No importa. Me interesa. Y antica-

tólico. .. Hombre..., si llega el momento para él, puede

dejar de serlo. No sería el primero...

ILARAZ: No me gustan los alemanes.

IRATCHE: Éste es austriaco. Y te gustará cuando hables

con él. Tiene un extraordinario magnetismo personal.

( Pausa.) Quizás él me ayude a convencerte.

ILARAZ: Es que no me convencerá.

BEATRIZ: ¿Y por qué elige usted un austriaco para con-

vencer a don Paco? Una austriaca lo convencería más

fácilmente.

MLLE. BRISSON: Él no dice que no ni a las esquimales.

ILARAZ: Pues hoy estrenaría el vocablo.

BEATRIZ: ¿Y si le pedimos todas “eso” en nombre de don

Álvaro?

ILARAZ: No. No, señoras. ¿Lo he dicho bien?

ELENA: ¿No podemos saber nosotras, que lo estamos

haciendo, qué pedido misterioso es ése?


Un hombre y su vida 191

IRATCHE: He pedido a Paco tres, cuatro, cinco millones

de pesetas. La mayor suma que pueda darme. (Hay un

movimiento de asombro.)

BEATRIZ: ¡Jesús!...

IRATCHE: También es útil que les explique para qué se las

pido. Son para España. Para salvar a España. Yo he

dado ya una suma mayor. (Elena lo mira extrañada.)

CIANO: El que ha dado menos ha dado un millón.

CONDESA: Sí que es una colecta estupenda.

BEATRIZ: ¿Pero es que ha sucedido alguna catástrofe? Yo

nunca me entero de nada.

IRATCHE: Todavía no. Pero va a suceder. (Pausa.) Caerá

sobre España y sobre todos nosotros la peor de las

catástrofes. La no imaginada. La de que todos somos

culpables. En este momento España...

BEATRIZ: ¿Y con el dinero puede evitarse? Pídaselo usted

también a mi marido.

IRATCHE: Todo puede evitarse con dinero.

ILARAZ: Pues eso, con el mío no se evitará. (Pausa.)

IRATCHE: Paco. Nunca te he hablado en serio. Nunca nos

amenazó en la vida una...

ILARAZ: Y has elegido un gra-n concierto, y en él un círculo

de señoras, para hablarme en serio...

IRATCHE: Es que éstos son lOs lugares, y éstas las personas

a las que hay que empezar a hablar en serio.

CIANO: A dar el alerta. Es nuestra clase social. Son nuestros

derechos de siglos los atacados.

IRATCHE: Los suyos no, conde. No hable en plural. Su país

ha encontrado a tiempo quién lo salve. Ha producido a

Benito Mussolini. El hombre que en siglos no nace.

CLAUDEL: Qué conjunción de astros, de razas, de ideas,

de fuerzas, se necesitan para producir esos hombres

que tuercen el curso de la historia: Benito Mussolini,


192 Las descentradas y otras piezas teatrales

Wladimir Illich Lenin... Esos hombres líderes de pue-

blos; vitalizadores de masas humanas...

CONDESA: Pero, Claude]..., ¿cómo se le ocurren semejan-

tes comparaciones? Son cosas tan opuestas...

CLAUDEL: ¿Opuestas?... Desde aquí, tal vez, mi querida

condesa. Y para... Pero yo veo en esto dos fenómenos

gemelos, dos aspectos de la eterna lucha de los pueblos,

por acomodarse, por vivir... Si un sociólogo marciano

estuviera en estos momentos mirando a la tierra con su

catalejo poderoso...

ELENA: Vería cómo el fascismo es un movimiento de aco-

modación social desesperada, y cómo el comunismo

es un movimiento de acomodación humana serena...

(Todos la miran. Iratcbe, con un gesto rápido de sorpresa.

Ante esa mirada ella se dirige a e'l.) No recuerdo dónde

he leido eso...

BEATRIZ: Las cosas que tú sabes, Elena, lo que lees...

CLAUDEL: También el catalejo de la historia es de tiempo y

de espacio... y ella dirá...

IRATCHE: Dejémonos de filosofías de salón. Hoy sobran...

¡Cuánto daño hacen! Son el opio mental que nos desvita-

liza. ( Pausa.) Queda un hecho escueto, descamado: Benito

Mussolini puso el 28 de octubre de 1922, marchando

con su Fascio sobre Roma, el dique de ideas que salvó a

Europa... Pero la marea roja sigue alzándose, y ya...

ILARAZ: Tuvo la mar de gracia... Aquí, un palurdo, alzan-

do con sus fatigas nuestro dique salvador... y allá arri-

ba, un aristócrata, insuflando las mareas con su verbo

rojo... Que el mundo es una cosa muy pintoresca...

no lo dudéis.

IRATCHE: Y que los españoles como tú, que lo ven todo

“mu pintoresco”, tienen en gran parte la responsabili-

dad delo que se prepara, tampoco lo dudéis.


Un hombre y su vida 193

BEATRIZ: ¿Era esa la conversación para la que buscábais la

belleza, el ingenio, la eleganciaP...

IRATCHE (siempre a I laraz): Tu fortuna, la mayor de España,

la has heredado: te la ha dado España... Algo le debes.

Has vivido hasta hoy lejos de ella, dejándotela tonta-

mente por todas partes. No eres tú solo. Toda nuestra

clase ha hecho lo mismo. Y toda nuestra clase desperta-

rá tarde de su ensueño de rosas.

ILARAZ: Y yo despertaré diciéndote que no. (Pausa larga.)

Y como el pedido se me ha fundamentado en público,

ante el mismo público voy a fundamentar yo mi negati-

va. Antes que nada voy a confesar a las señoras que soy

comunista.

BEATRIZ: ¡Olé con él!... ¡Bravo, don Paco! (Jalea.)

CONDESA: Pues si es usted comunista, debe de darlo todo

en seguida.

ILARAZ: En realidad, no sé bien si soy comunista. No estoy

bastante enterado de lo que es eso... Pero debo de

serlo... No he tenido todavía tiempo de hacer un viaje

a Rusia para enterarme bien.

MLLE. BRISSON: ¡Pobre Ilaraz! Siempre tan escaso de

tiempo...

BEATRIZ: N o vaya usted a Rusia, don Paco. Se lo devorarán

esas fieras. Lo secuestrarán y lo fusilarán. ..

ELENA (en una forma muy rara): Vaya usted, Paco. Allí

se vive... (Ante las miradas de todos.) como en todas

partes. Vaya usted y véala usted con sus ojos... Y nos lo

refiere luego. (Iratche se queda mira'ndola.)

CLAUDEL: Si se hace usted un ratito...

CIANO: Se lo hará. En cuanto se le atraviese una rusa.

CONDESA: ¿No se ha enamorado usted nunca de una

rusa, don Paco?

ILARAZ: Hija mía, sí. Es eso precisamente. (Pausa triste.)


194 Las descentradas y otras piezas teatrales

Me he enamorado de una rusa, con el único, santo, per-

manente, puro, amor de mi vida. Ahí tenéis el secreto

de por qué no me he casado y de por qué he vivido así,

tontamente.

ELENA (enternecida): Paco. ..

ILARAZ: Será que la quiero menos o queestoy entrando ya

en la edad en que se cuentan así, en tertulia, las cosas

que en un tiempo fueron nuestro secreto más caro, más

dulce, más tierno...

ELENA: No lo cuente usted, aquí, Paco: .. Cuéntemelo

luego a mí sola.

ILARAZ: Os lo debo de contar a todas. (Suspira) No com-

prometo a nadie.

BEATRIZ: ¿Ha muerto... ella?

ILARAZ: Ella no ha existido nunca.

ELENA: Y yo que me he conmovido...

ILARAZ: Ha hecho usted bien en conmoverse, Elena. (Pau-sa.

Medita un momento.) Creo que podré .referiros mi his-

toria. La dificultad está en que 'yo c‘reí siempre ser el

héroe de una novela hermosísima. Y ha resultado ahora

que todo es una enfermedad mental que yo padezco.

Antes de saber que era enfermedad, yo podía referirla

muy bien. Pero el año pasado, Marañón... (A Iratche.)

Hombre, tú lo conoces. El médico aquél, ese que sabe

horrores... Pues que se me ocurrió. referírsela a él y es él

el que me ha armado todo este lío. Y para aclarármelo

me recetó una biblioteca entera. Todos los libros, así de

grandes, de un alemán latoso, que se llama Freud...

IRATCHE: Austriaco. .. y judío.

ILARAZ: Anda, otro más... Bueno, para el caso es lo mismo.

Todavía no he tenido tiempo de leerlos.

ELENA: ¡Pobre Paco! La faceta más sobresaliente de su

vida ha sido siempre la falta de tiempo.


Un hombre y su vida 195

ILARAZ: Pues Marañón me explicó que cada uno de noso-

tros tiene dentro algo que se llama un líbido. ..

BEATRIZ: ¿Pero un lívido no es un hombre pálido?

ILARAZ (duda algo): Sí... Pero es también mi enfermedad.

Un líbido. Es corno una cosa que nos muerde, que nos

araña dentro. Y que nos lleva a hacer lo que más odia-

mos. Lo más opuesto a la naturaleza de nuestro ser. Y

hay un momento en que ese libido...

CLAUDEL: ¿Quiere usted que yo lo explique mejor?

ILARAZ: Pero es que soy yo el héroe de la historia y el dueño

de la enfermedad. Déjeme usted seguir a mi, a mi mane-

ra. Parece que se ha descubierto ahora que UN HOMBRE

NO ES SU VIDA. Que es algo aparte de ella. Algo que la

juzga y que la vigila. Y que la controla. Que recoge sus

experiencias y las almacena...

MLLE. BRISSON: En un rincón que se llama subconciencia.

ILARAZ: Eso.

BEATRIZ: ¿Pero tiene el líbido algo que ver con sus amores,

don Paco?

ILARAZ: Verá usted. Ese yo vigilante, que no es el hombre,

lo obliga al hombre a ser lo que él le manda ser, lo

que debe de ser. Pero siempre algo en el fondo está en

acecho, luchando, arañando, mordiendo, queriendo lo

opuesto, esperando... El hombre honrado, que un'día

perpetra una cosa infame; el delincuente empedernido

que un día tiene un gesto de santo... Todo lo inespe-

rado, lo sorpresivo, que surge en nosotros no sabemos

cómo... (A Claudel.) ¿No es eso el libido?

CLAUDEL: Más o menos... Y todos llevamos algo de eso

dentro. Todos. Nadiese salva. Son casi siempre cosas

tan simples, que no cuentan. Pero en algunos seres es

tragedia. Puede tomarse en tragedia.

ILARAZ: Debo haberlo explica-do al revé-s, entonces... Esto


196 Las descentradas y otras piezas teatrales

no es lo mio. (Pausa.) Yo creo que 'lo mío se llama un

complejo. (Pausa. Claude! va a hablar.) Déjeme solo. Si

usted me ayuda me enredaré más. No me ha llamado

Dios por el camino de la ciencia. Voy a referirlo a mi

manera. Como lo referia antes... Vamos... En español.

(Pausa.) A ver si me explico mejor: la memoria es una

cosa mecánica. Un recuerdo se enlaza a otro recuerdo.

Pero a veces la memoria, como todo lo mecánico, se

descompone. Y conste que esto lo he descubierto yo,

no Marañón. Y nos sucede una cosa así como esos tics

nerviosos de algunas personas que no pueden repri-

mirlos. Sólo que la enfermedad en vez de darle a uno

en la cara, pues que le da por dentro, en la memoria, y

uno vuelve y revuelve sobre la misma idea.

BEATRIZ: Ahora lo entiendo. Son los dias en que no pode-

mos sacarnos de la cabeza cualquier tonteria, cualquier

musiquilla, que se empeña en quedarse ahi y en volver,

y volver...

ILARAZ: Pues calcule usted que ese dia fuera toda su vida.

Ésa es mi enfermedad.

CONDESA: Yo creia que nos iba a contar usted una historia

de amor.

ELENA: Ése es el prólogo. ¿Verdad, Paco?

ILARAZ: Justo. Ahora empiezo: hace más de veinte años, en

Sevilla, de vuelta de una juerga famosa, sentí de golpe la

comezón de enmendarme y ser un hombre útil.

IRATCHE: Algún libido suelto.

ILARAZ: Y me compré un libro en un estanco con mis últi-

mos céntimos. Era una novela rusa. (A Iratche.) Mira.

Tú, que eres el perseguidor de los revolucionarios,

persigue a los que escriben esas novelas. Son los más

peligrosos.

IRATCHE: Lo mismo creo. Alguna vez habíamos de coincidir.


Un hombre y su vida 197

ILARAZ: ¿Lo ves? Yo me hice entonces anarquista, nihilista

y bolchevique. Mira. Comunista, no. Porque esa_ debe

ser una palabra nueva que se ha inventado ahora...

CIANO (asombrado): ¡Ilaraz! . .. El comunis. ..

ILARAZ (interrumpiéndolo): No. Eso si que no. Ahora voy

a hablar yo solo, ya que por fin he tomado el hilo. La

heroína de mi libro era una muchacha rusa nihilista,

que se llamaba Sonia (Iratche bace un movimiento

brusco. Pero cuando lo miran ya está contenido) ...y que

tenia un amante, con el que vivia adorándose en medio

de complots terribles para asesinar a grandes duques.

