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Sergei Rachmaninoff

El compositor, director orquestal y virtuoso pianista ruso Sergei Rachmaninoff, nació en Onega
el 2 de abril de 1873, en el seno de una familia aristocrática que pronto quedó desintegrada por
el abandono del padre. La madre de Sergei lo inició en los rudimentos del piano y en los que
demostró rápidos avances, por lo que comenzó sus estudios a la edad de nueve años en el
Conservatorio de San Petesburgo; sin embargo, dado el carácter difícil del joven estudiante,
estuvo a punto de ser expulsado en 1882. Por tal motivo, su madre lo trasladó al Conservatorio
de Moscú en 1892, donde fue pupilo del famoso profesor Zverev, quien le hizo conocer los
talentos más reconocidos de su época. De esta manera, Rachmaninoff conoció al pianista Anton
Rubistein, y a los compositores Glazunov y Tchaikovsky; este último ejerció una notable
influencia sobre él, tanto en calidad de mentor y como de amigo. A lo largo de toda esta época
de estudios, Rachmaninoff sintió la tensión entre dedicarse a la composición, en la que había
mostrado especiales aptitudes, o desarrollar sus notables habilidades pianísticas.
Afortunadamente, encontró el modo de dedicarse, con indudable solvencia, a ambas carreras.

Al concluir los estudios formales, comenzó su carrera como compositor -misma en la que ya
había tenido logros notables como la ópera Aleko y el Preludio en do sostenido menor-, lo que
generó sus primeros ingresos que complementaba con las clases que pudo impartir,
experimentando así cierta holgura económica. En esos años trabajó en su Primera Sinfonía,
cuyo estreno en San Petersburgo, en 1897, fue un rotundo fracaso -en parte a causa de la pésima
dirección orquestal de Glazunov, quien dirigió alcoholizado-, hecho que le afectó de tal manera
que terminó por sumirlo en una fuerte depresión. A pesar de ello, aceptó el puesto de director de
la compañía de ópera Mamontov, de Moscú, donde logró notables éxitos que posicionaron su
nombre en varios países de Europa; sin embargo, siguió afectado por la depresión y, en
consecuencia, se mantuvo alejado de cualquier intento de componer.

Gracias al tratamiento hipnótico y psiquiátrico que recibió del Dr. Nikolai Dahl, durante el año
de 1900, Rachmaninoff recuperó su salud mental y el primer fruto de ello es el magistral
Concierto para piano y orquesta nº 2, que ha sido interpretado por algunos especialistas como el
testimonio musical de su enfermedad y curación; desde un principio la obra obtuvo un gran
éxito y fue reconocida en todo el mundo como una obra maestra. Con renovadas energías, a
partir de 1902 -año en que contrajo matrimonio con Natalia Satina-, comenzó una etapa de
intenso trabajo como director, pianista y compositor, en que surgieron obras maestras como la
inspirada Segunda Sinfonía (1907) y el Concierto para piano y orquesta nº 3 (1909), además de
importantes obras para piano. En 1904 fue nombrado director titular de la Opera imperial de
Moscú, puesto que abandonó en 1906 después de los disturbios que trastornaron Rusia, para
hacer una gira de dos años por diversos países.

Tras su regreso a Rusia, Rachmaninoff asumió el cargo de director de la Orquesta de la sociedad


filarmónica de Moscú. Mientras tanto, en el país se gestaban los movimientos sociales que
derivarían en el intenso movimiento revolucionario que cambió años después radicalmente la
faz de la tierra de los zares.
En diciembre de 1917, en medio del estallido de la Revolución Rusa, Rachmaninoff salió en
compañía de su familia hacia el exilio permanente; nunca más volverá a su país natal. En 1918
llegó a Estados Unidos, donde fue recibido como un gran artista abriéndosele la posibilidad de
recibir asilo; sin embargo, radicó por unos años en Lucerna y luego en París, haciendo diversos
viajes por varios países en calidad de concertista y director de orquesta; de esos años datan
varias de las grabaciones discográficas que dejó registradas. En estos años compuso obras como
la Rapsodia sobre un tema de Paganini y la Tercera sinfonía. En 1935, mientras Europa se veía
azotada por el surgimiento de los regímenes fascistas en Italia y Alemania, Rachmaninoff se
trasladó definitivamente a Estados Unidos, donde murió el 20 de marzo de 1943.

La música de Rachmaninoff, considerado como el último compositor del romanticismo, está


llena de originalidad, inspiración melódica y brillantez sin parangón. La técnica, tanto pianística
como orquestal, le permitió al compositor lograr obras originales, ricas en contenidos armónicos
y extraordinarios colores orquestales. Su obra es la expresión elocuente del espíritu de un
compositor que vivió intensamente los claroscuros que le deparó el destino.

