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La Semana Trágica de 1919: huelga, lucha y represión

«Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y haraganes; contra los inmorales, los
agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas. Contra toda esa runfla sin Dios, Patria, ni Ley, la
Liga Patriótica Argentina levanta su lábaro de Patria y Orden... No pertenecen a la Liga los cobardes y
los tristes»

Panorama internacional y nacional

La situación internacional hacia fines de 1917 se distinguió por su conflictividad. Europa se vio envuelta en
distintos conflagraciones como la Primer Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique (rusa), y la agitación
obrera en Italia, España y Francia. En América Latina llegaba a su fin la Revolución Mejicana, y en Nicaragua
Augusto Cesar Sandino encabezaba la lucha antiimperialista.

En el país, producto de la primera guerra mundial (1914/1918), la economía agroexportadora se vio afectada
cuando los precios internacionales comenzaron a bajar y prácticamente se cerraron los mercados europeos.
Por otra parte se redujo drásticamente el flujo de los productos manufacturados que el país importaba. La
situación empeoró al aumentar la inflación y la desocupación.

El primer gobierno de Hipólito Yrigoyen enfrentó un panorama de depresión económica entre 1914 y 1917,
con la interrupción de inversiones extranjeras, una baja del valor de las tierras, menores importaciones y
desempleo. Desde 1918 crecieron los puestos de trabajo en los puertos, ferrocarriles, en las industrias
metalúrgicas, frigoríficos, construcción, etc. Antes de 1915, la sindicalización era baja, y en la segunda década
se produjeron cambios estructurales, como el surgimiento de varias federaciones de industria, concentración
de fuerzas, extensión de las organizaciones, sindicalización de sectores medios, mientras que el sindicato
continuó siendo el lugar de participación de los inmigrantes.

La política que llevó adelante Yrigoyen hacia el movimiento obrero estuvo caracterizada por un intento de
establecer una nueva relación entre el Estado y los trabajadores. Incluía en su proyecto la integración política
de la clase obrera urbana, cambiando apoyo por votos, procurando limitar la influencia del Partido Socialista
entre los trabajadores. A la vez el poder de policía se ejerció favoreciendo a unos y otros, intentando una
conciliación entre el capital y el trabajo, con una política destinada a que los sindicatos tuvieran “acceso y
comunicación con el gobierno”, con claras actitudes de “paternalismo obrero”. Las posiciones del gobierno
radical oscilaron entre el arbitraje, las negociaciones y la represión.

Hipólito Yrigoyen junto al jefe de policía

Los arbitrajes se dieron en la huelga de los obreros marítimos en 1916 por mejores salarios, donde peligraban
las exportaciones de las cosechas de cereales, y el gobierno se mantuvo neutral; posteriormente, durante la
huelga de los municipales de Buenos Aires, el gobierno accedió al reclamo de la reincorporación de los
obreros de origen español; la misma metodología se aplicó durante 1917-18 en el conflicto de los ferroviarios.
Mientras que la represión apareció abiertamente en la disputa en los frigoríficos en 1917-18, en los Talleres
Vasena, en enero de 1919, durante la masacre de la Semana Trágica. Los sucesos continuaron con la
represión y las muertes de trabajadores durante 1921 en la Patagonia y en el norte santafesino en territorios
de “La Forestal”.
El conflicto en la empresa Vasena

La firma “Pedro Vasena e Hijos”, convertida poco después en los “Establecimientos Metalúrgicos San Martín-
Tamet”, poseía un gran establecimiento metalúrgico que empleaba a 2.500 trabajadores. El 2 de diciembre de
1918, los operarios se declararon en huelga. Sus reclamos eran: aumentos de salarios, jornadas de ocho
horas, premios para el trabajo de los domingos y horas extras, abolición del trabajo a destajo y
reincorporación de los compañeros despedidos a causa de las actividades gremiales.

