¿no es u no rie
quien an<!;\ impresa \ina historin que se llama EL IN'CF.NIOSO HIDALGO
DON QL'UOTF, nr. LA MANCHA, que liene por señora de su alma a una
tal Dulcinea de! Toboso?» (II, 30). :_•
sicnic a ¡a vez reprimido por las demandas de su existir portanle y srcinal en la literatura española. Ya La'Celestina (1499)
previo '-. Tal concepción de la vida se hizo fecunda para ofrece de ello ejemplos muy destacados. ••'':•..••:'. ". "• • ' .
. . 1 La época estaba cargad a de posibili dades, sólo en espera de un
genio que las desarrollara. oEl sevillano Alonso de Fuentes, en' la
' Hrfi.Tcncias bi'üliográíic as a esos textos se Iiallarán en M. ME - Suma de philosophia natural (1547), traza ia scm.blnnza de un doliente,
Ní'NnFz Y Pri.AYO, Orígenes de la novela, í, CCLX y siga. No hemos precursor del hidalgo mancheso, que se sabía de memoria todo el
' atrniüiin liasl.i nhnra al fenómeno vital reneja<lo en esas críticas, Pnlmerín de Oliva, y no se hallaba sin él aunque lo sabía de coro.»
clin'ins jinr tndos nosotros como si fueran -eco He tendencias racio- En 1500, un estudiante de Salamanca, een lugar de leer sr.s liciones,
nnli"itas (crosmistas), o destinadas «a poner trabas a! cultivo de la leía en un libro de caballerías; y como hallase en él que una de
íienpiliiüdnfi y f.inlasía puramente mundanas» (v. mi Pensamiento aquellos famosos caballeros estaba en aprieto por unos villanos, le
itc Ccn r.nics, p/íft. 26). Lo que interesa ahora es mosirar que quie vantóse de donde estaba, y tomó .un montante, y comenzó a ju
nes así h.ihhihnn (je los libros de caballerías habían posado, o po garlo por el aposento y esgrim ir en ei ai re ; y como, lo sintiesen sus
dían pn'^nr, por la misma 'cij se de expericncta que cen sura ban: e! compañeros, acudieron a saber lo que era, y él respondió: Dé¡enme
ilinbk)—luuiin de carne se mete a fraile. Rccorticmos que el CüTa vuestras mercedes, que leía esto, y defiendo a este caballero. ¡Qué
. n o ge n!rev!.^ n qü enij x ni a Ámadís ni q Palmerín, y que ]os,_ lástima! ¡Cuál le traían estos villnnosh (ADOLKO DE CASTno, Varias
c-cmariiL muy bien a a mbos. obras inéditas de Cervantes, p.íg. 130.)
•^ La lit erat ura c!<pnñola no posee en realidad nada que valga ^ V. ADOLFO DE CASTRO, Varias obras inéditas de Cervantes,Ma
como un Ristcmn de moral, objctivnílo en principios, y com]iarabie a drid, 1874, pág. LU. R. .MENÉ.NDEZ PIDAL, «Un aspecto en la elabora
Cuillaiimo !)u Vair, Kxhonnlion á la vie civile; Picrre Ciiarron, De la ción del Quijote», en De Cervantes y Lope de Vega, 1940, excelente
íngrssc. etc. y penetrante estudio, que enfoca la cuestión desde otros puntos de
•^ Qui/ií sea el tema del «e star se viviendo uno mismo» el más im- -vista.
