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Curso de Capacitación

Docente en Neurociencias

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Conceptos de Neurosicoeducación II

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Conceptos de Neurosicoeducación II

Este apunte integra diferente material que amplia conceptos sobre el valor de
jugar, el descanso, las emociones y el estrés.

¿De qué hablamos cuando hablamos de jugar?

Dr. Luis M. Labath

A partir del juego los niños y adultos logran prepararse y superar distintos
desafíos planteados a lo largo de la vida.

El juego es un proceso didáctico natural e interesante. Vale analizarlo por su


jerarquía relevante en todas las etapas de la vida, sus beneficios indiscutibles
en la formación personal, las influencias varias y los resultados sorprendentes.
El cerebro social se ve ampliamente favorecido en su desarrollo a través del
juego.

Jugar es una de las actividades humanas más importantes; de hecho, en los


niños representa un auténtico proyecto de investigación y una necesidad vital
indispensable para el desarrollo, tal como lo hemos visto en el apunte de esta
clase sobre creatividad.

El análisis detallado de toda actividad con fin lúdico demuestra que, además del
placer, intervienen otros factores tales como la dimensión significante del
mismo. Es decir, el desarrollo de los aspectos sociales, el simbolismo, la
capacidad intelectual, la capacidad comunicativa, la emocional y la motriz.
Mediante el juego el niño establece relación con el mundo que lo rodea: a
través de él se expresa y es posible acercarse a su mundo interior. Por tal
motivo, los psicólogos infantiles le conceden al juego vital importancia tanto en
el campo del diagnóstico como en el terapéutico.

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A medida que crecen los niños tienen la posibilidad de crear universos enteros
de realidad que les permiten construir su subjetividad, conocer el mundo,
relacionarse con otros, experimentar procesos internos placenteros y/o
dolorosos. En definitiva, logran comenzar a desarrollarse y vivir.

Los adultos ―que obviamente han sido niños― conservan en cierta medida la
idea de que jugar es una actividad más dentro del repertorio conductual. Por
ello la insistencia de los sociólogos en que el factor diversión está casi
omnipresente en todas las facetas de la sociedad y el ocio, y en que los adultos
necesitan jugar de vez en cuando en busca de distracción, diversión, emoción e
incluso aprendizaje.

Las experiencias lúdicas y creativas en la infancia modelan artísticamente las


futuras posibilidades adultas, desde lo laboral hasta la vida personal y familiar.
En cada etapa del desarrollo, la capacidad lúdica y creativa adquiere nuevas
posibilidades que es posible potenciar, cultivar, facilitar o reprimir.

El juego en el niño podría ser el equivalente al trabajo en el adulto: reafirma su


personalidad. No obstante, muchas veces resulta en un severo problema
cuando una actividad inocente llega a convertirse en una severa patología o si
la dependencia psicológica y los efectos perjudiciales surgen como
auténtica adicción conductual.

Un criterio importante para distinguir los juegos es el tipo de recompensa que


se obtiene al participar de ellos. Tanto es así que en inglés se distingue
entre gambling (actividades en las que se arriesga algo para obtener una
ganancia) y playing (juegos en los que sólo se persigue el entretenimiento).

Las neurociencias explican que la estimulación de algunas regiones del encéfalo


produce un claro efecto de afianzamiento y que una parte esencial de los
circuitos de recompensa está constituida por neuronas dopaminérgicas cuyos
cuerpos celulares se localizan en el mesencéfalo. Estas células envían sus
axones hacia algunas zonas del sistema límbico y de la corteza cerebral.

Normalmente, los circuitos de recompensa del encéfalo son estimulados por las
conductas que tienen un valor de supervivencia, tales como ingerir alimentos,
beber agua, mantener una temperatura corporal adecuada, la actividad sexual
o las intervenciones sociales y familiares. Sin embargo, estas zonas de
recompensa también pueden ser activadas por otras conductas.

Esto puede llevar a que el jugador muestre un disminuido control del impulso,
sin poder resistir jugar, a pesar de las cuantiosas consecuencias negativas. De
este modo, se intensifica cada vez más la demanda y la tensión, que solo se
compensa con el juego.