(De aquí en adelante, Iratche, cantem'e'ndose, da mues-

tras de que cada palabra de Ilaraz se hunde en él como

an bzÏerro quemante. Pero, atentos a I laraz, los demás no

ven su angustia.)

CIANO: Todas las princesas nihilistas se llamaban Sonia.

BEATRIZ (a Ciano): Déjelo usted hablar.

ILARAZ: Es que no recuerdo muy bien lo que pasaba en

la novela. Sólo sé que al final unos policias infernales

y atravesados, torturaban al amante de Sonia con una

tortura muy rara: un foco de luz cegadora. en los ojos

durante horas y horas. Y la pobrecita presenciando

todo esto. Y en un momento terrible, cuando él no lo

resistia ya más e iba a hablar, ella, con un alfiler de su

boinita azul, le pinchó los dos ojos y lo dejó ciego.

BEATRIZ: ¡Qué barbaridad! ¿Por qué escribirán esas

cosas?

ELENA: Porque pasan, querida. (Pausa.)

ILARAZ: Pues yo me enamoré de Sonia. Ella es mi enferme-

dad. (Pausa.) No se salió ya más‘de mis pensamientos.

Cada cosa que veia me la traia ala memoria. Todo se me

encadenaba con ella. La palabra “amor”, era ella misma.

Recuerdo haber estado de pie una tarde en un escapara-


198 Las descentradas y otras piezas teatrales

te de sombreros... Ella era mi sueño. Un sueño pálido

con los ojos alucinados y las manos blancas. Cada mujer

que se cruza en mi camino se desvaneCe ante su embru-

jo. Ninguna es como ella, valiente, inteligente, pobre,

fervorosa... Yo hubiera querido- poder ayudarla a ella

y a los suyos; servir, juramentado como ella, a terribles

misterios politicos, de sangre y de dinamita.

BEATRIZ (como sugestionada): ¿Y por qué no?

ILARAZ: Hija mia. Porque tengo el sentido del ridículo. Y

porque ella ni sus amigos existían.

CIANO: Existían. No lo dude usted.

ILARAZ: Puede. Pero, de existir, tendrían también ellos el

sentido de las proporciones. Calcule usted, si yo, Paco

Ilaraz, hubiera ido a verlos y les hubiera dicho: Soy...

-—y aqui todas mis grandezas y titulos...

BEATRIZ: Si usted no los usa. ..

ILARAZ: Ens-eñadme a luchar contra la opresión social.

(Señalando a Iratche.) Y cómo se mata a estos opresores

del pueblo. (Pausa.) No pude vivir esa vida heroica,

pues vivo la opuesta (Pausa. )

CLAUDEL:: Tiene usted un libido y un complejo.

La voz del sumiller, dentro: M. Gaston Doumerge,

Presidente a'e la República Francesa.

BEATRIZ: Don Paco. Cuando piense usted en Sonia... dele

un beso mio...

CONDESA: Lo que yo no entiendo es lo que tenga que ver

ese libido con que usted no dé el dinero a Iratche.

ELENA: Yo si. No se deje usted convencer, Paco. No lo dé.

Le seria usted infiel a la pequeña Sonia. (Pausa.)

CONDESA: ¿Y si. .. los amigos de ella se lo pidieran?


Un hombre y su vida 199

ILARAZ (mira su cigarro casi apagado. Piensa): ¿Si se lo daria

a ellos?... Quizá... Si. Quizá si. (Se queda sumido .en

bando pensamiento.)

La voz del sumiller anuncia dentro: Monsieur Pierre

Laval, primer ministro de la República, Mme. y Mlle. Laval.

(Hay movimiento escénico. Iratche, sumido también en sus

pensamientos, no oye nada. Elena se levanta y acaricia tier-

namente la cabeza de Ilaraz.)

ELENA (conmovida): Paco querido. . ., qué cosa tierna.

CONDESA: Yo no he comprendido bien.

CIANO (a Iratcbe, al que el movimiento a su alrededOr ba

becbo reaccionar): ¿No lo ha. oído, Excelencia? Acaba

de llegar el que esperamos. (Iratche se levanta, con la

mano en la frente. Empiezan a oz'rse compases de música

y como de afinar de instrumentos.)

ELENA: ¿Es posible, Álvaro, que te hayas quedado dormido?

MLLE. BRISSON: Trabaja usted" tanto...

CLAUDEL: El cuerpo mejor templado cede a la fatiga.

CIANO: Hasta en seguida. (Va saliendo con Iratche.)

IRATCHE (saliendo): No. Sólo pensaba... (Con los dedos se

aprieta las sienes. Dentro se oye música.)

ILARAZ: ¿Vamos a olvidarlo todo oyendo. a los Aguilar,

Elena? (Elena, silenciosa, sale con Ilaraz.)

MLLE. BRISSON (a Claudel): Yo debo irme. Si usted fuera

tan bueno. . .‘

CLAUDEL: Hasta su casa, si lo desea.

BEATRIZ: ¿Y a nosotras nos abandonan aqui?

CLAUDEL: Venid al salón:

CONDESA: Debo buscar a mi hija. Hace tanto rato...

CLAUDEL (irónico): Nosotros no la hemos visto... Yo, al

menos, no la he visto.
200 Las descentradas y otras piezas teatrales

BEATRIZ: ¡Ay, mi marido! ¡Me he olvidado de mi marido!

Yo aqui con ustedes y mi marido... (Sale atropellada-

mente y los dema's la siguen.)

Escena VII

CONDESA IVERNOIS, FITZ MAURICE e ILARAZ

Esta escena es muda.

Queda un momento la escena sola. Se oye la música. Entra la

condesa Ivernois con una cara muy alarmada, como buscan-

do algo o alguien. Sale. Entran Ilaraz y Fitz Maurice. Miran,

también, sino bay nadie. Hay entre ellos como un mudo

entendimiento. De amistad viril, de emoción. Algo que ya

está resuelto entre ellos va a suceder allí. Se miran. Se dan la

mano. Paco semiabraza a Fitz Maurice, como dándole valor.

Sale. Fitz Maurice se queda solo. Hay en él una emoción

banda, contenida. Enciende un cigarro y lo tira. Se sirve,

pero no bebe. Espera. Por el fondo aparece Ilaraz con Elena

del brazo. Se lo ve inclinarse y besarle la mano. La deja y

sale. Elena se adelanta lentamente, abora sin su máscara. Es

como una llama de emoción. Al irse Ilaraz cierra la puerta y

la música se apaga algo.

Escena Vlll

ELENA y FITZ MAURICE

El se adelanta a recibirla y le besa la mano largamente.

Vienen los dos desde el fondo de una larga angustia.

FITZ MAURICE: Elena. Jamás esperé encontrarte en Francia.


Un hombre y su vida 201

(Casi tiene que ayudarla a llegar al sofa' donde se sientan.)

Han sido doce años.

ELENA: No sé. Años... Ha sido la eternidad. (Gran silencio.

Él le toma las manos. La mira:) ¿Ves en mi cara toda esa

eternidad?

FITZ MAURICE: Eres más bella que mis recuerdos. (Pausa.)

¿Valieron nuestras vidas nuestro sacrificio?

ELENA: No.

FITZ MAURICE: ¿Te arrepientes?

ELENA: No. (Pausa.) ¿Me has perdonado? No fue por

cobardía.

FITZ MAURICE: Entre mi amor y tus hijos elegiste tus hijos.

Te comprendí. Te quise más. Mi amor impaciente

de hombre se tornó para ti, madre, en una devoción

sagrada.

ELENA (con dolor desgarrante): Nuestro sacrificio fue esté-

ril, estéril, estéril... (Pausa.) Pero has estado siempre,

cada dia, conmigo... Cada noche, cuando he llorado

sola, ese pedacito de almohada sobre el que lloraba era

tu pecho... ¡Mi soledad!... Sólo te he tenido a ti en el

mundo...

FITZ MAURICE: En mi casa de la India. Un bungalow casi

en un bosque... ¿Sa'bes?...

ELENA: Sé de la India tanto como si hubiera estado alli. Sé

cómo se vive. Sé cómo se piensa... Cada linea que se

escribia sobre ella, era mi pan y era mi sal.

FITZ MAURICE: En cada habitación de mi casa hay un

retrato tuyo. Aquel retrato, ¿te acuerdas? Multiplicado.

Éste. (Saca del bolsillo una cartera con el retra't'o, que le

tiende. Al sacarla cae un viejo papel. Él lo toma. Lo mira

conmovido. También se lo da.) Tu pasaje. (Ella mira todo

largamente. Se lo devuelve. Se desprende su gran camafeo

y con trabajo lo abre.) ¿Tiene secreto?


202 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELENA: Mi secreto. (Se lo tiende. Es un retrato de e'l. A él lo

angustia la emoción. Pausa.) ¡Cómo se enfrian las llagas

más sangrantes y más hondas!... Se vuelven dulzura.

Se vuelven serenidad... Porque mi amor por ti ya es

dulzura, ya es serenidad, puedo hablarte asi. Qué fresco

descanso poder hablarte así... ( Pausa.)

FITZ MAURICE: Nunca besé tu boca, Elena.

ELENA: Yo he encontrado en mi renunciación casi una

dicha. Ningún amor completo... Ninguna cosa heroica

—como hubiera sido lo que no hicimos- me habria dado

este minuto... Que no mancha a nadie, que no lastima

a nadie... (Pausa)

FITZ MAURICE: Tu vida... Nuestras vidas tan unidas y tan

lejanas... Háblame de tu vida, háblame de tus hijos.

ELENA: Háblame más de ti.

FITZ MAURICE: Ya te he dicho toda mi vida. Trabajo. Trabajo

brutalmente. Jamás imaginarás el hombre en que me he

convertido. Tú diste a mi vida un sentido nuevo.

ELENA: Que tal vez no habría llegado a ella si yo la hubiese

compartido.

FITZ MAURICE: Tal vez. (Pausa.)

La voz del sumiller, dentro: señor Tomás Le Breton,

ministro de la República Argentina. Mme. Le Breton.

ELENA: Cómo da fuerza-s el sentirse puro, el sentirse lim-

pio. Limpio de traición y limpio de pecado. Qué coraza

de pureza he necesitado yo para soportar el horror de

mi vida... Si no te hubiera tenido a ti... A tu fantasma.

( Pausa.)

FITZ MAURICE: Tus hijos... Tu niño moreno, tu niña blanca.

ELENA: Tú no conociste a mi niña blanca.

FITZ MAURICE: Sólo al niño que tenía tus ojos.


Un hombre y su vida

ELENA: Nadie conoció a mi pobre niña. Tanta gente no

sabe ni que ha existido.

FITZ MAURICE: ...¿Tu niña?

ELENA: No. Peor que eso. Es una monja católica.

FITZ MAURICE: ¡Elena! ¡Mi alma! (Larga pausa.)

ELENA: Mis hijos... No importan mi juventud, mi alegría,

mi amor, mi inteligencia... Nada importa. Eran mios y se

los di a ese hombre muerto, y helado y sombrío, porque

quise. ¡Eran míos! ¡Pero mis hijos!... Eric, mis hijos...

(Hay lágrimas en sus ojos y en su voz.) Tú podrías haber

salvado a mis hijos ( Pausa.) Pero yo, yo volveria a sacrifi-

carlos a ellos y a nuestro amor. (Pausa larga. Él le besa las

manos. La mira con adoración.) ¿Ves? Te he encontrado

porque necesitaba encontrarte. La soledad enloquece. A

veces he estado casi loca detrás de mi máscara... De la

máscara que he llevado tantos años, que es casi mi 'cara.

(Pausa.) He vivido mi vida con una sombra helada. ¿Por

qué se casó conmigo? ¿Para qué quería él una mujer, si

era un cadáver?... La sombra de un hombre...

FITZ MAURICE: Último de su raza y de sus titulos. Habéis

juntado sangres. Tus hijos son la nobleza de la nobleza.

ELENA: Mis hijos... (Pausa.) ¿Para qué? Mi niña... Cada

vez que veo niñas así, con» sus vestiditos, con sus adorni-

tos, pienso en mi pobre niña pálida que nunca se puso

más que el uniforme del convento. Que nunca tuvo un

vestidito, ni una alhajita; pienso en su carita de flor que

ni yo puedo ver... En sus cabellos... ¿Desde dónde trae-

ría esos ojos alucinados y esa cara tan pálida?. .. Parecía

una extranjera. Y era como si su padre la odiara por eso.

Se resistia a verla. Siempre en el convento como la hija

de un pecador... Noila llevamos a América. Quedó con

su tia, la abadesa.

FITZ MAURICE: Tu España sombría... Obligar a seres...


204 Las descentradas y otras piezas teatrales

ELENA: Obligarla, no. A una cosa tan-dulce, tan pequeña,

hábilmente se la...

Fitz Maurice: Pero tú...

ELENA: Casi no me conoce... Fueron tan poco hijos míos

mis hijos... Mi niño moreno...

FITZ MAURICE: El, que tenía tus ojos..., será un hombre.

Tendrá más de veinte años.

ELENA: Qué extraño destino el de mi niño moreno. El, que

tenía mis ojos... No me queria. Sentia ese desprecio,

ese despego de su padre por la mujer. Pero en distinta

forma. Su padre, todo cortesia, esa cortesía que aleja

y que hiela... El era hostil para mi. Hostil como un

poseído. (Pausa.) Me odiaba. Pero tampoco era suyo.

Era un niño raro, aislado, adusto. Nadie conocia sus

pensamientos, ni sus lecturas, ni sus amigos. La vida

de los niños en América es tan otra que en Europa...

