Anda di halaman 1dari 34

61

López Bernal, Carlos Gregorio. "De Intendencia a Estado


nacional: Un balance de la historia política salvadoreña,
1786-1890." En Poder, actores sociales y conflictividad, El
Salvador: 1786-1972, (Ed.) Carlos Gregorio López Bernal,
61-100. San Salvador: Dirección nacional de investigaciones
en cultura y artes, SECULTURA, 2011.
Introducción

Generalmente, cuando se estudia la construcción del Estado salvado-


reño se parte de la independencia y de la ruptura federal; asimismo, se
asume una visión “desde arriba y el centro” ‘que privilegia la acción de
las elites’, dejando de lado el protagonismo de los sectores sociales sub-
alternos y de los núcleos de poder local.

En este trabajo se asume una perspectiva diferente. No se puede enten-


der el proceso de centralización del poder y la construcción del Estado
nacional sin considerar un antecedente importante: los dos periodos
constitucionales de Cádiz (1810-14 y 1820-21). La Constitución de
Cádiz estuvo vigente muy corto tiempo, pero bastó para alterar signi-
ficativamente el ordenamiento territorial, anular las antiguas jerarquías
entre ciudades y pueblos, otorgar el derecho de ciudadanía a indios y
ladinos, y hacer de los ayuntamientos constitucionales (después muni-
cipalidades) el basamento de la vida política republicana. Pero también
se intenta considerar a otros actores políticos además de las elites, cuyo
accionar, si bien importante, no basta para explicar los cambios ocurri-
dos. Por lo tanto, se incorpora al análisis el poder local representado en
un primer momento por los Ayuntamientos constitucionales y luego
por las municipalidades, así como la Iglesia y las comunidades indíge-
nas y ladinas.

Este trabajo pretende dar un panorama general, pero historiográfica-


mente actualizado, del periodo que va desde el último tercio del siglo
xviii hasta la década de 1880, para el territorio salvadoreño. Los cortes
internos son simples referencias para orientar al lector y no implican
necesariamente rupturas drásticas, a lo sumo se pueden ver como indi-

Poder actores sociales.indd 61 07/12/2011 11:10:43 a.m.


62 Carlos Gregorio López Bernal

cadores de tendencias. El primero estudia el impacto de la Constitución


de Cádiz (1812) sobre los poderes locales de finales de la colonia, el se-
gundo abarca desde la creación de la Intendencia de San Salvador hasta
la Federación. Luego se trabaja el intervalo que media entre la ruptura
federal y la caída de Francisco Dueñas en 1871, seguramente el periodo
más oscuro de la historia republicana salvadoreña. El último apartado
cierra en la década de 1890 y se centra prácticamente en el ascenso libe-
ral y la consolidación del Estado salvadoreño.

La experiencia constitucional gaditana


Un buen punto de partida para explorar estas problemáticas es el tra-
bajo de Sajid Herrera que estudia a profundidad el legado de Cádiz a la
conformación de las municipalidades en El Salvador. Siguiendo la senda
trazada por François-Xavier Guerra, Antonio Annino e Hilda Sábato,
Herrera concluye que los dos periodos constitucionales de Cádiz (1810-
14 y 1820-21) produjeron una “revolución” en la conformación de los
ayuntamientos y sentaron las bases de lo que serían las municipalidades
salvadoreñas en el siglo xix.1 Como se mostrará más adelante, varios de
los atributos que Cádiz dio a los ayuntamientos pervivieron buena parte
del siglo xix.

En los difíciles años que siguieron a la ruptura de la Federación, en medio


del caos de guerras entre Estados, levantamientos indígenas, asonadas
y revueltas de caudillos y facciones, las municipalidades continuaron su
trabajo. Por supuesto, no estuvieron exentas de sobresaltos, pero fueron
un poder permanente, visible y medianamente funcional. En los lugares
más extraviados y aislados del país el poder municipal era la única posi-
bilidad de que la población aceptara un mínimo de orden y control. La
“continuidad” del poder municipal se puede percibir en las “atribuciones”
a él asignadas a finales de la colonia y la vida republicana.2 Hay una simi-
litud más: desde Cádiz quedó establecida la subordinación de las corpo-

1 Sajid Herrera Mena, “La herencia gaditana. Bases tardío-coloniales de las municipalida-
des salvadoreñas, 1808-1823”. (Tesis doctoral, Universidad Pablo de Olavide, 2005).
2 Ibíd., pp. 106-107.

Poder actores sociales.indd 62 07/12/2011 11:10:43 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 63

raciones municipales a una instancia superior, en un primer momento a


los ‘jefes políticos’ y luego a los ‘gobernadores departamentales’.

Cádiz permitió y facilitó el tránsito del Antiguo Régimen al orden mo-


nárquico-constitucional, y luego al sistema republicano. Sin romper la
tradición de gobierno local y su subordinación a instancias superiores, la
constitución gaditana anuló la concepción jerárquica y organicista ante-
rior y puso a todos los ayuntamientos constitucionales en igualdad jurí-
dica, igualdad que, con algunas limitaciones, también se extendió a los
individuos. Pero además, dio lugar a un reordenamiento territorial que
quebró definitivamente antiguas jerarquías administrativas y de pres-
tigio. La nueva conformación municipal, en buena medida horizontal,
fue una escuela política para los ciudadanos que, como miembros de las
corporaciones municipales, entraron en una dinámica de debate y con-
frontación, nunca vista hasta entonces.3

Antonio Escobar considera que la herencia gaditana se manifestó en


dos vías: por una parte, marcó la transición del antiguo al nuevo régi-
men, mediante la incorporación de nuevas ideas relacionadas con igual-
dad, libertad, ciudadanía y eliminación de corporaciones; por otra, la
proliferación de ayuntamientos cambió las estructuras sociopolíticas y
las mentales, ya que los nuevos ayuntamientos canalizaron el ejercicio de
un nuevo derecho político legitimado por la constitución que favoreció
un desplazamiento del poder hasta lo local, “permitiendo que un alto
número de personas se incorporaran a los procesos políticos… en este

3 Los estudios de historia local en México muestran cómo las municipalidades se con-
virtieron en bastión de los intereses locales; señalan, además, las determinantes que
subyacían detrás de estos y que podían responder a familias, comunidades étnicas o
redes de poder de alcance regional. Véase, por ejemplo, Antonio Escobar Ohmstede, “La
conformación y las luchas por el poder en las Huastecas, 1821-1853”, Secuencia, no. 36
(1996); Guy Thompson, “Agrarian Conflict in the Municipality of Cestzalán (Sierra de
Puebla): The Rise and Fall of “Pala” Agustín Dieguillo, 1861-1894”, Hispanic American
Historical Review, 71, no. 2 (1991); y Raymond Buve, “Caciquismo, un principio de
ejercicio de poder durante varios siglos”, Relaciones, xxiv: 96 (2003). Para una vi-
sión más general sobre América Latina, basada sobre interesantes casos de estudios,
véase: Antonio Escobar Ohmstede, Romana Falcón y Raymond Buve (eds.), Pueblos,
comunidades y municipios frente a los proyectos modernizadores en América Latina,
siglo xix, 1a ed. (México: cedla- El Colegio de San Luis, 2002).

Poder actores sociales.indd 63 07/12/2011 11:10:43 a.m.


64 Carlos Gregorio López Bernal

proceso no solo se integraron sectores que habían estado relegados por


el sistema político colonial, sino numerosos pueblos indios que vieron
sobreponerse a su estructura político-territorial las nuevas formas de
poder local.”4

Varios autores han discutido cómo en la América hispana, Cádiz y las


independencias rompieron con una tradición de legitimidad del poder
representado en la figura del Rey. En el imaginario popular, el Rey era
no solo la representación del poder, sino el árbitro en última instancia, el
padre que velaba por el bien de todos. En el caso particular de Centro-
américa, la independencia llegó en cierto modo fortuitamente. En todo
caso, una vez obtenida, se hizo evidente que las elites criollas no tenían
mucha claridad sobre el rumbo a seguir, como bien lo demuestran el ca-
rácter muy provisorio de la declaración de independencia y las dudas en
torno a la organización política de las provincias.5 Sin embargo, nunca
se cuestionó seriamente al poder municipal; por el contrario, en ciertos
contextos, como cuando se discutía la anexión al imperio de Agustín de
Iturbide, la decisión final se tomó a partir de la opinión de los ayunta-
mientos constitucionales, única instancia que por entonces gozaba de
suficiente reconocimiento y tenía la capacidad funcional para pronun-
ciarse al respecto.6

La continuidad y la legitimidad del poder municipal no desmedraron


en la transición de la colonia a la república. Por el contrario, buena parte
del vacío de poder que se produjo con la invasión napoleónica, la in-

4 Escobar Ohmstede, “La conformación y las luchas por el poder en las Huastecas, 1821-
1853”, pp. 6-7.
5 Véase Arturo Taracena, “Nación y República en Centroamérica (1821-1865)”, en Identi-
dades nacionales y Estado moderno en Centroamérica, (ed.) Jean Piel y Arturo Tarace-
na (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica-flacso, 1995).
6 Véase Andrés Townsend Ezcurra, Las provincias unidas de Centroamérica: Fundación
de la república, 1a ed. (San José: Editorial Costa Rica, 1973); Eugenia López Velás-
quez, San Salvador en la anexión centroamericana al Imperio del Septentrión, 1a ed.
(San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, concultura, 2000); y Mario
Vásquez Olivera, “La división auxiliar del Reyno de Goatemala. Los intereses mexi-
canos en Centroamérica, 1823-1824”. (Tesis de maestría, Universidad Autónoma de
México, 1997).

Poder actores sociales.indd 64 07/12/2011 11:10:43 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 65

dependencia, la prolongada agonía federal y los tumultuosos primeros


años de los Estados nacionales fue llenado, al menos en parte, por los
ayuntamientos constitucionales y posteriormente por las municipalida-
des. No obstante, a lo largo del siglo xix, y sobreponiéndose a sus debi-
lidades, el gobierno central logró que las municipalidades, consciente o
inconscientemente, de forma voluntaria u obligadas, fueran instrumen-
tos efectivos de la centralización del poder y del fortalecimiento del Es-
tado. En consecuencia, las municipalidades mantuvieron sus funciones
administrativas, pero perdieron mucho protagonismo y poder político,
que fueron sus rasgos distintivos en el periodo precedente.