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Esta conducta tiene también
una base neurobiológica. El
sistema de recompensa en el
cerebro (vía mesolímbica) se
vuelve crónicamente
sobreexcitado, tanto que
conduce a una contra-
regulación cerebral y, como
protección ante una
sobreexcitación perjudicial,
reacciona con un estímulo de
recompensa cada vez menor, hasta el acostumbramiento (neuroadaptación), o,
el caso de experimentar nuevamente la deseada sensación, apostando, por
ejemplo, cantidades más altas, o jugando más frecuentemente.

La habilidad de establecer contacto con los propios sentimientos y relacionarlos


entre sí es una manera de aprovechar el conocimiento para orientar la conducta
con capacidad de discernir y responder adecuadamente a los estados de ánimo,
temperamentos, motivaciones y deseos. Esto es lo que define la capacidad de
la corteza prefrontal para gestionar adecuadamente nuestras conductas, algo
que en el jugador compulsivo no es posible.

Para evitar esta posibilidad es importante asociar las actividades lúdicas con
momentos únicos y compartidos como vivencias educativas capaces de valorar
las distintas conductas ante los juegos, donde la simple diversión valora la
destreza o el ingenio aplicado para superar dificultades, o donde recreación y
docencia concluyen como las opciones más sensatas para prevenir potenciales
vicios o pasiones desenfrenadas.

El juego de por sí promueve un vínculo de afecto que transforma el estímulo en


una respuesta adecuada. Consolida y afianza las interrelaciones sociales,
disminuye los impactos por diferencias ideológicas o conductas dispares.
Asimismo, es un medio útil enseñar a tolerar lo adverso, fomentar el equilibrio
emocional y el fortalecimiento del espíritu.

Enseñar a través de juegos y diversiones es hacerlo de manera simple y


efectiva, con el fin de fomentar una convivencia razonable, con alto contenido
afectivo y con la posibilidad de confortables encuentros a cualquier edad de la
vida.

Jugar es, por encima de todo, una actitud vital; una manera concreta de
abordar la vida: libre, placentera y gratuita: nos identifica como personas y
define. El adulto que juega, igual que el niño, está más preparado para abordar

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de modo creativo los viejos y nuevos retos, con más defensas ante la
frustración y una manera más sana de expresar sus sentimientos y emociones.

Hoy un adulto es capaz de superar retos de la vida, probablemente, porque un


día se atrevió a subir a una bicicleta, o de colocarse en el lugar de otro porque
alguna vez jugó a ser otra persona… Durante el juego nuestro cerebro aprende
nuevas maneras o modos posibles de hacer las cosas, los resultados de actuar
de determinado modo, etcétera: así aprendemos otras realidades posibles sin
darnos cuenta.

¡Cuán importante es darse el permiso de recuperar la capacidad de jugar! ¡La


alegría es siempre doble alegría y la pena, media pena, cuando es posible
compartirla! ¡Jugar nos permite compartir y aprender con los otros!

El mal descanso afecta nuestra toma de decisiones y emociones.

Dr. Carlos A Logatt Grabner.

Una tendencia actual es la de dormir menos de las 7 u 8 horas recomendadas


para aprovechar el tiempo en otras cuestiones de la vida. Sin embargo, cuando
dejamos el descanso de lado quien más lo padece es nuestro cerebro que altera
su funcionamiento por la falta de sueño.

Los seres humanos transcurrimos mucho tiempo de nuestra vida durmiendo, ya


que al año estamos en los brazos de Morfeo unas 2.920 horas (casi 122 días).
Sin embargo, en la actualidad nos alejamos de este número y dormir lo
necesario parece haberse convertido en un lujo para pocos, algo que debe
preocuparnos ya que la falta de descanso afecta seriamente a toda nuestra
UCCM (Unidad Cuerpo Cerebro y Mente).

Debemos tener algo muy claro: el sueño es reparador para el organismo. De


hecho, muchos investigadores lo consideran fundamental para el buen
funcionamiento del sistema inmunológico, pero también un tiempo activo para
que cerebro consolide el aprendizaje y se almacenen los recuerdos significativos
del día.

Los homo sapiens sapiens somos una especie que cuando llega a la adultez
necesita dormir alrededor de ocho horas, ya que durante este lapso de tiempo
pasamos por diferentes etapas. Al iniciar el descanso aparecen ondas lentas en
el cerebro que se ven a lo largo de la noche interrumpidas por espacios de
ondas típicas de cuando estamos despiertos. En esta etapa de actividad
eléctrica intensa se produce un movimiento ocular rápido característico que es

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conocido como sueño REM, por sus siglas en inglés (rapid eye movement). Esto
significa que se está soñando, organizando, consolidando y descartando
información (durante estos momentos el cuerpo permanece inmóvil).

