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Referencia: “Anclajes y mediaciones del sentido.

Lo subjetivo y el orden del


discurso: un debate cualitativo”. Guadalajara, Revista Universidad de Guadalajara,
17, invierno 1999-2000.

ANCLAJES Y MEDIACIONES DEL SENTIDO.


LO SUBJETIVO Y EL ORDEN DEL DISCURSO:
UN DEBATE CUALITATIVO

Rossana Reguillo1

En las ciencias sociales no tenemos otra alternativa que


trabajar con palabras que a la vez significan conceptos. Por
esa razón suele suceder que, en ocasiones, procedemos con
los conceptos como si ellos fueran cosas. La verdad es que en
pocos lugares como en el mundo de la academia estamos
más cerca de caer en la tentación que surge del fetichismo de
los conceptos. Ese fetichismo opera cuando en lugar de actuar
como significante el concepto se apropia del espacio del
significado y pasa al mismo tiempo a constituirse como
significado.
Fernando Mires

La irrupción de la subjetivación o el regreso del sujeto, según se vea, en la escena


de la investigación social, plantea un conjunto de problemas de carácter teórico-
metodológico y desata una interesante discusión en torno al método.
En el transcurso de los últimos diez años, toma fuerza un debate que,
abrevando en las tradiciones fenomenológicas, en la sociología weberiana y en los
desarrollos hermenéuticos, se centra en la experiencia del actor social como lugar
privilegiado para el análisis y la comprensión de la vida social. Del principio de la
“doble hermenéutica” de Giddens (1987), que supone como tarea para el
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pensamiento científico la interpretación de lo ya interpretado por los actores


sociales, a la mediación del habitus, propuesto y desarrollado por Bourdieu (1987)
como categoría puente entre el momento objetivo y el momento subjetivo de la
dinámica social, la centralidad del sujeto como productor y producto de la vida
social, configura una importante corriente interpretativa en el ámbito de las
ciencias sociales.
Lo que con esto se quiere señalar es que el sujeto y los procesos de
subjetivación, que se propone entender aquí como la apropiación e interpretación
que realizan los actores sociales de las condiciones objetivas del mundo, no
representa solamente un tema, sino constituye más propiamente dicho un enfoque
o un lugar metodológico desde el cuál interrogar lo social.
Asumir este enfoque supone mirar la constitución de la sociedad como un
proceso dinámico en el que los actores sociales realizan acciones, producen
discursos y construyen sentido sobre el mundo a partir de complejos procesos de
negociación y siempre desde un lugar situado e históricamente construido, es
decir desde profundos anclajes histórico-culturales (como el género, la
nacionalidad, la etnia, la clase social) y desde anclajes electivos (como los
diferentes procesos de identificación o membresías diversas que los actores
actualizan en el curso de sus biografías). Todo este proceso de construcción
social del mundo implica, relaciones de poder desiguales y desniveladas, supuesto
que permite atender la configuración de órdenes institucionalizados cuya
legitimidad estriba en su capacidad de proponer-imponer una visión del mundo
como la única posible y plausible, lo que a su vez engendrará prácticas histórica y
objetivamente ajustadas a las estructuras que las producen, en un proceso no
exento de conflictos.
La preocupación por el sujeto y la subjetivación, no es bajo esta perspectiva
una cuestión banal, ya que así visto, los órdenes institucionales encuentran en la
dimensión subjetiva su mayor desafío, en tanto que desde ese “lugar” se ponen a
prueba las normas y los valores propuestos y es ahí donde se afina, se modifica o

1 Profesora-investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO.


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se clausura el sentido. En su arraigo empírico esta afirmación puede ejemplificarse