La fábrica Vasena

El Departamento Nacional del Trabajo había hecho lugar a los reclamos y dispuso satisfacer las demandas
que fueron desoídas por la patronal. La empresa intentaba seguir funcionando con obreros rompehuelgas
provistos por la Asociación Nacional del Trabajo, una asociación de empresarios que junto con el embajador
inglés quiso entrevistarse con Yrigoyen, quien no los recibió y los hizo echar de la casa de gobierno.

Los directivos no recibieron a la comisión de huelga, rechazaron el petitorio, y en cambio contrataron a


carneros y rompehuelgas, con los que lograron mantener cierta actividad en los talleres. Inmediatamente se
instalaron piquetes obreros en las inmediaciones de la fábrica. La patronal respondió reclutando a numerosos
matones para “proteger los bienes de la empresa” y les proveyeron armas.

Los huelguistas enfrentaron a los “guardias blancos” de Vasena y se sucedieron incidentes, cada vez más
frecuentes y violentos. Presionado por la empresa, el gobierno nacional ordenó la presencia de fuerzas
policiales, el conflicto entró en una espiral de violencia y el 24 de diciembre se incendió el auto del propio Jefe
de policía. La dirección de Vasena despidió a los huelguistas.

Represión y resistencia
El 7 de enero de 1919, por la tarde, 6 chatas que salían de los depósitos eran seguidas por gran número de
huelguistas, quienes acompañados de sus mujeres y de sus hijos reclamaban a los carreros que abandonaron
su papel de rompehuelgas. Se inició entonces un violento tiroteo, de origen incierto –ya que huelguistas y
uniformados se achacaron mutuamente la agresión–, que duró más de una hora. La llegada de tropas de
refuerzo puso fin al incidente. Un obrero apareció muerto a sablazos en medio de la calle y otros cuatro fueron
víctimas de los disparos.
Estos hechos provocaron en los obreros una enorme indignación. Alfredo Vasena, ofreció la reducción de la
jornada laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos quisieran trabajar. Se
proclama la huelga general y se imponen piquetes en toda la ciudad. Los comercios y las fábricas cerraron
sus puertas
Según las crónicas periodísticas, “las delegaciones gremiales y una enorme multitud, en la que abundaban las
mujeres y los niños, se iba reuniendo alrededor de los locales donde eran veladas las víctimas: el de los
metalúrgicos, en Av. Alcorta, y el centro socialista de la calle Loria. Hacia la una de la tarde, el enorme cortejo
–estimado por fuentes obreras en 200.000 personas– se puso lentamente en movimiento tras los ataúdes,
conducidos a pulso y cubiertos por banderas rojas. Una vanguardia de 150 hombres, formaban la
‘autodefensa obrera’, iban armados con revólveres y carabinas.

“Al acercarse a los talleres de Vasena los disparos que desde allí se realizaban provocaron corridas y escenas
de pánico entre los manifestantes, exacerbando la excitación general. Mientras algunos grupos se
desprendían, otros se sumaban a los que desde la mañana sitiaban los talleres y se tiroteaban con sus
ocupantes. El resto siguió la marcha, uniéndose con los que esperaban el paso de la columna de la calle
Loria. La creciente agitación de los manifestantes se iba transmitiendo a los barrios que atravesaban en su
largo trayecto hacia la Chacarita. Numerosos incidentes, tiros, alarmas y corridas, mantenían la tensión y
fragmentaban la marcha. Los grupos más exaltados se armaban saqueando las armerías, otros prendían
fuego a los tranvías abandonados en las calles.
“Al pasar por Corrientes y Yatay estalló un nuevo tiroteo: algunos señalaron que los disparos provenían del
colegio anexo a la iglesia ubicada en esa cuadra. Entonces la muchedumbre, dando muestras en sus
exteriorizaciones de gritos y ademanes de gran irritación, prendía fuego a un colegio y parte de la capilla.
Otros que habían conseguido penetrar en el interior, arrojaban al aire las imágenes hechas pedazos y cuantos
objetos de uso religioso o privado encontraban a su paso. Los sacerdotes que ocupaban el establecimiento se
defendían entretanto del asalto y, parapetados adonde aún no habían llegado los asaltantes, hacían fuego
contra estos y contra los que pretendían continuar perpetrando en el local”

La llegada de una dotación de bomberos, que desde las ventanas del edificio hicieron cerradas descargas
sobre la multitud, terminó por dispersarla produciendo numerosas víctimas. El resto de la columna –que
ocupaba aún tres cuadras– continuaba su accidentado recorrido desbordante de furia, incendiando coches y
tranvías, un camión de bomberos y los vagones de un tren que intentó cortar su paso.