Trabajaba como un americano. Queria hacerse ingenie-

ro industrial. (Pausa.) Debe haber pasado algo terrible

entre padre e hijo. No sé lo que fue. Pero un dia el niño

se borró de nuestra vida para siempre. (Él, conmovido,

le toma las manos. Se las besa.) Eric. Vamos a tener dos

secretos. Escucha. El niño moreno volvió a mi. Es mi

amigo. Me escribe. Me escribe largas cartas maravi-

llosas, llenas de cosas que yo no entiendo o que creo

entender demasiado. Me enseña... Ha despertado en

su madre un nuevo ser. Tal vez por él es por lo que hoy

te enfrento así a ti y a nuestro pasado. Y es mi secreto

y sólo tú lo compartirás. No lo sabe nadie. Su padre

menos que nadie. Mi hijo vive en Rusia y trabaja para

cosas tan grandes...

FITZ MAURICE (como espantado): ¡Elena!... (Pausa larga.)

Vente conmigo, Elena. Ya no tienes amarras. Borremos

estos doce años. Allá te esperan tu casa, tu vida. ¡Aún


Un hombre y su vida 205

nos queda juventud y la vida puede darnos tanto!

(Pausa.)

ELENA: No lo dejo. Necesita tanto de mí. Está solo. Solo

como nadie... Si siquiera nos hubiera dejado probar a

amarlo. (Pausa.)

FITZ MAURICE (amargamente): Lo amas...

ELENA: Quizá... no he podido comprenderme nunca.

(Pausa.) Está solo como nadie y no lo sabe... Yo a su

lado parezco no existir, pero...

TELÓN
206

Tercer acto

Reparto

(por orden de aparición)

ÁLVARO DE IRATCHE

CORONEL DEL LLANO

SOLDADO de guardia

TAQUÍGRAFO

TENIENTE ALISEDO

CAPITAN VEGA

ANTONIO DE ALBORNOZ

JOSE GONZALEZ

MARÍA VICTORIA ROMERO

SOLDADO bruto

Son militares y revolucionarios. Álvaro de Iratche y Alisedo

llevan el uniforme del fascio español: breecbes kaki, camisa

verde azul. En el brazo llevan el brazal con la insignia de las

falanges; cinco flecbas y un yugo, simbolo de los reinos cris-

tianos de la peninsula ibérica en el siglo XVI, y en el bordado

también la letra O que significa “Ofensiva” Iratcbe está en

cabeza. Alisedo lleva una boina azul con una estrella blanca

de ocbo puntas cosida delante. Del Llano y Vega su uniforme

militar; pero con las insignias de la monarquía. Los soldados

lo mismo.
Un hombre y su vida 207

1936

El hombre: el mismo

Cuadro primero

Presenta la escena el cuarto de banderas del cuartel del regi-

miento de Córdoba N" 1 en Granada, convertido en comando

revolucionario. Al fondo un viejo sofa’ de cuero rojo y sobre

él, en la pared, un mapa de España, marcado con banderitas

como las que se usaban durante la guerra. Las banderitas son

rojas y mona'rquicas. En el a'ngulo de la izquierda una gran

vitrina donde se guardan la bandera española mona’rquica y

los banderines. Al fondo, a la derecha, un bureau americano

de color roble oscuro. A ambos lados puertas al exterior.

Colocado convenientemente bay un mueble con algunos

libros, butacas de cuero rojo, sillas y una mesita con cenice-

ros. La mesa del centro del cuarto, que es bastante grande,

está un poco corrida bacia la derecba y se ba convertido en

mesa del comando. Sobre ella bay luz, papeles, timbres. Un

sillón alto a su lado.

EscenA l

IRATCHE y DEL LLANO

Durante todo el acto un soldado que entra y sale

IRATCHE (Solo. Hablando por teléfono): Si... Y coloca el

micrófono alli mismo... Con habilidad, hombre. Sin

que los detenidos se pe‘rcaten de lo que es... Puede


208 Las descentradas y otras piezas teatrales

hacerlo el capitán Vega mismo... Pues, con maña... Y

mientras hablan estén atentos usted y su ayudante. Y el

taquigrafo. (Entra el coronel Del Llano.) ¿Estáis seguros

de poder reconocer las voces?... Magnífico. Si es así,

tenemos el problema semirresuelto. (Cuelga el tubo. A

Del Llano.) Doce horas sin ocurrírsele a estos imbéciles

que podrían reconocer las voces si las escucharan por

un micrófono.

DEL LLANO: Y que con seguridad está entre los detenidos

un locutor. Y la mujer. En todo el día no se le ha oído a

ella, y transmite una voz nueva desde la mañana. ( Pausa.)

Para mi es como una cosa alucinante esta lucha deson-

das impalpables en el misterio del espacio. Fantásticas e

inesperadas esta ofensiva y cont‘raofensiva radiotelefóni-

cas. No la estudiamos en táctica de campaña.

IRATCHE: Cada guerra nos trae una sorpresa asi.

DEL LLANO: No estoy yo muy seguro de si esta táctica

de alarmismo y desconcierto mutuos pueda tener

eficacia final.

IRATCHE: Hombre, no sé lo que resultará al final. Pero,

con Radio Granada, nosotros desde aquí, con segu-

ridad que no alarmamos ni desconcertamos a nadie.

(Llaman a la puerta.)

Escena ll

Dicbos y TAQUÍGRAFO

SOLDADO: Parte. (Se retira.)

TAQUÍGRAFO (entra con un papel en la mano. Lee): Acaba

de suicidarse el coronel Yagüe Blanco.

IRATCHE: ¿Rendida Córdoba?

TAQUÍGRAFO: Aún no. Las tropas avanzan, pero... Ahora


Un hombre y su vida 209

con el suicidio de Yagüe, es inminente la rendición. Sus

soldados se han desmoralizado. (Pausa.)

DEL LLANO: Inexplicable. Fue un soldado valiente,

como todos los del tercio. El 34, en Asturias, sofocó

él solo la rebelión, sin blanduras. Si tan sólo pudié-

ramos saber...

TAQUÍGRAFO: Transmiten el discurso de La Pasionaria.

IRATCHE: Deme. (El'taquz'grafo le da el papel que trae en la

mano, saluda y sale. I ratcbe lo lee y luego lo deja sobre la

mesa en un alto de otros iguales.)

Escena Ill

IRATCHE y DEL LLANO

IRATCHE: Sin embargo, no se confirmó la muerte de...

de. .. del ruso que mató a Sirval, al chupatintas ese que

nos ha traido tantas complicaciones...

DEL LLANO: Ivanoff. (Pausa. Suena el teléfono.)

IRATCHE (atendiéndolo): Por supuesto. Las mujeres tam-

bién... Será más fácil que hablen ellas... ¿Cuántas son?...

Pues si son seis. (Cuelga el tubo.) Mujeres por todas

partes. Son como una pesadilla... (Pausa. Atiende el

teléfono): En cuanto aterrice, que suba. (A Del Llano.)

A la vista el avión de Alisedo.

DEL LLANO: Verá usted cómo mi intuición acierta.

Solamente ahí puede funcionar una transmisora tan

poderosa. (Pausa.)

IRATCHE: Recuerdo cuando S. M. vendió el predio detrás

de la Alhambra. El harem de los sultanes y su —c0to de

caza. Realmente no fue venta. Una concesión por un

número exorbitante de años. Cientos.

DEL LLANO: Eran tierras de la corona. Podía S. M. dispo-


210 Las descentradas y otras piezas teatrales

ner de ellas y, como siempre. el dinero. (Pausa.) Duró

la concesión más que la monarquía.

IRATCHE: Un conde belga..: Mussemerman.

DEL LLANO: YO estuve destinado a Granada hasta poco

después de llegar usted de América. Un dia pensé seria-

mente en que seria útil investigar por ahí algo. Y... las

cosas que a uno se le escapan de la mente. Empezó esta

pesadilla de la República.

IRATCHE: Tiene una extraordinaria ubicación topográfica.

Y es enorme. Valle, montaña, río.

DEL LLANO: Pues figúrese; alli, en el castillo, la más mara-

villosa biblioteca del mundo a la disposición de todo

estudiante y Obrero que quiera consultarla. Grandes

laboratorios de experimentaciones fisicas y químicas

para el que se interese en esos estudios. El parque, hasta

cierta altura, abierto a ellos y a sus .novias.

IRATCHE: Un excéntrico cansado que no sabría qué hacer

con sus millones.

DEL LLANO: Eso es lo que... en fin, lo que yopensé hasta...

Por el 28, que estuvo aquí S. M. Alguien le habló de

esto. Y de más aún. Y de las estatuas que adornaban el

parque, traídas de todos los rincones de la tierra. Y de

no sé cuántas maravillas más. Y a S. M. se le ocurrió,

graciosamente, visitar el castillo. Fue una cosa seria.

Sudamos. El condenado belga... Pero creo que no es

belga... Pues húngaro o belga... o lo que sea. .., no que-

ría recibir a S. M. Pretextaba estar moribundo. Después

de una lucha titánica consintió en... ¡darle una fiesta!

(Pausa.) ¡Ese parque de ensueño en una clara noche

granadina! Jamás el más poderoso de los sultanes soñó

con una fiesta así. Pero S. M. no entró al castillo. Ni viO

las estatuas. Se habian esfumado. Cada pedestal estaba

ocupado por una hermosa mujer desnuda.


Un hombre y su vida 211

IRATCHE: ¡Qué insolencia!

DEL LLANO: Pues S. M. no lo tomó a insolencia. .. Se divir-

tió..., según su costumbre. (Pausa.)

IRATCHE: Debe de ser un hombre viejísimo. Solamente

en España... i

DEL LLANO: ¿Lo ve usted? (Pausa.) Mi general. Lamento

insistir tan-to en la conversación, pero... pero una vez

esto en marcha, yo. me pronunciaré por la dictadura

militar. La monarquía sin freno nos ha traído hasta aqui.

Estoy sinceramente con el general Mola.

IRATCHE: Y yo soy sinceramente monárquico. Además... Un

rey es sólo un simbolo. Mire usted Italia... ¿Estorba‘?

DEL LLANO: No. Algo peor: sobra. (Pausa.)

Escena IV

Dic/Jos. ALISEDO

SOLDADO (anunciando): Teniente aviador Alisedo. (Sale)

IRATCHE: Al fin, hombre; cinco horas volando. Siéntese.

ALISEDO (de pie): Luego. NO puedo. (Alisedo da muestras

de entumecimiento, de cansancio, de nerviosidad conte-

nida, basta que estalla. El juego escénico libre al actor.)

Cinco horas, y nada. Ni rastros. Ni un alambre.

DEL LLANO: El predio del belga.

ALISEDO: Es terquedad, mi coronel. No está allí. He estado

horas volando encima. Habría descubierto un alfiler.


(Llaman)
212 Las descentradas y otras piezas teatrales

Escena V

Dic/Jos. RADIO TAQUÍGRAFO

SOLDADO (entrando): Parte. (Sale)

TAQUÍGRAFO (entrando): Ha enloquecido el general

Cabanellas.

IRATCHE (irguién-dose.): ¿Qué? ¿Qué dice usted?

TAQUÍGRAFO: Que ha enloquecido el general Cabanellas.

DEL LLANO: Falso.

ALISEDO: Es verdad. (Pausa. Los otros lo miran asombrados.)

¿No es ya un síntoma de locura eso de estar pidiendo ra

todas las naciones que reconozcan su gobierno? Es una

solución como Otra cualquiera el que haya enloquecido

del todo. Asi, a medias, daba mucha guerra.

TAQUÍGRAFO: Anuncian también la detención de una mon-

jita escolapia que sacaba de su convento millón y medio

de pesetas.

ALISEDO: Vaya con la monjita.

TAQUÍGRAFO: Han apresado también los gubernistas al

Obispo de Jaén, que huía con su hermana. En poder del

obispo se encontró un millón de pesetas.

ALISEDO: El pobrecito...

TAQUÍGRAFO: Y cosidos al corsé de su hermana, ocho millo-

nes de pesetas y algunos titulos.

DEL LLANO ( con una risa que no puede contener): Los con-

denados. .. Meter las manos en el corsé del ama.

ALISEDO: Vaya con el clero...

IRATCHE (molesto, al taquz'grafo): Deme. (El taquígrafo le

entrega el parte, saluda y sale.)


Un hombre y su vida 213

Escena VI

Dichos, menos TAQUÍGRAFO

IRATCHE (leyendo el parte): Habremos captado mal. No es

posible que haya enloquecido Cabanellas.

ALISEDO (impetuoso): ¿Y no enloqueció Ferrer? (Pausa.)

Que a mi me den todos los horrores, pero... tener que

matar a un compañero a tiros, como a un perro rabioso.

Éramos compañeros, como hermanos...

IRATCHE: No es honra el que un soldado entrenado para

matar enloquezca por haber tenido que dar el tiro de

gracia a dos misera. ..

ALISEDO: Eran. Habían sido dos compañeros.

DEL LLANO: Toda guerra produce shocks en ciertos siste-

mas nerviosos. Recuerden el porcentaje que dejó la...

IRATCHE: El caso Ferrer fue morbosidad. NO shock de guerra.

ALISEDO: Seria morbosidad. Pero es como si estuviéramos

luchando con elementos, no con hombres. Alguna

fuerza más poderosa que... ¿Y Sanjurjo? Nuestro jefe

supremo. ¿Y su hijo?... En el mismo dia.