No obstante, no solo la memoria se ve favorecida por el descanso. En las


etapas de sueño profundo las asociaciones que hace el cerebro permiten
encontrar salidas creativas e ideas innovadoras a los problemas y desafíos para
los cuales muchas veces no encontramos solución durante el día, tal como lo
demuestran las investigaciones de Jan Born, director del Instituto de
Neuroendocrinología de la Universidad de Lübeck, Alemania.

Pero, si dormir es tan importante, ¿qué sucede cuando privamos a nuestro


organismo día a día de horas de sueño? Sin lugar a dudas se verá afectado
seriamente en todas sus funciones y nuestro cerebro funcionará a “media
máquina”, con sus funciones cognitivas y ejecutivas limitadas (también lo
estarán las emocionales).

Ante una noche de mal descanso, el cerebro verá comprometida su capacidad


para determinar qué es importante y qué no. De repente, todo pasará a ser
relevante, algo que generará ansiedad y estrés.

Un interesante estudio que demuestra esto fue realizado en la Universidad de


Tel Aviv, Israel, cuando a un grupo de voluntarios se les tomaron una serie de
pruebas. En primera instancia, la experiencia se realizó tras una noche de
sueño normal y, posteriormente, luego de una noche sin dormir. Entre las
tareas practicadas se encontraba la descripción de la dirección en que se
desplazaban unos puntos amarillos que aparecían sobre unas imágenes con
cierta carga emocional, como, por ejemplo, una cuchara (neutra), un cuerpo
mutilado (negativa) o un tierno gato (positiva).

Si las personas habían descansado correctamente podían ante las imágenes


neutras identificar el movimiento de los puntos en buen tiempo y de manera
precisa. Sin embargo, cuando debían hacerlo luego de una noche despiertos, la
realización de las consignas era incorrecta en los tres casos, lo que presentaba
un proceso regulatorio disminuido.

Para ampliar este estudio se realizó otro para medir el nivel de atención y
concentración ante una tarea. En esta oportunidad los participantes ―mientras
se les observaba la actividad de sus cerebros a través de una resonancia
magnética funcional― debían oprimir en ciertos momentos una tecla haciendo
caso omiso a las imágenes de fondo que aparecían en la pantalla de la
computadora.

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Nuevamente los gráficos tenían carga emocional positiva, negativa y neutra.
Luego de una noche sin descanso, al igual que en la investigación anterior,
todas las imágenes les producían distracción, mientras que si estaban bien
descansados las neutras no afectaban el rendimiento.

Asimismo, se encontró en
los escáneres que la
diferencia podía notarse en
la amígdala cerebral, un
área asociada con la
detección y valoración de
las señales emocionales de
nuestro entorno. Mal
dormido el cerebro experimenta una respuesta similar ante todos los estímulos
entrantes ―incluso los neutrales― que lo llevan a un proceso cognitivo
incorrecto, a sentir ansiedad y, por ende, a estar emocionalmente en estado de
alerta.

Este estudio se puede unir al realizado en la Universidad de Berkeley, en donde


se observó que dormir menos de las 7 u 8 horas necesarias altera la capacidad
de respuesta de la corteza prefrontal, el área más evolucionada de nuestro
cerebro y la que se ocupa de regular nuestras respuestas instintivas y
emocionales.

Midiendo la actividad cerebral de los participantes, a los que se dividió en


grupos (algunos durmieron el tiempo adecuado; otros, privados de horas de
sueño y otro tanto, mantenidos despiertos durante 35 horas seguidas) se pudo
concluir que entre las alteraciones producidas por la falta de sueño aparecía
que la amígdala se tornaría hasta un 60% más reactiva a los estímulos,
amentando posibles conductas y acciones más irracionales.

Si todas las personas tendemos a dormir menos horas cada día, y si todos nos
vemos afectados por esta poco sana "tendencia" actual, no debe extrañarnos
que nos veamos más molestos, enojados, reactivos, tomando decisiones
erradas y sin poder poner de manifiesto nuestras funciones ejecutivas (aquellas
que nos permiten ver a largo plazo, ser conscientes de las consecuencias de
nuestros comportamientos, monitorear y modelar nuestra conducta, entre otras
cosas).

