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LITERATURA EUROPEA, ESPAÑOLA Y ESTADOUNIDENSE DEL SIGLO XX

CAROLINA BRNCIC Y FRANCISCO CUEVAS


AMANDA INSUNZA
07.09.17

PRIMER CONTROL DE LECTURA

1) Thomas Mann: La muerte en Venecia.

La novela La muerte en Venecia de Thomas Mann, trata la historia del escritor Gustav von
Aschenbach y cómo unas vacaciones en Venecia terminan por modificar su concepción en
torno a la creación artística, impulsado este cambio por la intensa pasión que desarrolla
hacia un hermoso muchacho. La comprensión de la creación Artística de Gustav, es en el
comienzo del libro sumamente rígida y establece una relación entre la belleza misma y la
moral. No obstante, a medida que la historia avanza, esta comprensión sufre un cambio
violento y belleza y moral se disocian.

Gustav von Aschenbach ha alcanzado la fama a través de su escritura y se posiciona como


una de las grandes influencias culturales de su momento. No obstante, para él, la creación
de lo grandioso no es fruto de una inspiración desbordante y momentánea, sino del trabajo
minucioso e intenso, perseverando en un extenso período de tiempo: “[…] la grandeza de
toda su obra estaba hecha de un minucioso trabajo cotidiano; […] supo perseverar años y
años bajo la tensión de una misma obra […]” (Mann 17). Es el trabajo estructurado el que
lo ha llevado al éxito y ha sido a pesar de sus propias limitaciones, en su caso particular una
debilidad física notable: “[…] como la carga de su talento tenía que ir sobre unos hombros
débiles, y como quería llegar lejos, necesitaba una extremada disciplina” (Mann 16). Así,
ha debido sobreponerse y construir su éxito en base a esfuerzo. Ahí recae la moralidad
obligatoria de la belleza que es capaz de crear: “¿Por qué había de extrañar, entonces, el
hecho de que lo más peculiar de las figuras por él creadas tuviera su carácter moral?”
(Mann 18).

De esta forma, los personajes de sus obras encarnan esta moralidad, generando así empatía
e identificación en el público que vive su día a día de la misma manera esforzada que él:
“Aschenbach era el poeta de […] todos estos moralistas de la acción que […] a fuerza de
exigir a la voluntad y de administrarse sabiamente, logran producir […] la impresión de los
grandioso” (Mann 19). De manera que su obra no ha llegado a la grandeza por su
magnificencia sensible y poética, sino por su arraigo a la vida real, esforzada y dura, de
quien se sobrepone a sus limitaciones y consigue sus metas: “[…] casi todas las cosas
grandes que existen son grandes porque se han creado contra algo […]. Eso era […] la
fórmula de su vida y de su gloria, la clave de su obra” (Mann 17,18).

Sin embargo, una vez en Venecia y a causa de la presencia casi divina de Tadrio, el amor y
el trance que este le provoca, generan en Aschenbach la llamada de la inspiración poética
súbita- “[…] solo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino
de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu” (Mann 96) -, transmitiendo la
certeza de que aquella imagen gloriosa impulsará en él, a su vez, la prosa más magnífica
que jamás ha escrito: “Jamás […] había visto tan claramente que Eros alienta en ella (la
palabra) […] unas páginas de selecta prosa […]” (Mann 64).

Simultaneo a estos sobresaltos de pasión artística y como otro fenómeno de cambio


violento en él, en su estadía en Venecia su rígido dominio sobre sí mismo se desmorona y
repudia su estado vital anterior, calmo, pasivo y esforzado: “[…] pero el que está fuera de sí
nada aborrece tanto como volver a su propio ser” (Mann 90). Incluso no avisa a nadie de la
peste ni él se va del sitio, pues su alma se niega a volver a su estado existencial anterior.
Rompe con la virtud, la moral que antes la belleza acarreaba para él. La situación se
invierte y es la belleza la que lo impulsa a dejar la moral atrás y sentirse pleno en ello,
aunque aquel sea, finalmente, el camino a la muerte.