DEL LLANO: Eso fue mala pata. (Pausa.)

ALISEDO: Y que no vamos a tener mala pata con nuestros

aliados de sotana.

IRATCHE: No es momento de patochadas, Alisedo.

(Pausa.)

ALISEDO: En el fondo no es patochada. .. Es sinceridad que

se escapa por patochada. Nuestros aliados de sotana me

pesan. Verá usted al final. Fueron el morbo de España.

Y...

DEL LLANO (con sarna): Y usted que es un monárquico

liberal. . ., liberalote. . '.’

IRATCHE: Sin religión, España no es España. (Llama el

teléfono. Atiende.) ¿Si? ¡Al fin! . .. ¿Dos voces de hom-


214 Las descentradas y otras piezas teatrales

bre?... Si... Y una sola de mujer... Si... Me parece admi-

rable. .. En cuanto tenga algo concreto, suba. (Cuelga el

tubo. Pausa.) Silenciar esta radio es para nosotros asunto

de vida o muerte. Depende de ella toda Andalucía. Y de

Andalucia, tal vez dependa la suerte de España...

DEL LLANO: Es como luchar con el demonio.

IRATCHE: Con el demonio luchamos. Y con la ayuda de

Dios...

ALISEDO: Ese aliado se ocupa muy poco de nosotros.

(Pausa.) No puedo quitarme a Gay de la imaginación.

Arrastrado, pisoteado, con las insignias de su honor

arrancadas. ..

IRATCHE: Lo vengaremos. La turba roja temblará ante nues-

tras represalias...

ALISEDO: Pero hasta ahora, ellos. Galán y Hernández están

vengados... Gay, que firmó su condena. Ferrer, que les

dio el tiro de gracia... Y Yagüe Blanco y Sanjurjo... y

Cabanellas. Su aliado se porta mejor que el nuestro.

IRATCHE: Alisedo, hace tiempo que usted olvida quién es

y con quién habla. (En el momento en que Alisedo se

cuadra y hace la venia, llaman.)

Escena VII

Dichos. TAQUÍGRAFO

SOLDADO: Parte. (Sale)

TAQUÍGRAFO: Rendida Córdoba, sin confirmación. (Iratche

y' Del Llano se miran.) Derrota en Guadarrama. La

columna de voluntarios mandada por don Paco Ilaraz

copó a los nuestros, que, diezmados e incomunicados,

sólo disponen de un cañón. Están cercados por el bos-

que ardiendo.
Un hombre y su vida 215

IRATCHE: ¿Paco Ilaraz, has dicho?

TAQUÍGRAFO: Don Paco Ilaraz, al frente de una columna de

milicianos del gobierno. Agrega el parte que don Paco

ha donado a los... del gobierno cinco aviones de bom-

bardeo con sus equipos. Y costea las armas de sus...

IRATCHE (violento): Traiga. (El taquigrafo le da el parte,

saluda y sale. Iratcbe lee con ceño duro. Deja el papel,

en silencio.)

Escena VIII

Dic/90s, menos TAQUÍGRAFO

DEL LLANO: ¿No puede traer los partes un soldado? Este

imbécil ya me tiene enfermo. Es él el de la guigne.

IRATCHE ( con amargura): ¿Cree usted que Otro?. .. Tiene razón

Alisedo. Hay algo de pesadilla en esto. (A Alisedo.) Mañana

a primera hora usted repetirá el vuelo. Llevará con usted un

observador. Cueste lo que cueste hay que...

ALISEDO (cuadrado militarmente): Mi general, no. Mándeme

donde quiera, al puesto de más peligro. A la linea de

muerte cuando ataquen. Pero no vuelo más sobre

Andalucía. (Pausa violenta.) ¿Me permite Su Excelencia

explicarme? YO soy andaluz. Granadino. ¿Quiere poner-

se usted en mi caso? Hoy, en mi vuelo... Tan alto... LO

abarcaba todo. La cinta quebrada del camino a Motril. A

ese camino yo lo he sentido siempre con un orgullo como

de raza... Por él, en 1492, salieron de España los últimos

moros que pisaron. como dueños nuestro suelo. Iba con

ellos Boabdil, el último califa, con, su madre. y sus muje-

res. Salían vencidos y Boabdil se volvió llorando a mirar

por última vez a Granada, tan blanca...

DEL LLANO: Lo sabemos, niño. Lo hemos aprendido en el


216 Las descentradas y otras piezas teatrales

colegio. Y su madre, la reina mora, lo increpó diciéndo-

le: “Llora, llora como mujer lo que no supiste defender

como hombre”

ALISEDO: Y yo he llorado esta tarde como mujer viendo

desde mi avión entrar los moros en Andalucia. Entraban

como demonios negros en sus jaiques blancos. YO los

veia en mi anteojo, bailando... Entraban bailando y

contorsionándose y chillando... Ellos también tienen

sus leyendas. ¡Les llegó el gran día de entrar en España,

a matar españoles! . ..

IRATCHE: ¡Alisedo!

DEL LLANO: No se excite, Alisedo... (A Iratche, como dis-

culpa'ndolo.) Ha hecho la campaña de África. Le mata-

ron dos hermanos en Monte Arruit.

ALISEDO: No sabe usted que muchas familias moras... y

judías, guardan aún como reliquias las llaves de sus

casas de Córdoba y de Granada, que se trasmiten en

herencia de generación a generación... y que creen

encontrarlas intaCtas. ..

DEL LLANO: Traerán esas llaves en sus mochilas sucias.

(Pausa.) Creen, también, que cuando la mano grabada

en piedra en la torre de la Alhambra toque la llave

grabada en la pared opuesta, ellos volverán a Granada

como señores.

ALISEDO: Allí arriba hoy yo recordé esto... Sería tan fácil

bombardear la Alhambra, tirar la torre y que mano y

llave...

IRATCHE: ¡Basta de absurdos! No entran como enemigos

los moros en España. Son nuestros vasallos. Son tan

españoles como usted.

ALISEDO: Más españoles eran aquéllos. Eran los creado-

res de esta grandeza. De esta belleza de Andalucía.

(Llaman)
Un hombre y su vida 217

Escena IX

Dicbos. TAQUÍGRAFO

SOLDADO: Parte. (Sale)

TAQUÍGRAFO: Dos aviones italianos de bombardeo que

traían armas largas y ametralladoras para Franco, han

caído juntos en Saira, África francesa. Pero catorce han

llegado a Nador.

DEL LLANO: ¡Por fin una noticia para nosotros!

TAQUÍGRAFO: Los Oficiales italianos que los pilotean y los

técnicos que los acompañan se incorporan al ejército

del general Franco.

ALISEDO: Hace unos días fusilaron los leales...

IRATCHE: Un momento... Hemos convenido evitar la

palabreja.

ALISEDO: Disimule usted. Los del gobierno. A un oficial

alemán que peleaba en nuestras tropas. (Llama el telé-

fono. Iratcbe atiende.)

IRATCHE: Oigo... Bien, bien... No es momento éste de

andarse con contemplaciones... Ha interpretado usted

mi pensamiento... Si... Amarro... Pero en blanca,

hombre; amarro en blanca... No, la mujer todavia no...

Reservémosla como última carta... Si. Asústela sola-

mente. (Cuelga el tubo.)

TAQUÍGRAFO: El general Mangada derrotó en Navalperal

“al reaccionario Doval, que masacró a los mineros

de Asturias” Textual. Importantisimo: Rusia radia

cada dos horas mensajes de aliento a los obreros de

España. Promete ayuda moral y material. (Pausa muy

larga. Iratche y Del Llano se miran. Alisedo esta' som-

brío.) En Ceuta, el general Gotier, uno de nuestros

jefes, se ha suicidado.

IRATCHE (bruscamente): Esto es absurdo. ¿Pero no pueden


218 Las descentradas y otras piezas teatrales

ustedes tomar de alguna manera nuestra onda? Estamos

aislados entre los alarmismos del campo enemigo.

TAQUÍGRAFO: Excelencia. Desgraciadamente, esta clase

de informaciones de Radio Granada se han confirma-

do todas.

IRATCHE (lo calla con un gesto y llama al teléfono): Hola,

Hola. Comando. Que el capitán Vega se ponga Otra vez

al aparato... Hola. Hola. ¿Vega?... ¿Eso marcha?’... Si,

si... Apriete. Apriete sin: piedad... En cuanto consiga

algo concreto, suba... Si. Sin piedad. Rómpales, róm-

pales. (Cuelga el tubo.)

TAQUÍGRAFO: Hay más. Oviedo. El pueblo cerca los cuarte-

les y nO deja movilizarse a los nuestros. Arde un hospital

donde se habian refugiado con sus. familias algunos

revolucionarios. Los mineros atacan con dinamita.

IRATCHE: Traiga. (El taquigrafo le da el parte.) Si consi-

guieran ustedes comunicar siquiera con Radio Sevilla.

Oyendo a Queipo del Llano quizá...

TAQUÍGRAFO: Imposible. Mientras Radio Granada...

IRATCHE: Vaya, vaya. (Sale el taquigrafo.)

Escena X

Dic/Jos, menos TAQU‘ÍGRAFO

IRATCHE (lee un momento): Y menos mal que Franco reci-

be d‘e Italia material bélico. Y que Alemania, por Portugal

y por Algeciras, puede también...

ALISEDO (ya sin control): Y, en cambio, Franco ofrece a

Italia, Mallorca y Ceuta.

DEL LLANO: Mahon y Ceuta.

ALISEDO (jadea agresivo): ¿Qué ofrecerá a Alemania? ¡Y

nos manda moros para reforzarnos en Granada! ¿Pero


Un hombre y su vida 219

usted, Iratche, que es un hombre sincero y de talento,

no comprende; ciega tanto el Odio, que usted no pueda

comprender hacia dónde deriva esta aventura en la que

tantos hombres de bien nos embarcamos por amor a

España?. .. ¿O soy yo que también estoy loco? Por Odio

al pueblo, al pueblo que es nuestro, que es España, la

entregamos maniatada y deshecha al extranjero. Eso

es traición. Eso en cualquier idioma se llama traición.

(Del Llano e I ratcbe se ponen de pie.) Y traición es traer

infieles a tierras de España y armarlos para que maten

españoles... Y traición y brutalidad ciega es haber enga-

ñado a la tropa, que es pueblo, y que en cuanto escuche

a los suyos. ..

IRATCHE ( con autoridad): Cállese.

ALISEDO: No. Sé lo que digo. Hemos encendido Europa,

hemos dado a Rusia el pretexto que buscaba. Me temo que

ninguna fuerza humana ni divina pueda ya detener...

IRATCHE: Cállese, repito.

ALISEDO: Hemos enseñado a la turba del bronce cómo

defenderse y defender sus ideas... Cómo se pone a un

lado la herramienta y se toma el fusil... Y a los soldados

cómo puede volverse el fusil contra el amo. Y arrasarán el

mundo. No están preparados... ¡Arrasarán el mundo!

DEL LLANO: Alisedo... ¡Basta!

ALISEDO: Y hemos rewelto el limo de España. ¿De dónde

habéis sacado esos requetes carlistas, de boina roja,

que ya estaban muertos hasta en la historia? ¿Y esos

moros? Esos demonios epilépticos que entraban esta

tarde en Andalucia danzansdo su .danza de triunfo...

¡Traidores!

IRATCHE (casi con un grito): ¡Basta! (Pausa.) Del Llano,

desármelo.

ALISEDO (lo detiene con un gesto): No hace falta. (Se la


220 Las descentradas y otras piezas teatrales

quita él mismo y se: la entrega a Iratche.) Aquí la tiene

usted. Hoy no sirve en mis manos. Hasta hoy ha esta-

do limpia.

IRATCHE: Teniente aviador Alisedo. Usted está enfermo

y se recluirá en su cuarto. Posiblemente en horas o en

dias nos atacarán las fuerzas gubernamentales y el pue-

blo se amotinará contra nosotros en cuanto lleguen sus

milicianos. Entonces usted saldrá al frente de un pelo-

tón que se le designará. Y lo matará la primera bala.

ALISEDO: He comprendido, Excelencia. La primera bala

leal me matará.

IRATCHE: Coronel Del Llano. Organicele una guardia dis-

creta. Es necesario que esto no trascienda a la tropa. Y

muy someramente a la oficialidad. (Del Llano bace la

venia militar y sale con Alisedo.)

Escena XI

IRATCHE solo

Iratche, con un maravilloso dominio de si mismo, se recom-

pone en pocos momentos. Es un hombre y un señor que no

se permite la más minima exteriorización de sus emociones.

H ojea y relee los partes. Va bacia el mapa de España marca-

do con banderitas, que bay en la pared. Saca algunas bande-

ritas y lo mira largamente; mira largamente las banderitas

en su mano. Está solo con su conciencia. En un momento,

de pie con las manos en los bolsillos, se queda inmóvil,

sumido en una como meditación y como estupor. Lo saca de

él una llamada a la puerta.


Un hombre y su vida 221

Escena XII

IRATCHE y TAQUÍGRAFO. Después DEL LLANO

SOLDADO: Parte.

TAQUÍGRAFO: Llegó a Algeciras un buque alemán con mate-

rial bélico para los nuestros. (Pequeña pausa.) Francia

ayuda francamente al gobierno. Se Confirma la muerte

en la batalla de Guadalajara de los generales Barrera

y González Lara y del almirante Fontenla. (Entra Del

Llano. Silencioso. Abatido. Al ver al taquigrafo le bace

con la mano cuernos contra la guigne. Se sienta.) Toda

Cataluña, Valencia, perdidas. El gobierno tiene el con-

trol de todo el Levante. Menorca no se sublevó.

