Introducción
Hay ciertas patologías que permiten hacer inferencias sobre los procesos de
descomplejización psíquica temprana que se producen a partir de alteraciones
genéticas que comienzan a revelarse en determinado momento del desarrollo. Los
problemas neurológicos que estas patologías producen traen aparejados
consiguientemente las mencionadas descomplejizaciones psíquicas que nos
posibilitan entender los procesos de constitución y deconstituición psíquica. Entre las
patologías referidas encontramos el trastorno de Rett. Como directora y psicóloga del
equipo del Servicio de Estimulación Temprana procuraré exponer los elementos que
son necesarios para pensar los múltiples puntos a considerar en el abordaje de una
beba que padece el trastorno de Rett. El DSM-IV determina los criterios diagnósticos
de la enfermedad que a continuación transcribo:
A. Todas las características siguientes:
(1) desarrollo prenatal y perinatal aparentemente normal.
(2) desarrollo psicomotor aparentemente normal durante los primeros 5
meses después del nacimiento.
(3) circunferencia craneal normal en el nacimiento.
B. Aparición de todas las características siguientes después del período de desarrollo
normal:
(1) desaceleración del crecimiento craneal entre los 5 y 48 meses de edad.
(2) pérdida de habilidades manuales intencionales previamente adquiridas
entre los 5 y 30 meses de edad, con el subsiguiente desarrollo de movimientos
manuales estereotipados ( p. ej., escribir o lavarse las manos).
(3) pérdida de implicación social en el inicio del trastorno (aunque con
frecuencia la interacción social se desarrolla posteriormente).
(4) mala coordinación de la marcha o de los movimientos del tronco.
(5) desarrollo del lenguaje expresivo y receptivo gravemente afectado, con
retraso psicomotor grave.
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En otro orden de cosas y a partir de encontrarnos, en tanto equipo
interdisciplinario, en la situación de aceptar el trabajo nos cuestionamos: “¿Cómo se
trabaja con una niña que parece no tener ningún tipo de representaciones, ni cosa, ni
cuerpo, ni afecto?”
La primera de las estrategias a implementar fue derivar a los padres a un
centro médico de alta complejidad para realizar un buen diagnóstico clínico y en ese
lapso, en reuniones de equipo, pudimos discutir nuestras apreciaciones y confrontar
las ansiedades que nos producían la madre y la niña. Nuestro interés giraba en torno
de pensar cómo hacer el trabajo sin quedar -como equipo- “adheridos” al trauma o
“expulsarlos” tal como les había sucedido a los padres con otros profesionales.
Descripción Clínica
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una madre que siente que la niña “no la quiere” , que “no la acepta”; todo lo malo que
ella considera que hizo en su vida va y viene en su cabeza.
Tres semanas más tarde, la niña es internada por desnutrición: la pérdida de
peso acompañada por la pérdida de sus adquisiciones psicomotoras, constituyen
para su primer pediatra signos diagnósticos muy serios y por esto decide internarla.
Durante la internación, la niña no es puesta al pecho de la madre. Al salir de la
internación, colocada su lengua en “V”, la succiona con fuerza. Como no puede tomar
la mamadera, a partir de ese momento se alimenta de papillas, yoghurt y sopas,
alimentos que no sean ni líquidos ni sólidos. Pasa repentinamente de succionar a
abrir la boca y aplastar los alimentos mientras los va tragando lentamente. Sostiene
la cabeza con rigidez, no gira su cuerpo en el moisés, permanece en la posición en la
que se la deja, no promueve ningún cambio.
Su madre, en franco estado depresivo, ya no puede mecerla ni cuidarla, se
ocupa de ella su padre que espera pacientemente que Mariela modifique sus
manifestaciones. A los ocho meses ella se propone atender a su hija con mayor
voluntad y se siente muy orgullosa de haber logrado el control de los esfínteres
anales. Todos los días, a la misma hora, la sienta en el inodoro hasta que hace caca.
Dice poner voluntad pero entiende que no puede captar las necesidades ni los
deseos de su hija.
La expresión del lenguaje de la niña sufre diferentes modificaciones. Sus
padres manifiestan que hasta los diez meses llama a gritos a su hermano, balbucea.
