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Altemir Juan Martín

Universidad de Buenos Aires

Facultad de Psicología

Tesis de Licenciatura en Psicología

El lugar de un acompañamiento terapéutico orientado en la ética


del psicoanálisis

Tesista: Altemir Juan Martín - L.U. 361649200

Tutora de Tesis: Lic. Sandra Szmuszkowiez

Fecha de entrega: Septiembre 2015

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Altemir Juan Martín

INDICE

 Resumen…………………………………………………...……………………...4

 Introducción……………………………………….…...………………….…….…4

 Antecedentes………………………………………..…………………..….….….6

 El dispositivo de acompañamiento terapéutico……………………..….….…..6

o Breve historia del acompañamiento terapéutico…………………...….6

o Modalidades de inclusión del acompañamiento en el sistema de


salud……………………..………………………..…………………….…8

o Qué se acompaña y con qué……………………..……………….….…9

o Demanda, transferencia y cercanía del lazo………………….………11

o Límite de las intervenciones……………………..…….….………..….14

o Relevancia de formación psicoanalítica………………….….……..…15

o Deseo y ética en el acompañamiento………………………...………17

 De la posición del analista y sus intervenciones…………………….….……19

o Desde Freud……………………………………………………….…….19

o Con Lacan……………………………………………….………………..21

o Marco teórico: Abordaje desde el Seminario 20…….…..……………28

 Metodología…………………………………………..…………………………..38

 Hipótesis y objetivos…………………..…………………………………….......38

 Método…………………………………………………………………...………..39

 Diseño……………………………………………………………………………..39

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 Técnicas de obtención y análisis de datos…………………………..………..40

 Viñeta clínica…..………………………………......................……………..….41

 Lectura de las intervenciones de la viñeta…………………….…….………..44

o Primer corte de sesión……………………………….………………….44

o Segunda intervención……………………………………………………49

o La institución para este caso…………………………………………....52

 Articulación: Cómo pensar un acompañamiento terapéutico para F…….…55

o Por qué un acompañante allí………………..……………….…………59

o En adicciones…………………………………….…………….…………62

o Movimiento………………………………………..………………………63

o Límites y limitaciones ....…………………………..……….…..……….68

o Continuidad, el lugar de la ética y del acompañante …..…………..70

 Conclusiones……………………………………………………………………..73

 Bibliografía…………………………………………………………..….………..75

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ABSTRACT

La presente tesina de licenciatura se propone realizar un trabajo de


investigación y articulación sobre el dispositivo de acompañamiento terapéutico en
función de plantear la posibilidad de un acompañamiento orientado por la ética del
psicoanálisis para una viñeta clínica. La tesina se organizará en función de
desarrollar detalladamente dos ejes: el dispositivo de acompañamiento y la función
del analista, entendiéndola necesariamente en conjunto con sus intervenciones
posibles. Desde esta delimitación de ejes, se trabajarán aspectos centrales como
la demanda, transferencia, límites de las intervenciones, rupturas de encuadre, y
ética que orienta la técnica. Posteriormente se desarrollará una breve viñeta
clínica, en función de poder ubicar efectos en ese sujeto que admitan la hipótesis
consecuente: es desde el dispositivo de análisis junto con un equipo de
acompañantes terapéuticos de esta misma orientación que se podrá alojar a un
sujeto que no puede afectarse en la internación en la que se encuentra al
momento de la observación. La hipótesis no apunta ser corroborada, sino a
motorizar un trabajo de investigación conceptual y comparación bibliográfica.

INTRODUCCION:

La presente tesina de licenciatura intentará ubicar el lugar de un


acompañamiento terapéutico sostenido desde la ética del psicoanálisis, en
relación a una viñeta clínica presenciada en el marco de la Práctica Profesional
Abordaje de las Patologías del Acto, dirigida por Sandra Szmuszkowiez. Los
fundamentos teóricos de la tesina se apoyan en que no cualquier dispositivo aloja
o da lugar a un sujeto afectado, por lo que se planteará un dispositivo sostenido en
lo referido a la posición del analista y el trayecto de un análisis en el marco del
seminario Aun de Lacan. En los apartados siguientes se trabajará sobre las
cuestiones relativas a pensar en función de ubicar un Acompañamiento
Terapéutico que cumpla con una orientación de ésta índole, es decir, que suponga
allí un sujeto afectado al cual alojar. Pensando estructuralmente entonces en qué

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posición se ubicaría este Acompañante para generar efectos que vayan en la línea
de un tratamiento para un sujeto que se sostengan más allá del dispositivo
analítico tradicional. Se planteará entonces el siguiente ordenamiento lógico para
la tesina:

1- Se explicará el dispositivo denominado acompañamiento terapéutico, en


función de una búsqueda bibliográfica del material disponible en los
últimos 20 años.
2- Se desarrollarán los planteos sobre la posición del analista y qué hace a
una intervención analítica -entendida en función de pensar a qué apunta
un psicoanálisis- considerando las lecturas de Freud, Lacan, y
numerosos autores posteriores.
3- Se planteará la viñeta clínica, con un breve desarrollo de lo ubicado allí
en el recorrido de la práctica profesional. Este intentará dar cuenta de
las intervenciones –analíticas o no, eso se discutirá en el apartado- del
coordinador del grupo terapéutico. A la luz de los efectos en el sujeto en
respuesta a dichas intervenciones, se procederá al último paso de la
tesina.
4- Se intentará formalizar sobre el lugar del acompañamiento terapéutico
sostenido por la ética del psicoanálisis, y se articulará pensándolo como
dispositivo privilegiado para el caso planteado, en función de las
limitaciones que puedan ubicarse.

Las materias y prácticas de las que se sirve el marco teórico además de la


ya mencionada son: Clinica Psicológica y Psicoterapias: Clínica de Adultos Cát. I y
II, Psicopatología Cát. II, Salud Pública y Salud Mental Cát. II, Metodología de la
Investigación Cát. I, Estadística Cát. I, Psicoanálisis Freud Cát. I; las prácticas
profesionales Abordaje de las patologías del acto: la clínica en los bordes y
Clínica de la Urgencia; y las electivas Psicología Fenomenológica y Existencial,
Psicoanálisis: Escuela Francesa Cát. I; y Psicoanálisis: Orientación Lacaniana.
Clínica y Escritura.

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Antecedentes

El acompañamiento terapéutico

Breve historia del acompañamiento terapéutico

Se entenderá al acompañamiento en este trabajo acompañando la


referencia de Kuras de Mauer y Resnizky (2011) sobre la noción de dispositivo
planteada por Gregorio Baremblit, el cual lo define como “un montaje o artificio
producto de innovaciones que genera acontecimientos, actualiza potencialidades e
inventa lo nuevo radical” (p. 196). Desde su surgimiento en Argentina, entre las
décadas del 60’ y el 70’, el Acompañamiento Terapéutico nace como una
herramienta clínica que se inscribe en una búsqueda cuyo propósito era subvertir
los lineamientos por entonces imperantes -aun fuertemente arraigados- del
modelo manicomial. Este movimiento de apertura y transformación fue generando
las condiciones para la implementación de novedosos dispositivos de atención
ambulatorios, los cuales a su vez propiciaron el desarrollo de nuevas y diversas
disciplinas —tendencia que comienza a acentuarse desde los años ’50—, como
respuesta a las renovadas necesidades clínicas que, a partir de ello, comenzaron
a tener lugar. Entre esos dispositivos, es pertinente mencionar la creación del
Hospital de Día, que pasa a tener un lugar de mayor relevancia al término de la 2ª
Guerra Mundial, y es correlativo de una nueva significación de la locura y de las
expectativas sobre su tratamiento. La aparición en escena del Acompañamiento
Terapéutico está fuertemente atravesada por ese contexto: ligada a una praxis
que se reconoce más como una investigación que como una ciencia establecida,
sería necesario un prolongado período de maduración para que, más allá del
multiatravesamiento de saberes que le dio origen, pudieran comenzar a
delimitarse con alguna precisión los contornos de su figura. Durante muchos años
el único material bibliográfico específico sobre el tema estuvo constituido por
artículos publicados en diversos medios porteños del ámbito Psi, en los que el
denominador común era poner de relieve los obstáculos que se planteaban para
los acompañantes en su tarea debido, entre otras cosas, a la falta de un claro
lineamiento teórico, y de algún marco regulatorio de la actividad. Siguiendo el

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trabajo historiográfico de Kuras de Mauer y Resnizky (2011), las primeras


experiencias de acompañamiento terapéutico se realizaron en los hospitales
psiquiátricos con pacientes crónicos, con la intención de “redefinir los objetivos
terapéuticos, movilizarlos y reinscribirlos en la trama institucional, familiar y
social.”(p. 192) El dispositivo de acompañamiento terapéutico apareció en el
sistema público como una opción para el trabajo con pacientes institucionalizados,
así como para pacientes “difíciles” que no adherían a los tratamientos y personas
con patologías clínicas crónicas que requerían contención en el momento de las
crisis (Kuras y Resnizky, 2011, p. 196). Esta convicción de la posibilidad de una
clínica con propuestas asistenciales que se aproximen al sufrimiento psíquico con
una ideología terapéutica innovadora fue el motor de esta inserción en el territorio
del Acompañamiento Terapéutico. El surgimiento de este nuevo rol está asociado
a la insuficiencia de enfoques convencionales, a los límites que impone la clínica.
Siguiendo a las autoras citadas, puede decirse que en los comienzos el
acompañamiento se perfiló como una práctica preprofesional para psicólogos,
psiquiatras y otros miembros del equipo de salud en formación; pero dada su
efectividad en distintos dispositivos de tratamiento, posteriormente, pasó a
delimitar un campo propio de trabajo que requiere una formación académica
específica y reconocimiento profesional dentro del campo de la salud (Kuras y
Resnizky, 2011). En las primeras experiencias en Argentina el acompañante fue
denominado en ocasiones como “amigo calificado”, lo cual, siguiendo a Rossi
(2007), remite al hecho de que en la práctica clínica esta temática de lo amistoso
“suele presentarse, por las particularidades del lugar que ocupa el acompañante
terapéutico, del tipo de vínculo que genera al compartir una importante cantidad de
horas con el paciente.” (p. 108). Prieto (2014) explicará la convocatoria actual de
acompañamiento terapéutico por dos motivos: la eficacia que mostró el dispositivo
en estas décadas de funcionamiento en Argentina, y “la globalización del mundo y
la oferta tiránica de objetos de consumo crea presiones nuevas sobre la
subjetividad”(p. 174), en tanto la afectación de la vida cotidiana aleja a los sujetos
del acompañamiento más allá de los gadgets con los que dispongan, debido a
“una presión de la instantaneidad sobre todos nuestros actos, difícil de

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contener”(p.174) implicando una amenaza a la corporalidad de la palabra,


ubicando en el acompañamiento la importancia de restituirla y preservarla.

Modalidades de inclusión del acompañamiento en el sistema de salud

Este dispositivo sólo es concebible en el seno de un equipo


interdisciplinario. Su inserción ocurre en el marco de una estrategia de trabajo
terapéutico que otros profesionales delinean, trabajando generalmente en torno a
las indicaciones que recibe. Así, desplegará su táctica para involucrarse, con
aquello que le fue indicado, en la cotidianeidad del paciente. Sus modalidades de
inserción abarcan tratamientos ambulatorios; procesos de internación o
externación; internación domiciliaria; en la reinserción o inserción laboral,
educativa, social, familiar, así como se desempeñará en diferentes ámbitos:
clínico, residencial, forense (verbigracia en el apuntalamiento de familias
judicializadas), intervenciones en el campo educativo, entre otros (incluyendo
práctica privada y pública) y con personas de todo el rango etario. El
acompañamiento terapéutico se inscribe en un entrecruzamiento de múltiples
discursos (médico, psicoanalítico, de la salud mental, entre otros), lo cual,
agregando la concepción del acompañante dentro del imaginario social (cuidador,
asistente, auxiliar, etc.) brinda dificultades para definir y delimitar estrictamente su
rol o su función. Este lugar se elaborará fundamentalmente en el caso por caso,
respetando la singularidad, soportando un tratamiento apartado del furor sanandi y
del asistencialismo, no por el lado de los ideales de la época, la moral, ni la
búsqueda apasionada del bien del paciente. Continuando la lectura de Kuras y
Resnizky (2011), a partir de la inclusión del acompañante terapéutico los
profesionales ampliaron la mirada sobre los sujetos atendidos y su entorno, con
intervenciones que hacen posible el “detectar, registrar y comprender qué está
perturbando al sujeto en su vida cotidiana y cómo esto incide en su
subjetividad”(p. 197), entendiendo entonces la tarea del acompañante como
“apuntalar y sostener al paciente en el momento de mayor desestructuración o de
crisis y potenciar los recursos con que cuenta para transformar ese sufrimiento”(p.
197). Esto permitirá, según las autoras, modificar la lógica dominante en la

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atención en salud y generar un nuevo sistema de atención, contención y


seguimiento de los pacientes fuera del ámbito institucional. La implementación del
dispositivo busca mitigar los efectos que han producido las internaciones por
largos períodos de tiempo (p. 193), pensando el valor que tiene el trabajo
personalizado que realiza el acompañante terapéutico al participar en la vida
cotidiana del paciente dentro o fuera de la institución. Siguiendo a Pulice y Rossi
(Pulice y Rossi Comp., 1994a) en la apertura del primer Congreso sobre
Acompañamiento Terapéutico realizado en 1994, se puede ubicar al
acompañamiento como un recurso que permite la permanencia de una presencia
que no es posible para el psiquiatra ni el psicoanalista, posibilitando una
“estrategia de trabajo clínico alternativa o complementaria a esa implementación
de fármacos y a las distintas modalidades de intervención institucional” (p. 13).
Ubicándolo entonces como una alternativa a la marginación social en que puede
derivar un tratamiento sustentado o cronificado en la internación psiquiátrica,
posibilitando además la reducción del período de internación. En el mismo
congreso los autores ubicarán las primeras lecturas sobre la función del
acompañante, entendida como “acompañar terapéuticamente al paciente en su
recuperación, socialización, reinserción a los vínculos familiares-afectivos y a las
actividades que se proponga” (p. 44), basado en el “deber de escuchar, con una
escucha diferente, con una escucha que es a la vez oídos, ojos y manos,
percepción y consciencia, y ¿por qué no inconsciente?” (p. 44).

Qué se acompaña y con qué

Prieto (2014), en el libro “Acompañar, relatos de una experiencia” 1, ubicará


al acompañamiento como una “técnica para manejar la impotencia que le produce
la locura al neurótico”, para lo cual “tiene que sensibilizarse a lo que él mismo
hace y dice, pero no registra” (p. 180). Esta autora plantea el siguiente hilo de
preguntas, partiendo de qué se acompaña: “la locura (su aspecto asintomático);
desde dónde se acompaña: desde los soportes; con qué se acompaña: con la
resonancia; hacia dónde se acompaña: hacia la subjetividad, el lazo y la

1
Producto de una experiencia de pasantía y elaboración clínica en el dispositivo de acompañamiento de Hummus, institución de la
localidad de Chivilcoy.

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autonomía; cómo se acompaña: a través del uso de la técnica.” (p. 179). Esto será
en tanto se considere a la locura como aquello “accesible a la palabra y al gesto,
cuando están construidos de un modo acompañante; si se restituye el derecho a la
palabra, se puede restituir lo humano que ha sido destituido, de cuya caída ella es
manifestación.” (p. 180). La autora ubicará que esto es sin juicio crítico, así como
indicará también que el acompañante opera por su presencia como aquel testigo
que permite a los demás empezar a verse. A partir de ese estar allí, el
acompañante “fisura la naturalización de la patología dentro del círculo familiar. Se
ve lo que habitualmente no es visible (…) provocando leves reflejos y, con ellos,
imperceptibles movimientos de apertura” (p. 187).

Por otro lado, en un texto anterior de Kuras y Resnizky (2005), ubicarán a la


posición del acompañante como una marcada por una “paradójica simultaneidad
de proximidad y distancia” (p. 39) en tanto “El acompañante es un ajeno, un
extranjero que es, a la vez, lo más accesible, cercano y familiar, a la hora de hacer
menos doloroso el desamparo.”(p. 39-40). A través de la compañía en lo cotidiano,
se hará lugar en la interioridad. En tanto Rossi (2007) ubicará al acompañante
como un lugar de intervención que permite “ampliar el campo de acción del
terapeuta y sostener la continuidad de un proyecto terapéutico en el ámbito de la
vida diaria del paciente (…) debe ubicar su acto en el contexto de una
estrategia…” (p. 121-122). Respecto de la dicotomía que se juega entre las
coordenadas del encuadre y la libertad posible de intervención, Gabriel Pulice
(2014), en su libro Fundamentos Clínicos del acompañamiento terapéutico,
propondrá “estar advertidos cada vez” (p. 116). Entendiendo el momento
comúnmente crítico -de la vida de un sujeto- en que un acompañamiento es
propuesto para él, en el mismo texto Pulice ubicará la posibilidad del “rechazo por
parte del enfermo de nuestra presencia y función” (p. 123). Este rechazo puede
surgir también de parte de la familia, la cual puede resistirse a aceptar la
instalación en su vida de un acompañante, indicando Pulice que es el caso de
numerosas internaciones domiciliarias, donde puede jugarse fantasmáticamente
un rol del acompañante como espía que informa al equipo tratante sobre la
cotidianeidad de la familia. Aquí es donde Prieto (2014) dirá que es clave la

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apuesta que se haga, poniendo en juego lo que llama el deseo de acompañante,


“para sostener su oferta hasta que el acompañado responda con su gesto si elige
o no el tratamiento que se le ofrece. Se trata de una apuesta en tanto el
acompañante admite la posibilidad de que no sea posible hacer el trabajo si, en
cierto lapso, no ocurre la aceptación del mismo.” (p. 189). Tal posición da cuenta
de la ética con la que la autora mencionada sostiene la lectura de los casos.

Pulice (2014) rescatará a su vez el efecto que denominará de “bálsamo” (p.


160), que produce la presencia de un semejante que esté allí presente en un
momento en que el sujeto se encuentra desbordado por la angustia, o el modo de
expresión que corresponda a sus crisis. Esta presencia del acompañante permite
que ese malestar que acosa al paciente en tales momentos pueda tener, por la vía
de la palabra, alguna tramitación. El autor dirá posteriormente, en términos
lacanianos, que la presencia del acompañante puede facilitar el acotamiento del
goce (p. 160).

En el mismo texto y refiriéndose a los lugares que no debe tomar el


acompañante, Pulice planteará el de informante clave. El autor ubicará que si bien
el acompañante es testigo de episodios de la cotidianeidad que al analista le están
vedados, no es lo relevante la información en sí, si no “desde dónde se lee esa
información, desde qué criterio, desde qué lógica se articulan esas diferentes
fuentes de información en que se constituyen tanto el acompañante como las
demás instancias vinculadas al dispositivo de tratamiento en cada sujeto” (p. 75-
76). Advierte de no entrar en el terreno de la comprensión, el cual puede resultar
por demás engañoso.

Demanda, transferencia y cercanía del lazo

Será entonces, siguiendo a Kuras y Resnizky (2011), parte del trabajo del
acompañante el dimensionar la demanda de acompañamiento terapéutico, en
tanto habrá que apuntar a “La construcción de la dimensión simbólica de la
demanda es un trabajo en transferencia, para ser más explícitas, diríamos, del
vínculo transferencial.” (p. 80). Apuntarán, en un texto anterior (Kuras y Resnizky,

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2004), como algo fundamental el no dejarse “esclavizar, vaciar y manipular” (p.


191), tanto por el paciente como por una familia voraz en su modo de posicionarse
frente a esta intervención frente a su situación.

