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Fernández, Ma de Carmen y Moscatelli, Mirta.

(1999)Ciudadanía y Educación en el proceso de


formación del Estado Nacional. En Ascolani, Adrián (comp) La educación en Argentina. Estudios de
Historia. Rosario. Ediciones del Arca.

Las relaciones entre educación y ciudadanía no constituyen un tema nuevo al interior del campo
educativo y en particular en la Historia de la Educación Argentina. En nuestro país el problema de la
ciudadanía se convierte en tema de interés a partir de la recuperación de las instituciones
democráticas, especialmente en la última década, con la difusión de numerosos trabajos
provenientes de la teoría política, que intentan mostrar los nuevos desafíos a los que esta “no tan
nueva” palabra se enfrenta en la actualidad.
Desde la teoría existen razones que explican este renovado interés: por un lado, el debate entre
liberales y comunitaristas, ya que si bien el concepto de ciudadanía está íntimamente ligado a la idea
de derechos individuales, también lo está a la noción de vínculo con una comunidad en particular.
Por el otro, a la necesidad de que el concepto integre tanto las exigencias de justicia como las de
pertenencia comunitaria.
Asimismo, una serie de acontecimientos políticos y tendencias recientes como la crisis de
representatividad, la indiferencia y apatía de los votantes en algunos países, el resurgimiento de
movimientos nacionalistas europeos, la caída del Estado de Bienestar, el aumento de las
desigualdades sociales, han advertido acerca de la necesidad de revisar la noción de ciudadanía
implícita en la teoría de posguerra.
La misma se define en términos de posesión de derechos. Para T. H Marshall, su máximo
representante, la ciudadanía consiste en asegurar que cada uno sea tratado como un miembro
pleno de una sociedad de iguales. La manera de conseguirlo es otorgando a los individuos un
creciente número de derechos de ciudadanía. De acuerdo a la perspectiva de Marhall estos derechos
fueron incorporados en Inglaterra en tres siglos sucesivos: derechos civiles, que aparecen en el siglo
XVIII, derechos políticos, que se incorporan en el siglo XIX y derechos sociales que fueron
establecidos en el siglo XX1. La expansión se dio en un doble sentido: se amplían los derechos al
mismo tiempo que los sujetos de derechos.
Las críticas a esta concepción se centran fundamentalmente en dos cuestiones: la primera, en la
necesidad de complementar la aceptación de derechos con el ejercicio activo de responsabilidades y
participación política. La segunda, en la necesidad de incorporar el creciente pluralismo social y
cultural de las sociedades modernas.
Lo cierto es que la identidad ciudadana no constituye un hecho dado y acabado, sino más bien una
condición que se ha ido construyendo a través de los distintos momentos históricos-sociales. Es así
como se produce un pasaje de la idea de ciudadano como portador de derechos individuales y
constructor de las nacionalidades, basado en la igualdad formal, a la concepción de ciudadano con
derechos sociales a partir de una igualdad que intento ser asistida por el Estado. Frente a la caída del
modelo estatal, el mercado pasa a primer plano como principio regulador, representando una aguda
transformación en la producción de sentidos sociales y en la construcción de identidades, a la vez
que implica una redefinición de los límites entre lo privado y lo público. El riesgo es el surgimiento de
una ciudadanía que se diluye en la figura del consumidor, del usuario y del cliente. Esta
transformación no sólo involucra la relación del Estado con la sociedad, sino las formas de mediación
política y los modos de socialidad. La crisis de participación genera en los ciudadanos un retraimiento
a lo privado y una falta de compromiso en la vida pública.
La categoría política ciudadanía abraca, desde nuestra perspectiva, tres dimensiones:
En primer término, se identifica con los derechos –civiles, políticos y sociales, cuya dinámica
cambiante da lugar a una ampliación o a una retracción de sentido. De allí que resulte interesante
relacionar el fenómeno de la pérdida de ciudadanía con a retracción de los derechos civiles y la
pérdida de influencia al interior de las políticas públicas de los sectores que hoy son excluidos.

