Dicen que, desde el siglo XVIII hasta hace una escasa década, la pizarra se
mantuvo inalterada como el único elemento técnico relevante de apoyo educativo en las
aulas. La palabra, la escritura, el valor del ejemplo..., fueron inventados mucho antes
como elementos educativos. Hoy día, al lado de esos antiguos elementos, vivimos la
vorágine de la sociedad de la información y la comunicación. El ordenador personal,
aliado a la “red de redes”, Internet, conlleva la apertura de la información, de la
comunicación, del conocimiento sin límites, al alcance de un clic, navegando por las olas
transparentes del aire a 300.000 kilómetros por segundo, siempre disponibles en un cielo
platónico al alcance de todos. ¿Quieres visitar el Louvre, aprender italiano, viajar a la
historia de Tartessos, ver documentos videográficos sobre los más variados temas,
escuchar una y otra vez conferencias o charlas, hacer ejercicios de ecuaciones, aprender
a conducir, relacionarte con otras culturas, abrir tu propio blog, iniciar un encuentro con
los coleccionistas de bicis antiguas…? ¿Quieres más humildemente leer o acaso
escuchar fragmentos de obras de San Juan o Shakespeare? ¿Quieres un teatro hablado?
¿Quieres estudiar la filosofía de Platón con ilustraciones, cuadros, test, glosario y profesor
virtual?
¿Cómo se ve afectada la enseñanza por ello? Indudablemente, la sociedad
cambia, las exigencias sociales también. Si a ello unimos la vorágine técnico-
comunicativa que comentamos, la pregunta es hoy más que urgente. En todas partes se
hace presente que la educación es el centro. A veces de todos nuestros males, a veces
de todas nuestras soluciones de futuro.
Antes de entrar en qué debemos considerar nuestra labor hoy, veamos una
distinción terminológica esencial. Me propongo explicar la diferencia básica y
fundamental: ¿qué es educar? Y ¿qué es enseñar? Sostengo que ambos términos se
confunden y que quizá gran parte del azoro de los enseñantes reside en lo difícil que es
manejar estos conceptos clarificadoramente. Desde luego, no es lo mismo, no son lo
mismo. Ambas coinciden en ser acciones formativas, ambas arraigan en el hecho de
que los individuos no nacemos hechos, nos hacemos, nos forjamos, nos cultivamos.
“Cultura” significa precisamente cultivo de las capacidades humanas para terminar de ser
miembros activos de un grupo social. Por ello, la cultura engloba conocimientos y
En ese sentido, para la educación, la escuela es una espacio más, no cerrado, claro
está, pero ni siquiera es el espacio privilegiado para la educación. Repito, es un espacio
más, sí. Sin embargo -y he aquí el quid de la cuestión- quizá, a fuerza de intereses que
han echado sobre la escuela esa ingente y monopolizadora función, confundiéndose su
primigenia y auténtica labor específica, estemos sobrecargando de exigencias a la
escuela y a sus profesionales. Los docentes andaluces y andaluzas podemos estar
viviendo esa titánica exigencia junto a la vorágine de los cambios con desorientación, en
el apabullamiento y la falta de referentes claros para nuestra labor.
Sostengo y defiendo -por pura claridad y coherencia intelectual y por el bien de
nuestro trabajo- que la labor de una escuela de calidad no puede ser ni tan titánica ni tan
heroica como algunos pretenden. Propongo un ejercicio de limpieza, concreción y
humildad: la escuela es el lugar para la enseñanza, humilde y profesional labor que
difiere de la de educar. Entiéndaseme bien: no se trata de abdicar de educar, puesto que
educamos, junto a todos: padres, agentes sociales, administración responsable, medios
de comunicación, entorno físico y humano, medios materiales disponibles, nivel cultural
de la familia, patrimonio de inteligencia heredada por la sociedad en su saber vivir y
convivir... Todo ello mide la educación social en la que los jóvenes se incorporan y no se
improvisa de la noche a la mañana. Esa educación social, ese patrimonio cultural conjunto
está sujeto al cambio social y cultural de un pueblo, de una nación, del mundo en el que
nos movemos... Ahora bien, para que la escuela como institución pueda ser ella,
necesitamos concretar nuestra labor profesional, que -sostengo- más que centrarse en
educar, debe recuperar con tesón su labor profesional de enseñar.
