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Adopción e identidad

La multiplicación de roles defensivos en el niño


adoptado (o la cuadratura del triángulo)
Mónica González Díaz de la Campa

Resumen
Esta comunicación pretende ser una aportación a la comprensión del modo en
que se construye la identidad en el niño adoptado considerando la multiplicación
de matrices familiares en las que se inscribe su desarrollo.

Frente a la matriz única y estable de la familia nuclear convencional, el niño adop-


tado vive sus experiencias primarias de relación en distintos contextos vinculares,
desde la familia biológica de origen, pasando por la figura que desempeña el rol
materno en el tiempo de institucionalización, como más tarde en la familia adop-
tiva.

Este paso por las distintas matrices, desde su experiencia primera de abandono, y
las posteriores vivencias de aceptación, rechazo o indiferencia en las nuevas rela-
ciones vinculares, dejará tras de sí un mosaico de personajes internos a cuyas exi-
gencias el niño tratará de responder, desarrollando una multiplicidad compleja de
roles defensivos o de supervivencia.

Para este abordaje, tomo como base el desarrollo teórico de Pablo Población, su
constructo de personaje (Población, 2005) y su consideración del origen del mis-
mo en los roles de poder construidos por el niño a partir de los primeros roles
defensivos, desarrollados para responder a las demandas de la madre, en primer
lugar, y del padre en segundo lugar (estructura cuaternaria), roles manipulativos
que se convierten en la base de la mayoría de las dificultades de relación y de
falta de espontaneidad.

Palabras clave: Adopción, Identidad, Matrices, Escena interna, Roles de poder, Per-
sonaje.

Introducción
El fenómeno de la adopción en España, especialmente la adopción internacional,
ha experimentado un crecimiento vertiginoso en los últimos años. En la última
década han llegado a nuestro país más de 40.000 niños y niñas, procedentes de

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rincones tan diferentes y lejanos del planeta como China, la Federación Rusa,
Etiopía, India, Colombia o Nepal.

Como consecuencia, también son cada vez más los estudios e investigaciones
que tratan de atender y explicar, con el ángulo más o menos abierto desde lo
intrapsíquico hasta lo macrosistémico, las implicaciones individuales, familiares y
sociales de esta realidad que es enormemente rica y compleja. Y cada vez surgen
nuevas preguntas.

El objetivo de la adopción es dar una familia a un niño que, por distintos motivos,
no puede crecer y ser atendido por su familia de origen. Desde el punto de vista
psicodramático, se trata una “rematrización” profunda, que implica un camino
largo y muchas veces apabullante para los padres adoptivos, que a su vez traen
consigo sus propias heridas, muchas de ellas abiertas en el mismo proceso hacia
la paternidad.

Si partimos de un cambio de roles, podemos comprender enseguida que para el


niño adoptado el camino hasta la llegada a su nueva familia es una experiencia
intrincada y dolorosa. También podemos admitir que las complicaciones contin-
úan después, en el proceso de vinculación familiar y de asimilación de un contex-
to que es completamente extraño a los parámetros en los que se había desarro-
llado su vida antes de la adopción.

Sabemos que los niños han vivido situaciones difíciles, que han sufrido un aban-
dono, que traen consigo su historia, sus vivencias y recuerdos, conscientes o in-
conscientes, sus huellas culturales, sus legados familiares. También sabemos que
necesitarán, de un modo u otro, volver sobre sus pasos y reconstruir su historia
para tratar de comprender quienes son.

Habitualmente se ha representado la identidad de los adoptados como un puzz-


le, en el que faltan una o varias piezas. Desde esta concepción, la búsqueda de la
identidad consistiría en cerrar los huecos de ese puzzle incompleto con los datos
que quedaron en el vacío: ¿dónde nací?, ¿quiénes eran mis padres?, ¿qué sentían
por mí?, ¿tenía hermanos?, ¿qué me ocurrió? De hecho la asociación “La voz de
los adoptados”, creada por adultos adoptados con el fin de ofrecer un espacio de
encuentro y ayuda en la búsqueda de orígenes, ha elegido esta imagen como
icono de su organización. Esta idea va en la línea de considerar la identidad como
una estructura única, en la que se suman distintos elementos para conformar un
único individuo, consistente y estable: El que soy.