iilii ii IIIIHIHII iiji Hiiii *i'i in IH III VI VI KI III II ni KI IIH IIII III KI y i|iil iiilt i*
(jiorioniijü u püríona), o lo conexo con la intención crea
ín i:iinli:niii¡iiit dcadu i-.l )J!IIIIO iiciilral, u hlii rclievcrt, tiu BU dora y bien nrticulndn del poeta-novelista ^ i
existencia. Esto es lo decisivü, la que imjjorla a la lite- Cuand o el auto r comienza a dar vida, en; un estilo deci
l ratur a. / sivo, a la fluente figura de Don Quijote, dice que jívcriguar
»| El tema bá sic o (Inl Quíjntr. es la vida como ílucncia^^d si su nombr e era Quijada, Quesada o Quejana- «imp orta
' reflejo (le la¿ incit acio nes f[)alaljia ChCr ila o liahh ula. niiio- poco a nuestro cuento; basta que en>la narración de.él
rcá, rii}uezas,^|jü¿ihi!it!adrs de diversión, etc.) sobre el cauce , no se salga un punto de la verdad» (I, 1), o sea de la acer-(
4^1^^in¿t:-jJ¿^^Kla uno. Lo dado, las realidades inmutables Lacla fluencia del proceso artístico, devenido real como va\
y objetivadas frente al correr mismo de las vidas, no jue Jor, ño'como objetividad, o reahdalTextrahteraria. Tor eso
ga papel esencial en el libro máximo de España. El Entre la mujer do Sancho se llama de distintos modos, y al final
més de los Romances y la ti'adición de trastornos ocasiona- del libro, el-Hidalgo de la Mancha se líama Quijano, y no
-düs por la lectura de la novela caballeresca penetraron aqui . ninguno de los tres nombres mencionados al principio. Ta
al servicio de aí|uel tema fundamental. El estilo descansa so-I les inconsecuencias no son olvidos ni torpes descuidos, sino
brc el suj)U(;slo de ser toda realidad iuimana o material algo - resultad o do no impor tar mucho lo que obje tivam ente sea
transeúnte, ((transiente», un estar transido de efluvios, ema- lo que aquí a'i)ñTccc existiendo. Lstn tecnica^como el an-
TrpóBTlIet~ira£Ii7áTisino del novelista del siglo xrx. En uno
nadus de alguna vida personaT, o estilizada ya en literatura.
da los cas os prop uesto s .a Sanch o duran te su go bier no, se
jLa QOjicicncia de sentirse vivir-xs el cimiento en donde se
[aj inc .n P ^íi TlT lli mlT r f^^rTlTuTTT^y pn rñn^l:^ntn fln/^T^ £)on
•dice que «si alguno jurare verdad'"déjenle pasar; y si di
jere mentira, mue ra por el lo ahorcado» (I I, . 51). Verd ad
Quijote so siente ser Do'n"T)uijoFc7~y--4tíegíi--Al&hso Quija-
nu (((fui Don Quijote, y soy agora Alonso Quijano el Bue es aquí veracidad
Preguntó respectoa de
Don Quijote uno mismo.
la cabeza encantada si ((fué ver
no» ); Sancb o tiene • conciencia de ser una irreduct ible y
dad o fué si/eño lo one yo cuento que me pasó en la cueva
desnuda persona, un cauce firme para las más varias fluen-. da Montesinos», y la respuesta fué: (diay muc ho que decir,
cias. " J e todo tienen • {l\, 62). En aquella aventura aparece, en
Hace años intenté interpretar el Quijote con criterios ex efecto, la verdad.de los sueños, y también la de qujen los
cesivamente occidentales, y creí que a CeivaiilSLJS-J^^^^' vive y la de quienes la reviven a su modo al oírla referir.
saba^en^ocasiones determinar cuál fuera larcalidad yacente Tan disparejos fenómenos se articulan en la experiencia
bajo la í!uctuacioñ~HeKis apariencias. Mas no es el proble- vital del tiempo, í ndice aqu í de los. límites extremos e ntre
j ma ce la verdad o del error lógicos ¡o que al autor preocu- los cuales va tejiéndose, como en una lanzadera, el estilo
j pa, sbio_Jia¿g£__sentir cómo la realidad eás¡erniix£__u.n as- de esta novela. El tiempo intemporal de la ilusión jioética
_ pecto.4lc_Ja_jex|2eTÍencia de quien_]a_cstá vivieníio. El voca- (Anmdis, etc.) sería al ticnqio sentido como circunstancia
^y.o ((experiencia» nosc~rclTére entonces a nada racional o actual, como el límite suj)remo de la aspiración asccndeivte
3c¡i^rit!f!co. Cervantes conocía sin duda (y lo hice ver en
El ¡)ens(untento de Cervantes) la cuestión debatida en las
1 Ya en La Cnlatca, ¡irimcra olira de Ceivantes (1585), quedaba
])oét;cas renacentistas acerca de la diferencia entre la ver bien ilustrado cale puni ó: uTus verda dera s razones y no fingidas ¡la -
dad potjtica (universal) y !a verdad histórica (particular). labrasu (libro I). Dice el paslor Lenio, eneniiiíO encarnizado del amor
^Ias lo nuevo en—el—(JlL^ío^g consistió en hacer valer comq_ —lin desamorado—, que su o¡)inión adversa a Cupido se funda «en cien
'^•erJader^>-4xx—a-ulcnti^ainente enlazacio con u na _ex peri enci a cia averiguada, la cual ... por traer ella consigo la verdad, me obligo
a suátentarlau. Af^as tan dcbaniorada persona acaba por rendirse u!