A partir de las Cortes de Cádiz la vida política de Hispanoamérica, en


general, y de Centroamérica, en particular, estuvo marcada por la preco-
cidad y la audacia de los cambios en el régimen político. Los ciudadanos
fueron los actores privilegiados del nuevo escenario político; por el con-
trario, las corporaciones perdieron sus privilegios y espacios de acción.
Uno de los rasgos más evidentes e impactantes de esos cambios fue la in-
troducción del sufragio masculino casi universal, establecido en España y
América mucho antes que en el resto de Europa. François-Xavier Guerra
llama a estos procesos una “modernidad de ruptura”, contraponiéndolos a
la “modernidad progresiva” que se dio en los países anglosajones. “A partir
de 1808 el nuevo sistema de referencias se impone, primero en los debates
políticos de ambos lados del Atlántico y luego en las constituciones: en
la de Cádiz de 1812 y en las de los nuevos Estados hispanoamericanos.”7

Ahora bien, no debe pasarse por alto una cuestión importante: los cam-
bios habidos en el mundo hispánico hubieran sido inconcebibles sin la
invasión francesa y la concomitante abdicación real. Estos hechos acele-
raron de manera admirable el curso de los eventos. Las transformacio-
nes del régimen político español fueron en buena medida “forzadas” por
7 François-Xavier Guerra, “Los orígenes socioculturales del caciquismo”, Boletín de la
Academia Nacional de la Historia, no. 327 (1999), p. 251. La excepcionalidad de las
circunstancias que rodearon a las Cortes de Cádiz, los avatares del proceso revolucio-
nario hispánico y la participación de las elites americanas es demostrada por François-
Xavier Guerra y Marie-Danielle Démelas-Bohy, “Un procesus révolutionnaire méconnu:
L’adoption des formes representatives modernes en Espagne et en Amerique (1808-
1810)”, Caravelle, no. 60 (1993), pp. 21-40.

Poder actores sociales.indd 65 07/12/2011 11:10:43 a.m.


66 Carlos Gregorio López Bernal

la búsqueda angustiosa de los medios para enfrentar la amenaza francesa


y recuperar los fueros de la monarquía hispánica.8 Incluso considerando
que una parte de las elites peninsular y americana venía tratando de
introducir cambios en la monarquía española, no puede obviarse que las
circunstancias en que estos se produjeron fueron excepcionales. De allí
que sea pertinente preguntarse hasta qué punto estos cambios fueron
asimilados y adoptados por el grueso de las sociedades hispánicas y, es-
pecíficamente, por las americanas.

En las regiones americanas en las que la independencia se logró por me-


dio de la guerra, el tránsito a la modernidad fue más problemático en la
medida en que el conflicto quebró las instancias políticas y cerró espacios
que hubieran permitido un cambio menos traumático, como sucedió, por
ejemplo, en Centroamérica. Aún así, rápidamente la región centroame-
ricana se vio envuelta en un espinoso debate sobre su futuro político que
demuestra cuán de improviso la había tomado la independencia.

En los meses que siguieron a la declaratoria de independencia, los ayun-


tamientos constitucionales desempeñaron diversas funciones, algunas
nuevas y eventuales, otras no tanto. Al igual que otras corporaciones
juraron la independencia, pero fueron más allá; unos cuantos denuncia-
ron a las autoridades del anterior régimen y otros, incluso, “aconsejaron”
a la Junta provisional y al jefe político Gaínza en temas tan variados
como relaciones diplomáticas, cuestiones militares y economía. Tam-
bién colaboraron para la realización de elecciones, tarea que continuaron
cumpliendo a lo largo del siglo. En la inusitada coyuntura ejecutaron
funciones novedosas que incluso rebasaban lo estipulado en la constitu-
ción de 1812 que aún los regía.

La presión que Gabino Gaínza y la Junta provisional recibían de Agus-


tín de Iturbide obligó a encomendar a los “pueblos” y a sus ayuntamien-

8 Una interesante discusión sobre los procesos de independencia en América y sus im-
plicaciones para la historia del siglo xix se encuentra en Anthony McFarlane, “Issues
in the History of Spanish American Independence”, en Independence and Revolution
in Spanish America: Perspectives and Problems, (ed.) Anthony McFarlane y Eduardo
Posada-Carbó (Londres: Institute of Latin American Studies, 1999).

Poder actores sociales.indd 66 07/12/2011 11:10:43 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 67

tos que decidieran mediante “concejos abiertos” la aceptación o rechazo


de la anexión al Imperio. Los resultados de la consulta se conocieron
el 5 de enero de 1822: 104 pueblos votaron a favor de la anexión; 11 la
condicionaron; 32 dejaban la resolución a la Junta Consultiva; 21 decían
que era el Congreso Nacional el que debía decidir; y 2 dijeron estar in-
conformes con el proceder de la Junta.9 Herrera muestra que al discutir
la conveniencia o no de unirse al imperio de Iturbide, los ayuntamientos
valoraron tanto los posibles escenarios futuros, como los problemas que
podían resolverse o agravarse con su decisión, lo cual concuerda con lo
expresado por Ariel Rodríguez Kuri que considera que, desde finales
del xviii, el municipio se había convertido en “el lugar predilecto de los
grupos de interés locales para expresar inquietudes y propuestas”.10

A similares conclusiones llega José Antonio Fernández al estudiar los


cabildos coloniales de lo que después sería El Salvador. Fernández sos-
tiene que “los cabildos fueron instituciones clave durante el periodo
colonial tardío; las oligarquías locales los utilizaron para defender ‘sus’
mercados y fueron arenas de confrontación cuando hubo divisiones a su
interior.” Sustenta su tesis estudiando la venta de los “oficios vendibles y
renunciables” por la Corona, acción que respondía a tres condicionantes:
la importancia económica de cada localidad, los privilegios individuales
y las luchas de facciones.11

9 Herrera Mena, “La herencia gaditana. Bases tardío-coloniales de las municipalidades


salvadoreñas, 1808-1823”, pp. 145-51.
10 Ariel Rodríguez Kuri, La experiencia olvidada. El Ayuntamiento de México: política y go-
bierno, 1876-1912, 1a ed. (México: Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco/
El Colegio de México, 1996), pp. 18-19. Para una historia de la institución municipal en
América véase: Miguel Molina Martínez, El municipio en América. Aproximación a su
desarrollo histórico, 1a ed. (Granada: Ediciones Adhara, 1996).
11 José Antonio Fernández Molina, “De tenues lazos a pesadas cadenas. Los cabildos
coloniales de El Salvador como arena de conflicto político”, en Mestizaje, poder y so-
ciedad. Ensayos de historia colonial de las provincias de San Salvador y Sonsonate,
(eds.) Sajid Herrera Gómez y Margarita Gómez (San Salvador: flacso, Programa El
Salvador, 2003), pp. 74-75. Similares situaciones encontró Xavier Cuenin estudiando
la municipalidad de Guatemala. Cuenin señala como en el caso de Guatemala, la atri-
bución de la municipalidad de velar por la buena calidad de las carnes, podía entrar
en conflicto con los intereses privados: los grandes criadores de ganado eran a la vez
miembros de la corporación municipal. Cuenin demuestra que muchos de los conflictos

Poder actores sociales.indd 67 07/12/2011 11:10:43 a.m.


68 Carlos Gregorio López Bernal

En la nueva concepción de sociedad política que surge de Cádiz y se


refuerza con la independencia era evidente que la multiplicidad de ciu-
dadanos, con sus muchos intereses individuales y gremiales, no podía
ser representada a la manera del antiguo régimen. La raíz del proble-
ma estaba en que el concepto pueblo tenía múltiples significados, entre
los cuales el moderno, “pueblo como fuente de la nueva legitimidad y
soberanía”, era una novedad que debió convivir y competir con otros
más arraigados y con significados más concretos; por ejemplo, pueblo
como comunidad de individuos que habitan el territorio dominado por
el ayuntamiento.

Como muy bien lo señala José Carlos Chiaramonte, “el concepto de


pueblo, como también ocurre con el de nación y representación, posee dis-
tinto contenido según se lo utilice en el sentido de la tradición política
hispana o en el de las doctrinas de la soberanía popular contemporá-
neas de la revolución francesa”. Chiaramonte previene a no caer en la
trampa de “leer en clave democrática” las referencias a los “pueblos” que
aparecen en los documentos del xix, pues a menudo esas invocaciones
conllevan un sentido hispánico más tradicional y no significan “pue-
blo”, entendido según la doctrina política de la soberanía emergente
del constitucionalismo francés, en la cual, “el pueblo es el conjunto de
individuos, abstractamente concebidos, iguales ante la ley. Y que, con-
siguientemente, supone también que los representantes que ellos elijan
representarán no un interés particular individual o de grupo, sino gene-
ral, de todo el pueblo o de la nación.”12

internos de la municipalidad se originaban en choques de intereses de diferente tipo.


Xavier Cuenin, “Les élites municipales de Ciudad de Guatemala dans la tourmente des
premières années de la Fédération: 1824-1830”. (Tesis de maestría, Universidad de
Nanterre, 2001), p. 48.
12 José Carlos Chiaramonte, “Vieja y nueva representación: los procesos electorales en
Buenos Aires, 1810-1820”, en Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo xix,
(ed.) Antonio Annino (México: Fondo de Cultura Económica, 1995), p. 26. Este argu-
mento es desarrollado a profundidad por Chiaramonte en Antonio Andino, Nación y
Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias (Buenos
Aires: Editorial Suramericana, 2004). Especialmente iluminador resulta el capítulo 3. “La
formación de los Estados nacionales en Iberoamérica” y la discusión sobre la “emergen-
cia de los ‘pueblos’ soberanos, pp. 64-69.

Poder actores sociales.indd 68 07/12/2011 11:10:43 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 69

Con estos antecedentes, bien puede cuestionarse si los ‘pueblos’ –esos


entes concretos, añejos y bien arraigados– a los que alude Guerra, se
concebían como parte del nuevo Estado republicano, o más bien veían
a éste como un poder intruso que atentaba contra la autonomía de que
habían gozado desde la época colonial. Herrera incluso sugiere que en
ciertos casos Cádiz fue vista como una posibilidad de mayor fortaleci-
miento del poder municipal y así lo reivindicaron cuanta vez pudieron.

Pero contrario a las expectativas de los pueblos, desde los primeros años
de vida independiente fue evidente que el gobierno central, más exacta-
mente el poder ejecutivo, iba a esforzarse no solo por controlar el accio-
nar del poder municipal, sino para hacer que éste ejecutara muchos de
los proyectos del gobierno central. Paradójicamente, en el contexto de
Cádiz, en la independencia, en la anexión al imperio de Iturbide y en las
constituyentes, los pueblos y las municipalidades jugaron importantes
papeles que seguramente fortalecieron su sentido de identidad y auto-
nomía, contra los que iba a concentrarse el accionar del poder central.