Conocer nuestra biología nos posibilita respetarnos y cuidarnos a nosotros


mismos, así como también manejarnos del mismo modo con los demás. Hay
muchas cosas que debemos mejorar los homo sapiens sapiens en nuestras
sociedades y si bien ante tantas cosas dormir ocho horas puede parecer algo

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que se puede dejar para más adelante, no es una buena idea o tal vez sea una
decisión de un cerebro mal descansado.

Para concluir, otra consecuencia del dormir poco es que el cerebro no puede
limpiar la memoria a corto plazo para dejar espacio para nueva información, ya
que una noche sin dormir reduce la capacidad de asimilar conocimientos.

Una encuesta realizada por el laboratorio de Asociación Educar, que se


encuentra bajo la dirección del Dr Roberto Rosler y que contó con la invalorable
ayuda de muchos institutos educativos de diversos países, muestra esta
tendencia en nuestros jóvenes.

Parte de la encuesta fue publicada por Telam:

http://www.telam.com.ar/notas/201606/150288-adolescentes-horas-
duermen.html

La nota publicada es la siguiente:

Un estudio revela que el 40% de los adolescentes duerme menos de


siete horas al día

El trabajo de la asociación educar señala que cuatro de cada diez chicos de


entre 17 y 20 años duerme esas horas diarias, cuando lo recomendable es
superar las ocho. Además, la investigación explica por qué “conciliar el sueño es
-para los adolescentes- como estudiar con los ojos cerrados”.

En diálogo con Télam, el neurocirujano Roberto Rosler destacó a través de una


investigación que ese tiempo es clave para permitir que el cerebro pueda entrar
en una suerte de “mantenimiento” en las primeras horas de la noche y, a
continuación, “en la fase que fija los aprendizajes”.

“El 40,1% de los adolescentes de entre 17 y 20 años duerme menos de siete


horas promedio por noche de lunes a viernes”, precisa el estudio de la
Asociación Educar para el Desarrollo Humano que se basó en encuestas a 2.693
alumnos de escuelas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México y
Uruguay.

Los resultados del trabajo afirman que los más chicos duermen más que los
más grandes, por esa razón apenas el 9,9% de los niños de entre 11 y 12 años
duerme menos de siete horas.

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En tanto, esa poca cantidad de horas de sueño afecta al 22,7% de los
adolescentes de entre 13 y 14 años y al 32,3% de la franja que va de los 15 a
los 16.

Según el estudio, la franja horaria de conciliar el sueño para la población objeto


de esta investigación va de las 22.43 horas a las 23.46, y el promedio de horas
dormidas por noche desciende de 8 horas 23 minutos en los chicos de 11 y 12
años hasta 6 horas 48 minutos en los de entre 17 y 20 años.

Un estudio de la Fundación Nacional del Sueño en Estados Unidos reveló que


en ese país los adolescentes de 11 a 12 años se acuestan a las 22.42 horas,
prácticamente igual a los encuestados por la Asociación Educar.

Según esa medición, "los estadounidenses de 17 y 18 años se van a dormir casi


a la una (00.54 horas), una hora ocho minutos más tarde que los
latinoamericanos de entre 17 y 20 años".

A pesar que “la diferencia comparativa entre el patrón de sueño de ambos


grupos es significativa, el 40,1 por ciento de los adolescentes latinoamericanos
sigue sin conseguir la cantidad de horas recomendable, que es de ocho o más
horas”, aclaró Rosler.

Un dato es revelador: los más afectados por el déficit de sueño son los de
“estrato social medio”, ya que el 30,9% de esos chicos duerme menos de seis
horas por día, 10 puntos porcentuales por encima de los de bajos recursos
(20%) y del sector de mayores ingresos (21,1%).

“Las ocho horas seguidas permiten que puedan ocurrir las dos fases del sueño:
en la primera parte, la fase NO MOR (sin movimientos oculares rápidos), que es
en la que se registra una suerte de mantenimiento del sistema nervioso; y la
fase MOR (movimientos oculares rápidos) que es la que posibilita la fijación de
todo lo que se aprendió durante el día”, explicó el neurocirujano y docente de la
UCA, al frente de varias investigaciones de la Asociación Educar.

Por esa razón, recalcó, que “es importante no interrumpir o reducir las ocho
horas seguidas de sueño ya que, si dormimos menos horas seguidas, la
segunda fase no se cumple”.

Para el especialista, "tampoco es una buena estrategia para compensar el


sueño perdido durante la noche recuperar las horas el fin de semana o en la
siesta".