Aproximadamente a las 17 horas, la interminable columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue
acomodando como pudo entre las tumbas. Y se encontraron con un destacamento del Ejército y gran cantidad
de policías. Comenzaron los discursos. En primera fila estaban los familiares de los asesinados. Madres,
padres, hijos, hermanos desconsolados. Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron abruptamente
detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la
multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron muchos los muertos y los
heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio. Según
los diarios, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de cientos de muertos y más
de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo
bajas. La impunidad iba en aumento. No había antecedentes de semejante matanza de obreros.

Otro foco de graves disturbios se dio alrededor de los talleres Vasena. Desde la mañana habían sido
rodeados por nutridos grupos de obreros, y sus pedradas –contestadas por armas de fuego– iniciaron un
combate que duró todo el día, los sitiadores trataron de voltear los portones de la fábrica y al no lograrlo
comenzaron a prenderles fuego. En el interior del edificio se encontraba el director-gerente Alfredo Vasena
con otros miembros del directorio y una delegación de la Asociación Nacional del Trabajo, encabezada por el
presidente de la Bolsa de Comercio. Los empresarios encerrados pidieron protección al ministro del Interior y
al de Guerra, y uno de ellos, súbdito británico, solicitó la intervención del embajador de su país.
Hacia las tres de la tarde llegó el recién designado jefe de policía, Elpidio González, figura prominente del
radicalismo. Este intentó arengar a los huelguistas, que reaccionaron violentamente, incendiando incluso el
coche en que viajaba. La llegada de más de 100 bomberos armados, reforzados por policías y “cosacos” y de
un piquete de soldados de infantería con una ametralladora, desencadenó finalmente una batalla campal que
se prolongó hasta la noche, dejando –según fuentes policiales– un saldo de 24 muertos y 60 heridos. Como
episodios semejantes se multiplicaban por todas partes, ante la imposibilidad de controlar la situación y
temiendo que los hechos respondieran a un complot revolucionario, el gobierno dispuso el
acuartelamiento de todas las fuerzas represivas, dejando prácticamente las calles en poder de los
obreros. Un diario de esa tarde llegaba “al triste convencimiento de que no tenemos gobierno” y de que “el
poder, pues, está en la huelga, no en el gobierno”

Tras haber recibido la noticia de que la huelga se había extendido a Rosario, Santa Fe, Mar del Plata, Bahía
Blanca, hacia el noroeste de la provincia de Buenos Aires y de que la Capital Federal estaba aislada del resto
del país a causa del paro de los ferroviarios y de la Asociación Obrera Marítima, el presidente, Hipólito
Yrigoyen, citó al día siguiente en su despacho a don Pedro Vasena (su correligionario Leopoldo Melo era
abogado de la empresa) y lo instó a aceptar los reclamos sindicales. El conflicto se resolvió por la rendición
incondicional del empresario. Así lo entiende la FORA del IX Congreso, que da por terminado el movimiento.
La FORA V, en cambio, cree que ha sonado la hora de la revolución social y deciden continuar la huelga.
El general Luis J. Dellepiane, comandante de la división con asiento en Campo de Mayo, se había constituido
en la ciudad, y procedió a ocupar con sus tropas distintos puntos estratégicos. Los enemigos a combatir eran
los trabajadores en huelga y aquellos que se solidarizaban.