De Intendencia a Estado: los avatares de la autodefinición de


una sociedad

Las reformas borbónicas fueron el último esfuerzo de la Corona española


para fortalecer y “modernizar” su control en América, y a la vez, el antece-
dente de las independencias. En efecto, algunos autores consideran que la
intensificación del control de la burocracia colonial y los intentos por limi-
tar el poder de las elites económicas y religiosas americanas provocaron que
algunos sectores sociales se percibieran a sí mismos como diferentes y, en
consecuencia, estuvieran más atentos a defender sus intereses frente a la me-
trópoli. Esto ha sido bastante bien estudiado para el caso centroamericano.13

Ese reconocimiento de la diferencia se dio en varios niveles y momen-


tos. Por una parte, los “españoles americanos” descubrieron las brechas
que los separaban de la península, pero también las elites provinciales
13 Véase por ejemplo los trabajos de Robert S. Smith, Troy S. Floyd y Ralph Lee Wood-
ward Jr. recopilados por Luis René Cáceres (ed.), Lecturas de historia de Centroaméri-
ca, 1a ed. (San José: bcie-educa, 1989).

Poder actores sociales.indd 69 07/12/2011 11:10:43 a.m.


70 Carlos Gregorio López Bernal

fueron conscientes de las contradicciones que las llevarían a confrontar


con la elite guatemalteca cada vez más. Esas percepciones se intensifica-
ron con el ordenamiento jurisdiccional y administrativo introducido por
las reformas. Para el caso salvadoreño, la creación de la Intendencia de
San Salvador prefiguró, sin mayores alteraciones, el territorio de lo que
llegaría a ser El Salvador en el siglo xix.

Sin proponérselo, los reformadores borbones coadyuvaron en este pro-


ceso de diferenciación. Miles Wortman señala que uno de los objetivos
de las reformas era apoyar a los productores de las provincias para
que se liberaran del dominio que hasta entonces habían ejercido sobre
ellos los comerciantes de Guatemala. Además se buscó reformar la
estructura administrativa mediante la creación de intendencias con el
fin de fortalecer el control fiscal y territorial. Ese proceso requirió una
estrategia que se ejecutó en dos momentos: Primeramente, las auto-
ridades monárquicas se aliaron con los comerciantes guatemaltecos
–generalmente inmigrantes recién llegados–, para debilitar a la elite
tradicional criolla; pero una vez quebrado el dominio criollo, se atacó
el poderío de los comerciantes.14 Sin embargo, los resultados no fueron
los esperados. La Corona fue incapaz de romper el dominio de los
comerciantes; por el contrario, en ocasiones las medidas tomadas por
los intendentes fueron percibidas en las provincias como favorables a
los intereses guatemaltecos.15

En el caso de San Salvador esa animosidad provenía de las pugnas co-


merciales. Los añileros salvadoreños acusaban a los comerciantes guate-
maltecos de explotarlos mediante el control del crédito y el acceso a los
mercados europeos. Ciertamente que tal situación existió, pero investi-
gaciones más recientes han demostrado que el dominio de los comer-
ciantes no era absoluto y que los productores contaron con importantes
recursos para vetarlo. La resistencia de los añileros y la intervención de

14 Miles L. Wortman, Gobierno y sociedad en Centroamérica, 1680-1840, 1a ed. (San


José: bcie-educa, 1991), p. 164.
15 Juan Carlos Solórzano Fonseca, “Los años finales de la dominación española (1750-
1821)”, en Historia general de Centroamérica, (ed.) Héctor Pérez Brignoli (Madrid: Edi-
ciones Siruela-flacso, 1993). Tomo iii, cap. 1, p. 56.

Poder actores sociales.indd 70 07/12/2011 11:10:43 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 71

las autoridades reales a su favor no aminoraron el conflicto, más bien lo


exacerbaron.16 Las consecuencias políticas de esa contradicción se ha-
rían sentir posteriormente.

Las reformas borbónicas se mostraron más efectivas en el campo fiscal;


los ingresos de la Corona aumentaron significativamente.17 Asimismo,
la creación de las intendencias proveyó un mejor control administrativo
y territorial, pero esas mejoras solo se entienden considerando el atraso
y el desorden previo.18 Sin embargo, esos logros no pudieron evitar la
prolongada crisis de la monarquía, iniciada en 1789, cuando estalló la
guerra entre España e Inglaterra. Casi inmediatamente después de que
finalizó la guerra, una plaga de langosta destruyó las cosechas de añil en
1802 y 1803. Cinco años después Napoleón invadió la península ibérica
obligando a la abdicación del Rey, lo cual abrió una época de profundos
cambios políticos en la monarquía española: la convocatoria a Cortes y
la promulgación de la Constitución de 1812 fueron transformaciones
que tendrían serias consecuencias en América.

Durante el último medio siglo de dominio español, Centroamérica vi-


vió una serie de cambios que tendrían importantes secuelas. Hubo un
incremento extraordinario del mestizaje; se intensificó el cultivo del añil,
que a su vez incrementó las tensiones sociales, no solo al interior de la
provincia de San Salvador –entre indios y ladinos–, sino entre la elite
local y la guatemalteca y, en determinado momento, entre estas elites
provincianas y las peninsulares.19 La crisis de la monarquía hispánica,
iniciada con la invasión francesa en 1808 y prolongada en los esfuerzos
constitucionalistas de Cádiz generó incertidumbre, descontento y vacío
16 Véase José Antonio Fernández Molina, Pintando el mundo de azul, trad. Rafael Menjí-
var Ochoa, 1a ed. (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, concultu-
ra, 2003), especialmente los capítulos 6 y 7.
17 Wortman, Gobierno y sociedad en Centroamérica, 1680-1840, p. 368.
18 Un buen ejemplo de la nueva organización es el trabajo del intendente Gutiérrez y Ulloa
en San Salvador, que dio como producto su famoso informe, instrumento valioso para
conocer la sociedad salvadoreña en los umbrales de la independencia. Véase: Antonio
Gutiérrez y Ulloa, Estado general de la provincia de San Salvador; Reyno de Guatemala
(año de 1807) (San Salvador: Dirección de Publicaciones, 1962).
19 Solórzano Fonseca, “Los años finales de la dominación española (1750-1821)”, p. 69.

Poder actores sociales.indd 71 07/12/2011 11:10:43 a.m.


72 Carlos Gregorio López Bernal

de poder en los dominios americanos. Al final de cuentas, ese vacío de


poder incidió para que una región tan leal como el Reino de Guatemala
terminara optando por la independencia como medida para salvaguar-
dar el orden hasta entonces vigente.

Pero el orden que la elite guatemalteca buscaba preservar venía siendo


erosionado desde hacía tiempo por sus enfrentamientos con las elites
provincianas. Fernández dice que el control del mercado en el periodo
de auge añilero dio lugar a un “incruento y silencioso conflicto” entre
comerciantes-exportadores y productores. Los primeros crearon meca-
nismos para obtener la máxima ganancia posible, muchas veces a costa
de los productores. Estos, por su parte, se valieron de su poder a nivel
local y de la intervención de las autoridades españolas para frenar las
pretensiones guatemaltecas. Tan intensas eran las pugnas que Fernán-
dez no duda en señalar que la fragmentación regional del siglo xix ya
estaba prefigurada en el último tercio del xviii.20

Para finales de la colonia, la economía salvadoreña era la más dinámica


del Reino, tanto por su producción como por sus ferias comerciales. Sin
embargo, Pinto Soria señala que “ese relativo alto desarrollo le hizo sin
duda ser la provincia más sensible a la crisis de entonces. El añil ya no
encontró colocación en los mercados de siempre, lo cual creó descon-
tento, tanto en su elite como en las masas trabajadoras que se vieron
golpeadas por el desempleo.”21 El protagonismo salvadoreño, tanto en el
proceso de independencia como en la Federación, tuvo mucho que ver
con el grado de desarrollo de su economía, con el temprano autorecono-
cimiento de su elite, pero también con su vulnerabilidad ante las crisis
económicas y las pretensiones hegemónicas guatemaltecas.

No es de extrañar, entonces, que una vez lograda la independencia las


tendencias a la fragmentación del istmo cobraran fuerza. Varios factores

20 Fernández Molina, Pintando el mundo de azul, p. 302. Ese argumento es desarrollado


por Fernández de manera muy sugerente a lo largo del capítulo vii.
21 Julio César Pinto Soria, “La independencia y la federación (1810-1840)”, en Historia
general de Centroamérica, (ed.) Héctor Pérez Brignoli (Madrid: flacso, Ediciones Si-
ruela, S. A., 1993). Tomo iii, cap. 2, p. 77.

Poder actores sociales.indd 72 07/12/2011 11:10:43 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 73

coadyuvaron a ello: no hubo un movimiento independentista lo suficien-


temente fuerte y prolongado como para unificar a las elites provincianas;
no puede soslayarse el hecho de que la decisión última se tomó como una
reacción a los eventos acaecidos en México; y la ausencia misma de una
guerra de independencia no favoreció la conformación de un ejército na-
cional que actuara como aglutinador, aunque fuera por el uso de la fuerza.

En el istmo, la independencia produjo un vacío de poder e intensifi-


có las contradicciones. Y es que independientemente de las diferencias
económicas, políticas, sociales y étnicas, todos los habitantes recono-
cían la autoridad del Rey, o al menos no la impugnaban abiertamente;
por lo tanto, estaban dispuestos a acatar sus dictámenes. En palabras de
Wortman, “la monarquía era la preservadora, así como el símbolo de la
unidad y una vez que se alcanzó la independencia, se disolvió el vínculo
que mantenía unida a la frágil entidad centroamericana”.22 En tales con-
diciones, el “incruento y silencioso conflicto” de que habla Fernández
afloró con toda su fuerza y rápidamente llegó al enfrentamiento abierto.
A las antiguas pugnas se agregaron las propias del momento: forma
de gobierno a adoptar; organización del gobierno y del ejército; repre-
sentación ciudadana; rentas estatales, etc. El listado podría alargarse los
resultados serían los mismos.

Para complicar más la cuestión, tampoco las elites provincianas inde-


pendentistas tenían asegurado el dominio de los territorios que reivindi-
caban. Cádiz inició un proceso de reorganización territorial que quebró
las antiguas jerarquías a la vez que multiplicó el número de ayuntamien-
tos. Con la declaración de independencia se abrieron espacios de acción
para los pueblos que fueron aprovechados por los grupos de poder local
para mantener prerrogativas y de ser posible ampliarlas.23 Wortman se-

22 Wortman, Gobierno y sociedad en Centroamérica, 1680-1840, p. 275.


23 Este proceso ha sido estudiado a profundidad por Herrera Mena, “La herencia gaditana.
Bases tardío-coloniales de las municipalidades salvadoreñas, 1808-1823” y por Jorda-
na Dym, “A Sovereign State of Every Village: City, State and Nation in Independence-era
Central America, ca. 1760-1850”. (Tesis doctoral, New York University, 2000), espe-
cialmente el capítulo 5. “We ought only to obey our Mayors: City and State under a
Constitutional Monarchy, 1809-1821.”