DEL LLANO: Nunca tuve fe en Cataluña. No era posible...

TAQUÍGRAFO: Barcelona está enteramente en poder de los

gubernamentales. Sobre sus principales edificios acribi-

llados a balazos ondean banderas rojas. Se renueva total-

mente el gabinete con miembros del Frente Popular...

Anarquistas y sindicalistas armados de máuseres con

distintivos rojos, patrullan las calles en automóviles

particulares requisados por ellos. El jefe sindicalista

Buenaventura Durruti marcha sobre Zaragoza al frente

de sus milicias: gubernistas. ..

IRATCHE: Hasta las palabras están trastocadas hoy en

España... Mire que ellos gubernistas, y nosotros revo-

lucionarios... Y ellos leales... Siga.

TAQUÍGRAFO: No queda en Barcelona un templo en pie. Ni

una imagen sagrada que no esté destrozada. Los menos

dañados están convertidos. en hospitales dezurgencia.

La iglesia de las Salesas ha sido arrasada. Más de quince

momias de monjas están tiradas por las callejas de los

alrededores. . .

DEL LLANO: ¡Qué horror! . ..


222 Las descentradas y otras piezas teatrales

IRATCHE: Sacrílegos... Están atrayendo sobre España la

cólera divina... (Pausa.) Deme (El taquigrafo le entrega

el parte, saluda y sale, Iratche lee el parte, lo pone en su

sitio con los otros. Hay una pausa larga.)

Escena XIII

IRATCHE y DEL LLANO

IRATCHE: ¿Y?. ..

DEL LLANO: Arreglado. (Pausa.) En fin. . ., cosas de la gue-

rra. N ecesitaria un médico. No un arresto. Cinco horas

de vuelo... Esta radio infernal... Pobre muchacho.

Hoy he comprendido el clima de los suicidios. (Pausa

larga.) Tiene como alucinaciones de jaiques blancos de

moros y de boinas rojas de requetes. (Pausa larga.) Se

alzan como pesadillas del pasado. ( Pausa.) Nuestra mar-

cha triunfante sobre Madrid... ¡El poder conquistado

en horas!... Y hoy es treinta y uno de julio... ¡Treinta

y uno de julio de 1936!... (Pausa.) Y aquí estamos sen-

tados escuchando los partes del enemigo.

IRATCHE: ¡El brutal asesinato de Calvo Sotelo lo desqui-

ció todo! Nunca me he sentido cruel... Pero hoy...

Tomaré represalias como nadie las sueña. Los romperé

por el espanto...

DEL LLANO: ¡Pobre Calvo Sotelo!... ¡Qué finall...

(Pausa.) Mala pata. O guigne. O lo que sea... Como

quiera usted llamarla... (Pausa.) Siento algo como si

la fatalidad de la tragedia griega, con sus negras alas

abiertas se cerniera sobre España. La. siento aquí.

En este momento... nos roza con sus: alas... (Pausa.)

¿Quién en los años por venir cantará estas gestas de

magnífico horror?... ¿Homero?... ¿Sófocles?... No.


Un hombre y su vida‘ 223

Mejor Euripides. .. Un nuevo Eurípides encendido en

rojo... (Pausa.) ¿Cómo, desde los años por venir nos

situará la historia que escribirán los hombres que aún

no han nacido?... ¿Qué pensamientos, qué formas de

vida tendrán esos hombres que?...

(Mientras termina este parlamento se oscurece la escena

para dar lugar al cambio del segundo cuadro.)

:‘Cuadro segundo

Presenta la escena un calabaza del cuartel. Paredes escuetas

de piedra. Al fondo, alto en el muro, un ventanuco con" lOs

vidrios sucios. A la izquierda, puerta de entrada con mirilla

de rejas. También a la izquierda, al fondo, un camastro de

soldado. Al fondo, a la derecha, bay un extraño sillón de

madera tosca y agresiva, con mucbas correas. Durante la pri-

mera escena el soldado de guardia y el soldado bruto traen

una mesa de pino y dos altos sillones fraileros que colocan

a la derecha del espectador: Ponen sobre la mesa timbres,

recado de escribir y una bandera con una botella de cognac,

vasos y una caja de puros. Sólo bay —pegada al tecbo- una

bombilla de luz muy débil. El soldado bruto lleva unifor-

me del tercio y la barba que significa que ya ba peleado en

África. Es fornia'o ‘y mal encarado. Figura ser alta nocbe; casi

la madrugada. Lámpara de petróleo. Frente al camastro, de pie,

Antonio Albornoz. Lleva un traje de americana, correctisimo

—y para el trance que ba pasado- impecable. Una camisa

de sport blanca, abierta. Sólo está algo despeinado. Ma's al

fondo, a la derecha, junto a la silla de las correas, González,

que es un obrero que viste overall. Tiene el overall roto, los

pelos revueltos y un par de esposas puestas. A su lado, Vega


224 Las descentradas y otras piezas teatrales

le bace guardia. Vega es un capitán de tropa, no joven, de

bigotes. Viste el uniforme de ordenanza, pero con las insig-

nias de la monarquía. Tiene en un ojo la señal inequívoca

de un puñetazo.

Escena I

IRATCHE, DEL LLANO, VEGA, ALBORNOZ, GONZÁLEZ y

SOLDADO, que entra y sale

IRATCHE: ¿Conque seguimos en plan de héroes? Sabéis que

lleváis aquí. casi diez horas? (Pausa.)

VEGA (babla, pero al fondo. Iratcbe y Del Llano casi no le

oyen): Agotan a cualquiera estos malditos...

ALBORNOZ: Es completamente estúpido..., más estúpi-

do que cruel, martirizar hombres para que “canten”

Hombres como nosotros... ¿Usted .hablaría bajo el

tormento, don Álvaro de Iratche?

VEGA: ¡Cállate, bestia insolente!

IRATCHE: Déjelo. (Al obrero.) ¿Y tú? Di también

tú..., dí...

GONZALEZ: José González. Para servir a su excelencia. Y

duro: (Les muestra los biceps.) Pueden pegar si quieren.

Y apretar. Se resiste...

ALBORNOZ: ¿Hasta cuándo tendré que repetir que este

hombre no dirá nada, porque nada sabe? Es una feroci-

dad tonta... E inútil.

GONZALEZ: Déjalos tú... Además, hombre, que algo sé...

Y mientras me dan a mí..., pues... que tú te repones.

Tiene su utilidad...

VEGA: Aunque no sepas nada. Por gusto. Lo que siento

es no haberte dado más fuerte, animal... Pero, espé-

rate ahi
Un hombre y su vida 225

GONZÁLEZ: De usted cuando quiera, señor aristócrata...,

señor general... ¿Es que es usted también general?...

¿Verdad?... (Durante estos parlamentos, los soldados

terminan de traer mesa, sillas y dema's implementos.)

ALBORNOZ: Me dais asco y vergüenza, salvadores de España.

Que habéis echado sin piedad hermanos contra herma-

nos... hijos contra padres... Sois pequeños y miserables.

Desproporcionados al mal que habéis hecho. Camisas

azules. Máscaras ridículas. ¡Qué ganas tenia de veros las

caras! Don Álvaro de Iratche y Fuencarral, cómo quería

yo saber si su cara era una cara humana... Ver cómo eran

sus ojos... Los ojos de uno de los principales causantes

de esta hecatombe... Ver cómo eran los ojos con que

mira usted la vida. Conque mira usted su Obra. ¿Está

Usted satisfecho?...

VEGA: Ten la lengua, maldito...

ALBORNOZ: Permiteme siquiera dar las gracias a tu general.

(A Iratche.) A usted, señor duque, que con sus bestiales

represiones, con sus persecuciones Obreras y no obre-

ras, con su sombría politica de estos últimos años ha

sido nuestro más precioso auxiliar... Ha despertado

usted más conciencias, levantado más voluntades y

encausado más fervores sociales que el más encendido

de nuestros propagandistas. Debemos a usted mucho y

se lo reconocemos.

IRATCHE: Y yo acepto su reconocimiento”; Señor...

señor...

DEL LLANO: Antonio de Albornoz. .., abogado granadino,

discípulo brillante en la cátedra de Fernando de los

Rios...

IRATCHE: Muy bien. Ya estamos presentados. Puede usted

seguir hablando.

DEL LLANO (tomando un cigarro de la caja sobre la mesa,


226 Las descentradas yotras piezas teatrales

encendie'ndolo y senta’ndose cómodo en un sillón): Pues

nos espetará una conferencia marxista... Todos pade-

cen verborragia aguda...

IRATCHE (tomando también un cigarro de la caja y senta'ndo-

se): Si. Algo. Pero es útil. Una cosa que siempre me ha

sido. útil en la vida es conocer el nombre y los puntos de

vista de mis adversarios.

ALBORNOZ: Y a mí los ojos de los míos. (Pausa.) Pues con

esta asonada, que algunos de vosotros creen un motín

militar —y que no es tal cosa- habéis adelantado nues-

tra Obra en cien años. Habéis aclarado el horizonte de

Europa. Habéis puesto frente a frente las dos únicas

fuerzas que hoy sacuden el mundo: Roma y Moscú.

Todo lo demás es camouflage... hojarasca que se llevará

el viento. Sólo hay Roma y Moscú.

DEL LLANO: ¿Y ésa es la noticia que nos trae?

IRATCHE (frio. Duro.)- Pues Moscú no será nunca una

fuerza en España. Y hay que no conocer a España para

creerlo.

GONZÁLEZ: ¡Salud, compañero! (A Vega.) Eso lo has des-

cubierto. tú, ¿verdad?

IRATCHE: Un español no perderá jamás su personalidad

para convertirse en tornillo de una máquina social.

ALBORNOZ: Por eso vosotros servis a Roma.

DEL LLANO: Puede que no sea a esa Roma a la que sirvamos.

IRATCHE: Aún le quedan a España hombres que darán

hasta la última gota de su sangre para defenderla de tu

peste roja. Hombres para los que las sagradas tradicio-

nes de su raza son la raíz misma de su vida. Hombres

que creen en Dios. Y en España.

ALBORNOZ: Y que con el nombre de Dios por lema han

desatado sobre España el aluvión de sangre que la arra-

sa... ¡En qué Moloch sangriento. y aullante habéis con-


Un hombre y su vida 227

vertido a vuestro Dios!... Y no os son bastantes todas

las vidas que le inmoláis. .., le estáis inmolando también

toda la belleza de España, tOdos los tesoros magníficos

de su arte en los siglos. .., todo el esfuerzo de sus manos

en siglos...

DEL LLANO (poniéndose de pie): ¡Blasfemo! . ..

ALBORNOZ: A esa peste roja que os horroriza, la habéis

desatado vosotros.

DEL LLANO: Sí que es un punto de Vista...

ALBORNOZ: Vosotros nos habéis desatado este caos de fuer-

zas incontrolables. .. Y toda la sangre que se derrama. . .,

¡toda! . . ., la estáis derramando vosotros... Y a todas las

manos armadas que se alzan masacrando a España...,

¡a todas! . . ., ¡las habéis armado vosotros! . .. ¡Y vosotros

nos habéis enseñado la horrenda lección que no quisi-

mos aprender de la historia y que la historia nos cobra

hoy.-. con qué intereses!... (Pausa.)

IRATCHE ( duro. Fria): Histrión.

ALBORNOZ: Si. Histrión. Todos lo somos un poco. Es nues-

tra tara racial. (Pausa.) Don Álvaro de Iratche... ¡Qué

histrión magnífico fue usted cuando, en la almoneda

del Palacio de Oriente, compró a un precio fabuloso las

dos jacas de doña Victoria y las mató alli mismo de un

pistoletazo! ¡Nadie montaria las jacas de su reina! . .. ¡Y

cómo encendió el gesto histriónico a su claque isabeli-

nal... ¿Lo recuerda?... (Iratcbe se domina con esfuerzo

y en gesto incontenible golpea el timbre.)

DEL LLANO: Hombre... Qué enterado estás de nuestra

vida social... (Entra el soldado.)

IRATCHE (violento): ¡Luz!..¡ ¡Trae luz!

ALBORNOZ: ¡Qué magnifico gesto vacíol... ¡Y qué espa-

ñoll... Nuestra sensibilidad para esos histrionismos,

vacíos de todo contenido vital, nos cuesta esto. Desde


228 Las descentradas y otras piezas teatrales

ese día, don Álvaro de Iratche, mi españolísima emo-

ción por los gestos y por las frases se tornó en un como

erizamiento de angustia hostil... Tuve miedo. Vi en los

cantes de mi tierra... y en los sonoros versos españoles,

y en las glosas de los tablados a la vieja España sensible-

ra, el veneno oculto que nos torcía el sentir. El veneno

que se nos entró por las venas aquel catorce de abril


de 1931 en que todos nos sentimos primeros actores y

quisimos dar en sonoros versos castellanos una lección

de civismo al mundo... Enseñarle cómo puede hacerse

una revolución con guantes blancos.

DEL LLANO: Tú estás viendo cómo hemos aprendido la lección.

ALBORNOZ: Hoy la historia nos cobra la bravata.

DEL LLANO: (siniestro): Siempre hay quien cobre las bra-

vatas, niño.

IRATCHE: Se cobran generalmente al amanecer.

