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Pakistán

por Ignacio Ramonet


Le Monde Diplomatique nº 146, Diciembre 2007
La "guerra contra el terrorismo internacional" posterior a los atentados del 11 de
septiembre ha provocado ondas de inestabilidad en el Próximo y Medio Oriente que
no dejan de convulsionar a nuevos países. Cronológicamente, el último es Pakistán.
Cincuenta meses después de la toma de Bagdad, el panorama geopolítico regional
resulta desolador. Al atolladero militar se suma una catarata de desastres
diplomáticos. Pero el riesgo terrorista no se ha reducido, contrariamente al objetivo
declarado de Washington. Ningún conflicto se ha resuelto: ni el de Israel-Palestina, ni
el del Líbano, ni el de Somalia. En Irak, pese a la presencia de unos 165.000 militares
estadounidenses, las perspectivas parecen siempre igualmente inciertas. La vida
cotidiana sigue siendo un infierno para los civiles. Se suceden los atentados mortales.
Por añadidura, ha surgido una nueva tensión en la frontera entre Turquía y el
Kurdistán iraquí, donde podrían enfrentarse dos aliados de Estados Unidos.
Otra paradoja es que las intervenciones estadounidenses han surtido el efecto de
liberar a Irán -"el peor enemigo de Estados Unidos"- de dos grandes adversarios: el
régimen baasista de Irak, y el de los talibanes en Afganistán. Pocas veces un rival
aportó tantos beneficios a su principal enemigo... Lo cual ha permitido a Teherán
concentrarse en su programa nuclear, suscitando los peores miedos. Estados Unidos
e Israel amenazan ahora con bombardear las instalaciones atómicas iraníes. Lo que
sumaría caos al gran caos regional, y acarrearía alzas de precios del petróleo
insoportables para muchas economías.
En Afganistán las fuerzas de la OTAN están a la defensiva. Estados Unidos tiene
destinados allí a más de quince mil efectivos, y reclama a sus aliados el envío de
tropas suplementarias. Como los talibanes han retomado la iniciativa, se multiplican
los atentados suicidas, y se inc reme ntan el cultivo de la adormidera y la exportación
de opio. La reconstrucción se demora y las instituciones "democráticas" se debilitan.
Controladas por "señores de la guerra", las provincias se distancian cada vez más del
Gobierno de Kabul. "Si nos vamos, Hamid Karzai [presidente de Afganistán] no
aguanta ni diez días", admite un diplomático occidental [ 1 ] .
En este contexto político tan inestable, uno de los apoyos más sólidos del presidente
George W. Bush en la región acaba de fallar en Pakistán. La proclamación del estado
de sitio en Islamabad el pasado 3 de noviembre por el general Pervez Musharraf es
en efecto una grave admisión de su debilidad, y ha desatado la alerta roja en
Washington.
A finales de 2001, bajo la amenaza de ver a su país vitrificado por un ataque nuclear
masivo, según él mismo refirió, Estados Unidos incorporó apresuradamente al general
Musharraf, ya responsable de un golpe de Estado en 1999, a la guerra contra el
régimen de los talibanes y contra las bases afganas de Al Qaeda. El Gobierno de
Bush simulaba no percibir la contradicción implícita en el hecho de aliarse con un
dictador para "instaurar la democracia" en Afganistán.
Esta alianza otorgaba a Musharraf un certificado de respetabilidad internacional, como
asimismo 11.000 millones de dólares para equipar mejor su ejército y sus fuerzas de
represión. Con 167 millones de habitantes, Pakistán es el único Estado musulmán que
posee un arma atómica y puede lanzarla a 2.500 kilómetros gracias a misiles de largo
alcance. Estos datos le dan una importancia estratégica tanto mayor cuanto que está
situado dentro del "foco perturbador" del mundo y en el linde con las crisis afgana,
iraní y de Oriente Próximo.
El terror en Washington y otras cancillerías es que los islamistas pakistaníes, aliados
con los talibanes, terminen por tomar las riendas del Estado y se apoderen del arma
atómica. Detestado por el poder judicial, el general Musharraf acaba de silenciar a los
principales medios de comunicación y se ha enfrentado con los principales partidos de
oposición, el de Nawaz Sharif y el de Benazir Bhutto. Su impopularidad hace de él,
pese a las apariencias, el eslabón débil del sistema político. De manera que el
objetivo de la diplomacia de Estados Unidos es sustituirlo, a corto o medio plazo. No
por la señora Bhutto ni por Sharif, quienes en el mejor de los casos servirán para
operar un cambio "democrático", sino por otro hombre fuerte, tal vez el general Ashfaq
Kyani. A quien los estadounidenses manejan a su antojo.

NOTAS

 [1]

El País , Madrid, 25 de octubre de 2007.

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