Poder actores sociales.indd 73 07/12/2011 11:10:44 a.m.


74 Carlos Gregorio López Bernal

ñala: “Sin un soberano en España, la mayoría de los cabildos se convir-


tieron en soberanos que gobernaban independientemente sus territorios
y se oponían a un control central.”24

No obstante la improvisación de los primeros momentos y una vez su-


perado el impasse de la anexión al imperio de Iturbide, los centroame-
ricanos –con Guatemala y San Salvador a la cabeza– se dieron a la tarea
de definir su futuro. Vale decir que la elite liberal sansalvadoreña hizo
de su oposición a la anexión una ‘victoria moral’, de la cual se valió para
tomar ventaja política frente a Guatemala. Solo así puede entenderse
su urgencia para darse una constitución nacional antes de que se creara
la federal. Herrera señala que “mientras la Constitución federal llegó a
definir a la nación como un pueblo soberano, es decir, el conjunto de
habitantes del istmo, los salvadoreños la entendieron como un conjunto
de estados o pueblos soberanos”.25 Y aunque pueda decirse que lo hacían
para anular las pretensiones hegemónicas guatemaltecas, lo cierto es que
sentaban un precedente nefasto para la convivencia política armoniosa
de las provincias.

Centroamérica entró a la vida independiente en condiciones poco pro-


misorias: en lugar de dedicar sus energías a empujar un proyecto nacio-
nal, sus gobernantes debieron enfrentar la ingrata tarea de neutralizar
las tendencias disgregantes. Paradójicamente, esa tarea solo podía ser
asumida por Guatemala o El Salvador, cunas de los recelos. Sin embar-
go, ninguno pudo imponerse y los años de la Federación se consumieron
en constantes e infructuosos conflictos. Guatemala tenía el antecedente
de su dominio colonial, que generaba desconfianzas, hasta cierto punto
válidas. Y, no obstante su crecimiento económico, su densidad poblacio-
nal y el empuje de su elite local; El Salvador nunca estuvo en capacidad
de anular el poderío económico y político guatemalteco.

24 Wortman, Gobierno y sociedad en Centroamérica, 1680-1840, p. 276.


25 Sajid Herrera Mena, “La invención liberal de la identidad estatal salvadoreña, 1824-
1839”, Estudios Centroamericanos, no. 684 (2005), p. 915. Véase también: Adolfo Bo-
nilla, “Fundación del gobierno constitucional en El Salvador y Centroamérica”, en El
Salvador; la república, (ed.) Alvaro Magaña (San Salvador: Fomento Cultural Banco
Agrícola, 2000). Tomo i, p. 58.

Poder actores sociales.indd 74 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 75

Al principio pareció que las cosas marchaban; entre 1823 y 1826, la


región vivió un interludio prometedor, pero la sangrienta y costosa
guerra civil de 1826 a 1829 marcó el inicio de un conflicto intermi-
tente que se prolongó por años. El Salvador estuvo constantemente
involucrado en los conflictos federales. Ciertamente que su estratégica
posición geográfica hizo que el territorio salvadoreño fuera a menudo
campo de batalla, pero no debe olvidarse que en numerosas ocasiones
los conflictos fueron provocados por los salvadoreños. El costo pagado
fue muy alto, no solo en términos de vidas, sino económicos. Héctor
Lindo ha hecho un análisis pormenorizado de las consecuencias de la
guerra para el país. Entre 1824 y 1842, el Estado del Salvador participó
en 40 batallas con saldo de 2,546 muertos. Muchos edificios públicos
y privados fueron destruidos, los empréstitos forzosos agobiaron a los
incipientes empresarios, las haciendas fueron abandonadas o expropia-
das, los reclutamientos aterrorizaron a los pobladores y, en la vorágine
de los conflictos, las venganzas personales y de facción destruyeron la
confianza entre los individuos.26

Hacia mediados de la década de 1830, incluso los más entusiastas unio-


nistas reconocían que la Federación era inviable y que una reforma cons-
titucional era impostergable. Los problemas habían llegado a tal punto
que, incluso, justificar la existencia de las autoridades federales era una
tarea difícil, “No proporcionaban seguridad a la ciudadanía –a veces has-
ta parecía que la subvertían– no construían caminos o puertos, y no
crearon un sistema legal que la gente estuviera dispuesta a aceptar. Las
fuerzas que separaban a Centroamérica parecían mucho más poderosas
que las razones para seguir unidos.”27 Aún así, nunca se logró el consen-
so necesario para hacer las reformas y la agonía del proyecto federal se
prolongó hasta 1838, cuando el Congreso Federal dio un decreto que
permitía a los Estados organizarse como mejor les pareciera. Sin em-
bargo, Francisco Morazán hizo el último esfuerzo por imponer la unión,
mas fue derrotado por Rafael Carrera en 1840 que lo forzó al exilio.

26 Héctor Lindo Fuentes, La economía de El Salvador en el siglo xix, trad. Knut Walter Ben-
jamin, 1a ed. (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2002), pp. 86-101.
27 Ibíd., p. 87.

Poder actores sociales.indd 75 07/12/2011 11:10:44 a.m.


76 Carlos Gregorio López Bernal

Ya para la segunda mitad de la década de 1840 se podía notar que, inde-


pendientemente de sus diferencias o afinidades políticas e ideológicas y
de las dificultades para hacerse respetar frente a sus vecinos o las poten-
cias, las elites provincianas encontraban cada vez más atractivo el ejer-
cicio del poder en sus respectivos territorios nacionales y se mostraban
menos dispuestas a sacrificar ese dominio en el altar de la reunificación
centroamericana.

Pero no solo la política atentó contra la Federación, también lo hizo la


economía. En la medida en que la independencia y los conflictos fede-
rales quebraron el mercado regional y que no hubo un polo alternativo
que dinamizara la economía, las provincias comenzaron a construir sus
propias alternativas. Este proceso fue tanto o más problemático que la
construcción de los Estados nacionales y, en buena medida, fue deter-
minado por estímulos externos, pero para 1850, “lo que quedaba del
mercado interno centroamericano cedió ante el impacto de los vínculos
directos que cada Estado estableció con el mercado mundial”. Fernán-
dez concluye, “la balcanización del istmo era total”.28

El Salvador 1841-1871: ¿la larga espera?


Mucho se ha dicho que El Salvador es el país más unionista de Centro-
américa. Incluso aceptando que tal afirmación fuera cierta, es necesario
preguntarse cuáles son las razones que determinan esa adhesión. Los
motivos son más pragmáticos que idealistas. Basta echar una ojeada a
un mapa de Centroamérica para darse cuenta de que, territorial y geo-
gráficamente, El Salvador ha tenido razones de sobra para apoyar la
unión.29 Sin embargo, cada momento histórico ha condicionado el unio-
nismo salvadoreño. En todo caso, para los salvadoreños la reunificación
ha debido llenar dos requisitos: ser liderada por ellos, o al menos no
implicar el riesgo de caer bajo la hegemonía guatemalteca. Como nunca

28 Fernández Molina, Pintando el mundo de azul, p. 333.


29 Esto era así en el siglo xix. En el xx, a la estrechez territorial hay que añadir el creci-
miento de la población y los problemas económicos que obligaron a buscar “válvulas de
escape” mediante la emigración, primeramente hacia Honduras y actualmente hacia los
Estados Unidos.

Poder actores sociales.indd 76 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 77

ha habido un proyecto que reúna esos requerimientos, la unión no ha


sido posible.

Cuando Morazán hizo sus últimos esfuerzos por mantener la Federación


contó con el apoyo de una facción salvadoreña que, incluso, lo acompa-
ñó al exilio y vivió con él la tragedia costarricense. Connotados liberales
como Gerardo Barrios, Trinidad Cabañas, Doroteo Vasconcelos, Manuel
Irungaray, Indalecio Cordero y treinta más lo acompañaron y recogieron
el ensangrentado y estropeado estandarte de la unión. Vale decir, la unión
por la fuerza, origen de guerras fratricidas. Aunque Morazán tuvo acérri-
mos enemigos en El Salvador, la historia posterior hizo más énfasis en las
adhesiones, interpretación que fue reafirmada con el retorno de los restos
del caudillo a este Estado en 1849, los homenajes póstumos que le rindió
su acólito Gerardo Barrios, en 1858, y la construcción de una plaza con
su estatua en pleno centro de San Salvador, en 1882.30

En todo caso, una parte de la elite salvadoreña le apostó a la Federación,


escogencia que demuestra su poca confianza en el futuro de El Salvador
como Estado independiente. La evidencia del fracaso de la Federación
obligó al gobierno salvadoreño a dar, en 1840, un decreto que declaraba
a El Salvador “pueblo soberano y a su gobierno popular representativo”.
Pero fue solo hasta 1859, cuando la Asamblea salvadoreña dio un de-
creto que lo convirtió en “República libre, soberana e independiente”. El
segundo considerando del decreto señalaba: “Que para que El Salvador
entre decididamente en la via del progreso a que lo llaman sus elementos
de prosperidad y estreche sus relaciones estrangeras, es preciso definir
clara y terminantemente su condición y modo de ser político.”31 Para
entonces, era claro que el desarrollo económico demandaba una autode-
finición frente a la comunidad internacional.

30 Véase, Carlos Gregorio López Bernal, “Inventando tradiciones y héroes nacionales: El


Salvador (1858-1930)”, Revista historia de América, no. 127 (2000). Los homenajes
póstumos a Morazán dieron lugar a una curiosa “necrofilia heroica” en El Salvador,
heredada después por el mismo Barrios.
31 Archivo General de la Nación, Colección Impresos, Tomo xiv, documento 16; y Repo-
sitorio, 2ª época, 1968, pp. 53-54. En adelante se citará agn. En toda cita textual se
respeta la ortografía del original.

Poder actores sociales.indd 77 07/12/2011 11:10:44 a.m.


78 Carlos Gregorio López Bernal

En términos generales, los veinte años que siguieron a la ruptura de


la Federación se caracterizaron por la pugna entre aquellos que inten-
taban construir un Estado salvadoreño al margen de la reunificación
y los “coquimbos”, herederos de Morazán, para quienes el legado del
caudillo unionista era un recurrente llamado al clarín y la espada. En
cualquiera de los casos, avanzar un proyecto implicaba la derrota de la
facción opositora. Fueron pocos los momentos en que la tolerancia y el
buen sentido se impusieron; por ejemplo, cuando en 1856 los centro-
americanos debieron unir fuerzas para enfrentar la invasión de William
Walker en Nicaragua, pero aún entonces los jefes militares llevaron en
sus monturas las pugnas nacionales, las cuales volvieron más difícil la
derrota filibustera.

