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LAS PRIMERAS FORMAS DE FILOSOFAR EN

HESÍODO – J. MILLÁS.

Profesor: Diego Alexander Vélez


Quiroz
Las primeras evidencias de un sistema filosófico aparecen con Tales de Mileto
(siglo VI a.c.), sus aparentes aportes en la matemática, la geometría y la
astrología, además del método deductivo (partir de una ley para explicar
hechos) se consideran las primeras formas de la filosofía.
No quiere decir que la filosofía nació de súbito con Tales, él expuso
individualmente, sistematizó y purificó un método la actitud racional y crítica
propia de la filosofía.
Ya en Homero encontramos una especie de sesgo moral en el relato, un
esteticismo y un antropomorfismo (propios del sesgo humanista) que
caracterizará muchos de los elementos del misticismo matemático de
Pitágoras, a la crítica religiosa de Jenófanes y al racionalismo moral de
Sócrates y Platón. Sin hablar de la importante dimensión pedagógica de la
obra homérica.
Pero la obra de Homero expresa las creencias e inquietudes de una
conciencia colectiva construida durante muchos siglos. No hay una
preocupación sistemática de naturaleza individual sobre estos problemas.
Entre Homero y Tales debe haber un punto intermedio.
Lo que sugerimos es que ese punto intermedio es la poesía hesiódica (siglos IX
y VIII) y la obra de los poetas gnómicos (siglo VI).
Lo primero que hay que decir es que la inspiración ética y romántica de
Homero han cedido su lugar a un espíritu moralista y pragmático.
Además, en Hesíodo encontramos las marcas de un nuevo espíritu: el de la
consciencia y la expresión individuales: los Trabajos y días se inspiran en un
episodio personal de su vida (la injusticia de la que ha sido víctima por su
hermano Perses) y la Teogonía se inicia con un preludio que anuncia su
nombre, indicando en primera persona que es mensajero directo de las musas.
Veamos:
“[…] Ellas precisamente enseñaron una vez a Hesíodo un bello canto mientras
apacentaba sus ovejas al pie del divino Helicón. Este mensaje a mí en primer lugar
me dirigieron las diosas, las Musas Olímpicas, hijas de Zeus portador de la égida:
<<¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan solo! Sabemos decir muchas
mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la
verdad.>> Así dijeron las hijas bienhabladas del poderoso Zeus. Y me dieron un
cetro después de cortar una rama de florido laurel. Infundiéronme voz divina para
celebrar el futuro y el pasado y me encargaron alabar con himnos la estirpe de los
felices Sempiternos y cantarles siempre a ellas mismas al principio y al final”.
Recordemos que la invocación obedece a un espíritu religioso. Si lo comparamos
con la obra de Homero:
La Odisea: “Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber
arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras
gentes. Muchos males pasó por las rutas marinas luchando por sí mismo y su vida y la
vuelta al hogar de sus hombres, […] principio da a contar donde quieras, ¡oh diosa
nacida de Zeus!
La Iliada: “Canta, ¡Oh Diosa!, la cólera del Pélida Aquiles; cólera funesta que
precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de
perros y pasto de aves […]”
Estamos en presencia del primer asomo de la individualidad al mundo literario
occidental; pero es solo el primero y es todavía incierto. El poeta ya habla de sí
mismo pero no con el acento y la hondura de una conciencia verdaderamente
iniciada en la experiencia y en la expresión de la subjetividad.
Cargado por el mensaje sobrenatural de las musas, su ser no es ya el innominado ser
de cualquier hombre: es el de un ser singularizado por la naturaleza sobrehumana
de su misión.
La de Hesíodo no es una conciencia de la individualidad afectiva, existencial o de
narrador impersonal (neutro). Es otro tipo intermedio: el de la individualidad
magisterial, propia de la religión y objeto de la filosofía.
W. Jaeger afirma “Con Hesíodo, el primero de los poetas griegos que se