Rossi (2007) se servirá de los desarrollos realizados por Lacan en su


escrito “La dirección de la cura” sobre la demanda, en tanto intrínseca para el ser
hablante y el dirá que “dependerá de la posición que adopte quien reciba esa
demanda, para que esta sea puesta a trabajar (o no) en el marco de un
tratamiento, y para que se constituya un análisis.” (p. 96-97). El autor ubicará
entonces una diferencia con la posición del analista, en función de la respuesta a
la demanda del paciente. El acompañante “desde su presencia, con su palabra, y
también con su escucha, está en ese borde con un silencio que se haga tolerable.
Rescata la dimensión de la subjetividad, apuntando en principio a que no se
obture de plano lo atinente al sujeto, que se presenta en sus demandas. No
pretende anular la insistencia de una demanda” (p. 98) si no que, por su parte
tendrá permeabilidad ante cierta dimensión de la demanda del paciente. En
ocasiones, precisamente no responder llanamente a determinadas demandas
implica un acto que tiene consecuencias como regulador; como algo que brinda un
orden, además de los efectos terapéuticos. En relación lo trabajado anteriormente
por Kuras y Resnizky sobre las demandas de la familia, Rossi ubicará al
acompañante en el lugar del que modera, al “establecer límites y pautas (con el
aval de la estrategia del equipo terapéutico) (…) con efectos reguladores a nivel
de la dinámica familiar.” (Rossi, 2007, p. 98). Planteará entonces en caso de haber
un acompañante orientado por el discurso analítico, el consejo de estar advertido
de las características estructurales de la demanda, tema a desarrollar en un
apartado posterior del marco teórico.

Siguiendo a Rossi desde el mismo texto, el acompañante terapéutico


sostendrá un lugar de semejante, aquel que en primer lugar va a ofrecer su
presencia, como sucede en momentos críticos, indicando que no es sólo el estar
allí, sino que el acompañante también se inscribe en un universo simbólico que
“implica también prestar la escucha y estar dispuesto al diálogo. Un estar ahí

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desde un nombre: no es alguien más en una serie, sino que adquiere un contorno
particular en la economía libidinal del paciente” (p. 108). El autor afirmará que un
alejamiento de parte del acompañante del lugar de semejante, para acercarse a
una posición de autoridad asimétrica, puede obstaculizar el vínculo al punto de
impedir el trabajo. Sostendrá entonces “la posibilidad del acompañante de
prestarse a este semblante de semejante” (p. 109), en función de favorecer el
trabajo. Indicará también que el acompañante no debe “responder a la amistad
con amistad” (pág. 109-110), haciendo un paralelismo con la conocida
recomendación de Lacan respecto de la transferencia indicado no responder al
amor con amor, en función de no perder capacidad operativa. Rossi remarcará,
finalmente, que el acompañante debe ir regulando de alguna manera una
distancia, cuyo establecimiento se define caso por caso, en un trabajo que cada
acompañante hace en forma artesanal (p. 115).

Retomando a Pulice (2014), éste ubicará que el borramiento de toda


asimetría entre acompañante y sujeto suele generar el terreno propicio para el
desarrollo de una relación de rivalidad, entendiendo que “si el acompañante
terapéutico queda capturado en ese vínculo de amistad, si se cristaliza en este
lugar de amigo en que puede tender a ubicarlo el paciente interviene desde allí, va
a enfrentarse a sin dudas con (…) una encerrona técnica de la que le será muy
difícil librarse. (…) se llegaría a toda una suerte de conflictos de deberes que
pronto alejarían al acompañante de su función, neutralizando su operatividad y
eficacia clínica.” (p. 161). Es por esto que propone un acompañante advertido de
estas maniobras del sujeto, tendientes al resquebrajamiento del dispositivo. El
autor indica que en esto el sujeto da cuenta de su propia “compulsión de repetición
al servicio de la pulsión de muerte.” (p. 161), proponiendo entonces para el
acompañante remitir toda demanda de este tipo al terapeuta, analista, o instancia
del tratamiento desde donde se pueda hacer alguna lectura más precisa de lo que
allí se juega, apuntando a una intervención apropiada, por encima de toda
rivalidad especular.

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Por otro lado, Prieto (2014) ubicará la transferencia acompañante en tanto


potencia ordenadora, como una “una posición que empieza a aparecer en el
acompañado, (…) que es resultado del trabajo.” (p. 190). Esto será en función de
la colocación de la mirada que realice el acompañante en su trabajo, la cual en
vez de quedar capturada por las deficiencias, debe “reconocer las potencialidades
del acompañado” (p. 183). Esto es para evitar sentimientos de culpa o lástima que
provocan conductas desmedidas opuestas al objetivo y a la técnica del
acompañamiento. De ahí que la autora sostenga la necesidad de asegurar una
“alteridad que mantenga el lugar operativo, no fundido ni confundido con las
dificultades del otro, sino preparado para respaldar las capacidades que el
acompañado pueda desplegar.” (p. 183).

Límite de las intervenciones

En el libro “Acompañamiento terapéutico, aproximaciones hacia su


conceptualización” Pulice y Rossi (1994b) remarcarán que la estructura de la
transferencia que se juega en un acompañamiento se ubica en el registro
imaginario, por lo tanto “no legitima la posibilidad de la interpretación” (p. 152).
Pero los mismos autores aclararán que esto no implica que no pueda darse en un
acompañamiento lo que serían algunos efectos transferenciales o de
interpretación, en tanto esto no es calculable a priori, pero es “diferente de la
transferencia puesta en juego en el sentido analítico, sostenida en la dirección de
la cura en el marco del dispositivo analítico” (p. 152). Sostendrán entonces que el
acompañante, en este punto, responde con su palabra en lo cotidiano, desde una
posición cercana a la del amigo, por lo que “no puede (…) no responder, o
interpretar, o cortar un horario, porque al no estar legitimado para realizar ese tipo
de intervenciones puede incluso provocar efectos de agresividad, de ruptura del
vínculo con ese paciente.” (p. 152). A modo de una posible maniobra para
despegarse de ese problemático lugar, es la introducción de un lugar tercero (la
apelación a una terceridad bajo la forma de lo institucional, por ejemplo), tomando
la forma de recurrir a lo simbólico, que pueda mediar y evacuar transferencias

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masivas, borrando esa simetría. Por esta razón, es importante para el


acompañante saber que no es eso que se juega allí, aunque pueda hacer un
“como si” de ello.

Para Prieto (2014), la posibilidad del acompañamiento ocurre desde la no


confusión, la cual proviene de la “posibilidad de separarse del contagio inmediato
de la locura, consecuencia que esta produce cuando se desconoce la seriedad de
la situación.” (p. 184). Esta confusión pondría en riesgo la eficacia de la función y
diluye el acompañamiento, porque deja adherida la imagen de uno con la del otro,
siguiendo los planteos de la autora.

Relevancia de formación psicoanalítica

En tanto a la formación psicoanalítica, Pulice y Rossi (1994b) ubicarán que


ésta le permite al acompañante terapéutico “…no quedar entrampado con
respuestas estandarizadas, o con cuestiones imaginarias, atrapado en ese plano”
así como “sirve para su ubicación en cada caso, en su singularidad, (…) también
para poner un límite a sus intervenciones y poder pensar cuándo y cómo no
intervenir” (p. 154). Respecto de cómo no intervenir, Rossi (2007) dejará en claro
que el acompañante no tiene por función interpretar, por más que el sujeto diga
siempre algo más de lo que quiere decir. Ubicará al acompañante como una “x, en
tanto incógnita que permite al sujeto el trabajo sobre su deseo.” (pp. 99-100). Esto
tampoco será reforzando interpretaciones que vengan del analista, dado que “la
interpretación es fruto de esa singularidad transferencial que implica un momento,
un instante de apertura y cierre irrepetible, que se produce en el trabajo sostenido
desde la función del analista” (p. 100), algo que planteará en términos de
acontecimiento o encuentro. Otro punto que definen Pulice y Rossi (1994b) sobre
cómo no intervenir, será desde la subjetividad del acompañante, sosteniendo allí
la importancia del espacio propio de análisis, así como el trabajo en equipo y la
supervisión. Finalmente remarcarán que las intervenciones del acompañante no
deben favorecer “la confusión de su lugar con otras instancias del tratamiento, es

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decir, que pueda configurarse su campo específico” (p. 29). Desde aquí situarán al
acompañante prestando su palabra al “palabrerío cotidiano”, pero con una
escucha que no se preste a la atención flotante ni invite a la asociación libre. Estos
autores ubicarán que este diálogo encontrará sus límites en las coordenadas
establecidas por el analista, empero aclararán que “esto no quiere decir que no
puedan darse efectos de interpretación, o efectos transferenciales, a partir de una
intervención del acompañante terapéutico, sin que esta sea su intención.” (p. 150).

Siguiendo con el texto de Pulice y Rossi (1994b) respecto de las


limitaciones a las intervenciones, los autores referirán que no se trata en el
acompañamiento terapéutico de prestar el yo, ni de ofrecerse como modelo de
identificación, sino de “poder escuchar cuando algo de otro orden se hace oír.” (p.
131). Esto será sin que el acompañante terapéutico confunda su posición con la
del terapeuta; pero los autores admiten cierta posibilidad de suplencia de esta
función en el equipo terapéutico ante la falta del mismo, en función de hacer
posible capitalizar los cambios que comienzan a producirse. Aun así, Pulice (2014)
advertirá contra todo intento del acompañante de transgredir el encuadre hacia
aquella instancia del dispositivo desde donde se establecen los lineamientos del
tratamiento, es decir, al terapeuta, el psiquiatra, o el equipo técnico de la
institución Dado que “al no estar él legitimado en tal lugar, corre el riesgo de
quedar entrampado en una confrontación especular, imaginaria, de la que luego
resulta muy difícil retornar.” (p. 77).

Rossi (2007) describirá las intervenciones del acompañante en el contexto


de una estrategia analítica como “mínimas pero no nimias” (p. 95), entendidas
como presencias acotadas o acciones planteadas para algo específico, las cuales
no serán nimias si se las considera en el marco de una estrategia y política del
tratamiento. Al no “quedar en una significación de ser hechos aislados, o actos de
asistencialismo, pasarán a ser actos terapéuticos.” (p. 95).

Resumiendo lo abordado en la bibliografía hasta el momento, el del


acompañante es un lugar de oferta y en esto se asemeja a la posición del analista,
un lugar vaciado de sujeto, donde el sujeto en esa situación de dos, es el

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partenaire de un objeto disponible (a ubicar como el analista o el acompañante). A


diferencia de la situación analítica, el acompañante no es convocado allí para
interpretar, pero sí a prestar su escucha, su presencia y trabajar de alguna manera
con el material que va surgiendo, a nivel operativo. Algunas de estas
intervenciones pueden tener una estructura de proposición o de sugerencia
(posicionándose el acompañante como otredad) e ir acompañadas de cierta
mostración, apelando al “como si”. Siguiendo a Prieto (2014), es con la
intervención del acompañante que se produce una salida del “encierro narcisista –
que implica apego a expectativas desmedidas-, para pasar a encontrarse frente a
otro que no está idealizado.”(p. 221). Estas intervenciones se sostienen en una
posición de parte del acompañante que la autora sostiene a lo largo de todo el
texto: “asegurarse, con los recursos que se disponga, que no va a haber acople
con la locura” (p. 177). Esto conduce al punto final de este apartado, referido a la
ética y el deseo del acompañante.

Deseo y ética en el acompañamiento

Continuando la lectura de Prieto (2014), es pertinente afirmar que


acompañar requiere tomar una posición respecto de la dificultad que presenta la
locura, “para no eludirlo ni desentendernos de él ni de “lo loco” que pueda haber
en nosotros” en tanto “…si nos creemos libres de locura, quedamos proclives a
desencadenarla”(p. 179). Esta afirmación da cuenta de la responsabilidad de la
posición, la cual se sostiene en función de que “a la locura no se la corrige, no se
la encierra, no se la interpreta, solo admite ser acompañada” (p. 179). Acompañar
desde la posición de acompañante terapéutico, teniendo en cuenta la perspectiva
psicoanalítica, será acompañar desde una terapéutica posible para intentar
producir efectos de sujeto, acompañando el proceso terapéutico que se pone en
juego a partir de una demanda. Más allá de las características propias de cada
caso y de cuál sea la demanda por la cual un acompañante es convocado y, a
estar in situ, siendo testigo o soporte de lo que acontece, el acompañante deberá
hacer algo con eso, deberá tener un deseo que no sea anónimo, una
responsabilidad ética con respecto a lo que de esta clínica, lo causa. Por eso,

17
Altemir Juan Martín

acompañar no puede ser un acto pasivo, así como la atención flotante no es


distraerse. Implica elaborar el estar al lado sin confrontar, en intervenciones que
no prohíban, apuntando a la construcción de una terceridad. El acompañante,
como se ha dicho, es una oferta de lazo, donde se brinda un lugar deseante, que
cobije, aloje y habite al mismo tiempo, condiciones para el surgimiento de la
subjetividad en ese encuentro con el acompañado. A partir de que el acompañante
ofrece, se genera demanda, para luego que esa demanda se articule a un deseo y
con ello a la aparición de un sujeto.

Respecto de esta posición, Rossi (2007) planteará que el acompañante


deberá pagar “con la renuncia a sus sentimientos” (p. 91), una posición difícil de
sostener, como ubica el autor, dado el nivel de exposición en que se encuentra el
acompañante. Por otro lado, Prieto (2014) planteará que la preparación básica
para abordar la locura es la construcción del semblante de serenidad, en tanto
este es una “apariencia que transmite calma. (…) un otorgar la posibilidad a lo
posible, una certidumbre sobre lo no catastrófico, todo eso incluye el modo de
estar que calma y detiene la locura, y se condensa en estar al lado, sin juzgar” (p.
193). Ubicará también que “no es posible la contención sin haber inhibido la
incontinencia propia del querer correr a socorrer” (p. 227), por lo tanto para que
haya continencia es condición que “antes haya abstinencia: una autocontención,
que se genera en los propios soportes del acompañante, (…) para no quedar
paralizado por el horror cuando algunas escenas, o su relato, se presentan
descarnados y desnudos.” (p. 227). La abstinencia en tanto freno a la
impulsividad, permitiendo al acompañante ocupar su lugar de “continente” hacia el
otro.

Para finalizar el apartado se tomará la definición que plantea Gabriel Pulice


(2014) para la ética, como aquello que “ordena el modo en que hacemos las
cosas, (…) [en tanto que] a partir de ello también decidimos qué apuestas estamos
dispuestos a sostener, y cuáles no…” (p. 62) por lo que concluirá que no hay ética
sin implicación. La ética de la posición del acompañante se enmarcará siguiendo a
Rossi (2007), indicando que al prestar su presencia, el acompañante se constituye
en un referente “…en tanto el paciente pueda suponerle un deseo, que no es

18
Altemir Juan Martín

cualquiera. (…) Aunque queda claro que al hacer estas cosas el acompañante no
interviene de igual manera que el analista en el dispositivo analítico, puede por su
parte sostener su posición en un proyecto terapéutico que se hilvane al discurso
analítico, a su ética” (p. 94).

Con esto, se pasará al apartado que desarrolla sobre la posición del


analista y sus intervenciones.

De la posición del analista y sus intervenciones

DESDE FREUD

En este apartado se procederá a definir las bases de la posición del


analista, las cuales sustentan sus intervenciones. La posición del analista se
sostiene en la regla para el analista que Freud denominó principio de abstinencia,
al cual define como aquel que implica que la cura analítica debe “ejecutarse en un
estado de privación” (Freud, 1979, p. 158). Esto refiere a específicamente a los
deseos incumplidos del paciente en relación al médico, denegando “aquellas
satisfacciones que más intensamente desea y que exterioriza con mayor
urgencia.” (Freud, 1979, p. 160). Esta privación no refiere solo a lo corporal, o a
una simple negativa ante todo lo que el analizante pida, sino, como Freud
remarcará en Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (1915), a “dejar
subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del
trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.” (Freud,
1980, p. 168). Es desde aquí que se inauguran la diferencia entre los efectos
analíticos y los terapéuticos, como sugiere la siguiente cita del texto Nuevos
caminos de la terapia psicoanalítica: “Quien como analista, acaso por desborde de
su corazón caritativo, dispense al paciente lo que todo ser humano tiene derecho a
esperar del prójimo, cometerá el mismo error económico en que incurren nuestros
sanatorios no analíticos para enfermos nerviosos.” (Freud, 1979, p. 159). Es aquí
que radica la apuesta por una elaboración del padecer distinta del alivio
terapéutico, en tanto es ésta una de las principales rupturas que establece el
psicoanálisis con las psicoterapias. Es por esto que en el mismo texto Freud
referirá que el analista deberá “cuidar que el padecer del enfermo no termine
19
Altemir Juan Martín

prematuramente en una medida decisiva. Si la descomposición y desvalorización


de los síntomas lo han mitigado, tenemos que erigirlo en alguna otra parte bajo la
forma de una privación sensible, de lo contrario corremos el riesgo de no
conseguir nunca otra cosa que unas mejorías modestas y no duraderas.”(Freud,
1979, p. 159-160). Empero este trabajo, sostenido en el manejo de la
transferencia, no debe apoyarse en la identificación, así mismo lo referirá al indicar
que en la cura “no se debe educar al enfermo para que se asemeje a nosotros,
sino para que se libere y consume su propio ser.” (Freud, 1979, p. 160). Se puede
entender la transferencia siguiendo a Silvia Vázquez, concretamente resumida en
“el referir a la persona del analista representaciones y afectos relativos a personas
significativas en la historia infantil del paciente.” (Tausk, 2005, p. 107). Se la
entenderá entonces como un desplazamiento, pero no cualquier desplazamiento,
sino el de “un deseo inconsciente sobre una representación preconsciente (en
este caso el analista)” (p. 107).

Tomando la perspectiva del trayecto de un análisis desde la cuestión de lo


electivo, Soler resumirá al referir sobre la tarea del psicoanálisis (es decir, del
psicoanalista) en “conducir al paciente hasta una nueva encrucijada. Una
encrucijada donde le toca un camino u otro” (Soler, 1985, p. 118). Se sostendrá
entonces la posición del analista respecto del saber en función de ir a la
particularidad, abordando cada caso como si “uno no acumulara nada de saber”
(p. 119). Es desde esta pasión por la particularidad que Soler se formula el
consejo de los textos técnicos referido a abordar cada caso “como si uno no
supiera nada, como si el psicoanálisis no hubiera acumulado nada de saber.” (p.
119). El análisis brinda a un sujeto entonces el poder escucharse, le da la libertad
de ir afirmando sus verdades, de decir en el cumplimiento de la regla fundamental
de asociación libre algo que podría ser verdad. Sobre el saber producido en un
análisis, dirá Lacan en el escrito “Del psicoanálisis y sus relaciones con la
realidad”, que el estatuto de este saber que “Ni del lado de la naturaleza, de su
esplendor o de su maldad, ni del lado del destino, el psicoanálisis hace de la
interpretación una hermenéutica, un conocimiento de alguna manera iluminador o
transformante” (Lacan, 2012, p. 372).

20
Altemir Juan Martín

En Recordar, repetir, reelaborar (1914), otro de los denominados textos


técnicos, Freud ubicará como principal recurso para domeñar el encuentro con la
compulsión de repetición del paciente, al manejo de la transferencia, refiriendo que
así se vuelve a esa compulsión “inocua” y más aún, “aprovechable”, en tanto se le
conceda “su derecho a ser tolerada en cierto ámbito: le abrimos la transferencia
como la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y
donde se le ordena que escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno que
permanezca escondido en la vida anímica del analizado.” (Freud, 1980, p. 156).
Es desde este lugar ofertado que operará el analista. Siguiendo a Kotliar, se
encuentra ahí el desafío de los analistas, en el “Introducir una cuña en la
repetición”, a través del “desmontar resistencias (…) que invitan a intervenciones,
que apelan al humor y, muchas veces, a la ironía, de acuerdo a la singularidad de
cada quien”. (Tausk, 2005, p. 131). La autora sostendrá que es en el trabajo
analítico donde será posible abrir un escenario en el que “el deseo pueda
lentamente comenzar a circular, acallando las voces del superyó y habilitando la
voz propia, la firma y la expresión, que son modos de dar cuenta de la posibilidad
de recrear la afirmación. Esta vez, pudiendo hacer uso de los propios recursos.” (p.
131).