ALBORNOZ (casi como para simismo): Francia dio al mundo

en los setenta un sentido firme y seguro de la libertad y

del derecho humano, Rusia ha podido cimentar...

DEL LLANO: Que te calles, niño...

VEGA: Te tragarás ese Rusia...

ALBORNOZ: Estos años han sido sólo el compás de espera

que si lo recordáis tuvo también Francia e intentó

tener Rusia.

DEL LLANO: Y dale con Rusia...

ALBORNOZ: Hoy —¡por fin!— vosotros nos habéis iniciado

nuestra verdadera revolución. Al sacudir a España, al

removerla hasta lo más profundo de sus raíces secula-

res; al forzar a fuego todos sus resortes vitales, habéis

puesto viva y palpitante frente al mundo la verdadera

España. La que se iba gestando en el silencio y en la

paz... como el niño en el vientre de su madre... Tal

vez la hayáis despertado prematuramente..., pero ahí


Un hombre y su vida 229

está... ya frente a la otra..., a la vuestra..., a la vieja, a

la tambaleante. ..

DEL LLANO: ¡Cómo os aplastaremos!

ALBORNOZ (siempre como para simismo): Quizá. .., quizá...

¿Por qué no?... Pero no creo que ya la vida permita

otro compás de espera. Tal vez os apoderéis de España...

por una semana, por unos meses. Qué cuentan unos

meses, unos años en el drama implacable y eterno de

la evolución humana... No pesan un segundo... Pero

virtualmente España ha acabado ya con vosotros.

VEGA: Con qué gusto acabaré yO contigo.

ALBORNOZ: No es lógico... No. Es que vosotros no lo com-

prendéis... Seria como detener el tiempo en su marcha

implacable... Como detener el sol en su preordenada

órbita cósmica...

GONZÁLEZ: Pero si está claro, hombre. Con el abolengo que

tienen, estos señores deben descender de Josué. .. (A Vega.)

¿No serás tú, por casualidad, el descendiente directo?

ALBORNOZ: Quizás entréis en Madrid despertando los ecos

de aquel grito de “¡Vivan las caenas!” que oyó España a

sus turbas bajo Fernando VII. Por algo sois los resucita-

dores de aquel momento sombrío de traiciones y entrega

al extranjero, que para vergüenza nuestra consigna la

Historia. Quizás entréis... ¿por qué no?... Y os acorra-

léis alli en vuestros cuarteles y os acorraléis en todos los

cuarteles de España mientras el pueblo se masacra y se

aniquila. .. Quizá marchéis. .. ¿por qué no?, triunfadores y

marciales al son de vuestras fanfarrias sobre una España de

muertos... Hollando vuestras botas fango de sangre, fango

rojo y viscoso... Fango. que bajo el triunfal paso de oca

de la bota extranjera se alzará incontenible como una roja

marea cósmica que os ahogará... que ahogará a España,

que ahogará al mundo.


230 Las descentradas y otras piezas teatrales

DEL LLANO (a Iratche): Mi general... basta.

ALBORNOZ: Bota extranjera que marcha a la conquista

del suelo español, bendecida en nombre de Dios por

sacerdotes Españoles. ..

IRATCHE: ¡Calla!...

ALBORNOZ: ¡Vuestros sacerdotes!... ¡Vuestro cardenal!...

(Pausa.) Y quizá... ¿por qué no?. .. realicéis vuestro

sueño de darle a él las riendas de España hasta...

IRATCHE: ¡Que te calles he dicho! . ..

DEL LLANO: Que peligroso es hablar demasiado.

ALBORNOZ: Y captar bien las ondas de las radios enemigas y

conocer sus claves. (Hay en el ambiente una pausa estre-

.mecida.)

IRATCHE: Y recibir oro de Rusia...

GONZÁLEZ: No ha llegado todavía. Hasta la fecha son nada

más que proyectos.

ALBORNOZ: Pero llegará. Y sois vosotros los respOnsables

dimectos de esa deuda de España... y de sus conse-

cuencias.

GONZALEZ: Es el socorro de un pueblo a otro pueblo en la

desgracia. Son nuestros ¡hermanos los trabajadores que

nos lo envian. Como nos lo enviarían si nos hubiera

asolade un ternemoto o un maremoto. También nos

envían oro los minenos miserables de Gales. .. y nos lo

mandarán todos los obreros del mundo. Pero vuestro

oro de Roma. ..

DEL LLANO (a I mataba): Basta ya. mi general.

IRATCHE (levantando la Deje usted. No basta aún. ..

VEGA: Ya verás, animal, qué fresco es el aire de la madru-

gada detrás del cuartel.

GONZALEZ: Pediré como deseo otro puñetazo...

DEL LLANO (a Vega y Gonzalez): ¡Callaos! Que .se calle

alguien, aunque seáis vosotnos. .(Pausa.)


Un hombre y su vida 231

ALBORNOZ: Lástima de héroes... Porque sois héroes...

héroes hasta la locura heroica... (Pausa. ) A nosotros,

seres de dentro para fuera, nos enciende la esperanza del

mañana del mundo..., que da alas..., pero a vosotros,

seres de fuera para dentro...., ¿qué os enciende?

IRATCHE: Dios. Cristo.

ALBORNOZ: Damos a esos nombres un valor diferente.

(Pausa.) Pero, por qué ese fanatismo ciego, ese miedo

irrazonado de ver cae-r un estado social Caduco, que ya

no sirve, que ha fallado, que sólo es una sombra que

va desvaneciéndose en la historia... A qué agarraros

a- lo muerto, a lo podrido, a lo que hiede, cuando

delante de vosotros está la vida que os. necesita, Como

necesita de cada cosa que ella ha creado.

GONZALEZ: Anda. Tienes razón. Que me recuerdan estos

caballeros al perro del pastor de tu cortijo..., el del

gallego aquél, al canelilla. El! pobre animalito que

tuvimos que matar a tiros porque defendía a bocados

a su dueño... y no nos dejaba acercarnos a éi para

ente-rrarlio.

Estás de nena hoy, Pepe.

GONZALEZ: Debe ser el olor de amanecer que hay en la

atmósféra...

DEL LLANO: Qué gracia tiene tu secretario...

ALBORNOZ:: ¿Lo habéis notado? es la: fuerza de España.

Éstos son los hombres. que en chunga se dejan matar

por una idea. Ésta es la España de que vosotros os

habéis olvidado, la que or barrerá. ..

GONZÁLEZ: La que acabará: con vosotros.

VEGA: No. Contigo acabará yo.

DEL LLANO: No lo hemos olvidado. Y hemos notado

muy bien que ten-emos lla jaula a una cumplida

delegación de la: España nueva. Que hemos echado


232 Las descentradas y otras piezas teatrales

mano a los dignos representantes de las tres fuerzas

que nos,dan batalla. El “noble” pueblo, el “florido”

intelectual... y la mujer “nueva”. La mujer está den-

tro, pero cuenta. Estamos todos... (González se le

escapa casi a Vega y como buscando, mira debajo de

la mesa.)

VEGA: ¿Qué haces, condenado?

GONZÁLEZ: Busco. ¿Dónde habéis metido vosotros a vues-

tro cura? ¿O es que no estamos completos?

DEL LLANO: Está también fuera, divirtiéndose con la

niña...

ALBORNOZ: Hombre. Que usted también tiene ángel...

Pero que muy bien.

IRATCHE: Y a esos tres símbolos de la España nueva, muy

simbólicamente, los alinearemos en la madrugada. (A

Del Llano.) ¿Quiere usted extender la orden? (Del

Llano se acerca al bureau del fondo y maniobra con los

papeles.)

GONZALEZ (a Vega): La importancia que te darás tú man-

dando el pelotón.

DEL LLANO (a Albornoz, desde sus papeles): Lástima que no

podrá usted ver quién barre a quién...

ALBORNOZ: No me interesa verlo... Con saberlo me

basta... Y lo sé. (Pausa.) Si vosotros ya habéis pasa-

do... Si esto es sólo la última guiñada que nos hacéis

desde el fondo de la historia. Os despedís. Os acabáis

de despedir brillantemente encendiendo en Europa la

hoguera en que arderán los restos de una civilización

que no tiene ya nada que dar... Os vais con ella. Sois

podre. Si os caéis solos... Si solitos os habéis puesto

delante de la escoba...

GONZALEZ: Del cañón, hombre. No te achiques. Del cañón.

No equivoques el arma.
Un hombre y su vida 233

DEL LLANO: Déjale. Está muy bien dicho. De la esco-

ba. Por eso mandáis mujeres a vuestras vanguardias.

Valientes...

ALBORNOZ: En la España vuestra, en la que se va, habia

“mujeres”. . .; en ésta, la nuestra que llega, hay españolas

y españoles. . ., seres humanos iguales..., no “mujeres”

DEL LLANO: Entendido. Ella a la guerra... y tú hilando...

O estudiando oratoria marxista...

ALBORNOZ: Ni yo hilaré ni ella luchará solamente cuando

necesitemos hacerlo..., y ambos estudiaremos lo que

haya que estudiar...

DEL LLANO: Me da el corazón que no estudiaréis mucho.

(A Iratcbe.) Firme usted, mi general.

ALBORNOZ: Bueno. Estudiarán otros... (Iratcbe firma. Deja

el papel sobre la mesa.)

IRATCHE: Responderéis a Dios y a _España de lo

que habéis hecho de sus mujeres, de sus futuras

madres...

ALBORNOZ: Y vosotros, a ellas mismas les responderéis de

lo que habéis hecho de ellas. (Pausa.)

IRATCHE: Sacrílegos. La mujer española..., ante el mundo

la inviolable, la sagrada...

ALBORNOZ: De su sagrario, de su inviolabilidad, la redimi-

remos nosotros. La hemO; ya redimido. Quede de esto

lo que quede, hoy está liberada la mujer española. Y con

ella salvada la raza.

DEL LLANO: ¿Liberada de su pudor..., de su castidad?...

ALBORNOZ: Quizás. Y del tablado. Y del convento. Y de la

carne helada en castidad. Y de la carne quemada en...

¡Las sagradas mujeres de vuestra España! Cerradas

a la vida que era tan de ellas como vuestra. Con su

inteligencia aherrojada como la de las mujeres "de los

harenes, con curas glotones, ignorantes y de uñas sucias


234 Las descentraas y otras piezas teatrales

por eunucos guardianes. Siervos de salón o siervas de

cocina..., pero siervas... Que no solamente es sierva la

que trabaja con sus manos.

DEL LLANO: ¡Te callarás, demagogo de albañal!

IRATCHE: Dejarlo que se maree hablando. Y que descargue

de una vez la presión del amarro...

ALBORNOZ: N o me mareo yO hablando. Y no será hablando

cómo descargue la presión del amarro. (Pausa.) Pero si

con vosotros hay que hablar. Si. ésta es la guerra de las

ideas. Si a vosotros con lo que hay que bombardearos

es con bombas de entendimiento.

DEL LLANO: ¡Señor!... Cuándo acabará esto... (Se pasea

nervioso.)

ALBORNOZ: Si mientras vosotros —vuestro Gil Robles- con

el pretexto de maniobras militares, hacia trincheras en

Guadarrama y ponía en pie de guerra a los cuarteles...

Mientras cada una de vuestras iglesias. —de vuestros

focos de sombra- era un centro activo de conspiración

y de embrutecimiento... Mientras organizabais desde

vuestros confesionarios el más perfecto sistema de espio-

naje del mundo; nosotros sin más recurso que la palabra

emprendimos la cruzada del entendimiento.

DEL LLANO (recalcando): Del entendimiento...

ALBORNOZ: Y ya veis; a veces conseguimos impactos serios.

Con palabras habladas o escritas os hemos copado las

mujeres.

DEL LLANO: Qué mujeres...

ALBORNOZ: Hasta las vuestras han evolucionado. Mientras

vosotros las reverenciabais en lossalones, o las profana-

bais en los tablados, o las enterrabais vivas en los con-

ventos, nosotros, los hombres, de la España nueva, las

conectamos con la, vida... Con la República les dimos

derechos... a todas.
Un hombre y su vida 235

DEL LLANO: Y lo visteis. ..

ALBORNOZ: Ahora les hemos dado responsabilidades.

¿Dónde están las que dieron con su voto el triunfo a las

derechas? Con el fusil al hombro en Guadarrama.

DEL LLANO: Vales como orador de barricada, niño. Después

de Oirte se encenderán por ti.

ALBORNOZ: Estas mujeres no se encienden. Se encendían las

otras. Las heroínas de la literatura vergonzante de vuestro

Belda el católico, las enclaustradas ansiosas de la vida que

se les negaba... O las que tenían hambre y no podían ni

sabían ganar su pan más que “encendiéndose”

DEL LLANO: Que te olvidas de tu madre, niño, en ese

enunciado. ..

ALBORNOZ: Ni de mi madre ni de tus hijas. Que todas son

mujeres de España. (Pausa.)

IRATCHE: ¿Ni de ese marimacho que está fuera y del que

—a juzgar por tu estupenda exaltación feminista- debes

estar enamorado hasta los tuétanos? (Pausa.) Creo que

he tenido paciencia. Te he dejado despacharte bien.

(Mirando su reloj pulsera.) Has hablado treinta y tres

minutos justos, sin interrupción. Has tocado todos

los temas de tu especialidad... Lástima de tan alta

inspiración desperdiciada en esta audiencia de caverní-

colas incomprensivos... (Pausa.) Has hablado para tu

placer... Ahora vas a hablar para el mio... Me has ido

enterando de algunas cosas que deseo me aclares. .. (Se

mira con Del Llano.)

