La organización de la realidad:
Durante los primeros siete años descubre el niño progresivamente los
principios elementales de la invariación que se refiere al objeto, a la cantidad, al
número, al espacio y al tiempo; los cuales prestan una estructura objetiva a su
imagen del mundo.
El objeto y los principios físicos de invariación:
El juego
El juego se distingue del acto intelectual menos por su estructura que por su
finalidad.
Los juegos simbólicos se distinguen de los juegos como ejercicio por la ficción
(hacer como si) y por la utilización de símbolos propios. Dependen de la posibilidad de
sustituir y representar una situación vivida por una supuesta. El juego simbólico obra
durante la primera infancia como catarsis ayuda a restablecer el equilibrio afectivo
alterado.
Los juegos reglados que suponen la subordinación común a una ley que sujeta a
todos, se realizan cada vez más frecuentemente desde los siete a los ocho años. Durante la
fase precedente del desarrollo el niño es capaz ya de contacto social. Ganar en el juego
significa divertirse.
La imitación
El dibujo
Fase 3: la imagen visual: de los ocho a los nueve años siente el niño la necesidad
cada vez más intensa de reproducir la realidad. Incluso durante la tercera fase de
desarrollo, muchos niños representan sus vivencias afectivas de preferencia por dibujos
simbólicos.
El lenguaje:
El balbuceo del lactante, que se ha designado como una excitación del órgano de
la fonación, constituye el estadio sensomotor previo del desarrollo del lenguaje
propiamente dicho. El balbuceo se convierte rápidamente en reacción circular y en juego e
ejercicio. Descubren nuevas voces, una comunicación intencional. Las primeras formas
expresivas verbales no son conceptos lingüísticos en sentido gramatical. Con algunas
palabras, como mama, no solo se designa la madre, se expresa el deseo también.
Desde los siete años la conducta infantil se hace social. El lenguaje sirve cada vez
más a la comprensión y a la discusión general.
3. La función afectiva:
Tercer estadio: la elección del objeto hacia el final del primer año el niño comienza
a moverse conscientemente en el mundo exterior, se polarizan también sus sentimientos.
Por una parte se siente el mismo como causa del éxito o del fracaso, por otra se inclina
hacia los seres que desencadenan en los sentimientos de placer y de seguridad y se desvía
de aquellos que le producen desplacer o temor. La elección de un objeto cargado de
afecto habitualmente cae en la madre. Según su doctrina la primera ligazón a la madre
influye sobre todas las relaciones afectivas posteriores, mientras que la actitud
ambivalente hacia el padre forma el súper yo moral.
El segundo año, se refina las relaciones afectivas con el mundo exterior y obran
sobre la formación del carácter del niño. Entre estas relaciones afectivas los juicios
morales desempeñan un papel especialmente activo. Simpatiza con las personas que
corresponden a sus necesidades e intereses momentáneos y hace de ellas su modelo.
Estos constituyen la escala de medida moral para todas las cosas. Alrededor del tercer año
llevan a una crisis natural de insurrección, actúan como modelos absolutamente
indispensables los adultos a los que el niño se ha acercado confiadamente. El niño siente
respeto.