Dos personajes marcan las historia salvadoreña entre 1841 y 1871. Ge-
rardo Barrios y Francisco Dueñas, ellos marcan los puntos extremos
del mapa político salvadoreño del periodo. A su alrededor se agruparon
otros líderes políticos y militares, pueblos y comunidades indígenas y
ladinas. En realidad, son las cabezas visibles de agrupamientos político-
ideológicos aún por comprender. Los epítetos para ellos abundan; basta
decir que Barrios ha sido visto como “mártir de liberalismo salvadoreño”
y Dueñas como “conservador y clerical”. Cualquier calificativo es solo
una simplificación burda de sus personas y de los ideales e intereses que
representaron. Un estudio exhaustivo de sus carreras políticas reduciría
los méritos de uno y las taras de otro y terminaría por demostrar que era
más lo que compartían que sus diferencias.

Entre 1841 y 1871, El Salvador recorrió simultáneamente varios cami-


nos. En la vía política, la gran preocupación fue lograr un mínimo de es-
tabilidad. Sin embargo, no había consenso en definir para qué se quería
esa estabilidad. Dueñas la buscó para fortalecer al Estado salvadoreño,
pero sin renunciar a la posibilidad de la reunificación centroamericana,
siempre y cuando se hiciera sin recurrir a la fuerza. Sus escritos y sus
acciones no dejan lugar a dudas.32 Más difícil es concluir sobre Barrios.
32 En 1848, Dueñas escribió varios artículos sobre el tema. En uno de ellos decía: “Se ha
supuesto que al hablar de nacionalidad queremos que vuelva la federación y la cons-
titución de 824 con todos sus defectos, y este es otro error que necesita de discusión.

Poder actores sociales.indd 78 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 79

Si se parte de sus esfuerzos por centralizar el poder, podría aceptarse


que buscaba fortalecer al Estado, pero si se estudia el uso que hacía del
poder, bien puede concluirse que equiparaba al Estado con su persona.
Además, siempre tuvo en mente la reunificación de Centroamérica por
la fuerza, para lo cual la consolidación de su poder en El Salvador era
un primer paso.33

En el periodo que va de 1841 a 1871, la presidencia fue ocupada por 54


individuos (algunos asumieron varias veces). Si se restan las veces en que
ejercieron como senador-presidente, presidente provisional o vicepresi-
dente, quedan 20 que gobernaron en forma más o menos regular. Aún
incluyendo los meses en que la presidencia no estuvo en sus manos, re-
sulta que, en promedio, pudieron haber durado en el poder solo 18 me-
ses cada uno. La década más caótica fue la de 1840. Entre 1841 y 1850,
la presidencia cambió de manos 25 veces, de las cuales en 17 ocasiones
se asumió el poder bajo la ambigua modalidad de senador-presidente,
vicepresidente o presidente provisorio, una alternativa a la cual se re-
curría en momentos particularmente difíciles.34 Además, entre 1841 y
Sería una supina torpeza y aún falta de patriotismo, querer restablecer un sistema de
Gobierno que tanta sangre y tanta riña nos ha costado su ensayo, y sería hacernos
muy estúpidos, si juzgásemos que los centroamericanos eran incapaces de concebir y
ejecutar cualquier otro modo de gobernarse. Nacionalidad para nosotros quiere decir:
Unión de todos los Estados de Centro América, bajo una forma tal, que sin perder su
soberanía particular, compongan una sola nación. Convencidos en este punto, procede
la manera de discutir la forma.” Francisco Dueñas, Artículos políticos, 1a ed. (San Sal-
vador: Dutriz Hermanos, 1905); agn, colección Impresos, Tomo xx, libro 5, pp. 65-66.
El énfasis es mío. Sobre la vida política de Dueñas, véase también: Enrique Chacón,
El Presidente Dr. Francisco Dueñas y su época (San Salvador: Academia Salvadoreña
de la Historia); José Antonio Cañas, “Doctor Don Francisco Dueñas”, en Estudios histó-
ricos (San Salvador: Biblioteca Universitaria, Imprenta Nacional, 1941); y Miguel Angel
Gallardo, Papeles históricos (San Salvador: El Salvador News Gazette, 1983).
33 En julio de 1862, Barrios escribió a José María Zelaya: “El paso que he dado con tanta
decisión a favor de la nacionalidad, es el mentis completo contra todos aquellos que
habían creído que mis ideas habían retrogradado. No, eso no podía ser. Cuanto he he-
cho en mi administración era necesario hacerlo, y no debe calificarse una obra por sus
partes, sino por el conjunto y observando sus resultados.” “Carta de Gerardo Barrios al
Licenciado don José María Zelaya”, en Emiliano Cortés, Biografía del Capitán General
Gerardo Barrios (San Salvador: Editorial Lea, 1965), pp. 124-125.
34 Con base en Ítalo López Vallecillos, El periodismo en El Salvador, 2a ed. (San Salva-
dor: uca Editores, 1987), pp. 461-463. Erik Ching señala que entre 1841 y 1861, la

Poder actores sociales.indd 79 07/12/2011 11:10:44 a.m.


80 Carlos Gregorio López Bernal

1871, se produjeron 13 revueltas indígenas que tuvieron como centro las


regiones de Izalco, Nonualco y Cojutepeque. Algunas de ellas obligaron
al gobierno a movilizar fuertes contingentes militares para controlar-
las.35 Si a estos sobresaltos se agregan los conflictos con países vecinos,
la campaña contra William Walker, más las pestes, terremotos, sequías y
temporales que afectaron el país, ciertamente se puede entender que las
posibilidades de desarrollo eran pocas. Sin embargo, a excepción de los
eventos telúricos, meteorológicos y las pestes, la mayoría de problemas
tuvieron su origen en cuestiones de índole política, en las cuales la vo-
luntad humana era factor principal.36

En la vía económica el itinerario fue menos confuso, quizá porque éste


no dependió de la voluntad de los salvadoreños, sino de las poderosas
fuerzas del mercado internacional. Efectivamente, como lo ha demos-

presidencia cambió de manos 42 veces, y 19 veces más entre 1861 y 1899. En este
cálculo la duración de cada periodo presidencial se reduce a poco más de un año. Sin
embargo, debe considerarse que Ching incluye las presidencias de Francisco Dueñas
(1863-1871) y Rafael Zaldívar (1876-1885) que duraron mucho más que cualquier otra.
En todo caso, la inestabilidad política es evidente. Erik Ching, “From Clientelism to Mili-
tarism: The State, Politics and Autoritarism in El Salvador, 1840-1940”. (Tesis doctoral,
University of California, 1997), p. 131.
35 Virginia Tilley, Seeing Indians. A Study of Race, Nation, and Power in El Salvador, 1a.
ed. (University of New México Press, 2005), pp. 124-125.
36 Incluso la última consideración se presta a matices. En junio de 1857, Gerardo Barrios,
jefe del último contingente de tropas salvadoreñas enviadas a Nicaragua, se levantó
contra el presidente Rafael Campo. Incumpliendo una orden que le mandaba poner en
cuarentena a sus tropas para evitar la propagación del cólera morbos, desembarcó en
Acajutla dirigiéndose a San Salvador. La intentona fracasó y Barrios debió rendirse. La
peste se propagó rápidamente y cobró la vida de importantes personas, como Isidro
Menéndez y José María San Martín. Entre junio y julio de ese año murieron más de
2,300 personas, al grado que en San Salvador los cadáveres debieron ser incinerados,
pues no había posibilidad de sepultarlos. Una muestra del impacto de la peste se apre-
cia en el departamento de Santa Ana; su población en 1857 era de 72,350 habitantes,
para 1858 descendió a 65,275. Aún siendo cautos con la rigurosidad de los datos, es
evidente el impacto de la epidemia. Véase, Estadística general de la república de El
Salvador (1858-1861), 2a ed. (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos,
1990), p. 109. Para un estudio de la conspiración de Barrios, véase: Carlos Gregorio Ló-
pez Bernal, “Implicaciones político-sociales de la campaña contra los filibusteros en El
Salvador: Las acciones de Gerardo Barrios”, en Simposio Internacional Filibusterismo y
destino manifiesto en las Américas (Liberia, Costa Rica, 2007).

Poder actores sociales.indd 80 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 81

trado Héctor Lindo, la “fiebre del oro” en California echó a andar un


proceso de reactivación de la economía que generó nuevas demandas de
productos, reavivó la navegación por el Pacífico y dio lugar a la construc-
ción de rutas interoceánicas, primero en Nicaragua y luego en Panamá,
con la construcción del ferrocarril, en 1855. Los empresarios salvadore-
ños tradujeron estos hechos como “oportunidades abiertas” y actuaron
en consecuencia: al añil se añadió el café, y entre ambos generaron los
recursos económicos que el país necesitaba para salir de la postración en
que lo dejó la Federación.37

Aunque la historiografía liberal insistió en dar a Barrios los méritos


por el fomento de la caficultura, Lindo ha demostrado que ningún
gobernante salvadoreño tuvo la capacidad de hacerlo, al menos no por
decreto. Más sensato sería decir que el mayor mérito fue no interferir.
Aún así, la impaciencia, el autoritarismo y las arriesgadas aventuras
bélicas de Barrios dejan muy poco a su favor. Las evidencias sugieren
que si en un primer momento hubo una contribución presidencial al
desarrollo de la caficultura, provino de Dueñas, no tanto por las me-
didas que tomó adrede, sino porque su prolongada estadía en el poder
le dio al país estabilidad suficiente para invertir y ordenar la adminis-
tración pública.

El otro camino a considerar tiene que ver con la construcción de insti-


tuciones nacionales. No hay mucho que destacar; de hecho la mayoría
de instituciones que sugieren la actividad de un Estado y que lo sim-
bolizan comienzan a aparecer en la década de 1860 y se desarrollan en

37 Véase: Héctor Lindo Fuentes, “La introducción del café en El Salvador”, en Tierra, café
y sociedad, (ed.) Héctor Pérez Brignoli y Mario Samper (San José: flacso, 1994). Un
informe del capitán francés P. Cousnier, fechado en abril de 1850, decía: “California ha
venido a dar al comercio marítimo del océano Pacífico una actividad hasta ahora des-
conocida; una población inmensa que acude, parte por el Cabo de Hornos, parte por el
istmo de Panamá, ha venido a transformar en necesidad lo que hasta hoy no había sido
más que un sueño: las vías de comunicación”. Informe del señor P. Cosnier, capitán
de la fragata La Sérieuse, en el Golfo de Fonseca, a 5 de abril de 1850. Archives du
Ministere des Affaires Étrangeres, Paris. correspondance politique, Amerique Centrale,
vol. 9, 1849-1850, M Fourcade, fol. 159-168. En adelante amae.

Poder actores sociales.indd 81 07/12/2011 11:10:44 a.m.