DEL LLANO: Con todo... fue buena táctica dejarlos

hablar.

IRATCHE: Ya nos has expuesto tus doctrinas. Ahora vamos

a hablar de tus actividades... De tus actividades de

estos últimos días, se entiende. Vamos a hablar de Radio

Granada. (Pausa.)
236 Las descentradas y otras piezas teatrales

ALBORNOZ: Pues Radio Granada es una radio muy bonita,

muy estratégicamente situada.

DEL LLANO: ¿Detrás de la Alhambra, verdad?

GONZALEZ: Los lápices y los compases y los papeles que

habrá gastado usted para hacer ese cálculo de estrategia

militar. (A Vega.) ¿O lo has hecho tú? Porque tú debes

ser ingeniero geográfico.

ALBORNOZ: Detrás de la Alhambra. LO saben hasta los

niños de la calle.

DEL LLANO: ¿Lo ve usted? LO que hay quehacer es loca-

lizarla.

GONZÁLEZ: ¿Por qué no va usted al pajar a buscar una aguja

del 150 que se me ha perdido?

DEL LLANO: Ya sabemos que no está defendida. Con pacien-

cia... (Pausa. A Vega.) Hombre, ¿por qué tú, que eres

tan valiente y tan cabal, no te entorchas y te vas solito a

dar un paseíto por a'llí para enterarte?

IRATCHE (golpea la mesa con el puño): Se acabaron las bro-

mas. Empezó el respeto. (Pausa.) Señor de Albornoz. No

solamente necesito saber dónde está esa radio y cómo

funciona. . ., sino algo más grave y que usted puede com-

prender es de tanto interés para nosotros que... que es

más conveniente para todos que entre uSted en razones...

A usted se le ha... escapado durante su perorata. ..

ALBORNOZ: A mí no se me escapa nada. Yo os he dicho,

porque he querido darme ese lujo, que hemos captado

todos los mensajes revolucionarios... Y hay más: esta-

mos seguros, porque tenemos nuestras razones para

estarlo, de que vosotros no habéis podido captar ni

uno. También hemos registrado vuestros intentos de

comunicaros...-, que hemos triturado en el espacio...

Vuestras claves me son tan... más claras —porque son

más ingenuas- que las nuestras.


Un hombre y su vida 237

IRATCHE: Vamos a hablar de hombre a hombre...

ALBORNOZ: ¿De. .. qué?. .. No. Esto os lo digo porque es de

mi placer que lo sepáis. Ahora, volvednos a torturar, fusila-

dnos “enla madrugada”. .. Estamos en vuestras manos.

DEL LLANO (a I rato/ae): Perdemos demasiado tiempo.

IRATCHE: Entre usted por razones. (Pausa.) Vega, llame a...

ALBORNOZ: ¿Va a empezar otra vez el baile? (A Iratche.)

Pues su excelencia va a tener un pequeño esparcimien-

to... Tendrá ocasión de ver hombres alguna vez. .., que

le hace falta...

IRATCHE: Y mujeres también. ¿No te interesa saber si en la

orden que he firmado figuraba el nombre de la señora

que te acompaña?

ALBORNOZ: No me interesan l'os pequeños detalles.

DEL LLANO: Probemos con ella... (Pausa.)

IRATCHE (luchando consigo mismo y decz'dz'éndose): Vamos a

ver a esa señora que al ganar sus nuevos derechos socia-

les ha perdido sus viejos derechos cristianos... (Pausa.)

Tú has recibido ya bastante. ¡Diez horas! Y es inútil.

Por la fuerza no hablaréis... No me hago ilusiones. Y

de la otra manera no nos entenderemos. .. No os asusta

la muerte. Y no es bravata. (Grave) Esto de hombre a

hombre.

ALBORNOZ: Gracias. Excelencia. (Pausa.)

IRATCHE (a De! Llano): Me repugna. Créalo. Pero vamos a

jugamos la última carta. (Pausa. A Albornoz.) Vamos a

ver si resistes también los golpes que trituren la carne de

tu querida. Ésa te dolerá más que la tuya...

ALBORNOZ: No es mi querida.

DEL LLANO (sonriendo): ¿Ves tonto,- que eres español?. ..

IRATCHE (a Vega): Traiga a... la superhembra. ¿Las llamáís

así, verdadP... Y que venga también el soldado ese de

los puños. El del tercio. (Vega hace la venía y sale.)


238 Las descentradas y otras piezas teatrales

Escena |I

Todos menos VEGA

Toda esta escena es sóla un silencio preñado de amenaza y de

angustia. Albornoz y González se miran espantados. El juego

escénico librado a la comprensión que de e'l tengan los acta-

res. Del Llano se sirve y sirve a Iratche cognac de la botella

que está sobre la mesa. Se entienden con la mirada. Los dos

están incómodos, pero decididos. Se oye movimiento fuera y

llaman a la puerta.

Escena Ill

Dicbos. MARÍA VICTORIA ROMERO, VEGA y SOLDADO bruto

SOLDADO: Que pasen.

(Entra María Victoria Romero esposada entre Vega y el

soldado bruto. Representada por la misma actriz que debe

doblar este papel, Maria Victoria es el calco de la Sonia

del primer acto. El parecido es alucinante. Su pollerita

sastre, azul, con su blusita azul con moñito blanco en el

cuello, es, dentro de lo que las modas ban cambiada desde

1906, el mismo sencillo y elegante trajecito de Sonia. No

lleva sombrero y su cabello corto tiene el mismo matiz

de oro fluido que el de Sonia, la muerta. No hace falta

indicar al actor que en esta escena y basta el final está

encerrado el contenido vital de la obra. Sobrio, casi sin

gestos, casi sin palabras, dentro de Álvaro de Iratche se

derrumba el mundo. Al verla, los treinta años que ban

pasado desaparecen de su. conciencia, y su emoción es la

emoción de sus años mozos. La tragedia que en él dormía

mordiente, se alza viva, imperante. En ese momento se


Un hombre y su vida 239

cumple su destino. La vida le reclama su deuda. Al princi-

pio es como si viera alzarse ante e'l un fantasma desde las

sombras de la muerte. Se contiene y los que están delante

sólo notan una cosa extraña, pero que no los alarma.

Luego, solo ya con sus enemigos, su emoción —que nunca

se desborda- es sólo un leve temblor de lágrimas conte-

nidas. Temblor levisimo de manos. Temblor levisimo de

voz. La autora sólo recomienda al actor sobriedad. Del

Llano, al verla, tan bella, joven y frágil, tiene también

una como sorpresa. Iratcbe no babla basta el final de

la escena. Al entrar Maria Victoria, Iratcbe se pone de

pie bruscamente. Albornoz y González casi se adelantan

basta ella. Hay entre los prisioneros el lógico juego de

miradas y gestos.)

GONZÁLEZ: María Victoria. ¿La han. 5.?

MARÍA VICTORIA: No.

ALBORNOZ (por las esposas): ¿Y eso?

MARÍA VICTORIA: Nada. Un adorno que me pusieron esta

tarde para bajarme a escucharos. (Pausa.) Lo he oído

todo. Os habéis portado como valientes. Estoy orgu-

llosa de vosotros, (La voz de María Victoria sacude a

Iratche.)

ALBORNOZ: Van a torturarte delante de nosotros. Van a

torturarte delante de mis ojos.

MARÍA VICTORIA: No hables, Antonio. Mírame destrozar

pero. no hables...

ALBORNOZ: Sabes que no hablaré. Pero es duro. Ten valor.

MARÍA VICTORIA: Si os he oído. Puedo-resistirlomuy bien.

Las mujeres tenemos los nervios mejor hechos para el

dolor físico. Recuérdalo. (Mira a su alrededor serena-

m-ente. Ve la silla.) ¿Es eso?

ALBORNOZ: Sí.
24o Las descentradas y otras piezas teatrales

MARÍA VICTORIA: No te preocupes, Antonio. Resistiré. Ya

verás cómo estaréis orgullosos de mí. (Pausa. Del Llano

mira a Iratche un paco intrigado. Iratche, sin hablar; le

hace con la mano un gesto como indica'ndole que él dirija

el interrogatorio. Y lo sigue de pie con las manos en los

bolsillos y un impenetrable gesto de piedra.)

GONZALEZ: Malditos. Generales. . . Caras feísimas de micos. ..

Mala sombra... ¿Os atreveréis a tocar a la niñaP...

(Pausa.) ¿Pero os atreveréis a martirizar a una mujer?

DEL LLANO: A una mujer, no. Pero aquí el señor ha explica-

do que ésta no es una mujer. Que es una superhembra.

GONZALEZ: Atreveos a tocarla y os mataré. Esposado y

todo, os mataré. Y tendréis que matarme a mí antes.

Porque muerto también os mataré si la tocáis. ..

MARÍA VICTORIA: Pepe. .., hijo... Que te estás poniendo en

ridículo. ¿Quieres callarte?

GONZALEZ: Es que usted no...

MARÍA VICTORIA: ¿Quieres dejarme hablar a mí y quedarte

oyéndome muy calladito?

GONZÁLEZ: Es que...

MARÍA VICTORIA: ¿Es a ti o es a mí al que van a darle?...

¿No has tenido ya tu parte? ¿O quieres otraP...

GONZALEZ: Las quiero todas. (Pausa.) Óiganme ustedes a

mí. (A Iratche.) ¿Por qué la mira usted así, con esa cara

de piedra? (Iratche, como atontado, mira a González.)

¿Qué necesidad tiene usted de martirizarla? Yo le ase-

guro que no hablará. Y, además, la matarán en seguida.

No se podrá dar usted el gusto de verla fusilar a la

madrugada. (Pausa. Se oye tocar diana y se filtra luz

por el ventanuco.) Ya es madrugada. (Pausa.) Y ella no

hablará. Mírela usted. ¿Es o no valiente? (Pausa.) Andad.

Martirizadme a mí. (A Vega.) Puedes pegar, apretar,

pasar el rato... De cualquier modo nadie dirá nada...


Un hombre y su vida 241

¿Para qué a ella, que es tan delicada y tan bonitaP...

Matadla si queréis, pero sin hacerla sufrir.

DEL LLANO: ¡Qué galante eres! ¿Y el fogoso orador qué

opina de tanta galantería?

ALBORNOZ: Que ahí la tenéis. Que podéis empezar.

GONZALEZ: Bravatas no, Antonio, que van a torturarla.

ALBORNOZ: Déjala; allá ella... (Pausa.)

DEL LLANO: Podríamos todos antes probar otra vez a enten-

dernos. La señorita quedará... hasta en libertad, si

vosotros. .. Y vosotros. ..

ALBORNOZ: ¡Ahora digo yo, basta! Empezad con ella cuan-

do queráis. Ahí está. (A González.) Y tú, quieto y mirar

para otro lado. (Pausa.)

MARÍA VICTORIA ( con la expresión misma de Sonia): Es un

_ privilegio del que hay que ser digno el tener la oportu-

nidad de sacrificarse. De poder sufrir y morir por una

idea. (A Albornoz.) Éste es el privilegio que nos han

dado los dioses protectores de nuestro amor. Aquellos

dioses que forjó la humanidad cuando era más simple,

más pura y más fuerte y no temía morir. (Se miran

sonriendo. Pausa. A los otros.) Nos mataréis... ¿qué

mataréis?... A tres pobres criaturas de un minuto..., a

sombras. de carne que se desvanecen. ¡Si con eso consi-

guieraís detener la vida! ¿Pero qué le importamos a la

vida ni ustedes ni nosotros? Ni vuestra miseria y vuestra

crueldad, ni nuestra pequeña, transitoria, mínima tra-

gedia... ni mi pobre carne aplastada, ni vuestra fuerza

bruta... ( Pausa.) ¿Quiénes sois vosotros para oponernos

ala única verdad, la evolución de la vida en marchaP...

Ni nosotros la empujamos “ni vosotros la detendréis. Ni

los nuestros la hacen ni los vuestros la deshacen. Es el

turbión de la vida que avanza. Hoy caemos nosotros. La

vida nos tira a un lado como muñecos rotos. Y sigue...


242 Las descentradas y otras piezas teatrales

No espera. Es cruel. Detrás vienen otros, y otros, más

fuertes y más plenos. Nacemos cada día. El ejército del

mañana es interminable. Vosotros defendéis. .. —sois- el

pasado... Pero nosotros defendemos... —somos- el

porvenir... Y todos, todos, aun sin saberlo, servimos

a la vida. ¿Quién le ha puesto nunca cadenas a la vida

que marcha?

IRATCHE (inesperadamente): ¿Eres rusa? ¿Cómo te llamas?

MARÍA VICTORIA: ¿Rusa yo? ¡Soy española y me llamo

María Victoria Romero! (Pausa. Del Llano mira a

Iratcbe un poco intrigado. Palidecen las luces y un rayo

de luz de alba empieza a filtrarse por el ventanuco y da

en Maria Victoria.) ¿Pero qué importa lo que yo sea?

Sea yo lo que sea, conmigo o sin mí, se salvará mi

España. Se salvará toda mi humanidad. (A Iratcbe.)

Sus ojos ya han visto marchar a las huestes de la

humanidad nueva. Llegan pisoteando miserias y piso-

teando heroísmos, pisoteando odio y amor y fealdad

y belleza y vencimientos y triunfos y el ritmo de su

marcha arrollante ¡es el himno triunfal del mañana

del mundo! (Pausa.) Qué importa que yo sea rusa o

española si soy un obrero de la vida en marcha hacia

el mañana. Si me ha, sido dado el privilegio de poder

sacrificarme. ..

