1. Preludio
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El período que comprende desde mediados de los años ’70 del siglo XX hasta
la primera década del siglo XXI ha sido uno de profundos cambios en la historio-
grafía del así llamado “antiguo Israel”.3 En efecto, la trama narrativa sobre los anti-
guos israelitas que hallamos en el Antiguo Testamento ha sido desmontada y, tra-
mo a tramo, des-historizada, vale decir, despojada en una gran parte de un referente
histórico real, al no existir una mayor confirmación extra-bíblica, cuando remite a
personajes, eventos y descripciones particulares, más allá de puntuales corrobora-
ciones.4 Así pues, y desde las perspectivas más críticas en los estudios de la historia
de Israel y del Antiguo Testamento, el período de los patriarcas bíblicos fue el pri-
mero en ser seriamente cuestionado en su historicidad a partir de estudios arqueo-
lógicos, lingüísticos y literarios, a mediados de los años ’70 (cf. Thompson 1974;
Van Seters 1975; Ska 2005). Entre fines de los ’70 y comienzos de los ’80, el turno
fue para el éxodo de los israelitas desde Egipto y la conquista de la tierra prometi-
da, junto con un período de los jueces (cf. Miller 1977; Diebner 1984; Na’aman
1994). Las historias standard del antiguo Israel comenzaban a mediados de los ’80
con la monarquía unida de David y Salomón como punto de partida seguro de una
historiografía crítica (cf. Donner 1984; Soggin 1984; Miller / Hayes 1986). A prin-
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cipios de los ’90, sin embargo, ya no era seguro referirse a la historicidad de estos
monarcas bíblicos y su reino en el Levante a comienzos de la Edad del Hierro II, en
torno a 1000 a.n.e. (cf. Jamieson-Drake 1991; Thompson 1992; Niemann 1993;
Finkelstein 1996). Fue, también, durante los ’90 que esta progresiva deconstruc-
ción de la historicidad de la narrativa bíblica, del libro de Josué al de Reyes, sentó
las bases para repensar el rol del Antiguo Testamento como fuente histórica para la
historia de la Edad del Hierro, y asimismo, sobre la naturaleza de la narrativa bíbli-
ca de Israel en relación con la literatura próximo-oriental, de la cual ahora también
se cuestionaba el rigor histórico del exilio a Babilonia y el retorno a la tierra pro-
metida bajo autorización del imperio persa.5
En 1991, N.P. Lemche había analizado en un breve estudio la veracidad de la
descripción bíblica de los antiguos cananeos como un referente histórico, cultural y
étnico opuesto a los antiguos israelitas (Lemche 1991; cf. también Uehlinger
1999). Su conclusión fue que los cananeos bíblicos no tenían lugar en el pasado
histórico de la antigua Palestina, más que como antítesis teológica de los israelitas.
El paso siguiente fue, lógicamente, cuestionar la veracidad histórica de los antiguos
israelitas, y de su religión, tal como eran representados en el Antiguo Testamento
(véase Lemche 1998b). Así pues, luego de los debates de los años ’90, difícilmente
pueda hablarse en la actualidad de los antiguos israelitas como una etnicidad cla-
ramente definida a través de la Edad del Hierro en Palestina.6 Y en tal sentido, ya
no sería posible referirse a una historia del “antiguo Israel” sin antes definir los
alcances de ese mismo concepto, en sí mismo problemático debido a su construc-
ción dependiente casi exclusivamente de una paráfrasis del esquema bíblico del
pasado de Israel antes que de la evidencia externa. Más aún, a partir de estos cues-
tionamientos, no caben dudas de que la historia de Israel y Judá durante la Edad del
Hierro no equivale necesariamente a la historia de Palestina durante ese mismo
período; aun cuando la evidencia arqueológica y epigráfica pueda ser la misma, la
orientación historiográfica no lo es, así como tampoco los resultados.7
La postura deconstructiva sintetizada hasta aquí, y a la que podemos definir
bajo el no siempre acertado término de “minimalismo” (cf. Davies 2005), se posi-
cionó como la corriente historiográfica más crítica con respecto a los modos de
hacer historia sin la Biblia como guía en la reconstrucción histórica, y privilegian-
do en cambio los resultados de la arqueología y la epigrafía del Levante, en conjun-
to con otras disciplinas auxiliares. Al minimalismo, durante los ’90, se le opuso una