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Pero, ¿qué ocurre si admitimos que no somos uno, sino cien mil? Tomo esta pre-
gunta de mi maestro, Pablo Población, como punto de partida para tratar de en-
granar, desde la luz y la riqueza que ofrece el modelo psicodramático, una pers-
pectiva más amplia del modo en que se construye la identidad en el adoptado,
considerando la complejidad de matrices en las que se va a desarrollar y crecer, y
las desconcertantes contradicciones que va a vivir en sus experiencias de amor,
rechazo o indiferencia en cada una de ellas.

Moreno, desde su teoría de matrices, concibe la identidad como el resultado de


las interrelaciones básicas en los distintos contextos vinculares.

El niño vive sus primeras experiencias de relación en la díada madre-hijo. En los


primeros meses de vida, en la matriz de identidad indiferenciada, el bebé experi-
menta una fusión o unicidad con la madre (o la persona que desempeña el rol
materno), a la que va respondiendo corporalmente, desde los roles psicosomáti-
cos. En este primer universo, que se extiende aproximadamente hasta los tres
años, el niño comienza progresivamente a diferenciar el yo del no-yo, lo que im-
plica una vivencia de separación.

En el desarrollo evolutivo del niño, este proceso puede convertirse en una vía sa-
na y necesaria de crecimiento y confianza en sus propios recursos, o en un hecho
doloroso y patógeno, generador de miedos y dificultades, en función de la esce-
na interna que se configura en ese momento.

Población (1989) denomina a la primera escena vincular Escena Primigenia3, y


describe en ella tres posibilidades en la relación con la madre, en función del pre-
dominio de una vivencia de amor y aceptación, de rechazo, o de vacío emocional
e indiferencia.

En el caso de la adopción, el niño nacerá en una primera matriz, la familia de ori-


gen, en la que muy probablemente existirán ya carencias y dificultades que de-
vendrán luego en el abandono del niño. Si es abandonado en el momento del
nacimiento, vivirá sus primeras relaciones en el orfanato o institución que asuma
la tutela, donde sus referencias de cuidado serán fragmentadas e insuficientes. En
ambos casos, predominará una relación, bien de rechazo, e incluso de agresión
violenta, o de vacío, en la que el bebé no obtendrá una respuesta sensible4 a sus

3
Población, P., (1989) «La escena primigenia y el proceso diabólico», II Reunión Nacional de la
AEP, publicado en Informaciones Psiquiátricas, n° 115, 1er Trimestre
4
Marrone, M. (2001) “La teoría del apego. Un enfoque actual”. Ed. Psimática. Madrid.

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demandas, de modo que interiorizará una estructura vincular agresiva, inconsola-
ble o autosuficiente que dirigirá después hacia sí mismo y hacia el entorno, con-
dicionando su posición ante otras relaciones a lo largo de la vida.

El punto de partida es difícil. He visto muchas miradas de terror en las fotografías


que llegan de los orfanatos en las propuestas de asignación, y muchas familias
relatan la rigidez corporal o la negativa a establecer contacto ocular de sus hijos
en el encuentro en sus países de origen, especialmente cuando aún son bebés en
el momento de la adopción.

Naturalmente, siempre habrá existido una proporción de amor, sin la cual la su-
pervivencia sería inviable. Del mismo modo, cabe la posibilidad de que en esa
primera escena haya predominado una relación de aceptación y valoración a la
que después han sobrevenido otras circunstancias, si bien en todo caso habrá
una experiencia de abandono que, junto al tiempo de institucionalización, va a
significar siempre una herida profunda.