K- i '.a l,--v—f^6^-(:x—ikjiUlllLnailí) ljir__llll_-piiaccs,0 cogn(3S£ hrvQ ^ amor,, y Hura y se desesp era como t antos otros pasto res y past oras. La
Verdadero sería~~!o implícito en el electivo vivir (Je alguien verdad de su vivir desmiente así la seiidoverdad de sus razonamientos.
(Dulcinea) es al límite ínfimo de lo poéticamente desvalora con mucha facilidad y sin peso alguno,•señal que les hizo
do (Maritornes ) ^ imaginar que Don Quijote se quedaba dentro... Sancho llo
La aventura de la cueva de Montesinos (ÍI, 22-23) se raba arriargamente y tiraba con mucha priesa por desen
encuadra en nori(;infv» pfp^j.^ag ¿Q esnacio y tiem po: «Te gaña rse; pero llegando a su parecer a po co más de ochen
nían descolgadas las cien brazas de xoga», hasta no poder ta brazas, sintieron peso.» Sacan ai Caballero, el cual come
dar más cuerda a Don Quijote. «Se detuvieron como media abundantemente con Sancho y el Primó, y comienza su re
hora, a\ cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga lato: «Lns cuatro de la tarde serían cuando el sol, entre
>— nubes cub ierto, con luz escasa y. templados rayos, d io lu
1 Cnxo scnicjnnlc cconlcce en La Calatea rcfipcclo de la nnclón (¡c gar a Don Quijote pnrn que, sin calor y pesadumbre, con
f^s pür if) . Fa ,c i. csXilo—lúdc2^ !e loe nmor cs pa glo rü rs ("CiTians «nflail aa y tase ü sus dos clarísimos oyentes lo que en la cueva de
•^ hirn (tsrriias» ]o^ iinrrió CerTanTeal . no cah ía m enci ona r como rcsü - Montesinos había visto.» Aparte del calor (que pudieran
tladcs aclualcs a Sevilla o a Alcalá de Henares, presentes en expre evitar con cualquiera de los recursos convencionales tan
siones elusivas como «en las riberas del Betis», o «en las riberas del
ínmo<;n lle nar es» (lib . I). Ma s ya en esa ob ra se manif iest a el jjT^tenlo frecuentes en el Quijote), &s lícito pensar que una claridad
d c^j)j)nncr gaa—rrpión friíirpfi a^.TAii|Tr^m a de ja_jKiético, al e j atl a g atenuada convenía más que el sol deslumbrante de la Man
ñTnbn^^ic Ift-Xíjericncia prosaica c¡erivTvn^~"cSiurrano. F^r eso reciben cha al cuento de lo vivido entre las dos luces de la poesía
nnm iuTS nQ_xn.r;laTñrif;os los Ji le ar e? de renjTJj2p_]de~T ^3"~pasrores. sil ua- soñada^ y de la crítica im plac able qu e la pone en riesgo.
