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EL ARTE DE LA GUERRA EN “EL PRINCIPE CRISTIANO”,

DE PEDRO DE RIVADENEYRA

Las transformaciones acaecidas en casi todas las instituciones y en el pensamiento durante


los siglos xv y XVIafectaron también al ejército y a la concepción de la guerra. En líneas generales,
hasta los albores del Renacimiento se consideraba a la guerra como un acontecimiento sometido
a las reglas divinas, fruto de una sociedad teocéntrica, dirigida y practicada por un estamento
cuyo oficio era precisamente la protección de los individuos que integran los otros dos estados.
Su conocimiento provenía de la práctica y de una sabiduría o habilidad, en ningún caso de
la reflexión racional y el estudio, mientras que los aspectos técnicos, a causa de su escaso
desarrollo, apenas recibían atención.
La práctica y dirección de la guerra estaba encomendada a la aristocracia, quien también
integraba la caballería, el arma fundamental durante la Edad Media, considerada invencible
hasta Crecy en 1346, y debía regirse por los principios cistianos y caballerescos, siendo
rechazadas las estratagemas, artificios y simulaciones en beneficio del valor del individuo
y la fe en Dios, elementos suficientes para ser un experimentado guerrero y obtener la victoria.
De ahi la repulsa hacia los avances técnicos como las armas de fuego y la condena por la
Iglesia y nobleza de la ballesta, arma que aproximaba al plebeyo y al caballero.
Estos ejércitos feudales, pequelios e indisciplinados, de escasa preparación técnica y nula
profesionalidad, formados por mesnadas en las que la infantería apenas representaba algo
más que el papel de comparsa dentro de la concepción bélica nobiliaria, fueron sustituidos
poco a poco por el ejército nacional y permanece, precioso instrumento de los monarcas
que estaban construyendo lo que sería el “Estado moderno”. Según José Antonio Maravall (l),
el fenómeno de estatalización de las tropas era algo inevitable, fruto del impacto de unos
factores de racionalización, concretados a fines del siglo xv, como son el desarrollo de la
economía dineraria, la tecnificación de las actividades bélicas, la aparición de un régimen
de disciplina y orden, así como de unos principios de uniformidad. El resultado fue el ejército
permanente y nacional, que sirvió como instrumento a las monarquías autoritarias para imponer
su soberanía en el interior y, posteriormente, para sustentar su expansión imperial.
Este ejército, tecnificado gracias al desarrollo de la artillería y las armas de fuego portátiles,
en el que la infantería es el arma fundamental, poniendo de manifiesto el declive del monopolio
aristocrático en la práctica bélica, con unas dimensiones desconocidas hasta entonces debido

(1) Ejército y Estado en elRenacimiento, José Antonio Maravall. Revista de Estudios Politices, números 117.
11.9. p 9.