GONZALEZ: ¡Bravo, María Victoria! (Albornoz le tira un beso.)

DEL LLANO ( con ironia forzada): ¡Ande con ella! (A

Albornoz.) Es oradora'marxista como tú. (Pausa. A Vega.)

Pues empecemos. (El soldado bruto empuja la silla.)

MARÍA VICTORIA (mirando a la silla): Me habría gusta-

do algo más noble y más hermoso. ¿Pero qué se va

a hacer?...

VEGA (saca una llave y toma a Maria Victoria del brazo... para

abrirle las esposas): Ven, paloma...


Un hombre y su vida 243

IRATCHE (violentamente): ¡No! No la toque usted. (Todos

lo miran sorprendidos. Él se domina con un esfuerza sobre-

bumano.) Dejad'me probar a mí. (Pausa.) A esta niña le

gusta mucho hablar con público. Es de hembra y de

española ser teatral.

DEL LLANO (con ironia): La tara racial.

IRATCHE: Dejadme solo con ellos un minuto. Estoy seguro

de que conmigo hablarán. Pero solos.

DEL LLANO: Probémoslo. ¡Es tan necesario que hablen!

IRATCHE (a Vega): La llave... Venga. (Vega se la da.) Ahora

dejadme. Yo os llamaré. (Salen Vega, Del Llano y el

soldado bruto.)

Escena VI

IRATCHE, ALBORNOZ, GONZALEZ y- MARÍA VICTORIA

Hay un grande, trágico, largo silencio. Lentamente, con manos

que le tiemblan, Iratcbe abre las esposas de Maria Victoria

y le suelta las manos. Ella se las mira, las mueve como para

volverles agilidad. L0 mira a e'l. Él, siempre lentamente, va

bacia González y le suelta también las esposas. Las tira en

el camastro y mueve una butaca, en la que hace sentarse a

María Victoria, tomándola de los hombres con mucba sua-

vidad. Señala el camastro a Albornoz y González, que no se

sientan. Va bacia la mesa, sirve cognac y procura bacer beber

a Maria Victoria. Ella lo recbaza.

MARÍA VICTORIA: No puedo.

IRATCHE: Te hace falta, criatura. Estás helada.

ALBORNOZ: Bebe, María Victoria. (Ella bebe un poquito.)

MARÍA VICTORIA: No más. No puedo. (Iratche va bacia la

mesa y trae dos vasos a Albornoz y a González.)

IRATCHE: Hacedme el favor. Ella ha bebido. (Ellos beben.


244 Las descentradas y otras piezas teatrales

Él espera y vuelve a poner los vasos sobre la mesa. Llama

el timbre. Aparece el soldado.) Pronto. Café cargado. Y

té. Del mío. (Sale el soldado. Maria Victoria y Albornoz

se miran intrigados.)

GONZALEZ: Anda, que ha adivinado usted que ella quiere

siempre té. (Esto rompe la tensión.)

ALBORNOZ: ¿Está usted ensayando una táctica nueva?

IRATCHE: No. (Pausa.)

MARÍA VICTORIA: Ni con esta táctica ni con ningu-

na. No pierda usted más tiempo. No hablaremos.

Prefiero lo otro. Llame pronto a sus esbirros. Soy

yo la traductora de las claves. (Casi biste'rica.)

Llámelos.

IRATCHE: Yo no os pregunto nada, María Victoria.

(Pausa. Llaman. Entra el soldado con la bandeja del

cafe', que pone sobre la mesa, y sale.) Servíos. (Les

ofrece cigarros. Ellos se lo recbazan.) ¿Puros, no? (Saca

del bolsillo cigarrillos.) ¿Pitillos? (Y ante el gesto de

ellos.) Os lo ruego. No son míos, son de España.

(González, con manos que le tiemblan, toma un ciga-

rrillo sin poderse contener: Albornoz lo mira con piedad

y toma e'l también otro cigarrillo. Iratche enciende los

cigarrillos de los dos. Luego va a servir café, que les

ofrece. Ante el gesto de ellos.) Lo probaré yo. Es un

inocente café... y os hace falta. (Bebe un sorbo y sus

dientes golpean en la taza. Entonces los otros se acercan

a la mesa y toman cada uno una taza. Durante toda la

escena Maria Victoria mira a I ratcbe como sugestiona-

da. Abora e’l sirve te', y con la taza en la mano se acerca

a Maria Victoria. Se la ofrece.) Tu té. . ., María Victoria.

(Mira'ndola a los ojos.) Éste no es de España. Es mío.

Hace más de cien años que lo envían de China a mi

fami... (En tensión de angustia queda frente a ella con


Un hombre y su vida 245

la taza en la mano. Se miran. Ella, lentamente, toma

la taza y bebe.) Gracias, María Victoria. (González va

a decir algo, pero Albornoz lo detiene con un gesto.

Maria Victoria se levanta trémula. Albornoz toma de

sus manos la taza vacia y la pone en su sitio.)

MARÍA VICTORIA: Pero usted está llorando. (Pausa. Se miran.)

Usted es bueno. (Se acerca más a e'l y casi lo toca.) Usted

es bueno. Usted es' puro... Algún día usted compren-

derá... ¡Oh, yo sé que usted comprenderá!... Algo en

usted madurará... (Iratcbe le toma la cara en las manos

y la mira. Suavemente la besa en la frente, la abraza. Y

tenie'ndola contra su pecbo alza los ojos-al rayo de luz y

babla.)

IRATCHE: Ya he comprendido. (Pausa. Con una voz que es

' como un sollozo y como una invocación.) Sonia, he com-

prendido. (Llaman a la puerta. Él suelta a Maria Victoria

y se recomponen todos. Entra Del Llano, que trae en la

mano un papel.)

Escena VII

Dicbos y DEL LLANO. Luego VEGA, que entra y sale

DEL LLANO: Permiso. - Urgente. - Informes. (Tiende a

Íratcbe un papel, que éste no toma.)

IRATCHE (con un esfuerzo): Ya está esto. ¿No se lo dije?

DEL LLANO: ¿Tan pronto? ¿Despachado todo?...

IRATCHE: Todo. En cuanto hablamos solos nos entendimos

perfectamente. (Llama el timbre. González tiene un impul-

so que es detenido por un gesto de Albornoz. Maria Victoria

sigue mirando a Iratche. Aparece el soldado.) Llama al

capitán Vega. (A Del Llano, tomando unos papeles de sobre

la mesa, que dobla para que no se vea que no están escritos


246 Las descentradas y otras piezas teatrales

y enseña'ndoselos.) Tengo aquí las claves. Y todos nuestros

informes... taquigrafiados. (Entra Vega.)

DEL LLANO: ¡Magnífico! (Pone sobre la mesa el papel que

traia.) Aquí dejo estos partes.

VEGA: A la orden, mi general.

IRATCHE: Suelte usted a los otros prisioneros. Inmediatamente.

Sin condiciones. (Vega hace la venia y sale con cara poco

complacida. A Del Llano.) Hay que soltarlos así. No hay

que dar sospechas. Ya esta noche ellos radiarán algo

nuestro. Y ya está convenida la manera de comunicar-

nos. Acompáñelos usted ahora mismo hasta la calle. Que

nadie los siga, por la misma razón.

DEL LLANO: Entendido. ¡Por fin!... ¡Gracias a Dios!...

¡Qué nochecita toledana! . .. (Pausa.) Lo felicito, mi gene-

ral. Usted, como siempre, el vencedor. (Inesperadamente,

Iratche le tiende la mano. Del Llano se la estrecha algo

extrañado. Da muestras de no comprender bien la actitud de

Iratcbe ni la de los prisioneros.)

IRATCHE: Pronto. Acompáñelos usted. (Salen con Del Llano,

González, Albornoz. Maria Victoria parece querer decirle antes

algo.) Adiós. Sed felices. (Pausa. Ella no sale.) Por España

nueva. (Maria Victoria se vuelve toda a e'l. Le da el sol otra vez)

María Victoria. (Pausa.) Irradia toda la noche las palabras

convertidas. Toda la noche, cada va que puedas, dirás...

MARÍA VICTORIA (adivina'ndolo): Sonia. He comprendi-

do. Sonia. He comprendido (Del Llano se vuelve y los

mira, siempre intrigado.)

IRATCHE: ¿No lo olvidarás?

MARÍA VICTORIA: No lo olvidaré. Esté usted seguro de que

no lo olvidaré. (Salen)
Un hombre y su vida 247

Escena VIII

IRATCHE solo

Esta escena es muda

(I ratcbe medita un rato. Tiene la cara como iluminada. Mira

los papeles en blanco de su mano y sonríe. Los estruja y

lentamente los deja caer. Saca el revólver de su cinturón. Lo

mira. Siempre sonriente lo bace jugar. Lenta, tranquilamen-

te, se sienta en su sillón, mirando a la puerta por la que ba

salido Maria Victoria y se da un tiro en la sien.)

TELÓN

(Tan rápido que no da lugar a verlo caer.)

FINAL DE LA OBRA
COLECCIÓN LOS ¡unos

Obras publicadas

1.

Idioma nacional de los argentinos

Lucien Abeille

Estudio preliminar de Gerardo Oviedo

2.

¿Qué es esto? Catilinaría

Ezequiel Martínez Estrada

Estudio preliminar de Fernando Alfón

3.

El Tempe argentino
Marcos Sastre

Estudio preliminar de Carlos Bernatek

4.

Wdas de muertos

Ignacio B. Anzoátegui
Estudio preliminar de Christian Ferrer

5.

Vivos, tilingos y locos lindos

Francisco Grandmontagne

Estudio preliminar de Alberto Mario Perrone

6.

Prometeo & Cía.

Eduardo Wilde

Estudio preliminar de Guillermo Korn


7-

Del Plata al Niágara


Paul Groussac

Estudio preliminar de Hebe Ciememi

8.

Waje maravilloso del señor Nic-Nac al planeta Marte


Eduardo Hoimberg

Estudio preliminar de Pablo Crash Solnrnnnofir

9.

Hacía la vida intensa

Julio Mollina y- Vedia


Estudio preliminar de María Pia López

10.

A. rienda: suelta

Last Reason.

Estudio preliminar de Gambia García (¡ladra

11.

Las tentaciones de Don Antonio:

Enrique Méndez. Caiman:-

Estudio preliminar de Liliana Guanagmn

12.

La família del! Comendador y otros textos


Juana Manso

Estudio- prelim'inar' de. Lidia F. Lewkowicz

13.

Pablo o la vida en las. pampas.


Eduarda. Mansilla

Estudio preliminard'e M‘arí’a Gabriela Mlzraje


14.

Las descentradas y otras piezas teatrales


Salvadora Medina Onrubia

Estudio preliminar de Josefina Delgado

15.

Los gauchos judíos

El hombre que habló en la Sorbona


Alberto Gerchunoff

Estudio preliminar de Perla Sneh

16.

Teatro, sainete y farsa

Raúl González Tuñón. Nicolás Olivari,

Florencio Parravicini, Pedro E. Pico y Alberto Vacarezza

Estudio preliminar de Bernardo Carey

17.

El petróleo

Jorge Newbery y Justino C. Thierry

Estudio prelim‘rnar de Fernando “Pino” Solanas y Félix Herrero

18'

Historia trmambulesca del profesor Landormy


Arturo Cancela

Estudio preliminar de ¿Darío capelli


Esta edición
de 2000 ejemplares
se terminó de imprimir-en
A.B.R.N. Producciones Gráficas S.R.L..
Wenceslao Villafañe 468.
Buenos Aires. Argentina.
en noviembre de 2007.
La COLECCIÓN LOS RAROS se propone interrogar los libros

clásicos argentinos que han corrido la suerte de Ia lenta

omisión que traen el tiempo y el olvido de los hombres. Ser

clásico es lo contrario de ser raro, es su espejo invertido, su

destino dado vuelta. Toda política editorial en el espacio

público busca volver Io raro a Io clásico y hacer que lo raro no

se pierda ni se abandone en la memoria atenta del presente.

Salvadora Medina Onrubia fue esposa del dueño de Crítica, y

un ejemplo temprano de mujer volcada con fuerza a la vida

pública. La cruzan las contradicciones, ya que fue una activa

militante, de ideas anarquistas, sin dejar por ello su vida de

millonaria. Abrigos de pieles y automóviles Rolls Royce se

mixturan, de modo asaz problemático, con consignas liberta-

rias, que lleva adelante con nada desdeñable consecuencia.

Personalidad fuera de lo común, puede encontrársela en la

organización de la fuga de Simón Radowitzky, en la redacción

del órgano anarquista La Protesta, o cuidando heridos en las

sangrientas jornadas de la Semana Trágica. Presa en más de

una ocasión, escribe en una de ellas su rechazo del eventual 7

perdón del dictador Uriburu, a quien apostrofa sin piedad.

Dentro de su producción escrita, variada y abundante. ocupan

un lugar importante sus piezas teatrales, algunas estrenadas

con éxito, otras semiocultas en publicaciones de escasa

circulación y salas marginales. Aqui se presenta una selección

de las mismas, en las que se trasponen de diversas maneras

los episodios de su vida azarosa, sus sufrimientos como madre

y esposa, y se expresan las antinomias que atravesaron su

experiencia vital y su itinerario politico e intelectual.

COLECCIÓN LOS RAROS

Biblioteca Nacional

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