82 Carlos Gregorio López Bernal

las dos décadas siguientes.38 Pero una indagación más minuciosa deja
ver que en los decenios de 1850 y 1860 los gobernantes salvadoreños
fueron construyendo un andamiaje institucional básico, para el cual
usaron elementos que retomaron del orden colonial y otros que crea-
ron a partir de las necesidades que enfrentaban. Buena parte de ese
fundamento institucional fueron leyes con las cuales se buscó ordenar
y disciplinar a una población aún renitente al control. En ese sentido,
es clave la “Recopilación de leyes” realizada por Isidro Menéndez en
1854 y publicada al año siguiente, la cual supuso el ordenamiento y
depuración del ingente y heterogéneo marco legal heredado del Anti-
guo Régimen.39

En 1855 se publicó un Código de comercio, el de procedimientos civi-


les, criminales y judiciales se dio en 1857, un Código civil y otro penal
se sancionaron en 1860.40 En mayo de 1858 se aprobó un Reglamento
de milicias; en noviembre de 1860 se dio un Reglamento de gobernado-
res, jefes de partido, consejos municipales, alcaldes y jueces de paz, que
sustituyó al de 1832; en febrero de 1867 se aprobó un Código político y
municipal de la República del Salvador.41 Aunque la efectividad de tales
leyes es discutible, es válido considerarlas, al menos como indicadores de
los proyectos que los gobernantes tenían en mente.

Si un mérito tuvieron esos gobiernos fue su capacidad para hacer obras


con un mínimo de inversión. De hecho, la construcción de obras pú-
blicas fue una preocupación constante a lo largo del xix, pero fue solo
en el último tercio del siglo cuando hubo una inversión estatal signi-
ficativa. Entre la independencia y 1860, la poca infraestructura que
38 Por ejemplo, el Palacio Nacional (que por muchos años albergó a los tres poderes del
Estado, se comenzó a construir en 1865, fue inaugurado en 1870), el Colegio Militar
(1868), la Biblioteca Nacional (1870), el Teatro Nacional (1871). En el plano simbólico,
el primer “himno nacional” y la primera “bandera nacional” son también de 1865.
39 Isidro Menéndez, Recopilación de las leyes del Salvador en Centroamérica, 2a ed., 2
vols. (San Salvador: Imprenta Nacional, 1956).
40 Lindo Fuentes, La economía de El Salvador en siglo xix, p. 116.
41 Gaceta del Salvador, 22 de mayo de 1858, pp. 1-3; agn, Fondo Gobernantes, Ad-
ministración Barrios, Tomo ii, 1ª parte, p. 254-284; Código Político y Municipal de la
República del Salvador, 1867, agn, Impresos, Tomo vi, doc. 3.

Poder actores sociales.indd 82 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 83

se construyó se hizo con el concurso –voluntario o forzoso– de otras


instancias. Los caminos y carreteras, por ejemplo, eran construidos y
mantenidos por medio del llamado “fondo de beneficencia”, mediante
el cual los vecinos de entre 15 y 60 años eran obligados a trabajar dos
días en obras públicas o a pagar cuatro reales en efectivo. Las muni-
cipalidades eran las encargadas de ejecutar el cobro y dirigir los tra-
bajos. En otras ocasiones, se recurría a concesiones, casi siempre muy
ventajosas para los empresarios, quienes invertían con la seguridad de
que podrían explotarlas con suficiente tiempo y ganancia. Este tipo de
contratos se usó preferentemente en puertos, ferrocarriles y líneas de
diligencias.

Algo parecido sucedía con otro tipo de obligaciones. Buena parte de


las escuelas de primeras letras dependían de las municipalidades que
debían pagar el preceptor, conseguir el local y en ocasiones dotar de
útiles escolares. Los trabajos de introducción de aguas a los pueblos
recaían en las municipalidades y los vecinos.42 Incluso la persecución
de delincuentes, que en apariencia estaba más centralizada, dependía
de la colaboración de los alcaldes y comisionados, quienes formaban
escoltas que apoyaban a los jueces del crimen o a los inspectores de
policía. En otros casos se pagaba recompensa a quien capturara a un
desertor o “quebrador de trabajo”.43 Cuando era necesario enfrentar
plagas y pestes los gobernadores organizaban comisionados especia-
les, casi siempre munícipes, que a su vez convocaban a los vecinos

42 Tan tarde como 1896, la municipalidad de San Martín podía exigir a todo vecino mayor
de edad “una semana de trabajo personal o su equivalente en dinero para terminar
las obras de introducción de aguas.” agn, Fondo Leyes y códigos, caja 9. Anuario de
legislación de la República de El Salvador, 1893, pp. 62-63.
43 En 1852 se dio un decreto estableciendo que “Todo aquel que aprehenda a un desertor
veterano será premiado con cinco pesos que en moneda corriente y de gastos militares
deberá entregarle el Tesorero jeneral en esta capital, o los administradores de alcabalas en
los departamentos.” agn, Gobernación de San Vicente, Libro en que constan las comuni-
caciones que se dirigen al Ministerio General, 1852. En 1897, el jornalero Laureano Torres,
de San Miguel, fue capturado por deber 11 pesos de 14 que había recibido por adelantado
del finquero Antonio Rosales. Además de lo adeudado, también pagó cuatro reales que el
señor Rosales reconoció al vecino que hizo la captura. “Diligencias promovidas por el Dr.
Don Antonio Rosales a efecto de que se libre orden de captura contra Laureano Torres por
ser quebrador de sus trabajos,” agn, San Miguel 1898, Legajo 35, # 13.

Poder actores sociales.indd 83 07/12/2011 11:10:44 a.m.


84 Carlos Gregorio López Bernal

para ahuyentar al chapulín o desarrollar labores de salubridad y cua-


rentena.44

Los ejemplos anteriores muestran cómo funcionaba el gobierno central


a mediados del xix. Mucho del trabajo lo hacían las municipalidades
y los vecinos. El mérito de los gobernadores, ministros, y, al final, del
presidente, era su capacidad para lograr la realización de las tareas. Este
sistema tenía ventajas y desventajas. Era ventajoso porque resultaba
barato; aunque muchas veces las obras demoraban en realizarse y era
preciso que los funcionarios insistieran sobre sus subalternos, a menudo
apremiándolos con amenazas y multas. Pero no era funcional cuando se
trataba de obras de mayor envergadura; además, frecuentemente gene-
raba descontento y oposición en los pueblos, lo cual podía tener conse-
cuencias políticas indeseables.

A pesar de esas debilidades, en la década de 1860 el poder del gobier-


no central aumentó considerablemente. Ese fortalecimiento se debió no
tanto a un crecimiento significativo del aparato estatal, como a la estabi-
lidad política y a un cambio de estilo en el ejecutivo. Francisco Dueñas
gobernó desde 1863 hasta 1871. Si bien su insistencia en reelegirse le
ganó mucha oposición, ésta solo se hizo evidente en los últimos dos años
de gobierno. Al ímpetu e impaciencia de Barrios, Dueñas antepuso el tra-
bajo pausado pero sostenido. Evitó los sobresaltos y los conflictos innece-
sarios. No legisló atropelladamente, pero insistió en la efectiva aplicación
de la legislación vigente; pero, sobre todo, fue especialmente cuidadoso
en sus relaciones con los pueblos, las comunidades indígenas y la Iglesia.
Dejó que el interior del país marchara a su propio ritmo, a tal punto que
algunos han visto su gobierno como un periodo de estancamiento, mien-
tras se esforzó por lograr avances significativos en las ciudades, donde
sabía que había más disposición al cambio y a la modernidad.45

44 En enero de 1852, una plaga de langosta invadió el oriente. El gobernador Francisco


Gavidia informaba que a pesar de haber nombrado comisionados especiales que obra-
ban con la mayor energía no habían podido erradicar la plaga. agn, Fondo Quemados,
Gobierno político departamental de San Miguel, caja 1, 1841-1870.
45 Los principios políticos de Dueñas estaban claros tan temprano como en 1848. Re-
flexionando sobre la vida al interior del país decía: “Una media docena de hombres en

Poder actores sociales.indd 84 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 85

Las reformas y la consolidación del Estado (1871-1890)


Comparado con el anterior, el periodo que va de 1871 a 1890 ha sido
más estudiado por la historiografía salvadoreña. Se le caracteriza por
ser la época de las reformas liberales, las cuales se consideran como la
culminación del proceso de centralización del poder y de consolidación
del Estado. Generalmente, este periodo se prolonga hasta finales del
xix e incluso hasta el levantamiento de 1932, al cual se ha visto como la
manifestación de la crisis del Estado liberal salvadoreño.

Si se acepta la tesis de que este periodo marca la consolidación del estado


salvadoreño debe reconocerse que ésta se dio en condiciones muy peculia-
res. En dicho periodo el país fue gobernado por los siguientes presidentes:
Santiago González (abril de 1871 a enero de 1876); Andrés Valle (febrero-
abril de 1876); Rafael Zaldívar (mayo de 1876 a mayo de 1885); Fernando
Figueroa (mayo a junio de 1885); y Francisco Menéndez (junio de 1885
a junio de 1890). En realidad, los importantes fueron González, Zaldívar
y Menéndez. Los tres lograron concluir su periodo constitucional sin ma-
yores sobresaltos, pero no superaron la prueba del relevo presidencial. De
hecho, buena parte de la inestabilidad política del periodo se debió a la
propensión de esos mandatarios a mantenerse en el poder, ya fuera reeli-
giéndose o arreglando la sucesión presidencial para conservar su influencia
y dominio. El único que tuvo éxito con la primera modalidad fue Zaldí-
var, que se valió de amañadas reformas constitucionales y de elecciones
convenientemente arregladas para gobernar por nueve años. González y
Menéndez intentaron la segunda vía, pero fracasaron y terminaron derro-
cados, pues la oposición no aceptó a los sucesores designados. Es decir, la
consolidación liberal en el poder no implicó necesariamente estabilidad
política, mucho menos respeto al orden constitucional. Por lo tanto, es pre-
ciso buscar otras lógicas explicativas, las cuales se plantearán más adelante.
cada población es la que lee y se ocupa de la cosa pública algunas veces, y los Go-
biernos atendiendo solo a esta media docena de hombres, se separan enteramente del
interés de los pueblos. Lo que es la opinión de estos cuatro, se traduce por la opinión
general, y de este error nacen muchos de los que causan nuestro atraso y nuestras
desgracias.” Más adelante agregaba, “La ciencia de gobernar no consiste en multiplicar
las leyes, ni en estar haciendo innovaciones a cada rato. El pueblo no toma parte en
estas materias porque no las entiende y porque solo busca resultados. Pocas veces o
ninguna examina las causas.” Dueñas, Artículos políticos, pp. 72-75.