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a la extensión do la economía monetaria, va a estar empleado y concebido de acuerdo con
unos principios totalmente diferentes a los de la Edad Media.
Hasta el siglo xv el bagaje teórico de lo que se conocía como arfe de la guerra estaba compuesto
casi de forma exclusiva por la obra del romano Flavio Vegecio, De re milifari, y alguna otra
de autores bizantinos o franceses del período, amén de las ensefianzas proporcionadas por
el estudio de la historia (Z), interpretada a la luz de la mentalidad medieval. Esto condujo
a que se obtuvieran consecuencias muy diferentes de la lectura de una misma obra en el
Renacimiento. En el siglo XVI,la guerra, gracias al desarrollo de la mentalidad racional y a
su penetración en los diferentes ámbitos sociales, se concebirá como un arte, es decir como
una ciencia de rigurosa aplicación técnica (3). El nuevo arte de la guerra era susceptible
de ser entendido por medio del estudio y la comprensión, resultando la práctica insuficiente
para su dominio. Aunque persistirán largo tiempo los tratados dedicados a las virtudes morales
del soldado, fruto de la concepr%n teológica de la guerra que considera a éste antes guerrero
que militar, la consideración racionalizada a la que aludía Maravall al referirse al hecho bélico
se impone a la hora de estudiara los autores romanos, en quienes se encuentran ahora principios
en los que inspirarse, avalados con el aura del clasicismo latino y helknico, fundamental
para los humanistas.
En el último cuarto de siglo xv se produce una explosión de ediciones de autores clásicos
en la materia como Vegecio, Frontino, Tito Livio, etc., al compás del desarrollo tanto de la
imprenta como de la nueva actitud racional con que se contempla el fenómeno de la guerra.
Como en muchos otros campos, lo moderno se presentará como una revitalización de la
antigüedad clásica, especialmente romana, dando lugar a un humanismo militar semejante
al desarrollado en otros campos. Desde Valturio, que edita en 1472 su De re militar;, aparecieron
numerosas obras que se ocupan de la guerra, culminando en 1521 con la obra de Nicolás
Maquiavelo El arfe de la guerra, la cual, junto con los capítulos dedicados por este autor en
El príncipe a las cuestiones bélicas, relaciona por vez primera la política y la guerra,
distinguiéndose por su pragmatismo e historicismo. La obra de Maquiavelo, aunque se inscribe
plenamente en la modernidad renacentista, conserva rasgos medievales y tradicionales,
fruto de la influencia clásica, que le llevan a minusvalorar los avances técnicos, como la
artillería y las fortificaciones. Precisamente, estos dos aspectos adquirieron una gran importancia
a lo largo del siglo XVI,en el cual se publicaron numerosas obras dedicadas específicamente
a la poliorc&ica y a la artillería. Tampoco el florentino concedió al dinero la importancia que
otros contemporáneos suyos, como Guicciardini o los espalioles Pedro de Salazar, Saavedra
Fajardo o Gracián, le dieron. Estas peculiaridades, propias del primer tercio del siglo XVI,
desaparecieron pronto entre los tratadistas bélicos, valorándose altamente tanto los avances
técnicos como los recursos económicos.
La penetracibn del pensamiento de Maquiavelo en EspaAa ha sido puesta de manifiesto por
José Antonio Maravall (4), quien ha resaltado como la materia de la guerra ha sido la más
propicia para aceptar la separación entre política y moral, de la cual existe en nuestro país
rasgos anteriores a la publicación de las obras del italiano. En España se puede detectar
una influencia de Maquiavelo caracterizada por el realismo y el pragmatismo, aunque sin
llegar a remontarse a consecuencias generales. Este empirismo superficial se redujo a concebir

(2) La guerra en la Edad Media, Phllippe Contamine. Madrid, 1964. pp. 266 y SS.
(3) José Antonio Maravall. op. cit, p, 15.
(4) Maquiavelo y maquiavelismo en EspaAa, en Estudios de Historia del Pensamiento Espaflol Siglo XVIII. José
Antonio Maravall. Madrid, 1975. p. 53.

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la política como una conveniencia práctica y a aceptar los principios de conducta según
vinieran o no avalados por la experiencia. Ello dio lugar al llamado maquiavelismo de los
antimaquiavelistas, por lo que se puede decir que la influencia de Maquiavelo alcanzó incluso
a sus críticos (5).

Todo lo referente a la guerra era un campo propicio para la extensión del maquiavelismo
ocasional y para aceptar principios antagónicos a los propios del cristianismo. La influencia
de Maquiavelo, por medio de su crítica, y la actualidad que tenían en el siglo XVIy primer
cuarto del XVIIlas cuestiones referentes a la guerra, dieron lugar a la proliferación de escritores
militares y a las alusiones, de diversa magnitud, acerca de la guerra y el ejkrcito por parte
de escritores públicos. Dentro de sus obras, dedicadas en muchos casos a la crítica de
Maquiavelo y la razón de estado, casi todos los autores incluyen recomendaciones al príncipe
o análisis sobre los asuntos bélicos. Juan de Salazar, Pedro Barbosa, Gracián, Saavedra
Fajardo, Rivadeneyra. etc. tratan estas cuestiones procurando introducir los principios cristianos,
pero siendo incapaces de resistir el avance de las técnicas y las ideas, así como la influencia
del propio Maquiavelo, dando como resultado la asunción de muchos de los principios
sustentados por el florentino, objeto de sus ataques.

La primera obra de Maquiavelo que se conoció en Espalia fue precisamente El arte de la


guerra, gracias a la versión que hizo en 1536 Diego de Salazar con el nombre de Tratado
de re militari (6), quien conservó la estructura dialogada original de la obra del florentino,
pero distanciándose en parte de su pensamiento al valorar altamente la artillería y las
fortificaciones. Precisamente esta circunstancia llevaría durante el siglo XVIa que los autores
militares espaiíoles no siguieran en demasía Maquiavelo (7), aunque su influencia se hizo
notar en todos aquellos que trataron la materia.