Se procederá a puntualizar algunas referencias de orientación lacaniana de


la posición del analista y el alcance de sus intervenciones.

CON LACAN

Lacan introducirá en los comienzos de su enseñanza los aportes de la


lingüística a la clínica psicoanalítica, en un retorno a Freud que implicaba el
sostenimiento de la equivocidad del discurso, el estatuto de tropiezo/fallido como
lo fundamental de la emergencia del inconsciente entendido no en tanto
ontológico. Ya en su escrito “Del psicoanálisis y las relaciones con la realidad”,
afirmará “Entonces ninguna sorpresa frente al hecho de que el acto, en tanto solo
existe por ser significante, se revele apto para soportar el inconsciente: así, que
sea el acto fallido el que se verifica logrado no es más que su corolario, tan solo es
curioso que haya que haberlo descubierto para que el estatuto del acto sea por fin

21
Altemir Juan Martín

distinguido firmemente del estatuto del hacer” (Lacan, 2012, p. 376). El estatuto
del acto fallido como logrado da cuenta del estatuto ético brindado al inconsciente,
rompiendo con la tradición de un inconsciente entendido en términos ontológicos.
A su vez, esta lectura del lenguaje no entendido en términos de referencia a un
referente aparece ya en un Freud temprano, en la carta 69 de 1897, en la cual cae
la teoría de una escena de seducción infantil que haya acontecido objetivamente
como etiología de la neurosis, debido a que Freud se encuentra con “…la
intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de realidad, de
suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto”
(Freud, 1982, p. 301-302). Ya desde este momento temprano de la elaboración
freudiana se puede dar cuenta de la caída de una supuesta realidad objetiva a la
que se pueda alcanzar. La palabra del analizante da cuenta, entonces, de otra
cosa: Lo que Lacan retomará en su escrito Función y campo de la palabra en
psicoanálisis (1953), al referir que el psicoanálisis no tiene sino un médium y este
es “la palabra del paciente" (Lacan, 2008, p. 237), en tanto toda palabra llama a
una respuesta. Desde el lenguaje en su función de evocación y no de
comunicación, es desde donde está ubicado para Lacan el lenguaje, yendo más
allá de la ilusión del sentido compartido, entendiéndolo no como una mera
representación de una realidad compartida. Este fundamento que apunta a no
abrochar sentido en los dichos del sujeto, es por lo que advertirá “si el
psicoanalista ignora que así sucede en la función de la palabra, no experimentará
sino más fuertemente su llamado, y si es el vacío el que primeramente se hace oír,
es en sí mismo donde lo experimentará y será más allá de la palabra donde
buscará una realidad que colme ese vacío (…) Llega a analizar el comportamiento
del sujeto para encontrar en él lo que no dice” (Lacan, 2008, p. 241). Por lo tanto
el arte del analista consistirá en “suspender las certidumbres del sujeto, hasta que
se consuman sus últimos espejismos” (Lacan, 2008, p. 244).

Respecto del manejo de la transferencia mencionado en el apartado


anterior, Lacan en el texto La dirección de la cura, de 1958, ubicará para los
sentimientos del analista un solo lugar posible en el trabajo analítico “el del
muerto.” (Lacan, 1988b, p. 568-569). Llegará a afirmar en ese mismo texto que es

22
Altemir Juan Martín

ahí donde radica el secreto del análisis. Lacan dirá, en el texto La agresividad en
psicoanálisis (1948), de la posición del analista que este debe “ofrecer al dialogo
un personaje tan despojado como sea posible de características individuales: nos
borramos, salimos del campo donde podría percibirse este interés” (Lacan, 2008,
pp. 111-112), en función de “evitar una emboscada, que oculta ya esa llamada,
marcada por el patetismo eterno de la fe, que el enfermo nos dirige” (Lacan, 2008,
pp. 112). Como ubica Umérez al indicar que la posición del analista radica en “no
responder, allí donde se presentifica una demanda en términos de amor” (Umérez
y colab., 2007, p. 153), es decir, frente a la falsa situación que propone el sujeto.
Esto se debe responder de otra manera, sino “haciendo semblante de algo que
hará silencio, donde el analizante intenta encontrar algún término que dé cuenta
de su ser.” (Umérez y colab., 2007, p. 153) En tanto en la lectura que realiza
Rabinovich en su libro Sexualidad y significante, el lugar fundamental del analista
es el del “oyente, el A, y su responsabilidad implica tener presente que, desde allí,
reconoce o cancela al sujeto.”(Rabinovich, 1986, p. 22). Sostendrá que el silencio
analítico es una forma de la negatividad simbólica que permite la puntuación.
Desde ahí, la acción de la interpretación debe apuntar a que “el sujeto llegue a
ser, dando así respuesta a la pregunta del sujeto acerca de su destino, es decir,
de lo que su vida significa.”(Rabinovich, 1986, p. 22). La autora se servirá de esto
para señalar el ordenamiento de esta primera clínica lacaniana en torno al
reconocimiento. Es pertinente no elidir ya entonces la cuestión de que es sólo en
encuentros precisos donde se puede decir que hubo analista, porque el
psicoanalizante se produjo allí. No siempre ocurre, y en esto reside gran parte de
lo imposible de la práctica del psicoanálisis. Estas intervenciones apuntan a la
emergencia del sujeto, a que alguien –el analizante, o el acompañado en lo que
será propuesto posteriormente en este trabajo– pueda reconocerse como sujeto
de las mismas. Apuntan a que el sujeto hacia un decir menos tonto, aquel que le
concierna y del que ya no pueda desentenderse. Lacan se ocupará
específicamente de separar a los analistas de una supuesta vía correctiva
respecto de la realidad, en el ya mencionado escrito El psicoanálisis y sus
relaciones con la realidad, afirmando que el analista “lejos de ser la medida de la

23
Altemir Juan Martín

realidad, él solo le desbroza al sujeto su verdad ofreciéndose él mismo como


soporte de ese deser2, gracias a lo cual ese sujeto subsiste en una realidad
alienada, sin por ello ser incapaz de pensarse como dividido, de lo cual el analista
es propiamente la causa.” (Lacan, 2012, p. 379). Será ese deser el lugar del
analista en la cura.

Acompañando a Lutereau (2014) en su lectura del texto La dirección de la


cura, puede decirse que el analista es aquel que apoya la demanda no para
frustrar al sujeto, sino para que “reaparezcan los significantes en que su
frustración está retenida” (Lacan, 1988a, p. 598) dado que “es en la más antigua
demanda donde se produce la identificación primaria, la que se opera por el poder
absoluto materno, a saber aquella que no sólo suspende del aparato significante la
satisfacción de las necesidades, sino que (…) las modela en los desfiladeros de la
estructura significante…” (Lacan, 1988a, p. 598). El analista tendrá entonces que
vérselas sucesivamente en el trayecto de un análisis con todas las articulaciones
de la demanda del sujeto. Pero no deberá responder ante ella sino desde la
posición de la transferencia. La demanda que Lacan definirá en ese mismo texto al
indicar “Me pide…, por el hecho de que habla: su demanda es intransitiva, no
supone ningún objeto.” (Lacan, 1988a, p. 597). Retomando la lectura de Lutereau
del texto de Lacan, quedará demarcado el propósito específico de esta frustración,
el cual es “recordar la sujeción inconsciente en los significantes de la demanda. La
dirección de esta respuesta tiene como fin constituir al ser hablante en función de
un nuevo estatuto del deseo”. (Lutereau, 2014, p. 111)

En un tratamiento analítico se trata de poner a trabajar esa demanda, y


para esto hay que ubicar las condiciones que permiten darle un lugar, alojarla, en
cada caso. La demanda de análisis se produce en tanto se enmarca en una oferta,
la del analista, la de la escucha analítica, que sostiene una presencia, una
posición ligada a un acto, que produce y pone a trabajar esa demanda. Siguiendo
a Rossi (2007, p. 97), es pertinente decir que la presencia del analista es en
primer lugar la implicación de su acción de escuchar, y ésta es justamente la

2
La cursiva no se encuentra en el texto original

24
Altemir Juan Martín

condición de la palabra. El analista apoya la demanda, para permitir que


reaparezcan los significantes, en tanto supone que descifrará la pregunta
articulada a su deseo. Pregunta cuyo peso aparece cuando el sujeto experimenta
que dice más de lo que intenta decir, a partir de la presencia de un analista, que
con su acto enlaza así la demanda a la transferencia. Entonces, el analista va a
plantear como fundamento de su práctica la regla fundamental, que implica de
parte del paciente la asociación libre, siendo la posición del analista la de la
atención flotante, en términos freudianos. Retomando la palabra de Lutereau
(2014), se puede decir que la asociación libre deja de ser una mera condición
técnica, para vincularse directamente con una actitud ética, con “el acto del
analista que sostiene el discurso analizante más allá de la reciprocidad de la
comunicación ordinaria.” (Lutereau, 2014, p. 104). El analista sostiene la
posibilidad de asociación libre por parte del sujeto, del paciente, se va a ubicar en
un lugar de escucha privilegiado. Y a partir de esa ubicación del analista puede
instalarse una lógica que implique el despliegue de lo inconsciente y, con esto, lo
que sostiene el síntoma, una lógica en la cual el analista, en tanto sostiene la
transferencia prestándose como objeto, va a quedar ubicado en su centro. En la
neurosis hay un retorno que se da de manera articulada en el orden simbólico, que
va a comenzar a jugarse con el analista, que en lo real de la transferencia, es lo
que Lacan sitúa desde el Seminario sobre los Cuatro conceptos fundamentales en
términos de la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente. (Lacan, 1987,
p. 152).

Esta operatividad será posible a través de la ignorancia docta, denominada


la operación del analista por excelencia por Marcelo Izaguirre, el cual aclara que
ella “No quiere decir que este no sabe nada, sino que tiene que ignorar lo que
sabe.” (Umérez y colab., 2007, p. 66). Retomando el texto sobre La Dirección de la
Cura, esta vez desde la lectura que realiza Helen Kaplun (Umérez y colab., 2007),
se podrá definir al analista en relación con la pasión de la ignorancia: no saber
acerca del sufrimiento del paciente, sí acerca de la teoría, la interpretación, sobre
la experiencia analítica y los efectos subjetivos. Un saber que obtuvo en el
recorrido de su propio análisis. Algo que implique una transmisión del decir sin

25
Altemir Juan Martín

decir. Para que acto del analista como operación vaya a acto del analizante que
pase por la experiencia del inconsciente. En un texto llamado Observación sobre
el informe de Daniel Lagache, dice Lacan respecto de la transmisión y la ética: “Se
anuncia una ética convertida en silencio por la avenida no del espanto sino del
deseo. Y la cuestión es saber cómo la vía de la charla palabrera del psicoanálisis
conduce hacia allá”. (Lacan, 1988a, p. 663). He aquí donde radica lo esencial de la
experiencia del psicoanálisis.

El analista es por lo tanto sostén de la transferencia y de la singularidad que


implica esa transferencia en cada caso. El analista tiene que poder ocupar la
suposición de que hay algo ahí donde no hay nada. Implica una suposición, no es
un lugar de saber. Retomando la lectura de Kaplun, aquello que en un comienzo
era saber supuesto y sostenido por el analista, podrá decirse luego que “el saber
supuesto es del inconsciente” (Umérez y colab., 2007, p. 118), lo que Lacan
denominará sujeto supuesto al saber. Primero entonces en el analista, y luego en
el inconsciente. Es gracias al amor de transferencia, el motor de la cura, que “el
inconsciente trabaja” (Umérez y colab., 2007, p. 121). De acuerdo a Lombardi “Es
la suposición de saber, que es el nombre estructural, lacaniano, de lo que Freud
llamó transferencia. El Sujeto supuesto Saber es la ficción que encubre que el
vínculo analítico no es más que un lazo entre el analista como deseo –no saber,
sino deseo- y el sujeto dividido.” (Lombardi, 2008, p. 17).

Entonces, resumiendo la posición sobre la dirección cura desde las


intervenciones ubicables a la altura del escrito La dirección de la cura, Lutereau
afirmará que radican en “que el analizante pueda “pescar” la fijación significante
que se articula en su relación con la demanda (en la que se condensa su posición
fantasmática con el Otro) (…)” (Lutereau, 2014, p. 111), para luego remarcar el
estatuto que se le brinda en el final del escrito al falo como operador de la cura,
tema a abordar en el apartado siguiente de la presente tesina.

Continuando sobre las intervenciones posibles, el método freudiano se sirve


de la no comprensión del analista, en tanto si lo hiciera, produciría el
enmudecimiento del sujeto, provocando que no haya más para decir (o, lo que se

26
Altemir Juan Martín

diga, que ocurra en un acting-out que llama a la interpretación, aunque no deba


interpretarse). En respuesta a esto, es pertinente citar a Haldemann en las
conferencias denominadas Lecturas de psicoanálisis y filosofía, en tanto afirma
que “La comprensión es una operación de cierre, no es una operación de
apertura.” (Lutereau y Ramos Comp., 2010, p. 219).

Retomando a Kaplun en la relación sobre transferencia e interpretación,


éste dirá que “es la transferencia [la que] permite el desplazamiento de las
representaciones inconscientes sobre la persona del analista, facilitando la
repetición. La interpretación es necesaria para que el sujeto siga rememorando”
(Umérez y colab., 2007, p. 112-113). La misma autora sostiene, en otro texto, que
allí donde el analizante esperaría una palabra que lo redima de esa división
subjetiva, encuentra otra cosa de parte del analista. Encuentra “…algo que tiene
que ver con lo que está en el origen, que es su propio deseo que lo remite a otro
deseo, porque el deseo es deseo del Otro, y el deseo del Otro se llama, en la
dimensión analítica, el deseo del analista.” (Umérez y colab., 2007, p. 152). Por
otro lado, Lombardi ubicará a la función primaria de la interpretación en el “hacer
presente en el decir el deseo, eso que no es ficción, sino lo que el discurso
analítico introduce en lo real ya desde antes de la gestación de esa ficción que el
análisis favorece – a veces más de lo estrictamente necesario.” (Lombardi, 2008,
p. 20). Y será Lacan mismo quien, en el mencionado escrito La dirección de la
cura, sostenga que la rectificación subjetiva en Freud es dialéctica y “parte de los
decires del sujeto para regresar a ellos, lo cual quiere decir que una interpretación
no podría ser exacta sino a condición de ser… una interpretación” (Lacan, 1988a,
p. 574). Entonces lo fundamental de la interpretación no es la virtud de lo exacto,
sino si promueve un efecto de verdad. Esta dimensión de la verdad permite hablar
de una ficción. La verdad se presenta entonces bajo los términos de la ficción,
bajo la trama de la ficción. Siguiendo a Fabián Allegro, la interpretación “habla y
apunta a una dimensión más bien moebiana, una dimensión topológica en donde
lo que se logra con la interpretación (mejor dicho se des-logra, porque nunca hay
encuentro, sino más bien, desencuentro) es promover una dimensión en donde el
sentido encuentra una relación íntima, pero a su vez externa, con respecto al sin

27
Altemir Juan Martín

sentido” (Umérez y colab., 2007, p. 144). Esta cuestión referida a la topología será
abordada en mayor profundidad en el apartado posterior.

Es pertinente acompañar a Haldemann en lo que refiere a la


responsabilidad del acto analítico, en tanto plantea que el del analista es un saber
responsable –como fue trabajado previamente-, dado que su posición es
responsable. La responsabilidad que le cabe es la de “introducir al sujeto en el
orden del deseo” (Lutereau y Ramos Comp., 2010, p. 223). Dirá entonces que en
caso de creer que su función es validar una demanda, estaría declinando de esa
responsabilidad. Lacan sostendrá esto en el escrito Psicoanálisis razón de un
fracaso, afirmando “El acto es aquello por lo cual el psicoanalista se compromete a
responder de él” (Lacan, 2012, p. 366). Es en ese punto que radicará lo que para
Lacan tiene de didáctico un psicoanálisis. Continuando con Haldemann en su
consideración sobre la perspectiva de Lacan de que “el analista detenta la acción”
(Lutereau y Ramos Comp., 2010, p. 212), se procurará entender al analista como
una función que nombra de una determinada manera. Retomando lo planteado
anteriormente, el analista no es un ente, sino una función, que tiene que ver con la
realización de un acto que no es cualquier otro: el acto analítico. Con esta
consideración, se procederá a elaborar una breve lectura del tema en el marco de
lo trabajado en la primera mitad del seminario 20, en función de servirse de estos
trabajos como marco teórico para la articulación.

MARCO TEÓRICO

ABORDAJE DESDE EL SEMINARIO 20

En este apartado se condensará la perspectiva de Lacan a fines de su obra


sobre el trayecto de un análisis y el lugar del analista y sus intervenciones, en
función del trabajo con el analizante. En este seminario, Lacan ubicará que en los
primeros tiempos del análisis el sujeto transita con su signo de amor, lo que le han
ofertado, el modelo desde donde habla y el modo desde donde va a demandar, en
los términos considerados en los apartados anteriores de la tesina. Son las viejas
palabras del discurso amo que lo atrapan y le dan identidad. Se superpone el

28
Altemir Juan Martín

signo de amor y el amor fusional, aquel que no se puede traicionar. Desde ese
lugar se dice que el amor es reciproco y hay relación sexual, con los estragos que
produce esto ya que opera en términos de esencialidades que encastran, con la
fuerza de un concepto universalizante. En los primeros tiempos del análisis, el
analista se prestará entonces a quedar confundido con el Otro primordial hasta
tanto se haga lugar a que la demanda de amor se convierta en demanda de
análisis, como construcción en transferencia a través de su manejo. Es desde esta
posición que el analista se podrá ubicar para conmover esta posición desde un
otro Otro, para que el Otro previo del sujeto pueda llegar a quedar interpelado en
su fijeza. El sujeto quedará afectado como consecuencia del límite a la demanda
de amor pero sin rechazarla, dado que será alojada vía la transferencia del
analista. Se tratará de abrir espacio a la espera para que haya un efecto que dé
lugar a afectos. Y así es que se podrá hablar de un sujeto afectado. Este tiempo
de transición que parte de la imagen especular se orienta a conmover y corromper
los sentidos coagulados. De este modo la imagen especular quedará afectada por
lo inespecularizable, en la medida en que lo no reconocido de sí se vaya
incluyendo a través de los movimientos en análisis. Se tratará de que las
operaciones del psicoanalista incidan en la posición objetalizada del analizante
propiciando sucesivos desprendimientos. Los mismos podrán producirse a partir
de la inclusión del objeto, el objeto a como primera traducción subjetiva de la
angustia. En este seminario Lacan se preguntará respecto de aquel sujeto
arrasado en esa fijeza significante, haciendo relación con ese Otro que se replica
en otros, desconociendo la no relación sexual: ¿cómo poder interpelar entonces
desde la posición analítica eso que lo deja al sujeto pegado al Otro?; ¿cómo pasar
de la lógica fálico-castrado a la lógica de la sexuación?. Es en función de
intervenciones que apunten a producir el pasaje de “no quiero saber nada de eso”
a que el sujeto “quiera saber”, que se tendrá que producir un equívoco en la
imagen especular, esa imagen se tendrá que equivocar hasta que pueda advenir
un acontecimiento de decir, para que pueda aparecer un nuevo ser en el sujeto, es
decir, pasar del signo de amor al signo de sujeto. El analista debe orientar el
trabajo para conmover este simbólico previo como condición para que el sujeto

29
Altemir Juan Martín

pueda llegar a verse ahí. Interpelar esta reciprocidad para que dé lugar al goce del
Otro que no es signo de amor. Es un trayecto con distintos puntos de inflexión, en
donde lo mismo de siempre, las viejas palabras, se tocan de un modo diferente.
Desprendiéndose de objetos (que taponan la falta/vacío), para poder llegar al
calce de un propio objeto y a partir de ahí un S1 inventado que funcione como
amo para sí. Se debe volver a las “viejas palabras” de otro modo, adquiriendo otra
potencia que obstaculice hacer Uno desde el bloque de la fusión para propiciar
mayor dificultad hasta advenir al punto de embarazo3 donde el sujeto ya no
pueda desentenderse de sus dichos que le conciernen. El decir como
acontecimiento que orientará la escritura de Hay de lo Uno en singular, en la
soledad del hablante que permitirá hacer su propia apuesta. Recién después de
esto será posible hacer lazo desde la no relación, bajo las condiciones del
encuentro que hace verdadero lazo. Sobre las condiciones del análisis, Lacan
(1992) referirá que con “estas necedades vamos a hacer el análisis, y entramos en
el nuevo sujeto que es el del inconsciente…” (p. 31) dado que “…justamente en la
medida en que nuestro hombre consienta en no pensar, podremos (…) sacar
algunas consecuencias de los dichos: dichos de los que no cabe desdecirse,
según las reglas del juego. De allí surge un decir que no llega siempre hasta poder
existir al dicho. A causa de lo que le ocurre al dicho como consecuencia. Esta es
la prueba donde, en el análisis de quienquiera, por necio que sea, puede
alcanzarse algún real” (p. 31).