levanta con la pretensión de hablar públicamente a la comunidad, por razón
de la superioridad de su conocimiento, se anuncia el helenismo como una
nueva época en la historia de la sociedad”
Ese espíritu magisterial lo veremos en Solón (al proclamar la deuda de
gratitud del pueblo ateniense para su obra de legislador), en Heráclito
(cuando exige que no se le crea a él, sino a la razón que él transmite), en
Sócrates (que afirma que oráculo de Delfos le ordenó enseñar a los hombres
la búsqueda de una verdad universal).
Recordemos la importante relación entre la racionalidad y la
concepción (propia) de la individualidad: en la racionalidad se
afirma la persona, es ella, en su singularidad, quien rinde
testimonio del ser y valer de las cosas. El juicio es siempre algo
individual: es la conciencia individual la que se convierte en testigo
de la realidad y puede afirmar yo veo.
En el reconocimiento de la verdad la individualidad se afirma
anulándose a sí misma mediante su entrega a la norma que la rebasa
(la razón).
En la racionalidad, entonces, se sintetizan la objetividad (percibida por el individuo
en el exterior) y la subjetividad (consciencia de ser uno y juzgar como uno). Esta
síntesis es la encarnan las figuras magisteriales que fundan su autoridad en el
acatamiento de una autoridad superior (la razón).
Trabajos y días se construye como un poema admonitorio que en su primera
sección, la más significativa, contiene un conjunto de conceptos morales de
carácter más o menos universal, ligados a la concepción de un orden moral
supremo en el cual se funda la idea de justicia.
Por ejemplo, Hesíodo distingue entre Aidos (sencillez, vergüenza y reverencia
que impide las malas acciones), Némesis (justicia retributiva), Temis (ley natural,
equilibrio y buen consejo) que dejan la tierra cuando surgen los hombres de la
edad de hierro y Dike, una especie de justicia humana que evita que impere la
ley del más fuerte y, en cambio, la del buen juicio (recordar la fábula del
gavilán y el ruiseñor). Una justicia moral.
“Pues esta es la ley que a los hombres, ha dado el hijo de Cronos: que
los peces y las bestias y los alados pájaros se devoren entre sí, porque
no está entre ellos la justicia; pero a los hombres ha dado la justicia,
que es con mucho lo mejor.”
Zeus no es ya la voluntad arbitraria (como en Homero), se trata
ahora de una potestad tutelar del bien, cuyo querer se expresa en
normas perdurables y justas, y funda el orden impersonal de la
justicia, haciendo así posible la convivencia racional entre las
personas.
No se trata de una reflexión sobre los valores éticos
(Sócrates, Platón), pero ya hay atisbos de lo que sería la
filosofía de la conducta y de la vida social. Es una noción
de justicia fundad en vivir conforme al buen sentido: la
prudencia, la previsión, el trabajo y la responsabilidad
individual. Una justicia de la utilidad.
Es, por supuesto, una moral campesina: “A ti, Perses, pueril, hablaré con buen
sentido…Delante de la virtud, han puesto nuestro sudor los dioses: largo y empinado es
el camino que hacia él conduce, y es áspero al principio. Más si alcanzas la cima, fácil
se hace al punto, no obstante sus dificultades. Así pues, recuerda siempre nuestros
preceptos y trabaja, oh Perses de noble cuna, para que el hambre te odie y te ame en
cambio la venerable Demeter coronada y llene tus bodegas de trigo que da la vida;
porque el hambre es sin duda inevitable compañía del haragán. Tanto los hombres como
los hombres se encolerizan con el que vive ocioso, y cuyo natural es como el de los
zánganos sin aguijón, que, sin trabajar, malgastan y devoran el esfuerzo de las abejas.
Tú, en cambio, date a preparar los trabajos adecuados, para los alimentos llenen en la
estación propicia tus graneros. Por el trabajo se enriquecen los hombres en ganado y
dinero, y trabajando se hacen amar por los dioses inmortales”.

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