Este cambio violento en su ser en torno a la creación artística y la belleza, se ve con


especial claridad en aquel sueño terrible que lo invade. Es una epifanía del caos, la belleza
del caos de la inspiración provocada por el Eros y la belleza divina: “¿Qué valían el arte y
la virtud ante la presencia del caos?” (Mann 90, 91). De forma que al despertar, ya toda su
resistencia se ha desvanecido: “[…] los acontecimientos (del sueño) […] violentamente
asoladores penetraban en su alma, para dejar arrasada su existencia y toda la cultura de su
vida” (Mann 91).

Finalmente, en la reflexión que realiza cuando falta poco para su muerte, esta nueva visión
de belleza y arte, del poeta mismo, se articula. Eros es el guía del camino de la belleza, que
es a su vez “el camino del hombre sensible al espíritu […]” (Mann 63). La pasión y el amor
son sus principales motores, que implican, a la vez, la necesidad de caos, de extravío:
“¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser
necesariamente concupiscentes y aventureros delos sentidos?” (Mann 97). Así, el deseo
causado por la inocencia y la forma ideales de Tadrio, conducen a la embriaguez necesaria
para la experiencia sublime de la creación poética.

En conclusión, es posible afirmar que a pesar del destino fatal que conlleva la experiencia
intensa y pasional de Aschenbach, su vivencia mediada por Tadrio genera en él una
liberación tan violenta, que le hubiese sido imposible volver a su estado de control y
estructura anterior. Su alma se libera y la creación, por primera vez, bulle en él. Así, su vida
exterior parece alcanzar, por fin, la pasión y las aventuras que antes solo se encontraban
dentro de su obra.
2) Miguel de Unamuno: Niebla

En la novela Niebla de Miguel de Unamuno, se presenta la vida de Augusto Pérez y cómo


el devenir de los acontecimientos lo conduce a la muerte. Este personaje tiene una intensa
vida interior, que a lo largo de la obra contrasta con la vida exterior, que muchas veces
invalida o tergiversa sus procesos mentales internos. La novela, además, posee una
dimensión metaficcional, sobre todo a causa de la constante duda de Augusto sobre su
propia existencia y del evidente prólogo escrito por un personaje de la novela. Esta
dimensión se relaciona con esta dualidad vital del protagonista, al establecer una suerte de
tercera realidad, que evidencia que Augusto no tiene real decisión en su propia “vida” de
carácter de ficción.

Ya desde el comienzo de la novela, se muestra a Augusto Pérez como un hombre reflexivo


casi en exceso. Piensa y analiza su existencia, una y otra vez, intentando, a fin de cuentas,
encontrar un rumbo de sentido para su vida, como se ve en el capítulo II: “Ya tiene mi vida
una finalidad; ya tengo una conquista que llevar a cabo. ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, has de
ser mía!” (Unamuno 8). Sin embargo, los acontecimientos que le ocurren nunca siguen el
sentido de sus potentes cavilaciones internas. Más bien, los hechos se contraponen a él una
y otra vez. Este pensamiento excesivo dota a Augusto de una ingenuidad en tanto los
pensamientos de otro y lo lleva, finalmente, a ser burlado y pasado a llevar.

En primer lugar, se encuentra el caso de Eugenia. Augusto la idealiza violentamente y es de