Al saltar al segundo universo, en el que se inscriben el resto de matrices familiares


y sociales de las que va a formar parte, el niño irá incorporando nuevos roles que,
de un modo u otro, estarán condicionados por esta primera herida de la que tra-
tará de protegerse, buscando las respuestas que minimicen el daño recibido.
Aparecen entonces los roles defensivos, complementarios a las demandas que
recibe en sus relaciones básicas, y cuya función primordial es la de garantizar su
supervivencia.

A partir de estos roles defensivos, comenzarán a gestarse los roles de poder, que
el niño aprenderá a utilizar, de un modo más o menos consciente, para manipular
al entorno, convirtiéndose en las raíces de lo que Población ha denominado “el
personaje”5, que, como veremos más adelante, acaba por convertirse en la base
de la mayoría de los conflictos internos y de relación.

Es importante considerar que en las historias de origen de muchos menores


adoptados, el riesgo de no sobrevivir es un riesgo real, con lo que los primeros
roles defensivos se experimentan como decisivos para la continuidad de la vida, y
su fijación será probablemente más honda, dificultando mucho la aparición de
otras respuestas más libres y espontáneas. Por otra parte, estos mismos roles que

5
Población describe el constructo de personaje en su libro “Manual de Psicodrama diádico” como
un falso yo que ahoga y cubre a la persona y que es sostenido por la utilidad que ha tenido para
obtener determinados beneficios emocionales y en las relaciones.
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le ayudaron a sobrevivir, no sirvieron para evitar el abandono en la vivencia del
niño, que experimentará el doloroso fracaso en su lucha por ser aceptado.

Ya en este momento vemos que la confusión, el dolor y el desconcierto son in-


mensos desde las primeras vivencias. Pero retomo la pregunta inicial: ¿qué ocurre
si admitimos que no somos uno, sino cien mil?

En los primeros meses después de la llegada a su familia adoptiva, en la etapa


que los profesionales de la adopción denominamos de acomodación o luna de
miel, es muy habitual escuchar de los nuevos padres expresiones como “nos lo ha
puesto muy fácil”, “es un niño buenísimo”, “es como si llevara con nosotros toda
la vida”. Tras las dificultades iniciales que suelen producirse aún en el país de ori-
gen, al cabo de unas semanas la mayoría de los niños se comportan de manera
ejemplar, comen bien, duermen bien, se portan bien y su evolución en todos los
aspectos del desarrollo es sorprendente.

Sin duda, el niño ha aprendido a manejar una parte importante de estos roles en
la disciplina del orfanato, pero ahora experimenta con perplejidad la respuesta
que obtiene de ellos en este nuevo entorno. De un momento a otro, la eficacia de
sus acciones se ha multiplicado poderosamente y ahora es capaz de conseguir
con gran facilidad toda la atención, cuidados y contemplación de una familia que
ha andado un largo y costoso camino, a veces de muchos, muchos años, hasta
convertirse en sus padres.

En esta nueva relación, los padres, llenos de ilusión, temores y dudas, se muestran
dispuestos a hacer cualquier cosa por él, pero también se sienten impacientes,
asustados, debatiéndose entre el deseo de conocer y amar a su hijo real, y la ur-
gencia de colmar sus expectativas y fantasías, seguramente alimentadas por un
entorno que, de forma más o menos explícita, les observa con cierta extrañeza y
desconfianza.

Ante ellos, el niño, aún perseguido por la sombra de la fragilidad de todo lo co-
nocido hasta el momento, necesita sentirse poderoso, capaz de manejarles a su
antojo. Descubrirá tal vez que puede derretir a mamá con solo correr a acurrucar-
se en sus brazos, o que papá se llena de orgullo cuando imita sus gestos y expre-
siones, señas indiscutibles de la identidad familiar.