Paralelamente a la influencia ejercida por la obra militar de Maquiavelo, comenzaba a conocerse


en el segundo tercio del siglo XVI El príncipe, el cual desataría las críticas y los ataques de
los autores hispanos, al compás de la Contrarreforma y el fortalecimiento ideológico y moral
acaecido durante el reinado de Felipe ll. No obstante, todos aquellos que se ocuparon de
rebatir los principios maquiavelistas por anticristianos, se vieron influidos en mayor o menor
medida por la obra del autor italiano, llegando incluso a sostener tesis idénticas o a reproducir
capítulos íntegros de su obra.

Prácticamente, todos los autores hispanos del período que se ocupan de responder a Maquiavelo
se centran en la cuestión de la razón de estado y en la moral cristiana pero sin descuidar
otros aspectos, como sucede con todo lo referido al arte de la guerra. Esto ocurre con Pedro
Barbosa Homen, en cuyo libro Discursos de la juridica y verdadera razón de estado, editado
en Coimbra en 1626, dedica gran parte al estudio del ejército, además de rebatir la razón
de estado de Maquiavelo, proclamando la necesidad del príncipe de basarse en la religión
católica. Fray Juan de Salazar, el más providencialista de los escritores políticos del Siglo
de Oro, tampoco elude tratar de la milicia, a la cual dedica la proposición décima de su Política
espafiola (1619).

(5) Ibidem.
(6) ph;tu;,pre/iminar, de Manuel Carrera Díaz, en Del arfe de la guerra, de Nicolás Maquiavelo. Madrid, 1966,

(7) Maquiavelo y maquiavelismo en Espatia, Jos& Antonio Maravall, vid supra, p. 46

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Este autor ofrece en sus páginas un intenso mesianismo, que ha llevado a ciertos autores
a sostener su origen judío (8), al mantener que la grandeza de Espana obedece a la providencia,
al designio divino, argumentándolo mediante doce proposiciones que así lo demuestran.
La décima razón propuesta por Salazar presenta a las armas y a las letras, que la corona
alienta y favorece, como los dos nervios que sustentan el arco triunfal de la monarquía
espaliola (9). Por último, citaremos al más ferviente antimaquiavelista, a Pedro de Rivadeneyra,
jesuita autor de El príncipe cristiano -1595-, quien inaugura los ataques en Espaíla contra
la obra del florentino con la publicación de su libro, en el cual también existe un apartado
dedicado a la milicia y la guerra, paradójicamente muy influido por El príncipe y EI arfe de
la guerra, de Maquiavelo.
No obstante, entre estos autores hispanos del Siglo de Oro no sólo existe un eco de las obras
del italiano y la asunción de una serie de principios que chocan con la moral cristiana, sino
también la pervivencia de fundamentos tradicionales que constituyen la base de su pensamiento.
El resultado es la sucesión de máximas anticristianas, aceptadas debido a su confirmación
práctica, junto a conceptos que hunden sus raíces en la Edad Media y en reflexiones propias
de una sociedad en la que la religión somete a sus reglas Iodas las actividades.
Esta dualidad moral e ideológica aparece continuamente a lo largo de las obras citadas, incluida
la de Rivadeneyra, que a continuación analizaremos.
l l l

Pedro de Rivadeneyra, nacido en 1526 y muerto en 1611, fue un sacerdote jesuita que publicó
en 1595 Tratado de la Religión y virtudes que debe tener un príncipe cristiano para gobernar
y conservar sus Estados contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos de este tiempo enseñan,
conocido como El príncipe cristiano, título resumido que expresa perfectamente el carácter
polémico y antimaquiavelista del libro de Rivadeneyra.
Esta obra, dedicada al futuro Felipe III, inaugura en la literatura política espaîiola la refutación
impresa del autor florentino, dando lugar a una enorme proliferación de títulos en los anos
posteriores (10). Siguiendo la tradición intelectual de los jesuitas, rica en autores de pensamiento
político como Francisco Suárez, Juan de Mariana, Luis de Molina, etc., todos contemporáneos
de Rivadeneyra, el autor de El príncipe cristiano representaría el más perfecto ejemplo de
la mentalidad contrarreformista en el terreno de la política, que no es otra que la basada en
el principio de la total subordinación de ésta a la moral cristiana.
Pedro de Rivadeneyra pertenece a una generación que está lejos del pacifismo de Erasmo,
Vives o Alfonso de Valdés y que considera a la guerra, de acuerdo con la doctrina de Francisco
Suárez, como un hecho que puede ser justo, incluso para los cristianos, siempre que se cumplan
determinadas condiciones. La guerra, por lo tanto, no era intrínsecamente mala para los escritores
políticos espanoles del período 1550-I 650. La superación del pacifismo humanista de la
primera mitad del siglo XVIobedeció, sin duda, al cambio experimentado en Europa a raíz
de la Contrarreforma desatada tras el Concilio de Trento, junto con la confirmación del