En el momento de la consulta, a los veintidós meses, no balbucea, no llora, a veces
grita.
Junto al equipo médico consultado y al neuropediatra, arribamos a un
diagnóstico: la niña padece el Síndrome de Rett. Es medicada con un
anticonvulsionante.
A partir del diagnóstico, de buscar y hallar elementos que describan la
enfermedad, los padres se conectan con la Asociación del Síndrome en Argentina e
ingresan al proceso de duelo. El padre, activo hasta aquí, parece desvanecerse; la
madre comienza a tomar la delantera, trata de rescatarse a la vez que busca
conectarse con la niña por cada uno de los indicios que le ofrece. Con el auxilio de la
terapeuta modifica la relación que la unía a la hija y al decir de ella, intenta reparar el
tiempo que siente perdido.
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Ellos provienen de familias en las que “el disfrutar de la vida” se entiende como una
acción que involucra a los hijos. Posteriormente los estimula el hecho de poder
participar de los actos escolares de sus hijos. Ellos logran recuperar buena parte de
su energía a partir de compartir las actividades del jardín de infantes con Mariela, sus
compañeros y otros padres.
En el inicio, observar a la madre era mirar a una mujer desconectada del
entorno y de su niña, a una persona cuyas actitudes se correlacionaban bien con sus
manifestaciones verbales. Ella expresaba que no había podido recuperarse del
impacto que le produjo el hecho de que, de un momento a otro, su hija pasara de
“tomar” de su teta a “aspirarla”. Desvitalizada, había perdido fuerza para desarrollar
las actividades cotidianas y cuidar de sus hijos. Esa confederación química que
había unido a la beba y a la mamá en el vientre y que venía rompiéndose
progresivamente, se quiebra abruptamente; ella ya no puede representarse a la niña
ni describir lo que desea, necesita o quiere a su hija. A los dos años de nacida, la niña
es para la madre casi desconocida. Ella pasa de la desconexión a estados en los
que la furia se transforma en miedo.
El trabajo clínico le proporciona la posibilidad de darle, paulatinamente,
significado a las manifestaciones emocionales de su hija, ponerle palabras a lo que
ella suponía que eran muestras de sus diferentes estados emocionales.
Cuando conocen el diagnóstico y el pronóstico incierto de la niña, desde la
realidad les llega un decreto que los aniquila; se multiplica la tendencia de la madre y
de la niña a la inercia. Ellas procuran desembarazarse de toda tensión vital. El
espacio que se habita parece haber perdido espesor y dimensiones, los sonidos ya
no tienen diferencia de timbres, la mirada no tiene brillo, el mundo se presenta
monocromático, el tiempo pasa sin que se pueda tomar nota de ello. Es imposible
para los padres ligar el pasado al presente y proyectar el futuro. Parece que las
cosas “han sido” sin dejar ninguna huella inscripta. Se transforman en observables
los efectos del trauma que les produjo el deterioro progresivo de la niña y que de
alguna manera paralizó a los profesionales que intervinieron por diecisiete meses en
la atención de la criatura, sin posibilidades de arribar a un diagnóstico.
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mismo porta para él y para otras generaciones (tal como lo consideraremos más
extensamente un poco más adelante). En estos casos nos es lícito hablar de una
Neurosis Traumática Familiar y de una Neurosis Traumática del Niño. En la criatura
que padece la afección aparece un movimiento de desvitalización, de dejarse morir,
contra el que hay que luchar. Es un niño que, muchas veces, se entrega
(desnutrición, infecciones respiratorias, etc.) y los profesionales debemos
encargamos de insuflarles vida. Por eso, a veces, cuando crecen parecen activos,
pero “de madera”, es decir, desafectivizados, rígidos, inexpresivos.
Del mismo modo, los padres también pierden su vitalidad. Ellos sienten que no
tienen la misma energía que antes de que naciera su hijo. Se avergüenzan y se
culpan y, muchas veces, olvidan su vida sexual para siempre. A veces, ambos
padres, o uno de ellos, comienza a padecer una enfermedad orgánica (cardíaca, de
piel, adictivas) o se vuelve sumamente violento, o quedan aturdidos, o funcionan
todos como retardados o ingenuos.