La posición del analista se lee aquí entonces como otro Otro que incluye la
falta y transmite algo que va a incidir para que el sujeto interpele su Otro previo,
aquel con el que llega a análisis. Sustrayendo signo de amor, del cual está lleno el
sujeto que llega a la consulta, y producir un vacío ahí donde no lo hay,
convocando a la transferencia. Transferencia del analista que aloja convocando al
trabajo de análisis, y de este modo el sujeto es convocado a emitir su propia voz.
La voz del analista para convocar al “tu” del impenetrable subjetivo, para que

3
Siguiendo las coordenadas el cuadro matricial de la angustia planteado en la página 88 de la edición de Paidós del seminario 10 de
Lacan.

30
Altemir Juan Martín

pueda emerger, en algún momento, la propia voz. La propia voz que implicará
poder llegar a escucharse, como efecto de una torsión posterior en la posición.

El sujeto que llega demanda la omnipotencia del Otro, -la sostiene a través
del fantasma, como se comentó en el apartado anterior- el objeto que se ha sido
para el deseo de la madre. Será la función del analista tocar eso es para que se
pueda empezar a desprender de lo que tapona el vacío, entendido en tanto
función de la causa en el encuadre del enigma: el no saber qué quiere el Otro.
Esta significación fálica va a estar fuera de él y permite pasar del universal fálico,
esencial, al universal inesencial, único para cada uno y producto de la propia
elaboración. De lo que cada uno se puede servir y lo que sirve para cada uno.
Será entonces tarea de la posición que el analista apunte en su trabajo a lo
irremediable de la división subjetiva. Implica un quiebre respecto del círculo, del
espacio unicentrado del narcisismo. Este es un único orden (así comienza el
trabajo, en esta posición llega el sujeto a las entrevistas preliminares, posición que
remite a un único orden). Entendiendo entonces el espacio unicentrado del
narcisismo como una forma emblemática de llegada al dispositivo, es posible
considerarlo solidario a la noción de la primera imagen especular. No da lugar a
desprendimiento de objeto (en tanto ahí el sujeto ha quedado objetalizado o
presenta un objeto que tapona la falta en el Otro).

Retomando entonces la cuestión del análisis en tanto se apunta en él a un


pasaje de la lógica fálico-castrado, tener no-tener (la cual está basada o se
desprende de la premisa universal del falo ubicada por Freud) a la lógica
topológica, la cual va a permitir la inclusión del objeto. Dicho objeto es aquel que
articula la falta, aquel que la va incluyendo, el cual difiere por ejemplo del objeto
presente en el Acting Out, el cual pretende tapar la falta. La inclusión de la lógica
topológica se introduce desde la posición analista, por medio de la orientación de
sus intervenciones. Lacan sostendrá que a través del discurso analítico –
recordando que Lacan entiende al término discurso como una forma de hacer
lazo- “el sujeto se manifiesta en su hiancia, a saber, en lo que causa su deseo”
(Lacan, 1992, p. 19). Será esto lo que para Lacan ponga de manifiesto el hecho de

31
Altemir Juan Martín

que “”no hay génesis sino de discurso”, argumentando con su abordaje ético y no
óntológico del sujeto que “…el que esta topología converja con nuestra
experiencia hasta el punto de permitirnos articularla, ¿acaso no es algo que puede
justificar lo que, en lo que ofrezco, se sustenta, (…) por no recurrir nunca a
ninguna sustancia, por no referirse nunca a ningún ser, y por estar en ruptura con
cualquier cosa que se enuncie como filosofía? (Lacan, 1992, p. 19). Otro modo de
pensar el lugar del analista es como semblante que vehiculiza lo Real que hace
obstáculo a la relación sexual, de manera que pueda ubicarse para el sujeto la no-
relación.

Es la metáfora paterna la que introduce al universal fálico, pero de lo que se


trata no es de tener o no, sino de que se introduzca el falo como orientación, como
potencia, como fue ubicado anteriormente en el escrito de Lacan sobre la
dirección de la cura. Por lo tanto, se espera que en el análisis pueda introducirse
la lógica del límite a través de sus intervenciones. Se trata de ubicar el falo como
reserva operatoria que está sustraído de la imagen, a diferencia del brillo fálico.
Lacan ubicará en el escrito “El Atolondradicho” que “Basta que el asunto de yo así
como el asunto de falo (…) se articulen en el lenguaje, para que se vuelvan asunto
de sujeto y dejen de ser de la sola incumbencia de lo imaginario” (Lacan, 2012, p.
481), es decir, es necesario que tales elementos se encuentren articulados en el
lenguaje para que esto pueda devenir asunto de sujeto, para que quede
efectivamente afectado. Esto permitirá llegar a un verdadero pliegue, a diferencia
de cómo llega el sujeto al análisis. Este funcionamiento inicial desde el principio
del placer y su inmediatez. Se puede presentar incluso actuando al modo del
acting out, no basado en relación a la causa del deseo. Estas intervenciones que
apuntan al punto de introducir un límite, de poder localizar lo posible para cada
uno, van en la línea de contar con el objeto. En principio ello puede llegar a
producirse desde la posición del analista como “al menos uno no castrado”, como
un semblante que cuenta con el falo mismo. Dicha posición da lugar a poder
introducir un impasse respecto de lo que desde el sujeto lo lleva al abrazo al padre
muerto, dado que el analista se ubica de aquel modo para no repetir el lugar de
ese padre muerto que se dirige al fracaso, ese Otro primordial. Se contrapone al

32
Altemir Juan Martín

padre muerto, como padre vivo que incluye lo triple del nombre del padre: lo real,
lo simbólico y lo imaginario. Lo real queda introducido para así poder tocar al
sujeto, afectarlo. Se tratará de convocar a la homologación al deseo del Otro como
deseo del analista en cada sujeto. Aquello como lo que orienta a que el sujeto se
pueda ir vaciando de ese objeto que se era para el Otro, de esa posición de falo
para el Otro. En otras palabras, que se haga vacío vía el desprendimiento del
lugar de objeto del Otro. De este modo el analista como semblante podrá dar lugar
a un trayecto en el sujeto que permita cernir un goce posible (el cual se
contrapone al goce deslocalizado, también denominado en este seminario como
“el goce que no conviene”)
En el trayecto de un análisis se trata de ubicar que no se trata de la lógica
de tener/no-tener, sino de llegar a hacer con la nada, de poder soportar la falta.
Hacer con nada, es poder incluir la castración como real, como falta, lo que nada
tiene que ver con que el hombre tenga y la mujer no-tenga, es decir, con la
castración imaginaria, dado que en lo Real a la mujer no le falta nada. Llegar a ello
es a partir de la posición del analista como semblante “al menos uno no castrado”
–vale la aclaración, bajo la égida de la castración para todos-, que permite un
modo de salida del abrazo al padre muerto.
Es pertinente introducir entonces la siguiente pregunta, en función de la
viñeta a trabajar en el apartado posterior: ¿A partir de qué señales podría darse
cuenta de que en el análisis hay un analizante en cuestión? Dado que no cualquier
cosa aloja o da lugar a un sujeto afectado. ¿Qué cuestiones se pueden ir ubicando
con la orientación del analista desde la entrada en análisis?

A lo largo del análisis se van produciendo movimientos en el sí mismo del


sujeto. Uno de ellos es cuando el sujeto puede retornar al sí mismo desde otro
lugar, otro sí mismo que no está de entrada. Poder comenzar a nombrarse con lo
que no se puede nombrar, hablar en nombre propio incluyendo lo indecible.
Pequeñas diferencias evanescentes empiezan a producir puntos de inflexión
donde el sujeto se ve. Luego, ese verse lleva a una torsión que es leerse. Eso es
efecto de análisis. Se trata de ubicar pasos para que algo llegue a ser asunto de
sujeto. La torsión consiste entonces en verse y leerse en esa variación, a otro

33
Altemir Juan Martín

hasta llegar a producir la reducción del Otro al otro a condición de pasar por ubicar
la falta en el Otro. Todo lo que hacía relación está del lado de la esencialidad del
objeto, en la reciprocidad en la relación sexual. En su reseña del seminario sobre
el acto psicoanalítico, Lacan lo dirá de la siguiente manera “El acto acontece por
un decir, a partir del cual el sujeto cambia. Andar no es un acto sólo porque se
diga “eso anda”, o incluso “andemos”, sino porque hace que “yo llego allí” se
verifique en él” (Lacan, 2012, p. 395). Otro de los movimientos tiene que ver con
poder llegar a hacer lazo “verdaderamente”, lo cual nada tiene que ver con el
signo de amor que hace bloque. El análisis se orienta hacia los movimientos
intrasubjetivos y desde allí el sujeto podrá hacer lazo en lo intersubjetivo. Ese decir
como acontecimiento inaugura un discurso que concierne al sujeto desde donde
el deseante podrá incluirse en el lazo, a donde apunta Lacan cuando en el
seminario “De un Otro al otro”, al decir “Lo que enuncio del sujeto como efecto del
discurso” (Lacan, 2006, p. 43).

Lacan refiere en la primera clase del seminario 22 (de nombre R.S.I.) que el
analista siempre es dos: uno es el que opera, es el semblante que vehiculiza lo
real y otro es el que formaliza la operación4. Un momento tiene que ver con
operar, escuchar, intervenir para que el sujeto advenga analizante. Otro momento
tiene que ver con cómo el analista, o practicante de psicoanálisis, puede llegar a
formalizar los efectos como puntos de inflexión, con la transferencia del analista.
Retomando lo fallido de la metáfora paterna, es por ello que está lo
sintomático compulsivo que no recubre los impasses de la sexualidad femenina,
es decir, no recubre los límites que tienen que ubicarse con la lógica de la
sexuación. El trayecto del análisis tiene que orientarse hacia un cambio en la
economía de goce, sustrayendo goce deslocalizado. Lacan definirá al goce en
este seminario como aquello que “Se reduce aquí a no ser más que una instancia
negativa. El goce es lo que no sirve para nada. Asomo aquí la reserva que implica
el campo del derecho-al-goce. El derecho no es el deber. Nada obliga a nadie a
gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del goce: ¡Goza! Justamente

4
La referencia se ubicó en la versión crítica del seminario realizada por Rodríguez Ponte utilizada para
funcionamiento interno de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, del año 1989.

34
Altemir Juan Martín

allí se encuentra el punto de viraje que el discurso analítico interroga.” (Lacan,


1992, p. 11). Se entenderá este goce entonces como lo que no cesa de escribirse.
Se repite el más allá del principio del placer en la compulsión de repetición. Hay
cierto placer que se traduce como goce doloroso, distinto al alivio que Freud
proponía en “Más allá del principio del placer” (1920) como baja de tensión. En el
trayecto de un análisis se procurará que haya recuperación de goce, plus de
gozar. Una plusvalía del lado del sujeto, como ganancia del sujeto. Esta plusvalía
está ubicada en el discurso, deberá advenir un hablante con la construcción de la
demanda en análisis.
Todo ello se da en la dimensión intrasubjetiva. Los efectos que produce la
mirada del analista como límite exterior, que ya no es la mirada determinante del
gran Otro. Esta mirada que no está esencialmente determinada dará lugar a una
mirada en el sujeto que pueda ir armando interioridad, pueda conmover algo del
narcisismo primero, para que se incluya la falta. Esto será ubicando la metáfora
paterna transmitiendo la falla. La metáfora paterna (a desarrollar en mayor detalle
en un apartado posterior) otorga un valor fálico, asegura un yo en el mundo con lo
que el padre orienta. Sirve para que el sujeto no quede como deyecto de la madre.
Introduce en el lenguaje, pero no alcanza para cubrir los impasses de la
sexualidad femenina. La metáfora paterna va a estar introducida en el pasaje del
lenguaje (lo dado) y se tratará de orientar un trayecto que introduzca a la lengua,
que es lo singular para cada uno. Hay que llegar a los afectos que son los efectos
de la lengua, sensibilizando lo que no está de entrada. Al decir de Lacan, hay que
sensibilizar la defensa, lo cual se ubica cuando en el escrito “Ideas directivas para
un congreso sobre la sexualidad femenina” afirma sobre el análisis que “es en ese
sentido como una develación del Otro interesado en la transferencia puede
modificar una defensa gobernada simbólicamente” (Lacan, 1988a, p. 711), en
tanto entiende la defensa como “la dimensión de mascarada que la presencia del
Otro libera en el papel sexual” (Lacan, 1988a, p. 711). Esta afectación del sujeto
en análisis irá en función de incluir el calce de objeto para cada uno, en relación al
bien decir, como lo que cada uno puede inventar en este hacer con nada, con lo

35
Altemir Juan Martín

que cada uno puede hacer en relación a la falla estructural, más allá de la propia
estructura.

Hay que tener en cuenta qué intervenciones producen que algo se torne
audible para el sujeto y entonces suceda algo diferente a como venía sucediendo,
provocando sorpresa en el sujeto que puede responder allí desde otro lugar, con
otra visión. Empieza a haber el mencionado plus de gozar. Cuando algo se torna
audible para el sujeto es cuando cierta intervención es adecuada, ya que se ven
sus efectos. Se trata de cómo instaurar algo para que haya un modo de goce para
el sujeto. Lo que se va a producir en un análisis es salir de los sentidos dados a
que el sentido lo dé el objeto, para generar que el deseante cuente con recursos
subjetivos. Esto es con los sucesivos desprendimientos de objeto ya sea donde el
sujeto se ubicaba como falo (objeto) del Otro (el sujeto ubicado taponando la falta
fantasmáticamente) o poniendo objetos que suplen ese lugar de la falta. Cada
desprendimiento de objeto produce un vacío dando lugar a la formación de
sucesivas -i(a)- imagenes, a modo de ir introduciendo el límite a lo ilimitado.
Siempre este trabajo es rodeando la castración, en función de incluir un límite.
Incluirlo lleva tiempo además que el sujeto pueda ser permeable a la falta, y no
quedar llevado a taponar, sino que algo lo interpele, poder pensarse ahí donde no
distingue lo que le viene de él y del Otro. Es con el semblante que se introduce lo
que no en ese goce deslocalizado que causa estragos. Es necesario un goce que
vivifique y no el goce deslocalizado que mortifica. La única libertad posible será,
entonces, con la falta.
Será la dirección de las intervenciones de la función de analista el apuntar al
pasaje de lo necesario como obligado –en tanto las viejas palabras, la compulsión
de repetición sintomática- a un escrito como necesario lógico ubicando lo que para
cada uno es necesario. Esto tiene lugar con sucesivas inflexiones que van
produciendo una torsión. De aquello que parecía puro destino hasta llegar al
sujeto deseante. El analista posibilita que el sujeto se vea, algo del deseo emerge.
Solo desde el deseante se sostiene ese nuevo lugar. El analista aportando
semblante con cuerpo posibilita que se pueda ir produciendo en el sujeto otro

36
Altemir Juan Martín

punto de partida. Orienta lo que para el sujeto podrá quedar interpelado para llegar
a una invención.
Se suspende el sentido de las palabras, de esas viejas palabras. El paso
siguiente es el borramiento donde se produce una articulación entre lo posible y lo
contingente. El tercer momento de esa lógica es la desaparición del sentido
antiguo de los mandatos que le vienen del Otro con lo cual el sujeto habiendo
alojado lo contingente articulado con lo necesario empieza a ser asunto de él y lo
tiene a su disposición como recurso con el que cuenta. Esta articulación lógica de
lo contingente con lo necesario es la condición para que en otro paso pueda llegar
a articularse lo necesario con lo imposible como el verdadero límite efectuado y
entonces contar algo para sí. En este seminario Lacan planteará que es el acto el
que cava un vacío a nivel de la otra satisfacción, la que obstaculiza la relación
sexual como el goce fálico. Esto ocurre como efecto de la operación de al menos
uno que no está castrado. Es a lo que Lacan referirá en al indicar “Esto es lo dicho
en lo tocante al goce, en cuanto sexual. Por un lado, el goce está marcado por ese
agujero que no le deja otra vía más que la del goce fálico. Por el otro, ¿Puede
alcanzarse algo que nos diga cómo lo que hasta ahora no es más que falla,
hiancia en el goce, puede llegar a realizarse?”(Lacan, 1992, p. 16). Al principio es
con el soporte del analista, a través de operaciones del analista para que el sujeto
pueda soportarse, para que pueda aparecer el sujeto. En ese punto, con la
producción de ese vacío, habrá recuperación de goce como plus de gozar. Es otro
estatuto de goce, no el del horror, de la inmediatez del principio del placer “que no
conviene”, sino que es el goce en singular, el necesario para cada uno. El acto da
cuenta de ese plus de gozar. Se puede decir entonces que la otra satisfacción
(referida en el título de la quinta clase del seminario trabajado aquí) no es la baja
de tensión, sino el goce fálico que introduce una medida. El analista como objeto
ofrece otra satisfacción, como objeto disponible cada vez. Tiene que estar
disponible para esa función. En conclusión, el análisis operará, sobre esas viejas
palabras que sostienen la escritura de la estructura en el sentido de la letra
muerta, las cuales en el inconsciente funcionan como concepto universalizante. El
analista será aquel que trabaje en función de cómo ubica el lugar de las “viejas

37
Altemir Juan Martín

palabras” para empezar a producir las pequeñas diferencias, en principio para ir


ubicando lo que no es necesario. Ir entonces de lo necesario como obligado a lo
no necesario, para entonces con lo no necesario ubicar lo imposible, lo cual
implicará un paso más. Esto es, lo imposible de seguir esperando del Otro. Este
trabajo analítico lleva al acto, a la constitución de un borde propio. El acto incluye
el movimiento y excluye el concepto como universalizante, con el que llega el
sujeto. Aquí concluye la reseña sobre lo que servirá de herramienta conceptual
para trabajar la articulación entre dispositivos.

Metodología

Para la elaboración de la presente Tesina, se destaca el abordaje de la


realidad en base a concepciones teóricas psicoanalíticas y a la práctica ejercida
en el ámbito clínico. En función de una viñeta clínica presenciada en una
institución, se procede a realizar una lectura en función de un marco teórico dado,
con la consecuente búsqueda bibliográfica que lo soporte y permita sostener –o
refutar- la hipótesis planteada. Apoyando entonces lo postulado por la autora De
Souza Minayo (2002), el enfoque teórico adoptado y las técnicas elegidas para
reflexionar sobre la realidad colaboran con la interpretación de la misma y el
“potencial creativo” del investigador (p. 14).