Como ejecutante del piano recibió los más encendidos elogios por la perfección de su técnica,
aunque sus interpretaciones, tanto de sus propias composiciones como de otros autores, siempre
han generado diversas polémicas. El famoso pianista chileno Claudio Arrau dijo que
“Rachmaninoff era un pianista grandioso, pero no un gran intérprete, puesto que todo lo tocaba
al estilo Rachmaninoff. Técnicamente era un fenómeno, pero el sonido no era muy bueno, y
desde el punto de vista interpretativo era terrible. No parecían importarle las intenciones del
compositor.”

Vocalise, Op. 34 No. 14

Originalmente, esta obra es la última de un ciclo de catorce canciones para voz y piano,
publicadas por Rachmaninff en 1914. La extraordinaria riqueza melódica de Vocalice -misma
que no tiene letra, sino que el o la intérprete canta a partir de alguna vocal-, ha hecho que esta
obra sea transcrita o arreglada por diversos compositores para un sinnúmero de formaciones, ya
sea para grupos de cámara o para algún instrumento. El propio Rachmaninoff hizo un arreglo
para orquesta que suele ser frecuentemente interpretado.

Danzas sinfónicas, Op. 45

En el ocaso de su carrera, en el año de 1940, Rachmaninoff compuso esta obra que a la postre
puso broche de oro a su labor como compositor. Fue estrenada por la batuta de Eugene
Ormandy, al frente de la Orquesta de Filadelfia, el 3 de enero de 1941. La obra está construida a
manera de suite de tres partes, siendo la primera danza una obra de notable vigor rítmico, en
donde destaca un tema a cargo del saxofón alto con acompañamiento de cuerdas y piano.

La segunda danza está escrita a ritmo de vals, en un lenguaje delicado y nostálgico por el
recuerdo la patria perdida. La tercera danza, escrita magistralmente con una brillante
orquestación que muestra lo mejor de Rachmaninoff, es la más desconcertante, grotesca y
sarcástica, especialmente cuando en los últimos compases se expone con tremenda fuerza el
Dies Irae de la Misa de difuntos, tema que obsesionaba al compositor y que ya había usado
anteriormente en un par de obras.

Concierto nº 3 en re menor, para piano o orquesta, Op. 30

Esta obra es considerada como uno de los conciertos para piano técnicamente más exigentes de
de todo el repertorio. Rachmaninoff escribió esta obra en Ivanovna, su finca de campo, durante
el verano de 1909, completándolo en el mes de septiembre siguiente. Se estrenó mientras se
encontraba en una gira por Estados Unidos, el 28 de noviembre de ese año, con la participación
de la antigua Sociedad de la Orquesta Sinfónica de Nueva York, bajo la batuta de Walter
Damrosch y con el propio compositor al piano. El motivo por el que asumió el rol de solista fue
que el pianista Josef Hoffmann, uno de los mejores intérpretes del momento, y a quien
Rachmaninoff le había dedicado el concierto en señal de admiración y amistad, lo consideró
muy complicado de interpretar. En Rusia, el concierto se estrenó en abril de 1910.

El concierto, que es un homenaje al Romanticismo ruso, está estructurado en tres movimientos y


representa una de las obras maestras del compositor y del repertorio concertístico de todos los
tiempos.

I. Allegro ma non troppo. Al inicio se plantea un tema melódico de gran sencillez a través del
piano en diálogo con la orquesta, tejiéndose paulatinamente un pasaje de extraordinaria belleza.
Algunos opinan que el nostálgico comienzo deriva de un canto ortodoxo ruso que el compositor
escuchó en el Monasterio Rupestre de Kiev. Después de un corto motivo rítmico se presenta el
segundo tema que se desarrolla tanto en pasajes melódicos y a través de diversas modulaciones.
El desarrollo central de este movimiento puede ser el pasaje escrito para piano más intrincado y
desalentador. En la parte de la cadenza existen dos versiones: la primera, que suele interpretarse
más a menudo, y una segunda, menos ejecutada, que implica un alto grado de dificultad técnica,
demostrando con ello el virtuosismo propio del compositor, considerado en los anales de la
música como uno de los más grandes pianistas que han existido en la historia.

II. Intermezzo: Adagio. El largo tema inicial es expuesto por la orquesta -destacándose un solo
de oboe-, que luego es retomado por el piano a través de diversas variaciones. La parte central
del movimiento es un scherzo de exquisita textura orquestal y magistral escritura pianística.
Hacia el final hay unas variaciones ingeniosamente sincopadas del tema inicial del primer
movimiento, que suenan en las maderas bajo las semicorcheas del scherzo.

III. Finale: Alla breve. El tercer movimiento es de tal fuerza y energía que exige lo mejor del
solita para afrontar las terribles exigencias y escollos técnicos. Se usan algunos temas de
movimientos anteriores y se recurre al patrón rítmico de los compases inciales, desarrollados a
través de nuevas ideas y recapitulaciones, preparando todo el conjunto hacia un final apoteótico.

Sergio Padilla

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