En este momento, las lianas que van conformando el personaje, se dibujan o ma-
tizan, cristalizando en roles que implican un manejo en el área del poder, y que

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pueden tomar diversas formas, como el niño bueno, el seductor, el frágil, el líder,
el desafiante… roles con los que tratará de mantener su lugar en la nueva familia.

Tomo de nuevo de Poblacíón6 una de las nociones que me han resultado más
reveladoras en la comprensión de la identidad y también más útiles en mi prácti-
ca clínica. Se trata de la concepción de la familia, no como una estructura ternaria,
constituida por la madre, el padre y el hijo, sino como una cuaternidad, es decir,
como una estructura vincular en la que se encuentran en relación cuatro elemen-
tos: el padre, la madre, y los respectivos roles desarrollados por el hijo frente a
cada uno de ellos, y que Población denomina el hijo del padre y el hijo de la ma-
dre. Tal como lo expresa gráficamente quedaría constituido del siguiente modo:

P M

Hp H
m
Desde este planteamiento, el niño desarrolla diferentes roles para atender a las
demandas de la madre, en primer lugar, y del padre, en segundo lugar, tomando
distintas posiciones ante las que cada uno de ellos responde a su vez, en un pro-
ceso de circularidad.

Se trata de roles a veces muy diferentes entre sí e incluso contradictorios, cuya


convivencia puede llegar a resultar impracticable.

Por ejemplo, podemos imaginar al niño que responde ante una madre salvadora,
incansable en su entrega, mostrándose dependiente, enfermizo y vulnerable. Este
niño frágil, hijo de la madre, sin embargo puede tomar una postura de autoexi-
gencia y logro en los estudios ante el padre, un hombre cariñoso pero a menudo

6
Población, P. "Herida, poder y cuaternidad. Una contribución a la comprensión psicodramática
de la estructuración de la identidad" XXII Reunión Nacional de la AEP (A Coruña, 2007)

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ausente, que suele mantenerse al margen de los asuntos familiares y del que es
difícil conseguir atención.

Ambos roles surgirán y se pondrán en juego en los distintos espacios de relación


de los que forme parte, en función de los roles complementarios que estén pre-
sentes en ese momento. Pero además, a estos, se irán sumando los roles interna-
lizados del padre y de la madre, de modo que ya no son dos, sino cuatro, crean-
do una vivencia de verdadera confusión, un galimatías incomprensible a la razón
si tratamos de responder a la pregunta ¿Quién soy?. Ya nos vamos acercando a
ser cien mil.

Al trasladar esta concepción a los adoptados, la cuestión se complica aún más. Ya


no hay cuatro roles en lucha, sino ocho, nueve, diez… tantos como ha desarrolla-
do en relación a sus figuras parentales, que se suman al resto de personajes in-
ternos incorporados en su historia de vida, en su familia biológica, en su familia
adoptiva y también en el orfanato o en la familia de acogida temporal como ocu-
rre en ocasiones, dando como resultado un confuso mosaico de roles difícil de
conciliar.

La escena interna que se configura a partir de la interacción de estos roles es


complejísima.

Veamos cómo podemos conceptualizarlo.

Como hemos visto, tradicionalmente se han contemplado los vínculos familiares


desde una estructura ternaria. Del mismo modo, en adopción se parte del deno-
minado “triángulo de la adopción”, formado por la familia adoptiva, el niño o niña
adoptado y la familia biológica, de la que se admite que está presente de un mo-
do u otro en el espacio virtual de las relaciones familiares.

La mayoría de la investigación y la literatura sobre adopción toma como referen-


cia esta estructura en triángulo. Pero si aplicamos sobre ella la misma óptica de la
cuaternidad, y aceptamos la multiplicidad de personajes que entran en juego en
el tejido vincular sobre el que se construye la identidad en la adopción, vemos
cómo la perspectiva se amplía y enriquece enormemente.