Poder actores sociales.indd 85 07/12/2011 11:10:44 a.m.


86 Carlos Gregorio López Bernal

El ascenso liberal finisecular se dio luego del derrocamiento de Francis-


co Dueñas. A partir de entonces inició una serie de reformas que provo-
caron transformaciones importantes en lo político, lo económico y en las
relaciones Estado-Iglesia y que complementaron cambios que se venían
dando desde la década anterior. Los rasgos de las reformas liberales que
más se han destacado son: una marcada secularización de la sociedad, el
irreversible desarrollo de la caficultura y significativas transformaciones
en la tenencia y propiedad de la tierra. Pero también hubo importantes
transformaciones culturales. Para entonces el país ya contaba con una
importante comunidad intelectual que había abrazado los postulados
del positivismo y la modernidad y que justificó y fortaleció desde las
ideas los cambios en curso. La Iglesia y los indígenas fueron objeto de
sus debates y ataques. La primera, porque era vista como oscurantista
y ligada a la tradición; los segundos, porque eran percibidos como un
obstáculo al progreso y la modernización.

Los estudios históricos han hecho más énfasis en los cambios políticos,
económicos e ideológicos. En algunos casos se ha hecho referencia a los
cambios culturales en el medio urbano, pero no se ha prestado suficien-
te atención a la cuestión cultural en sentido amplio; es decir, no se ha
estudiado hasta qué punto esas transformaciones alteraron el modo de
vida de los indígenas y campesinos.46 Las reformas liberales supusieron
el choque entre dos modelos de vida que, a pesar de sus evidentes di-
ferencias, hasta entonces habían convivido sin demasiados sobresaltos.
Los indígenas mantenían cierta autonomía, al tiempo que participa-
ban con relativo éxito en la economía y la política.47 Sin embargo, entre
1871 y 1890, sus espacios de participación corporativa se redujeron; la
privatización de las tierras comunales tuvo nocivos efectos, no tanto en
su condición económica, sino en su cohesión étnica, pero sobre todo
46 Una notable, pero insuficiente excepción son los trabajos de Rodolfo Cardenal, El poder
eclesiástico en El Salvador, 1871-1931, 1a ed. (San Salvador, El Salvador: uca Edito-
res, 1980), caps. 5 y 7; y Santiago Montes, Etnohistoria de El Salvador, 2 vols. (San
Salvador: Dirección de Publicaciones, 1977).
47 Véase Lindo Fuentes, La economía de El Salvador en siglo xix y Aldo Lauria-Santiago,
Una república agraria. Los campesinos en la economía y la política de El Salvador en el
siglo xix, trad. Márgara Zablah de Simán, 1a ed. (San Salvador: Dirección de publica-
ciones e impresos, 2002).

Poder actores sociales.indd 86 07/12/2011 11:10:44 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 87

debieron enfrentar una intransigente –aunque quizá bien intencionada–


ofensiva contra su forma de vida.48 Posiblemente esa presión acumulada
haya sido una de las causas por las cuales los indígenas se involucraron
tan decididamente en las movilizaciones políticas de 1885 y 1890, que
quizá percibieron como las últimas oportunidades de revertir una evi-
dente tendencia a la marginación y el sometimiento.

El rasgo más importante de las reformas liberales no es su radicalidad, si no


su continuidad. Aunque los sobresaltos políticos no desaparecieron, ningu-
na de las “revoluciones” del periodo consideró siquiera anular los cambios
realizados anteriormente. Por el contrario, cada nuevo gobierno se compro-
metió en su profundización y consolidación. Es decir, dichas reformas no
dependieron de la voluntad de una facción, sino de la claridad de una elite,
que si bien no había encontrado la fórmula para hacer tranquilamente los
relevos presidenciales, sí tenía muy claro el rumbo que quería darle al país.

Los cambios se centraron primeramente en el sistema político. Era ló-


gico, pues la mayoría de los conflictos internos que el país había vivido a
lo largo del siglo fueron provocados por disputas de poder. Sin embargo,
la forma en que se trató de resolver el problema fue poco original. Los
“revolucionarios” siguieron la ya clásica receta: derrocar al “presidente
usurpador”, nombrar un presidente provisional, convocar a una asam-
blea constituyente que diera una nueva constitución –lo cual hacía pare-
cer que los problemas se originaban en ésta, cuando en realidad tenían
su origen en la incapacidad de los gobernantes para respetarla–, luego
se convocaba a elecciones en las que indefectiblemente ganaba el indi-
viduo que había ejercido la presidencia provisoriamente.49 Esa fórmula

48 Ejemplo de ello, son los trabajos de David Joaquín Guzmán, Teodoro Moreno, José An-
tonio Cevallos, Esteban Castro y otros. Todos ellos pugnaron por “civilizar” y ladinizar al
indio, como única vía para sacarlo de la “postración” en que, según ellos, vivía. Véase,
Carlos Gregorio López Bernal, “El pensamiento de los intelectuales liberales salvadore-
ños sobre el indígena, a finales del siglo xix”, Boletín afech, no. 41 (2009).
49 Una interpretación interesante y sugerente sobre esta faceta de la vida política de-
cimonónica aparece en los trabajos de Sonia Alda Mejía, “Revoluciones y el “sagra-
do derecho de insurrección de los pueblos” en Centroamérica, 1838-1871; Pactismo
y soberanía popular,” en iii Congreso de historiadores latinoamericanistas (adhilac)
(Pontevedra, 2001).

Poder actores sociales.indd 87 07/12/2011 11:10:45 a.m.


88 Carlos Gregorio López Bernal

no auguraba nada nuevo, la prueba fue que, en 1876, el conflicto por la


sucesión presidencial reapareció. Hubo que esperar varios años más y
pasar por la dolorosa experiencia de otras “revoluciones” para solucionar
aceptablemente el problema del relevo presidencial.

A partir de 1871, el Estado salvadoreño fue anulando o reduciendo los es-


pacios de acción de la Iglesia y de otras corporaciones, como las municipa-
lidades: registro civil, administración de cementerios, educación, cobro de
impuestos, milicias locales, estadística, registro de la propiedad, etc. fueron
poco a poco subordinados al poder central, de tal manera que para finales
de siglo el control del Estado se había fortalecido considerablemente.50

Las reformas liberales fueron parte de una oleada revolucionaria que


afectó casi simultáneamente a El Salvador, Honduras y Nicaragua; de
alguna manera eran un efecto retardado de la desaparición del caudillo
conservador Rafael Carrera. Por unos pocos años se articuló un “trián-
gulo liberal” que sintonizó la política regional, anulando la posibilidad
de una “contrarrevolución” desde un país vecino, como había sucedido
antes. Por otra parte, los cambios económicos que se habían venido
dando desde la década anterior abrieron posibilidades nuevas y pro-
metedoras. En esos años, la economía salvadoreña descansaba en dos
puntales: el añil, que a pesar de sus altibajos todavía era una fuente de
ingresos importante, y el café, que cada vez tomaba más fuerza y se
convertía en el “motor de la economía”. Para 1871, las exportaciones de
añil alcanzaron 2,308,317 pesos y las de café 662,421. Pero en 1876,
el añil reportó 1,721,378 pesos, mientras que el café llegó a 1,209,362.
En 1884, el añil reportó 2,073,752 pesos y el café 2,200,106.51 Sin em-

50 Para una interpretación novedosa sobre la relación sistema fiscal, poder y construcción
del Estado en El Salvador, véase, Antonio Acosta, “Hacienda y finanzas de un estado
oligárquico. El Salvador, 1874-1890”, en Estado, región y poder local en América Latina,
siglos xix-xx, (ed.) Pilar García Jordán (Barcelona: Publicaciones y ediciones de la
Universidad de Barcelona, 2007).
51 Lindo Fuentes, La economía de El Salvador en siglo xix, pp. 192-193. En la memoria
de hacienda de 1874 se puede apreciar la lectura que entonces se hacía sobre los pro-
ductos de exportación: “El consumo del Añil puede disminuirse por el descubrimiento de
tintes que lo vayan reemplazando y tal vez llegue su precio a ser tan poco remunerativo
como el de la cochinilla y a desaparecer las rentas que de él proceden; pero en cambio

Poder actores sociales.indd 88 07/12/2011 11:10:45 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 89

bargo, en la segunda mitad de la década de 1880 el café tomó ventaja


sobre el añil, que desde entonces fue a la baja, no solo en los precios
sino en la producción.

La configuración política regional y las variaciones en la economía con-


vencieron a los gobernantes de que había llegado la hora de acentuar los
cambios. A su juicio, el crecimiento de la agricultura comercial reque-
ría cambiar la estructura agraria mediante la privatización de las tierras
comunales y ejidales. Vale decir que hasta la década de 1870 el café se
había expandido preferentemente en tierras privadas y baldías, aunque
también se sembraba en ejidos y tierras comunales. Según Héctor Lin-
do, dos factores mantuvieron alejados a los terratenientes de las tierras
ejidales y comunales: la existencia de tierras incultas y el poder con-
servador guatemalteco. Sin embargo, los baldíos se estaban agotando y
Carrera había desaparecido; más importante, “los conservadores salva-
doreños no tenían interés en defender las instituciones tradicionales; se
habían convertido en caficultores”.52 Se llegó así a un nuevo escalón de
cambios. Según la opinión liberal, al eliminar la propiedad corporativa,
se quitaban los obstáculos al desarrollo agrícola basado en la iniciativa
particular y la seguridad jurídica.

Para la mayoría de autores que han estudiado la privatización de las


tierras ejidales y comunales, este proceso evidencia el fortalecimiento
del Estado salvadoreño y de la elite que detentaba el poder. Aldo Lauria
introduce matices interesantes. Según Lauria, los liberales veían a las
tierras comunes como “privilegios corporativos”, propios de la colonia,
por lo tanto discordantes con el nuevo sistema político instaurado des-
de la independencia y sus principios y valores: soberanía, ciudadanía,

tenemos por delante el halagüeño porvenir del café cuyo cultivo se aumenta notable-
mente en la República, prometiendo por su buena calidad y la abundancia con que se
produce llegar a ser un ramo pingüe de nuestra riqueza agrícola”. José Larreynaga,
“Memoria de Hacienda y Guerra”, (San Salvador: Imprenta Nacional, 1875), p. 6.
52 Lindo Fuentes, La economía de El Salvador en siglo xix, pp. 223 y 229. Similares
consideraciones hace Robert G. Williams, States and Social Evolution. Coffee and Rise
of National Governments in Central America (The University of North Carolina Press,
1994), pp. 205-239.

Poder actores sociales.indd 89 07/12/2011 11:10:45 a.m.