esa imagen ficcional dentro de su cabeza de la que se enamora, como es notorio en el
capítulo II: “¡Por lo menos, mi Eugenia, esta que me he forjado sobre la visión fugitiva de
aquellos ojos, de aquella yunta de estrellas en mi nebulosa, esta Eugenia sí que ha de ser
mía, sea la otra, la de la portera, de quien fuere! (Unamuno 8). Así, pasa por alto la
presencia real de Eugenia multitud de veces: “Mientras iba así hablando consigo mismo
cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos” (Unamuno 7). Por esto
también, se propone persistir aunque Eugenia le da la negativa una y otra vez, y se imagina
que ganará puntos favorables con ella a partir de clichés, como el del perro, en el capítulo
V: “Cuando lo sepa Eugenia, ¡mal golpe para mi rival! ¡Qué cariño le va a tomar al pobre
animalito!” (Unamuno 19), que terminan siendo, también, un fiasco. Así, finalmente,
Eugenia es capaz de urdir un plan donde Augusto no es más que el medio y él no es capaz
de sospecharlo pues la Eugenia de su mente nunca se comportaría así, como es notorio en la
carta que ella le dirige en el capítulo XXIX: “Apreciable Augusto: Cuando leas estas líneas
yo estaré con Mauricio camino del pueblo adonde este va destinado gracias a tu bondad, a
la que debo también poder disfrutar de mis rentas, que con el sueldo de él nos permitirá
vivir juntos con algún desahogo” (Unamuno 115). De forma que termina humillado y
burlado a causa de su propia testarudez en tanto a la realidad exterior.

De modo similar ocurre con Rosario. Augusto también crea una imagen mental errónea de
Rosario y lo que él significa para ella. En su mente él se siente totalmente superior a la
chica e incluso intenta realizar sus experimentos de análisis de mujeres en ella -al igual que
con Eugenia, para fracasar totalmente-. No obstante, Rosario pareciera tener una idea
mucho más clara de las relaciones que están comenzando a llevar y termina por considerar
a Augusto loco, principalmente porque este parece exagerar cosas que para ella son
mundanas, como se ve en el capítulo XXIV: “Sentía deseos de huir, porque ella se decía:
«Cuando uno empieza a decir o hacer incongruencias no sé adónde va a parar. Este hombre
sería capaz de matarme en un arrebato de locura.» […] «Decididamente, no está bueno»,
pensó ella y sintió lástima de él” (Unamuno 100). Todo ello, al igual que con Eugenia,
termina por dejarlo humillado, sobre todo después de la burla de Mauricio, que deja el
patetismo que Augusto refleja al mundo -en contraste con su dignidad interior- de
manifiesto.

El carácter metaficcional de la novela queda en especial énfasis en las reflexiones en torno


a la “nivola” de Victor, pues queda en evidencia que toda la historia de Augusto no es más
que aquello descrito ahí. También él mismo comienza a cuestionarse aquella existencia- por
ejemplo en el capítulo XVII: “Y esta mi vida, ¿es novela, es nivola o qué es? Todo esto que
me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción?” (Unamuno 68)-,
pero aquello solo lo lleva a fracasar una vez más en su intento de tener la vida en sus
manos, pues es otro quien decide por él: el autor. Así, se expresa una tercera instancia en la
que la vida interior y exterior de Augusto chocan: la muerte. Humillado y burlado, el
protagonista desea quitarse la vida. Cavila, reflexiona al respecto, no obstante en su
conversación con el autor, en el capítulo XXXI, le es denegada la posibilidad de suicidio:
“[…] no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto,
porque no existes…” (Unamuno 124). Entonces, nuevamente, Augusto se muestra patético,
pues su realidad mental se enfrenta violentamente con su realidad exterior. De forma que es
condenado a morir, cuando en realidad ya no desea que aquello ocurra: “[…] decido ahora
mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo” (Unamuno 126).

En conclusión, es posible afirmar que Augusto es un personaje activo en su vida interior y


pasivo en su vida exterior. Piensa, hace muchos planes y toma muchas decisiones, para en
la vida exterior ser pasado a llevar por todos los demás personajes y concluir viviendo en
pos de los deseos ajenos, aun sin darse cuenta. De manera que aquello deja en evidencia su
realidad de carácter ficcional, siendo incapaz de controlar su realidad externa, pues es otro -
u otros- quien decide por él.
Bibliografía

Mann, Thomas. La muerte en Venecia. Barcelona: Editorial Planeta, 1966.

Unamuno, Miguel de. Niebla. Madrid: Alianza Editorial, 2000.

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