La siesta "es útil para reparar el cansancio del día pero no sirve para completar

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las ocho horas que se durmieron a la noche”, explicó Rosler, y aclaró que “nada
reemplaza el sueño a nivel aprendizaje”.

El investigador recalcó que los adolescentes se duermen más tarde a medida


que aumentan el tiempo nocturno antes de acostarse dedicado a ver la
televisión, usar la computadora, los videojuegos o el celular.

“Y es un error pensar que a nivel del aprendizaje dejar de dormir no es tan


grave si en ese tiempo el adolescente estudia o lee. Si no cumple con el sueño
nocturno de ocho o más horas no podrá fijar lo que aprende”, insistió.

La tendencia mundial en niveles medios de consumo muestra dormitorios


adolescentes con varias pantallas encendidas durante las horas de sueño.

En muchos de esos hogares, "el cuarto de los chicos se ha convertido en


estudios de radio y televisión, lo que produce cambios en los sistemas de
regulación biológica del sueño, que los hace quedarse despiertos hasta más
tarde", señaló el investigador.

El “duatlón que se produce durante el sueño” da lugar a una primera fase para
“que el sistema nervioso recupere su stock a través de la fabricación de nuevos
neurotransmisores, y membranas de neuronas”, precisó.

Mientras que la segunda fase, que es la que va a permitir la fijación de


aprendizajes, si no se cumple, tendrá consecuencias psicológicas, sociales e
intelectuales, ya que en esos momentos ocurre un rebote de la actividad
cerebral que no tiene reemplazo, completó.

Bibliografía:

Simon EB, Oren N, Sharon H, Kirschner A, Goldway N, Okon-Singer H, Tauman R, Deweese


MM, Keil A, Hendler T. Losing Neutrality: The Neural Basis of Impaired Emotional Control
without Sleep. The Journal of Neuroscience, 23 September 2015, 35(38): 13194-13205; doi:
10.1523/JNEUROSCI.1314-15.2015.

van der Helm E, Yao J, Dutt S, Rao V, Saletin JM, Walker MP. REM Sleep Depotentiates
Amygdala Activity to Previous Emotional Experiences. Current Biology, Volume 21, Issue 23,
p2029–2032, 6 December 2011. DOI: http://dx.doi.org/10.1016/j.cub.2011.10.052.

Chee MWL, Tan JC, Zheng H, Parimal S, Weissman DH, Zagorodnov V, Dinges DF. Lapsing
during Sleep Deprivation Is Associated with Distributed Changes in Brain Activation. The Journal
of Neuroscience, 21 May 2008, 28(21): 5519-5528; doi: 10.1523/JNEUROSCI.0733-08.2008.

Dumay N. Sleep not just protects memories against forgetting, it also makes them more
accessible. Cortex. 2016 Jan;74:289-96. doi: 10.1016/j.cortex.2015.06.007. Epub 2015 Jul 27.
PMID: 26227582.

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van der Werf YD, Altena E, van Dijk KD, Strijers RL, De Rijke W, Stam CJ, van Someren EJ. Is
disturbed intracortical excitability a stable trait of chronic insomnia? A study using transcranial
magnetic stimulation before and after multimodal sleep therapy. Biol Psychiatry. 2010 Nov
15;68(10):950-5. doi: 10.1016/j.biopsych.2010.06.028. Epub 2010 Aug 21. PMID: 20728874.

Enseñando y aprendiendo a ser optimista.

Prof. Nse. Alejandra del Fabro.

“La vida causa los mismos contratiempos y las mismas tragedias tanto a los
optimistas como a los pesimistas, pero los primeros saben afrontarlos mejor”.
Martin Seligman

Nuestros cerebros vienen cableados con un conjunto de emociones básicas que


son alegría, sorpresa, enojo, miedo, tristeza y aversión. Éstas acompañan a los
Homo sapiens sapiens desde siempre y son el resultado de miles de años de
evolución. La principal función de estas emociones está directamente
relacionada con la primera función del cerebro: asegurarse la supervivencia.

En el comienzo de nuestra existencia, los peligros eran demasiados y el cerebro


necesitaba tener mucho cuidado. Por ende, las emociones son respuestas
excelentes para informarnos que algo sucede y ponernos en alerta.