Hipótesis

La pregunta que se plantea y que guía el recorrido es: ¿Cómo y por qué
pensar para este sujeto un acompañamiento terapéutico orientado por una
perspectiva psicoanalítica?

A partir de dicha pregunta, se desprende la siguiente hipótesis: El


dispositivo de acompañamiento terapéutico presenta para este caso un lugar de
intervención clave, en tanto sea sustentado por una orientación psicoanalítica.
Cabe aclarar que es una hipótesis como motor de trabajo, en tanto no se cuentan

38
Altemir Juan Martín

con los datos observacionales para corroborarla o no, si no que el soporte será
teórico y en carácter de proposición a la luz de los datos con los que se cuenta.

Objetivo general

- Ubicar los lineamientos de un acompañamiento terapéutico basado en la


ética del psicoanálisis.

- Reflexionar sobre las posibilidades y el modo de aplicación para la


viñeta presentada.

Objetivos específicos

- Describir qué es un acompañante terapéutico.

- Delimitar qué es lo específico de la posición analítica y de sus


intervenciones, en función de determinar los efectos a producir desde el
lugar del acompañante.

- Dar cuenta de las posibilidades y los límites del dispositivo para el caso.

Método

El método utilizado es el de una investigación de carácter cualitativo.


Trabaja con el universo de significados, motivos, aspiraciones, creencias, valores
y actitudes, lo que corresponde a un espacio más profundo de las relaciones, de
los procesos y de los fenómenos que no pueden ser reducidos a una
operacionalización de variables, como ubica De Souza Minayo (2002, p. 15).

Diseño

El diseño es de carácter exploratorio – descriptivo. Basándose en una


viñeta obtenida de la observación de un espacio terapéutico, se llevará a cabo una
puesta en común de los observables recurrentes para sacar conclusiones alusivas
a la temática a investigar. Se procederá a tener en cuenta los puntos
contradictorios ubicados en la bibliografía y aquellos en los que sea necesario
profundizar para futuras investigaciones sobre el tema.

39
Altemir Juan Martín

Técnicas de obtención y análisis de datos

El análisis de datos se hará en función de un análisis explotatorio cualitativo


(Samaja, 1993, p. 228). Se procede a la ejecución de un estudio con muestra de
sujetos tipo o estudio de caso, típicamente utilizados en estudios cualitativos,
según refiere Sampieri (Sampieri, Fernandez Collado, Baptista Lucio, 1997, p.
279). La utilidad de este tipo de estudio se debe a que el objetivo es la riqueza,
profundidad y calidad de la información, y no la cantidad, y estandarización
(Sampieri, Fernandez Collado, Baptista Lucio, 1997, p. 279). El muestreo es de
tipo oportunista o por conveniencia, ubicado dentro de los tipos de muestreo no
probabilístico -también llamadas muestras dirigidas, pues la elección de sujetos u
objetos de estudio depende del criterio del investigador-(Sampieri, Fernandez
Collado, Baptista Lucio, 1997, p. 279), dado a que se toma ventaja de una
condición que se ha presentado al investigador para el desarrollo del problema, a
posteriori de la recolección de datos.

En el caso de la presente tesina, la fuente es primaria debido a que consiste


en la observación del dispositivo de grupo terapéutico. Esta observación es
realizada en el contexto de la práctica profesional “Abordaje de las Patologías del
Acto: La clínica en los bordes” en la institución INEBA. Se recurre a la observación
en el dispositivo clínico del grupo terapéutico, el cual está conformado por los
pacientes internados y un psicólogo que coordina la reunión. El rango de edad de
los internados es de 18 años en adelante. La participación en el grupo es
voluntaria. El lugar del grupo terapéutico se ubica en una zona apartada de las
habitaciones de los internos, en un salón con sillas dispuestas en círculo. Los
encuentros solían tener una concurrencia de más de 10 internos cada vez, empero
en cada sesión solo participaban activamente no más de 4. Quien coordinaba la
reunión dejaba libre el espacio en principio para el que quisiera participar primero,
y luego abría a las demás participaciones. La observación de la que se obtuvo el
caso a trabajar se realizó en dos sesiones consecutivas, con una semana de
intervalo entre ambas.

40
Altemir Juan Martín

Viñeta clínica

Primera sesión

F es un interno de aproximadamente 30 años. Ingresó a INEBA el día


anterior a este primer encuentro. F se presenta con nombre y apellido, e informa
que ya estuvo en INEBA, en el 2007. El coordinador pregunta entonces si acuerda
de él, y F le menciona que efectivamente recuerda que hablaron. Adviene
entonces la pregunta sobre el motivo de la internación de F, ante lo cual relata:
“Estoy acá porque tengo mucho tiempo libre y no lo puedo tolerar…trabajo en
casa y solo, y me toma pocas horas, trabajo con máquinas que hacen casi todo
solas…Extraño la calle”. El coordinador pregunta entonces, a qué llama la calle.
Para F la calle es “Recorrer la calle, yirar, estar por ahí. Estar encerrado y solo me
mata. Yo no soy de esos que pueden estar sentados con el culo sobre la tele todo
el día.”. Ese tiempo libre lo desespera, por lo que “para tranquilizarme me tomaba
tal combinación de pastillas y después pasaba el resto de la tarde dopado”. Al ser
consultado por su entorno F responde “amigo de verdad me queda uno, y en la
calle…no puede estar todo el tiempo conmigo. Mis dos hermanas tampoco, tienen
su familias, y estoy grande, tengo que poder cubrirme solo. En mi internación
anterior (2007) la tenía a mi vieja, pero falleció hace un tiempo. Y mi viejo tampoco
puede estar todo el tiempo conmigo, ya tengo 30 años…” Se toca también durante
la participación en el grupo de F el consumo de drogas, ante lo cual afirma “salgo
para hacerme pelota” y “me junto con gente que sé que me hace mal”. Se retoma
entonces el tema de la soledad, con el coordinador de grupo preguntando: ¿Por
qué no podés estar solo? F afirma “me pongo mal, me pongo loco, me hace mal
estar solo. Yo quiero estar tranquilo… Todos desean algo, yo lo que deseo es
paz…”. El coordinador insiste con la pregunta, específicamente por qué es lo que
sucede cuando está solo que le impide estar en paz. F continúa respondiendo en
la misma línea de sus palabras anteriores, por lo que deriva entonces en el tema
de las intenciones. “Yo creo en las intenciones, yo te puedo dar 20 millones pero si
los robe de una escuela, a mí no me sirve de nada. “ Refiere luego una relación de
5 años, en el contexto de referirse a las personas a las que cree haberles hecho

41
Altemir Juan Martín

daño, sobre lo cual que se reprocha marcadamente durante las conversaciones


una y otra vez, insistiendo con el “yo no quiero lastimar a nadie”. Indica que otras
personas estuvieron cuando las necesitó y luego él les dio la espalda en un
momento determinado. Se retoma entonces la referencia a las “malas compañías”
y cuenta que hace un tiempo tuvo un accidente automovilístico muy importante,
manejando bajo el influjo de sustancias. Cuenta que no tiene memoria de lo
ocurrido hasta el día siguiente al mediodía, no por algún golpe sino por el estado
en que se encontraba, y remarca que, le contaron, la pregunta que hacía repetida
e insistentemente a su padre (quien estuvo con él después del accidente) era:
“¿lastimé a alguien?”.

El coordinador produce entonces una intervención: “Yo no sé si te estás


escuchando, pero en todas tus acciones, en toda la potencia que desplegaste en
ese palo que te pegaste, eso va dirigido hacia alguien. La pregunta es: ¿A quién le
querés hacer daño? F afirma no querer hacerle daño a nadie, sino encontrarse
haciéndose daño a sí mismo. El coordinador entonces, sostiene su línea anterior:
“Ese es un discurso buenísimo, moral, muy correcto, es lo socialmente aceptado.
Acá venimos a hablar de algo sobre la verdad, o lo más parecido que haya a
eso…acá no importa lo socialmente aceptado. Vos... ¿A quién le querés hacer
daño?”. F insiste en que en esos desbordes se hace daño a sí mismo, por lo que
el coordinador cambia la pregunta, para hacerla virar a “¿Con quién estás
enojado?”. F sostiene su enojo para consigo mismo, en su intención de no querer
lastimar a nadie, por lo que el coordinador aplica una última torsión a la pregunta
“¿Recordás haberte enojado mucho cuando eras más joven?”. F afirma que sí. Al
ser consultado respecto de quién era objeto de tal enojo, F refiere que con su
padre. El coordinador sostiene una entonces pausa, soporta el silencio de F, el
cual hasta el momento se presentaba verborrágico. Pasados unos momentos,
quien coordina mira hacia otra interna y le dice “¿cómo estás?”, finalizando la
participación de F en el grupo.

42
Altemir Juan Martín

Segunda sesión

Una semana después, durante el relato de otra interna que cuenta sus
diferencias con el psiquiatra de la institución, F interviene indicando “¿Ese
psiquiatra? Es un tipazo…me dijo que vaya a ver a los testigos de Jehová…”

El coordinador, luego, le da la palabra preguntándole cómo esta, a lo que F


contesta “Y…me decepcionó lo que dijo el psiquiatra, me quedé mirándolo, porque
además esa ya la probé, estuve con evangélicos, todo (ríe)…Pero esta no es una
internación por adicción, yo esa ya la viví, en el 2007 estuve jodido y por eso vine
acá, pero ahora ya sé que la adicción pasa por otra cosa, pasa por qué estoy
tapando con eso, el problema es otro.”

Insiste, como la sesión anterior, la cuestión de su momento conviviendo con


otra persona, refiriendo: “Cuando tuve una familia arruiné todo”

Cuenta entonces un evento actual, sobre un llamado de su padre: “Ayer mi


viejo, le conté a ella (señala a una compañera), me llamó y al final me dijo “te
quiero”, y eso a mí me enoja…yo sé que le cuesta, que suena a una puteada
casi…pero me enoja escucharlo, no quiero eso de él “. El coordinador profundiza
entonces la pregunta del final de la sesión anterior, preguntándole a F el porqué
de tal enojo con su padre. F afirmará “Y… en todos los malos recuerdos que
tengo, está él. Yo ya estoy grande, tengo que pasarlo, mi viejo es como es, ya
está.”.

Posteriormente expresará su posición respecto de los intentos de suicidio,


sosteniendo: “Yo no creo en los intentos de suicidio, uno se quiere suicidar y lo
hace, te pones una pistola en la cabeza y tirás, y a menos que se enganche la
bala, es infalible. Me tiro de un séptimo piso y ya está, no me tomo unas pastillas.
Eso lo hice muchas veces, me tomaba un montón de pastillas, me iba a dormir, y
ya está, si a los dos días no aparecía ya iban a empezar a llamar”. Y relata, luego,
su primera vez de exceso con las pastillas para dormir: “Terminé la secundaria,
empecé arquitectura, y quería dejar, pero no toleraba lo que me iban a decir, así

43
Altemir Juan Martín

que me tomé un montón de pastillas, pero me asusté, le avisé a mi abuela y me


hicieron un lavaje de estómago…”

Al final de la sesión se retoma el tema de la religión, con F diciendo: “Como Jesús,


el padre, hijo y espíritu santo”

A lo que el coordinador responde: “Jesús también murió por su padre”

F Ríe…, y el coordinador afirma “Dejamos acá”, al tiempo que se levanta y se va.

Lectura de las intervenciones de la viñeta

El presente apartado intentará abordar las intervenciones del coordinador


del grupo terapéutico en las dos sesiones observadas con el paciente F, así como
sus efectos, desde una lectura del psicoanálisis de orientación lacaniana. Se
hipotetizará sobre el interno, y, finalmente, se problematizará lo adecuado del
dispositivo en función del tratamiento, o si hay otras posibilidades de tratamiento
que puedan aplicarse al caso.

La viñeta da cuenta de dos momentos distintos del efecto de un “corte de


sesión” (dentro de las limitaciones para tal tipo de intervención dentro de un
dispositivo de grupo terapéutico), en el sentido de dos puntuaciones que se dirigen
a cuestiones distintas, a diferenciar en los siguientes apartados.

Primer corte de sesión

En el primer encuentro el coordinador, al escuchar el desborde que vive -y


muestra- F, pregunta insistente y directamente a quién están dirigidas esas
acciones de pleno desborde: esto es, lo que interroga la direccionalidad del
desborde que vive F. Desde el discurso de F se puede ubicar la compulsión
sintomática, el síntoma como compulsión, el exceso en tanto punto de
presentación. El movimiento en exceso que desubica al propio sujeto. .
Considerando el cuadro matricial de la angustia mencionado en el marco teórico,
es pertinente recordar las coordenadas, entendiendo emoción en tanto
desagregación de la reacción catastrófica, así como turbación, en tanto un

44
Altemir Juan Martín

trastorno profundo del sujeto en la dimensión del movimiento. A este sujeto


extraviado parece apuntar la pregunta “a quién querés lastimar”. F no parece
acusar recibo del sentido que toma esa pregunta, pero toma peso en la pregunta
recurrente que hacía F a su padre luego de su accidente “¿lastimé a alguien?”.
Podría leerse allí un sentido que apela hasta el filo de la muerte en función de
hacerse reconocer. Otra manera de decirlo sería si es recurriendo a ese extremo
que puede llegar a ese reconocimiento. Estos excesos podrían leerse entonces en
términos de un acting-out, en función de una mostración, de acciones que lleva a
cabo el sujeto sin saber la verdad que aparece mostrada en las mismas, dado que
en el acting out algo se muestra a nivel del inconsciente. Este fenómeno da cuenta
de un sujeto que no aloja el tratamiento del dolor, es decir, donde hay pura acción
en el lugar del tratamiento. En ese punto de lo no reconocido de sí, es donde F
responde a través de un rechazo rotundo. El acting-out es una respuesta
compulsiva en la inmediatez de la acción. Es un lugar donde el sujeto queda fuera
del decir, posición cuya obscenidad queda del lado del arrebato, de la inmediatez,
donde lo no reconocido de sí queda excluido. El sujeto queda entonces
desimplicado. Las operaciones del psicoanalista serán necesarias para reorientar
al sujeto hacia la construcción de una pregunta que lo implique de manera de dar
lugar para decir sobre lo obsceno en función de posibilitar la inclusión de ese no
reconocido de sí. Se apuntará a ir produciendo, como respuesta, un pasaje de la
fijeza del error al movimiento que da lugar al equívoco, un trabajo de separación
del sujeto de su Otro primordial. Este trabajo será en análisis, en tanto Lacan
define al acting out como una “forma electiva en el curso del análisis…” (Lacan,
1999, 428) que, aunque pueda ocurrir fuera de él, “se trata ciertamente de una
tentativa de solución del problema de la relación entre el deseo y la demanda.”
(Lacan, 1999, 428) Es desde ahí que Lacan ubicará “casi” una equivalencia entre
el fantasma y el acting out, en tanto el segundo “está estructurado de una forma
que se parece mucho a la de un guión. A su manera, es del mismo nivel que el
fantasma.” (Lacan, 1999, 429). Esto implica entonces lo fallido de la operación de
la metáfora paterna, en tanto ésta requiere trabajo en análisis, introduciendo la
función del falo, que separa y destruye esa fusión. Desde el seminario de las

45
Altemir Juan Martín

formaciones del inconsciente se puede leer en Lacan el aspecto estructural de la


Metáfora Paterna, en función de su lectura sobre las carencias paternas en un
marco simbólico, separándose de las corrientes ambientalistas que abordaban en
ese momento la problemática del Edipo. Entendiendo entonces la metáfora
paterna entonces de la siguiente manera “¿De qué se trata en la metáfora
paterna? Propiamente, es en lo que se ha constituido de una simbolización
primordial entre el niño y la madre, poner al padre, en cuanto símbolo o
significante, en lugar de la madre. Veremos qué quiere decir este en lugar de que
constituye el punto central, el nervio motor, lo esencial del progreso constituido por
el complejo de Edipo.” (Lacan, 1999, 186).

Siguiendo a Atzori, el resultado de la metáfora paterna es “la creación de un


sentido nuevo” (Tausk, 2005, p. 89), es decir, “un sujeto afectado por la castración,
y no un objeto que completa a la madre” (Tausk, 2005, p. 89). La metáfora paterna
constituye, entonces, el entre, el lugar de posible movimiento para el sujeto, el cual
permite el lugar para la invención de estos recursos, ahora propios, para servirse
del padre y no seguir siendo empujado hacia la repetición de la trama ya
establecida.

Hecha la aclaración y retomando la viñeta clínica, puede indicarse que la


insistencia por la pregunta sobre “a quién quiere lastimar (F)”, apunta a echar luz
sobre el estatuto del desborde que vivió en este último tiempo, es decir, desde esa
misma oscuridad que él vivía. Al no encontrar el coordinador respuestas distintas a
aquellas que él llama un “discurso armado”, apela a una pregunta por la historia
(no en el sentido de hechos pasados, sino sosteniéndose en la historia que cada
individuo se construye a modo de ficción con efectos de verdad) del sujeto: ¿con
quién podría estar tan enojado F? Ante esta pregunta, los rodeos, las repetidas
menciones al no querer lastimar a nadie y al encontrarse perjudicándose a sí
mismo, dan lugar a algo de la novela familiar que parece hacerse un lugar esta
vez, sin haber sido dicho hasta el momento: el enojo de F es hacia su padre. En el
punto en el cual F ubica esto, el coordinador termina su participación en el grupo.
Esto no es sin acompañar el silencio que se produce en F, lo cual viene a detener

46
Altemir Juan Martín

un discurrir que impresionaba verborrágico, es decir, viene a conmover la


imposibilidad de detener la metonimia de las frases, hablando repetidas veces por
encima del coordinador. Es pertinente esta aclaración, en tanto recién cuando la
inhibición pueda operar, la compulsión podrá dar lugar a un movimiento subjetivo.

Este acompañamiento del silencio introduce una pausa que la sesión


terapéutica no había tenido hasta ese momento. Es notoria la diferencia que
produce una pregunta –sostenida en la hipótesis del enojo tras sus actos
compulsivos de distinto tipo- respecto de la primera, en la que el analista le pedía
a F que ubicara a quien querría lastimar con sus desbordes. La falta de titubeo en
la respuesta del segundo momento es un dato clínico: apunta a una primera
posible ubicación de F en un lugar de enunciación distinto. Esto se desplegará en
la siguiente sesión. La formulación de otra pregunta permitió que se diera lugar a
aquello que empujaba desde la invisibilidad.

El efecto de esta primera sesión puede leerse entonces como haber dado
cuenta de la posición de F en tanto parece encontrarse en la pura fusión, atrapado
en un padecer que lo empuja a repetir, donde lo propio le es arrebatado pues
queda en posición de fusión con su Otro, con su(s) padre(s) en él. La pregunta
que empujaría el futuro trabajo es ¿Qué sostiene F con su enojo? La intervención,
entonces, entendida como aquella fuerza que hace obstáculo a lo que pasa
desapercibido, permite dar cuenta, posteriormente, de dónde se puso una fuerza y
qué dejó salir.

Es a través de la técnica del corte de sesión aquí -podría decirse una


intervención analítica- que se obtienen efectos de localización del sujeto. En la
presente viñeta no se ubicó, al menos en esta primera sesión, una pregunta que
implique al sujeto (pregunta a construir en transferencia), pero sí se han alcanzado
puntos opacos como los mencionados en los que se podría sostener un trabajo.
Es decir, que pueda acercarse a ese saber sobre lo que no es él en él, un paso
lógicamente anterior a toda posibilidad de orientarse hacia lo no reconocido de sí.
Así, de acuerdo a las palabras de Miller (1998), “[se trata de] dar al sujeto un punto
de referencia, un lugar a partir del cual pueda, eventualmente, disociarse. Fijar y

47
Altemir Juan Martín

decir: “Es eso”, para permitir que el sujeto tome una distancia con relación a ese
punto. (…) indagar si eso es realmente lo que quería decir para obtener una
explicitación de su posición subjetiva con relación a aquel punto” (p. 74).