5. Pueden verse las discusiones y perspectivas reunidas en Grabbe 1997; 1998; 2011.
6. La bibliografía sobre la cuestión de la etnicidad de las sociedades del Hierro I-II en Palestina es
abundante. Para una orientación, véase Anfinset 2003; Kletter 2006; 2014.
7. No obstante lo argumentado en Knauf 2014.
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lla fe, pero que también la relegaba a una posición secundaria en tanto que una
comunidad nacional, una nación judía comenzaba a ser imaginada, se profesara la
fe o no, y una memoria colectiva era evocada en términos históricos. Este proto-
nacionalismo judío fue el antecesor directo del sionismo político que surgió duran-
te la segunda mitad del siglo XIX. Si bien la fe judía fue un componente válido de
aglutinación nacional, el sionismo hizo un uso esencialmente secular de ella en la
constitución de un colectivo nacional judío. Y se mantuvo de ese modo hasta bien
pasada la primera mitad del siglo XX. En efecto, el Estado de Israel, fundado en
1948, hizo apelaciones antes a la historia, la arqueología y la geografía del nuevo
territorio nacional que a la creencia religiosa para crear una conciencia de perte-
nencia nacional. La arqueología fue considerada durante los años ’50 como la “re-
ligión civil” del nuevo Estado israelí, el elemento clave que demostraba las hondas
raíces del pueblo judío en Palestina y otorgaba, en gran medida, el derecho históri-
co a “retornar” al territorio del cual había sido expulsado hacía dos mil años (Abu
el-Haj 2001, 45-129; Arav 2001). A partir de la Guerra de los Seis Días en 1967 y
especialmente durante los años ’70, en el ámbito del nacionalismo israelí, otrora
secular en todas sus manifestaciones, irrumpieron sectores religiosos, inclusive
ortodoxos y fundamentalistas, que reclamaban –y todavía lo hacen– la ocupación
total del Gran Israel bíblico, del Israel de los reyes David y Salomón, desde el río
Éufrates en Siria hasta la península de Sinaí y algunos territorios transjordanos (cf.
Feige 2009, 39-66, 87-111; Masalha 2010, 105-162). Desde esta última perspectiva
fundamentalista, la Biblia se transformaba en un documento divino de propiedad de
la tierra y todos aquellos que no estaban incluidos en dicho plan divino (notable-
mente, los palestinos) debían ser formalmente excluidos de la tierra de Israel
(ʾeretz Israʾel).
Por supuesto, la percepción religiosa fundamentalista sobre la tierra de Israel,
su pasado histórico y los habitantes no judíos en ella, no es ni nunca ha sido mayo-
ritaria en la sociedad israelí. Sin embargo, las perspectivas sionistas seculares coin-
ciden con las posiciones religiosas fundamentalistas en que el pasado bíblico del
pueblo judío representa un proceso histórico particular sobre los orígenes mismos
del pueblo judío actual y la consecuente legitimación de un Estado judío en Pales-
tina, luego de las persecuciones a las poblaciones judías, especialmente en Europa
oriental a fines del siglo XIX, y de los horrores del holocausto al finalizar la Se-
gunda Guerra Mundial.11 En ese sentido, todavía subsisten en el Estado de Israel
percepciones esencialistas, tanto étnicas como culturales, que conectan directamen-
11. Sobre la filosofía de la historia sionista y los conceptos de “exilio” y “retorno a la historia”,
bajo los cuales se interpretaba la historia judía de los últimos tres mil años a la luz de la colonización
sionista en Palestina y la creación del Estado de Israel, cf. Raz-Krakotzkin 2013.