Finalmente el 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA IX basado en la libertad de los
presos que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40%, según las categorías, el
establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas
despedidos. Poco después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron la vuelta al trabajo.
El vespertino La Razón titulaba: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los
promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS”. Pero el dolor y la
conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las
asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se
opone terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de
protesta contra los crímenes de Estado”.

La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. Las demandas de la huelga
fueron satisfechas. El embajador de Yrigoyen en Gran Bretaña, Álvarez de Toledo, tranquilizaba a los
inversores extranjeros en un reportaje concedido al Times de Londres y reproducido por La Nación: “Los
recientes conflictos obreros en la República Argentina no fueron más que simple reflejo de una situación
común a todos los países y que la aplicación enérgica de la ley de residencia y la deportación de más de
doscientos cabecillas bastaron para detener el avance del movimiento, que actualmente está dominado.
¿Cuántas fueron las víctimas de la represión? El escritor Diego Abad de Santillán computa 1.500 muertos y 5
mil heridos. Hubo, además, 55.000 prontuariados (presos), con la accesoria, para muchos, de una quincena
de confinamiento en la isla Martín García.
En su libro La Semana Trágica, el comisario A. Romariz (oficial de la seccional 34ª de La Boca, durante los
sucesos), agrega detalles escalofriantes: los cadáveres eran rápidamente incinerados conforme a
indicaciones del general Dellepiane. El mismo pudo comprobarlo en la Morgue, cuando acudió a reclamar el
cuerpo de un suboficial. “Entretenga a la viuda hasta que se olvide”, le dijo el funcionario que lo atendió,
escudándose en esa orden.
La Liga Patriótica
Las huelgas del año 1918 dieron a los miembros “más destacados de la sociedad” un fuerte ataque de
desesperación. La Revolución Bolchevique se había producido hacía menos de dos años y el simple recuerdo
de los soviets de obreros y campesinos decidiendo el destino de un país hacía temblar a los dueños de todo
en la Argentina. Había que frenar el torrente revolucionario. Comenzaron a reunirse para presionar al gobierno
radical, al que veían como incapaz de llevar adelante una represión como la que ellos deseaban y
necesitaban.

La liga patriótica
Según el empresariado, se hacía necesario terminar con la ola de huelgas, recuperar el “orden” y la “paz
social”. Había que emplear “mano dura” y disciplinar a los huelguistas. Un grupo de jóvenes de las familias
“patricias” se reunieron en la Confitería París y decidieron “patrióticamente” armarse en “defensa propia”. Las
reuniones continuaron en los salones del “Centro Naval” de Florida y Córdoba, donde fueron recibidos por los
contralmirantes Manuel Domecq García y Eduardo O’Connor, quienes se comprometieron a darles armas e
instrucción militar. O’Connor dijo aquel 10 de enero de 1919 “que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e
invitaba a la “valiente muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se
atreven a venir al centro”. Partieron del centro naval con armas y dispuestos a “romper cabezas de
agitadores anarquistas”.
Ese grupo se conformó como Liga Patriótica Argentina el 16 de enero de 1919. Domecq García ocupó la
presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas eligieron como presidente al
abogado rosarino Manuel Carlés