(lnscji_Ja_D_eriferia de In ^ soci eda d urb ana , eludiiía~y~evITafraT"'ñi"rroyo
de ids Palmas, snio del Concejo, fuente de las r¡zarras»~T1ib. I), que Montesinos y el Caballero dialogan sobre el su.ceso narra
contrastan con «la famosa Cómpluío» (Alcalá) y Mantua Carpctana do en ei Romancero; Mont esino s • sacó el corazón de su
(Madrid) en el libro 11. Surge, en cambio, la geografía contemporá amigo Durandart e para i llevar lo • a la-s eño ra. Belerma-n o
nea, con definida precisión, al ser tratados los temas de lucba y pa con una daga, sino con-((uri puñal más agudo que una lez
sión vividos por el auio r o por otros españ oles: Jerez, Milán , Ñapóles,
í'crp iñán , Catal uña, el virrey de Barcelon a (¡ib. II) : La Coleta, Gaeta^
na». La figura épica' sale de su nebulosa poética y se mues-
las islas entre África c Italia (lib. IV). La vivencia del_h!par Reo-\ tra ahí viviendo su propio cuento, y¿^.sí puede^^nlazar^con
práíicn secxjTrcsa en lina i¡ oira forma sepimaca el intento arll^llco; j, el vivir "de quienes' ~seT7anan'' TueFa xe to do ámb ito iluso-
chisivocn cuanto a las ciudades, preciso al pensar en la libertad ó^f "rio. Sanclio observa inmediatamente (ya que Montesinos se
]nS-j:^Xi¿EsrTr~cñpjaTiñt\o 'cmr~tñ~TSrTcicrtcTa~~pcfTñr,a\ ael auto r; tema
heroico y dolorn^^o de las navegaciones o de las piraterías de ¡os
le hace accesible), que «debía ser el tal puñal de Ramón
turcos. / \ esta' incita ciones tiebemos algun as de In s página s más. rít- do Hocee,' el Sevillano». Rep lica. Don Quijote —con med io
nnfinnirn'e beüas i!c [,a Cniníea: «La hermosa ritiera cic Genova, l'cna cuerpo fuera de su ensueño—que «no sería de ese puñalero,
de adnrnados jardines, blancas casas y relumbrantes chopileics, que Ramón de Hoces jué ayer, y lo de Pioncesvailes, donde ncon-
l'.crldüs por los rayos del sol reverberaban con tan enccmiidos rayos .
que npen.TS dejan mirars''. Todas estas cosas que desde la nave se
ícció esta desgracia (una palabra de hoy y vulgar), ha mu
ndrnlinn pudicrart causar contento, como le causaban a todos los que chos añosv. A Montesinos le admira que siendo «tan cierto
en la nave ¡bnn. sino a mi, que me era ocasión de más pesadu.mbre.» como ahora es de día, que Durandarte acabó los de su vida
(La lie ilcr a de Genova es vivida por unos de un mod o, por otros de en mis bra zos ... ,. ¿cómo ah ora se queja y suspira de cuan
oiro, ni más ni menos que los libros lie cabullerías, o todas las demás do en cuantío, como si estuviese vivo?» Durandarte se des
cosas de nucs;ro inundo.) «Una noche me acuerdo—-y aún es bien que
nic acuerde, pues en cüa comenzó a amanecer mi día—que estando liza, desde el eterno presente de su existencia p>ocíica, a un
sosegado el mar, quietos los vientos, las velas pegadas n los árboles, ahora de nosotros. No bnstaría.'con pensar que se trata de
y los marineros sin cuidado alguno, por diferentes partes riel navio obtener un elec to cómico -o-gro tesco, • porque nuestra risa ,
tendidos, y el timonero casi dormido por la bonanza que había y por o sonris.R, al leer estas páginas no es como la brotada al
la qu e !•] ricln !c a seg ura ba, en med io de este silenci o, y en medio
de mis imaginaciones ... sentado en el castillo de popa, tomé el laúd leer las estrofas de Boiardo, Pulci o Ariosío, en donde sen
y couii-ncó a canlnr...n (lib. V). Complemcnlese lo anterior con lo no- timos la crítica racional de aquellos eximios poetas. Cer
lado por J. 1!, .Avalle-Arce, Ln novela pastoril, 1959, ¡lág. 201. vantes crea su escena tínica linciendo confundir una en
°^^^' ^ü^yil£D'^'3 Jel tiempo intemporal y la del tiempo ac-' go, de cotonía, nuevo». Y esto es.Don Quijote, no Sancho,
JÜisL-iilcl mismo n)odo que Don Quijote bB cniía en 3an- quien lo ref ier en • . . . -.i -.; ,/.u .,• :•:. : . • •• •
cho ALjé¿lii,eaJa4rieí;iEü-m4a--iffFggT-a€4<u^ de la-tkíencia de sus u . La vivencia del,t¡einpo,~por—consiguient e, |se halla orgá-
^das_^ La creación literaria es aquí un mundo de vidfi A nlcnnreñlo articulada con la ..estrucfiiffí totn]:^(\p.\- (TüTj^te.