Que le habilite entonces al sujeto una posibilidad de preguntarse por sus


propias palabras, si es que son suyas, si tienen efecto de verdad para él, si puede
hacer algo con ellas: es decir, le brinda una posibilidad de responsabilización
sobre sus propios dichos. Dirá Lacan en el seminario 20 que “las viejas palabras,
las que ya sirven, hay que pensar para qué sirven. Nada más. Y no asombrarse
del resultado cuando sirven. Se sabe para qué sirven: para que haya el goce que
falta. Solo que –y aquí juega el equívoco- el goce que falta debe traducirse el goce
que hace falta que no haya.”(Lacan, 1992, p. 74). Lacan se refiere a que se pueda
gozar de una ausencia con esas viejas palabras, aun sustrayéndolas, en tanto
dejen de tener el valor que tienen y eso brinde el poder decir que “no” a la fuerza
indestructible que opera a través de ellas. Las viejas palabras que pueden ser una
formulación determinada, pero estas intervenciones cambian todo lo que se
supuso que se dijo durante toda la vida, es decir, ese lugar donde el sujeto quedó
escuchando eso siempre, sin poder sustraerse. Sustraerse de eso es que esas
viejas palabras tomen otro lugar. El trabajo del analista será dar lugar a la torsión
de estas palabras para dar lugar al advenimiento de un texto con textura en el
sujeto que ubique una distancia con el Otro. Relacionando ahora el efecto del
primado del significante con el concepto de responsabilidad, es pertinente volver a
seguir a Miller (1998) cuando dice que “Esa responsabilidad subjetiva es,
exactamente, el mismo lugar del inconsciente, lugar donde se cruzan
responsabilidad e inconsciente. (…) no se trata de identificar sino, al contrario, fijar
un punto que permita, eventualmente, la disociación del sujeto con relación a ese
punto” (p. 75). Lo que Soler (1988) llamará, definiendo la función de la
interpretación: “En la medida en que conmueve la seguridad de las significaciones
adquiridas, reactiva lo que llamaré el trabajo del querer decir” (p. 71). Es una
forma, entonces, de acercar el decir del sujeto a una dimensión de lo propio, en el
lugar de aquella batería de significantes provenientes de la trama familiar. Es en el
mismo lugar dado que es preciso el vaciamiento de los contenidos anteriores que

48
Altemir Juan Martín

abarrotaban de sentido la vida del sujeto. No es sin el trabajo sobre estos que es
posible un cambio de posición.

Respecto a un comentario de la técnica del corte de sesión en el sentido


que está siendo trabajado desde esta viñeta, es pertinente acompañar a Miller
(1998) en la siguiente cita “Puntuar implica cortar las sesiones, de lo contrario, la
puntuación queda completamente en el aire; una puntuación anula a la otra. Para
que la puntuación se inscriba, para que se permita al sujeto localizarse frente a la
fijación de la puntuación, es necesario cortar la sesión” (p. 81). Es desde aquí que
se sostiene la técnica aplicada, en pos del sostenimiento de la emergencia (fugaz,
a cada vez, más aun en dispositivos grupales donde la configuración es distinta al
dispositivo analítico tradicional) del discurso del sujeto. Se procederá a desarrollar
la lectura de la segunda sesión/intervención.

Segunda intervención

En la segunda sesión F se presenta con una posición distinta respecto de


aquello que trajo en la primera sesión: al principio, pareciera tener más claro que
el psiquiatra de la institución que su desborde y el consumo de drogas da cuenta
de algo que está comenzando a esbozar una necesidad de trabajo, una
problematización. Esto es base a en respuesta –a través de la risa- a la
recomendación del psiquiatra de la institución: que busque a los testigos de
Jehová.

En esta sesión se produce una profundización de lo que F comienza a


ubicar como una presencia muy fuerte de su padre: no hay recuerdo malo en el
cual [su padre] no se encuentre. Es pertinente recordar que su padre es una figura
que apareció en la primera sesión luego de preguntas e intervenciones del
analista, dado que en un principio F no daba en su discurso el lugar que su padre
en él demostró tener después. En esta sesión comienza a producirse algo del
orden de una elaboración con esto, una “verificación” de los recursos de sí mismo
para separarse de ello y hacer con eso: esto se ve en tanto ríe al mencionar su

49
Altemir Juan Martín

experiencia en tratamiento para su adicción con un grupo religioso, mientras,


actualmente, comienza a sostener el lugar de su palabra en lo que le pasa aún
frente a un psiquiatra que pareciera, en principio, orientado en otra perspectiva de
lo que es la “cura”.5

Será F mismo quien ubique, en su afirmación sobre la “inexistencia” de los


“intentos” de suicidio (basándose en la presunta infalibilidad de dos ejemplos que
menciona), el carácter de apelación al Otro de sus propios excesos con las
pastillas para dormir. F afirma que tomaba una cantidad importante y se iba a
dormir, sin avisarle a nadie, pero sosteniendo en su afirmación al mismo tiempo
que en un par de días lo encontrarían. Esto es, reconoce en su misma distinción
que aún en esa manifestación del desborde no había una intención directa de
darse muerte, como la habría si intentara esos métodos “infalibles” de hacerlo,
como él mismo definió. Trae incluso el primero de estos sucesos, en el cual ingirió
un exceso de pastillas para dormir dado que se encontraba en una carrera que no
lo causaba y no sabía cómo decir a sus padres que no quería continuarla. En esa
búsqueda del reconocimiento vía el acting out, él se queda sin ser, y recurre a las
pastillas. Tiene que llamar vía la posibilidad de desaparecer, dado que no hay
palabras. Sera el trabajo reorientar eso a una palabra que lo implique. A que él se
haga responsable de su causa de deseo, por ejemplo en ese caso de dejar la
universidad para cambiar de carrera. La responsabilidad no es algo que va de
suyo. Cuando la responsabilidad toma un peso que no puede cargar, el sujeto no
está orientado en la responsabilidad, en tanto esta verdadera responsabilidad
libera, no da peso. La pregunta a trabajar en el tratamiento será cómo ubicar esto
en relación a F, dado que F habla sin responsabilidad en estos términos, sino con
culpa. Congelado en el guion de quien arruinó todo, pero siempre desde un lugar
de objeto del Otro, un hablar a pura pérdida.

Es entonces que se llega a la referencia religiosa y esta vez el corte de


sesión es producido no a partir de una respuesta de F, sino desde una
intervención del coordinador, indicando “Jesús también murió por su padre”. El

5
Esto será abordado en mayor extensión en el apartado siguiente de lectura de la viñeta, respecto de las posibilidades institucionales para
el tratamiento de F.

50
Altemir Juan Martín

coordinador capta algo de esta cuestión del padre, pero en el punto del horror,
dejándolo ligado al padre de la vida real, y no al padre en F. En un trabajo analítico
será fundamental poder darle el lugar para que hable del padre en él, dado que es
esto lo que puede empezar a equivocar el error. Eso es lo que va a dar lugar a que
se pueda estructurar la angustia: hablar de ese padre en él, de los recuerdos
malos, qué esperaba de su padre y con qué padre hoy puede contar hasta poder
advenir a una versión de un padre en él. Por el momento solo el padecimiento lo
deja esperando del Otro. Esta intervención del coordinador podría sostenerse en
un intento de brindar luz sobre la posición que presenta F respecto de su padre, al
cual recuerda en todos sus momentos malos, y a la vez, pareciera –desde la
dirección que toman las intervenciones del coordinador- que le “dedica” todos sus
desbordes. Tal intervención es, igualmente, riesgosa, si bien efecto de un cálculo
que será corroborado únicamente aprês coup. La potencia de ese enunciado
radica en el significante “también”, el cual implica directamente a F en aquello
dicho. Amerita entonces la pregunta ¿Cómo introduce al coordinador al padre? De
un modo confrontativo, frontal, lo cual no deja de confrontar al sujeto con el horror,
con aquello de lo que él aún no quiere saber. Y de ese modo, es decir, en tanto
sea confrontado de esa manera, es difícil pensar una posibilidad de tratamiento.
Puede criticarse entonces que ello quita la posibilidad de trabajar en base al
enigma, esto es: apelar a una resonancia. Esta resonancia es en relación a algo
que pueda alojar el deseo, que resuene en el sentido de lo que va abriendo de
manera enigmática, no en forma directa. Se trata de que las interpretaciones e
intervenciones del analista encuentren una resonancia en el sujeto, en el modo en
que el sujeto -con esas resonancias- va a ir trabajando. Por otro lado, al
presentarse como intervención muy directa pero en una institución que provee
contención a los internados durante todo el día, no pierde el carácter de apuesta.
Parece no seguir la propuesta de transmitir el decir sin decir, esto es, la posición
del analista que adviene a tal función sólo desde aquel que ha vivido en carne y
palabra propia la experiencia del psicoanálisis, si no que se sostiene desde otro
lugar.

51
Altemir Juan Martín

Leyendo a Miller (1998), para abordar los posibles riesgos de tal


intervención: “depende de cómo el analista fija la posición subjetiva. No hay
palabra más especial que la que dice el analista para fijar la posición subjetiva. Se
puede, en ese punto, reconocer una palabra de verdad”(p. 42). Es entonces un
riesgo en función del dar a ver lo justo para que el sujeto tome lo que pueda con lo
que tenga en ese momento, con sus recursos. Es producto del ya mencionado
cálculo. Pero, a su vez, si bien “La demostración de incomprensión frente a los
afectos del otro es una posición sumamente importante” (p. 43), a la vez “cuando
hablamos de la responsabilidad del analista, eso no es una palabra vacía. Todos
los analistas saben que una palabra infeliz, cuando la experiencia es conducida
con intensidad, puede matar a alguien.” (p. 43). Retomando el carácter de apuesta
que tiene el corte de sesión introducido por Lacan en tanto puntuación, Miller
afirmará “Haríamos mejor considerando el caso y, en un momento dado, cortar;
pero hay ahí un redescubrimiento muy vivo del valor de la práctica lacaniana: el
corte es simultáneamente la oferta de volver de nuevo. Pienso que el analista se
puede considerar, hasta cierto punto, como un técnico de la enunciación, y es
mejor que él no se angustie en la experiencia.”(p. 91).

Hasta el momento se han producido estas dos observaciones en el marco


del dispositivo del grupo terapéutico. F no tiene fecha pronta estipulada de
externación de la institución. Se procederá a abordar entonces lo que INEBA
puede ofrecer a F.

La institución para este caso:

INEBA muestra ciertas características que sostienen un determinado marco


de contención que resulta beneficioso al momento de ubicar un punto de basta al
des-borde del cual el sujeto da cuenta al momento de llegada, desborde ante el
cual F no parece tener los recursos en ese primer momento para hacer algo
distinto con aquello que le pasa. El abordaje de la institución es interdisciplinario,
con un equipo de psiquiatras, médicos de distintas áreas, enfermeros,
acompañantes terapéuticos en sala de internación para los pacientes en general y
practicantes de otras disciplinas que aportan actividades variadas en horarios

52
Altemir Juan Martín

especificados (psicodrama, yoga). El lugar del psicólogo se encuentra limitado al


grupo terapéutico y a la contención de los pacientes en caso de desborde, así
como los acompañantes terapéuticos se encuentran desperdigados en la
internación que alcanza a tener 15 pacientes. Esta limitación institucional impide el
comienzo de un tratamiento posible en el momento de la internación –lo cual
resultó ser una queja común de los concurrentes al espacio de grupo terapéutico
durante el transcurso del cuatrimestre- empero puede llegar, en el dispositivo de
grupo terapéutico y de psicodrama, a presentar algunos ejes para trabajar afuera,
desde otro lugar y yendo hacia otra posición.

Para el caso puntual de F, se propondrá desde este trabajo un dispositivo


analítico acompañado de un equipo de acompañantes terapéuticos ubicados en
determinadas horas del día. Esto se sostiene en el indicio de avance que comenzó
a observarse en la semana de diferencia entre las dos sesiones con F. Con tan
solo una semana en INEBA, esto podría hablar de un sujeto receptivo al
dispositivo de la llamada talking cure o chimney-sweeping propuesto en el grupo
terapéutico. Esto es, al efecto de alivio que sobreviene luego de la catarsis.
Empero a su vez hay un empuje al trabajo, en su decir sobre las drogas “pero
ahora ya sé que la adicción pasa por otra cosa, pasa por qué estoy tapando con
eso, el problema es otro”. Ese mismo problema por el que dice haber acudido en
esta ocasión a INEBA. El coordinador del grupo dirá en un espacio de discusión
clínica posterior, que F tiene tela para cortar. Y por lo que se escucha desde esta
segunda sesión, pareciera dispuesto a cortarla en vez de recurrir a los testigos de
Jehová. Empero lo único que dice respecto del consumo es que algo tapa, y el
punto de lo que tapa, es aquello de lo que será necesario retomar y ver a qué
refiere para F. La droga entonces como el objeto del cual F queda tomado para
cubrir el vacío que podría conducirlo a la angustia. Se tratará de orientar el trabajo
desde la dirección de la cura desde la compulsión sintomática en la
toxicomanía/des-borde a la puesta en forma del síntoma analítico. Como fue
referido previamente, hasta el momento el sujeto no se ha podido formular una
pregunta que lo concierna. Es desde aquí la propuesta de este trabajo,
justificación a desarrollar en el apartado siguiente de la tesina.

53
Altemir Juan Martín

El cuatrimestre ha dado cuenta de que, pese a la falta notoria de lugar para


el despliegue individual del padecimiento de quienes se encuentran internados,
INEBA puede provocar algo en quienes entran: no es solo un lugar de contención
momentánea, sino que varios de los internos observados han salido con
intenciones de construir un saber en relación con su padecer, lo cual es una
invitación (en principio, al menos, una posibilidad) a comenzar entrevistas
preliminares con un analista. Algo que produzca el pasaje del no querer saber
nada, dentro del universo ya sabido de los saberes rigidizados, al querer saber
algo respecto de ese no-saber. Esto es con las intervenciones, no es sin las viejas
palabras y el uso que pueda hacer de ellas el interno mediante la lectura que
pueda ubicar el analista allí. Por otro lado, la institución presenta un corte de
predominancia marcada del discurso médico, ciertas veces en perjuicio del trabajo
del sujeto en tanto modalidades de posición respecto de su deseo y decir. Esto se
lee en el caso F desde la intervención del psiquiatra, apuntándolo a una
congregación que pueda (o no) arrancarlo del desborde, del consumo en sí, sin
preguntarse el porqué de esa situación. A la luz de esto resulta preciso recordar
entonces a Lacan en el “Breve discurso a los psiquiatras”, cuando afirma

“la psiquiatría vuelve a entrar en la medicina general sobre la base de esto,


que la propia medicina general entra enteramente en el dinamismo
farmacéutico. Evidentemente, ahí se producen cosas nuevas: se obnubila,
se tempera, se interfiere o modifica... Pero no se sabe para nada lo que se
modifica, ni, por otra parte, a dónde llegarán esas modificaciones, ni
siquiera el sentido que tienen; puesto que se trata de sentido.” (Lacan,
1967, p. 9)

El problema que acarrea esta situación es que, cuando se acallan los


síntomas se pierde una ocasión propicia para plantear la pregunta por su causa, el
motivo de tal sufrimiento. Se impide así el acceso a una posible modulación en la
posición subjetiva. Es esta la diferencia radical entre el psicoanálisis y la
terapéutica (como fue ubicado previamente), respecto de aquello que el
psicoanálisis busca producir subjetivamente mediante su discurso; es decir, la

54
Altemir Juan Martín

diferencia entre un abordaje instrumental de eliminación de los síntomas, como


plantean las distintas terapéuticas, frente a una técnica que no es tal sin la ética
que la define. Siguiendo a Soler (1988), en su referencia a la clínica psicoanalítica
de las neurosis “la clínica psicoanalítica no es dirigir el proyector hacia el
fantasma, es obtener una modificación del sujeto en su relación con el
fantasma.”(p. 73). Esta es una limitación fundamental que presenta el tratamiento
en INEBA. Esto no quita que puedan producirse momentos e intervenciones que
motoricen algo, que obstaculicen aquellas fuerzas que sostienen un ordenamiento
imperceptible en el sufriente. Algo de estos movimientos pueden producirse, si hay
analista en ese momento. Es esta la posibilidad de causar para posibles
tratamientos, como parece ocurrir con F. De los posibles tratamientos, se abordará
la perspectiva de un acompañamiento terapéutico sostenido en la ética del
psicoanálisis.

Articulación: Cómo pensar un acompañamiento terapéutico


para F

Desarrollada la observación y lectura de la viñeta, se procederá a sostener


teóricamente el lugar del acompañamiento terapéutico planteado para F, así como
el por qué pensar un acompañamiento terapéutico orientado por la ética del
psicoanálisis como un dispositivo adecuado en las vías del proceso de externación
de F, un sujeto que, por lo elaborado en el apartado anterior, en principio da
cuenta de posibilidades de trabajo. F se presenta desde un lugar de padecimiento,
situado en un discurso fundado en la pura exterioridad. El simbólico desde donde
se presenta muestra una rigidez fundada en una identidad identitaria, fijada a los
significantes de su novela personal. Se encuentra fijado a una imagen especular
determinada por su Otro que funciona como discurso del amo. F se encuentra
tomado particularmente por el significante de la soledad, esa soledad abismal que
lo deja raptado. Estar solo es para él estar hundido, caído, y en esa soledad no
hay ningún tipo de ordenamiento, porque no ubica en esa soledad algo del sí
mismo, con recursos propios con los que contar. En la soledad hay para él pura

55
Altemir Juan Martín

mortificación. F al momento de la observación se encuentra internado en una


institución que acota su padecer y permite ubicar ciertas cuestiones en principio,
en función de las intervenciones ubicadas en las dos sesiones, haciendo a un lado
lo criticadas que hayan sido en el apartado anterior. Como fue planteado en la
viñeta, se puede ubicar la lógica de un acting out en ese des-borde que presenta
F. Se tratará, en el tratamiento propuesto, de llevar el acting out a la transferencia
con el analista, en tanto Lacan lo entiende como transferencia salvaje. Reorientar
entonces el acting out a la transferencia operativa para construir ese borde que
no hay. A partir de esto, para que pueda haber una imagen de sí mismo con borde
que pueda incluir el vacío, porque es lo que F no puede incluir al momento de su
internación en INEBA. No se encuentran en INEBA las condiciones para realizar
un trabajo analítico incluyendo la angustia en los términos planteados. También
será pertinente considerar en su momento si es posible para F trabajar con la
angustia, en función de su estructura. Empero, considerando los demás
dispositivos referidos en el último apartado anterior, INEBA no parece contar con
los recursos para alojar el trabajo que la viñeta sugiere poder desplegar en el
marco de otros dispositivos de características distintas. Es decir, es pertinente
pensar aquí en principio el acompañamiento en la institución misma. Como fue
indicado en el apartado anterior, el carácter de ese acompañamiento se condensa
en un momento de contención, dado el carácter –idealmente- breve de las
internaciones. La contención de INEBA implica un marco físico concreto, con
actividades pautadas, horarios y límites delimitados con claridad, con cierto
margen de libertad respecto de las actividades que el sujeto puede realizar o no
según su voluntad. El interno puede faltar al grupo terapéutico, pero en caso de
quedarse todo el día en la cama, se enviará un acompañante terapéutico a que lo
despierte e inste a comenzar su día. Siguiendo lo referido por F en la segunda
reunión, él encuentra en INEBA un psiquiatra al cual no puede tomarse seriamente
–tal como lo indica su risa ante la intervención del psiquiatra sobre recurrir a los
testigos de jehová-; un grupo de acompañantes cuya presencia y sus efectos no
fueron manifestados en lo dicho por los demás internos a lo largo del cuatrimestre,
y un dispositivo de grupo terapéutico que permite indagar en cuestiones hasta

56
Altemir Juan Martín

cierto punto, dadas las características del mismo en términos de intimidad y


tiempo para cada participante. Entendiendo entonces el inhibir de lo compulsivo
para dar lugar a otra cosa como primer paso, el alivio terapéutico desde estas
coordenadas de contención presenta un límite al trabajo posible. Desde este
trabajo se propondrá que el dispositivo así planteado ubica al sujeto en cierto tipo
de homeostasis, empero la propuesta de este trabajo implica un decir que no al
aplastamiento tomando un riesgo. Con las debidas consideraciones, se propone
aquí un ejercicio hipotético de planteo de una externación como una posible
producción inaugural que se sostenga en el tiempo a través del dispositivo
planteado en la presente tesina, esto es: un analista y un equipo de acompañantes
terapéuticos que realicen una lectura clínica desde este marco teórico, una técnica
apoyada en esta ética. Es la tarea presente entonces plantear qué función del
acompañante ahí en la externación para F, en tratamiento conjunto con un
psicoanalista. Formalizar entonces las coordenadas del trabajo del
analista/acompañante como otro Otro para llegar a que esa soledad de F se
ubique de otro modo, encontrándose éste al momento de la observación en las
antípodas de la soledad del parletre del fin de análisis que ubica Lacan en el
Seminario sobre la Ética.