Esto que estamos diciendo era más claro y menos problemático antaño debido a
que hasta hace poco los docentes éramos los especialistas, los que teníamos ese
saber con un cierto monopolio, como un privilegio. Hoy no. Hoy vivimos inmersos en el
conocimiento que todo lo inunda, que se ha multiplicado en haces de luz omnipresente. Y
precisamente, hoy, esta sociedad del conocimiento nos hace más necesarios que nunca -
nunca antes más necesidad de conocimiento o, mejor, de ser capaces de tratar con tanto
conocimiento. Sin embargo, por otro lado, también nos hace más irrelevantes
socialmente, como si al estar rebosando conocimiento, todos se creyeran ya poseedores
del mismo.
Antaño, decíamos, éramos los portadores exclusivos. Si hoy la labor del docente
como profesional y su consiguiente autoridad en el aula ha decaído, lo ha hecho como
tantas otras: los cambios que ha provocado la sociedad del conocimiento -de la
información y la comunicación- están afectando a todas las actividades humanas,
económicas, comerciales, culturales, educativas... ¿Hará falta algún ejemplo? Piénsese
en cómo ha podido afectar, por ejemplo, a tantos trabajos, a tantos profesionales... El
cajero que está siete horas atendiendo una ventanilla no puede obviar que cada vez es
más innecesario; hoy uno mismo puede ser ya el banquero en casa, sin tener que ir a la
oficina a gestionar, traspasar, devolver recibo, contratar un seguro... ¿No afecta esa
realidad a su trabajo y a su prestigio? ¿Y qué decir del cantante que ya no puede vender
tantos discos que se piratean fácilmente? ¿Y qué decimos de los comercios tradicionales
que ven que cualquiera puede comprar un objeto más barato desde su ordenador? ¿Y el
político que debe contar con el tremendo poder de las redes de internautas, los blogs, los
colectivos cada vez más informados? El antiguo poder se ha tenido que hacer
transparente, la información, la comunicación, el conocimiento traspasa las paredes, se
hace ubicuo y la sociedad se hace horizontal: el rey está definitivamente desnudo.
Hoy en día seremos los docentes, los "enseñantes” de la nueva sociedad, si somos
capaces de comprender que nuestra tarea es más humilde -no somos portadores
revolucionarios de la cultura libertadora, ni vamos a vencer con nuestras solas fuerzas los
modelos consumistas y dominantes que la cultura que la televisión internacional propala-.
Nuestra tarea es más profesional. Tenemos que dotarnos de estrategias, de
instrumentos, de actividades, de controles diversos, capaces de conducir a nuestros
alumnos y alumnas al reino de un saber activo y propio. La tarea tradicional de la
escuela ha de cambiar. Tiene que soltar lastre, hacerse más individualizadora, más
plástica, más abierta, y debe huir de antiguas servidumbres, de prejuicios, de
elementos distorsionantes, de componentes no didácticos, de torpes problemas
burocráticos. Hacerse eficaz en su objetivo. Formar personas capaces no es formar
mentes vacías, puesto que el conocimiento se ha de concretar en capacidades. El exceso
de un saber memorístico conlleva memorias muy llenas pero no garantiza capacidades.
Hoy día, el saber es un factor productivo en las sociedades del conocimiento. El gasto en
enseñanza no es un gasto social, irrelevante para el futuro económico de nuestros países,
puesto que es una inversión de primer orden, una apuesta de futuro individual y colectivo.
En fin, espero haber aclarado en algo las dos distorsiones desorientadoras que
lastran el ejercicio profesional de los enseñantes hoy. Confío y creo que la escuela debe
asumir ese reto, que seamos capaces de adaptarnos a ese antiguo y nuevo fin nuestro de
enseñar en una realidad social nueva. Para ello, debemos actualizarnos, dotarnos de
medios e instrumentos nuevos, más adaptados y eficaces. Necesaria y digna tarea para
tiempos nuevos.