La reforma ha dispuesto la modificación de los artículos 126, 127 y 128 del Código
Civil en cuanto a que las personas son menores de edad hasta los 18 años.
Así el artículo 3 de la mencionada ley dispone que: “La obligación de los padres de
prestar alimentos a sus hijos, con el alcance establecido en el artículo 267, se extiende
hasta la edad de veintiún años, salvo que el hijo mayor de edad o el padre, en su caso,
acrediten que cuenta con recursos suficientes para proveérselos por sí mismo”,
incorporando un segundo párrafo al artículo 265 del Código Civil.
Esto lleva a deducir que: el hijo mayor de 18 años y menor de 21 no requiere acreditar
los requisitos establecidos en el artículo 370, es decir que le faltan los medios para
alimentarse y que no es posible adquirirlos con su trabajo, ya que se trata de alimentos
debidos a los hijos derivados justamente de su responsabilidad del ejercicio de la patria
potestad, y no por parentesco, y que por una disposición legal se extiende hasta los 21
años. Es decir que el menor no debe acreditar la necesidad.
Asimismo, y de la misma norma surge el efecto contrario que dispone que es el padre a
quien se le reclaman los alimentos quien debe probar que el hijo cuenta con los medios
o recursos necesarios para proveérselos por si mismos.
Son los padres que tienen la obligación alimentaria quienes deben probar, para eximirse
de ella, que sus hijos cuentan con los recursos suficientes, pero no el hijo, que es quien
recibe los alimentos, ya que si considera que puede mantenerse por sí mismo no
reclamará alimentos, y además no será él quien judicialmente se ocupe de demostrar que
no los necesita.
Debe partirse de la idea de que la permanencia del deber alimentario de los padres hasta
los 21 años se fija para mantener el amparo asistencial, y si bien la capacidad jurídica de
los mayores de 18 años es plena, la ley mantiene la protección alimentaria hasta los 21
años por una cuestión de antever a una realidad social, que pone en evidencia que los
jóvenes en esta edad todavía estudian, no están preparados y tienen dificultades para
entrar en el mercado laboral.
Esto concuerda con el pensamiento del Doctor Solari, que considera que la naturaleza
del deber alimentario de los progenitores no deriva del parentesco ni de la patria
potestad, sino del vínculo filial. Aclara que ante la falta de disposiciones precisas, y
dada la variedad de situaciones que pueden presentarse en el cumplimiento de la
prestación, habrá que aplicar por analogía las disposiciones contenidas en la obligación
alimentaria derivada de la patria potestad.
Afirma este autor que las normas de la patria potestad servirán de auxilio para resolver
cuestiones derivadas del cumplimiento y de la ejecución de la obligación.
Es decir, que llegado el hijo a la mayoría de edad, cesa sobre él el instituto de la patria
potestad, pero la norma hace una excepción respecto de la obligación alimentaria de los
padres, la cual subsiste hasta los 21 años.
Ahora, si bien a simple vista pareciera que la norma no trae mayores inconvenientes ya
que la misma prevé la continuación de la obligación alimentaria por parte de los
progenitores hasta los 21 años; el tema más cuestionado que se suscita es saber quien es
a partir de entonces el sujeto legitimado para poder reclamar los alimentos.
Pero con la nueva legislación, en el supuesto de que la acción deba iniciarse, no cabe
duda que debe ser interpuesta por el hijo, mientras que antes de la reforma el sujeto
activo solo era el progenitor que detentaba la tenencia y/o aquella persona que detentaba
la guarda. El mayor de 18 años, ya que cesa la representación del progenitor, debe
hacerlo por derecho propio, no encontrándose el progenitor habilitado para hacerlo,
cesando su representación en forma automática.
Pero, en la mayoría de los casos, los reclamos de alimentos tienen lugar ante situaciones
de separación o divorcio, en las cuales el progenitor, generalmente la madre, durante la
minoría del hijo demanda los alimentos en su representación.
Ahora bien, al entrar en vigencia esta reforma nos encontramos con una multiplicidad
de juicios en vigencia, en distintas etapas y con distintas causas de fuentes de la
obligación, como ser por ejemplo, alimentos provisorios, alimentos establecidos por
convenio, alimentos fijados por decisión judicial, alimentos cuyo monto se ha apelado,
etc. Estos alimentos fueron iniciados por el progenitor conviviente en representación del
hijo menor. Entonces, ¿Qué sucede ahora con estos juicios cuando el hijo alcanza la
edad de 18 años? Y ¿Quién tiene la administración de la cuota alimentaria fijadas con
anterioridad a la mayoría de edad que abonaba el progenitor no alimentante?
En el momento actual tiene primacía la opinión de que defiende la idea de que es el hijo
desde que adquiere la mayoría de edad, que está facultado para solicitar los alimentos,
así también como para continuar con el proceso; y ya no el progenitor conviviente quien
a esa altura dejó de ser el “representante legal” de su hijo, y por lo tanto no debiera
continuar interviniendo en el juicio de alimentos defendiendo un derecho que titulariza
y debería ejercer el hijo.