a partir de la crisis de los partidos políticos que objetivamente siguen cumpliendo
un papel muy importante y sin embargo han dejado de constituir un referente
político subjetivo, desplazados en este terreno, en el de lo subjetivo, por
instituciones emergentes tales como organizaciones ciudadanas, agrupaciones de
carácter religioso o por los medios de comunicación.
Si se parte entonces de la necesidad y de la importancia de comprender
cuál es el papel del sujeto en la constitución de lo social, se plantea la interrogante
de cómo acceder a la subjetividad sin confundirla con lo individual ni reducirla a un
conjunto de opiniones personales que los actores tienen en relación al mundo. El
desafío estriba en poder penetrar hermenéuticamente en las estructuras
congnitivas y afectivas de los actores sociales para encontrar ahí la presencia de
lo social en lo subjetivo. Dicho en otras palabras, en el plano del análisis social, los
sujetos empíricos son importantes en tanto actualizaciones de matrices culturales;
importa cómo habla, desde un cuerpo que ha sido socialmente construido, por
ejemplo el género, la nacionalidad, la pertenencia a una etnia, la adscripción
religiosa y política, las identificaciones con colectivos específicos como los
ecologistas o los defensores de derechos humanos. Sólo así, pienso, la
subjetividad adquiere espesor analítico y pertinencia, en tanto destraba uno de los
mayores problemas teórico-metodológicos que enfrenta la llamada corriente
constructivista2, la validez del orden del discurso como mediación analítica para la
comprensión de la vida social.

Del enunciado a la formación discursiva

El discurso se ha convertido en el reino luminoso del análisis social. Su


protagonismo creciente en el ámbito de las metodologías cualitativas desborda ya
los límites temporales de una moda académica. De los actos de habla (Austin,
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1971) a la semiótica formal (Greimas, 1982), pasando por las teorías de la


enunciación (Benveniste, 1985) o por el análisis argumentativo (Giménez, 1981),
el análisis del discurso en sus distintas manifestaciones -por ejemplo las formales:
discurso escrito, oral, gestual; o en referencia a sus ámbitos: discurso institucional
o especializado y cotidiano o común; en relación a los campos: discurso político,
religioso, militar; o ya en sus vínculos con el poder: discurso dominante y popular o
subordinado-, se hace cada vez más visible en la investigación en ciencias
sociales.
Pero si bien es cierto que es sólo a través del discurso que los actores
sociales son capaces de referir(se) subjetivamente al mundo en actitud
objetivante, el riesgo de conferir una centralidad no problematizada al orden del
discurso es el de pensar el poder del discurso en el discurso mismo.
En diversos escritos, Bourdieu (1987, 1990, 1995), ha planteado severas
críticas a la ingenuidad que supone asumir que la eficacia simbólica del discurso
está en el propio discurso, desestimando la relación entre las propiedades del
discurso, las propiedades de quiénes son sus portadores o ejecutores y las
propiedades de las instituciones en las que se inscriben los discursos. ¿Querría
señalar esta crítica que el poder del discurso es extradiscursivo? La respuesta es
compleja. Y para atender a esta complejidad no es Bourdieu, sino Foucault, él que
permite colocar algunos supuestos que ayuden a destrabar la cuestión.
Para Foucault (1985) los discursos son dominios prácticos limitados por sus
reglas de formación y sus condiciones de existencia. Esta formulación lo llevó a
acuñar la noción de “formaciones discursivas” para referirse al conjunto de reglas
anónimas e históricamente determinadas, que se imponen a todo sujeto hablante
y que delimitan el ámbito de lo enunciable y de lo no enunciable en un momento y
en un espacio. Esta noción permite entonces espacializar y temporalizar el
discurso en relación a campos estructurada y jerárquicamente constituidos.

2Pierre Bourdieu (especialmente 1995), entre otros autores, plantearían el enfoque constructivista
para plantear que los objetos de estudio no están dados en alguna parte de la realidad, sino que
estos son el resultado de las sucesivas operaciones de construcción que realiza el investigador.
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En el plano del análisis ello significa que lo subjetivo, a lo que sólo el actor
social tiene un acceso privilegiado, al ser discursivisado se convierte en “práctica
discursiva” capaz de revelar la presencia de estructuras, reglas, valores de una
formación discursiva y por ende de lo que, en un espacio y un tiempo particular se
afirma como un orden legítimo en el que el hablante inscribe su decir.
Así, por ejemplo, la experiencia narrada de un joven indígena permite una
lectura analítica que desborda el decir y permite la aprehensión de un universo de
sentido, es decir de la formación discursiva desde la cual se pronuncia. Al decir y
narrar su experiencia, incluidos los códigos gestuales, este joven indígena opera
un engranaje entre su propia acción discursiva, las instituciones sociales desde las
cuales habla y de su lugar en ese mundo social.
“nosotros nos sentimos orgullosos de nuestro país porque nosotros hemos
nacido aquí. Aquí la tierra nos vio nacer y a pesar de todo lo que hemos
vivido estamos aquí todavía. Nosotros queremos mucho a nuestra tierra, a
nuestro país y estamos dispuestos a morir por nuestra patria...”3.