De lo mencionado anteriormente, se desprende que las emociones primarias no


hay que enseñarlas (todas las personas del mundo las tienen,
independientemente de su cultura), aunque sí debemos saber cómo
reconocerlas, controlarlas y modelarlas, en el caso de que esto sea necesario.

De las emociones primarias derivan las llamadas “emociones secundarias” que,


a diferencia de las primeras, necesitan de la interacción con los otros. Entre las
emociones secundarias están: el amor, el optimismo, la desilusión, la
compasión, el remordimiento, etc. Para muchos investigadores, de la
combinación de algunas de las emociones primarias surgen las secundarias.

La educación emocional es muy importante para poder hacerlas conscientes y


modelarlas; de hecho, el neurólogo Antonio Damasio expresa: “una emoción
negativa puede neutralizarse con otra positiva muy fuerte fomentada desde la
razón”.

Martin Seligman, padre de la psicología positiva, nos dice que el optimismo se


puede enseñar y aprender y afirma que lo que deberíamos hacer es “en vez de
focalizarnos en lo que está mal, enfatizar lo bueno para maximizarlo”.

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Teniendo esto en cuenta, es importante que los padres y docentes muestren
una actitud positiva en pos del beneficio de enseñar el optimismo: hay que
alimentar el formar redes del pensamiento positivo.

El optimismo se puede aprender. La enseñanza del mismo se puede realizar en


casa y en la escuela. Las instituciones educativas tienen mucho peso en esto,
ya que la valoración que el docente haga de las actividades y actitudes de cada
alumno son vitales para generar estrategias con el objetivo de enseñar el
optimismo: buscar proyectos, cuentos, historias, películas, situaciones de la
vida cotidiana que contemplen lo que sugerimos a continuación y teniendo en
cuenta que ésta es una labor constante y permanente para lograr redes lo
suficientemente sólidas como para acompañar a la persona durante toda su
vida.

 Invitar a los niños a que valoren todos los días de sus vidas, poniendo una
actitud positiva y valorando, también, las situaciones difíciles puesto que
éstas pueden resultar aprendizajes muy ricos.

 Enseñarles a los niños a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, de lo


sencillo pero hermoso, como el compartir momentos con la familia y amigos,
disfrutar de los regalos de la naturaleza y de la vida.

 Enfatizar en realizar adecuadamente los procesos, más allá de los resultados


obtenidos. Poner mayor énfasis en el esfuerzo y la perseverancia.

 La gratitud es una de las vías que conducen a la felicidad. Es importante


enseñarles a los niños a agradecer lo que reciben: la comida, la familia, los
amigos, la educación; las posibilidades de compartir con otros, de aprender,
de respirar… Para fomentar este valor, una buena idea es mostrarles y que
puedan observar experiencias de personas con menores posibilidades que
las suyas y aun así son alegres con la vida que tienen. Además, el aprender
sobre la vida de personas que han dejado huella en el mundo es muy
inspirador: la vida de Helen Keller, Madre Teresa de Calcuta, etc. El conocer
estas historias no sólo hace que puedan valorar lo que poseen, sino que son
un disparador para que ellos mismos, creativamente, logren vislumbrar qué
podrían hacer para contribuir al desarrollo de la humanidad.

 La autoestima es otro elemento determinante para ser feliz. Educar a


nuestros hijos bajo el amor, la seguridad en ellos mismos y la auto
aceptación será primordial en esta misión.

 Brindarles las herramientas para que sepan afrontar sus propios retos,
dejando que sean ellos los que resuelvan a la medida de sus posibilidades.
Cada edad tiene sus desafíos. Del mismo modo, hay que dejar que se

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equivoquen, para que puedan aprender y que desarrollen la capacidad de
demorar la gratificación.

 Fomentar un ambiente alegre, optimista, en el que diariamente haya


espacio para el juego, las risas y el humor.

 El sentirse amado es muy importante para ser feliz. Las familias y docentes
deben expresar el amor con gestos cariñosos como abrazos, besos y
caricias.

Para lograr que los niños sean alegres y optimistas, los padres y docentes
deben poner toda su voluntad en el objetivo. Y cuanto más temprano comience
esta labor mucho mejor. Ésta es una tarea de años y lo ideal sería que llegada
la pubertad y adolescencia los encuentre fortalecidos. Es sabido que la
adolescencia es un período de desequilibrio emocional, por lo que es,
justamente, en esta etapa cuando más hay que asegurarse de brindar un
ambiente positivo, comprensivo y alegre.

