a. estar en la Misa y participar, sacando una hora de tu tiempo de descanso o de compartir con
la familia o con amigos
b. escuchar la Palabra que en ella se proclama, y dejar por un momento de escuchar y decir
tantas banalidades y despropósitos,
c. ponerse de rodillas ante su presencia, dejando el orgullo y humillándose, sometiendo su vida
al que es dueño de la vida,
d. pedir perdón, reconciliarse con aquel a quien ha ofendido o de quien ha recibido la ofensa y
dar la paz; el papa Francisco dice que una de las palabras más difíciles de decir es perdón.
a. La Misa vale por quien la preside que es el mismo Cristo en la persona del Sacerdote.
b. La Misa vale por el beneficio que representa para mí: unirme íntimamente a Cristo Salvador.
c. La Misa vale por el sentido que tiene: es el más grande gesto de agradecimiento del hombre
para Dios.
d. La Misa vale porque cada vez que se celebra, se está alimentando y sosteniendo a la Iglesia.
e. La Misa vale porque Cristo, por la oración y las manos del Sacerdote, se hace presente frente
a mí en la consagración y luego, dentro de mí al comulgar.
Cuántas veces he oído Misa y no he estado participando en la Misa. Cuantas veces he renegado por
tener que ir a Misa, negándome a la bendición que Jesús tiene para mí; cuántas veces he venido a
Misa y no he comulgado, dejando a Jesús esperando en la puerta; El con ganas de entrar a mi
corazón y yo sin ganas de vivir.
Para poder celebrar a un Dios cercano y familiar, el mismo Jesús, quiso que recordáramos su
acontecimiento pascual a través de una actividad cotidiana y necesaria como es el comer. Todos los
días y varias veces al día, nos sentamos a la mesa y comemos. Pues la Eucaristía, fue fundada,
instituida en torno a una mesa. La Misa es una comida que se comparte.
La Palabra Misa, se parece mucho a la palabra Mesa. Y es precisamente alrededor de una Mesa que
nosotros celebramos la Eucaristía; la Misa. Pero no es una mesa. Son dos mesas. Porque Jesús nos
da como alimento su Palabra, su Cuerpo y Sangre.
La mesa de la Palabra: allí, se sirve la Palabra de Dios y el mismo Cristo nos proclama su Evangelio y
nos lo explica para que alimentemos nuestra vida espiritual, nuestras relaciones familiares y
sociales. Esta mesa nos prepara para que demos razón de nuestra fe. Cada día del año, se proclama
una porción de la santa palabra de Dios, y el mensaje que de ella recibimos es también diferente y
actual. Así que es falso lo que algunas personas nos dicen, “que la Misa es la repetición de la
repetidera”. Falso. La Palabra de Dios es pan fresco cada día.
La mesa de la Eucaristía: Jesús instituyó la Eucaristía, el sacramento del amor, alrededor de la mesa,
junto con sus discípulos. Jesús nos dice que el pan y el vino son su cuerpo y su sangre y que cada vez
que lo consumamos, estamos comiendo su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; a Jesucristo
total.
A la mesa nos acercamos cuando tenemos hambre. Allí nos reunimos para compartir con nuestros
familiares y amigos. En la mesa somos hermanos todos. En la mesa dialogamos y compartimos
nuestras alegrías y dificultades. Alrededor de la mesa compartimos tiempo valioso, compartimos
vida, intercambiamos sentimientos. Hoy día, tristemente, el comedor, la mesa, ya no es un lugar
importante de nuestros hogares; cada quien come cuando quiere o puede, donde quiere y como
quiere: en la habitación, frente al televisor o con el celular en la mano. Nuestra comunicación se
limita, nuestro individualismo se hace cada vez más evidente.
Jesús se hace presente en la Eucaristía para ser alabado, adorado, contemplado y consumido por
nosotros. Él está presente de manera real en el sacerdote que preside, que proclama el Evangelio y
explica las Escrituras y en el Pan y el Vino que son consagrados para ser consumidos.
Ser y no parecer ser: Jesús dice: esto es mi cuerpo; esta es mi sangre. No dice: esto simboliza ni esto
parece ser, ni esto se asemeja a mi cuerpo y mi sangre. Cuando decimos que algo es de esta u otra
manera, realmente es así como decimos. Por ejemplo: esto es una pared, esto es una banca de
madera. No dudamos de lo que es.
Jesús está presente en la Eucaristía no como un símbolo, como una representación o como una
imagen; Él está presente de manera real: la hostia consagrada es el cuerpo de Cristo crucificado y el
vino consagrado es la sangre derramada en la cruz.
Pero, ¿cómo comprender esa presencia real? O ¿por qué creer en que Jesús está presente en la
celebración de la Misa? Tratemos de comprenderlo desde nuestra cotidianidad. Un familiar o un
amigo que se va por u tiempo prolongado, permanece presente a través del recuerdo, una
fotografía, algún objeto; decimos que sentimos su presencia aunque no sea física. Y hay un detalle
más especial, esa presencia que no es física, puede convertirse en una presencia más íntima, más
cercana.
Jesús, el Maestro, el amigo, el sanador, el hermano, les dijo a sus discípulos muchas veces se iría de
su lado físicamente, pero que “estaría”, “permanecería”, “se quedaría” con ellos y con nosotros
hasta el fin de los tiempos. Y, ¿de qué forma se quedaría? Recordemos lo que dice el evangelista:
Juan 6.55-56 Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y
bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Animémonos a participar, a hacer nuestras celebraciones más vivas, más llenas de amor,
más alegres con nuestras voces, con nuestras manos, con nuestras vidas.