En esta práctica discursiva, el joven del ejemplo “objetiva” su pertenencia a


una etnia, a una nación. En su visión del mundo “hablan” los filtros de género, de
edad y otro conjunto de mediaciones que son, analíticamente hablando, mucho
más importantes que su decir, mediaciones que constituyen lugares desde los
cuales los actores sociales construyen el sentido sobre el mundo.
En el discurso, el sentido es precisamente lo que no se deja leer tan
fácilmente, en tanto está entretejido en relaciones que no se agotan en la
materialidad del discurso. Tomemos como ejemplo un graffitti:

Un aerosol para el sub Marcos .KCS.

3 Este testimonio forma parte de una entrevista colectiva realizada por quien esto escribe a tres
jóvenes portadores de matrices culturales diferenciadas: un indígena, un tecno o raver y un joven
milenarista. Para detalles del análisis ver R. Reguillo, “Culturas juveniles. Producir la identidad: un
mapa de interacciones”, Jóven-es No. 5, Causa Joven, México, 1998. Para una discusión de la
entrevista como método de investigación ver R. Reguillo, ): “La magia de la palabra. La entrevista
colectiva: un ritual de comunicación”, en Comunicación y Sociedad No. 34. DECS/Universidad de
Guadalajara, Guadalajara, en prensa.
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Al margen de un análisis histórico del graffitti en México como una práctica


cultural de los colectivos juveniles, el enunciado carece de potencia. En una pared
española, francesa o argentina, el enunciado adquiriría una significación distinta
que la que le otorga el hecho de haber aparecido en varias bardas tapatías en el
momento más fuerte de la represión municipal contra el graffitti en la primera
gestión municipal panista (en 1995) y en el momento en que el Subcomandante
Marcos se configuraba en el territorio nacional como un referente político para
muchos colectivos juveniles y para muchos jóvenes herederos del desencanto
político de finales de los setenta y de la década de los ochenta.
De manera sintética puede señalarse que el enunciado en cuestión
adquiere significaciones distintas según el punto de vista:
a) desde los enunciadores, que pertencen a un colectivo tagger4,
autodenomidado “Kill the cops” (matar a los policías), el enunciado
articula dos objetos sociales importantes: el aerosol, herramienta
fundamental de sus prácticas y de su razón de ser; el subcomandante
Marcos, emblema de la resistencia creativa. En el plano del análisis lo
fundamental estriba en la “situación” en la que emerge este enunciado,
que como ya señaló cruza dos tiempos políticos.
b) Desde el punto de vista de los transeúntes u observadores, el
enunciado es susceptible de lecturas diversas según las competencias
de lectura de los enunciatarios. Para unos pasará desapercibido; otros,
lo encontrarán ofensivo y otros más, adentrados en la situación

4 Los taggers representan formas de adscripción identitaria juvenil definida por la elaboración de
“tags” o “firmas”, cuya emergencia en la ciudad de Guadalajara, puede ubicarse a partir de 1992,
cuando los límites territoriales del barrio dejaron de operar como fronteras simbólicas para la
práctica del graffiti. Es importante mantener una distinción, autoconstruida por los propios jóvenes,
entre los "graffiteros" y los "taggers". Un análisis de detallado de esta forma de adscripción
identitaria puede encontrarse en R. Reguillo: El año dos mil. Etica, política y estéticas: imaginarios,
adscripciones y prácticas juveniles. En Humberto Cubides y María Crisitna Laverde (eds.) Viviendo
a toda. Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades. Universidad Central/Siglo del
Hombre Editores. Santafé de Bogotá, 1998.
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sociopolítica de la ciudad, podrán compartir con el enunciador el juego


discursivo que moviliza este graffiti.