Así como las intervenciones en INEBA fueron leídas en tanto cortes, es


pertinente pensar el pasaje de internación a externación como un tercer corte, en
tanto es fundamental remarcar que esta internación en la que F se encuentra no
será sin efectos. Este pasaje dependerá de los recursos necesarios con los que F,
aunque incipientes y mínimos, posea para el pasaje a un dispositivo así planteado.
Es un corte porque implica un cambio y que el sujeto no se halle en ese des-
borde. Si no hay una cuestión mínima, el desborde será en cualquier momento.
Algo de INEBA que produzca un traspaso a un lugar donde no hay un otro todo el
tiempo ni para alojarse ni para pelearse. Esto puede llegar a implicar
acompañamientos mucho más abarcativos temporalmente en los primeros
tiempos de la externación, en función de evaluar las posibilidades de F -con él y
no desde la mera especulación- pero sin colocarlo en riesgo a él ni a terceros. La
pregunta que sostenga el trabajo de cada acompañante implicará el lugar de al

57
Altemir Juan Martín

lado que ocupa cada uno: Cómo puede ir incluyendo en la cotidianeidad, cada
vez, la terceridad que el analista incluye en el contexto acotado de la sesión. Esta
terceridad que el acompañante terapéutico puede ir ofertando desde la vecindad,
a modo de obstaculizar la colisión del sujeto con su Otro que lo enloquece.. El
trabajo se sostendrá entonces en cómo se arma la terceridad allí para F, y qué
lugar puede tener para él esa terceridad. Una forma posible de pensarlo es, como
fue mencionado en el apartado anterior, acompañarlo específicamente en las
horas de ese trabajo en las que se encuentra sólo haciendo una actividad
mecánica, donde aparece lo compulsivo en él, lo insoportable del vacío, cuando
hay algo que se acalla. La presencia de los acompañantes debe ubicarse en
horarios particularmente problemáticos para lo que F llama su soledad: mencionó
entre sus primeras quejas el hecho de que pasaba tardes muy largas, y terminaba
medicándose en grandes cantidades para poder aunque sea dormir una siesta. Es
menester indagar clínicamente con preguntas pertinentes otros horarios en los que
el sujeto se encuentre con estos picos de intolerancia a la soledad, como puede
ser la noche, teniendo en cuenta el dato del drogarse por la tarde para poder
dormir o –al menos- pasarla. Con el establecimiento del tratamiento se definirá si
otros momentos son apropiados para la presencia de un acompañante en tanto F
pueda comenzar a manejarse de otra manera. Esta se presenta como una posible
vía distinta a la internación en INEBA.

Se lee aquí en F como lo principal del padecer el “estoy solo”, que F mismo
nombra como “no poder estar en paz consigo mismo”. Afirma en la primera
reunión que ello es lo único que quiere. El problema con el manejo de la
impulsividad se expresa en el hecho de que cuando se encuentra acompañado
también cae en conductas autodestructivas, lo cual resume al decir “salgo para
hacerme pelota”. Esa búsqueda de compañía aporta más des-borde, porque la
soledad que a él se le presenta, es la soledad del abismo. Esto es, sin poder
contar con el vacío, sin poder contar consigo mismo. Se desprende de esto que la
soledad que F refiere no se conmoverá estructuralmente con la contención de
cuatro paredes y el equipo de salud de la institución (incluyendo acompañantes en
sala de internación y dispositivo de grupo terapéutico) tal como la viñeta lo

58
Altemir Juan Martín

presenta. Se plantea aquí entonces lo fundamental de un despliegue a través de


movimientos con un otro acompañante, uno que acompañe durante el tratamiento
con un analista que dé cuenta de poder posicionarse en un lugar de otro Otro,
para que el Otro previo del sujeto pueda llegar a quedar interpelado. Pero para
esto no es necesario ubicarse únicamente en un dispositivo analítico, sino poder
desplegar aquello que de acompañante se encuentra en un encuentro analítico.
Es desde esta lógica que se podrá plantear al acompañante como extracción de
analista, en intervenciones puntuales. El acompañante terapéutico aportando
intervenciones en relación a conmover lo dado, lo ya sabido en función que se
puedan producir para el sujeto movimientos subjetivos que implicándolo lo
orienten hacia la emergencia de dichos de los cuales no pueda desentenderse.

Cuando F indica que el motivo de internación no es por adicción a las


drogas (como refiere que efectivamente fue en el caso de su internación del 2007),
da cuenta de ciertas posibilidades de trabajo de elaboración con aquello que le
acontece. Si bien el sujeto no se presenta bajo la etiqueta de un toxicómano, se le
dará a esta cuestión cierta relevancia. El momento de indicar que el problema es
otro representa un paso a dar en cualquier tratamiento de adicciones. Kuras y
Resnizky (2004) trabajarán sobre la definición de Haydée Heinrich (en su texto
Borde <R>S de la neurosis, de 1993), cuando la autora sostiene que “el primer
movimiento con estos pacientes apuntaría a lograr un cambio de registro: que los
fenómenos que se manifiestan a nivel del acting out, de la a-dicción, pasen al
terreno de la dicción, puedan ser dichos”. (Kuras y Resnizky, 2004, p. 176). Será F
quién indique que el estatuto de esta internación no es la del 2007, refiriendo que
se droga para hacerse daño, indicando que hay algo más de fondo. Parece
entonces ya encontrarse en las vías de ese movimiento subjetivo.

Por qué un acompañante allí

¿Cómo entonces se podrá poner el analista en este lugar de otro Otro en


relación a la transferencia? Se tratará de poner en acto la transferencia, como fue
planteado en el marco teórico. Algo en función de un tratamiento, que en F se
presenta de manera incipiente, dado que no se encuentra aún ni siquiera una

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Altemir Juan Martín

pregunta que arme caso, sino algunos puntos pasados por alto en las sesiones,
que ameritan un trabajo. Un ejemplo de esto es lo referido por F al decir “Yo creo
en las intenciones”, en tanto por más que el objeto que le brinde a alguien sea
valioso, no tiene ningún valor en sí mismo si no fue conseguido con trabajo o
elaboración. Algo coincidente con lo aplastado de su posición. Se tratará de poner
a trabajar esta formulación en función de lo que podrá tornar-se audible para el
sujeto, cosa que no ocurre en el dispositivo.

Un analista bien ubicado en un dispositivo analítico podría hacer hablar ahí


aquello que F tiene “para cortar”. Esto representa una crítica a las limitaciones que
parece presentar para este caso el dispositivo de grupo terapéutico, en tanto las
intervenciones ubicadas en el caso no logran apuntar a lo íntimo, sino que incluso
en la última “Jesús también murió por su padre” se puede ubicar cierto tipo de
desresponsabilización que no aporta al sujeto ningún tipo de orientación respecto
de la responsabilidad sobre su deseo. Un analista ubicado en el dispositivo
implicaría para F la apuesta por la capacidad de instalar un tiempo de espera, algo
mediato en la inmediatez del desborde en el cual vive.

Este dispositivo analítico difícilmente se mantenga por sí mismo en un


sujeto que se encuentra en un momento de tanto desborde como F. Lo que aquí
se propone es que este lugar de aplastamiento en el que se encuentra F sería
pasible de ser conmovido con el trabajo de acompañamiento en conjunto con un
dispositivo analítico tradicional. Este trabajo a realizar indicará qué es lo que él
puede escuchar de donde lo invoca el analista, lo que pueda conmoverse del
impenetrable subjetivo, tal como Lacan lo denomina en el seminario sobre las
formaciones del inconsciente. Eso que se torna audible podrá ser trabajado con un
analista, construyendo de a poco un borde que pueda servir para salir de lo
abismal. En este trabajar sobre qué se está tapando, se hará soportable vía el
acompañante lo que podrá ser destapado. Por eso el acompañante puede
pensarse aquí como ofreciendo una investidura libidinal desde el lugar de al lado,
una voz como alteridad a la voz única imperativa que le viene desde su Otro
previo.

60
Altemir Juan Martín

Es desde estas coordenadas de trabajo conjunto entonces que se plantea


al Acompañante como redoblamiento del analista, en tanto el trabajo apunte a
establecer en F un texto con textura. Un texto que asegure la inclusión de aquello
no reconocido de sí, en función de que retorne cada vez más suavizadamente.
Desde este lugar redoblado es que se ubicará lo que de analista hay en el
acompañante. Se presenta una postura sobre el acompañamiento que no es solo
la terceridad que excede el marco de un análisis, aquella que ante lo traumático
suele “soportar” el peso de la realidad psíquica del otro para ayudarle a evitar los
bordes que “abisman”, sino también aquel que puede sostener un préstamo de
imagen. Esto es en función de conmover la imagen con la que cuenta el sujeto al
momento del padecimiento, la imagen especular sostenida en el espacio
unicentrado del narcisismo mencionado en el marco teórico, apuntando a una
imagen que incluya el vacío en tanto producto de un proceso. Esa hiancia que se
empieza a incluir es el lugar predilecto de la angustia enmarcada (unheimlich) que
ubica Lacan en el seminario 10 a diferencia de la angustia de colmamiento. Es
pertinente aclarar que esto no debe ser confundido con ofrecer cierta imagen para
una identificación, tal como fue ubicado en el marco teórico en la cita a Freud del
texto Nuevos Caminos de la terapia psicoanalítica, en el que refiere que el
tratamiento debe hacerse con gran cautela, en función de “no (…) educar al
enfermo para que se asemeje a nosotros, sino para que se libere y consume su
propio ser.” (Freud, 1979, p. 160). El acompañante aporta un semblante, para
intervenir donde sea necesario, y esto es producto de un tratamiento analítico. Se
tratará entonces de introducir un semblante que oriente la necesidad de discurso,
en tanto F todavía no tiene un discurso, un discurso que le sea propio. Por más
que hable, su discurso no se encuentra particularizado, dado que no da cuenta de
una separación del Otro. No habrá discurso en tanto se encuentre fijado a esa
posición objetalizada de resto, en tanto el falo no esté como potencia. Eso es la
puesta en forma del síntoma, ya no la compulsión sintomática del desborde
primero, sino la puesta en forma del síntoma, para efectivamente que se pueda
poner en juego un deseante. El punto es orientar eso en el dispositivo de analista
y acompañamientos. No será sin estas herramientas que el acompañamiento de

61
Altemir Juan Martín

un sujeto que aparece demandante en relación a su soledad podrá tomar cuerpo.


Es por eso que se toma en este trabajo como síntoma primordial a trabajar el tema
de la soledad. Aun así, se le dará relevancia clínica al consumo de sustancias, en
función de haber sido motivo de la anterior internación y comportar un síntoma no
menor en sí mismo. Se procederá a desarrollar brevemente la posición del
presente desarrollo en función al trabajo de un acompañante con el consumo que
refiere F.

En adicciones

Kuras y Resnizky (2011) reafirmarán la oposición entre la operación


toxicómana y la operación analítica, en tanto la primera “rechaza el inconsciente y
la otra espera hacerlo existir” (p. 210). Apuntará en el acompañamiento a buscar
junto al paciente el modo de abandonar las viejas soluciones elegidas, por unas
distintas. Siguiendo a estas autoras, entonces, el lugar del acompañante cuando el
síntoma principal es leído como una toxicomanía, introduce la propuesta de
“generar un espacio en el que pueda detenerse la compulsión y reducir el
consumo.”(p. 211). Desde el presente trabajo, es pertinente remarcar que un
acompañamiento para F no debe ubicarse en términos de una figura de la
autoridad, un policía que le diga no a su uso de las drogas, o a sus excesos; en
cambio, será aquel que, de a poco y en cada intervención que pueda presentarse
en la cotidianeidad, horade el uso que tiene esa acción en función del (no)
tratamiento del dolor. Se ubica en F el ya introducido aplastamiento subjetivo, al
encontrarse en un lugar objetalizado respecto de su Otro. F encuentra entonces la
inmediatez en las pastillas que utiliza para doparse a la tarde y pasarla de largo,
por ejemplo. Es en esos momentos del día en los que se podría pensar un
acompañante, en tanto si bien en apariencia el dispositivo presenta al
acompañante como semejante, esto es un “como si”. Será desde una lectura no
ingenua de la demanda del caso que el acompañante intentará evitar caer en un
lugar de hostilidad para F. Se presentará esta vez una compañía que no lo lleve a
“salir para hacerse pelota” o lo acerque a “gente que le hace mal”.

62
Altemir Juan Martín

Movimiento

No será sin lo hostil que se podrá producir una torsión en la posición, una
posibilidad de servirse del objeto, en vez de quedar en mera posición objetalizada
de la mirada de este Otro ante el cual el sujeto despliega sus acciones. Este Otro
el cual analista de la institución fuerza en sus interpretaciones apuntando a que es
encarnado por el padre de F. Una interpretación tan forzada pasa de largo detalles
en el discurrir de F, como el momento en que da cuenta de la demanda de
reconocimiento que se pone en juego en su ingesta de pastillas luego de querer
abandonar la carrera. En ese momento no apeló a sus padres, si no a su abuela,
indicando su posición de rapto, más allá de la direccionalidad que el coordinador
del grupo intente asignarle a la Otredad a la que se dirige. En este punto es
pertinente retomar lo Lacan refiere en el seminario 10 “La angustia” sobre lo hostil
domesticado. Se tratará de que el horror rechazado pueda incluirse como lo hostil
domesticado, una inversión de la pulsión de muerte. En el seminario 5 “Las
formaciones del inconsciente” lo entiende como un “huésped, en el sentido
corriente, (…) [que] no es el habitante de la casa, es lo hostil domesticado,
apaciguado, admitido. (…) nunca pasa por los rodeos, las redes, los tamices del
reconocimiento…Ha permanecido (…) menos inhabitual que inhabitado.” (Lacan,
1999, p. 87). No es, entonces, sin las viejas palabras que se realiza este trabajo.
Para que esto se produzca en el sujeto tiene que haber una modulación en el
modo de intervenir del analista, en el modo de conducir el tratamiento. F dice que
rechaza al padre y no puede salir de eso. Lo lleva a decir que rechaza al padre,
pero es un rechazo en el punto en que está unido, en que está fusionado, dado
que no se puede odiar lo que no se ama. Desde esa modulación deberán
sostenerse las intervenciones del dispositivo de analista y acompañantes.
Retomando la posición del acompañante, es pertinente seguir a Prieto (2014),
refiriendo que será el lugar de un acompañante que se sirva de la mirada, en tanto
poder restituirle al sujeto una mirada propia, en lugar de esa mirada determinante
que le viene únicamente del Otro y lo aplasta. Prieto incluso llegará a decir que la
mirada es lo acompañante en sí mismo, entendido como una presencia que
transita “silenciosa e imperceptible, al lado”. La plantea entonces como origen y

63
Altemir Juan Martín

condición del movimiento. La ubicará como el verdadero soporte que aporta el


acompañante y crea las condiciones para que se produzca un inicio, indicando
que “todo el recorrido depende de cómo el acompañante cuide esta herramienta”
(p. 209). Prieto hablará también de abstinencia pero no indiferencia, ubicando la
posición del acompañante como una presencia continente. Llegará entonces a
plantear el acto acompañante como aquel que contiene al transmitir calma y
serenidad, haciendo uso del semblante, que no es impostura (p. 227). Esta
contención, si bien en otros términos, es lo único que del trabajo propuesto por
este dispositivo parece encontrar F en INEBA.

Es con la posición del acompañante como redoblamiento del analista que


podrá apuntarse a una orientación psicoanalítica del tratamiento para F, esto es,
incluir el calce del objeto en la imagen. Advenir vía una toma de la palabra a una
posición deseante. Esta posición no se encuentra en los dichos de F en ningún
momento, y desde ahí se dijo posteriormente lo referido a la responsabilidad. Se
apuntará entonces a cómo ir produciendo un sujeto, es decir, propiciar que pueda
advenir un sujeto responsable de su decir, que se sienta concernido en lo que dice
ahí donde reinaba el discurso del amo vía el desborde. Incluso a veces puesto en
la figura del padre en él, como indicaron sus dichos en las sesiones y las
intervenciones del coordinador. A lo largo de este trabajo podrá aparecer un goce
para sí, una recuperación de goce que ya no es todo lo que el Otro le quitó. Esta
recuperación se llamará –como fue indicado en el marco teórico- plus de goce. La
potencia del falo como reserva operatoria será el medio para esa recuperación del
goce en singular para el sujeto. Esto es un modo de gozar particular que implica
un cambio de economía de goce, vía el goce fálico obturando lo que hace relación
donde no hay estructuralmente. F se está atrapado por ese goce que no conviene
como deslocalizado, es por eso que se propone un trabajo que le aporte un goce
posible, que lo singularice. Es decir, un goce con condiciones. Será un trabajo a
desplegar para el sujeto. Se entiende desde el marco de este trabajo que es
solamente desde ahí que este sujeto podrá hacer lazo. Es desde estos pequeños
movimientos (al decir de Rossi en el apartado de antecedentes, los actos nimios
del acompañamiento) que se podrán plantear objetivos posteriores para el caso,

64
Altemir Juan Martín

típicamente indicados en una historia clínica como "reconfiguración del lazo


familiar" o "encuentro con actividades que lo entusiasmen". Es fundamental
reconstruir el lazo sin empuje, dado que F no tiene actualmente cómo hacerlo, no
tiene disponibilidad de recursos. Será parte del trabajo el, vez a vez, introducir que
lo de afuera funcione como causa. La posición que se plantea aquí no es solo
como intervención oportuna en situaciones de urgencia, a manera de prevención
de crisis mayores causadas por actos impulsivos. Este es uno de los lugares
propuestos en la bibliografía disponible que se le brinda al acompañante: el de
tope o límite (Rossi, 2007, p. 123), que ubicará, entre otros autores, Rossi.