(8) Introduccián de Enrique Tierno Galván en Antologia de escritores politicas del Siglo de Oro, de Pedro de Vega.
Madrid, 1966, p 111.
(9) La visidn de la sociedad en elpensamienlo espailol del Siglo de Oro, Ana Martínez Aranch. Madrid, 1987,
p. 73.
(10) Maquiavelo y maquiavelismo en Espafla, José Antonio Maravall, vid supra, p. 69

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protestantismo en Europa y las características del Imperio hispano (11). Estas circunstancias,
junto con la importancia concedida por Maquiavelo al fenómeno bélico y al ejército,,explica
por qué en los tratados políticos del Siglo de Oro, dedicados en muchos casos a rebatir al
florentino, se otorga una cierta trascendencia al llamado arte de la guerra.
En El príncipe cristiano Pedro de Rivadeneyra consagra al arte militar el capítulo XLIII del
libro II, aunque existen alusiones en otras partes de la obra, en el cual señala la importancia
de estos conocimientos al recomendar al príncipe su entendimiento, pero sin encarecerle
a su estudio. Todos sus juicios y argumentos se apoyan en la experiencia histórica, especialmente
de los clásicos latinos, y en la Historia Sagrada. Este historicismo, común a Maquiavelo y
a la práctica totalidad de los autores políticos de los siglOs XVIy XVII,revela una admiración
por el mundo clásico (12) que está presente en cada página del libro de Rivadeneyra. Sin
embargo, los modelos del jesuita, al contrari de lo que ocurre en Maquiavelo, sí hacen referencia
a la Edad Media a la hora de buscar ejemplos que justifiquen sus argumentos.
El autor de E/ príncipe cristiano afirma la necesidad de la guerra tanto como lo es la medicina
amarga para la salud de/ enfermo (13), aunque el príncipe debe perseguir siempre la paz
a causa de los daños que se derivan de la guerra, pero sin descuidar la preparación ni la
vigilancia. También recomienda extremar una de las principales virtudes que debe poseer
el príncipe, la prudencia, a la hora de medir sus fuerzas y las del enemigo, aconsejando la
práctica de la disimulación, a pesar de ser este un concepto maquiavelista, como ha selialado
acerladamente José Antonio Maravall (14).
En el capítulo XLIII, dedicado al arte de la guerra, Rivadeneyra reitera la necesidad del uso
de ardides en la práctica bélica, aproximándose a una concepción del conflicto que supera
el ámbito caballeresco medieval y ético, lo que le acerca a Maquiavelo, quien inició la separación
entre moral y el desarrollo de la Querra.
Sin embargo, el tradicionalismo surge a cada momento. Así, cuando se refiere a la necesidad
de prevenirse para la guerra no sólo no alude al estudio de los clásicos o contemporáneos,
sino que tan ~610enumera una serie de actividades físicas que deben hacer tanto el príncipe,
para dar ejemplo, como sus súbditos para estar preparados. De esta forma, según el jesuita,
debe afrontarse el entrenamiento. Entre las prácticas citadas se encuentra la esgrima, la
natación, las carreras, etc., así como la caza.
Todos estos ejercicios, de inspiración medieval y repetidos en los tradicionales espejos de
príncipes, tienen como fin el fortalecimiento físico y moral, así como evitar el lujo y la comodidad.
Entre todas las prácticas recomendadas, la más habitual es la de la caza, que incluso llega
a sugerir Maquiavelo, pero en este caso, con una finalidad diferente como es la del conocimiento
de la geografía y la familiaridad con el paisaje del reino (15). El florentino dota a la caza de
un contenido técnico que contrasta con el moral y físico que le otorga Rivadeneyra. No obstante,
ambos autores coinciden al sefialar que el ejercicio conviene no sólo a las tropas, sino también
al príncipe. La sincronía se repite de nuevo al recomendar el espaliol al príncipe que dé ejemplo
de habilidad y práctica en las artes militares; precisamente este aspecto, que también aconsejaba

(ll) Ana Marlinez Arancón.o,x cit, pp. 93 y SS.