Parte de la doctrina sostiene que desde el momento en que se cumplen los 18 años de
edad y cesa la representación legal de los padres, conforme lo dispuesto por el artículo
57 inc. 2 y 306 inc. 3 del Código Civil, se impone la necesidad de la citación al hijo ya
mayor de edad en los procesos pendientes de alimentos que se tramitan a su favor, a fin
de que éste tome intervención por sí o por apoderado en el plazo que se señale, bajo
apercibimiento de rebeldía, hipótesis ésta que no se encuentra expresamente dispuesta
en los Códigos de fondo y de forma. Sino que se utiliza por analogía lo dispuesto en los
arts. 15 y 16 del Cód. Civil, y también el art. 53 inc. 3 del Cód. Procesal.
Entre los problemas más comunes que suscitan grandes inconvenientes entre el hijo
ahora mayor de 18 años y su progenitor conviviente es que, la capacidad que deriva de
la mayoría de edad, no puede perjudicar a alguno de los progenitores vulnerando el
principio igualitario en el ejercicio de la responsabilidad parental, tutelado en los
Tratados de Derechos Humanos y con jerarquía constitucional en nuestro derecho.
Si es el padre, por ejemplo, quien pasa la cuota alimentaria al hijo que vive con su
madre, y éste en el goce de su autonomía dispone de esa cuota a su libre albedrío puede
dejarla en dificultades para poder afrontar las necesidades propias del hijo, con lo cual
se desnaturaliza el fin de la propia cuota que es asegurarle su sustento.
Es una situación difícil que algunos progenitores no pueden resolver lo que genera
conflicto entre ellos y sus hijos, y que no encuentran solución legal al amparo del
progenitor conviviente.
El mayor inconveniente puede darse que el hijo llegado a los 18 años de edad es el
único que tiene el derecho de percibir y administrar las cuotas alimentarias convenidas o
fijadas por el juez, cuando convive con el otro progenitor lo convierte a éste en una
persona que carecerá de recursos para poder afrontar las necesidades del hijo que
convive en el hogar.
Si el progenitor que convive con el hijo utilizaba la cuota alimentaria para las propias
erogaciones del hogar, es lógico y resulta atinado que si vive con ella aporte a los gastos
comunes.
El Doctor Di Lella destaca la difícil situación materna y sostiene que “Sentirá que
cobrarle al hijo por vivir con ella es durísimo, pero tampoco parece razonable que el
dinero que pasa el padre para todas aquellas obligaciones quede en manos del hijo
graciosamente, con un destino distinto para lo cual la ley lo previó y el padre lo
suministró, y con el grave riesgo de que quien lo recibe y lo destine a lo que quiera no lo
ocupe en las obligaciones previstas”.
Sucede que en la mayoría de los casos, los hijos llegados a la edad de 18 años
entregarán la cuota alimentaria a su progenitor (generalmente su madre) para que sea
éste quien realice las erogaciones necesarias del hogar, reservándose lo necesario para
sus gastos personales; pero la ley no prevé norma alguna situaciones conflictivas
originadas en las posibles acciones de irresponsabilidad del hijo, que puede tener a su
antojo la distribución del dinero o no quiera reclamar los alimentos a su progenitor no
conviviente por la sencilla razón de la relación que pueda tener con él, acción que
perjudica al progenitor con quien vive y se ha hecho cargo de su manutención.
Otro tema de mucha importancia y que abre otro interrogante no resuelto por la ley en
torno a la obligación alimentaria, son los alimentos que han sido reclamados por el
progenitor a favor del hijo durante su minoría de edad, y que fueron devengados pero no
percibidos.
Es sabido que la interrupción de los alimentos cuando los hijos llegan a la mayoría de
edad lo sufre el padre con quien convive el hijo; por lo general las madres, cabezas de
familia a cargo de los hijos, tratarán de que ellos terminen sus estudios incluso a costa
de su sobrecarga laboral, que afecta su salud y su bienestar, situación que afecta su salud
y su bienestar, y cuya situación crea una desigualdad que vulnera los derechos
reconocidos en los tratados internacionales, como la Convención de Eliminación de toda
Discriminación contra la Mujer, ya que solo queda en cabeza de la madre el aporte para
la formación del hijo, y cuando ella no tiene recursos, se frustra al joven que aspira a
una educación superior.
En Italia, aunque por la mayoría de edad a los 18 años cesa el ejercicio de la patria
potestad, la obligación de mantenimiento puede prorrogarse hasta que el hijo logre
independizarse ya sea través de una profesión o de otra actividad. Es decir que la
obligación no finaliza automáticamente al momento en el que el hijo alcanza la mayoría
de edad, y puede perdurar según las circunstancias que deben valorarse en cada caso,
hasta que el hijo haya alcanzado la propia economía e independencia económica.
En América Latina, son muchos los países que han adoptado este criterio, pero poniendo
un tope de edad, como lo hace el Código de Familia de Panamá (art. 377); El Código de
Familia de El Salvador (art. 211); El Código de Familia de Costa Rica (art. 173); El
Código de Familia de Honduras (art. 217); La Ley de Alimentos de Nicaragua (art. 8);
El Código Civil de Perú (arts. 424 y 473); Código de la Niñez y De La Adolescencia de
Ecuador (art. 128).
Conclusión
Es por ello, que a los fines de lograr una asistencia rápida y eficaz a favor del
accionante, se debe dar un efectivo cumplimiento de las normas, para que ellos no vean
lesionados sus derechos y obtengan el pago de la cuota alimentaria que necesitan como
sustento de vida.
Deben imponerse las medidas necesarias para que a través de un sistema justo y eficaz
pueda satisfacerse el derecho alimentaria de aquellas personas que legítimamente lo
peticionan.
Bibliografía