Desde esta contemplación cuaternaria, surgen cuatro componentes principales:

1. La familia de origen, en la que se inscriben los padres biológicos, pero


también el resto de figuras parentales previas a la adopción, que actúan de

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un modo u otro como auxiliares de estos hasta que entran en escena los
nuevos padres.

2. La familia adoptiva que, si se trata de una familia biparental, se multiplicar-


ía a su vez en los roles del padre y de la madre adoptivos.

3. El hijo de la familia de origen, con los innumerables personajes que pue-


den surgir de él como hijo de los padres biológicos, niño institucionalizado
y hijo en la familia de acogida.

4. Y el hijo adoptado, que responderá a su vez desde los roles desarrollados


como hijo de la madre e hijo del padre.

De un modo esquemático, podemos representarlo del siguiente modo.

FO FA
Mb Pb Ma Pa
I, Ac

HMb HPb
HI, HAc

HO HA
HMa HPa

FO (Familia de origen) FA (Familia adoptiva)

MB= Madre biológica, PB= Padre biológico, Ma= Madre adoptiva, PB= Padre adoptivo
I=Institución, Ac=Familia Acogida

HO (Hijo de origen) HA (Hijo adoptivo)

HMb=Hijo de la madre biologica, HPb=Hijo del padre HMa = Hijo de la madre adoptiva,
biológico, HI=Hijo en la institución, HAc=Hijo en la
familia de acogida HPa= Hijo del padre adoptivo

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Hay un factor más que debemos considerar y que expreso gráficamente en la
discontinuidad de las líneas de relación con la familia biológica y el niño de ori-
gen.

Cuando un niño nace y crece en una misma familia, su estructura vincular, ya sea
positiva o negativa, suele permanecer estable a lo largo del tiempo. El niño adop-
tado, en cambio, experimentará un salto abrupto, encontrándose de forma súbita
en una realidad formal y vincular totalmente nueva.

Muchos de los niños adoptados no tienen ningún recuerdo consciente de su vida


antes de la adopción, incluso cuando han sido adoptados con cuatro o cinco
años. En apenas unos meses, a veces de forma inmediata, suelen olvidar por
completo su idioma de origen y a las personas con las que establecieron sus
vínculos básicos. Es como si hubieran atravesado un túnel espacio-temporal, un
nuevo canal de parto para nacer a otra vida. Desde esta experiencia, los primeros
roles desarrollados en la familia biológica y en el paso por las distintas matrices
antes de la adopción, quedan inaccesibles, desconocidos por el niño y por todos
cuantos le rodean, anclados en estructuras profundas y desvinculados de la expe-
riencia viva en este otro universo.

Son personajes espectrales que, sin embargo, estarán presentes de un modo u


otro en su repertorio de roles, y que inevitablemente encontrarán expresión en
distintas situaciones a lo largo de la vida, porque constituyen partes esenciales
del tejido vincular en su escena interna.

Quizá una parte importante de las dificultades de relación, de las contradicciones


internas y las sensaciones de vacío y despersonalización que expresan muchos
adultos adoptados, pueden hallar nuevas vías de comprensión a la luz de esta
mirada.

Referencias
Marrone, M. (2001) La teoría del apego. Un enfoque actual. Madrid. Ed.
Psimática.
Población Knappe, P. (1989) La escena primigenia y el proceso diabólico. II
Reunión Nacional de la AEP. Informaciones Psiquiátricas, 115.
Población Knappe, P. (2007) Herida, poder y cuaternidad. Una contribución
a la comprensión psicodramática de la estructuración de la identidad. XXII
Reunión Nacional de la AEP. A Coruña.
Población Knappe, P. (2010) Manual de Psicodrama Diádico: Bipersonal,
individual, de la relación. Bilbao. Desclee de Brouwer.
Población Knappe, P. (2011) Persona y personaje. Revista Vínculos (segun-
da etapa), 4.

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