(12) Manuel Carrera Díaz, op. cif., p. XIII.
(13) El principe cristiano. Buenos Aires, 1942, cap. XLI, libro II,
(14) Maquiavelo y maquiavelismo en EspaAa. wd. supra.
(15) La fuerza de la razón. Guerra. Estado y ciencia de los tratados militares del Renacimiento, Antonio Campillo.
Murcia, 1986, p. 72.

3“. - 65 -
Maquiavelo, acabaría siendo superado por los acontecimientos, ya que fue precisamente’
durante el siglo XVIcuando los reyes comenzaron a delegar el mando de las tropas, poniéndose
de manifiesto la complicación y tecnificación de las actividades bélicas y administrativas.

El padre Rivadeneyra, como otros antimaquiavelistas moralizantes, al responder a la cuestión


planteada por Maquiavelo sobre si la religión cristiana ha disminuido las facultades del hombre
para la guerra, suprime todo principio ético y evangélico, que supondría la condenación de
la guerra, al exaltar el valor militar del cristianismo desde Constantino ‘el Grande (16). A
esta materia dedica Rivadeneyra los capítulos XXXIVa XXXIXdel libro ll, utilizando argumentos
históricos que no desdenan los ejemplos de la Edad Media.

Un rasgo de El príncipe cristiano, común a otros autores como Juan de Salazar, es lo que
se puede calificar de providencialismo bélico, un elemento habitual en la obra que pone de
relieve, una vez más, la vertiente tradicional del pensamiento de Rivadeneyra y, por lo tanto,
su distanciamiento de Maquiavelo.

En el capítulo XLI, libro ll, afirma que es especialmente en las guerras y en?as bataltas donde
Dios muestra su divina providencia, dando los triunfos a quien le sirve y defiende la verdadera
religión. Prueba de ello son las victorias milagrosas que ha dado Dios, precisamente el título
del capítulo XLII, a los príncipes cristianos. Los príncipes deben saber que sólo Dios concede
las victorias y las derrotas, siendo éstas el castigo divino que sobreviene tras haberle sido
quitado a la república los individuos capacitados para defenderla a causa de los pecados
de sus reyes, Finaliza en el capítulo XLIV presentando a Dios como Dios de los ejercitos y
Señor de las victorias, trasunto del Marte latino, aunque esto no le impide aconsejar al príncipe
que debe ayudarse y tomar los medios para alcanzar los triunfos. Este providencialismo bélico
explica porqué Rivadeneyra concede escasa atención al estudio de la guerra. Desde su
perspectiva de sometimiento de la política a la moral cristiana, basta con servir a Dios y defender
la Religión para que el príncipe alcanzase el éxito sobre sus enemigos. En nada pueden
diferenciarse más el florentino y el sacerdote espaflol que en estos aspectos,

En lo que se refiere a cuestiones concretas, a la hora de referirse al ejército y su consideración,


de nuevo existe una coincidencia entre ambos autores. Rivadeneyra deja clara la importancia
de la milicia cuando en el capítulo XLIII afirma que /as armas y los buenos soldados son los
tutores, conservadores, defensores y amplificadores de la república, los nervios de los reinos
y establecimientos y seguridad de los reyes. Ellos son los que dan amparo a la religión... y...
puede elpríncipe serseñorde susEstados.

Por su parte, tanto en El príncipe como en El arte de la guerra Maquiavelo afirmaba que el
ejército era el fundamento de todo Estado y su razón de ser, pero entre sus funciones no
incluia la protección de la religión, sino otras cuyo fin era puramente político. La mentalidad
contrarreformista aparece en Rivadeneyra en combinación con las ideas tradicionales que
recomiendan al príncipe guardar la religión y perseguir a los herejes. Conviene recordar que
el sacerdote jesuita había vivido la lucha de Carlos I y Felipe II contra el protestantismo y
los turcos, impregnándose de la concepción universal y cristiana que poseía el Imperio de
los Austrias, lo que originó una actitud defensiva que se unía perfectamente a los principios
que inspiran su pensamiento.