en donde las vivencias siguen un libre v cnlrela/.ndo curso, A esta sazón dijo el Primo:-, «—Yo no-se, •señor; Don Qui
V en el nuc no se ingiftrp |iptpr-f)o^ppAamp.iin n] y-o-;o^n.TljAt<^/^ jote, cómo vuesa merced en. tan.poco espacio.de tiempo
del au tor ^- Cuando Cenmates se in troduce peraoruLUncnte como lia estado allá abajo haya visto tantas cosas y hablado
en su obra. se~ran3muta a si mtsrrTo en materia pojilica. y respondido tanto. —¿Cuánto ha que bajé? —preguntó Don
Montesinos viv e su propio enc anton ucnto : uNos tiene Quijote. —Poco más de una hoia —respondió Sancho. —Eso
aquí encantados el sabio iMerlín ]ia muchos años; y oun- no puede ser —replicó Don Quijote—, porque allá me ano
que pasan de quiíiienlos, no se ha muerto ninguno de nos checió y amaneció, y tornó a anochecer ya amanecer tres i
otros.» Al deslizarse en el liem¡x) de ahora, el personaje veces; de modo que, a mi cuenta, tres días he estado en i
se encuentra en ¡os comienzos del siglo xvn, sitúa la fe aquellas partes remotas y escoiídidas a la vista nuestra.)) |
cha en que le aconteció pasar de persona a personaje en el Sancho piensa «que como todas las cosas que le han suce
siglo XI, época del Cid y de Alfonso Vi, limite del liorizon- dido son por encantamiento, quizá lo que a nosotros nos
te épico-históricü para el español de entonces. La exactitud parece una hora debe de parecer allá tres días con sus no
"de tal creencia no n os impor ta; el hecho es que Montesi ches» (II, 23). ' i . . . i-. -s . .i' '
nos se sienta encuadrado entre un ayer y un hoy, y como La diferencia en la estimación del tiempo, exprés a dQen_^
una eterna intemporalidad, todo al mismo tiempo. El Mon uñ parece, se funda en el mismo criterio vital que permite^
tesinos eterno se transmuta en el Montesinos temporal, sjr? al oEIeto mTFHTlIce sob re Ta'c'a'E'ezá del barb ero or a' :
como el Caballero de la Triste Figura en la persona invita /ryéTmo de Mambrino, ora bacía de afeitar. Diríase entonces"
da por Sancho a satisfacer sus necesidades más elementa que todo ello es puro y arbitrario relativismo, o caprichosa""
les; como la daga Jcl romance en el puñal de Ramón de fantasmagoría; pero si fuer a así, el Quijote no seria la
Hoces ; como la canción del labriego del Toboso con el di s obra inmortal que es. La vacijación de este juego de pare
corde ruido de su arado a l arrast rars e por el suelo; como la ceres se vuelve sólida finríeza, no como realidad lógica,!
Dulcinea del sueño quijotesco con la Dulcinea de la cueva ^•^^s+nocmño valor de existencia qu"e se noa itnp5íTérXk_ieali-j
de Montesinos, que manda pedir prestados a su amador , dad del estilo.del Quijote yace en la articulación vital de
(im.edia docena de reales sobre este falderiin que aquí trni- s^4J_yü|Q¿£s; ías creencias . estas o £RJTrélÍH-s—ac nos liacen
aceptables en ir'medida~qire son creídas, vividas, puf quie-
^ .'\riosto refiere que .angélica, el , nes'Tñ^Ji'rma auténtica las enlazan con su existir. Ue iógi-
camente a?Eitrarias, pasan a ser vitalmente válidas, y las
((fior virginal cosi avea salvo,
Come ie lo porlo del ir;3!erno alvou. aceptamos no como una farsa y un juego, sino como se
acepta todo lo que aparece siendo así como debe ser. Nues
Y añade el poeta: tra estima, nuestro goce artístico y, en último término, nues