90 Carlos Gregorio López Bernal

propiedad e igualdad.53 Por lo tanto intentaron crear un sector social


compuesto de labradores con visión empresarial, al cual había que ga-
rantizarle el acceso a la tierra. Y si bien acepta que para 1880 el Estado
estaba suficientemente consolidado para concebir, justificar y legislar
una transformación tan importante, cuestiona su capacidad operativa
para realizar el proceso. No se tenían los “agentes estatales” suficientes.
Sin embargo, este problema se solucionó de una forma que puede ser
vista como ejemplo de audacia, creatividad y pragmatismo: el gobierno
logró que las reformas fueran ejecutadas por funcionarios locales, in-
cluyendo líderes municipales y comunales. Esta decisión tuvo ventajas
importantes. Por una parte, le ahorró al Estado recursos económicos y
humanos, pero más importante, trasladó el potencial conflictivo de la
privatización al plano local.

“La ejecución de la ley fue un asunto contencioso que provocó con-


flictos internos; las facciones comunales fueron colocadas unas con-
tra otras, cada una tratando de asegurarse las mejores parcelas de
tierras para sí misma. Pero las diferencias no se limitaron a luchas por
el acceso a la tierra, conflictos políticos, a menudo relacionados con
disputas más amplias ya fueran regionales o nacionales, afectaron la
privatización y exacerbaron disputas internas y animosidades.”54

Para Lauria, el resultado inmediato de la privatización fue la división de


la propiedad entre comuneros, ejidatarios y particulares que aprovecha-
ron el momento para hacerse de tierras. Y aunque acepta que hubo abu-
sos por parte de terratenientes, especuladores y funcionarios, considera
que, en términos generales y a título personal, ejidatarios y comuneros
indígenas vieron el proceso como positivo. Sin embargo, recalca que en
el plano social las comunidades indígenas fueron las grandes perdedo-
ras; no porque sus miembros hayan sido desposeídos de la tierra, sino
porque se debilitó la cohesión comunal que se arraigaba en la tierra. A la
larga, la propiedad individual actuó como fuerza centrífuga.
53 Lauria-Santiago, Una república agraria. Los campesinos en la economía y la política de
El Salvador en el siglo xix, p. 342.
54 Aldo Lauria-Santiago, “Land, Community, and Revolt in Late-Nineteenth-Century Indian
Izalco, El Salvador”, Hispanic American Historical Review, 79:3 (1999), p. 505.

Poder actores sociales.indd 90 07/12/2011 11:10:45 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 91

Paralelamente a los cambios políticos, a la secularización de la socie-


dad y la privatización de las tierras comunales y ejidales, se continuó
fortaleciendo al Estado y se destinaron cada vez más recursos a infraes-
tructura, especialmente carreteras, puertos, telecomunicaciones y ferro-
carril. Asimismo se fortalecía al ejército y se trabajaba por mejorar los
mecanismos de control social aplicando con más rigor las leyes contra la
vagancia y los “quebradores de trabajo”.55 La construcción de carreteras
fue prioritaria, pues garantizaba el flujo de los productos y un mejor
control territorial.

Paralelamente a la construcción de carreteras, se trabajó en la red ferro-


viaria y de telecomunicaciones. En 1882 se inauguró la vía férrea entre
Acajutla y Sonsonate; en 1884 se completó el tramo entre Sonsonate y
Armenia y en 1891 se extendió hasta La Ceiba. Para 1896 el ferrocarril
había llegado hasta Santa Ana, principal centro productor de café. En
el caso de las telecomunicaciones, los avances fueron también rápidos.
La primera línea telegráfica fue inaugurada en 1870 entre el puerto de
La Libertad y San Salvador. Cuatro años después se enlazó con Gua-
temala. La expansión del telégrafo comenzó en el occidente del país.
Las municipalidades fueron obligadas a colaborar en la construcción y
mantenimiento de la red telegráfica. En febrero de 1871 el gobernador
de Sonsonate informaba al ministro de lo interior, que se había estable-
cido el telégrafo en Izalco, por lo que encargó al juez de policía rural del
distrito la inspección de las líneas.56

Un año después, el telégrafo se extendía en el departamento de San Vi-


cente. El 24 de enero, la presidencia ordenó al gobernador que se diera
a don Agustín Maury, contratista de la obra, “toda la gente que necesite
para dicha empresa, siendo de cuenta del Sr. Maury la indemnización

55 Véase: Lindo Fuentes, La economía de El Salvador en siglo xix, pp. 260-264; y Carlos
Gregorio López Bernal, “Tiempo de liberales y reformas”, en El Salvador; la república,
(ed.) Alvaro Magaña (San Salvador: Fomento Cultural, Banco Agrícola, 2000), tomo i,
pp. 173-190.
56 Mariano Fernández, gobernador de Sonsonate, al Ministro de lo interior, 4 de febrero de
1871. agn, Fondo Quemados, Gobierno político departamental de Sonsonate, caja 3,
1867-1886.

Poder actores sociales.indd 91 07/12/2011 11:10:45 a.m.


92 Carlos Gregorio López Bernal

correspondiente”. El alcalde de Santo Domingo, recibió una nota del


gobernador el 16 de febrero, en la cual le pedía personas “que se ocupen
de extraer de los montes postes de madera de Madre de cacao, etc. desde
la orilla del río Jiboa hasta el lindero con la jurisdicción... cuyos gastos
pagará el empresario a su llegada á ese pueblo.”57 A mediados de 1872,
los indios de Cojutepeque se levantaron contra el gobierno; Antonio
Grimaldi pidió al gobernador que exigiera a las municipalidades “redo-
blar la vigilancia para la conservación de la línea telegráfica”.58 Las te-
lecomunicaciones y las carreteras aumentaron la capacidad de respuesta
del ejército frente a las revueltas, pero también coadyuvaron a un mayor
control de la administración pública en el interior. Para 1881, el gober-
nador de Cabañas decía que la correspondencia oficial y privada enviada
por el telégrafo y el correo se recibía con puntualidad.59

En 1882 se estableció el cable submarino que conectó al país con el resto


del mundo. Hacia 1907 habían 250 aparatos telegráficos en servicio y
600 empleados trabajaban en la red telegráfica. En 1888 se introdujo el
teléfono. En 1914 el Directorio telefónico registró más de 1,600 teléfo-
nos distribuidos en todo el país, de los cuales 135 aparecen como públi-
cos.60 Ese desarrollo de la infraestructura garantizó el control territorial,
obligando a que la población tomara conciencia del poder estatal, cada
vez más difícil de eludir. No resulta extraño que fuera a partir de la dé-
cada de 1880 cuando se comenzó a quebrar el tradicional localismo que
anteriormente caracterizó la vida salvadoreña.

57 agn, Fondo Quemados. Gobierno Político Departamental de San Vicente, caja 2, año
1872.
58 Antonio Grimaldi, ministro de lo interior, al gobernador de San Vicente, 10 de mayo de
1872. Ibíd. En febrero 1879 se pedía al gobernador de San Vicente investigar quiénes
eran los responsables de suspender las líneas del telégrafo e imponerles una multa.
agn, Fondo Quemados, Gobernación Departamental de San Vicente, caja 1, año 1879.
59 Informe de la Gobernación del Departamento de Cabañas, Diario Oficial, 4 de octubre
de 1881, p. 316.
60 Carlos Gregorio López Bernal, Tradiciones inventadas y discursos nacionalistas: El ima-
ginario nacional de la época liberal en El Salvador, 1876-1932, 1a ed. (San Salvador:
Editorial Universitaria, 2007).

Poder actores sociales.indd 92 07/12/2011 11:10:45 a.m.


De Intendencia a Estado nacional 93

Conclusiones
El periodo estudiado abarca más de un siglo, y está marcado por dos
reformas: las borbónicas de finales del xviii, y las liberales del último
tercio del xix. Las primeras fueron un intento orientado a fortalecer el
régimen colonial, por lo cual podrían verse como ancladas en el pasado.
Sin embargo, a la vez que oxigenaron la dominación española, pusieron
las bases para escenarios futuros. Efectivamente, resulta imposible expli-
car la independencia o el enfrentamiento entre las elites guatemalteca
y salvadoreña y el mismo ordenamiento territorial regional sin hacer
alusión a las reformas borbónicas.

Las reformas liberales marcan la culminación de un proceso de larga du-


ración, cuyo eje más evidente es el político, pero no pueden entenderse al
margen de la economía y la configuración de una sociedad, cuyas raíces
más vigorosas se nutrieron de la colonia. Se ha tendido a considerar que
las reformas liberales fueron determinantes para la configuración del
Estado salvadoreño, puesto que constituyeron la base sobre la cual el
país se proyectó hacia el siglo xx. Eso es cierto, pero no debe olvidar-
se que también el pasado las condicionó. En cierto modo, éstas fueron
una versión postergada y actualizada de los audaces cambios que los
primeros liberales intentaron hacer poco después de la independencia.
La imposibilidad de realizar esas transformaciones evidencia no solo la
debilidad y el apresuramiento de la elite que quiso impulsarlas, si no la
fuerza de los factores en contra, y estos no provenían únicamente de los
sectores sociales opuestos a los cambios. Cuando se revisan los recursos
humanos y materiales disponibles, la intransigencia y prepotencia con
que los ilustrados liberales quisieron imponer su agenda y la fuerza con
que la Iglesia y las comunidades indígenas defendieron sus espacios, la
tentación de afirmar que los “tiempos no estaban maduros” es grande.

Diferente era la situación hacia el último tercio del xix. La elite se


había fortalecido y estaba relativamente unificada. El poder central era
suficiente como para imponerse a nivel local; como contraparte, la Igle-
sia y las comunidades indígenas se habían debilitado. Además, ya se
contaba con una base económica que no solo generaba recursos fisca-
les para mantener un mínimo aparato burocrático, sino que obligaba a

Poder actores sociales.indd 93 07/12/2011 11:10:45 a.m.


94 Carlos Gregorio López Bernal

atemperar las pasiones políticas. Esos resultados difícilmente concuer-


dan con los proyectos que se concibieron en la época independentista;
en cierto modo, ese Estado salvadoreño se construyó como la negación
de aquellos; se mantuvo la utopía de una Centroamérica unida, pero
subordinada a los intereses de la elite nacional.

El panorama político del periodo estudiado es sumamente complejo.


Los cambios distaron de ser lineales; de hecho hubo mucha incerti-
dumbre, lo cual dio lugar a decisiones improvisadas. En todo caso, la
independencia y luego la Federación provocaron un vacío de poder sin
parangón con los siglos anteriores. Esa condición ayuda a explicar la
persistente inestabilidad política del siglo xix; condición que solo pudo
superarse, al menos en términos funcionales, con la promulgación de la
constitución de 1886, vigente hasta 1939, que legitimó el accionar del
Estado liberal salvadoreño.

Poder actores sociales.indd 94 07/12/2011 11:10:45 a.m.

Anda mungkin juga menyukai