“El optimismo no consiste en la repetición de pensamientos o eslóganes felices


a uno mismo; si bien estos otorgan bienestar por un momento, no ayudan a
mediano plazo a lograr los objetivos”, aseguró Martin E.P. Seligman, director
del Departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.). Tras
20 años de estudio, él afirmaba que el optimismo reside “en cómo uno piensa
en las causas y en las explicaciones que se dan para explicar la realidad".

Ojalá podamos comprender que todas las situaciones ―las felices y las que no
lo son tanto― nos ocurren porque son inherentes a la vida del ser humano.
Ojalá vivamos cada experiencia como la posibilidad de aprender, de volvernos
más sabios, más inteligentes... Con redes neuronales sólidas de pensamiento
positivo que activan el circuito de recompensa natural del cerebro, hecho que
nos hará más felices y permitirá que ayudemos a otras personas a que también
puedan serlo.

Bibliografía:

Seligman, Martin, “Learned Optimism.” New York, NY: Pocket Books. 1998.

Goleman, Daniel, “The Brain and the Emotional Intelligence: New Insights”, Kindle Edition,
2012.

Goleman, Daniel, “Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ”, 1996.

Damasio, Antonio “En busca de Spinoza: neurobiología de la emoción y los sentimientos.”


Editorial Crítica. 2005.

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Damasio, Antonio, “El error de Descartes: la emoción, la razón y el cerebro humano.” Editorial
Crítica. 2006.

Formación en Neurosicoeducación - Asociación Educar.

La risa es beneficiosa para todo nuestro organismo y fundamental en


nuestra vida social.

Nse. Marita castro.

Todos disfrutamos de reírnos y de una buena carcajada. Sin embargo, no


conocemos qué alcance tiene nuestra risa ni sus puntos favorables. ¿En qué
nos beneficia?

Si alguien nos preguntara qué cosas nos hacen reír, diríamos que escuchar
chistes, ver humoristas, una película, una serie, un video de YouTube, etc.
Todo esto sería cierto, ya que existe una variada y amplia industria dedicada a
que disfrutemos de reírnos. Sin embargo, Robert Provine, profesor de psicología
y ayudante de dirección del programa de neurociencias de la Universidad de
Maryland, EE.UU., encontró que en una reunión con amigos nos reímos un 30%
más, sin necesitar de otros estímulos.

Esta expresión no se limita a los humanos, ya que los primates y las ratas
también se ríen. Asimismo, parece estar relacionada con sentirnos y demostrar
que somos parte de un grupo y con revelarles a los otros cuánto nos agradan.

Entre los investigadores que le dan un alto valor social a la risa se encuentra la
neurocientífica Sophie Scott, del University College de Londres, quien en sus
trabajos observó no solo los cerebros de los voluntarios, sino también los
movimientos de la caja torácica y la vocalización que genera una carcajada.

Todos sabemos que una risotada es sumamente contagiosa. Por ello, al


estudiar su vocalización, Scott encontró que hay dos tipos de risas: una es la

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involuntaria ―surge y no la podemos evitar― y otra social ―nos permite
demostrar nuestro agrado hacia otra persona―. La primera de ellas es más
larga y aguda, ya que se expulsa con fuerza el aire de los pulmones, además de
hacer sonidos muy especiales y característicos, mientras que no sucede lo
mismo con la de tipo social.

Si bien la risa social puede considerarse como falsa, en realidad no lo es ya que


forma parte de nuestras habilidades sociales. Imaginemos que un amigo nos
cuenta un chiste que no nos resulta muy gracioso o ya conocemos. Pese a ello
sonreímos como gesto de “me agradas” y de integración, pero no por el chiste.

Para pasar por la vivencia de lo pegadiza que es la risa, y también escuchar sus
sonidos, puedes ver el siguiente:

video: www.youtube.com/watch?v=7bN8aD5J7g8

En los trabajos del University College de Londres para poder observar qué
generan ambos tipos de risas se escanearon los cerebros de los voluntarios a
través de una resonancia magnética funcional (IRMf). Los participantes solo
debían escuchar los sonidos emitidos, provenientes de risas reales y sociales, u
otros ruidos distractores.

A partir de esto, los investigadores pudieron advertir que el cerebro respondía


de maneras distintas. En la risa real o involuntaria se observaba una mayor
actividad en las áreas de proceso auditivo, mientras que en la risa social se
encendían zonas relacionadas con la mentalización, tales como la corteza
prefrontal medial y las áreas sensoriomotoras. Esto sugiere un intento por
determinar los estados mentales de las personas, buscando descubrir por qué
se ríen e intentando ubicarlo dentro de un contexto, lo que demuestra el valor
social que la misma tiene.

