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El conflicto indígena en Bolivia

Rodrigo Valenzuela
Universidad Bolivariana
Santiago de Chile
y
Universidad San Francisco de Asís
La Paz / Bolivia
Diciembre de 2000
La historia de América latina ha estado
caracterizada por la permanente confrontación
entre los pueblos indígenas y el Estado. La
reiterada incapacidad de este último y la falta de
voluntad de las elites dominantes para crear una
sociedad representativa del conjunto de las
naciones, es la causa de los problemas
actuales.

En el año 2000 en Bolivia estallaron varios conflictos sociales con demandas nacionales venidas de
los indígenas, los campesinos, cocaleros, maestros, gendarmería y otros sectores de expresión más
regional. La policía por si sola, resultó insuficiente para dar tranquilidad al Gobierno. Las protestas
urbanas y los bloqueos de caminos en los sectores rurales, llevó al Ejecutivo a estudiar la situación
del país con el Alto Mando Militar. Los comandantes señalaron que existían dos problemas
fundamentales que demandaban una pronta solución: los bloqueos protagonizados por los indígenas
del altiplano y los cocaleros del Chapare. Las otras protestas sectoriales no fueron consideradas de
importancia.
Ante la crisis el Ejecutivo esperó que se produjese una reacción de implosión entre los indígenas, es
decir, “que se cansen y reclamen una solución”. Sin embargo, se dieron cuenta que antes debían
solucionar un conflicto. En toda esa zona estaban varados cerca de dos mil camiones y más de seis
mil pasajeros. De esta manera, intervinieron los militares abriendo paso a pie y resguardando las
caravanas. Hubo algunas bajas, pero en principio se logró el objetivo. El segundo paso fue bloquear a
los bloqueadores. Impidieron el ingreso de alimentos a la zona. Los militares disponían de aviones y
helicópteros para abastecer a sus unidades, de manera que no sentían los rigores de los bloqueos.
Tras 21 días de conflicto, el Ejecutivo firmó un convenio con el dirigente aymará Felipe Quispe,
conocido como el Mallku, máximo de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos
de Bolivia (CSUTCB). Los cocaleros, por su parte, liderados por Evo Morales, también aymará,
exigían el cese de la erradicación y su derecho a plantar un cato de coca (160 m²). La posición del
Gobierno fue clara: en el trópico cochabambino no debía haber ni un centímetro cuadrado de coca el
año 2001, insistiendo de esta manera en el llamado “Plan Coca-Cero”.
Las bases del conflicto
La historia de Bolivia es la historia de las luchas y rebeliones indígenas. Lo aymará como pueblo e
identidad es de larga data, se remonta más allá de la cortina de la época colonial. Los “señoríos
étnicos” prehispánicos, tales como Pakajaqi o Lupaqa, constituyen la base de esta nueva identidad.
Las luchas anticoloniales, como la de Tomás y Dámaso Katari en Chayanta o las encabezadas por
Tupaj Katari y su mujer Bartolina Sisa en el siglo XVIII, afianzaron más esta nueva configuración
identitaria del pueblo aymará.
Tupaj Katari, aymará boliviano bautizado como Julián Azapa, de estirpe inka, se proclamó virrey de
esas tierras y nombró virreina a su mujer, Bertonila. Después de haber sido sacristán y panadero, se
convirtió en líder del más importante levantamiento indígena en Bolivia, llegando a movilizar, junto a
su mujer, un ejército de 40 mil hombres que tuvo en jaque a las tropas hispánicas. Julián instaló su
corte en las alturas aledañas a la ciudad de La Paz desde donde dominaba todo movimiento. No
había manera de atraparlo, ya que burlaba de noche todo cerco posible hasta que los españoles
ofrecieron a su mejor amigo, Tomás Inca Lipe, el cargo de gobernador en un pueblo menor a orillas
del lago Titicaca. Tupaj Katari, veía que los criollos querían servirse de la rebelión indígena para, a su
vez, realizar la suya propia. Katari comprendía que ellos eran una clase distinta a la de los indios y
que los intereses de unos y otros divergían. Katari muere descuartizado en la plaza de Peñas y sus
esposas en la plaza de La paz.
En el período republicano prevalecen las ideas autonomistas iniciadas en la colonia. Entre 1870 y
1899, Feliciano Espinoza, Lorenzo Ramírez y Pablo Zárate Willka, inician una lucha antihacendataria
para lograr el ejercicio real del derecho indígena. Plantearon la desobediencia civil e irradiaron el
discurso de que “el presidente de la república era otro y no el que ejerce actualmente”. Zárate Willka
levantó a los aymará del altiplano con la idea de crear un Estado propio. La derrota —mediada por su
alianza con José Manuel Pando, quien finalmente traicionó y mandó a matar a Zárate— tuvo la misma
dimensión de siempre: los indígenas fueron diezmados.