Este pequeño ejemplo sirve aquí para plantear que un enunciado


aparentemente tan simple como el descrito, posibilita mediante un conjunto de
operaciones metodológicas trabajar la constitución de sujetos sociodiscursivo a
partir de sus posiciones de co-enunciación.
Así, puede decirse que el sentido, preocupación central de los enfoques
cualitativos, no es una propiedad del discurso, sino un facultad del actor histórica y
socialmente situado. Ello explica la polisemia, cuyo carácter es necesariamente
extralingüístico. Por eso tiene razón Bourdieu (1990) cuando en sus críticas señala
que “buscar en el lenguaje el principio de la lógica y de la eficacia del lenguaje,
equivale a olvidar que la autoridad del lenguaje llega desde fuera”. Sin embargo,
ello no significa, como ya se planteaba que el poder del discurso es
extradiscursivo. La diferencia no es pequeña.
La crítica, a veces válida, en torno al análisis del discurso, estriba en que
sus detractores –y desafortunadamente a veces sus practicantes- suelen
homologar discurso a lenguaje, lo que hace aparecer el análisis discursivo como
un pequeño y sofisticado juguete cuyo objetivo sería el de manipular las palabras
al margen de su contexto de enunciación y prescindiendo del análisis de la
posición de los actores comprometidos en una práctica discursiva. Si por el
contrario, se asume que contexto, posiciones diferenciales e instituciones sociales
se inscriben en el propio discurso, el criterio extralingüístico se vuelve evidente; es
decir, es obvio que la palabra “significa” según quién la pronuncia y que un gesto
se vuelve revelador no de manera espontánea: darle una palmada a alguien en la
espalda con una leve sonrisa, en tiempos electorales, cuando el ejecutante es el
Presidente de la República.
Pero cuándo nos preguntamos “quién, desde qué posición, dice qué, a
quiénes, en que posiciones, con qué efectos”, nos mantenemos en el orden
discursivo, en tanto estos elementos plantean:
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a) un contexto de enunciación: históricamente construido, culturalmente


compartido y subjetivamente interpretado. Siguiendo con el ejemplo
anterior, puede decirse que la institución presidencial en el país,
mejor, el presidencialismo, ha configurado una cultura política en la
que las palabras y los gestos del “señor”, se adoptan como
mandatos implícitos. Una palmada, una sonrisa, una broma, en
tiempos electorales, puede ser interpretada como una señal sobre el
“ungido”.
b) Un sistema de posiciones diferenciales: el gesto del ejemplo implica
por lo menos tres posiciones en un campo de poder, el ejecutante, el
receptor y los testigos, que a su vez, pueden actualizar diferentes
posiciones: periodistas, otros aspirantes a la presidencia,
empresarios, etc. El grado de poder implicado en la práctica
discursiva es lo que resulta pertinente al análisis.
c) Un sistema de representaciones: susceptibles de “lectura” que
permiten aprehender los efectos del discurso, según los diversos
modos de instituirlo e interpretarlo. Para un periodista entrenado, el
gesto no pasará inadvertido, su “subjetividad” está, en términos de
Bourdieu (1987) objetivamente ajustada a una cultura política
específica; los aspirantes, tratarán de interpretar la “definitividad” del
gesto a partir de otros gestos; los empresarios podrán o no,
interpretar el gesto desde el conocido postulado de que “al buen
entendedor, pocas palabras”.

Lo que resulta fundamental para no convertir esto en un recetario o manual


de interpretación, es entender que el discurso es una empresa abierta en la que
los actores recurren a diferentes estrategias como “instancias específicas de
decisión” (Foucault, 1976), estrategias que permiten “usar” las reglas de la
“formación discursiva” de maneras diversas, pero nunca al margen del contexto de
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enunciación. Y en esas “maneras diversas”, el discurso se despliega no como una


sucesión de códigos sino como producción de sentidos.

Campos discursivos, estrategias y sujetos

Todo lo anterior permite afirmar entonces que el discurso en tanto


dispositivo social tiene no solamente una capacidad expresiva, sino un
poder constructivo en el orden social. Toda acción es susceptible de
representación y las representaciones sólo son aprehensibles a través del
discurso, en su sentido no restringido a los códigos verbales.
Así tanto las prácticas sociales como los enunciados, forman parte
de un campo de discursividad, concepto formulado por Laclau y Mouffe
(1985) para referirse a las condiciones de posibilidad en las que se inscribe
el discurso y que al mismo tiempo, constituyen la imposibilidad de fijar su
sentido.
Mientras que el concepto de formación discursiva de Foucault,
atendería a las dimensiones socio-estructurales, que resultan
fundamentales para entender los procesos de producción de sentido en una
sociedad en tanto “reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el
tiempo y en el espacio, que definen las condiciones de ejercicio del
discurso”; retomar y ajustar el concepto de campo de discursividad, permite
entender esa estructura en términos diferenciales y dinámicos, en
reelaboración constantemente negociada por los actores sociales. Los
campos de discursividad aluden a la multiplicidad de espacios sociales
especializados que forman parte de una formación discursiva.
El modo en cómo los actores sociales negocian, se oponen o se
apropian, desde posiciones específicas, de las reglas de la formación
discursiva y del juego que realizan a partir de sus posiciones diferenciales
en el campo discursivo, da origen a lo que llamaremos aquí estrategias
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discursivas, que no refieren, como es posible apreciar, a un uso particular