Otro investigador que suma un interesante estudio sobre este tema es el


psicólogo Bob Levenson, de la Universidad de Berkeley, en California, quien
presenta cómo la risa es un factor que une a las parejas. En sus investigaciones
llevó a las personas a cierto nivel de estrés al preguntarle al marido qué cosas
lo irritaban de su esposa, y pudo observar que las parejas que manejaban la
tensión nerviosa con risa no solo estaban menos tensas en la situación de
estudio, sino que se encontraban mejor físicamente en sus vidas. Además, en
sus relatos expresaban una mayor satisfacción en su vida de relación y
permanecían más tiempo unidas.

Eric Bressler, investigador de la Universidad de McMaster, estudió el papel del


humor en la atracción personal, y pudo observar también lo importante que es
en la vida y duración de una pareja reír juntos.

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Otros trabajos como los realizados en el Centro de Neurociencias Cognitivas de
la Universidad de Duke, EE.UU., muestran que recordamos más a las personas
sonrientes, ya que esto genera en nuestro cerebro sensaciones de confianza y
seguridad. Cuando se observan rostros alegres, la corteza orbitofrontal
(relacionada con el circuito de placer cerebral) y el hipocampo (vinculado con la
memoria) muestran mayor actividad.

Esta respuesta se debe a que nuestro cerebro es sensible a las señales sociales
positivas. Detectar rápidamente a los amigos o personas amigables fue una
excelente estrategia de supervivencia para nuestros antepasados, por lo que
sonrisa aún se mantiene como un signo de amistad.

Una investigación dirigida por Alan Gray, investigador de la University College


de Londres, presentó que las personas que comparten un momento de risas
están más predispuestas a comunicarse y contar cosas de sus vidas. Reír no
solo contribuye a la construcción de nuevas relaciones, sino que también
intensifica los lazos sociales existentes entre dos personas o un grupo.

Para su trabajo, Gray y sus colaboradores dividieron en cuatro grupos a 112


estudiantes de la Universidad, a quienes se les presentaron diferentes videos.
Uno de stand-up del comediante Michael McIntyre; otro de clases de golf y el
tercero era una parte del documental Planeta Tierra de la BBC. Los jóvenes no
se conocían y debían verlos juntos, con la consigna de no hablar entre sí.

Luego de las proyecciones, los científicos midieron los niveles de risa y el


estado emocional de todos los estudiantes de cada grupo, quienes también
debían escribir un mensaje a otro participante con el objetivo de que se
conocieran mejor unos a otros. Los que habían compartido el video que los hizo
reír contaron información significativamente más íntima que los que vieron los
otros dos. Para Gray, el resultado sugiere que la risa debe ser un tema
relevante para los interesados en el desarrollo de las relaciones sociales ya que
genera confianza y unión.

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Asimismo, investigadores de la Universidad de Oxford publicaron en la
prestigiosa Royal Society B:
Biological Sciences los resultados
de una investigación qué presenta
cómo el reír a carcajadas libera
endorfinas. Estos
neurotransmisores son secretados
por la glándula hipófisis, y tienen
un efecto de tipo opiáceo similar a
la morfina. Por ello se los conoce
como opiáceos naturales,
generadores de un estado de euforia, que a su vez alivian el dolor. Además, la
risa libera dopamina, un neurotransmisor relacionado con los estados de
bienestar y alegría.

Sin dudarlo, reírnos nos hace muy bien porque:

 Aumenta la activación pulmonar, oxigenando el cerebro y el cuerpo en


general.

 Regula el pulso cardíaco y disminuye la tensión arterial.

 Relaja los músculos tensos y reduce la producción de hormonas del estrés.

 Refuerza los vínculos de pareja, amistad y grupales.

 Contribuye a integrarnos socialmente, fomenta la generosidad y un mejor


trabajo en equipo.

 Permite manejar mejor las tensiones. Los grupos que ríen juntos se
conducen mejor bajo estrés, ya que esta respuesta biológica no solo es una
señal de aceptación, sino un medio para sentirnos mejor.

Y tal como dijo Charles Chaplin: “No hay día más perdido que aquel en que no
hemos reído”.

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