Las décadas de los años 10, 20 y 30 también fueron escenario de sublevaciones en el altiplano, como
la de Pacajes en 1914, la de Caquiavir en 1918 y la rebelión de Jesús de Machaca de 1921 y los
conflictos intermitentes de Achacachi.
Alrededor de 1900, Juan Lero y otros indígenas fundaron en Peñas (Oruro) el Gobierno indio,
llegando a nombrar a algunos ministros. En 1921, en La Paz, como parte de la política
reivindicacionista de los ayllus, Santos Marka, Francisco Tancara, Faustino Llanki y otros, se
sublevaron y buscaron la restitución del poder comunal y regional. En los años 30, Eduardo Nina
Quispe planteó la “renovación” de Bolivia por la República del Qollasuyu (que incluía a los no
indígenas).

Más tarde, debe recordarse que la guerra del Chaco (1932-1935) tuvo dos frentes: uno externo, que
enfrentó a bolivianos y paraguayos y otro, interno, que enfrentó a indígenas del altiplano con el
ejército.
En 1945, con ocasión del Primer Congreso Indígena, se aprobó la supresión del pongueaje,
oportunidad en la que estuvo presente el Presidente Gualberto Villarroel, colgado después en 1946. A
fines de ese año, hubo levantamientos en Cochabamba, La Paz y Chuquisaca que se prolongaron
durante el siguiente año.

Las luchas indígenas adquirieron el carácter de actor protagónico con la Revolución Agraria de 1952,
obligando al gobierno de aquel entonces a aprobar el decreto de dicha Revolución. Esta conquista
estimuló un “pacto de reciprocidad” con el Estado revolucionario que durante las siguientes décadas
instrumentalizó al movimiento indígena. Una excepción fue Laureano Machaca, quien en la década de
los años 60’ desde la provincia Camacho (La Paz), quiso fundar un Estado Aymará.
En 1974, durante la dictadura militar de Hugo Banzer, comienza la represión sistemática. La masacre
de Tolata y Epizana (Cochabamba), potenció el surgimiento de un movimiento indígena independiente
de orientación katarista que llegó a su punto más alto con la creación de la CSUTCB.
Esta rica experiencia nos muestra que la idea autonomista de los aymará, es de larga data y, el hecho
que los movimientos indígenas contemporáneos la planteen nuevamente, hace parte de una
tendencia histórica.