(16) Maquiavelo y maquiavelismo en EsparTa,José Animo Maravall,vid. supra, p. 53.

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Para Rivadeneyra, el mejor ejército es el que se construye gracias a los buenos soldados
que logra la educación severa y dura de la juventud, así como la estima y honra de los que
han servido en guerras pasadas -capítulo XLIV, libro II-. Aquí aparecen dos cuestiones que
son una constante en el pensamiento del autor hispano. En primer lugar, el rechazo del lujo
y la comodidad y, segundo, la necesidad de honrar y recompensar a los soldados por sus
‘merecimientos, sin tener en cuenta su origen social,
El desprecio del lujo y regalo es una constante en los clásicos, especialmente latinos, que
incluso es retornada por Maquiavelo, quien se preocupa por los efectos que puede tener
la comida variada entre los soldados, recomendando que se les alimente sólo con pan y agua.
No es extralla esta prevención entre los autores del siglo XVI,muy influidos por lo griego y
romano, ya que tiene sus orígenes en la antigüedad, siendo recogida por Vegecio, el autor
clásico de cuestiones militares mejor conocido en la Edad Media y el Renacimiento, el cual
es citado repetidas veces por el padre Rivadeneyra. Para’aquel, la crisis de Roma en el siglo IV
obedecía a la decadenciade las virtudes militares y de las costumbres tras un largo período
de paz que había ablandado a la sociedad, por lo que recomendaba una vuelta al pasado (17).
Rivadeneyra expresa claramente su identidad de criterios con el latino, recurriendo a variados
ejemplos históricos en el capítulo XXXIX,titulado expresivamente que la regalada educación
es causa de que los hombres no sean fuertes y valientes, al mismo tiempo que rechaza las
argumentaciones de Maquiavelo que consideraban al cristianismo incompatible con los principios
de la milicia.
Según Rivadeneyra, cuando guerrean “los regalados y afeminados” la derrota es segura
y la república será asolada sin remedio, por lo que, para evitar que falten los caballeros y
soldados valientes es necesaria la disciplina que elimine el lujo y todo aquello que pueda
ablandara los que han de combatir. Igualmente. se ha de procurar que en tiempo de paz
se ensayen para la guerra mediante ejercicios destinados a su endurecimiento. Maquiavelo,
en El arfe de la guerra, concede gran importancia al adiestramiento y los ejercicios físicos,
así como al fortalecimiento del cuerpo que éste proporciona, pero aiíade otros objetivos que
debe perseguir el entrenamiento, como son aprender el manejo de las armas y la observación
de las órdenes (18), algo ajeno a las intenciones de Rivadeneyra, quien se limita a la
preocupación espartana por la sobriedad y el robustecimiento físico.
La disciplina era una cuestión capital entre los clásicos del arte militar en la antigüedad,
siendo recuperada, como otras muchas, por Maquiavelo en el siglo XVI.Para éste es fundamental
el orden y la disciplina que han de observar los ejércitos, dado que el soldado es una pieza
dentro de un conjunto. El ejército aparece en el pensamiento del florentino como un cuerpo,
un organismo vivo, del cual el combatiente es una pieza más; esta concepción supone superar
las virtudes y el valor individual, propios de la Edad Media, que poc sí solos no permiten alcanzar
la victoria, así como el triunfo del Estado y la monarquía sobre la aristocracia (19).
En el pensamiento de Rivadeneyra la disciplina ocupa un lugar de importancia al referirse
al arte de la guerra, pero no está concebida desde el punto de vista maquiavelista, sino desde
una perspectiva tradicional que hace hincapié en el orden antes que en los ejercicios y el
adiestramiento que permiten convertir al soldado en parte de un todo. Para el sacerdote jesuita
el objetivo básico de la disciplina debe ser evitar los excesos, robos, agravios, etc. que puede

(17) /ns/ifuciones mililares,


Flavio Vegecio, libro 1 0, cap. 28. Madrid, 1989.
(18) Antonio Campillo, op. cil.. p. 73.
(19) Ibidem. pp.17 y SS.