El hecho de conocer que un padecimiento es de origen congénito y/o
hereditario produce sus efectos en la construcción de la subjetividad. Ya Freud, en el
texto “Las excepciones“ (1916) desarrolla sus hipótesis en relación a la conducta de
las personas que consideran que se les ha infligido un daño que modifica el destino
temprano de sus vidas. En esta familia como en otras hemos observado, por un lado,
el dar lástima como forma de hacer cesar las intervenciones o nuestra solicitud de
más horas de atención para ellos o para la niña y por otro lado, la búsqueda continua
de privilegios (becas para la niña en el jardín, que se la tome en un jardín para niños
sanos, que se la deje un año más en la sala de chiquitos, etc.). A ellos hay que
exceptuarlos porque demasiado sufrieron en sus vidas, han pagado en exceso.
Aparato anímico
Coraza antiestímulo inmunitaria
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químico que laboran desde el interior del organismo y a la que ligamos con las
defensas inmunitarias, y otra, que consiste en una desafectivización funcional como
freno de la intrusión afectiva desde el contexto...”. La primera de ellas, debido al
fallido de la Coraza Antiestímulo Inmunitaria, no pudo ser, en este caso, eficiente. La
segunda, ligada al impacto que produce en la beba el retiro repentino de los cuidados
maternos y a la ausencia total de empatía, es decir, el efecto de las modificaciones
contextuales tempranas.
Al nacer, el bebé percibe los movimientos intrasomáticos; por ejemplo, los que
produce su vientre cuando tiene hambre, los descubre y se los apropia merced al
trabajo psíquico que realiza con los elementos que le ofrece el contexto,
específicamente la capacidad empática de la madre para interpretar que el bebé
tiene hambre: “- tu pancita hace ruido, tenés hambre, a tomar la leche”. Así se le
posibilita al sujeto pedir los auxilios para producir la alteración interna necesaria. Es a
partir de este natural y necesario proceso que se construye la “representación -
órgano” que más tarde se articulará con la “representación - cuerpo”.
Entre los cinco y los seis meses de vida posnatal, Mariela sufre el exceso de
una estimulación proveniente del interior de su cuerpo que se manifiesta
externamente porque repentinamente se transforma el “respirar” en “aspirar”,
“succionar” en “abrir la boca y aplastar los alimentos”. Sus células neuronales y sus
músculos sufren una alteración que viene a oleadas desde el interior de su
organismo sin que ella pueda discriminar ni procesar esa alteración interna que se
produce a su pesar.
El contexto también se modifica porque -como hemos descripto- la aparición
sorpresiva del Trastorno de Rett, produce el retiro de su madre y la aparición del
padre en el escenario. Se ausentan la mirada, la ternura, la captación empática de
sus estados emocionales que hasta entonces realizaba con éxito su mamá.
La comunidad intracorporal de carácter químico, que es el modo en el que se
establecen los vínculos primordiales, se interrumpe, se desgarra en forma importante;
madre e hija quedan separadas y ambas en un estado de caos que impidió al padre
que espera la modificación de la situación tratando de cuidarlas, la captación de sus
pensamientos y sentimientos
La niña parece haber perdido la conciencia de su vitalidad, ya no se siente
viva y se encuentra privada de su posibilidad de captar la vida pulsional de su mamá,
con quien ha perdido la empatía inicial.
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de la enfermedad y a consecuencia de ésta, pierde la posibilidad de conducir el
destino de sus manos.
Las manos son una parte importante en la constitución del universo sensorial
del recién nacido, cumplen su función en la constitución de la conciencia inicial.
En los primeros días de nacida , al juntarle las manitos, la beba percibía cierta
unidad corporal y se calmaba; podía llevar sus manos a la boca y alucinar que el
pecho de mamá estaba allí. Más adelante, sus manos se encontraron con las manos
de la madre y le permitieron apoderarse de ellas y curiosear, mediante el contacto y el
tacto, los orificios del cuerpo de su madre. Con sus manos pudo “agujerear” a la
mamá, tocar su saliva; pudo guiar las manos de su madre para que aferraran objetos
que le interesaban y aferrarse ella a los cabellos de su madre.