El estado mayor de Zarate Willka apresado por el gobierno de José Manuel Pando

Por otro lado, también encontramos experiencias de


participación indígena en la política nacional. Aquí se
puede mencionar a uno de los pioneros, el
achacacheño Manuel Chachawayna, quien en 1927
se postuló a una diputación como aymará, bajo el
lema de “Hoy seremos diputados y mañana
Presidente”. Después de 1952, algunos sindicalistas
incursionaron en la política nacional como “diputados
campesinos”, aunque bajo la tutela del MNR. En la
década de los años 70 y 80 los partidos kataristas e indianistas incursionaron activamente en la
política boliviana consiguiendo varias diputaciones. Uno de los resultados más interesantes es la
experiencia del katarista moderado Víctor Hugo Cárdenas como Vicepresidente del país. Esta forma
de participación política, aunque más tardía en relación a la experiencia autonomista, nos enseña que
varios indígenas, sea mediante partidos políticos tradicionales o a través de sus propios
planteamientos intentaron abrir espacios de participación en la política nacional.
El proyecto katarista de Felipe Quispe
Felipe Quispe Huanca, 58 años, aymará, conocido como el Mallku, nacido en la comunidad de Ajllata
(Achacachi), se ha perfilado como un gran líder katarista en la crisis de abril y septiembre. Estudió
hasta sexto básico en su comunidad y, posteriormente, obtuvo un bachillerato en la cárcel de San
Pedro. Actualmente, cursa el cuarto año de historia en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).
Como muchos otros indígenas, migró a la ciudad de El Alto, en La Paz, donde vive en la actualidad.
Desde sus 23 años incursiona en el sindicalismo campesino, lo cual le cuesta en 1968 una
persecución política de parte de la dictadura militar de Hugo Banzer. Solo en 1978 logra regresar a La
Paz y forma parte del Movimiento Indio Tupaj Katari (MITKA), inspirado en la legendaria figura del
dirigente indígena Fausto Reynaga. En 1986, se excluye de este movimiento y forma otro llamado
Ayllus Rojos. En 1991, Quispe crea el brazo armado de Ayllus Rojos, conocido como Ejército
Guerrillero Tupaj Katari (EGTK). Al año siguiente, Quispe idea la fórmula de reproducir células del
EGTK en otras zonas del país. Es en este momento cuando es detenido. Cinco años después (1997)
sale del penal en libertad condicional. Hasta hoy, la justicia boliviana no ha dictado sentencia en este
caso. Ya en libertad, Quispe se reintegra al movimiento campesino y en julio de 1998 es elegido
Secretario Ejecutivo de la Confederación.
A mediado de abril de 2000, Quispe lidera un bloqueo campesino de las carreteras protestando en
contra de la llamada Ley de Aguas. En septiembre de 2000, lanza el segundo bloqueo del año, que
llegó a durar tres semanas y que, técnicamente, no sólo puso en jaque al Gobierno de Banzer (hoy
presidente electo de Bolivia) sino que paralizó al país. Sobre esto, Quispe en su momento declaró lo
siguiente:
Felipe Quispe, el Mallku
“...es hora de escuchar al indio (...) en abril era una
prueba, no salieron todos los campesinos, en
septiembre tampoco han salido todos (...) En la
tercera van a salir todos, vamos a ser como un
torrente de agua: van a salir niños, hombres,
mujeres, ancianos, vamos a traer hasta nuestros
animales, eso va a ser fatal para el gobierno”
Quispe reincorpora en su discurso la lucha por la
autodeterminación. Su proyecto político propone
recuperar el antiguo territorio para efectos que, una
vez que lo controlen nuevamente, constituir el otrora
Qollasuyu. En este contexto, asegura estar consciente que, en el camino hacia el poder, es necesario
adecuarse a los nuevos procesos y no descarta la posibilidad de ninguna alianza social para hacer
efectivas las demandas de los indígenas.
Quispe plantea la necesidad de crear una nación dentro de la actual estructura de la República, que
tenga autonomía. Según él, la llamada nación boliviana no es una nación, ya que dentro de ésta hay
otra nación indígena (quechua, aymará y otros pueblos). Para ese efecto, está elaborando una
Constitución Política para lograr la autonomía. Quispe habla de desbolivianizar a los indígenas para
volver al Qollasuyu original. En Bolivia -sostiene- hay una nación desterrada, esa Bolivia olvidada no
tiene su asidero social, no tiene postas sanitarias, no tiene caminos, ni mercados, teléfono,
bibliotecas: “Las dos Bolivia siempre han estado divididas y seguirán divididas”.
Sobre ese complejo escenario, y en medio de la crisis, Felipe Quispe ha centralizado en su persona el
protagonismo del actual conflicto. Su radicalidad y su abierto enfrentamiento no sólo al Gobierno sino
también al Estado, lo han posicionado en la escena política apoyado en la plataforma sindical.
El triunfo de Quispe tiene varios significados. Primero, ha permitido a los dirigentes aymará retomar el
liderazgo al interior del movimiento campesino; segundo, representa una apuesta de parte del
movimiento indianista por construir un Estado propio que permita la autodeterminación de las
naciones originarias; finalmente, expresa el rechazo a la propuesta pluricultural y multiétnica ya que
requiere del reconocimiento del Estado establecido y no supone la construcción de uno propio.
Las luchas indígenas hasta Zárate Willka (1899), tuvieron un claro contenido de autodeterminación,
es decir dirigida a la constitución de un Estado propio. En el siglo XX, las luchas transitan desde ese
punto hacia un reconocimiento del Estado boliviano. Con la guerra del Chaco se olvida la lucha por el
Estado indígena y se apuesta plenamente al Estado republicano. El MNR consolida esta posición y la
lleva adelante con la Reforma Agraria de 1952. Ese año se olvido de la memoria histórica la lucha por
la nación. Este estado de cosas se prolonga hasta la década de los ‘70 en la que surgen nuevas
posiciones y líderes aymará. Una es la de Felipe Quispe que reivindica la autodeterminacion de las
naciones originarias; la otra es la apuesta por la interculturalidad que encarna Víctor Hugo Cárdenas,
posición cuyo poder interpelador es neutralizado por el propio Estado cuando se apropia de ella y la
constitucionaliza. La idea de un Estado propio explica muchas de las actitudes de Quispe que han
tenido impacto en la opinión pública: no reconocerse como boliviano o hablar de las dos Bolivia, la de
los indios y la de los blancos; pedir hablar a Banzer de Presidente a Presidente; sostener que las
negociaciones con el Gobierno deben llevarse a cabo en Achacahi (su comunidad natal) y no en el
Palacio de Gobierno donde la clase política domina. Con todo ello, las demandas que están en la
mesa de negociación, son secundarias con relación a la dimensión de lo que se estaría gestando: una
lucha de naciones y el “desmoronamiento” del Estado y del modelo. Los conflictos de abril y
septiembre y sus consecuencias, abrirán inevitablemente otro escenario para el movimiento indígena
en Bolivia.
Con posterioridad al bloqueo de septiembre y mientras el Gobierno busca una salida a la crisis,
Quispe se dedica a recorrer las provincias del altiplano como un profeta itinerante que predica el
advenimiento de la nación aymará. A cada lugar donde llega, lo adornan con flores y lo reciben con
vino. En Villa Paraíso (provincia Loayza), por ejemplo, su entrada la hizo bajo un arco de eucaliptus,
gladiolos, hortensias y retamas. Invariablemente, a todos los lugares donde va, los indígenas le
solicitan que el bloqueo programado para enero de 2001 sea postergado hasta abril. La
comercialización de la fruta se interpone en el calendario.