Eran jóvenes, impregnados por una combinación de nacionalismo y catolicismo, que crearon brigadas
armadas con el visto bueno de la policía y el Ejército y el apoyo financiero de la “Asociación Nacional del
Trabajo”, entidad patronal presidida por Joaquín S. Anchorena. Los integrantes provenían de la Asociación de
la Juventud, Asociación del Trabajo, Jockey Club, Círculo de Armas, Asociación Damas Patricias y la Iglesia.
Durante la “Semana Trágica” sembraron el terror en las calles. Atacaron sedes sindicales, locales anarquistas,
incendiando bibliotecas, imprentas, apaleando militantes.
La “Liga Patriótica” se “cubrió de gloria”, según La Prensa, en numerosos ataques a centros y reuniones
obreras. Una de esas “proezas” fue el asalto a un local de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina),
cerca de Plaza Once, donde resultaron dos muertos, uno de ellos el chofer Bruno Canovi. Con el tiempo,
también atacó una pacífica manifestación obrera en Gualeguaychú (Entre Ríos), con diversos muertos y
heridos como saldo. Por otra parte, en 1928, asesinó en Rosario a la obrera anarquista Luisa Lallana, y en el
puerto de Buenos Aires mató de manera similar el trabajador Ángeles Améndola.
Antisemitismo
Herman Schiller nos comenta que “El antisemitismo estaba muy arraigado en las clases altas de entonces.
Algunos ejemplos: en 1890 apareció en La Nación, en forma de folletín, una furiosa novela antisemita
llamada La bolsa de Julián Martel; en enero de 1888 (apenas ocho meses antes de morirse), el mismísimo
Domingo Faustino Sarmiento publicó varios artículos antijudíos en El Nacional; el diario La Prensa, en
distintas oportunidades, manifestó su oposición a que los judíos formen comunas agrarias en Entre Ríos y
Santa Fe.

“El ensañamiento de esos sectores vinculados con el poder contra los trabajadores judíos durante la “Semana
Trágica” produjo en América latina el primer pogrom (vocablo ruso de antigua data que significa "matanza de
judíos"). Muchos lo consideraron una suerte de venganza por la acción del joven judío Simon Radowitzky diez
años antes, aunque el régimen, ya en ese entonces, inmediatamente después de producirse la ejecución del
coronel Falcón el 14 de noviembre de 1909, se había cobrado una buena dosis de revancha al encarcelar a
más de 3.000 obreros y deportar a Europa a centenares de anarquistas y socialistas".
“En aquellos días fue detenido un joven periodista judío –Pedro Wald– que también ejercía el oficio de
carpintero. La acusación, tan burda que parecía tragicómica, fue aceptada durante bastante tiempo por los
voceros del régimen: Wald estaba destinado por los maximalistas a convertirse en el primer presidente del
soviet argentino. Wald fue salvajemente torturado, pero se negó a “confesar”. La intensa movilización popular
logró que se lo dejara en libertad y, diez años después, en el libro titulado Koshmar (Pesadilla), relató algunos
episodios de la represión durante la Semana Trágica. Uno de ellos decía: “Salvajes eran las manifestaciones
de los ’niños bien’ de la Liga Patriótica, que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y
demás extranjeros. Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías. Un judío fue detenido y luego de los
primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenaron cantar el Himno
Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban:
pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano. Así pescaron un
transeúnte: ‘Gritá que sos un maximalista’. ‘No lo soy’ suplicó. Un minuto después yacía tendido en el suelo en
el charco de su propia sangre”.

A modo de conclusión
Desde su origen en las últimas décadas del siglo XIX, la clase obrera de nuestro país fue protagonista de las
más variadas experiencias, con derrotas y triunfos, con luchas en la legalidad y la clandestinidad, años de
negociaciones y enfrentamientos, con poder creciente como clase y de sus organizaciones sindicales,
sufriendo fuertes represiones y persecuciones.
Debemos ver a la huelga de los metalúrgicos de los Talleres Vasena, la posterior represión y resistencia, que
pasó a la historia como la “Semana Trágica”, como uno de esos heroicos hitos de la clase obrera, que nos ha
dejado muchas enseñanzas.
Se reclamó por sus derechos, se fue a la huelga, se realizaron asambleas, se recibió la solidaridad de todos
los trabajadores, se resistió, se luchó en las calles y no se dudó en enfrentar a las fuerzas policiales, al
Ejército y a la Liga Patriótica, en una clara muestra de autodefensa de clase.
Y lo que quedó en claro fue la decisión de la clase dominante de recurrir a la represión, que fue despiadada y
cruel, para solucionar un conflicto entre el capital y el trabajo. Esas jornadas forman parte de la larga lista de
“Esa Maldita Costumbre de Matar”.
Esta nota es un homenaje a todos los que lucharon y perdieron su vida en esas jornadas heroicas de la clase
obrera del país.

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