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El deseo por recuperar las antiguas raíces de la nación hebrea fue una fuerza mayor de
motivación en la construcción de una narrativa maestra sionista de conmemoración.
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Pero, en este proceso, la memoria colectiva suprimió la memoria de otros grupos que
se encontraban en conflicto con dicha reconstrucción del pasado. El sionismo, espe-
cialmente en su vertiente dominante socialista, se esforzó por desacreditar la memoria
de los judíos religiosos no sionistas, sosteniendo que ello había conducido al estanca-
miento cultural, a la inacción política y a la victimización característica del período
[diaspórico]… El sionismo suprimió la memoria de siglos de vida en Palestina de los
árabes al ignorar su presencia. La memoria sionista representó a la tierra como vacía y
desolada, anhelando el retorno de sus antiguos habitantes hebreos.
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Como se indicó más arriba, la historia de Palestina estuvo, hasta tiempos rela-
tivamente recientes, referida a intereses historiográficos y políticos occidentales.
La población local fue, por cierto, reconocida por viajeros, exploradores y diplomá-
ticos europeos a fines del siglo XVIII y durante el XIX pero solamente como habi-
tantes de un Oriente atrasado que debía integrarse a la civilización occidental a
través de los beneficios de la colonización y el imperio o simplemente como reli-
quias etnográficas pertenecientes a un pasado bíblico.12 Desde el punto de vista
nativo o local, la historiografía palestina (vale decir, escrita por historiadores pales-
tinos) es también reciente, producida especialmente durante la segunda mitad del
siglo XX y vinculada a la propia conformación de una conciencia nacional palesti-
na a lo largo de esa centuria y en clara relación con el enfrentamiento entre árabes
palestinos y británicos, hasta 1948, y con colonos sionistas y luego el Estado de
Israel (cf. Khalidi 1981; Sfeir-Khayat 2005). Más allá de los detalles estrictamente
políticos del conflicto palestino-israelí, y trascendiendo –aunque sin dejar de reco-
nocer– los constructos más ideológicos de una apelación a un pasado antiguo (co-
mo los ya referidos “cananeos árabes”), en la actualidad se puede reconocer el es-
fuerzo por producir una historia de Palestina, en todos sus períodos, como válido
en sí mismo y superador de las distorsiones históricas de las variantes historiográfi-
12. Doumani (1992, 8) observa la “falta de interés en la historia de los pueblos que vivieron en
esa tierra [Palestina]” por parte de los agentes europeos que arribaban a la región durante el siglo
XIX. Más adelante, también sostiene: “Los géneros dominantes en esa época—las guías de viaje y la
geografía histórica—se enfocaban primariamente en la relación entre las características físicas de
Palestina y los eventos bíblicos descritos en el Antiguo y Nuevo Testamentos”. Véase también Furani
y Rabinowitz (2011), sobre los desarrollos más recientes de las descripciones etnográficas en
Palestina.
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14. Un claro antecedente de esta orientación está constituido por Whitelam 2013b, una obra
lamentablemente breve pero que demuestra la posibilidad de escribir una historia de la antigua
Palestina en donde la narrativa bíblica no domina por completo la escritura histórica.
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5. Finale
15. Inclusive, historias que siguen una metodología crítica y que no son en absoluto apologéticas:
cf. Liverani, 2003; Frevel 2016; Knauf / Guillaume 2016.
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Bibliografía
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Wildung (eds.): Festschrift Wolfgang Helck zum 70. Geburstag. Hamburgo,
pp. 595-630.
16. Cf. Dever 1998; Fenton / Oded 2003; Grabbe 2016; véanse también las respuestas en
Whitelam 2002; 2016.
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