del lenguaje, aunque lo suponen, sino a las dimensiones subjetivas que los
actores despliegan en el orden sociodiscursivo.
Las distintas estrategias desplegadas por los actores, son aprehensibles en
el plano de la expresión discursiva, proceso que denominaremos aquí narrativas,
para hacer referencia a la concreción empírica del discurso. La narrativa es el
“relato” a través del cual, los actores articulan instituciones, valores, creencias,
objetos, en un tiempo y en un espacio, a través de unos códigos y de unos
soportes materiales.
El discurso opera entonces en distintos niveles articulados entre sí, por lo
que no puede inferirse de manera automática la relación entre la narrativa y la
formación discursiva en la que aquella se produce y, al revés, esta complejidad no
permite deducir qué tipo de narrativas corresponden de manera causal a una
formación discursiva. Entre estos dos planos, el del orden institucionalizado del
discurso y la práctica discursiva de los actores, hay mediaciones fundamentales
operadas por las condiciones de producción del discurso (campos) y
fundamentalmente por la posición diferencial de los actores implicados en una
práctica discursiva.
Un esquema heurístico que atiende a estos cuatro planos, se propone a
continuación:
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FORMACION DISCURSIVA
(formación histórica/plano institucionalizado)

CAMPO DE DISCURSIVIDAD
(espacio social, relaciones de fuerza)

ESTRATEGIAS DISCURSIVAS
(Posiciones diferenciales y ámbito de decisiones de
los actores)

NARRATIVAS
(Plano del relato/concreciones)

Por razones de espacio este esquema se presenta aquí de manera sintética


y apretada. A manera de ejemplo, puede decirse que la modernidad occidental es
una formación discursiva que ha engendrado un conjunto de espacios sociales
especializados que interactúan de manera asimétrica y que a medida en que
avanza la llamada crisis de la modernidad ven diluidos sus límites y fronteras (el
campo discursivo de lo religioso, de lo político, de lo educativo, de lo cultural), pero
que siguen operando como condiciones de posibilidad para el ejercicio del
discurso y para la producción de sentido. Podemos pensar aquí, por ejemplo en el
tema de la sexualidad, que diferentes campos discursivos tratarán de “construir”
desde sus propios regímenes de verosimilitud. La sexualidad interpretada desde
un campo de discursividad religiosa, atiende a condiciones de producción distintas
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que, si esa sexualidad es construida discursivamente desde el campo de las


políticas públicas o desde la industria cultural.
Los actores sociales, según la posición, de clase, de género, de edad, de
adscripción religiosa y política, de raza o etnia, de sus identificaciones diversas
negociarán con y a partir de esas condiciones de producción discursiva y
elaborarán un relato subjetivo sobre la sexualidad que no será necesariamente
coherente y automáticamente transparente, pero en cuya expresión, pueden
encontrarse las huellas de sus anclajes identitarios, de su relación (por afirmación
o negatividad) con ciertos campos discursivos y, de su pertenencia a una
formación discursiva. En la narrativa quedan inscritas las marcas y las huellas de
lo social.
Por ello, para la comprensión de la vida social desde los enfoques
cualitativos (que atienden a la cualidad del dato), resulta clave el análisis de los
discursos que desborda, como metodología, una perspectiva meramente
procedimental, y que no busca hacer “disecciones” y taxonomías de lo nombrado,
sino entender la actividad de nombrar (Marinas, 1995) desde una subjetividad que
devela no sólo sus procesos de adscripción, sino los de resistencia e invención.
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-----(1998b): El año dos mil. Etica, política y estéticas: imaginarios, adscripciones


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-----(en prensa): “La magia de la palabra. La entrevista colectiva: un ritual de


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Guadalajara, Guadalajara

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