1
Marshall, T. H. “Citizenship and Social Class”, New York, 1965.

1
En segundo término, la ciudadanía es pertenencia a una comunidad política. En las sociedades
modernas la pertenencia a un Estado es la garantía de inclusión en los sistemas de distribución de
bienes y de reconocimiento de derechos. Las fallas en la presencia del Estado se expresa en lo que
O’Donnell designa como ciudadanía de baja intensidad2.
Ambas dimensiones confluyen en una tercera que es la participación. En la cual los derechos
significan no sólo una formalidad, sino un ejercicio efectivo y en la que pertenencia implica participar
en la construcción de una identidad de un orden político democrático. Para Claude Lefort
“la participación implica el sentimiento de los ciudadanos de estar involucrados en el juego
político, de ser tomados en cuenta en el debate político y no el sentimiento de tener que
esperar pasivamente las medidas favorables a su destino. Participar quiere decir ‘tener
sentimiento de estar’ y más precisamente, tener derecho a tener derechos, para retomar una
expresión de Anna Arendt. Esto supone, en primer lugar, que el mayor número de personas
tenga el poder de imaginar la conducta de los actores políticos”3
Las dos tradiciones
La relación entre ciudadanía y educación se caracterizó a partir del siglo XVIII en el sentido de pensar
la educación, por un lado, como parte de los derechos del ciudadano y por el otro, como un requisito
para gozar de los beneficios que otorga la condición de ciudadano.
Fernando Escalante Gonzalbo en “Ciudadanos Imaginarios” señala que el “modelo cívico actual” es
una creación histórica que reposa sobre una particular definición de lo público y sobre una figura
específica que es el ciudadano: “este modelo es un resultado histórico, pero importa notar que es un
precipitado práctico de distintas tradiciones”4
Fundamentalmente se pueden diferenciar la tradición francesa y la tradición inglesa. Para la primera
la ciudadanía está ligada a la constitución de los derechos políticos y al sufragio. La imagen d un
hombre-un voto al mismo tiempo que aparece como una ficción, en tanto se asienta sobre los
principios de libertad e igualdad, genera una ruptura con el orden anterior, en la medida en que
tiende a la consolidación del ciudadano universal e individual, a la vez. P. Rosanvallon plantea este
proceso como una ruptura y señala que se está constituyendo una ciudadanía individual, al mismo
tiempo que se está constituyendo la sociedad en la cual el individuo va a operar5. Se trata de un
individuo que además de portador de razón, es autónomo y tiene voluntad de actuar.
Después de la Revolución Francesa la noción de pueblo y de soberanía popular ya no remite a la idea
de cuerpo social, de comunidad desde una visión organicista de la sociedad, sino a un agregado de
individuos, sobre el cual se asienta el poder soberano y la voluntad general. Es desde el estado donde
se define quienes van a ser ciudadanos. Su origen está ligado a un acto político.
En esta tradición el énfasis está puesto en la concreción de los derechos políticos y es a través de
ellos que se reafirman los derechos civiles. Los derechos políticos se fundan en la soberanía de la
voluntad general, por lo que alcanzan validez por medio de la conciencia de los ciudadanos
democráticamente investidos y políticamente actuantes. Entre el conjunto de derechos del hombre
se encuentra a aquel que permite reunirse para la formación de una comunidad política, a partir de
una práctica de iguales.
En la tradición anglosajona, la idea de voluntad general es más difusa, la soberanía no pasa del poder
real al pueblo sino que la comunidad se constituye desde la individuación, recuperando el valor de
las costumbres relacionadas con la cultura puritana y su defensa de la libertad de conciencia y de
opinión6. Los derechos que se afirman, operan negativamente protegiendo al individuo en su esfera
privada de cualquier interferencia externa. La identidad ciudadana se origina no a partir de un acto

2
O’Donnell, Guillermo. “Acerca del Estado, la democratización y algunos problemas conceptuales. En
Desarrollo Económico, Vol. 33, N° 130, 1993
33
Lefort, Claude, “La representación no agota la democracia” En Dos Santos, Mario (coord.) ¿Qué queda
de la representación política?, Nueva Sociedad, caracas. 1992. Pág.140
4
Escalante Gonzalbo, F, Ciudadanos Imaginarios, El Colegio de México. México. 1992, pág 33.
5
Rosanvallon, Pierre. La rivoluzone dell’ uguaglianza. Milán, Anabasi, 1994.
6
Botana, N, La libertad política y su historia, Sudamericana. Bs. As, 1991.

2
político sino de una experiencia social. Las garantías constitucionales escritas son insuficientes, por
ello deben defender sus libertades civiles a través de la libertad política. La misma supone libertad
para intervenir en lo público y a la vez libertad de no sufrir restricciones de poder político.
Haciendo uso de estas libertades los individuos participan y se asocian conformando una instancia de
mediación entre la sociedad y el Estado. Las asociaciones voluntarias son para Tocqville el mejor
vehículo de libertad política, ya que al mismo tiempo constituyen una escuela de participación cívica
y una instancia que limita el poder político.
“Entre las leyes que rigen las sociedades humanas hay una que parece más precisa y más clara
que todas las demás. Para que los hombres permanezcan civilizados o lleguen a serlo, es necesario
que el arte de asociar se desarrolle entre ellos y se perfeccione en la misma proporción en que
aumenta la igualdad de condiciones”7.
Desde esta tradición pareciera que la ciudadanía sólo es posible si los derechos civiles son
garantizados.
En sus comienzos las dos tradiciones tienen en común la constitución de una identidad ciudadana a
partir de la propiedad. Es desde un lugar social que se accede a un lugar político. Esta idea de que la
propiedad hace al ciudadano se basa por un lado en que el ciudadano es la base del poder, y por el
otro en que el ciudadano lo sustenta a través del pago de sus impuestos. Para Rosanvallon la noción
de ciudadano propietario constituye una ruptura con el mundo anterior y crea un sistema de
representación nuevo que requiere de individuos que gocen de estabilidad. Esta estabilidad le otorga
la propiedad.
En los orígenes de ambas tradiciones también se advierte la preocupación por la construcción de la
identidad ciudadana a través de una experiencia educativa. La adquisición de un cierto tipo de saber,
aparece como condición previa para el ejercicio del sufragio, aunque con modalidades diferentes,
En la tradición francesa la preocupación por complementar y potenciar la conciencia ciudadana es
muy fuerte. “La contradicción entre la cantidad y la razón”, como señala Rosanvallon no tarda en
aparecer. Pronto se llega a la conclusión de que el sufragio universal no tiene sentido a menos que
sea ejercido por una población suficientemente instruida. De esta manera sufragio e instrucción
quedan ligados, no en el sentido de que los instruidos voten sino en ordenar la instrucción pública
obligatoria. La conformación de los sistemas educativos se enseñanza constituyen para el Estado una
herramienta insustituible como vía de transmisión de educación ciudadana: “Al permitir pensar en la
reconciliación del número la razón ayuda a la filosofía política republicana a encontrar coherencia”8.
En la tradición americana, la política educativa no se desarrolla tanto a partir del Estado, sino de la
sociedad civil. La educación cívica de la que habla Tocqville, es un proceso de concientización que
presupone un conjunto de experiencias sociales a través de las cuales los individuos adquieren
conciencia de sus derechos, obligaciones y garantías.

7
Tocqville, A., La democracia en América. Hyspamérica. Bs. As.,1985,pág.203
8
Rosanvallon,P.ob.cit.

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