El Movimiento Indígena Pachakuti

En un acto multitudinario desarrollado en lengua aymará, Felipe Quispe fundó el Movimiento Indígena
Pachakuti (MIP) el recién pasado 14 de noviembre en la emblemática localidad altiplánica de Peñas a
sólo 65 kilómetros de la sede de Gobierno.
El MIP es un instrumento político ideológico de las naciones indígenas del antiguo Qollasuyu, hoy
llamado Bolivia. Se orienta por el indianismo-katarista revolucionario, de manera que no aspira a
regenerar el sistema político y social en descomposición, bajo el cual agoniza Bolivia. Cree que la
putrefacción del sistema capitalista e imperialista no tiene remedio, de ahí que el MIP no se propone
ni promete una mejoría de la sociedad occidentalizada, que se encamina de crisis en crisis, día a día
se aproxima a su definitiva liquidación. El movimiento indígena nace precisamente para dar la
estocada final al modelo imperante. Por ello, no es un partido más según el estilo tradicional. El MIP
es por excelencia antirracista, anticolonialista, antiimperialista; en este sentido, va a ser un
movimiento indígena de nuevo estilo.
Bolivia en 1825, cuando nace a la vida republicana, tenía 2.345.750 kms², gozaba de soberanía
territorial y contaba con mar, minas de oro, plata y otros metales y disponía de millones de brazos
indígenas. Quispe se pregunta sobre ¿qué han hecho los que nos han gobernado con estas
posibilidades de hacer una gran nación? La superficie actual es de 1.098.031 kms², no tiene litoral, ha
perdido más de la mitad de su territorio y ha quedado encerrada en los Andes:
“...a los aymará y quechua nos duele ver a los vende patrias de generación en generación: en la
colonia los españoles, en la republica y en la actualidad sus descendientes y ascendientes con mil
patrañas y a sangre y fuego saquean y entregan todas sus riquezas naturales. Por culpa de los
gobernantes blancos Bolivia es pordiosera, analfabeta, hambrienta y agoniza en un estado de coma.
Sus fecundas tierras de cultivo en el oriente están en manos extranjeras, sus minas están vacías y las
empresas estatales en manos de los extranjeros. Frente a esta entrega de nuestros recursos
naturales, el MIP no admite paralelo político, es el único que podría liberar a Bolivia”.
El MIP plantea que los indios han vivido y viven dentro de la sociedad comunitaria de ayllus, dentro de
la moral inka. La ley que tienen no es ley escrita. La prueba clara de esto se está dando en forma
práctica en Achacachi -las tierras del Mallku- donde desde abril no hay ningún tipo de autoridad local:

“En el ayllu no existen ladrones ni asesinos, adúlteros ni prostitutas, zánganos ni mendigos. El


sistema q’ara -el de los blancos- es el que contagia al indio aymará-quechua que se halla en
proceso de integración a la sociedad civilizada y la cultura occidental”.
El MIP denuncia la discriminación de la que ha sido objeto el indio. Sobre esto, Quispe declara a la
prensa paceña:
“Nosotros solamente pedimos que tengamos respeto: el respeto guarda respeto, que trabajemos
todos, que saquemos hacia delante esta llamada Bolivia ¿Por qué no luchar por un Tahuantinsuyo
de esta época? Nuestra protesta es contra esa elite que nos domina. Un día está con el MNR, otro
día está en el ADN, otro día está en el MIR. Nosotros nunca hemos discriminado. La prueba está en
que, cuando llegan a nuestra comunidad, tenemos que sacrificar nuestros animales para que coma
bien el blanco; nos ponemos poncho, sullo, echamos mixtura, ponemos guirnaldas de coca, de
flores, le hacemos bailar nuestra música, pero cuando estamos en Sopocachi, Calacoto, Obrajes,
nos dan un cuartito afuera, tenemos que comer las sobras del patrón. Las sirvientas tienen un
cuartito pequeñito. El policía está en la puerta, como un perrito. ¿Qué es eso?, eso es
discriminación”.
Para el próximo bloqueo, el Mallku está hablando de cercar a La Paz, seguro de controlar esa
Federación Departamental al interior de la Confederación.

Si en enero de 2000 alguien hubiera pronosticado que el Mallku arrastraría a los ministros hasta
Achacachi nadie le habría creído. Pero lo hizo. Y tuvo tiempo para hacer mucho más: bloqueó dos
veces (y además con los mismos argumentos), firmó un convenio a conveniencia, despertó al
monstruo del nacionalismo aymará, se sentó frente a medio gabinete para decirles asesinos y
formalizó su propio movimiento. Ahora, el caudillo del altiplano tiene que pensar sobre los próximos
bloqueos.

La nación aymará
El primer pueblo que en Bolivia planteó el tema de su identidad como nación, fue el aymará. A partir
del surgimiento del movimiento katarista e indianista, se han trazado reivindicaciones tales como el
“derecho a la diferencia” ciudadana, dentro de los marcos de la democracia actual.
Ya desde los años 70 empezaron a usar el término nación aymará, primero casi sinónimo de un grupo
lingüístico y cultural y más adelante, como derecho de autonomía, como una reivindicación legítima.
Con el tiempo han aumentado los sectores indígenas que han recuperado su conciencia de ser
aymará y han surgido instituciones de diversa índole con algún tipo de referencia a esta
identidad. Una de ellas fue, indudablemente, lograr la Vicepresidencia de la República con Víctor
Hugo Cárdenas.

Al hacer esta propuesta se desea construir un Estado a partir de la diversidad de culturas —pueblos
originarios— y regiones que lo componen, tratando de plantear una democracia que articule las
identidades étnicas y sociales, sin negarlas y con un sentido de equidad. En este planteamiento ha
contribuido, especialmente, la dirigencia indígena urbana, quienes han ayudado a ver el problema, ya
no en términos meramente campesinistas sino, como algo propio de un pueblo, primero “aymará” y,
luego, indígena. También, hicieron la conexión entre lo étnico y una visión de nación que ya no
coincide con el Estado nacional. Finalmente, como consecuencia de lo anterior, cuestionaron al
mismo Estado boliviano, sosteniendo que es posible tener otro tipo de Estado.