tra convicción, procede de la «convicción», de la integridad
üForse era ver, ma non pero credibile
A cln del scnso sno josse si¡;r.ore'> (I, 55, 56). de cuantos hablan y viven en esas páginas. F,l fundamento
Aií se ¡lercibe el ahiiino que separa a Cer\'antcs de sus uftiea- '^ Ya en el Poema del Cid (11-10), el primo de las hijas del Cid
íesu ilalianas, y se siente la distancia entre la Italia greco-europea y —amarradas a un árbol, u-¿otaíias por sus maridos y muertas de sed—
la España cristiano-ishiinica. V.u mi libro í.n realidad hislórtca de les irae HKUU en el único r-ccipicnte que poaeín: un sombre ro nuevo,
España he explicado lo que eslo quiere liecir. acabado de comprar en Valencia. . - .j^"
de !n ii.vcrdildiL-i3c los tres días pasados por Don Qiü'jnffi ". Pudiera ilustrarse cuanto'antes se ha dicho con un breve
en la ciicvjL-y de la h ora de la espera d e San ch o, jiax:£_««-
examen del tem.a que denominaría «las burlas veras». Al
!a f:f¿nirtnrr[ totnl. birn integrada, de! existir de la Perso-_
lanzarse a vagar por las sendas del mundo, el Caballero y
m,_JT_n2_^^'"JÍÍlI.''^'' n "" ir tin on f '^Qm O '¡nO .,nCC_es Ídadf_V_J l_p
su Escudero actúan como incitación para cuantos los con
. rnnxn_ .aiiiLlrnrin rgr;ric]iO. El Quijote es una bella arquitec
templan o l os tratan; se torn an así materia de burla, de
tura, una bien acordada sinfonía de evidencias vaLiosa_3^,
admiración, de respeto, de piedad, de enojo o de una cu-'
que valen en . cua nto existen, y existen en c uan to valen , j
riosidad borrosa o indeterminada. Sancho se'refleja en muy
i El pcraQ,naÍ£jilei¿r_io_sc__dc3_dobla en u na per son a q ue «vive»
^v ar ia s formas .al afectar las vi das de su se.ñox, Ide. su mu jer:.
su _cxislencia literaria, v quienes~TF7rprggmim"TnÉi"Í0'TTVFñr
!i?do 6u hija, de Tomé Cecial,-de Ricote, de los Duques, c e'
iñ"~3Í735^-"cñ~''e^~'?ouTe""lTrm^ñiJó.ri. De ahí la TncaTcuTnble
?" Do.ña Rodríg uez, del Eclesiástico • -^ d el . mis mo mo do . quo .
eficacia de! Quijote cuando, durante el Romanticismo, pudo
: Don Quijote, la ínsula, Clavíleño, Dorot ea, etc. ,, producen;
' surgir la novela irioderna, en la cual los personajes centrales
en Sancho muy, varias reacciones, y parece res.' Pues bien, •
son lo que sean, y son además una proyección poética de sí
mismos (ci buen «ncre Goriot» de Balzac es un fabricante lo m ism o a con tece ' a las bu rl as regnciiadas_'jQ_i ci-uelfy, 'tan"\
de fideos y, una re enca rnac ión d el impru dent e y desespera frecuen tes .en e ste lib ro ^ sobre to do em'l a S egunda Paj^tej
do «King Lea r»; el Julicn Sorel, e n Le rouge et le noir sten- en "dofrdFTÍ^áutoT^Tvida_2os_TTn¡l2g. Q£rde_l-a-Pr4mer*. Esto s '
diíaliano, es el chico del aserradero de maderas y ademiás ^episodro33oeberr~fmIcTTo a la tracHci_ón^Jjujlli;,S(lá.:iiií_ia lite- ;
una proyección del héroe del Memorial de Santa Elena, et ratura italiana, tan ^am ili ar p ara, Cervantes. Pe ro los te mías ,
cét era) . • • • . , ,•• • . . . italianos de farsa y escepticismo sueien ser unidimtensionales,,'
sin que modifiquen su carácter las'glosas moralizantes que ,
Las_valencias vitales no postulan ninguna conclusión ob- n veces se le superpon gan. Las-.si tuacion es, en .ei Quijote'.