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provocar el ejército en caso de amotinarse y, en este sentido, debe aplicarse el príncipe si
quiere conservar la fuerzade las armas que han de defender la república (capítulo XLIII, libro II).
Si existe alguna coincidencia entre Maquiavelo y Rivadeneyra al tratar de la disciplina, obedece
al historicismo de ambos, que les lleva a la aceptación absoluta de los principios de los autores
latinos antes que a una identidad de pensamiento. El autor espallol no tiene ningún rasgo
de modernidad, ya que considera estas cuestiones desde una óptica tradicional, mezcla de
la religión cristiana y de las ideas de la antigüedad romana.
Otro de los elementos que Pedro de Rivadeneyra considera fundamentales para conseguir
un ejército adecuado es, como hemos dicho, la honra y recompensa de aquellos que han
servido valientemente. El príncipe debe procurar alentar y animar las virtudes repartiendo
hábitos, encomiendas, rentas, etc. a los que lo merecieron, teniendo en cuenta sus hazaiías.
También recomienda el jesuita al príncipe que conceda los ascensos no por gracia y favor,
sino por experiencia y merecimientos. Estos principios suponen quebrar en cierta medida
el monopolio nobiliario en la dirección de las tropas, dando paso a los puestos de mando
a todos aquellos que demuestren su valor, no sus conocimientos, independientemente de
su origen, aunque sin aludir a los necesarios saberes técnicos, lo que pone de manifiesto
la escasa atención dedicada por Rivadeneyra a la ciencia y el estudio.
En este aspecto, Rivadeneyra coincide con Bernardino de Mendoza, quien publicó su libro
Teórica y práctica de la guerra en 1595, es decir, en el mismo afIo en que fue editado El príncipe
crisfiano.
Mendoza es uno de los primeros tratadistas en ocuparse de la materia bélica en su conjunto,
superando los estudios parciales tan abundantes en los aiios centrales del siglo. En su obra
afirma que los hombres que han de ser nombrados generales y maestres de campo sean
hombres de larga experiencia y reconocida prudencia, al tiempo que critica la corrupción
en los ascensos y mandos militares, afirmando que la nobleza de cuna no es suficiente (20).
Afirma Antonio Campillo que “cuando los ejércitos se vuelven permanentes y el oficio de
las armas se convierte en una profesión, los criterios para ocupar los mandos superiores
no son ya la nobleza ni la riqueza, sino el largo y lento aprendizaje en los puestos inferiores
de la escala”. Como puede observarse, a finales del siglo XVI estaba extendida la opinión
que abría a los plebeyos el ascenso en la escala militar aprovechando la profesionalización;
sin embargo, esto no impide que se continúe considerando a la aristocracia como los mejores
vasallos y soldados del príncipe, destinados a dirigir sus ejércitos.
En íntima relación con lo anterior se encuentra la cuestión de la dirección del ejército, algo
que Rivadeneyra valora altamente y relaciona con la mayor virtud del príncipe, como es la
prudencia. El pensamiento del autor de El príncipe cristiano es el propio de un miembro de
la Iglesia en la sociedad estamental, por lo que se declara partidario de escoger a la nobleza
para los cargos y honras (capítulo VI, libro II); no obstante, afilma que, en caso de guerra,
el príncipe debe reunir a soldados viejos y experimentados, “aunque fuesen de bajo suelo”
antes que a “caballeros delicados, viciosos y regalados” (capítulo VII, libro II).
Por último, a la hora de elegir al capitán general, al encargado de dirigir el ejército, Rivadeneyra
se manifiesta claramente en el capítulo XXXII, libro II, En primer lugar, recomienda al príncipe
preferir la virtud y el valor de la persona antes que su linaje y grandeza; si esto pudiera llevar
a pensar que Rivadeneyra se inclina claramente hacia la separación del binomio milicia y

(20) Ibidem, pp. 105 y SS.