A partir del momento que Quispe es elegido Secretario Ejecutivo de la Confederación, realizó un
trabajo arduo, viajando a muchas comunidades con el único objetivo de reindianizar y reideologizar al
indígena para que sea en el futuro el actor político e ideológico y no un simple objeto del blanco.
Como dice Quispe, él no sirve al sistema capitalista ni imperialista, él sirve a su gente “a aquellos que
labran la tierra con delicadeza”.
El Mallku acusa que mientras algunos dirigentes han estado tratando de captar medios económicos
de las ONG’s y otros afanados en conseguir migajas de los ministerios de Estado, una muy reducida
minoría de dirigentes –entre quienes se suma- se puso a armar la rebelión del 2000. El año 1999
implicó la expulsión de los “malos” dirigentes que se vendían al gobierno de Banzer.
Queda claro que, en abril y septiembre del 2000, el Mallku ha intentado reconstituir la lucha
revolucionaria de Tupak Katari: cercar las ciudades y, con ello, el poder político. Tal como lo define, ha
sido un ensayo y, a la vez, un modelo para la formación de nuevos cuadros revolucionarios para las
luchas futuras. Ahora al movimiento indígena se le ve de pie, erguido, consciente de quién es. Ha
elevado al indígena a un nivel organizado y preparado. Ahora la cuestión del indio no es sólo el
problema de la tierra, es un asunto de nación originaria, es la lucha por un territorio y por el poder.
Conclusión

Por las consideraciones anteriores, se desprende que uno de los temas cruciales a resolver, es el
reconocimiento real de los pueblos indígenas, sea mediante formas de autonomía o mediante una
nueva forma de pacto social en la vida política de Bolivia. Un verdadero reconocimiento a los
pueblos indígenas significa partir de un diálogo multicultural que pueda reencauzar la crisis del país
por una vía pacífica. Este es el reto boliviano de hoy. Sólo una profunda democratización que tenga el
sentido de refundación del país podría reconducir a una real convivencia de las diversas identidades.

El movimiento que lidera Quispe es más que una reiteración de lo que tantos movimientos indianistas
han inscrito en la historia. Quispe, en su camino hacia un nuevo poder político, acaba de entregar una
señal muy clara al país. En un lenguaje lleno se símbolos, tan propios del mundo aymará, el Mallku
señaló que está naciendo esa nación aymará tan anhelada por largo tiempo.

En el acto fundacional del MIP, no es azarosa la anulación de los símbolos patrios. Sin Himno
Nacional, sin bandera tricolor y con destierro absoluto del castellano. La reivindicación por el agua o
la tierra, son demandas que Quispe no está postergando, más bien, maneja otra opción muy clara: la
victoria de sus gentes y su preparación para la acción política. Desde este punto de vista, es
absolutamente factible la participación del Mallku en las elecciones presidenciales del 2002.

Cualquier conclusión a la que se pueda llegar respecto de los recientes conflictos indígenas, debería
referirse a la necesidad de implementar políticas correctivas de la inequidad, la corrupción y la mala
gestión de la cosa pública.

Se ha de entender que es más importante este nuevo katarismo que su encarnación, es decir, más
importante el movimiento que su líder, pues es allí donde debemos buscar relaciones causales de lo
que ahora ocurre, es a la vez imposible no considerar la persona y la personalidad del dirigente.
Algunos lo califican de totalitario, caudillista e intolerante y revestido de un mesianismo y
fundamentalismo que no disimula. Un cambio de todos modos importante parece atisbarse sin
embargo en la posibilidad nada remota en estos momentos que Quispe pase a la formalidad política
mediante la creación de un partido político, una posibilidad, no obstante, que no cuenta con el
entusiasmo de todo su estado mayor.

De distintas maneras parece inscrita casi definitivamente la noción de que en Bolivia existen dos
países situados de espaldas uno respecto del otro: uno racista, excluyente y próspero -por ello
mismo-, y otro dominado, explotado y empobrecido. Si es así, la conclusión sería la de la necesidad
de implementar políticas correctivas de tanta inequidad, de tanta corrupción, de mala gestión de la
cosa pública. La solución implica pluralismo, no-exclusión y diversidad. La solución requiere repensar
el tipo de “modernidad” que tenemos en América latina y requiere replantearnos el modelo de
“desarrollo” que nos hemos impuesto.

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