Será pertinente también ubicar un acompañante ahí donde se encuentra


toda esta virulencia hacia el padre. A aquel del cual F no puede soportar oír un "te
quiero" por teléfono, sin escucharlo como un insulto. El rol del acompañante ahí no
será el de mediador o interventor, sino el de una terceridad que le brinde otro
estatuto al lazo en ese momento. Es claro que su presencia no será sin efectos,
pero el acompañante tiene en su poder la capacidad de plantear otros modos de
lazo ahí. No en un blanco/negro indicándole si tiene razón o no, o
responsabilizándolo o todo lo contrario, si no posibilitándole la oportunidad cada
vez de preguntarse por qué escuchó eso. Eso intentó ubicar el coordinador en la
sesión, pero los efectos de esa pregunta llevaron a recuerdos infantiles que es
pertinente abordar en un dispositivo analítico tradicional, dado que el grupo
terapéutico no admite. Este rechazo al padre es algo que habrá que poner en
movimiento. En tanto se encuentra rigidizado, es algo que hay que poner a
trabajar. El acompañante ahí se encontrará aportando una envoltura formal del
síntoma desde donde se alojen los dichos del mismo, para (en tanto F está
todavía en momento de compulsión de repetición) poder ir construyendo un
síntoma en transferencia. Esta envoltura formal implica dichos en movimiento que
permitan nombrar algo de lo que no se puede nombrar al momento de la
observación, porque al sujeto se le presenta como el horror, y se ubica nombrado
como el puro rechazo. El acompañante participa de ciertos hechos, y de los
relatos del acompañado. Entonces, ¿cómo interviene un acompañante
terapéutico? Se despliega la siguiente cuestión: interviene sancionando algo como

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Altemir Juan Martín

significativo, produciendo un corte donde no lo hay. Un acompañante que


ubicando el intervalo o la distancia entre uno y otro, sin pegarse, pueda ubicar un
acercamiento con distancia. Pueda dar lugar a que el sujeto se contacte consigo
mismo, pueda empezar a formularse alguna pregunta. Dado que aquí no hay
pregunta formulada, no se puede hablar de que haya un caso, sino una viñeta.
Estos se ubicarían dentro de los efectos analíticos que corresponde diferenciar de
los terapéuticos, definidos en función del alivio de un padecimiento de origen
psíquico. Como fue ubicado en el apartado del marco teórico sobre la posición del
analista, la abstinencia y el estado de privación regirán también para el
acompañante sostenido en la ética del psicoanálisis, en tanto sus actos se
soportan en la ética del biendecir y no del bien común. Es otra forma de
desarrollar las vicisitudes de la abstinencia en psicoanálisis, en función de soportar
la potencia del dispositivo en sí. En el apartado de antecedentes se pudo dar
cuenta de que numerosos autores de la bibliografía sobre acompañamiento
terapéutico hacen particular hincapié en la distancia que debe tomar el
acompañante de una posición más cercana a la del analista, en función de la
predisposición a generar efectos que esto produce. Este énfasis realizado por
varios autores sobre un mismo tema (particularmente Pulice y Rossi, tanto en
libros separados como en el trabajo conjunto) da cuenta de la potencia del
dispositivo ideado por Freud y formalizado por Lacan. A causa de este poder es
que la posición se vuelve responsable, tanto la posición del analista, como, en
este caso, la del acompañante. Un acompañante terapéutico causado (y guiado)
por la ética del psicoanálisis, será aquel que no apunte meramente a la
homeostasis, aquel que no lo acompañe únicamente en función de que no se
desborde. Ese es el acompañante como tope, mencionado previamente. En tanto
la apuesta de los acompañantes propuestos aquí es por el deseo del
acompañado, implicará un juicio íntimo, dado que su accionar apunta a lo
imprevisible, más allá de toda dimensión de cálculo previa. Como fue ubicado en
los primeros apartados, son marcadas y numerosas las distinciones en la
bibliografía entre el decir del analista y el decir del acompañante, empero no
parece forzado afirmar que los dichos de un acompañante (así como sus

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Altemir Juan Martín

intervenciones a través de una acción aparentemente nimia) pueden provocar


efectos que apunten a la escisión subjetiva, que apunten a acompañar al sujeto
hacia un decir menos tonto. Se trabajará entonces, en el equipo de analista y
acompañantes, en introducir un pasaje del rechazo de la compulsión sintomática,
a un dejarse tocar por el síntoma, dejarse atravesar por lo que le concierne del
síntoma. Ese pasaje es necesario para que algo pase. En el punto en que se
puede intentar eso, ahí se jugará la estructura en tanto tal. En ese punto es desde
la ética del psicoanálisis que el diagnóstico se realizará solo en transferencia, y no
a partir de unos cuantos signos clínicos indicados en las primeras sesiones. Esta
pugna contra la costumbre del diagnóstico inmediato habilita la posibilidad de que
se juegue la falla en la estructura para cada sujeto, y se trabaje en cada análisis
respecto de esa potencia de ser. Pasado este momento de compulsión de
repetición, seguirán la extrañeza y despersonalización producidas a partir de que
la falla empieza a incluirse en la imagen especular, porque corrompe la imagen
anterior del sujeto. El sujeto (tal como F llega a la institución) se sostiene en la
búsqueda de reconocimiento, y en el punto en el que se lo oriente hacia un no
reconocimiento, será necesario que el analista y el acompañante estén como
soporte, para que ello sea tolerable, dado que cuando empieza a tener noción de
esos pequeños cambios, no se reconoce. El sujeto tiene que poder ir ubicándose
con el analista en transferencia y sostenerse ahí para poder confiar en que eso lo
puede llevar hacía un bien, un bien sostenido en la ética del bien decir, en tanto
responsabilidad respecto de su deseo. La responsabilidad que libera, no la
responsabilidad de la culpa. Finalmente, el tercer movimiento se servirá del falo
como vacío, y el analista operando como causa. Esto lleva al desborde como
creación, es lo que desborda como aporte, dado que el sujeto contando con el
límite puede desbordar, inventar. Eso es contando con el falo como reserva
operatoria, no como falo exhibido (como ocurre en la vía del acting out). Es con
eso que puede lograr este desborde, esa es la verdadera potencia del falo.

Fue la propuesta de este trabajo el esgrimir cómo el acompañamiento


terapéutico podría situarse como un movimiento superador a la concepción de
éste solamente como una “prestación de apoyo”, dando cuenta de cómo

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Altemir Juan Martín

transferencia y posición que ocupe el acompañante mediante, se pueden producir


intervenciones que den lugar al advenimiento de algo novedoso. Pulice (2014)
planteará dos tipos de eficacia referida al dispositivo: aquella que brinda una
respuesta adecuada a una situación de crisis, pero también “es eficaz también, y
fundamentalmente, cuando pueda pronunciar, al menos, una palabra propia
relativa a su deseo. Y este tendría que ser el verdadero horizonte de toda
intervención…” (p. 82). Es apoyándose en esta segunda perspectiva que se
sostiene el trabajo del acompañante aquí planteado, aun en contraposición con
algunos autores de la bibliografía. Es este el trabajo que F se encuentra en
condiciones de realizar en tanto pueda establecerse una demanda de análisis con
un analista. Esta demanda de análisis a construir excede el dispositivo en el que
se encuentra F. Se procederá a abordar las limitaciones del dispositivo propuesto.

Límites y limitaciones

Cada acompañante se sirve de su semblante a la manera que puede, en


función de su trabajo analítico propio y los recursos con los que cuente. Es por eso
que no parece adecuado en principio plantear para F una búsqueda de
acompañantes esquematizada a la manera de "masculino, de 20 a 40 años". Los
datos de la observación no permiten suponer de antemano las exigencias y
vicisitudes que presentará el caso en términos de desborde, por ejemplo, en el
sentido de la violencia del sujeto respecto de un posible otro que, por la vía de la
transferencia, termine ubicado en un lugar hostil. En el relato del caso informado a
quienes se postulen, será apelando a su honestidad profesional en función de
definir críticamente si podrán soportar todo lo que F puede llegar a dar en un
vínculo transferencial tan potente como lo es un acompañamiento terapéutico, así
como cada una de las situaciones de la cotidianeidad. Esto implica un
acompañamiento que excederá lo protocolizable y requerirá que quien ocupe tal
posición ofrezca y tolere a cada vez.

Rossi (2007) planteará a la escucha del acompañante como inscripta en el


campo analítico pero no como una variación o alternativa ante la cura analítica, si
no que presenta una perspectiva según la cual el acompañante “sostiene y articula

68
Altemir Juan Martín

en su materialidad el trabajo analítico” que en dicha cura se hace…”(p. 100). En


conjunto con Pulice (Pulice y Rossi, 1994b), ubicarán al acompañante para ciertos
casos como una inclusión tendiente a apuntalar la orientación de ese goce, por
ejemplo favoreciendo a su sublimación con la realización por parte del paciente de
distintas actividades que pueden ser artísticas, recreativas, laborales, etc.; así
como “acotarlo mediante una presencia y un recurso a la palabra, en esos
momentos de crisis, o situaciones de desborde (en que el sujeto aparece
virtualmente ahogado por la angustia, anulado en su capacidad discursiva).” (p.
156).

Por otro lado, el mismo Pulice (2014) criticará el uso indiscriminado del
recurso de acompañante como “propuesta terapéutica” diseñada a la carta para
ciertas “patologías”. Plantea que esta imposición del dispositivo (a veces en una
función estratégica tan limitada como la de, incluso, rellenar horarios) ha llevado a
una cierta degradación de la función del acompañante –análogamente habitual en
ciertos ámbitos institucionales, como tal vez podría ubicarse en la institución
mencionada en la presente tesina si se hiciera un trabajo de investigación con
mayor tiempo y enfocado en esa institución en particular-, que tiene como una de
sus más indeseables consecuencias la exposición, tanto del acompañante como
del paciente, a situaciones de suma tensión, incluso de riesgo o de maltrato, tal
como a menudo suelen observar (p. 65). Es por eso que no se proponen –
idealmente, y hecha la aclaración anteriormente que en los primeros tiempos de
externación es preciso corroborar los recursos de F para sostener un borde por sí
mismo- muchas horas de acompañamiento, sino la presencia durante momentos
claves del día, como aquellos mencionados por la tarde, cuando la soledad golpea
a F y este debe doparse para que la tarde transcurra. Este dispositivo que se
plantea no será sin los límites institucionales, tal como plantearán Pulice y Rossi
(1994b), indicando que es una práctica supeditada, acotada y subordinada tanto
en la estrategia institucional como en la política de la Obra Social (p. 131). Es
desde esa conjunción que para este caso se ubicará el tratamiento posible, al
decir de Lacan.

69
Altemir Juan Martín

Continuidad, el lugar de la ética y del acompañante

Proponiendo desde aquí una continuidad entre el deseo del analista y el del
acompañante terapéutico, es pertinente aclarar que la formación teórica no
garantiza el deseo. Consiste en un deseo a plasmar, por venir. Un producto de la
propia experiencia por la lógica del dispositivo psicoanalítico. Siguiendo a Lacan
en el Seminario sobre la Ética, al afirmar “Lo que el analista tiene para dar,
contrariamente a la pareja del amor (que da lo que no tiene) es lo que tiene. Y lo
que tiene no es más que su deseo...que es un deseo advertido.” (Lacan, 1988b, p.
358). Un deseo advertido de su fantasma, capaz de asignarle al analista el lugar
de no sujeto, de objeto causa. El analista como objeto ofrece otra satisfacción,
como objeto disponible cada vez. Debe estar disponible para esa función, en tanto
solo desde allí se puede ofertar otro Otro que rompa con lo que demanda el
sujeto. El trabajo de análisis se plantea entonces con variaciones continuas de la
materia y la forma. Se produce una estetización de la forma, a la manera del
sujeto, en su relación con la falla de la estructura. Para que haya una forma
estética, aquella que lleva a una forma de decir. Se apunta a la homologación al
deseo del otro, en tanto convocar vía la transferencia a que el sujeto se
homologue al deseo del analista, en el punto de poder producir un impasse en
relación al acoplamiento que el sujeto tiene al deseo del Otro propio como
indestructible ese deseo al que no puede fallarle. Las intervenciones apuntarán al
cómo convocarlo, y el deseo del analista puede introducirse ahí vía la
transferencia como una potencia que traccione a esa homologación al deseo. Y
ahí se trabajará la inversión de la pulsión de muerte, la “domesticación de lo
hostil”. Esto es así dado que el deseo del Otro es tiene una parte importante de
pulsión de muerte. F presenta esta mortificación de manera notoria en sus dichos.
El deseo del analista, por el contrario, incluye lo vivificante. Se apunta entonces a
poder traccionar hacia la homologación al deseo del analista que va en contra de
lo fijo del nombre del padre. Siguiendo a Lacan en los desarrollos de las primeras
clases del Seminario 20 ubicados en el marco teórico, se puede afirmar que es
con esa conjugación de lo necesario con lo imposible, con aquello que no cesa de
no escribirse, con lo que se llega a un nuevo decir. Así como acompañándolo en lo

70
Altemir Juan Martín

ubicado en el seminario 5 sobre la invocación del “tú eres el que me seguirás”


(Lacan, 1999, p. 156), es pertinente apuntar que la “s” del “seguirás” apunta a
tocar lo impenetrable subjetivo, lo que el sujeto no quiere tocar. Es entonces la voz
en función de invocar una cierta alteridad que el sujeto enloquecido no tiene. La
invocación apuesta a que un sujeto del inconsciente aparezca, a que algo de ese
impenetrable subjetivo se conmueva. No es lo mismo “tú eres el que me seguirá”,
en tanto ese alguien podría seguirle hasta la coronilla, hasta el cansancio, empero
esa no es la invocación. La invocación es a un Uno, a tocar la causa de deseo.

La continuidad en el sentido de la ética entre la posición del acompañante y


la del psicoanalista, se soporta en lo siguiente que plantea Rossi (2007), al
reafirmar por un lado la diferencia respecto de las intervenciones posibles, pero
como contrapartida, compartiendo un deseo sostenido en una ética de trabajo: “Al
prestar su presencia, se constituye en un referente, en tanto el paciente pueda
suponerle un deseo, que no es cualquiera.” (p. 94). El autor referirá que si bien las
dimensiones de intervención no son equivalentes a las de un analista en el
dispositivo tradicional, es posible sostener su posición en un proyecto terapéutico
que se hilvane al discurso analítico, a la ética del psicoanálisis. En consonancia,
Prieto (2014) también indicará, entendiendo a la práctica del acompañamiento
como “la puesta en juego del cuerpo, en el sentido de la convicción y el deseo de
transmitir algo de lo aprendido en la búsqueda singular” (p. 231) que cada
acompañante haya podido realizar. En base a esto, también ella sostendrá a la
ética como el fundamento de la práctica.

Retomando la impulsividad que refiere F en los momentos en los que “sale


a hacerse pelota”, es pertinente tomar a Pulice y Rossi (1994b) en tanto afirman a
su vez la importancia del dispositivo de acompañamiento para aquellos casos en
los que el dispositivo analítico posiblemente no pueda sostenerse por sí solo. En
este lugar se ubicaría la situación actual de F, como fue ubicado previamente.
Ante estas estructuras que “desbordan el marco de las sesiones convencionales
en un consultorio”(p. 157), poniendo en juego cuestiones como la urgencia, la
cantidad de horas que requiere su asistencia, y terminan siendo un riesgo tanto

71
Altemir Juan Martín

para el dispositivo como para el paciente, es que los autores propondrán una serie
de respuestas. Entre ellas se ubican determinados marcos como el Hospital de
Día, o, en el caso propuesto de la presente tesina, un acompañamiento
terapéutico sostenido en la ética del psicoanálisis.

Para el caso de F, se propone aquí que la operatividad del acompañante se


dará desde el lugar de semejante, en un “como si”. El lugar que le brinda al
psiquiatra de la institución luego de la intervención sobre los testigos de Jehová da
cuenta de lo problemáticos que pueden resultar los lugares de autoridad en el
manejo de la transferencia con F. Pulice (2014) ubicará que una de las claves de
la eficacia del lugar del acompañante consiste en que el acompañante terapéutico
pueda ofrecerse prevalentemente como semejante, a diferencia de la disparidad
esencial a la función del analista.” En tanto “ese acercamiento abre las puertas a
la depositación, por parte del sujeto, de una confianza en el otro que a menudo
resulta decisiva para que él pueda dar algún paso hacia el reordenamiento de sus
relaciones con el mundo.” (p. 157). Lo planteará en correlatividad con un cambio
de posición subjetiva en otro ámbito del tratamiento, supeditando la potencia de la
función, algo en lo que este trabajo no comparte, si bien la comunicación entre los
espacios es fundamental para una estrategia terapéutica coordinada, orientada en
distintas intervenciones sostenidas por la misma política, tal como la entiende
Lacan en el escrito La Dirección de la Cura.

La postura del presente trabajo se acerca más al decir de Prieto (2014),


ubicando al acompañante como aquel que de por sí con su presencia genera una
interrogación que a la vez “detiene y mueve” (p. 187) en la vida del acompañado.
Se podría decir que sin acompañar, la palabra pierde “cuerpo” y no camina. El
movimiento que suscita la función del acompañar provee efectos que favorecen al
entramado simbólico. Es desde aquí que se sostendrá al acompañante como
redoblamiento del analista, apuntando en F no a una contención preventiva
respecto de su cuestión de consumo o impulsividad, si no a sostener una palabra
que, constituyendo esto una apuesta, el sujeto se encuentra en condiciones de
dar.

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Altemir Juan Martín

Conclusiones

Es en base a lo formulado que, de acuerdo a la hipótesis planteada, se


propone al acompañamiento terapéutico como un dispositivo privilegiado en
función de la externación de F, un sujeto en el cual parece posible el
establecimiento de una demanda verdadera de análisis. Desde el lugar propuesto
para el acompañante, le permitirá servirse de una ubicación que permita no
intervenir desde la confrontación, permitiendo un prestámo de imagen desde al
lado, constituyendo una operación que arme terceridad. Eso dará lugar a ir
generando y potenciando posibilidad de responsabilidad en el sujeto, una
implicación en su decir. Alojar la demanda y llevarlo a una toma de decisión que lo
implique y no que lo desborde, tal como se encuentra actualmente, alejado del
tratamiento del dolor. Es necesario un proceso de elaboración para habitar el
espacio del hablante. Llegar incluso, podría decirse, a habitar-se, como efecto del
trabajo analítico. Es contando con el limite interior, que se puede transgredir el
limite exterior. Esto será consecuencia de esos movimientos, implica
necesariamente lo creativo, una creación desde lo propio.

Es la disposición fundamental de cada acompañante que vaya a trabajar ahí


con F, sostener aquello planteado por Prieto (2014), en tanto la posición de quien
acompaña es fundamentalmente que no haya acople con la locura. (p. 177). La
autora lo ubicará como un recurso que permite inventar dispositivos de abordaje
no tradicionales y hechos a medida. Allí donde no hay un recurso simbólico
disponible al momento del tratamiento, “la presencia concreta de alguien que
brinde soporte demuestra ser fundamental.”(p. 186). La propuesta presente es que
ese recurso simbólico disponible es algo en vías de construirse en un proceso de
tratamiento psicoanalítico en conjunto con el acompañamiento terapéutico leído de
esta manera.
Para finalizar, es adecuado definir la continuidad entre dispositivos
recordando la afirmación de Prieto cuando refiere “Lo acompañante condensa
la potencia que puede hacer del método psicoanalítico un instrumento versátil,
eficaz y actual, pues el arte de acompañar es propio de la práctica del
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Altemir Juan Martín

psicoanalista.” (p. 172). Esta cita resume la posición que se intentó ubicar del
acompañante como extracción del analista, en contraposición con algunas
posiciones teóricas revisadas en el marco teórico que ubicaban diferencias
radicales y tajantes, impidiendo puntos de contacto.
El presente trabajo se presenta como un primer intento de descripción de la
relación entre los dispositivos analítico de acompañamiento terapéutico, en
función de demarcar teóricamente puntos de continuidad y ruptura, así como
hipotetizar respecto de la práctica sobre el lugar del acompañamiento sostenido
en tal posición para un determinado paciente. Se espera que sirva al menos
como punto de partida para próximas investigaciones en función de la
formalización del espacio de acompañamiento.

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Altemir Juan Martín

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