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aristocracia, poco después se despeja la duda al precisar que, cuando la virtud y el valor
se “junta con la sangre y estado, campea más, como esmalte sobre oro, y debe ser antepuesta
a la virtud sola”. Por lo tanto, cuando existan individuos capaces entre la nobleza deben ser
siempre antepuestos a otros de igual o mayor virtud, pero de más bajo estado. En este aspecto
concluye recomendando que sea un solo capitán quien dirija el ejército y, para argumentarlo
mejor, se apoya en la singularidad orgánica y social: un solo Dios, un solo Sol, un único Rey,
etcétera.
En suma, Rivadeneyra aconseja el príncipe elegir para dirigir sus ejércitos a un noble, siempre
que cuente con las adecuadas virtudes, aunque para nada alude entre ellas a los conocimientos
ni a la sabiduría y, en caso de no encontrarlo, no debe temer escoger a un individuo de otro
estado siempre que reúna el valor y la virtud necesarios, este pragmatismo en ningún caso
supone romper el monopolio que detenta la aristocracia en la dirección del ejército. Sin embargo,
si no en este aspecto, sí resulta Rivadeneyra más novedoso que Maquiavelo al recomendar
el príncipe que nombra a un capitán para dirigir el ejército, mientras que el italiano, influido
por la tradición medieval, le aconseja que conduzca en persona a sus tropas, precisamente
en el siglo en el que los reyes comienzan a delegar el mando de los ejércitos (21).
Por último, tradicionalmente se.ha considerado que Maquiavelo no supo valorar la importancia
del dinero en la guerra, la práctica demuestra cómo los aspectos financieros de la milicia
fueron tenidos en cuenta desde un primer momento por los pensadores políticos y militares.
Si el salario de los soldados suscitó críticas tradicionales en autores como NúRez de Alba,
un erasmista para quien lo fundamental era el hombre (22), ya Pedro de Salazar, cronista
de Carlos 1, puso de relieve la importancia de lo económico al afirmar que “los dineros son
el nervio de la guerra”, concepción que se generalizaría con Gracián, Saavedra Fajardo y,
en menor medida, en nuestro Pedrc de Rivadeneyra.
En el capítulo XLIII de EI príncipe crisfiano, “el jesuita pone de relieve la gran importancia
del dinero para mantener la disciplina del ejército y evitar los amotinamientos, cuestión que
le preocupaba enormemente, al tiempo que denuncia la corrupción de los ministros, responsables
de que la soldada llegue tarde y se produzcan los consiguientes desórdenes. Este asunto
es una constante en autores de obras sobre el arte militar durante el siglo XVIcomo Marcos
de Isaba (23), autor del” Cuerpo enfermo de la milicia espaflola (1594) quien pone de manifiesto
la escasa integridad de vendores y contadores, así como las deficiencias de la organización
militar, o el ya citado Bernardino de Mendoza.
Aunque todos estos autores resaltan la importancia del dinero para mantener la disciplina,
lo que supone aceptar el salario y no el botín como forma de pago al ejército, no comprenden
en su totalidad los aspectos masivos y cuantitativos de la guerra. Si Rivadeneyra alude al
dinero no es para obtener mejores armas o más hombres, sino para conservar la disciplina
y evitar la rebelión del ejercito, algo que también preocupaba al florentino, pero sin aportar
ningún rasgo de modernidad en la concepción de las finanzas y su relación con la guerra.
Para finalizar, cabe decir que Pedro de Rivadeneyra se encuentra, en lo referente al arte
de la guerra, en una dialéctica de aceptación y rechazo de los principios expuestos por
Maquiavelo en El arfe de la guerra y El príncipe o, lo que es lo mismo, en una dualidad tradición-

(21) Ibidem, p, 71.


(22) Ej&30 y Estado...,JosB Antonio Maravall. vid. supra.
(23) Bibhografia mil&% de EspaAa. Jos Almirante. Madrid. 1076. p 398

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modernidad. Coincide con el italiano en experimenar una poderosa influencia de los clásicos,
latinos en especial, que le lleva a un marcado historicismo, al tiempo que a preferir las virtudes
morales por encima de las intelectuales. Fruto de esto último son las escasas recomendaciones
que hace al príncipe sobre el cultivo del estudio, así como la sumisión de la política a la moral
por encima de otras consideraciones. Su providencialismo bélico le imposibilita ocuparse
del ejército desde una perspectiva moderna, limitándose a resaltar los aspectos tradicionales,
propios de la sociedad estamental, lo que no le impide aceptar principios sostenidos por
Maquiavelo. Rivadeneyra concede una escasa atención a los aspectos técnicos, como las
armas de fuego o la artillería, y a las fortificaciones, manteniéndose dentro de la tradición
de origen medieval a la hora de contemplar la milicia. En este aspecto, el sacerdote jesuita
ofrece una mentalidad más tradicional que los escritores hispanos contemporáneos dedicados
a estudiar la guerra y el ejército, dado que todos valoran altamente los adelantos técnicos,
al contrario que el propio Maquiavelo. Todo esto le convierte en un autor escasamente original
dentro del pensamiento his_panodel Siglo de Oro, algo habitual entre los e@tores políticos
de este período, como puso de manifiesto en su día Enrique Tierno.

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