jclivablc (como en Caiderón, «el delito mayor del hombre son di sti nta s. Na da liax _Q] ij "fsrsa»"" que_iaa-jV!TÍsodin&»j ¿..^
es haber nacido... Que toda la vida es sueño, y los sueños efímeíix_gol£Í_erno de SancKo.. Llévanle un a' noch e a ron
sucr los s on)!). Nos h allamos ante una p olaridad inte grad a dar su ínsula, a fin de lo gr arm ate ria buf a'co n. que henchir-,
e-a las fnnuns de existir, iwp^ñ hacia lo supremo, caída ha - la ociosa vacuidad del señor Duque.' Mas he' aquí que mien
cia lo ínfimo. Ln tal polaridad se da y «realiza» este vivir, tras la ronda se inventa quehaceres ficticios,-surge uno que,
al nro}Tct£!jj^_cii_iMM;Sr}cctivas inagoTaT5tesT~GBTTa7rres~!Tó~Te no lo es; una linda mozuela se escapa de casa, en compa--
enfrentó CLon_cl_m'^í'^do épico para subjetívarlo en cornTcuIacL., nía de un hermano, para romper su aburrido encerramien-.
diiTrsión alegre oj^vrixahÚR^ZJIa. épica y todo" lo oemás í to; topan con la ronda, qu e para eilos no es asunto de',
valen aquí como incitantes dirigidos a aümeñfar^Iá'arrriente'^"^ broma, sino muy grave trance. La hermosa doncella confie-'.
polarÍ7n(rn"'T|Trc dTscilÍTe__cntre'"eT ((cnamoraoo» v~eí «des sa su trav esur a: «quisi era yo ver el mu nd o, o .a lo m.enos
amo ra do'ñTTTt^í^aí/"'^^ "^ fiTé-'m^-Tl'ejoae'^ seT escrit o « coní j el pueblo d onde nací.» Hab ían llegado ~ hasta ella palab ras
íra>) los libros ¿c caballerías. Al formularnos esa cuestión incitantes acerca del mundo exter ior y desconoc ido: «Cuan-,
enfocamos la obra cervantina desde una categoría lógica do oía decir que corrían toros y jugaban cañas, y se re
y racion al que no le convi ene en mod o algu no. La_jir av' 1 presentaban comedias, preguntaba a m.i hermano, que es
zón» do Don Ou i i ote se halla excl uei vam entc en su voluiv; !j un año menor que yo, que me dijese qué cosas eran aquéllas,
tad do heroísmo, en su señorial cortesía y en su bondad [ y otras muchas que yo no he visto ; él me lo decla raba;
inago taL lc, iicch.as cviücntc3~~Tra el m iam b pTTTJjgsg^J^g s" ^ por los mejores modos que sabia : pero todo era encen
existir. El Quijote est^á_jxs£al¿ardo;;:p2T7TB^ derme más el deseo de verloii (II, 49). Esta bella audaz,
que cTTiombrc crcñ, sostiene, hace problemáticos y difunde victima del tedio, encierra el germen de una Madamie Bo-
con su misma vida . \ . \ , ,\ /- vary. Mas no es eso lo que ahora interesa. El maestresala
del gobernador —una oi)aca figura en la comedia bufa de
la ronda— queda embelesado al contemplar la hermosura
de aquella niñ a: «Habí ase sentado en el alma del Maestre
sala la belleza- de k doncella, y llegó otra vez su lantcrna
¡}ara verla de nuevo.» L a incitad a, incit a. La noche siguie n
te fué de inso mni o para el po bre Maestr esala : «la pas ó sin
dormir, ocnjjado el pensamiento Qri el rostro, brío y belle
za de la disfrazada doncella» (II, 51). ¿Burlas, veras? En
último termino, no es tan absurda In idea de que huestes
de encantadores andan por ahí acechando nuestros meno
res pasos.
Recordemos la descomunal ba]alla entre Don Quijote y
el lacayo Tosilos (II, 36), en doilde éste renuncia a la pe
lea para casarse de veras con la maltrecha hija de Doña
Rodríguez. El Duque «quedó suspenso y colérico en extre
mo» (lo cual tampoco es una broma), mientras la mucha
cha declara su preferencia por <íser mujer legítima de un
lacayo» y «no amiga de un caballero». Mencionemos, como •
último ejemplo (entre los varios que pudieran allegarse),
el episodio de la cabeza encantada en la casa de don An
tonio Moreno (II, 62), quien hubo de poner término a un
juego que tanto le divertía, iUemiando no llegase a los oí
dos de las despiertas centinelas de nuestra Fe», es decir,
del Santo Oficio de la Inquisición. «Los señores inquisi
dores le mandaron que la deshiciese y no pasase más ade
lante.» Las bromas, las burlas y In^ fnrans «ft inrlnyen den-
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