Aquí, mucho antes de que las manos se constituyan en la extensión de la
coraza antiestímulo y la protejan de una luz fuerte o de un golpe o le sirvan de apoyo
o de instrumento para apoderarse de objetos, comienzan a conducirse con
independencia de su voluntad : a) se toman de la ropita a la altura del vientre; b) se
abren y se cierran; c) se frotan como si se estuvieran lavando la una a la otra, en
tanto suben y bajan.
La lengua, que en un momento abría el camino hacia el mamar activo, deja de
coordinar las periferias interior y exterior del cuerpo. Tiene en ella una función
opuesta a todo proceso vital, la lengua es mamada con fuerza por la niña al punto de
que quienes la observan piensan que se puede dañar, o puede ondularla y
“chasquear” a la vez que aspira pero no la puede utilizar como parte de los órganos
que intervienen en el proceso digestivo. Ha claudicado toda su función explorativa y
sólo tiende a recogerse en el interior de la boca.
Las cuerdas vocales perdieron su función y dejan de estar disponibles para
producir sonidos que convoquen al adulto maternante.
Dos estudios realizados ( Maldavsky, 1994) describen el comportamiento que
asumía el manejo tanto de la inspiración como de la deglución de la niña: “cierre del
canal de circulación”, “cierre de los labios” que -creo- fueron los observables básicos
que hicieron pensar a los médicos en la pérdida repentina del apego, situación que
además podía observarse, y dilatar así el diagnóstico.
El cierre del canal por el cual circulan “el aire, los alimentos, la saliva, las
mucosidades y las vibraciones sonoras constituyen, a menudo, una tentativa de
retornar a una lógica circulatoria vincular más elemental”, en tanto... “el cierre de los
labios al perder el contacto con ese otro, origina un “dejarse a sí mismo” primigenio
como obturación de la pérdida de apego”.
“¿Qué sucedió primero?”, fue la pregunta que se hicieron quienes “retaban” a
la mamá por su forma de relacionarse con la niña y daban diferentes indicaciones.
Sólo la llegada del diagnóstico diferencial pudo echar luz sobre este doloroso
proceso.
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La hipótesis, de que de la época en la que para la niña había un “objeto”
externo empático que satisfacía sus necesidades, quedan huellas mnémicas y que
son justamente de esas huellas mnémicas de las que se nutre la fuerza vital que la
niña pone para seguir su camino en estas condiciones, nos ha sido de gran utillidad.
“Es que ciertas fijaciones primordiales permanecen inmutables y parece que, en lugar
de interferir en los nexos libidinales con el mundo, hacen de prototipo simbólico,
inclusive retórico” (Maldavsky 1994). Sin duda es sobre la base de estas huellas
mnémicas que dejan las fijaciones primordiales que las vivencias y el saber
filogenético se articulan. A partir de esta articulación se generan otras nuevas formas
de encuentro y relaciones con la exterioridad -objetos y personas- que dan cuenta
diariamente del deseo de vivir puesto en juego. La hipótesis de que antes del
desasimiento libidinal observado en la niña hubo fijaciones primordiales, nos llevó a
pensar en las formas de recuperar éstas a partir de técnicas que favorecieran
nuestras metas en esa dirección. Apelamos fundamentalmente a expresiones
verbales y gestuales dirigidas a su cuerpo, mostrándole incluso lo que sus
manifestaciones nos hacían sentir o nos mostraban.
Trabajo Clínico
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meses balbucea “pa / aba “ y su mamá se esfuerza por traducir sus emisiones: “pa”
es papá y “aba” es la perra. A los treinta meses llora si se disgusta, se sonríe,
balbucea muy poco “pa, gua”, que aparecen como sonidos expulsivos. Los puede
realizar en los momentos en los que cesa la inspiración y puede permanecer atenta.
A veces permanece sin respirar como si se le cortara el aire. Cuando deja de
succionar su lengua, comienza con la hiperventilación.
Conclusiones
BIBLIOGRAFIA
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MALDAVSKY, D.; Teoría y clínica de los procesos tóxicos. Adicciones, afecciones
psicosomáticas, epilepsias, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1992.
MALDAVSKY, D.; Pesadillas en vigilia. Sobre neurosis tóxicas y traumáticas,
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995.
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